EL TAPÓN DEL DARIÉN: UN MITO QUE SE DERRUMBA

EL TAPÓN DEL DARIÉN: UN MITO QUE SE DERRUMBA

Medio: El Tiempo

Fecha: 25 de junio de 1972

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Portada:

La carretera del Tapón del Darién comenzará a construirse en los primeros meses del año entrante. La ingeniería colombiana, después de 15 años de intensos trabajos, de estudios ecológicos y de suelos ha logrado imponerse a una de las zonas más difíciles de la geografía americana.

Hoy, el Tapón no representa ese rincón impenetrable de América, que la mantuvo históricamente desvertebrada. Está formado por una selva de piso húmedo y blando y por un pantano que se aleja mucho de la imagen que los excursionistas han creado en torno suyo: son 22 kilómetros de agua tibia y cristalina que desde el aire se ven tan planos y tan amarillos como los Llanos Orientales en verano.

Abajo el agua llega a quienes se aventuran a atravesarlo, un poco más arriba de la rodilla… Y no está sembrado de temibles serpientes, ni arañas venenosas ni agresivas anguilas (temblones). Por lo menos, nuestro enviado especial, Germán Castro Caycedo no vio absolutamente nada durante una larga semana de travesía.

Interno:

Poco a poco aquel cielo opaco de las seis de la mañana se fue rompiendo y aparecieron más arriba de las nubes color de lejía, alargados agujeros azul-claro que, después supimos, auguraban un día espléndido, con abundante sol y visibilidad “ilimitada” para volar.

Un minuto y medio después de la hora convenida, escuchamos el zumbido intermitente del helicóptero que se posó sobre la pista de aterrizaje de Chigorodó, levantando una tenue capa de polvo con el vendaval de sus aspas. La tierra estaba allí seca, lo que quería decir que adentro, en el primer tramo selvático, el piso podría estar blando, pero no inundado.

LA VÍSPERA

Cuando sobrevolamos los 90 kilómetros por los cuales se construirá la carretera del Tapón del Darién – parte de los cuales cubriríamos ahora a pie – en la zona de selva habíamos visto, sin embargo, cómo allá abajo, en los cortos tramos de la trocha que sobresalen en medio de los apretados árboles, la luz brillaba sobre charcos de agua quieta y ennegrecida que, pensamos, podrían ser profundos.

Pero los huecos del cielo, y la tierra que rodeaba al helicóptero hicieron que el ingeniero Pablo Castillo, director del proyecto y de los estudios para la primera parte de la carretera, esbozara una sonrisa: “La trocha va a estar perfecta; será una jornada muy fácil”, dijo, y se metió en la carlinga, al lado del piloto.

Nuestras caras de incredulidad contrastaban con la experiencia de Castillo que, al lado de un puñado de ingenieros colombianos, en 15 años de recorrer estas selvas, de dejar parte de sus vidas allí sepultadas y de minar su salud, han permitido que ahora, el Tapón esté completamente dominado y que la carretera sea una realidad.

SOLO LA IMAGEN

El helicóptero, que en adelante zumbó continuamente sobre nuestras cabezas, más arriba de los árboles que forman un techo verde Oscuro por el cual generalmente no penetra el sol, nos trasladaría inicialmente hasta Barranquillita, un caserío de ranchos pajizos que se levanta a lado y lado de los primeros kilómetros de la carretera del Tapón.

Ya se han construído nueve mil metros, desde la vía Medellín-Turbo hasta más a- delante del río León, y el amplio puente de concreto que lo cruza, nos serviría como base fija para tanqueo del helicóptero y abastecimiento.

Ahora se trataba de recorrer a pie los kilómetros de camino construído y meternos por la trocha (de unos 10 metros de ancho), abierta por la firma de ingenieros “La Vialidad”, que realizó los estudios para la primera etapa de la carretera.

Exactamente por donde va esta trocha, levantará la vía que ha de comunicar los tres bloques americanos, hoy aislados por una región húmeda, en buena parte boscosa, pero en todo caso no impenetrable, como se nos ha presentado insistentemente.

Precisamente por esto, cruzar hoy el Tapón del Darien no constituye ninguna proeza. La ingeniería colombiana ha derrotado su “ferocidad” de la cual solo queda la imagen creada por raidistas y aventureros que se internan periódicamente en la zona.

POR TIERRA Y AIRE

La travesía fue planeada para recorrer varios tramos en los cuales se vieran las diferentes clases de pisos, y finalizaríamos en el verdadero Tapón, que comienza a unos 38 kilómetros de Barranquilla y va hasta las riberas del río Atrato. Amplias zonas se cubrieron a pie entre los diferentes campamentos construidos por los ingenieros que realizaron los estudios, en los cuales hay helipuertos hace varios años; otras por aire, cuando los técnicos de la comisión estimaban que el piso estaba plenamente observado y había que buscar más adelante condiciones diferentes.

TRES TRAMOS

En el vuelo de la víspera observamos detenidamente la zona durante un par de horas. Se compone de tres tramos el primero de los cuales entre el río León y las lomas de Las Aislada. Es selvático y totalmente plano.

El tercero, del río Atrato hasta Palo de las Letras en la frontera con Panamá, es ondulado, selvático también y de piso muy seco. Entonces el verdadero ‘Tapón’ está constituído por un tramo de 22 kilómetros, entre Las Lomas y el Atrato.

ALGO DIFERENTE

Cuando en nuestro “vuelo de reconocimiento” los pantanos aparecieron bajo el patín del helicóptero que se mecía suavemente por las corrientes de aire, nos llevamos una gran sorpresa: el Tapón no es selvático. Se trata de una gran sabana cubierta por vegetación muy baja y millares de matas de palmiche, amarillentas y parduzcas como el resto de la maleza que las circunda.

Abajo no se ve brillar el agua con el sol y da la impresión de que uno está volando sobre los Llanos Orientales durante la época de su achicharrante verano. Al regreso, el paisaje se rompió solo por tres pequeñas lomas que son las que harán posible atravesar el pantano con una gran carretera.

COMIENZA LA SELVA

Un poco antes de las siete de la mañana de este 12 de junio, habíamos llegado al final de lo que se ha construido de la carretera y la primera sensación de estar de cara a la selva, fue el chasquido del barro bajo nuestros pies. En un segundo estábamos rodeados por grandes árboles y el sol se había perdido allá arriba. Las botas se hundieron suavemente, lentamente entre el fango y pararon solo cuando este nos llegaba arriba de las espinillas. La trocha se veía muy amplia a lado y lado, pero en el centro había crecido una maleza cerrada que en algunas partes nos hacía perder la columna de hombres que marchaba adelante.

Es muy difícil caminar en la selva. La marcha resulta agotadora porque se avanza saltando sobre los palos que rebosan entre el barro, o buscando las escasísimas piedras para afirmar el pie, o las zonas más duras que los guías han señalado y que conocen por el color del agua.

Sin embargo, la gran dificultad de mantener el equilibrio para no caer a cada paso fue solucionada por la experiencia del doctor Castillo. El ordenó que los guías cortaran unas varas, las cuales utilizamos durante toda la semana como “bastones”, sobre los cuales nos apoyábamos continuamente.

COMIENZO LENTO

Tres horas después de haber iniciado el recorrido, en el cual sentíamos arder el sol sobre la cabeza y las espaldas muy pocas veces, habíamos avanzado sólo unos seis kilómetros. Marchábamos en fila india, uno muy cerca del otro, en silencio, y el único ruido salía de nuestros propios pies, succionando entre el barro. Algunas veces escuchábamos también los alaridos de decenas de pájaros extraños y micos agazapados muy arriba, entre el follaje.

En adelante solo recordamos el olor a musgo de pesebre que tiene la selva, la fragancia de las flores silvestres que llega por oleadas mezclada con el olor de nuestro propio sudor, y el ligero sabor a pantano que tenía el agua tibia de la cantimplora, mezclada con ácido cítrico para cortar la saliva espesa y pegajosa.

VAYA FÍSICO

Las jornadas siguientes fueron menos lentas. Sin embargo, durante la primera hora de camino del segundo trayecto, los músculos demoraron en estirar por el mal trato del día anterior. Las plantas de los pies estaban igualmente resentidas por el impacto de los saltos sobre pequeños trozos de palo o piedras.

En los últimos metros, cada día la fatiga era inmensa y resultaba muy difícil trepar por los enormes troncos de los árboles derribados, que se atravesaban de lado a lado de la trocha. La mayoría eran sólidos “caracoles” que en la parte más gruesa nos llegaban hasta la altura del pecho. En esta zona de 29 kilómetros iniciales, lo más difícil fue nuestro propio estado físico, desadaptado a este tipo de esfuerzo.

Cuando terminamos de recorrer todo el trecho y llegamos a Las Lomas Aisladas, los ingenieros habían sacado una sola conclusión: se trata de un piso blando, cubierto por una capa de barro que nunca pasa de 40 centímetros de espesor, pero con grandes zonas secas, donde hay drenajes naturales (caños o pequeñas quebradas). Estos 40 centímetros se hallan en los “bajos”  donde el agua no puede correr (drenajes defectuosos), y donde el continuo paso de las mulas de los colonos que viven en el centro de la selva, han amasado el barro dejando un terreno agotador en el cual con frecuencia se quedan las botas enterradas.

Aquí, se comenzará construir, en los primeros meses del año entrante, el primer tramo de carretera. Para los ingenieros, la obra “no es nada del otro mundo”. Se trata de abrir una gigantesca zanja que será rellenada con material duro, y luego se levantará una “banca” sobre la cual se deslizará el tráfico.

EL TAPÓN

La imagen que yo tenía de los pantanos que hay más allá de Las Aisladas, puede seguramente ser parecida a la de la mayoría de los colombianos que hemos seguido las declaraciones publicitarias de “descubridores” del Darién, que surgen periódicamente: “una zona de maleza, llena de barro en descomposición, verdoso, maloliente, plagado de rayas, temblones y culebras…”.

Nosotros estuvimos en un sitio aledaño al “Terraplén de la Reina”, donde se presume que el pantano es más hondo, y nos convencimos de que allí la gente no desaparece como absorbida por arenas movedizas. Decenas de comisiones de ingenieros han penetrado anteriormente por allí y hecho perforaciones. Han traído muestras del piso y las han estudiado en laboratorios, como a lo largo de todo el trazado.

El Tapón, para nosotros 5 resultó tan diferente abajo, en sus entrañas, como unos días antes desde el helicóptero. Cubierto por una maleza que no va más de dos metros arriba de la superficie del agua, huele generalmente al perfume de las flores y los lotos que abundan en él. El agua en ningún momento nos cubrió las piernas: es cristalina, tibia, y resulta confortante ante el calor salvaje del valle, expuesto en esta época al sol vertical del trópico.

Caminar allí es aún más difícil por el agua, el piso esponjoso y los tallos gruesos parecidos al de la caña de azúcar- que sobresalen como afiladas bayonetas después de la labor de limpieza de los trocheros que marchan adelante abriéndose paso con sus machetes.

Sin embargo, para los técnicos colombianos, “el pantano tampoco es nada del otro mundo”. Su piso tiene en la superficie un colchón ligero de raíces y hojas en descomposición, y luego dos metros de capas blandas (barro o arcillas). Inicialmente, “La Vialidad” ha propuesto varias fórmulas para construir este tramo de carretera. Todas consisten más o menos en abrir una zanja luego de drenar, y rellenarla con material duro, unos tres metros hasta llegar a la superficie. De allí para arriba se construirá la “banca” de la carretera, también con materiales rocosos.

LAS AISLADAS

Para los ingenieros del Ministerio de Obras Públicas que inspeccionaron la zona con nosotros, las lomas de Las Aisladas “son una bendición”. Se trata de tres montículos de poca elevación, cubiertos de selva y ubicados un poco antes de comenzar el pantano. Solamente la más grande de ellas tiene un volumen de unos 174 millones de metros cúbicos de roca y tierra, mientras que para el relleno del pantano son necesarios solamente 7 millones.

Hoy, cuando todas las clases de pisos están estudiadas y definidos los sitios por donde pasará la vía, el Tapón del Darién ya no es “algo infranqueable”. Atrás ha quedado la labor de la ingeniería colombiana, que durante tres lustros de sudor (que hace ver permanentemente la selva turbia), de fatiga increíble por las largas caminatas, de calor abrasador, ha hecho posible que usted, si quiere, atraviese sin mayores problemas el Tapón y rompa como ellos, y como nosotros, el mito que se ha creado en torno suyo.