EL LLANERO DE HOY NO ES EL MISMO DE AYER

EL LLANERO DE HOY NO ES EL MISMO DE AYER

Medio: El Tiempo

Fecha: 01 de mayo de 1969

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

En 150 años solo ha cambiado su sombrero: hoy no es de paja. Un invierno tardío que hizo florecer los totumos 4 semanas después.

Este año los totumos comenzaron a vestirse tarde. Apenas el 20 de abril en los palos resecos reventaron las primeras hojas que salen todos los años con los chaparrones iniciales del invierno araucano que en sus primeras semanas convierte la sabana en un estero de 23 mil kilómetros cuadrados, en el que los caballos caminan difícilmente con el agua hasta la panza.

Invierno tardío que demoró el trabajo del llano unas cinco semanas. Para esta época, apenas los ganaderos comenzaban a reclutar sus peonadas y el agua empezaba a ablandar la tierra. Sobre el suelo tieso del verano, el llanero no trabaja en la sabana. Con los días húmedos sufre menos por el piso flojo, y la vaquería se facilita más porque el ganado ya no está disperso buscando bebederos en diferentes sitios.

Si en 1819 el cielo se hubiera puesto por esta época del color de la lejía, a lo mejor la Campaña Libertadora hubiera tenido resultados diferentes en sus fases preliminares. Pero en aquel año, como generalmente sucede, las lluvias hicieron retoñar los totumos antes de comenzar el mes.

2.000 VAQUEROS

Cuando en las últimas noches de este abril de 1969 los murciélagos anunciaron el agua sin interrupción y los cucarrones asaltaron por millares las velas encendidas, en los hatos de Arauca estaban listos para comenzar su trabajo unos dos mil vaqueros.

En los primeros días de mayo la pradera estaba inundada hasta los topes, pues los ríos habían “botado” por espacio de una semana y media, y no se encontraba un solo punto de tierra seca para poner un dedo. Desde el aire el llano se ve gris en la mañana y verde cuando comienza a “escurrir”. El agua sale de los ríos por miles de partes formando chorriones parecidos a los que el viento deja en el parabrisas de un carro cuando llueve.

Abajo es un mar de un metro de profundidad que huele a barro las veinticuatro horas del día. Es un olor intenso al que los “guates” (forasteros) no se pueden acostumbrar durante las primeras semanas.

MAÑANAS GRISES

El valor dura poco porque en invierno la brisa, constante, se encarga de acabar con él. Las mañanas son frías y grises, Si no llueve los vaqueros parten con el capote de caucho a la cintura, amarrado por un pedazo de cabuya sobre la cadera. Se les puede ver en el contraluz de las nubes irse lentamente en busca de los rodeos de ganado que han de traer a los corrales del hato para separar, disponer su envío a los centros de ceba, curar y marcar los becerros con un hierro candente.

Sobre las diez están de regreso para el primer “golpe” del día: Aquí son solamente dos, uno a esa hora y el otro a las cuatro de la tarde. Alimentación bien balanceada a base de grandes cantidades de carne, arroz y topocho.

UNA PESADILLA

El llanero de hoy es posiblemente el hombre mejor alimentado de todo el país, aunque durante el verano, cuatro meses del año la medalla tenga otra cara, porque el trabajo en las haciendas se acaba. Entonces vuelve a los pueblos y vegeta. Es alérgico a la mano de obra: esta corta estación climatérica se convierte todos los años en su pesadilla.

En 1969 su “modus vivendi” ha variado poco en relación con las fechas de las grandes batallas por la libertad. Aquellos jinetes de Páez y Rondón están aún corriendo sobre las inmensas sabanas plagadas de garzas rojas, blancas y azules, con su “tuco” (pantalón) hasta la rodilla, su pie descalzo alrado por una espuela y su torso desnudo.

SOMBRERO DE FIELTRO

La indumentaria es igual a la de los años 19 con la única diferencia de que el sombrero, la prenda más importante después del “tuco”, ya no es de paja sino de fieltro.

El llanero de esta segunda parte de nuestro siglo no usa la lanza. En los hatos araucanos es muy difícil, casi imposible, hallar esta arma que dio nombre propio a las victorias del Pantano de Vargas y Boyacá rebanando enemigos.

EL LANCE AL TIGRE

El cuchillo y el revólver la han suplantado, más como herramientas de trabajo que como armas. En algunas regiones aún se utiliza para el “lance al tigre”, hazaña que solamente se ejecuta en este rincón del país.

Consiste en esperar rodilla en tierra el zarpazo de la fiera, mientras la lanza, apoyada en el suelo contra la rodilla derecha, se sostiene con la mano. En su “vuelo” tras el hombre, la fiera es traspasada. Este sistema de caza es practicado solamente por alarde de valor. Constituye una demostración de la bravura del vaquero, que a través de los años se conserva igual. “Nunca rete usted a un llanero, porque entonces no lo detendrán ni el Caribe, ni los caños crecidos, ni los tigres… es un hombre altivo ante la provocación”. Este retrato hecho a la ligera por un ganadero, parece resumirlo todo.

PACTO CON EL DIABLO

Las espaldas del vaquero brillan en la resolana bañadas por el sudor que escurre copiosamente por entre las hendiduras que forma su anatomía musculada y fibrosa… En su medio son extrovertidos y aferrados a sus creencias. Esa imagen que se tiene en Colombia del llanero en cuanto a sus supersticiones parece no haber desaparecido actualmente, aunque las apariencias iniciales sean contradictorias…

“Los pactos con el diablo los hacían los viejos, Hay ya no existen”, comentan sentados en las janugas de la pesebrera cuando ha terminado la labor del día, mientras la lluvia torrencial que caerá por once horas continuas repica en las tejas de lata.

“Eso de enterrar un becerro en la puerta del hato cuando se funda, tampoco se hace”, admiten todos. Pero más tarde hablan de los duendes con una seriedad que contagia. Las anécdotas que “prueban” su existencia, desfilan hasta la medianoche.

OTRO ESPÍRITU

“La bolefuego… ¿usted vio la bolefuego la noche que venía para acá? Es un espíritu que salta por todo lado: el que se quede mirándolo se pierde en el llano… cuando uno va caminando no debe ponerle cuidado, porque se pierde. Usted la vio. La bolefuego existe”.

La primera noche de travesía, la “bolefuego” había aparecido muy cerca del campero que atravesaba caños y terrenos que comenzaban a anegarse, agitando el barro y atrayendo nubes de cucarrones que perseguían las farolas… Cuando comenzó a oscurecer y las llamaradas salieron por todas partes, los vaqueros distrajeron su mirada. Uno de ellos se quitó el sombrero.

Más tarde don José María Cisneros, uno de los ganaderos más importantes de Arauca, comentó: “Son gases que despide la tierra con las primeras lluvias, y si el caminante sigue las llamas, que aparecen en diferentes lugares casi al tiempo, le hacen perder la orientación”. Y esto es muy grave en una noche de lluvia, porque “llanero no toma caldo ni pregunta por el camino”.

LA NATURALEZA

El ejército de desarrapados que atravesó Arauca y Casanare en un invierno como este, que apenas comienza, tenía una indisciplina que hoy ha desaparecido en estas regiones donde se cumplen al pie de la letra las leyes de la naturaleza. Santander describía esta parte del llano como “una provincia sin comercio, sin industria y sin agricultura, donde los pueblos dedicados a la cría de ganado cultivan lo puramente necesario para el consumo”.

Las frases se pueden aplicar hoy casi al pie de la letra, cuando el precario co- mercio solo está estimulado por las magníficas carreteras venezolanas que llegan hasta las puertas de Arauca produciendo un contraste con las calles fangosas y ahuecadas de la capital comisarial, que inspira vergüenza… Arauca es una ciudad de bellas mujeres en minifalda, con los pies embarrados.

CAPOTEROS

“Aquí el trabajo no tiene ninguna ciencia. Lo único que se necesita es valor y habilidad para la vaquería”, dice don Pedro Pablo Cisneros cuando los jinetes parten en busca de varias “mandas” (manadas) de ganado para apartar.

Al llegar al hato su único equipaje era una capotera de tela dentro de la cual guardan un chinchorro, un mosquitero y una cobija, prendas por las que los jinetes de Páez hubiesen dado la vida durante la campaña.

El salario medio durante el invierno es de 80 pesos para el vaquero “a pie” y de 120 para el montado (que se alquila con caballo). Comparado con el resto de Colombia debe considerarse alto. “Sin embargo, esta gente no ahorra nada. En la época de lluvia, buena vida. En verano, escasez tremenda oculta tras una cortina de orgullo que nunca ha dejado que en esas regiones las gentes pidan. Esta es la única parte del país donde no se ve un limosnero.

LOS HIJOS

El promedio de hijos por hogar es de siete “pero engendrados con una mentalidad diferente a la del campesino de otras zonas, donde se piensa que a más hijos más manos de obra y más salarios para la familia”. Dentro del marcado egoísmo, que hallan los observadores radicados allí, el llanero araucano es a la vez generoso. La contradicción se nota en todos los aspectos de su personalidad, que para los habitantes del resto de Colombia bien puede calificarse de incomprensible.

Es creyente religioso, pero piensa en espantos y en que cuando una culebra pica hay que “ensalmar” a la persona. No es indiferente a la religión, pero la mezcla con principios que están arraigados a través de decenas de generaciones, Adora a sus hijos, pero los trata con rudeza.

MATRIMONIOS

Arauca es la región del Llano donde se registra el más elevado índice de matrimonios campesinos. Algo más de un cincuenta por ciento de las uniones efectuadas por la población rural han partido del altar. De otra parte, los bautizos y confirmaciones son recibidos por todos, aunque la edad no apremia para “echarse al agua”. El indice de criminalidad es exiguo. Se recuerdan las guerrillas con tristeza y un poco de odio. Empero, es un tema “con mucha tierra por encima”, que después de sufrido en carne propia “no puede volver, porque la gente ya no camina para eso”.

BASES DE VIDA

Pese al vasto territorio y a las distancias extraordinarias, tiene como una de sus principales preocupaciones la educación de los hijos. Por esto se calcula que menos de un 10 por ciento de la población (23 mil habitantes) es analfabeta. El llanero de 1969 descansa sobre las mismas bases de vida, de costumbres, de mentalidad, que aquellos que marcharon con Bolívar. Lo único que ha cambiado en él es el sombrero que no es de paja, y la lanza que solo existe en el recuerdo.

CACHACO NO SABE BAILÁ FANDANGO

CACHACO NO SABE BAILÁ FANDANGO

Medio: El Tiempo

Fecha: 24 de enero de 1969

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Lo único que quita el ardor de la garganta reseca por la tierra que levantan cientos de pies arrastrados al compás del mapalé, es “Guarapo e’ Piña”, que por la noche, desde antes de comenzar a bailar el fandango en la corraleja, venden hombres y mujeres en pequeñas mesas, debajo de las cuales duermen los hijos sobre la tierra gris, que los contagia de su color.

La negra Zunilde Portillo tenía su puesto en una esquina de los palcos y a media noche, cuando la gente solo bebe ron blanco, había vendido 12 pesos… Metió la mano sucia entre un barril con hielo y sirvió un vaso. A cinco pasos se alcanzaba a sentir el olor agrio de la piña que salía de la superficie de la mesa…

“Ajá, cachaco, y por qué suda tanto, si no hace tanto caló?… llévame a bailá que la venta es una… pero me tiene tú que comprá vela. El paquetico vale do’ peso y alcanza para media hora…”.

TERESA POPANA

Y comenzó a moverse la cintura de Zunilde con una cadencia suave pero extraordinaria. Posiblemente como las de Teresa Popana y Pola Bertel hace 120 años en Sincelejo, o como la de María Varilla aquí en Montería, cuando finalizaba el siglo pasado.

La negra María Varilla fue también una de las mujeres que inmortalizaron el fandango en las noches de corraleja… “Era una varilla” y arruinó a muchos ganaderos que siempre se pelearon por bailar con ella… “El que más billetes de a cien me de para amarrar las velas es el que baila conmigo”, decía, y tomaba el manojo que terminaba por quemarse cuando estas se acababan.

La banda central de San Pelayo se subió a la plataforma, en el centro de la plaza, a las 9 de la noche y comenzó a tocar sin descanso hasta las doce y media, cuando hizo una pausa de media hora. A la una continuó y terminó a las tres, cuando la olla colocada en el centro del tablado iba aún por la mitad. Al iniciar la fiesta todo el pueblo, entró con dos botellas de ron blanco. Una para la pareja y otra para la banda, que con una totuma bebía entre nota y nota de “La Cañaguatera”y “Flor de Guayacán”.

ESPERMA CANDENTE

Zunilde movía la cintura y arrastraba los pies, marcando el ritmo del bombo y de las bombardinas. Sus senos descarnados volvieron a vivir después de muchos años por el sudor que les pegó a mi espalda, mientras el brazo que llevaba el paquete de velas comenzaba a llenarse de la esperma candente que chorreaba y le ampollaba la piel. Pero no decía nada. Ni una sola palabra… parecía un frenesí. Tenía los ojos saltados y la boca abierta. Al pasar por el lado de los curiosos las velas chisporroteaban al chamuscar la cara a los que la acercaban a la fila húmeda de sudor.

Todas las caras estaban lavadas y las cabezas de los hombres totalmente blancas por la esperma que caía de los manojos de velas que sostenían en alto las mujeres, y que apagaban dos segundos al terminar cada pieza, “pa’ economizá fandango”.

RON DULCE

Las caderas de la negra, huesudas, estaban pegadas al vestido por la transpiración y se movían de arriba a abajo a medida que daba los pasos cortos. Entre las arrugas de la cara brillaba la luz de las velas. La botella de ron blanco, que pasaba de mano en mano se escurría del fondo al pico al cogerla y a esa hora comenzaba a saber a gasolina.

“Cachaco, pa’ bailá bien tu tiene que no levantá lo pie del suelo. Arratra la palma y mueve la cadera… ¡se baila con la cadera y dejando el hombro quieto, cachaco’ el carajo!”. Las caras de la multitud que observaba pasaban como cuando uno va en un carrusel y producían mareo. Todo el mundo sonreía y gritaba. No se oía nada fuera de la banda y los gritos de la multitud… el aire caliente salía de abajo mezclado con una nube de tierra, y la esperma de las velas de Zunilde comenzaba a ampollarme la espalda.

FANDANGO CALIENTE

Al salir de allí, la gente se pegaba a los brazos, al pecho, a la espalda porque todo el mundo estaba empapado de fandango caliente… Las mujeres, que bailaban por la orilla de la fila, agachaban el manojo de velas cogido con un pañuelo por la parte de abajo, para que los borrachos no las tocaran, y los hombres con su sombrero trenzado diecinueve, se agarraban la nuca cuando empinaban el frasco de ron.

Los pelayeros no dejaron de tocar. Tenían los labios hinchados y enrojecidos en la punta, y a cada minuto se inclinaban uno por uno sobre la olla para llenar la totuma, que volvía a caer salpicando ron caliente.

“TENGO CONTENTO”

El fandango, después de los toros, tiene una fuerza folclórica extraordinaria porque el costeño lo baila con el corazón. Lo siente y prefiere no hablar porque tiene la cabeza en otro sitio. Dura entre seis y ocho horas continuas… Cuando termina, las gentes que han venido de otros pueblos duermen en hamacas que cuelgan en los palcos de la corraleja, si aún el ron, que se han comenzado a beber al mediodía, y los pisones les dejan un segundo de lucidez. Si no, la tierra gris de la corraleja, que al día siguiente se volverá a levantar en nubes cuando salgan los toros, es el mejor colchón.

“Hacía cuatro años que no bailaba y tengo contento. A lo sesenta y ocho que tengo me siento joven… pero tú tiene cintura e’ palo. Cachaco no sabe bailá fandango”.

CORRALEJA EN LA COSTA: DONDE LA FIESTA SÍ ES BRAVA

CORRALEJA EN LA COSTA: DONDE LA FIESTA SÍ ES BRAVA

Medio: El Tiempo

Fecha: 23 de enero de 1969

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Desde las cinco de la tarde aumenta el ruido de las sirenas. Es la hora en que los manteros están bien “calientes” y por las calles desiertas sube la ambulancia como un bólido hasta el hospital, donde “descarga” y regresa a la corraleja…. En la ciudad solamente quedan algunas mujeres, asomadas a las ventanas, que llevan la cuenta de los viajes de la ambulancia. que al pasar deja una nube de papeles. Se escucha desde cuando parte de la plaza y va acercándose poco a poco con un aullido que produce tristeza.

Una hora antes de terminar la, Corraleja salimos de la plaza para la casa del ganadero José Ángel Gutiérrez. Al lado de la botella de whisky estaban Alvaro Gómez Casseres, Carlos Prada que tocaba la guitarra, Melanio Murillo, Alfonso Olivares, Antonio Cumplido, el ganadero, su esposa y su hija Consuelo. Un minuto después de haber volado el corcho se oyó una sirena: “Un herido”, gritó Gómez Casseres. Entonces Consuelo sonrió… “¿Uno? Ya van diez”.

Pasaron dos minutos y volvió el ruido: ¡Otro! Y la niña habló nuevamente: “No, es la misma que regresa del hospital. No se demora nada en dejárselos a los médicos y volver por más. A esta hora, siempre es igual; van aumentando los viajes…. En estos días de fiesta el que mejor se gana el sueldo es el chofer de la ambulancia”.

TARDE DE FUROR

Las personas que se han quedado en casa miden el furor de la tarde de toros por el número de heridos. Desde el momento de llegar allí hasta cuando nos fuimos a tomar el carro para Montería (una hora pasó la sirena doce veces para llevar seis heridos más al hospital… A esa hora (seis de la tarde) la cuenta iba por los 16.

“A ver, dice el ganadero, la cosa estuvo peor: 25 en total… En cinco días yo calculo que hay unos 60 heridos y una docena de muertos”. Al comienzo de la corrida, Antonio Cumplido, a quien conocí en el palco “un clavo saca otro clavo o se quedan 2, de Alfredo Arroyo”, manifestaba: “Aquí la fiesta si es brava”. Luego, con la salida de los primeros 32 toros la frase quedó confirmada, porque en la costa colombiana sí se siente el “romanticismo” del toreo. Parece una corrida primitiva, de aquellas que se efectuaban en la Plaza Mayor de Madrid hace unos 300 años.

Desde la condición del mantero que se juega la vida por afición, o porque la novia que está en un palco lo vea, hasta el sol calcinante, la gritería, los ríos de ron blanco y las nubes de billetes que arroja a la multitud el ganadero que da cada día los toros, tienen un sabor tan original como en ninguna parte del mundo.

VEINTE MIL PESOS

Este año los ganaderos más dadivosos repartieron al pueblo, entre “ron trompa” y billetes de cinco, unos 20 mil pesos el día de jugar sus toradas, aparte de pagar el transporte, dar, como es costumbre, una recepción en su casa la mañana de la corrida y costear parte de la música y las mantas para los aficionados, que después de hacer alguna suerte en la cara de los toros, suben al palco y reciben una botella y un manojo de billetes.

“La torada de hoy es vieja”. dice uno de los garrochistas de Juancho Perna, el ganadero de más tradición en Sincelejo. “Sin embargo, está garantizada porque hace dos días los probaron con muñeco en el corral y resultaron los más valientes. Por eso vinieron… hay un mono achote. que va a ser bueno. Más o menos como el barroso que jugó ayer Libardo Vergara, el alcalde”.

REVÉS

La corraleja es un frenesí de gritos femeninos en los tendidos, ahogados por las bandas típicas que tocan, por esta época, cada diez minutos “La cañaguatera” y “El Guayacán”, canciones que hacen furor en toda la costa. Abajo, los garrocheros reciben al toro desde la salida y lo pican “en las sudaderas para que se ponga valiente” y luego se lo dejan a los manteros, que como nubes buscan jugarse la vida frente a los pitones de reses que fácilmente llegan a pesar 700 kilos.

Unas veces son los manteros los héroes que, en la cara del toro y de los caballos, que vienen a gran velocidad, se lanzan al suelo para que pasen sobre ellos, y otras los coleadores que toman al animal por la penca del rabo y buscándole un punto de desequilibrio lo tumban y luego se montan en él. La mayoría de los toros salen con una bolsa llena de billetes, amarrada a los cuernos. El hombre que logre cogerla “se hace rico” porque entonces tendrá con qué comprar ron blanco para todas las fiestas.

En cada tarde las entradas a la corraleja son de cerca de 60 mil personas, mientras en el ruedo el número de toreros nunca es inferior a mil. Su tradición se acerca a los dos siglos. Sin embargo, las fiestas más famosas fueron las realizadas hace unos 80 años, con toros criollos descendientes del ganado de casta traído por los padres jesuítas a Colombia para defender sus latifundios.

“Ahora las corralejas son diferentes porque se efectúan con toros de raza Cebú. Antes los criollos eran astifinos, con pinta del toro bravo español. Las corralejas se efectuaban en octubre, por San Francisco de Asís, pero desde don Sebastián Romero se pasaron al 20 de enero, porque ese era el día de su cumpleaños”. 

DIONISIO GÓMEZ

La ganadería más famosa que ha habido en la Costa fue la de don Dionisio Gómez, que se criaba en la Sabana de la Villa. Los primeros toros que se criaron en los playones fueron traídos a Colombia por don Juan María de Huelvas, y de ellos, aún es famoso “Tempestad”, un animal requemado, “que se aguantaba hasta cinco pares de banderillas cada vez que era jugado”.

Las banderillas en la corraleja son puestas por los manteros, que siempre citan sentados y después de colocarlas son pateados por los toros.

CUADRILLAS ARRASADAS

Las nubes de tierra y de gritos no cesan entre la 1 y las 6 de la tarde. A las 5, que siempre ha sido la hora más torera en todo el mundo, las cuadrillas comienzan a quedar arrasadas por los toros, los caballos o los ríos de ron que lo inundan todo.

Las bandas continúan tocando “El Guayacán” y “La Estudianta”, y la ambulancia yendo y viniendo sin descansar. En el centro de la plaza las apuestas se suceden desde el comienzo. Los aficionados se sientan en el suelo, haciendo una rueda frente a los corrales, y a la salida del toro, el que se ponga de pie pierde la apuesta y paga el ron de todo el “cuadro”, si es que no sale para la clínica.

Detrás de estas “ruedas” se colocan grandes pirámides humanas que también desafían a toros y caballos en su tropel incontenible. Al paso de los animales los hombres saltan como surtidores y comienza a chisporrotear la sangre entre nubes de polvo.

MANTERO DESCUARTIZADO

Sobre el filo de la tarde, Carlos Prada decía en la casa del ganadero Gutiérrez: “Hace cinco años que vine la última vez. No había querido volver porque vi a un mantero en el suelo: el toro lo pisó primero y luego le fue enterrando los pitones y levantando la cabeza con fuerza… los intestinos saltaban hasta los palcos; los brazos quedaron a varios metros…”.

Mientras tanto, la sirena de la ambulancia continuaba pasando por esas calles cálidas y desiertas. En la plaza la tarde se había comenzado a poner tan roja como la bravura de estas fiestas de tradición, con decenas de heridos y millares de triunfadores.

EN MONTERÍA

Las corralejas de Montería se realizan en las mismas fechas que las de Sincelejo. Sin embargo, están ahora un tanto desvirtuadas. Este año se efectuaron tres consultas del gobernador y del alcalde con el ministro de Gobierno, que presionados por un pueblo que no quiere abandonar la tradición de cerca de dos siglos, desatiende las diatribas del obispo Miguel Medina Medina, quien se opone a ellas encarnizadamente.

En Montería los palcos son solamente de dos pisos y las suertes de garrochistas y coleadores son menos vistosas, aunque los 50 toros al día continúan en su apogeo y las sirenas suenan menos a las cinco de la tarde.

VIDEO | EL PANTANO DEL DARIÉN

VIDEO | EL PANTANO DEL DARIÉN

Medio: El Tiempo

Fecha: Sin registro exacto

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

«El pantano del Darién» se destaca como un documento histórico invaluable, que refleja el compromiso de Germán Castro Caycedo con el periodismo profundo y consciente. Este documental, crucial en su carrera, lleva al espectador a las profundidades de la selva del Darién, una región que ha resistido los esfuerzos por conectar el continente a través de la Carretera Panamericana.

Con una narrativa que equilibra la observación detallada y el respeto por la naturaleza y las comunidades afectadas, el documental captura la complejidad de uno de los últimos rincones vírgenes de la Tierra. Explora no solo los retos de una posible construcción a través de este bastión de biodiversidad, sino también las vidas de aquellos que, en sus márgenes, enfrentan las adversidades de un entorno implacable.

Las expediciones periodísticas de Castro Caycedo reflejan un compromiso con historias frecuentemente ignoradas o mal interpretadas, mostrando la profundidad de los dilemas sociales, ambientales y retos del desarrollo. Una invitación a reflexionar sobre las consecuencias de intervenir en ecosistemas complejos. Se alinea con el propósito del sitio de promover una comprensión profunda del trabajo del periodista y de los temas que exploró durante su carrera.

Este documental es esencial para quienes desean entender la historia de la Carretera Panamericana, especialmente su segmento más controversial, y para aquellos interesados en la ética del periodismo de investigación, el respeto por el entorno natural y la dignidad de las comunidades en las fronteras del mundo globalizado.

LA CONQUISTA DEL DARIÉN

LA CONQUISTA DEL DARIÉN

Medio: El Tiempo

Fecha: 02 de julio de 1972

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Colombia continúa siendo colonizada con los mismos sistemas que se utilizaron a principios del siglo. Actualmente centenares de familias campesinas procedentes de regiones de latifundio en las cuales han perdido toda esperanza de ser propietarios, están entrando en nuestras selvas, donde cada día se inicia una nueva lucha a muerte, en la que generalmente la victoria es para el hombre…. aunque a un precio muy alto. En su obsesión por tener tierra propia, el colono solo cuenta con sus brazos, un hacha, un machete y una vieja escopeta olvidada.

Especialmente en los últimos treinta años, los colonos se han agrupado en dos clases definidas: una vanguardia que con sus manos convierte la manigua en potreros limpios, y un segundo grupo que viene tras ellos comprándoles las mejoras.

El verdadero colono está emigrando por este motivo en forma continua, y ellos mueren como empezaron: luchando con un bosque cada vez diferente, pero en el fondo igual; con los mismos peligros, las mismas dificultades y el mismo sudor. 

El colono colombiano ha llegado a tener un gran conocimiento de la selva y por eso puede sobrevivir en ella. Ha descubierto, por ejemplo, que para guiarse debe mirar siempre los palos, sobre cuyos troncos el musgo únicamente nace al norte y al sur. Como se defiende del sol, no crece a oriente y occidente y esto sirve para eliminar la tendencia que tiene el hombre, a caminar siempre haciendo circunferencias en el monte. Pero además, en el colono que no cuenta con ningún medio para la subsistencia, fuera del hacha y la escopeta, se ve toda la grandeza del género humano. Entre más desamparados estén, son más ingeniosos.

En el centro de las selvas del Darién se hallan las mejores tierras circundando tres pequeñas lomas que se llaman Las Aisladas. Esta semana 19 familias de campesinos que comenzaron a llegar solo en enero, y que, avisadas de que por allí pasará una carretera, se han dedicado a derribar centenares de árboles con la ilusión de hacerse ricos algún día. Nosotros seguimos de cerca su lucha diaria y encontramos un ejemplo de cómo se ha hecho Colombia. Esta es su pequeña historia.

A Lubin Giraldo (52) ya se le había olvidado gritar, pero cuando vio un rancho en medio de la selva, hizo un esfuerzo y lo logró: “Carajo, aquí hay gente…. Llegó gente”. Soltó la escopeta y salió corriendo, pero no encontró a nadie. En el piso había huellas de hombres y niños. Cortó una rama, la puso sobre la única mesita que encontró y regresó a su casa.

Él había llegado siete años antes (1962) y desde entonces vivía completamente solo en la inmensidad de la selva, de manera que, únicamente cuando rara vez salía hasta el pueblo unos tres días de camino, tenía la oportunidad de hablar con alguien.

Al atardecer, Irenio y Victoriano Doria, comenzaron a colonizar un mes antes creyendo que eran los primeros, hallaron la rama, experimentaron una sensación parecida a la de Lubin: “Aquí hay más gente, busquémosla… Ya no estamos solos”.

Transcurrió un mes. Lubin iba casi a diario a donde los Doria y les dejaba regalos, o le quitaba la corteza a un árbol para anunciar su visita; y los Doria. hacían lo mismo en casa de Lubin… Hasta que una tarde se encontraron cara a cara. Eran los primeros colonos.

PUNTO DE PARTIDA

Lubín trabajó como ayudante de cocina en un campamento de la carretera del Tapón del Darién, pero cuando se acabó el contrato, resolvió quedarse allí. “Era la oportunidad de tener tierra propia”. Con los mil pesos que había ahorrado salió al pueblo y compró provisiones. Luego, a la manotada de arroz que cogió del campamento, sumó algunas semillas de cacao silvestre que halló en la selva, y de plátano. Tumbó un par de árboles, construyó con ramas un rancho y al día siguiente sembró las semillas.

Hoy ha desmontado, solo, ocho hectáreas de selva y cosecha unas 12 cargas de maíz; tiene 250 matas de cacao y cuatro hectáreas con plátano. “También me traje un par de pollitos que me regaló Amparo, la mujer del negro José y hoy tengo 40 gallinas… Todo esto lo comparto con mis vecinos que comenzaron a llegar desde enero de este año. Son muy pobres, llegaron como yo… solo con el hacha y la escopeta y están haciendo sus fundos en la tierra que encuentran libre y que les va gustando”.

LÍDER MORAL

Lubín es para los colonos del lugar una especie de santo laico y se ha convertido en el líder moral de la región. Es a quien respetan y para saludarlo se quitan el sombrero. Él hace largas travesías de casa en casa llevando la comida que cosecha y atendiendo los enfermos de paludismo, enfermedad que azota la zona. Como el resto, cultiva lo necesario para alimentarse, porque hasta que no llegue la carretera no es necesario producir más. No hay por dónde sacar los frutos al pueblo, así que desmontan selva de sol a sol, para que la vía los pesque con una buena finca, lista para explotar.

LOS DORIA

A excepción de los Doria, todos los colonos han llegado atravesando la selva. La mayoría son del departamento de Córdoba, que habían colonizado antes en el Chocó, pero que tuvieron noticias de esta zona y vendieron allá sus pocas mejo- ras para buscar nueva suerte.

Los Doria perdieron su herencia en Unguía (Chocó) y una tarde tomaron con su canoa (la única del lugar) el Atrato, entraron por las lagunas y penetraron el Caño de Tumaradó:

“Nos gustó esta tierra, tiene agua, es plana y tiene loma. Es magnífica para cul- tivar. Hoy tenemos 180 hectáreas, más de la mitad limpias”.

Son dos hermanos con sus mujeres y sus hijos, que han logrado iniciar la ceba de unas pocas cabezas de ganado y viven de la pesca, la caza y la explotación de los frutales que cultivan. Por ser dueños de la única embarcación, se pueden dar el lujo de salir periódicamente a vender sus productos, que les suman unos escasos pesos. Los demás continúan esperando el milagro de la carretera. No son gente de agua.

UNICA LEY

La ley del colono es, “quien más agallas tiene, más tierra coge”. Y “lo que tiene uno, lo tienen todos”. Su política “es la del hacha y de la rula (machete) y somos vengativos solo con los caracoles”, árboles tan anchos que para darle la vuelta al tronco, deben, cogerse de las manos unos seis hombres.

LA BATALLA

La batalla con la selva es dura. Lubin encontró desde su primer viaje al pueblo, que la travesía por la zona pantanosa humedecía la sal y los alimentos. Entonces descubrió un árbol que da una leche parecida a la del caucho: la recogió en una olla, la cocinó, le echó azufre y al estar purificada la regó sobre unos costales de lona. Hoy los colonos fabrican en esta forma encauchados magníficos.

MUNICIÓN

Las cápsulas de las escopetas de los colonos son de cobre y sirven para ser “recalzadas” varias veces. Pero la munición es escasa, de manera que cuando van al pueblo compran toda clase de chatarra de metales blandos. Ellos la funden y la riegan en la tierra haciendo un hilo, que cortan cada milímetro, obteniendo un bloquecito. Cuando tienen varios, los meten en una botella y les dan vueltas, hasta que obtienen una diminuta esfera a la cual le dan el tamaño que necesitan. Con ellas rellenan la cápsula, que taponan con un papel en la punta.

Es difícil traer panela o azúcar del pueblo; entonces, algunos han cortado troncos delgados de maderas duras (abinge), los que redondean y amarran con bejucos. Los ponen sobre una especie de horquetas y les amarran palancas a manera de manijas… Allí muelen la caña que cultivan y fabrican luego la miel y la panela que necesitan.

Las pócimas de las mujeres embarazadas son a base de miel de abejas o de avispas. Ellos descubren los panales en los nudos de los árboles y extraen la miel, amarrándose trapos por todo el cuerpo. Con el limón, la miel es uno de los remedios básicos del colono: “Sirve para el dolor de oído, debilidad, enfermedades del estómago…”.

TRISTE FINAL

Hacen sus propios cigarros, cultivando el tabaco y luego poniéndolo a secar; y la Inea (maleza de pantano), la emplean para hacer esteras, que reemplazan al colchón.

El aceite de Canime (un árbol), es mezclado con sal y sirve para sanar las heridas… Las hojas de “capitana” y “contra-valdivia” hacen las veces de suero antiofídico en las picaduras de culebra; las hojas de ”matarratón” debajo de la gorra evitan la insolación…

Colombia ha sido hecha por hombres de esta talla que, sin ayuda de nadie, luego de dejar su vida en una colonización, la abandonan o pierden sus tierras porque, no saben cómo se titula una propiedad… o no les interesa. Piensan que todos somos iguales a ellos, honrados, rudos y sinceros; desprendidos entre sí y unidos por dos factores: el deseo de tener tierras, y el salvajismo de la lucha contra la selva.

LA MALA SUERTE INGLESA

LA MALA SUERTE INGLESA

Medio: El Tiempo

Fecha: 26 de junio de 1972

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Cuando hace un par de meses la comisión inglesa que pasó tres carros por el sector del Darién salió a Medellín (luego de una travesía de más de 60 días), la historia le había jugado “una alta traición”. Ellos con una voluntad extraordinaria se embarcaron en la empresa, pretendiendo mostrarle al mundo qué es el Darién. Al arribar a la capital de Antioquia estaban optimistas y se presentaron ante la prensa como los primeros en la historia que realizaban la proeza. Sin embargo, desconocían que doce años antes, una comisión de ingenieros colombianos y panameños, una periodista alemana, un austriaco y un canadiense, ya habían cubierto la travesía, arreglándoselas también para penetrar la selva en tres carros camperos.

Pero además, en 1956, ingenieros de Colombia y Panamá atravesaron el verdadero Tapón en dos ocasiones, recorriéndolo a pie y en canoas. A partir de aquel año, cuando se iniciaron los estudios de factibilidad de la carretera, decenas de grupos de técnicos de los dos países han pasado por allí. Desde luego, la diferencia de lo realizado por los latinoamericanos y el gesto británico es solo una: los primeros no han hecho alardes publicitarios.

POR OTRA RUTA

Seguramente el desconocimiento exacto de nuestra geografía, también jugó otra pésima pasada a los chicos de la corona inglesa este año, pues ellos cubrieron el trayecto por sitios que distan mucho del verdadero Tapón del Darién.Su travesía, aunque azarosa, se realizó en más de un 80 por ciento por ríos, los cuales fueron cubiertos con los carros embarcados en balsas especiales.

En la parte colombiana ellos comenzaron su calvario en el Palo de Las Letras (frontera) y avanzaron 16 kilómetros por una trocha muy amplia y seca, abierta hace decenas de años por contrabandistas, indocumentados, y reformada por los ingenieros.

Luego caminaron cómodamente por un carreteable ya construido (ver mapa) y se embarcaron en el Río Atrato. De allí tomaron el profundo Caño de Tumarodosito, que los llevó otro larguísimo trecho, y finalmente recorrieron unos pocos kilómetros de selva. El Atrato y el Tumaradosito les permitieron así resolver el problema que presentaba encararse al verdadero Tapón.

*MAPA*

CIENTÍFICOS

Según ellos, estuvieron acompañados por un equipo de seis científicos, que en 62 días pretendieron estudiar a fondo la ecología, suelos y población indígena del lugar.

Hoy sus conclusiones, que se presentan como definitivas, han comenzado a ser publicadas en la prensa británica. Pero aquí también la historia los ha vuelto a traicionar, porque al parecer, su observación de un par de meses no parece tan completa como la de una gigantesca comisión de científicos norteamericanos, que mucho tiempo antes que ellos gastó tres largos años en un trabajo similar.

EL CANAL

Cuando se estudiaron las posibilidades de nuevos canales interoceánicos en Colombia y Panamá, los norteamericanos presentaron un completísimo estudio compuesto por 64 largos informes técnicos, cuyos textos descansan en los archivos del Subcomité del Darién, y de los ministerios de Obras de Panamá y de Colombia. Estos informes van desde los recursos fluviales y marítimos hasta tratados sobre la ecología del estuario marino a lado y lado del istmo.

Además, hay temas tan diversos como estos: ecología terrestre, agrícola, posibilidad de utilización de energía atómica en la obra y sus consecuencias, composición sísmica de la zona colombiana y panameña, análisis socioeconómicos de toda la zona, diccionario etnobotánico del Darién, aves, resistencia de la malaria en la zona panameña y en la colombiana, fiebre amarilla, comunidades indígenas de Panamá (en Colombia prácticamente no hay actualmente), ecología médica, y otros temas.

Esta comisión científica, compuesta por un verdadero batallón de técnicos, estuvo coordinada por el ingeniero colombiano Alfredo Bateman y por el coronel Sutton del ejército norteamericano.

EL POR QUÉ

Estos estudios, que han sido base también para saber los sistemas mediante los cuales se combatirá el Darién en la construcción de la carretera, han sido fruto de la experiencia de Panamá y Estados Unidos cuando hicieron el Canal. Este no fue un triunfo de la ingeniería, sino de los científicos que derrotaron al mosquito que infecta la zona, y que comunica la malaria y la fiebre amarilla.

Aquel mosquito que venció anteriormente a los franceses en su intento de construir el canal, fue derrotado por Estados Unidos y Panamá a partir de 1904. Y será nuevamente vencido en el Tapón del Darién, cuyos fenómenos animales, vegetales, humanos, de suelo y de medio ambiente se conocen plenamente, antes de la ve- nida de los voluntariosos científicos ingleses.

PRIMER CRUCE

En Bogotá vive hoy, retirado voluntariamente, el ingeniero Jorge García Téllez, posiblemente el más destacado pionero de la carretera del Tapón del Darién. Él fue nombrado en 1956 representante del gobierno colombiano ante el Subcomité del Darién (Colombia Panamá y Estados Unidos).

García Téllez, tras firmar en Washington los acuerdos para iniciar estudios se vino a Panamá e inició la primera expedición técnica, en compañía del pionero panameño de la idea, ingeniero Tomasito Guardia, hoy fallecido. Hicimos la primera travesía -cuenta el ingeniero- para reconocer el terreno y quitar el susto. Salimos de Ciudad de Panamá, a pie, sin helicópteros ni barcos que nos auxiliaran, el 9 de abril de aquel año (56) y llegamos a Turbo el 23 de abril.

García Téllez nos ha cedido el diario pormenorizado de esta primera experiencia presentado a los tres gobiernos. Un par de meses después, el mismo ingeniero encabezó otra comisión con los mismos fines Durante los 13 años en que representó a nuestro gobierno, cubrió la travesía más de 10 veces, en compañía de cadeneros, topógrafos, especialistas en suelos, estructores y otras modalidades, destacados por los diferentes países.

LA PRIMERA EN CARRO

En 1960 García Téllez precisó de nuevas experiencias y aprovechó el paso por Panamá, de unos raidistas europeos, a quienes ‘reclutó’ y embarcó en una aventura, hasta entonces, sin ningún precedente en la historia.

Los europeos traían un carro campero, y García Téllez se sumó con dos más. Esta comisión, que cubrió toda la ruta, estaba formada por las siguientes personas: Jorge García Téllez y Mariano Hormaza, colombianos; José Sáenz y Bolívar Arauz, panameños; Úlse Abshagen, periodista alemana y primera mujer que cruzó el Tapón; Richard Bevin, anglocanadiense; Terense Whitfield, mecánico australiano.

VENCEDORES

En un amplio reportaje de la travesía, publicado en La Patria de Manizales el 22 de julio de 1960, se destaca un titular: “Hemos demostrado que El Darién no es impasable y que la Panamericana es una realidad”. De los tres carros, esta comisión dejó uno abandonado en la selva, pues se descompuso y no pudieron repararlo, y la nota importante de su esfuerzo fue no haber contado con apoyo aéreo, marítimo ni de radiocomunicaciones.

MÁS HISTORIA

Pero además de ellos, otras comisiones también han atravesado el Tapón, “en silencio, sin grandes campañas publicitarias”, según los ingenieros de Colombia. En 1961 seis vehículos de marca Chevrolet avanzaron por las selvas del Darién Panameño y llegaron a la frontera con Colombia; en 1962 lo hicieron los doctores Dwen J. Sexton y Harold Heatwole, auspiciados por la Fundación Nacional de Cien- cias de Estados Unidos; en 1964 los doctores Leslie Holridge y Vicent Raymond, para estudiar el régimen de lluvias, botánica forestal, geología de superficie, suelos y transitabilidad, auspiciados por el Comando de Investigación de Transportes de Estados Unidos.

LA PENÚLTIMA

De todas estas experiencias la penúltima ha sido la de la comisión británica, auspiciada por una fábrica productora de camperos que ha tomado la aventura como base publicitaria para aumentar sus ventas en el mundo.

Desgraciadamente, estos valerosos hombres pasaron muy lejos del verdadero Tapón, y afrontaron aventuras tan espeluznantes y algunas veces mortales, como ninguna otra comisión las había vivido en los 12 años que transcurrieron desde cuando García Téllez y Tomás Guardia, penetraron por primera vez en la zona.

EL TAPÓN DEL DARIÉN: UN MITO QUE SE DERRUMBA

EL TAPÓN DEL DARIÉN: UN MITO QUE SE DERRUMBA

Medio: El Tiempo

Fecha: 25 de junio de 1972

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Portada:

La carretera del Tapón del Darién comenzará a construirse en los primeros meses del año entrante. La ingeniería colombiana, después de 15 años de intensos trabajos, de estudios ecológicos y de suelos ha logrado imponerse a una de las zonas más difíciles de la geografía americana.

Hoy, el Tapón no representa ese rincón impenetrable de América, que la mantuvo históricamente desvertebrada. Está formado por una selva de piso húmedo y blando y por un pantano que se aleja mucho de la imagen que los excursionistas han creado en torno suyo: son 22 kilómetros de agua tibia y cristalina que desde el aire se ven tan planos y tan amarillos como los Llanos Orientales en verano.

Abajo el agua llega a quienes se aventuran a atravesarlo, un poco más arriba de la rodilla… Y no está sembrado de temibles serpientes, ni arañas venenosas ni agresivas anguilas (temblones). Por lo menos, nuestro enviado especial, Germán Castro Caycedo no vio absolutamente nada durante una larga semana de travesía.

Interno:

Poco a poco aquel cielo opaco de las seis de la mañana se fue rompiendo y aparecieron más arriba de las nubes color de lejía, alargados agujeros azul-claro que, después supimos, auguraban un día espléndido, con abundante sol y visibilidad “ilimitada” para volar.

Un minuto y medio después de la hora convenida, escuchamos el zumbido intermitente del helicóptero que se posó sobre la pista de aterrizaje de Chigorodó, levantando una tenue capa de polvo con el vendaval de sus aspas. La tierra estaba allí seca, lo que quería decir que adentro, en el primer tramo selvático, el piso podría estar blando, pero no inundado.

LA VÍSPERA

Cuando sobrevolamos los 90 kilómetros por los cuales se construirá la carretera del Tapón del Darién – parte de los cuales cubriríamos ahora a pie – en la zona de selva habíamos visto, sin embargo, cómo allá abajo, en los cortos tramos de la trocha que sobresalen en medio de los apretados árboles, la luz brillaba sobre charcos de agua quieta y ennegrecida que, pensamos, podrían ser profundos.

Pero los huecos del cielo, y la tierra que rodeaba al helicóptero hicieron que el ingeniero Pablo Castillo, director del proyecto y de los estudios para la primera parte de la carretera, esbozara una sonrisa: “La trocha va a estar perfecta; será una jornada muy fácil”, dijo, y se metió en la carlinga, al lado del piloto.

Nuestras caras de incredulidad contrastaban con la experiencia de Castillo que, al lado de un puñado de ingenieros colombianos, en 15 años de recorrer estas selvas, de dejar parte de sus vidas allí sepultadas y de minar su salud, han permitido que ahora, el Tapón esté completamente dominado y que la carretera sea una realidad.

SOLO LA IMAGEN

El helicóptero, que en adelante zumbó continuamente sobre nuestras cabezas, más arriba de los árboles que forman un techo verde Oscuro por el cual generalmente no penetra el sol, nos trasladaría inicialmente hasta Barranquillita, un caserío de ranchos pajizos que se levanta a lado y lado de los primeros kilómetros de la carretera del Tapón.

Ya se han construído nueve mil metros, desde la vía Medellín-Turbo hasta más a- delante del río León, y el amplio puente de concreto que lo cruza, nos serviría como base fija para tanqueo del helicóptero y abastecimiento.

Ahora se trataba de recorrer a pie los kilómetros de camino construído y meternos por la trocha (de unos 10 metros de ancho), abierta por la firma de ingenieros “La Vialidad”, que realizó los estudios para la primera etapa de la carretera.

Exactamente por donde va esta trocha, levantará la vía que ha de comunicar los tres bloques americanos, hoy aislados por una región húmeda, en buena parte boscosa, pero en todo caso no impenetrable, como se nos ha presentado insistentemente.

Precisamente por esto, cruzar hoy el Tapón del Darien no constituye ninguna proeza. La ingeniería colombiana ha derrotado su “ferocidad” de la cual solo queda la imagen creada por raidistas y aventureros que se internan periódicamente en la zona.

POR TIERRA Y AIRE

La travesía fue planeada para recorrer varios tramos en los cuales se vieran las diferentes clases de pisos, y finalizaríamos en el verdadero Tapón, que comienza a unos 38 kilómetros de Barranquilla y va hasta las riberas del río Atrato. Amplias zonas se cubrieron a pie entre los diferentes campamentos construidos por los ingenieros que realizaron los estudios, en los cuales hay helipuertos hace varios años; otras por aire, cuando los técnicos de la comisión estimaban que el piso estaba plenamente observado y había que buscar más adelante condiciones diferentes.

TRES TRAMOS

En el vuelo de la víspera observamos detenidamente la zona durante un par de horas. Se compone de tres tramos el primero de los cuales entre el río León y las lomas de Las Aislada. Es selvático y totalmente plano.

El tercero, del río Atrato hasta Palo de las Letras en la frontera con Panamá, es ondulado, selvático también y de piso muy seco. Entonces el verdadero ‘Tapón’ está constituído por un tramo de 22 kilómetros, entre Las Lomas y el Atrato.

ALGO DIFERENTE

Cuando en nuestro “vuelo de reconocimiento” los pantanos aparecieron bajo el patín del helicóptero que se mecía suavemente por las corrientes de aire, nos llevamos una gran sorpresa: el Tapón no es selvático. Se trata de una gran sabana cubierta por vegetación muy baja y millares de matas de palmiche, amarillentas y parduzcas como el resto de la maleza que las circunda.

Abajo no se ve brillar el agua con el sol y da la impresión de que uno está volando sobre los Llanos Orientales durante la época de su achicharrante verano. Al regreso, el paisaje se rompió solo por tres pequeñas lomas que son las que harán posible atravesar el pantano con una gran carretera.

COMIENZA LA SELVA

Un poco antes de las siete de la mañana de este 12 de junio, habíamos llegado al final de lo que se ha construido de la carretera y la primera sensación de estar de cara a la selva, fue el chasquido del barro bajo nuestros pies. En un segundo estábamos rodeados por grandes árboles y el sol se había perdido allá arriba. Las botas se hundieron suavemente, lentamente entre el fango y pararon solo cuando este nos llegaba arriba de las espinillas. La trocha se veía muy amplia a lado y lado, pero en el centro había crecido una maleza cerrada que en algunas partes nos hacía perder la columna de hombres que marchaba adelante.

Es muy difícil caminar en la selva. La marcha resulta agotadora porque se avanza saltando sobre los palos que rebosan entre el barro, o buscando las escasísimas piedras para afirmar el pie, o las zonas más duras que los guías han señalado y que conocen por el color del agua.

Sin embargo, la gran dificultad de mantener el equilibrio para no caer a cada paso fue solucionada por la experiencia del doctor Castillo. El ordenó que los guías cortaran unas varas, las cuales utilizamos durante toda la semana como “bastones”, sobre los cuales nos apoyábamos continuamente.

COMIENZO LENTO

Tres horas después de haber iniciado el recorrido, en el cual sentíamos arder el sol sobre la cabeza y las espaldas muy pocas veces, habíamos avanzado sólo unos seis kilómetros. Marchábamos en fila india, uno muy cerca del otro, en silencio, y el único ruido salía de nuestros propios pies, succionando entre el barro. Algunas veces escuchábamos también los alaridos de decenas de pájaros extraños y micos agazapados muy arriba, entre el follaje.

En adelante solo recordamos el olor a musgo de pesebre que tiene la selva, la fragancia de las flores silvestres que llega por oleadas mezclada con el olor de nuestro propio sudor, y el ligero sabor a pantano que tenía el agua tibia de la cantimplora, mezclada con ácido cítrico para cortar la saliva espesa y pegajosa.

VAYA FÍSICO

Las jornadas siguientes fueron menos lentas. Sin embargo, durante la primera hora de camino del segundo trayecto, los músculos demoraron en estirar por el mal trato del día anterior. Las plantas de los pies estaban igualmente resentidas por el impacto de los saltos sobre pequeños trozos de palo o piedras.

En los últimos metros, cada día la fatiga era inmensa y resultaba muy difícil trepar por los enormes troncos de los árboles derribados, que se atravesaban de lado a lado de la trocha. La mayoría eran sólidos “caracoles” que en la parte más gruesa nos llegaban hasta la altura del pecho. En esta zona de 29 kilómetros iniciales, lo más difícil fue nuestro propio estado físico, desadaptado a este tipo de esfuerzo.

Cuando terminamos de recorrer todo el trecho y llegamos a Las Lomas Aisladas, los ingenieros habían sacado una sola conclusión: se trata de un piso blando, cubierto por una capa de barro que nunca pasa de 40 centímetros de espesor, pero con grandes zonas secas, donde hay drenajes naturales (caños o pequeñas quebradas). Estos 40 centímetros se hallan en los “bajos”  donde el agua no puede correr (drenajes defectuosos), y donde el continuo paso de las mulas de los colonos que viven en el centro de la selva, han amasado el barro dejando un terreno agotador en el cual con frecuencia se quedan las botas enterradas.

Aquí, se comenzará construir, en los primeros meses del año entrante, el primer tramo de carretera. Para los ingenieros, la obra “no es nada del otro mundo”. Se trata de abrir una gigantesca zanja que será rellenada con material duro, y luego se levantará una “banca” sobre la cual se deslizará el tráfico.

EL TAPÓN

La imagen que yo tenía de los pantanos que hay más allá de Las Aisladas, puede seguramente ser parecida a la de la mayoría de los colombianos que hemos seguido las declaraciones publicitarias de “descubridores” del Darién, que surgen periódicamente: “una zona de maleza, llena de barro en descomposición, verdoso, maloliente, plagado de rayas, temblones y culebras…”.

Nosotros estuvimos en un sitio aledaño al “Terraplén de la Reina”, donde se presume que el pantano es más hondo, y nos convencimos de que allí la gente no desaparece como absorbida por arenas movedizas. Decenas de comisiones de ingenieros han penetrado anteriormente por allí y hecho perforaciones. Han traído muestras del piso y las han estudiado en laboratorios, como a lo largo de todo el trazado.

El Tapón, para nosotros 5 resultó tan diferente abajo, en sus entrañas, como unos días antes desde el helicóptero. Cubierto por una maleza que no va más de dos metros arriba de la superficie del agua, huele generalmente al perfume de las flores y los lotos que abundan en él. El agua en ningún momento nos cubrió las piernas: es cristalina, tibia, y resulta confortante ante el calor salvaje del valle, expuesto en esta época al sol vertical del trópico.

Caminar allí es aún más difícil por el agua, el piso esponjoso y los tallos gruesos parecidos al de la caña de azúcar- que sobresalen como afiladas bayonetas después de la labor de limpieza de los trocheros que marchan adelante abriéndose paso con sus machetes.

Sin embargo, para los técnicos colombianos, “el pantano tampoco es nada del otro mundo”. Su piso tiene en la superficie un colchón ligero de raíces y hojas en descomposición, y luego dos metros de capas blandas (barro o arcillas). Inicialmente, “La Vialidad” ha propuesto varias fórmulas para construir este tramo de carretera. Todas consisten más o menos en abrir una zanja luego de drenar, y rellenarla con material duro, unos tres metros hasta llegar a la superficie. De allí para arriba se construirá la “banca” de la carretera, también con materiales rocosos.

LAS AISLADAS

Para los ingenieros del Ministerio de Obras Públicas que inspeccionaron la zona con nosotros, las lomas de Las Aisladas “son una bendición”. Se trata de tres montículos de poca elevación, cubiertos de selva y ubicados un poco antes de comenzar el pantano. Solamente la más grande de ellas tiene un volumen de unos 174 millones de metros cúbicos de roca y tierra, mientras que para el relleno del pantano son necesarios solamente 7 millones.

Hoy, cuando todas las clases de pisos están estudiadas y definidos los sitios por donde pasará la vía, el Tapón del Darién ya no es “algo infranqueable”. Atrás ha quedado la labor de la ingeniería colombiana, que durante tres lustros de sudor (que hace ver permanentemente la selva turbia), de fatiga increíble por las largas caminatas, de calor abrasador, ha hecho posible que usted, si quiere, atraviese sin mayores problemas el Tapón y rompa como ellos, y como nosotros, el mito que se ha creado en torno suyo.

LA MAPANÁ TRAS EL INGLÉS

LA MAPANÁ TRAS EL INGLÉS

Medio: El Tiempo

Fecha: 28 de abril de 1972

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Eude Martínez, el colombiano indocumentado, nació en San Pelayo y desde hace unos 27 años vaga por el país en busca de trabajo y de dinero. Él cuenta que uno de los pocos incidentes de la expedición sucedió en la frontera, en Palo de Letras:

“Abríamos una trocha y un ingeniero inglés se acercó a un árbol grueso. Yo escuché cuatro veces un ruido y por fin la ví. Una mapaná que midió dos metros y dos pulgadas. Gris, como ceniza, tenía la porra emplazada sobre el cuerpo, enroscado, y los colmillos le salían, parecían arrugas. Cuando la ví, jalé al inglés… el tipo quedó pálido, no podía hablar. La culebra le había hecho cuatro viajes sin que se diera. cuenta, pero no lo había podido alcanzar… Luego casi fue a mí. El me dió una horqueta de un metro y medio. Le prensé la porra contra el suelo pero se zafó. Qué fuerza tan bárbara. Entonces corté un palo de tres metros y le destapé la cabeza”.

En el río Cacarica se volteó un bote con ingleses y soldados colombianos. La carabina de caza que llevaban los soldados se hundió y no había con qué coger comida en adelante. Entonces uno de ellos (no se reveló su nombre), se zambulló a 15 pies de profundidad, “sin ningún equipo de buceo”, y rescató el arma. La preparación de los soldados voluntarios que fueron a la expedición, mereció hoy un gran elogio de oficiales británicos y colombianos.

El grupo de infantería colombiano que fue al encuentro de los británicos, encontró en plena selva varios tambos indígenas. Pero de indios más civilizados que nosotros. “Todos con su radio de transistores”, relata el mayor, Patrón del batallón Girardot.

Esa misma patrulla vió algo realmente “exótico”; el segundo día de marcha: la pelea de una culebra y un gavilán. “Duró unos cinco minutos. Nos dimos cuenta por el ruido que hacían con la boca y el pico los animales. La culebra finalmente se enrolló en el cuello del gavilán y lo estranguló… pero aun muerto, no lo soltaba. Tuvimos que matarla”.

Ni siquiera sabemos el apellido de Stella, la muchacha ecuatoriana que se sumó a la expedición, con cuyas peripecias hemos iniciado la crónica de esta página. Durante un par de horas, la buscamos ayer por Medellín, y en las direcciones que dejó en la brigada y en el batallón no fue posible encontrarla. Ella, una vez llegó aquí, continuó esa vida que le hace cosquillas en la planta de los pies, y con un dinero que le pagaron los ingleses, se marchó a Cali.

El fabuloso reportaje de su vida que se insinúa en unas pocas palabras, se esfuma. Y nos frustra.

Los datos consignados en la crónica fueron contados por el capitán José Danilo Sierra, del Batallón Girardot, quien durante los cincuenta y pico de días en la selva habló con ella frecuentemente, el capitán leyó su diario, cuenta que “es la mejor novela que he visto”.

El buque hospital de la Armada Nacional, que sirvió como base colombiana para la expedición, aprovechó su incursión por ríos del Darién, para, con un médico inglés, auxiliar a familias de colonos. El médico y el mayor Duque, de la infantería de marina. cuentan:

“El grado de desnutrición de la gente es impresionante. Entramos a una casita y nos sentíamos en Biafra al ver una cantidad de niños flacos y deformados por el hambre. Es una zona malsana donde la gente come terriblemente mal… pero es por pereza: hay buena caza y la fauna en los ríos es de la más rica que he visto en Colombia entera”.

CRUZAR EL DARIÉN, TODA UNA NOVELA

CRUZAR EL DARIÉN, TODA UNA NOVELA

Medio: El Tiempo

Fecha: 28 de abril de 1972

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Cuando Estela saltó desde el tejado de la cárcel panameña, una de las secciones de la expedición inglesa atravesaba justamente la callejuela de Pacuro. Ella se deslizó unos diez metros y logró colocarse entre los barbados británicos, que no la rechazaron. Así comenzó a vivir una nueva aventura, desde cuando se voló de su hogar.

Estela es una ecuatoriana de 17 años que, a raíz de una serie de problemas con sus padres, resolvió enrolarse en una excursión de aventureros que partió desde Quito hasta el Perú. Pero de allí fue devuelta, así que pensó entonces irse hasta Centro- América a través de Colombia.

Cuando finalizaba el año pasado, llegó a Pasto, viajó a Cali, Medellín y Turbo, donde se embarcó en una lancha que penetró el Atrato y desvió por el río Cacarica. En 12 días de camino, solo, atravesó “la trocha de los contrabandistas” en plena selva y salió a Paya.

Allí conoció a un guardia panameño que vino a comprar aguardiente colombiano, y se fue con él sentada en una mula hasta Pacuro (Panamá), donde terminó en el calabozo por falta de papeles de identidad. Ella les contó más tarde a los miembros de la comisión colombiana en la expedición del Darién, que permaneció “un buen tiempo” en aquella cárcel, donde diariamente pedía a gritos la libertad. Una mañana, como la Guardia Nacional no la escuchó, escaló una pared, subió al tejado y… ahí está: los ingleses.

La mujer marchó desde ese momento en la sección más difícil de la expedición, la de reconocimiento, mientras más atrás, en la de ingenieros, lo hacía Erude Martinez Espitia (47), un colombiano de San Pelayo que trabajaba en Turbo y a principios de este año, atraído “por los dólares de Panamá”, tomó también la trocha de los contrabandistas. Al salir al país vecino fue apresado por “clandestino” (indocumentado) y fue enviado a pagar una “pena” de trabajos forzados.

Martínez, como la muchacha ecuatoriana, fue incorporado por los ingleses al grupo, en el cual ya eran grandes las deserciones por enfermedad, y trabajó como machetero y como ayudante del operador de una sierra eléctrica para cortar grandes árboles. Para el mayor John Blashford Shell, comandante del “paseo”, fuera de ser un gran trochero, Martínez salvó la vida de un ingeniero inglés, después que una serpiente mapaná “le hizo cuatro viajes para picarlo”.

LA ORGANIZACIÓN

Solo con una organización como la que tuvo la expedición inglesa es posible atravesar la difícil zona selvática y pantanosa del Darién. Desde el momento de la salida en Panamá, a la cabeza marchó un grupo de unos 10 hombres que conformaban la sección de reconocimiento. Eran “Los Caminadores”, acompañados de guías en cada tramo, y por efectivos de la Guardia Nacional, en Panamá, y del Ejército de Colombia. Ellos marchaban adelante para estudiar las condiciones del terreno y determinar la ruta que debían seguir las demás secciones de la expedición. Posteriormente devolvían a uno o dos miembros, quienes, a la vez, guiaban al resto. El tramo de reconocimiento era muy duro y periódicamente sus miembros eran relevados y llevados a descansar a la base de operaciones y aprovisionamiento que funcionaba en La Palma (Panamá).

A 8 días de camino marchaban luego dos secciones de ingeniería, encargadas de colocar puentes portátiles y abrir una trocha de unos 4 metros de ancha. Esta sección recogía grupos de macheteros que había reclutado la sección de reconocimiento, y que posteriormente manejaban las sierras eléctricas, hachas y “peinillas”.

Más atrás, a un día de camino, comenzaba la sección de vehículos con un campero liviano que en ocasiones hacía las veces de bulldozer. Con 24 horas de diferencia marchaban finalmente los dos carros pe- sados, ayudados por el resto de la expedición y guías de las regiones, que colaboraban en su difícil marcha a través de la selva.

El grupo de científicos nunca marchó con las columnas de exploración. Ellos iban de caserío en caserío y se transportaban en canoas y helicópteros a los sitios que determinaba la sección de reconocimiento, de acuerdo con su especialidad.

COMUNICACIONES

Todas las secciones estaban interconectadas por medio de radioteléfonos, y también con la base de abastecimientos y descanso en Panamá, a través de un buque de la Armada Nacional que se movía en sitios más o menos cercanos a las zonas por las cuales cruzaban.

La participación colombiana se dividió en dos etapas. Una columna de infantería que tuvo como misión la seguridad, reconocimiento de terrenos en nuestro país y enlace con los campesinos y colonos de las regiones.

La segunda, decisiva y sin la cual a la expedición no hubiera podido entrar hasta Turbo, era el buque hospital “Teniente Hernando Gutiérrez”, comandado por dos oficiales, dos suboficiales y doce grumetes.

El buque fue utilizado como base de operaciones en la zona colombiana sobre el río Atrato, y en él se embarcaron tres oficiales ingleses para la coordinación por radio. Esta base móvil se desplazó continuamente entre Turbo, Sautatá (una población en el Atrato) y Lomas de Rumie en el río Perancho, que se interna un tanto en el Darién.

Al mando de un capitán de la infantería, la tropa colombiana había habilitado previamente un aeropuerto abandonado en Sautatá, que sirvió durante la operación como sitio para que un pequeño avión británico trajera comida y enseres desde Panamá. El buque tomaba la carga allí y la llevaba a Lomas de Rumie, donde cargadores y mulas se internaban hasta la selva para abastecer a los expedicionarios.

Pero aparte de esto, tal vez las misiones más importantes del buque eran mantener comunicaciones permanentes con Panamá, Medellín y Bogotá, enlazando así a las secciones que avanzaban en la selva.

Por otra parte, efectuó misiones de reconocimiento en el último tramo del recorrido, y estableció el terreno por donde debía entrar a Urabá la expedición. A su vez, la infantería había determinado en la etapa anterior los sitios que serían utilizados en la selva, para así empalmar sin grandes problemas la travesía por Colombia.

¿TIERRA FIRME?

Inicialmente el buque incursionó por las ciénagas de Tumaradó, sobre la margen derecha del Atrato, avanzó hasta la última, de cuatro muy cercanas, y desde allí se inició la exploración de una gigantesca área pantanosa, buscando la mejor ruta para el desplazamiento de los carros.

Para el mayor de la Infantería de Marina, Carlos Duque Salazar (35), el verdadero tapón es este, pues presenta terrenos mucho más difíciles que la misma manigua. Los pantanos, que son más o menos un mar interminable de agua descompuesta y maloliente mezclada con un lodo diluido color pardusco, están cubiertos por vegetación muy baja, y el agua llega hasta los hombros de una persona que se meta allí.

“Están plagados de babillas (caimanes pequeños), peces temblones, rayas y nubes de zancudos anofeles que lo castigan a uno a toda hora. Allí el clima es húmedo y sofocante y recorrimos por él unos 35 kilómetros en bote de motor. Pero vimos que era imposible encontrar tierra más o menos firme. Así que regresamos al barco y buscamos otro camino para la expedición”.

Mientras tanto, en la selva, el mayor Luis Patrón Gómez, al mando de una patrulla de infantería, culminaba 20 días de incesante trabajo en el mismo sentido: hallar sitios de piso consistente por dónde avanzar. Ellos hicieron el reconocimiento de cuatro posibilidades, recorriendo unos 80 kilómetros de la selva “más tupida y sofocante que he visto en mi vida”. Finalmente descartaron tres “caminos”, pues el piso en ellos “era fangoso, pantanoso e imposible para el paso de los vehículos”.

“Otros eran ondulados o rocosos. Finalmente hallamos la ruta que va desde Punto de Letras, en la frontera con Panamá, hasta el río Tule, cayendo luego al Cacarica y siguiendo después a Batatilla por la loma de un filo montañoso”. De Batatilla en adelante el reconocimiento estuvo a cargo del mayor Duque, de la Infantería de Marina, y otros tripulantes del buque de la Armada Colombiana.

POR FIN UNA SOLUCIÓN

Mientras tanto, el mayor Duque y la tripulación del barco parecían haber encontrado la solución final para el ingreso a Urabá. El buque se desplazó por el Atrato hasta la boca del río Tumaradocito. Duque inició el reconocimiento en un bote de motor. Subió por el río unos 80 kilómetros en busca de la tierra. firme… “No importaba que esta fuera un poco pantanosa, pues los carros marchaban bien en capas no muy profundas de barro”.

El desplazamiento por el río fue muy lento. Decenas de árboles derribados eran gran obstáculo y cada media hora o menos debían echar pie a tierra y cargar con el bote a las cestillas. A partir de “La Primavera” iniciaron un penoso recorrido a pie por la selva y hallaron allí el terreno satisfactorio.

“Aunque en una selva oscura a la que no penetra el sol, el piso era firme. Los árboles no eran problema, la sección de ingenieros se las entendería con ellos”. Sin embargo, esta ruta apta representó un desvío de unos 170 kilómetros no previstos para la expedición. Luego de salvar la ruta, halló el río Tumaradocito, completamente limpio.

Los ingenieros que marchaban adelante volaron con dinamita los árboles atravesados, y en la parte selvática hicieron zumbar sus sierras eléctricas en troncos de árboles delgados y muy altos. La comisión, esta mañana, descansaba por último día en Medellín, antes de continuar por América del Sur. Allá llegarán solo 9 hombres. El resto marchará a Inglaterra, donde serán editados varios libros sobre esta expedición científica, la más apasionante que se ha vivido en Colombia.

EN VAUPÉS SE MUEREN LOS CAMINOS DE COLOMBIA

EN VAUPÉS SE MUEREN LOS CAMINOS DE COLOMBIA

Medio: El Tiempo

Fecha: 28 de septiembre de 1975

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Si usted va, sentirá ganas de llorar. Yavaraté – el punto principal de nuestra frontera con Brasil – en Vaupés, es un barranco con tres ranchos en los cuales se mueren de aburrimiento ocho habitantes, puestos allí para ejercer soberanía nacional. Detrás de ellos hay un potrero inundado de maleza, entre la cual puede verse el letrero más irónico que he leído en mi vida: “Avenida Colombia”.

Para el corregidor del lugar, su mujer y sus dos hijos, el cabo de la policía, su mujer y el par de agentes que lo acompañan, la única diversión es mirar para Yavaraté Brasil, al otro lado del río Vaupés. Allí gritan los 1.300 niños de un colegio estatal, vuelan varias veces al día helicópteros y aviones Búfalo, o se escuchan ovaciones cuando hay partido de fútbol en un pequeño estadio.

El Yavaraté brasileño es toda una ciudadela donde los soldados tienen teatros, comisariatos, hospital, barrios para vivir con sus familias y su comparación con las chozas colombianas es suficiente para comprender nuestra política de fronteras.

La Perimetral Norte, una autopista de doble vía que corta la selva a partir de Manaos, llega actualmente a 70 metros de nuestra frontera. Luego de cubrir en territorio brasileño una distancia similar a la que separa a Bogotá de Leticia.

Mientras tanto. la actual administración del Vaupés lucha por abrir una trocha que se recorre en seis horas a pie y que va de Teresita a Yavarate-Colombia. El proyecto busca establecer un eje para que se asienten a lado y lado, colonos que ocupen nuestra zona verde, ya que los pocos que vivían en ella se fueron para Brasil. Alli pidieron cédulas de ciudadanía. igual que los miles de indígenas que han iniciado un éxodo silencioso, pues el país vecino les da garantías que llegan hasta a pensionarlos a los 50 años de vida. Un ejemplo del tratamiento que reciben al otro lado de la frontera, es el de los caciques o capitanes indígenas. que son dotados con un uniforme de capitanes del ejército brasileño, como simbolo de la nacionalidad de sus pueblos. No obstante, algunos continúan explotando las tierras colombianas -de mejor calidad- pero su residencia, sus hijos y su mentalidad, son brasileños.

MÁS SOBERANIA

En Mitú, la capital del Vaupés hallé, a mediados de septiembre, solo un subteniente y tres policías, que sumados a los de Yavaraté dan un pie de fuerza de seis hombres. De otra parte. en esta región las gentes no conocen un uniforme del ejército. En tanto, en San Felipe y San Gabriel. dos bases cariocas no lejanas de nuestra frontera, hay alrededor de 5.500 soldados-ingenieros…

Viajar por el río Vaupés a Mitú resulta una gran aventura, pues en el trayecto de tres días hay que vencer 70 cachiveras (o raudales violentos). Para esquivarlos es necesario utilizar varadores o caminos paralelos en la selva, a través de los cuales se arrastra el bote. Desde luego, están en territorio brasileño y hay que pagar el paso en cruzeiros

Pero, en medio de todo, los ocho habitantes colombianos tienen, de tarde en tarde, un placer: el aterrizaje de la avioneta norteamericana del Instituto Lingüístico de Verano a única que puede bajar en su gibosa y diminuta pista y cuya visita es motivo de… algo así como una fiesta a nuestra soberanía nacional.

TODO A LA CARTA

El primer dia en Mitú no hubo dónde desayunar y a la hora del almuerzo para explicarnos los problemas de escasez, alguien dijo que allí se comía a la carta: “Toma usted una baraja, la reparte y a los cuatro que les salgan los ases, esos son los que comen”.

Desde luego, el chiste no está lejano de la realidad, porque el Bajo Vaupés tiene una vida tan artificial como Mitú. que tiene que importar hasta el pescado de Bogotá, pues su río fue envenenado con barbasco. Así, aparte de la yuca, todo debe ser transportado por avión, y en pocas cantidades pues la violencia del clima no permite almacenamientos mayores.

“Esto impone un racionamiento a veces drástico, si es que los tres héroes (los pilotos de la selva) no pueden volar con alguna frecuencia”, explica el teniente Luis Chávez, un personaje legendario.

INMORALIDAD

La mayoría de los “blancos” del Bajo Vaupés llegaron como militares o funcionarios oficiales y se quedaron para siempre. Hoy ellos continúan abrigando la esperanza del progreso que no parece llegar nunca porque, además de la pobreza de la tierra para la agricultura, la inmoralidad administrativa ha hecho de esta región una presa indefensa a través de toda su historia.

Allí el 99 por ciento de la fuerza de trabajo vive directa o indirectamente de la comisaría. bien como empleados oficiales o como contratistas que, manejados por los politiqueros, representan una sólida maquinaria al servicio del fraude, del atropello y del peculado.

POCOS EJEMPLOS

Unos días antes de viajar, funcionarios del ministerio de Gobierno en Bogotá se mostraron orgullosos de un Centro de Capacitación Indigenista que, según datos parciales, le costó al Estado dos millones y medio de pesos. La construcción y dotación completa, informaron oficialmente, fue hecha por el gobierno nacional mediante un contrato con la comisaria.

Pero al llegar allí encontramos una realidad bien diferente: el centro carece de la más mínima dotación y está compuesto por ocho casas diminutas y mal hechas, sin puertas, sin ventanas. sin piso y sin luz eléctrica. Una maloca derruida. un acueducto que nunca funcionó porque lo hicieron con tubos podridos y un alcantarillado que nadie se atreve a usar porque devuelve la porquería. Además, dos quioscos de palma totalmente podridos, a pesar de haber sido hechos hace solo tres meses. Al entrar, hay 31 gradas hechas con arena del río que se desmoronan si uno pisa duro. Para construirlas, la administración anterior compró cemento a 400 y 500 pesos el bulto. según facturas.

Veinte pasos al sur del centro hay un aserrío para madera que costó varios millares de pesos, pero que se halla cerrado. Las paredes están atadas con bejucos a algunos estantillos para que no se caigan todavía: el aparato (malacate) para subir las trozas desde el río saqueado y el resto de la maquinaria sufrió daños porque el piso quedó desnivelado o se ha hundido. La construcción es un desastre, por lo cual el aserrío solo funcionó unos pocos meses, trabajando madera de desecho, según decenas de versiones recogidas en el lugar.

La carrera “Mitu-Monfort es una trocha de barro con un kilómetro de extensión, por la cual pagaron un millón de pesos…”.

¿QUIÉN FISCALIZA?

Ante esta situación, la ciudadania ha pedido una investigación con el fin de que se establezcan responsabilidades de parte de los funcionarios comisariales relevados de sus cargos hace tres meses. Sin embargo, en la Contraloría General de la República -en Bogotá- una fuente oficial dijo: “hay grandes presiones a través de la Cámara de Representantes para evitar cualquier investigación en el Vaupés”.

Esta semana, varios estamentos de la ciudadanía enviaron mensajes al Presidente de la República para tratar, por su conducto, de que se realice allí cualquier acto tendiente a esclarecer una situación corrompida que viene de atrás.

NECESIDAD BÁSICA

Actualmente se cree que una base para la redención del Bajo Vaupés es la construcción de algunas vías carreteables (tramos de Villavicencio a San José: San José – Calamar y Calamar – río Vaupés) que empalmen con los ríos. Esto permitirá una sensible baja en los costos de la vida. Asimismo, permitirán la explotación racional de recursos como la madera y lograr cierta independencia de los transportes aéreos.

Finalmente, la actual administración del Vaupés cree que en los sitios fronterizos es urgente la organización de colonizaciones dirigidas que, sin acabar con los recursos naturales, permitan una realidad menos dolorosa que la actual.