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Enviado Especial

Durante diez años como cronista del diario El Tiempo, recorrí el país desde La Guajira en el extremo Norte de El Caribe, hasta la Amazonía: Leticia, La Pedrera, Tarapacá… Nariño, El Putumayo Caquetá. O desde El litoral Pacífico en su extensión: Río Mira y El Ancón de Sardinas a Punta Ardita y Cocalito, y de allí hasta el Orinoco y el Rio Negro en los límites con Venezuela y el Brasil, porque sabía que para plasmar una historia es imprescindible hacerlo en los mismos lugares donde ha ocurrido.

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Miles de kilómetros en avión, en carro, en mula, muchas veces a pie, para captar la vida en un país de culturas disimiles, maravillas y contradicciones a la vez, y por tanto, me impresionaba el panorama de la televisión nacional, donde periodismo eran dos programas con entrevistas personales dentro de un estudio.

 

Entonces no tenía conexiones con aquel medio, pero tiempo después, una mañana recibí el llamado de uno de los dueños de Cromos, la tradicional revista de modas y acontecimientos sociales.

 

¿Yo director de aquello?, me pregunté, pero luego entendí que, sí, que desde luego: aquel podría ser mi camino a la televisión.

 

 

En el encuentro con Fernando Restrepo, uno de los dueños de Cromos y a la vez, socio de la Productora RTI Televisión —entonces la más importante del país—, le expliqué cómo siempre había orientado mi trabajo, el conocimiento de esa Colombia humana y muchas veces contradictoria, diversa, pero a la vez de nieve y de desiertos, de llanuras y montañas que parecían alcanzar los cielos.

 

No hablamos de Cromos. Él escuchaba y e una pausa le dijo a su secretaria,

 

— Comuníqueme con Fernando.

 

Fernando Gómez Agudelo, el hombre más importante que ha tenido nuestra televisión en su historia.

 

Difícil de creer que Fernando dejara su sede y viniera hasta un edificio contiguo al suyo.

 

Solo el verlo allí, me impresionó muchísimo, por su historia, por su visión de la vida, por sus capacidades. Por su imagen de hombre fuera de serie.

 

Con él se repitió el diálogo: la Colombia intocada y por tanto insospechada. Aquel país poblado por seres valientes pero ante todo inteligentes y capaces, que contratan “lloronas” para acentuar un duelo, o tocan arpa y bailan zumba-que-zumba en los funerales de los niños (“entierros de angelito”), para agradecerle a Dios que se los hubiera llevado antes que condenarlos a este mundo de dolor.

 

Fernando Gómez Agudelo era la televisión: cuando tenía veinticinco años fue recomendado para ejercer el cargo de director de la Radio Nacional: era uno de los más famosos melómanos de Colombia y fue presentado al presidente  Gustavo Rojas Pinilla que recién comenzaba a gobernar.

 

Fernando lo escuchó y finalmente le dijo:

 

— Dentro de un año, Colombia no solo escuchará su discurso sino lo podrá ver en sus casas. Hay que traer ya la televisión a Colombia.

— ¿Televisión?…

 

Viajó a los Estados Unidos donde lo guió su hermano el científico, se sumergió en ese mundo, planteó los primeros pasos en el ámbito técnico, pero una de sus conclusiones fue que nuestra montañas descomunales impedían el tránsito de las señales para cubrir al país. No existían los satélites y era necesario idear la manera de desafiar las cumbres.

 

— ¿Solución?

 

Viajar a Alemania — otra cara del mundo de la tecnología— y allí, con la ayuda de ingenieros y expertos llegó finalmente a la solución:

 

Idear una serie de plantas que se llamarían “repetidoras” y ubicarlas en lo alto de ciertas montañas, de manera que la señal se desplazara a todos los rincones de Colombia sin interferencias.

 

Cuando Rojas Pinilla cumplió su primer año de gobierno, el país lo escuchó y lo vio frente a sus caras.

 

Fernando Gómez Agudelo tenía ahora veintiséis años.

 

La reunión en la dirección de la revista Cromos fue rematada con una frase de Fernando mirándome con fijeza:

 

— Quiero que te vincules a RTI Televisión… Tu programa se llamará, ENVIADO ESPECIAL.

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