CRUZAR EL DARIÉN, TODA UNA NOVELA

CRUZAR EL DARIÉN, TODA UNA NOVELA

Medio: El Tiempo

Fecha: 28 de abril de 1972

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Cuando Estela saltó desde el tejado de la cárcel panameña, una de las secciones de la expedición inglesa atravesaba justamente la callejuela de Pacuro. Ella se deslizó unos diez metros y logró colocarse entre los barbados británicos, que no la rechazaron. Así comenzó a vivir una nueva aventura, desde cuando se voló de su hogar.

Estela es una ecuatoriana de 17 años que, a raíz de una serie de problemas con sus padres, resolvió enrolarse en una excursión de aventureros que partió desde Quito hasta el Perú. Pero de allí fue devuelta, así que pensó entonces irse hasta Centro- América a través de Colombia.

Cuando finalizaba el año pasado, llegó a Pasto, viajó a Cali, Medellín y Turbo, donde se embarcó en una lancha que penetró el Atrato y desvió por el río Cacarica. En 12 días de camino, solo, atravesó “la trocha de los contrabandistas” en plena selva y salió a Paya.

Allí conoció a un guardia panameño que vino a comprar aguardiente colombiano, y se fue con él sentada en una mula hasta Pacuro (Panamá), donde terminó en el calabozo por falta de papeles de identidad. Ella les contó más tarde a los miembros de la comisión colombiana en la expedición del Darién, que permaneció “un buen tiempo” en aquella cárcel, donde diariamente pedía a gritos la libertad. Una mañana, como la Guardia Nacional no la escuchó, escaló una pared, subió al tejado y… ahí está: los ingleses.

La mujer marchó desde ese momento en la sección más difícil de la expedición, la de reconocimiento, mientras más atrás, en la de ingenieros, lo hacía Erude Martinez Espitia (47), un colombiano de San Pelayo que trabajaba en Turbo y a principios de este año, atraído “por los dólares de Panamá”, tomó también la trocha de los contrabandistas. Al salir al país vecino fue apresado por “clandestino” (indocumentado) y fue enviado a pagar una “pena” de trabajos forzados.

Martínez, como la muchacha ecuatoriana, fue incorporado por los ingleses al grupo, en el cual ya eran grandes las deserciones por enfermedad, y trabajó como machetero y como ayudante del operador de una sierra eléctrica para cortar grandes árboles. Para el mayor John Blashford Shell, comandante del “paseo”, fuera de ser un gran trochero, Martínez salvó la vida de un ingeniero inglés, después que una serpiente mapaná “le hizo cuatro viajes para picarlo”.

LA ORGANIZACIÓN

Solo con una organización como la que tuvo la expedición inglesa es posible atravesar la difícil zona selvática y pantanosa del Darién. Desde el momento de la salida en Panamá, a la cabeza marchó un grupo de unos 10 hombres que conformaban la sección de reconocimiento. Eran “Los Caminadores”, acompañados de guías en cada tramo, y por efectivos de la Guardia Nacional, en Panamá, y del Ejército de Colombia. Ellos marchaban adelante para estudiar las condiciones del terreno y determinar la ruta que debían seguir las demás secciones de la expedición. Posteriormente devolvían a uno o dos miembros, quienes, a la vez, guiaban al resto. El tramo de reconocimiento era muy duro y periódicamente sus miembros eran relevados y llevados a descansar a la base de operaciones y aprovisionamiento que funcionaba en La Palma (Panamá).

A 8 días de camino marchaban luego dos secciones de ingeniería, encargadas de colocar puentes portátiles y abrir una trocha de unos 4 metros de ancha. Esta sección recogía grupos de macheteros que había reclutado la sección de reconocimiento, y que posteriormente manejaban las sierras eléctricas, hachas y “peinillas”.

Más atrás, a un día de camino, comenzaba la sección de vehículos con un campero liviano que en ocasiones hacía las veces de bulldozer. Con 24 horas de diferencia marchaban finalmente los dos carros pe- sados, ayudados por el resto de la expedición y guías de las regiones, que colaboraban en su difícil marcha a través de la selva.

El grupo de científicos nunca marchó con las columnas de exploración. Ellos iban de caserío en caserío y se transportaban en canoas y helicópteros a los sitios que determinaba la sección de reconocimiento, de acuerdo con su especialidad.

COMUNICACIONES

Todas las secciones estaban interconectadas por medio de radioteléfonos, y también con la base de abastecimientos y descanso en Panamá, a través de un buque de la Armada Nacional que se movía en sitios más o menos cercanos a las zonas por las cuales cruzaban.

La participación colombiana se dividió en dos etapas. Una columna de infantería que tuvo como misión la seguridad, reconocimiento de terrenos en nuestro país y enlace con los campesinos y colonos de las regiones.

La segunda, decisiva y sin la cual a la expedición no hubiera podido entrar hasta Turbo, era el buque hospital “Teniente Hernando Gutiérrez”, comandado por dos oficiales, dos suboficiales y doce grumetes.

El buque fue utilizado como base de operaciones en la zona colombiana sobre el río Atrato, y en él se embarcaron tres oficiales ingleses para la coordinación por radio. Esta base móvil se desplazó continuamente entre Turbo, Sautatá (una población en el Atrato) y Lomas de Rumie en el río Perancho, que se interna un tanto en el Darién.

Al mando de un capitán de la infantería, la tropa colombiana había habilitado previamente un aeropuerto abandonado en Sautatá, que sirvió durante la operación como sitio para que un pequeño avión británico trajera comida y enseres desde Panamá. El buque tomaba la carga allí y la llevaba a Lomas de Rumie, donde cargadores y mulas se internaban hasta la selva para abastecer a los expedicionarios.

Pero aparte de esto, tal vez las misiones más importantes del buque eran mantener comunicaciones permanentes con Panamá, Medellín y Bogotá, enlazando así a las secciones que avanzaban en la selva.

Por otra parte, efectuó misiones de reconocimiento en el último tramo del recorrido, y estableció el terreno por donde debía entrar a Urabá la expedición. A su vez, la infantería había determinado en la etapa anterior los sitios que serían utilizados en la selva, para así empalmar sin grandes problemas la travesía por Colombia.

¿TIERRA FIRME?

Inicialmente el buque incursionó por las ciénagas de Tumaradó, sobre la margen derecha del Atrato, avanzó hasta la última, de cuatro muy cercanas, y desde allí se inició la exploración de una gigantesca área pantanosa, buscando la mejor ruta para el desplazamiento de los carros.

Para el mayor de la Infantería de Marina, Carlos Duque Salazar (35), el verdadero tapón es este, pues presenta terrenos mucho más difíciles que la misma manigua. Los pantanos, que son más o menos un mar interminable de agua descompuesta y maloliente mezclada con un lodo diluido color pardusco, están cubiertos por vegetación muy baja, y el agua llega hasta los hombros de una persona que se meta allí.

“Están plagados de babillas (caimanes pequeños), peces temblones, rayas y nubes de zancudos anofeles que lo castigan a uno a toda hora. Allí el clima es húmedo y sofocante y recorrimos por él unos 35 kilómetros en bote de motor. Pero vimos que era imposible encontrar tierra más o menos firme. Así que regresamos al barco y buscamos otro camino para la expedición”.

Mientras tanto, en la selva, el mayor Luis Patrón Gómez, al mando de una patrulla de infantería, culminaba 20 días de incesante trabajo en el mismo sentido: hallar sitios de piso consistente por dónde avanzar. Ellos hicieron el reconocimiento de cuatro posibilidades, recorriendo unos 80 kilómetros de la selva “más tupida y sofocante que he visto en mi vida”. Finalmente descartaron tres “caminos”, pues el piso en ellos “era fangoso, pantanoso e imposible para el paso de los vehículos”.

“Otros eran ondulados o rocosos. Finalmente hallamos la ruta que va desde Punto de Letras, en la frontera con Panamá, hasta el río Tule, cayendo luego al Cacarica y siguiendo después a Batatilla por la loma de un filo montañoso”. De Batatilla en adelante el reconocimiento estuvo a cargo del mayor Duque, de la Infantería de Marina, y otros tripulantes del buque de la Armada Colombiana.

POR FIN UNA SOLUCIÓN

Mientras tanto, el mayor Duque y la tripulación del barco parecían haber encontrado la solución final para el ingreso a Urabá. El buque se desplazó por el Atrato hasta la boca del río Tumaradocito. Duque inició el reconocimiento en un bote de motor. Subió por el río unos 80 kilómetros en busca de la tierra. firme… “No importaba que esta fuera un poco pantanosa, pues los carros marchaban bien en capas no muy profundas de barro”.

El desplazamiento por el río fue muy lento. Decenas de árboles derribados eran gran obstáculo y cada media hora o menos debían echar pie a tierra y cargar con el bote a las cestillas. A partir de “La Primavera” iniciaron un penoso recorrido a pie por la selva y hallaron allí el terreno satisfactorio.

“Aunque en una selva oscura a la que no penetra el sol, el piso era firme. Los árboles no eran problema, la sección de ingenieros se las entendería con ellos”. Sin embargo, esta ruta apta representó un desvío de unos 170 kilómetros no previstos para la expedición. Luego de salvar la ruta, halló el río Tumaradocito, completamente limpio.

Los ingenieros que marchaban adelante volaron con dinamita los árboles atravesados, y en la parte selvática hicieron zumbar sus sierras eléctricas en troncos de árboles delgados y muy altos. La comisión, esta mañana, descansaba por último día en Medellín, antes de continuar por América del Sur. Allá llegarán solo 9 hombres. El resto marchará a Inglaterra, donde serán editados varios libros sobre esta expedición científica, la más apasionante que se ha vivido en Colombia.