La ingeniosa operación con la que se desmanteló al ‘clan del Golfo’ (Germán Castro Caycedo para El Tiempo)

La ingeniosa operación con la que se desmanteló al ‘clan del Golfo’ (Germán Castro Caycedo para El Tiempo)

El Clan del Golfo y la caía de su primera estructura de mando, también fue tema de investigación de Germán Castro Caycedo en su libro ‘Una verdad oscura’. Así presentaba su libro en El Tiempo el periodista y escritor colombiano:

‘Una verdad oscura’ es un clásico de narrativa de no ficción en el tono de la investigación actual: imaginación, creatividad, el universo digital, utilización de puntos capaces de ubicar objetivos a lo ancho de la geografía, ingeniería social, el firmamento satelital. Soportes del servicio de inteligencia e investigación criminal de la Policía de Colombia, uno de los más destacados del continente.

Sin acudir a escenas de violencia, sino con las historias que superan cualquier relato de ficción, esta narración fluye con base en el suspenso que plantean sorpresas de la realidad, gracias a lo cual el autor logra secuencias que se van hilando con un ritmo cada vez más intenso.

El libro revela parte de la historia secreta de una operación con pocos antecedentes en Colombia que ha logrado en los dos últimos años la captura de 1.600 delincuentes de la organización clandestina más grande de las últimas épocas: el ‘clan del Golfo’.

Los métodos de la Inteligencia policiaca bien pueden asimilarse a una versión del espionaje moderno en el que el ingenio del colombiano supera a los demás.

Apartes del relato de ‘Una verdad oscura’

Espionaje: ¿Cómo localizar a un sujeto de gran peligrosidad del que los agentes no conocían su nombre ni su figura, ni siquiera el perfil de algunos de sus hábitos? En dos palabras, era un cabecilla clandestino, una verdadera sombra, como se referían a él los agentes de Inteligencia de la Policía, pues nadie creía haberlo visto y con lo único que contaban era una fotografía de los archivos de la Registraduría Nacional tomada décadas atrás.

Para no ser localizado, él vivía solo. Jamás visaba hacia dónde ni de dónde venía. Iba a ver a sus hijos al campo de fútbol. Pero nunca se anunciaba: los observaba desde lejos.

La esposa pareció inicialmente uno de sus puntos vulnerables. Pero, cuando iba a encontrarse con él, cambiaba hasta cinco veces de transporte. Unas veces al atardecer. Otras a la madrugada. Se detenía de forma intempestiva en alguna autopista, dejaba el auto, atravesaba el separador, allí la recogía una moto, otro coche, un taxi, avanzaba un trecho más y luego repetía la operación anterior.

Tras las primeras semanas de investigación, las cabezas del equipo encargado de localizarlo tuvieron referencias que los llevaron a calcular que aquella sombra se disfrazaba de mujer, de anciano, de mendigo, algunas veces llevaba pasamontañas. Y cambiaba siempre de identificación: cargaba cédulas falsas con la misma fotografía antigua y defectuosa.

Usaba pelucas, barba postiza, negra, castaña o canosa, gorras, sombreros… Solo una cosa parecía caracterizarlo: el resto de su indumentaria era de marca. Al parecer, iba a mercar solo y, cada vez, a un lugar diferente.

Inicialmente, el grupo de Inteligencia identificó a las personas aparentemente cercanas a aquella sombra, comenzando por precisar la rutina de cada una, dónde vivían, por qué lugares se movían, en qué andaban. Cómo andaban. Con quién o con quiénes lo hacían.

Moviéndose por ambientes que al parecer tuvieran algo que ver con aquella sombra, llegaron a algunos ciertos barrios y gracias a algunas aproximaciones comenzaron a buscar identidades de personas conocidas, bien a través de archivos de prensa, de registros en fiscalías y juzgados, en las redes sociales, por informaciones en ciertos bares, a través de algún resentido que dijera algo…

Guagua

Guagua era uno de los hombres de confianza del cabecilla principal, quien decidió una tarde ponerlo a la cabeza del clan en el Pacífico: lo nombró capataz de un gigantesco territorio desde el puerto de Tumaco, al sur del litoral, hasta el confín de las selvas del Chocó, en la frontera con Panamá. 800 kilómetros en el sentido de la costa.

Para neutralizarlo, inicialmente el plan consistió en seleccionar a un grupo de Halcones, comandos que se internarían en aquella selva bajo un diluvio permanente y cuando la resolana se insinúa más allá de las copas de los árboles, la arropa un manto de niebla. Visibilidad cero.

Una parte de los Halcones venía de aquellos mundos. Otros ya los conocían. Sabían, por ejemplo, que más allá de la lluvia y de la niebla, emerge algo que se llama sed. Una sed voraz.

“¡Claro! Guagua. Un roedor. Para hacerlo salir de su cueva hay que inundarla de humo”, dijo el Maestro de Comandos.
—¿Identificación?
—¡Por favor!

El Guagua de ahora figuraba en una fotografía con la piel brillante y una barba andrajosa que le cubría parte de las mejillas. Quijada dura. Mirada lejana como la de cualquier sospechoso.

Al parecer, en aquel momento su cueva de verdad podría ser una casa de maderos y dos más a sus costados. Pero la gente de Inteligencia no tenía registros aéreos del lugar, porque la niebla fue un velo permanente que impedía el trabajo de las naves sin tripulación que habían penetrado la bruma.

No obstante, el Maestro sabía que al parecer el sujeto se hallaba a unos veinte minutos de vuelo desde Quibdó, la capital de aquella manigua.

La marcha por aquella selva resultaba tan difícil como lo imponía la maraña de una vegetación sólida sobre una capa de fango, arroyos, ríos, humedales a lo largo de un trayecto que debía ser cubierto andando días y noches, durmiendo sobre el mismo lodo algunas horas y consumiendo raciones sin olor una o dos veces al día. El silencio sería una de las armas de la operación.

A partir de los primeros pasos, avanzaron por aquella selva durante tres días hasta ubicarse a quinientos metros del posible objetivo, y desde de allí realizar lo que ellos llaman técnicas de aproximación: “Avanzar impulsados por codos y rodillas, dejando rastros parecidos a los de los animales. Se dice, avanzar con paso de danta, o sea, arrastrarse con todo el cuerpo contra el piso”.

A sus espaldas habían dejado un mundo igual al del comienzo de la marcha: un barrizal cada 100 metros, corrientes de agua, arroyos crecidos que los cubrían hasta el pecho, luego ríos y en medio de las diferentes corrientes, zonas, digamos secas, pero después nuevamente charcos hondos.

Los Halcones habían empleado un día y medio trepando el último trayecto para alcanzar aquel punto, y ahora con el objetivo frente a sus narices hicieron una pausa de minutos.

En los bolsillos de sus cazadoras llevaban raciones de campaña con comida inodora y liviana: atún y otras fuentes nutricionales para un día, y las dividían en dos comidas, temprano en la mañana y al atardecer; pero, quizás por la ansiedad, algunos quisieron pasar un bocado allí mismo.

En aquel momento, el Maestro de Comandos repasó las funciones de cada uno: Quién hacía el avance sobre la casa, quién la asaltaba, dónde se debía ubicar el operador de radio, cuál iba a ser la posición del ametrallador.

Desde luego, no alcanzaban a cubrir las espaldas de la estancia por donde los bandidos tienen su escape, y para solucionarlo escogieron un montículo frente a la puerta principal…

‘Garganta’

A este hombre también le pusieron ‘Garganta profunda’.

¿Usted recuerda a aquel ‘amigo’ de Richard Nixon? ¿Watergate? ¿El Washington Post? Bueno, pues este también se convirtió en ‘amigo’ de Gavilán, segundo cabecilla del ‘clan del Golfo’, que cuando finalizaba 2016, como estrategia para la policía, era más importante que el mismo ‘Otoniel’, cabeza de la banda.

El plan para capturarlo era atravesar parte de un territorio cubierto por el tapón del Darién, el gran pantano de América del Sur en del golfo de Urabá, alrededor del cual quien imponía la ley era él.

El primer paso para acercársele consistió en establecer los nombres de algunos de sus cabecillas menores, por lo que lograron acercarse al entorno de varios.

Una semana. Dos semanas de trabajo metódico, intenso. Terminando la tercera se detuvieron en las señas de uno que parecía estar más enamorado de su familia que los demás.

Una oficial de Inteligencia y un compañero abordaron a la mujer de este eslabón, buscaron algún acercamiento y realmente en poco tiempo lograron cierta confianza con ella.

En un par de semanas de relación, la mujer aceptó que su marido se movía al la do de Gavilán.

—Él me llama cada semana –les dijo.
—Queremos comunicarnos con él –le comentaron.
Dos semanas más tarde se comunicaron:
—Trabaje con nosotros –le propusieron.

Luego de cuatro conferencias, él aceptó hablar con ellos. Tenía un GPS para ubicar posiciones. Determinaron un punto en mitad de las aguas del golfo de Urabá. Un amanecer. La señal, tres golpes de luz con una lámpara marinera.

A partir de allí lo bautizaron ‘Garganta profunda’.

Las niñas

“Para miles de familias rurales de cinco departamentos, el nacimiento de una niña es un drama –dice Germán Castro Caycedo–. A los ocho años, los del ‘clan del Golfo’ las raptan para violarlas. Si los padres se oponen, son asesinados.

Mientras se pide por lo menos la cadena perpetua para este crimen, el gobierno presentará un proyecto que rebaja la mitad de la pena a miembros de bandas criminales que se sometan a la ley.

Pregunta: ¿Algún congresista que tenga hijas, sobrinas, nietas de 8 a 11 años aprobará esta iniciativa?”

 

El Tiempo / 27 de octubre de 2017.

“El palacio sin máscara”: la historia de una tragedia en Colombia contada por Germán Castro Caycedo (Revista Semana)

“El palacio sin máscara”: la historia de una tragedia en Colombia contada por Germán Castro Caycedo (Revista Semana)

Germán Castro Caycedo, uno de los escritores más reconocidos y queridos del país, falleció este jueves 15 de julio. Autor de numerosos libros, Castro Caycedo fue un excepcional testigo de la historia y una de las plumas más importantes para inmortalizar los momentos más importantes de la convulsionada Colombia. El cronista libraba una dura batalla contra el cáncer.

Una de esas obras es “El palacio sin máscara”, que, aunque no fue la más destacada, deja una huella indeleble para los que tienen la oportunidad de sumergirse en sus páginas.

El país recuerda las imágenes del centro de Bogotá, puntualmente el ahora palacio Alfonso Reyes Echandía, ardiendo en llamas. Esta obra es, en síntesis, lo que nadie le dijo al país durante varias décadas en torno a lo ocurrido durante 2 días: 6 y 7 de noviembre de 1985. Las casi 300 páginas del libro están sustentadas en documentos obtenidos por el autor en seis juzgados penales, en el Tribunal Especial de Instrucción Criminal, en la comisión de la Verdad, en el Consejo de Estado, en la Procuraduría General de la Nación, en Tribunales Contenciosos Administrativos y, especialmente, en la Fiscalía General de la Nación. Allí queda clara la labor de Castro Caycedo en lo que para él sería su más sublime oficio: el periodismo.

El palacio sin máscara es una de las investigaciones periodísticas más completas sobre los hechos ocurridos en la toma y la retoma del Palacio de Justicia, despeja dudas y, aunque aún hay muchas dudas sobre lo que ocurrió en ese episodio oscuro de la historia del país, Castro Caycedo, con base en su reportería alzó a plantear algunas tesis de lo que sucedió.

El columnista Alexánder Cuadros escribió para SEMANA una reseña de este libro: “Queda claro, después de leer este libro, que la intención del Ejército en la retoma fue ‘aniquilar’ y no rescatar; que la vida de los rehenes –entre ellos los magistrados de la Corte Suprema, once de los cuales murieron– fue de mínima prioridad. Queda claro que personas que salieron vivas del Palacio fueron conducidas a guarniciones militares, torturadas y desaparecidas. Queda claro que hubo un intento, por parte de las Fuerzas Armadas, de ocultar los hechos de la masacre y la inaudita retirada de vigilancia del Palacio unos días antes. No queda claro, pero se insinúa, que hubo un golpe de Estado que dejó sin mando al presidente Belisario Betancur”.

Castro Caycedo nació en Zipaquirá (Cundinamarca) en 1940. Se le consideraba uno de los periodistas más completos del país, que luego de una labor destacada en diferentes medios del país, se dedicó a escribir libros con los reconstruyó la historia de la convulsa Colombia.

Hizo en varios medios toda la carrera, desde reportero hasta presentador de televisión. “Diez años cronista de ‘El Tiempo’. Veinte director del programa de televisión ‘Enviado especial’. Veinte libros publicados de narrativa no-ficción”, era la descripción que hacía de sí mismo en su cuenta de Twitter, donde hasta hace unas semanas opinaba de la realidad nacional e internacional. En su página web se describía precisamente que “el periodismo es el único oficio que ha desempeñado en su vida”.

También escribió, años después de ese suceso, un libro sobre la muerte de Pablo Escobar. “En mis planes estuvo siempre escribir una crónica en torno a la organización de los carteles de la droga en Colombia. Con este propósito visité varias veces a Pablo Escobar. Justo cuando empezaba a descifrar el método para entrevistarlo, estalló una guerra interna. No obstante, tiempo después de la caída de Escobar, logré reconstruir la verdadera historia de la cacería que acabó con el hombre más temido y buscado del país”, contó respecto a esa obra.

En el año 2015, el premio Simón Bolívar, una de las mayores distinciones que otorga el periodismo colombiano le dio el reconocimiento Vida y Obra. En ese discurso, uno de los apartes más importantes, es el siguiente:

“La realización de un certamen de tanta importancia como este significa hoy un reconocimiento a la evolución de la crónica periodística en Colombia a través cinco siglos. Es que a partir del año mil quinientos empezaron a llegar a esta América hispana los primeros cronistas de Indias. Como resultado, América nació ante el mundo gracias a la crónica, que desde entonces es el género mayor de nuestro periodismo. Según registros, durante los dos primeros siglos pisaron estos suelos alrededor de medio centenar de cronistas españoles. Nuestro oficio viene de allá”, señaló.

‘Fumigación: tres décadas destruyendo a Colombia’: Germán Castro Caycedo sobre el Glifosato para El Tiempo

‘Fumigación: tres décadas destruyendo a Colombia’: Germán Castro Caycedo sobre el Glifosato para El Tiempo

Los medios de prensa han vuelto a registrar en sus titulares, ‘Washington preocupado por aumento de los cultivos de coca’.

No obstante, en el año 2001, Thomas McLarthy, asesor del presidente Bill Clinton, aseguró en la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Lima: “Los Estados Unidos, con menos del cinco por ciento de la población mundial, consumen el cincuenta por ciento de la droga que produce el mundo”.

A pesar de esto, hoy para Washington la causa de que los cultivos se hayan duplicado entre los años 2014 y 2015 es la suspensión de las fumigaciones aéreas con glifosato, prohibido en los mismos Estados Unidos para ser aplicado mediante el sistema que ellos implantaron en Colombia.

Analizando los millones de dólares invertidos en la guerra contra las drogas en este país, los herbicidas de la firma estadounidense Monsanto son los únicos ganadores de una destrucción de treinta años.

Hoy, a pesar de que el Presidente de la República ha reiterado que el comienzo de la sustitución de cultivos ilícitos por otros medios está siendo exitoso, la insistencia de funcionarios menores ajenos al problema continúa siendo la devastación con herbicidas de sistemas vitales para la humanidad como la Amazonia, uno de los medios generadores de vida más importantes de la Tierra.

Sin embargo, a la vez que aquellas voces de segundo plano insisten en que Colombia debe regresar a las fumigaciones aéreas, omiten que Ecuador condenó a Colombia a suspenderlas a lo largo de su frontera.

En marzo del año 2008, Quito nos demandó ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya “por los graves daños genéticos causados a la población fronteriza expuesta por Colombia a los potentes herbicidas Paraquat y Glifosato”.

La base de la denuncia fueron estudios académicos realizados por cuatro universidades ecuatorianas, según los cuales “por la incidencia de herbicidas, un diez por ciento de la población afectada está en riesgo de daños genitales que pueden ser irreversibles (riesgo de contraer cáncer y procrear hijos con malformaciones congénitas)… Además de destruir el ambiente, el suelo, las plantas y los animales”.

Luego, en el año 2013, tras aceptar su culpabilidad, Colombia fue condenada a pagar una indemnización de quince millones de dólares y se le ordenó en forma perentoria “abstenerse de fumigar a menos de diez kilómetros de la línea fronteriza”.

Historia acallada

Para trabajar en este tema investigué en Vietnam –Hanoi, My Lai-4, Ciudad Ho–, posteriormente en Washington, Nueva York y Buenos Aires, donde el Centro de Militantes para la Democracia Argentina (Cemida) posee valiosa información sobre el agua dulce en Suramérica, la más abundante de la Tierra.

¿Por qué en Vietnam? Porque nosotros somos una víctima directa de la invasión a ese país.

Allí conté con la ayuda de estudiosos que hablan un español perfecto porque, siendo muy jóvenes, fueron traídos a Cuba.

La historia es que Vietnam respondió a la invasión estadounidense con dos estrategias de defensa: la guerra de guerrillas y el suministro de toneladas, inicialmente de marihuana, a los soldados estadounidenses –como dicen aquellos–, para enviciarlos “y minar el futuro del imperio”.

Y Vietnam significó matanzas impulsadas por una mezcla de racismo, miedo a las guerrillas y nubes de marihuana.

La más conocida en América fue la de My Lai-4, aldea de cultivadores de arroz en el poblado Song May. Allí los soldados estadounidenses asesinaron a 504 bebés, niños, mujeres embarazadas y ancianos. Desde luego, en My Lai-4 no quedó vivo un solo testigo.

Sin embargo, posteriormente Paul Meadlo, uno de los soldados, luego de enviar una confesión escrita a funcionarios del gobierno en Washington, a miembros claves en el Congreso y a diferentes medios de prensa, finalmente logró ser acogido por Walter Cronkite en su influyente programa de televisión de la CBS ‘Costa a costa’, ante lo cual el ejército ordenó una investigación exhaustiva –como las de Colombia– sobre lo que ya sabían.

El Comando de Investigación Criminal del Ejército llamó a declarar a los miembros de la Compañía Charlie, quienes confesaron sus crímenes, cometidos entre otros factores por el estímulo de la marihuana, cuyo humo aflora en cada testimonio.

Pero allí declararon soldados y suboficiales, y solamente un teniente y un capitán. Los oficiales de alta graduación no fueron siquiera mencionados.

La televisión emitió solo un par de las impresionantes gráficas de aquella matanza de marzo de 1968, tomadas por el fotógrafo militar Ronald L. Haeberle. Desde luego, fueron omitidas aquellas que, por ejemplo, muestran a un soldado con un bebé atravesado por la bayoneta de su fusil mientras aspira el porro de marihuana que sostiene en sus labios. Tras las confesiones, nadie fue sancionado.

Santa Marta Golden

Bien: la invasión empezaba y desde el regreso del primer contingente de relevo a los Estados Unidos, los excombatientes comenzaron a buscar marihuana y la encontraron “en un país llamado Columbia”.

Efectivamente, en la década de los años treinta fue importada para obtener cáñamo, pero aquello no prosperó y ahora existían algunas cantidades en la Sierra Nevada de Santa Marta, que pocos consumían.

Enterados de aquello, los viciosos en las universidades de los Estados Unidos lograron contactos con estudiantes del Caribe y les pidieron que la llevaran.

(Además: ONU abre la puerta a discusión de nuevo modelo antidrogas)

Para los estadounidenses, la calidad resultó tan buena que la bautizaron Santa Marta Golden.

Para este trabajo hablé con tres de aquellos en el Club Santa Marta. Gente de clase económica alta muy conocida en esa región… Sí, el negocio era magnífico. Comenzaron por llevar dos maletas con yerba, cubierta con camisetas. Cero problemas en la aduana. Luego tres maletas. Más tarde cuatro…

Pronto los estadounidenses empezaron a comprar aviones Douglas DC-4 y DC-3, naves magníficas que comenzaban a ser retiradas de las aerolíneas comerciales, y se vinieron con sus aviones, sus pilotos y sus dólares.

Por cualquier falla, estos aviones –matrícula N, Estados Unidos– eran abandonados y la marihuana, rescatada y embarcada en otros similares.

Recuerdo haber visto dos en el aeropuerto de Valledupar, dos en el de Santa Marta, uno en el de Riohacha y otro despanzurrado en el desierto de La Guajira luego de un aterrizaje forzado.

Fueron los estadounidenses quienes estimularon el crecimiento de los cultivos y por su iniciativa surgieron el nacimiento, la organización y el florecimiento del tráfico de narcóticos en nuestro país.

Su contacto con trabajadores en aeropuertos y hoteles produjo el ingreso de esta clase social al narcotráfico: a partir de allí, los de arriba y los de abajo bailaron al son de los dólares que llegaban en grandes cantidades. ‘Remember’: Lucho Barranquilla, El Gavilán Mayor…

Luego, el primer parte de esta fase de la derrota en Vietnam fue declarado en 1969, a través de un festival de música rock en Woodstock.

Allí, el mundo presenció cómo alrededor de medio millón de jóvenes estadounidenses se retorcían bajo el toque de la marihuana mientras balbuceaban, “haga el amor y no la guerra”.

Este primer parte de la derrota fue registrado en el famoso documental ‘Tres días de paz & música’ que vio parte del mundo, tras el cual la crítica norteamericana conceptuó que gracias a la descomunal traba con marihuana que duró tres días y el amanecer del cuarto —15, 16, 17 y 18 de agosto—, “Woodstock ha sido uno de los mejores festivales de música y arte de la historia de los Estados Unidos”.

Luego en aquella Asamblea General de la OEA en Lima, en el año 2001, vino el parte definitivo de los vencidos.

La máscara

Transcurrió el tiempo. Los Estados Unidos diseñaron la Ofensiva al Sur o Estrategia Andina que nos vendieron con el nombre folclórico de ‘Plan Colombia’: el pretexto, la lucha antinarcóticos para establecer una cabeza de playa en nuestro país, mirando hacia el agua de Suramérica. Hoy quien controle el agua dulce controla la vida y controla el mundo.

Ofensiva al Sur: dieciséis compañías de mercenarios actuando en Colombia, sin visas, sin el control del Estado. Cinco potentes radares en la costa de la selva amazónica vigilando a Suramérica, pagados con dinero de los colombianos y operados por estadounidenses que les entregan solo algunas informaciones de segunda mano a las autoridades locales… Fumigaciones con veneno como están prohibidas en los Estados Unidos y destrucción de una parte de la reserva biológica más rica de la Tierra. Ochenta y cinco por ciento de los millones de dólares aportados por Colombia.

Hoy, nuevamente es necesario preguntar: ¿por qué quien insiste en la destrucción del país con fumigaciones aéreas oculta que, en el año 2013, la Corte Internacional de Justicia de La Haya nos condenó a alejarnos de las fronteras con Ecuador y a pagarle tres millones de dólares de indemnización, como culpables de que –según estudios científicos– la población ecuatoriana sometida a la agresión del Estado colombiano estuviera sufriendo “daños genéticos que pueden ser irreversibles (riesgo de contraer cáncer e hijos con malformaciones congénitas) en un diez por ciento de la población sometida a las fumigaciones con herbicidas… Además de la destrucción de los suelos, las plantas, las aguas y los animales, en el territorio fronterizo?”.

GERMÁN CASTRO CAYCEDO
Especial para EL TIEMPO