EL LLANERO DE HOY NO ES EL MISMO DE AYER

EL LLANERO DE HOY NO ES EL MISMO DE AYER

Medio: El Tiempo

Fecha: 01 de mayo de 1969

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

En 150 años solo ha cambiado su sombrero: hoy no es de paja. Un invierno tardío que hizo florecer los totumos 4 semanas después.

Este año los totumos comenzaron a vestirse tarde. Apenas el 20 de abril en los palos resecos reventaron las primeras hojas que salen todos los años con los chaparrones iniciales del invierno araucano que en sus primeras semanas convierte la sabana en un estero de 23 mil kilómetros cuadrados, en el que los caballos caminan difícilmente con el agua hasta la panza.

Invierno tardío que demoró el trabajo del llano unas cinco semanas. Para esta época, apenas los ganaderos comenzaban a reclutar sus peonadas y el agua empezaba a ablandar la tierra. Sobre el suelo tieso del verano, el llanero no trabaja en la sabana. Con los días húmedos sufre menos por el piso flojo, y la vaquería se facilita más porque el ganado ya no está disperso buscando bebederos en diferentes sitios.

Si en 1819 el cielo se hubiera puesto por esta época del color de la lejía, a lo mejor la Campaña Libertadora hubiera tenido resultados diferentes en sus fases preliminares. Pero en aquel año, como generalmente sucede, las lluvias hicieron retoñar los totumos antes de comenzar el mes.

2.000 VAQUEROS

Cuando en las últimas noches de este abril de 1969 los murciélagos anunciaron el agua sin interrupción y los cucarrones asaltaron por millares las velas encendidas, en los hatos de Arauca estaban listos para comenzar su trabajo unos dos mil vaqueros.

En los primeros días de mayo la pradera estaba inundada hasta los topes, pues los ríos habían “botado” por espacio de una semana y media, y no se encontraba un solo punto de tierra seca para poner un dedo. Desde el aire el llano se ve gris en la mañana y verde cuando comienza a “escurrir”. El agua sale de los ríos por miles de partes formando chorriones parecidos a los que el viento deja en el parabrisas de un carro cuando llueve.

Abajo es un mar de un metro de profundidad que huele a barro las veinticuatro horas del día. Es un olor intenso al que los “guates” (forasteros) no se pueden acostumbrar durante las primeras semanas.

MAÑANAS GRISES

El valor dura poco porque en invierno la brisa, constante, se encarga de acabar con él. Las mañanas son frías y grises, Si no llueve los vaqueros parten con el capote de caucho a la cintura, amarrado por un pedazo de cabuya sobre la cadera. Se les puede ver en el contraluz de las nubes irse lentamente en busca de los rodeos de ganado que han de traer a los corrales del hato para separar, disponer su envío a los centros de ceba, curar y marcar los becerros con un hierro candente.

Sobre las diez están de regreso para el primer “golpe” del día: Aquí son solamente dos, uno a esa hora y el otro a las cuatro de la tarde. Alimentación bien balanceada a base de grandes cantidades de carne, arroz y topocho.

UNA PESADILLA

El llanero de hoy es posiblemente el hombre mejor alimentado de todo el país, aunque durante el verano, cuatro meses del año la medalla tenga otra cara, porque el trabajo en las haciendas se acaba. Entonces vuelve a los pueblos y vegeta. Es alérgico a la mano de obra: esta corta estación climatérica se convierte todos los años en su pesadilla.

En 1969 su “modus vivendi” ha variado poco en relación con las fechas de las grandes batallas por la libertad. Aquellos jinetes de Páez y Rondón están aún corriendo sobre las inmensas sabanas plagadas de garzas rojas, blancas y azules, con su “tuco” (pantalón) hasta la rodilla, su pie descalzo alrado por una espuela y su torso desnudo.

SOMBRERO DE FIELTRO

La indumentaria es igual a la de los años 19 con la única diferencia de que el sombrero, la prenda más importante después del “tuco”, ya no es de paja sino de fieltro.

El llanero de esta segunda parte de nuestro siglo no usa la lanza. En los hatos araucanos es muy difícil, casi imposible, hallar esta arma que dio nombre propio a las victorias del Pantano de Vargas y Boyacá rebanando enemigos.

EL LANCE AL TIGRE

El cuchillo y el revólver la han suplantado, más como herramientas de trabajo que como armas. En algunas regiones aún se utiliza para el “lance al tigre”, hazaña que solamente se ejecuta en este rincón del país.

Consiste en esperar rodilla en tierra el zarpazo de la fiera, mientras la lanza, apoyada en el suelo contra la rodilla derecha, se sostiene con la mano. En su “vuelo” tras el hombre, la fiera es traspasada. Este sistema de caza es practicado solamente por alarde de valor. Constituye una demostración de la bravura del vaquero, que a través de los años se conserva igual. “Nunca rete usted a un llanero, porque entonces no lo detendrán ni el Caribe, ni los caños crecidos, ni los tigres… es un hombre altivo ante la provocación”. Este retrato hecho a la ligera por un ganadero, parece resumirlo todo.

PACTO CON EL DIABLO

Las espaldas del vaquero brillan en la resolana bañadas por el sudor que escurre copiosamente por entre las hendiduras que forma su anatomía musculada y fibrosa… En su medio son extrovertidos y aferrados a sus creencias. Esa imagen que se tiene en Colombia del llanero en cuanto a sus supersticiones parece no haber desaparecido actualmente, aunque las apariencias iniciales sean contradictorias…

“Los pactos con el diablo los hacían los viejos, Hay ya no existen”, comentan sentados en las janugas de la pesebrera cuando ha terminado la labor del día, mientras la lluvia torrencial que caerá por once horas continuas repica en las tejas de lata.

“Eso de enterrar un becerro en la puerta del hato cuando se funda, tampoco se hace”, admiten todos. Pero más tarde hablan de los duendes con una seriedad que contagia. Las anécdotas que “prueban” su existencia, desfilan hasta la medianoche.

OTRO ESPÍRITU

“La bolefuego… ¿usted vio la bolefuego la noche que venía para acá? Es un espíritu que salta por todo lado: el que se quede mirándolo se pierde en el llano… cuando uno va caminando no debe ponerle cuidado, porque se pierde. Usted la vio. La bolefuego existe”.

La primera noche de travesía, la “bolefuego” había aparecido muy cerca del campero que atravesaba caños y terrenos que comenzaban a anegarse, agitando el barro y atrayendo nubes de cucarrones que perseguían las farolas… Cuando comenzó a oscurecer y las llamaradas salieron por todas partes, los vaqueros distrajeron su mirada. Uno de ellos se quitó el sombrero.

Más tarde don José María Cisneros, uno de los ganaderos más importantes de Arauca, comentó: “Son gases que despide la tierra con las primeras lluvias, y si el caminante sigue las llamas, que aparecen en diferentes lugares casi al tiempo, le hacen perder la orientación”. Y esto es muy grave en una noche de lluvia, porque “llanero no toma caldo ni pregunta por el camino”.

LA NATURALEZA

El ejército de desarrapados que atravesó Arauca y Casanare en un invierno como este, que apenas comienza, tenía una indisciplina que hoy ha desaparecido en estas regiones donde se cumplen al pie de la letra las leyes de la naturaleza. Santander describía esta parte del llano como “una provincia sin comercio, sin industria y sin agricultura, donde los pueblos dedicados a la cría de ganado cultivan lo puramente necesario para el consumo”.

Las frases se pueden aplicar hoy casi al pie de la letra, cuando el precario co- mercio solo está estimulado por las magníficas carreteras venezolanas que llegan hasta las puertas de Arauca produciendo un contraste con las calles fangosas y ahuecadas de la capital comisarial, que inspira vergüenza… Arauca es una ciudad de bellas mujeres en minifalda, con los pies embarrados.

CAPOTEROS

“Aquí el trabajo no tiene ninguna ciencia. Lo único que se necesita es valor y habilidad para la vaquería”, dice don Pedro Pablo Cisneros cuando los jinetes parten en busca de varias “mandas” (manadas) de ganado para apartar.

Al llegar al hato su único equipaje era una capotera de tela dentro de la cual guardan un chinchorro, un mosquitero y una cobija, prendas por las que los jinetes de Páez hubiesen dado la vida durante la campaña.

El salario medio durante el invierno es de 80 pesos para el vaquero “a pie” y de 120 para el montado (que se alquila con caballo). Comparado con el resto de Colombia debe considerarse alto. “Sin embargo, esta gente no ahorra nada. En la época de lluvia, buena vida. En verano, escasez tremenda oculta tras una cortina de orgullo que nunca ha dejado que en esas regiones las gentes pidan. Esta es la única parte del país donde no se ve un limosnero.

LOS HIJOS

El promedio de hijos por hogar es de siete “pero engendrados con una mentalidad diferente a la del campesino de otras zonas, donde se piensa que a más hijos más manos de obra y más salarios para la familia”. Dentro del marcado egoísmo, que hallan los observadores radicados allí, el llanero araucano es a la vez generoso. La contradicción se nota en todos los aspectos de su personalidad, que para los habitantes del resto de Colombia bien puede calificarse de incomprensible.

Es creyente religioso, pero piensa en espantos y en que cuando una culebra pica hay que “ensalmar” a la persona. No es indiferente a la religión, pero la mezcla con principios que están arraigados a través de decenas de generaciones, Adora a sus hijos, pero los trata con rudeza.

MATRIMONIOS

Arauca es la región del Llano donde se registra el más elevado índice de matrimonios campesinos. Algo más de un cincuenta por ciento de las uniones efectuadas por la población rural han partido del altar. De otra parte, los bautizos y confirmaciones son recibidos por todos, aunque la edad no apremia para “echarse al agua”. El indice de criminalidad es exiguo. Se recuerdan las guerrillas con tristeza y un poco de odio. Empero, es un tema “con mucha tierra por encima”, que después de sufrido en carne propia “no puede volver, porque la gente ya no camina para eso”.

BASES DE VIDA

Pese al vasto territorio y a las distancias extraordinarias, tiene como una de sus principales preocupaciones la educación de los hijos. Por esto se calcula que menos de un 10 por ciento de la población (23 mil habitantes) es analfabeta. El llanero de 1969 descansa sobre las mismas bases de vida, de costumbres, de mentalidad, que aquellos que marcharon con Bolívar. Lo único que ha cambiado en él es el sombrero que no es de paja, y la lanza que solo existe en el recuerdo.