LA CONQUISTA DEL DARIÉN

LA CONQUISTA DEL DARIÉN

Medio: El Tiempo

Fecha: 02 de julio de 1972

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Colombia continúa siendo colonizada con los mismos sistemas que se utilizaron a principios del siglo. Actualmente centenares de familias campesinas procedentes de regiones de latifundio en las cuales han perdido toda esperanza de ser propietarios, están entrando en nuestras selvas, donde cada día se inicia una nueva lucha a muerte, en la que generalmente la victoria es para el hombre…. aunque a un precio muy alto. En su obsesión por tener tierra propia, el colono solo cuenta con sus brazos, un hacha, un machete y una vieja escopeta olvidada.

Especialmente en los últimos treinta años, los colonos se han agrupado en dos clases definidas: una vanguardia que con sus manos convierte la manigua en potreros limpios, y un segundo grupo que viene tras ellos comprándoles las mejoras.

El verdadero colono está emigrando por este motivo en forma continua, y ellos mueren como empezaron: luchando con un bosque cada vez diferente, pero en el fondo igual; con los mismos peligros, las mismas dificultades y el mismo sudor. 

El colono colombiano ha llegado a tener un gran conocimiento de la selva y por eso puede sobrevivir en ella. Ha descubierto, por ejemplo, que para guiarse debe mirar siempre los palos, sobre cuyos troncos el musgo únicamente nace al norte y al sur. Como se defiende del sol, no crece a oriente y occidente y esto sirve para eliminar la tendencia que tiene el hombre, a caminar siempre haciendo circunferencias en el monte. Pero además, en el colono que no cuenta con ningún medio para la subsistencia, fuera del hacha y la escopeta, se ve toda la grandeza del género humano. Entre más desamparados estén, son más ingeniosos.

En el centro de las selvas del Darién se hallan las mejores tierras circundando tres pequeñas lomas que se llaman Las Aisladas. Esta semana 19 familias de campesinos que comenzaron a llegar solo en enero, y que, avisadas de que por allí pasará una carretera, se han dedicado a derribar centenares de árboles con la ilusión de hacerse ricos algún día. Nosotros seguimos de cerca su lucha diaria y encontramos un ejemplo de cómo se ha hecho Colombia. Esta es su pequeña historia.

A Lubin Giraldo (52) ya se le había olvidado gritar, pero cuando vio un rancho en medio de la selva, hizo un esfuerzo y lo logró: “Carajo, aquí hay gente…. Llegó gente”. Soltó la escopeta y salió corriendo, pero no encontró a nadie. En el piso había huellas de hombres y niños. Cortó una rama, la puso sobre la única mesita que encontró y regresó a su casa.

Él había llegado siete años antes (1962) y desde entonces vivía completamente solo en la inmensidad de la selva, de manera que, únicamente cuando rara vez salía hasta el pueblo unos tres días de camino, tenía la oportunidad de hablar con alguien.

Al atardecer, Irenio y Victoriano Doria, comenzaron a colonizar un mes antes creyendo que eran los primeros, hallaron la rama, experimentaron una sensación parecida a la de Lubin: “Aquí hay más gente, busquémosla… Ya no estamos solos”.

Transcurrió un mes. Lubin iba casi a diario a donde los Doria y les dejaba regalos, o le quitaba la corteza a un árbol para anunciar su visita; y los Doria. hacían lo mismo en casa de Lubin… Hasta que una tarde se encontraron cara a cara. Eran los primeros colonos.

PUNTO DE PARTIDA

Lubín trabajó como ayudante de cocina en un campamento de la carretera del Tapón del Darién, pero cuando se acabó el contrato, resolvió quedarse allí. “Era la oportunidad de tener tierra propia”. Con los mil pesos que había ahorrado salió al pueblo y compró provisiones. Luego, a la manotada de arroz que cogió del campamento, sumó algunas semillas de cacao silvestre que halló en la selva, y de plátano. Tumbó un par de árboles, construyó con ramas un rancho y al día siguiente sembró las semillas.

Hoy ha desmontado, solo, ocho hectáreas de selva y cosecha unas 12 cargas de maíz; tiene 250 matas de cacao y cuatro hectáreas con plátano. “También me traje un par de pollitos que me regaló Amparo, la mujer del negro José y hoy tengo 40 gallinas… Todo esto lo comparto con mis vecinos que comenzaron a llegar desde enero de este año. Son muy pobres, llegaron como yo… solo con el hacha y la escopeta y están haciendo sus fundos en la tierra que encuentran libre y que les va gustando”.

LÍDER MORAL

Lubín es para los colonos del lugar una especie de santo laico y se ha convertido en el líder moral de la región. Es a quien respetan y para saludarlo se quitan el sombrero. Él hace largas travesías de casa en casa llevando la comida que cosecha y atendiendo los enfermos de paludismo, enfermedad que azota la zona. Como el resto, cultiva lo necesario para alimentarse, porque hasta que no llegue la carretera no es necesario producir más. No hay por dónde sacar los frutos al pueblo, así que desmontan selva de sol a sol, para que la vía los pesque con una buena finca, lista para explotar.

LOS DORIA

A excepción de los Doria, todos los colonos han llegado atravesando la selva. La mayoría son del departamento de Córdoba, que habían colonizado antes en el Chocó, pero que tuvieron noticias de esta zona y vendieron allá sus pocas mejo- ras para buscar nueva suerte.

Los Doria perdieron su herencia en Unguía (Chocó) y una tarde tomaron con su canoa (la única del lugar) el Atrato, entraron por las lagunas y penetraron el Caño de Tumaradó:

“Nos gustó esta tierra, tiene agua, es plana y tiene loma. Es magnífica para cul- tivar. Hoy tenemos 180 hectáreas, más de la mitad limpias”.

Son dos hermanos con sus mujeres y sus hijos, que han logrado iniciar la ceba de unas pocas cabezas de ganado y viven de la pesca, la caza y la explotación de los frutales que cultivan. Por ser dueños de la única embarcación, se pueden dar el lujo de salir periódicamente a vender sus productos, que les suman unos escasos pesos. Los demás continúan esperando el milagro de la carretera. No son gente de agua.

UNICA LEY

La ley del colono es, “quien más agallas tiene, más tierra coge”. Y “lo que tiene uno, lo tienen todos”. Su política “es la del hacha y de la rula (machete) y somos vengativos solo con los caracoles”, árboles tan anchos que para darle la vuelta al tronco, deben, cogerse de las manos unos seis hombres.

LA BATALLA

La batalla con la selva es dura. Lubin encontró desde su primer viaje al pueblo, que la travesía por la zona pantanosa humedecía la sal y los alimentos. Entonces descubrió un árbol que da una leche parecida a la del caucho: la recogió en una olla, la cocinó, le echó azufre y al estar purificada la regó sobre unos costales de lona. Hoy los colonos fabrican en esta forma encauchados magníficos.

MUNICIÓN

Las cápsulas de las escopetas de los colonos son de cobre y sirven para ser “recalzadas” varias veces. Pero la munición es escasa, de manera que cuando van al pueblo compran toda clase de chatarra de metales blandos. Ellos la funden y la riegan en la tierra haciendo un hilo, que cortan cada milímetro, obteniendo un bloquecito. Cuando tienen varios, los meten en una botella y les dan vueltas, hasta que obtienen una diminuta esfera a la cual le dan el tamaño que necesitan. Con ellas rellenan la cápsula, que taponan con un papel en la punta.

Es difícil traer panela o azúcar del pueblo; entonces, algunos han cortado troncos delgados de maderas duras (abinge), los que redondean y amarran con bejucos. Los ponen sobre una especie de horquetas y les amarran palancas a manera de manijas… Allí muelen la caña que cultivan y fabrican luego la miel y la panela que necesitan.

Las pócimas de las mujeres embarazadas son a base de miel de abejas o de avispas. Ellos descubren los panales en los nudos de los árboles y extraen la miel, amarrándose trapos por todo el cuerpo. Con el limón, la miel es uno de los remedios básicos del colono: “Sirve para el dolor de oído, debilidad, enfermedades del estómago…”.

TRISTE FINAL

Hacen sus propios cigarros, cultivando el tabaco y luego poniéndolo a secar; y la Inea (maleza de pantano), la emplean para hacer esteras, que reemplazan al colchón.

El aceite de Canime (un árbol), es mezclado con sal y sirve para sanar las heridas… Las hojas de “capitana” y “contra-valdivia” hacen las veces de suero antiofídico en las picaduras de culebra; las hojas de ”matarratón” debajo de la gorra evitan la insolación…

Colombia ha sido hecha por hombres de esta talla que, sin ayuda de nadie, luego de dejar su vida en una colonización, la abandonan o pierden sus tierras porque, no saben cómo se titula una propiedad… o no les interesa. Piensan que todos somos iguales a ellos, honrados, rudos y sinceros; desprendidos entre sí y unidos por dos factores: el deseo de tener tierras, y el salvajismo de la lucha contra la selva.