¿PATRIOTAS O SACRIFICADOS?LAS AUTORIDADES NO SABEN QUÉ HACER CON LOS RESTOS

¿PATRIOTAS O SACRIFICADOS?LAS AUTORIDADES NO SABEN QUÉ HACER CON LOS RESTOS

Medio: El Tiempo.

Fecha: 13 de septiembre de 1968.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro.

Cuatro días después de haber llegado a Tunja con 25 calaveras, una daga y varios huesos humanos de diferentes partes del cuerpo, José Antonio Bernal, alcalde de Pisba, aún tiene los pies hinchados y con numerosas ampollas por el rigor del camino cubierto. Las dos cajas de madera en que fueron transportados los restos durante dos días, a lomo de mula, fueron depositadas en el rincón de la sala de una casa de familia en la capital boyacense, y anoche se esperaba que las autoridades decidieran por fin qué hacer con ellas. Mientras tanto, el señor alcalde seguía siendo el incomprendido de toda la ciudad… Para qué se vino con eso? Debía haberlas dejado en paz donde las encontró… ahora los espíritus van a comenzar a revolotear;, dicen las gentes por la calle. En las oficinas de la gobernación el concepto es otro: “¡Qué bárbaro! En lugar de trasladarlas aquí, debía haber hecho el levantamiento donde las encontró… Está fuera de la ley”.

ESO VALE LA PENA

Sin embargo, el hombre sigue aferrado a sus ideas. Piensa que hizo bien en traerlas, porque así le mostraba a la patria algo que de verdad vale la pena. Su viaje entre Pisba y Tunja fue una odisea larga. Llegó extenuado y comenzó las gestiones en la gobernación. El Tiempo lo halló a las dos de la mañana, después de buscarlo por más de cinco horas. 

Bajaba una callecita empinada, haciendo zig-zag, en compañía de su jefe de relaciones públicas un visitador de alcaldías de la gobernación de Boyacá, que lo colocó en el cargo hace algo más de un año.

– ¿Ustedes me buscan? Qué caray, yo qué voy a poder decirles! Sin embargo, síganse para más adentrico…

ES CASI HÉROE

Saludó a sus 25 “niñas”, tomó la daga en una mano y comenzó a relatar los detalles de su viaje entre suspiro y suspiro, sin comprender que a estas horas es casi un héroe que 149 años y dos meses después de haber sucedido un encuentro entre la vanguardia del ejército libertador y un puesto realista en el cerro de La Cruz, fue el primero en haber vuelto a pisar el sitio de aquel episodio.

– Cuando encontró los huesos

– En el mes de mayo. Habíamos ido a cazar venados con unos amigos, cuando de pronto vi una cosa blanca y redonda. Escarbé y era una calavera. Seguimos buscando y encontramos 24 más… me asusté un poco, pero sin embargo guardé mi serenidad de funcionario público, y con los muchachos escondimos todo en una cueva que hay cerca, para que no las dañaran ni las volvieran a enterrar… inmediatamente nos volvimos a Pisba, donde reuní al concejo municipal. Más tarde hice una Junta de urgencia con mis funcionarios, pero todo fue para tristezas. Nadie quería que yo sacara los restos de allá.

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OPOSICIÓN TOTAL

Así que durante todos esos meses estuve con la idea de traerlos a Tunja, pero en el pueblo hubo una oposición total, hasta que actué enérgica y decididamente. Ordené al personero y al secretario de la alcaldía que me acompañaran y recogimos los huesos en tres costales de fique.

Para el martes de la semana pasada ya había conseguido dos Cajones de madera y, a pesar de que en el pueblo todo el mundo estaba en contra, los despaché un par de mulas. Yo me vine el jueves de madrugada.

DE CALZONCILLOS LARGOS

Cuando me levanté miré para el páramo que se veía detrás de las tejas de paja del pueblo. Estaba negro y sentí miedo. Entonces te le dije a mi secretario: “Salgo con 25 calaveras; a lo mejor, al llegar al páramo, seremos 26”.

Las mulas iban adelante y yo tenía preocupación. Esa noche no había dormido. Me levanté a las cinco, me puso mis calzoncillos largos, un pantalón de pijama, mi pantalón de dril, ruana, sombrero y un par de cotizas que me costaron cinco pesos en la tienda de Alfredo Calderón.

Y arranqué así, sin desayunar… que me iba a dar hambre. Lo que sentía eran ganas de llegar rápido a Tunja, donde mi jefe, el gobernador, y entregarle esto.

EL SOROCHE

Caminé todo el día sin probar nada, ni agua, ni un bocado. El estómago no me pedía nada. Como a las tres de la tarde, todo se me comenzó a poner gris y veía estrellitas bailando. La nariz me olía como a sangre. No le puse cuidado. Campo Elías, muchacho que me acompañaba, me dijo que descansara, pero los pies seguían andando. De pronto, toda esa selva de árnica pareció ponerse negra. Las mulas de Campo de mandaban baho a la cara y yo las veía como derretirse, hasta que el piso se me vino encima… No me acuerdo más. El corazón golpeaba fuerte aquí, en esta partecita y como que no podía respirar. ¡Ay, virgen santisima…!

A QUEBRADAS

Cuando me desperté, el muchacho estaba descargando una de las mulas para subirme pero no lo dejé. Podía caminar otra vez… De ahí para arriba se me hizo duro el camino. Sentía las piernas flojitas, flojitas. Y la cadera me dolía aquí. Aquí arriba.

Por fin llegamos por la noche a Quebradas, y dormí encima de un cuero que traía. Estaba empapado porque, como estamos en invierno, llovió todo el día. Yo sentía frío y miedo por los huesos, Claro que antes le había mandado una carta a Ananías Torres, para que me guardara bien las cajas, que era una cosa muy delicada. Ahí en Quebradas, me dijo que habían pasado bien. Esa noche tampoco dormí. Por ahí a las cuatro, medio me cogió el sueño y vi un poco de banderas de colores, bayonetas y al gobernador en una oficina llenecita de calaveras, que me hacía poner preso… Me desperté y llamé a Campo… “Vámonos, vámonos, Campo Elías, rápido. Yo tengo que llegar a Tunja. Estoy de afán”.

LA TEMPESTAD

Cogimos el camino y todavía estaba lloviendo. Al mediodía nos agarró la tempestad. El viento les daba vuelta a las mulas y las dejaba de rabo para arriba; nos teníamos que agarrar de las baticolas duro, porque abajo estaba el abismo. Entonces sentí más miedo y mucho frío… Como que me iba a volver a desmayar, y entonces Campo me vendió un poco de miel de un zurrón. La eché entre un talego plástico de medias y con eso tuve para seguir caminando.

Como a las siete de la noche, sin parar, dándole todo el día, llegamos a Quebradas. Allá estaban las cajas. Las mulas las habían dejado y se habían ido. El flete me costó hasta allá 100 pesos de mi bolsillo. Tampoco dormí ese día. Tenía mucha preocupación y hacía todo el esfuerzo por no cansarme… ¡Pero, qué va! Tenía los pies ampollados y muy hinchados. Yo creo que este ha sido el esfuerzo más grande de mi vida… ¿Usted cree yo hice mal al traer los huesos?

EL VESTIDO NUEVO

Bueno, a las seis de la mañana salí en una camioneta y llegué a Socha a las siete. Estaba lloviendo. Los pies no me cabían en los zapatos, pero tuve que aguantármelos. Ahí me puse mi vestido nuevo…, este que traigo hoy. Lo demás lo deje guardar. Todo, menos las cotizas, porque se me acabaron. Llegué a Quebradas descalzo.

Yo le decía al ayudante de la camioneta: “Cuidado con mis cajas, que son unos huevos para el gobernador”. Seguía muy nervioso, porque creía que les iba a pasar algo. Por fortuna, nadie supo qué traía. Era un secreto del alcalde de Pisba. Así no tendría problemas.

POR FIN, SUEÑO

En Socha dejé las cajas a guardar en la casa de Rafael Montaño y me fui a dormir a donde mi hermano. Ya no podía más. Estuve todo el sábado profundo y el domingo me desperté con mucha hambre. Me desayuné y, ya más confiado porque al menos viajaría con mis cajitas, cogí el bus de Chelo, el número 140 de la ‘Rápido Paz del Río’. Acomodaron las cajas en la bodega, y cada vez que paraba el bus yo me bajaba y miraba… Le decía al ayudante: “Cuidado, mijo, que son huevos para el gobernador. Mucho cuidado”… Me bajé unas cuarenta veces, hasta que llegué. Sentí alegría porque ya estaba aquí.

Al despedirme le dije al chofer: “Chelo, le pago un pasaje; los de los otros 25, si ni agua: esos viajaron de gorra…”. Me miró y creyó que yo estaba loco.

DOS MESES EN BLANCO

– ¿Cuánto le costó el viaje?

– Seiscientos pesos.

– ¿Cuánto gana usted al mes?

– Setecientos pesos, pero hace dos que no cobro. La plata la conseguí prestada en el pueblo.

Antonio Bernal tiene 35 años y es alcalde de Pisba desde hace uno y medio. Antes fue inspector de policía en El Espino… “Allí aprendí de leyes…”.

– ¿Cómo aplica usted la ley?

– No muy duro ni muy blando. Yo investigo siempre primero, porque el personal de mi región es medio brutico, y entonces…

– Pero sigamos. Llegué aquí contento con las cajas para el gobernador porque sabía que eran esqueletos de soldados de Bolívar… Yo me acuerdo todavía de la historia que me enseñó la señora Inés Panqueba de Olano en la escuela de Bituta hace como 25 años. Por eso estoy seguro.

FUNCIONARIO EN PROBLEMAS

– ¿Qué le dijo el gobernador?

– Nada, casi no lo puedo ver… Después de esa ilusión que traía… Salí del palacio con ganas de llorar. El señor secretario de gobierno, en lugar de ponerse contento, me miró como mal y me dijo: “Hombre, ¿cómo se le ocurre? El levantamiento de eso debía haberlo hecho en su jurisdicción. ¿Cómo va a traer esas cosas, no ve que es un problema?”.

Entonces me dio tristeza. Pero, bueno, ya lo hice… ahora será que me pongan preso… a lo mejor me sale el sueño ese de la enramada.

– ¿Qué espera?

– Que me digan dónde van a recibir estos restos. Si no, entonces procedo de conformidad y los traslado a mi jurisdicción municipal. Allá los vigilo y pido un visitador que juzgue mi actuación como alcalde de Pisba… Los funcionarios públicos tenemos que someternos a todas estas cosas.

LOS CRÁNEOS PUEDEN SER DE ABORÍGENES

Tunja, 15. (Centro Informativo de Boyacá). Sobre los cráneos encontrados en la región montañosa de Pisba, próxima al camino que de esta población conduce a Paya, se espera un dictamen científico que precise su antigüedad, con el fin de orientar las investigaciones posteriores, si resultan con más de 140 años.

La información fue suministrada por el secretario de Academia de Historia, Ramón Correa, quien es partidario de observar cierta prudencia en torno al hallazgo de estos restos por unos cazadores el pasado 26 de mayo, mientras se conocen los resultados de los exámenes a que serán sometidos en próximos días.

DEFORMACIÓN

Varios de los cráneos conducidos a Tunja por el alcalde de Pisba, José Antonio Bernal Malpica, presentan un aplanamiento, al parecer artificial, de la región frontal, Esa deformación, que se lograba mediante la aplicación de placas de madera en las cabezas de los recién nacidos, como signo de distinción, ha hecho pensar a algunas personas que pueden ser los restos de alguna de las tribus que hasta esas elevadas regiones llegaron huyendo de los españoles, a los que no pocas veces se enfrentaron con ventaja.

El hecho de no haberlos encontrado sepultados hace presumir a quienes son partidarios de esta versión que pudo tratarse de un asesinato en masa o de un suicidio colectivo ante la derrota inminente frente al enemigo peninsular.

En cuanto a las deformaciones craneanas se dijo que hay muchas técnicas diferentes para lograrlas, como también hay la deformación póstuma bajo la presión de la tierra y otros elementos, que nada tienen que ver con las costumbres de algunos de nuestros aborígenes.

NUEVA VERSIÓN

Personas que conocen la región relataron historias fantásticas: dicen unas que los huesos pueden pertenecer, casi con seguridad, a tribus indígenas. Hablan de cuevas en donde hay más calaveras; de “guacas” en las que algunas personas encontraron pectorales de oro y otros objetos.

Otros opinan que deben ser de guerreros españoles o de patriotas, porque en la región se encuentran vestigios de trincheras; no se sabe si fueron construidas por los españoles ante la proximidad de los patriotas que remontaban la cordillera de paso para el altiplano o por los moradores de la región, cosa poco probable por el intenso frío que allí hace.

ZONA ESMERALDIFERA

No han faltado quienes afirmen que en las vertientes orientales de la cordillera, descendiendo hacia Pisba, se encuentran muestras esmeraldiferas. Esto indicaría que, en épocas de la Conquista, o de la Colonia, quienes transitaban el camino, de paso para los Llanos Orientales, pudieron dedicarse a la explotación de las codiciadas gemas y que, por lo mismo, los huesos allí encontrados pueden pertenecer a mineros asesinados.

SILENCIO OFICIAL

El gobierno departamental hasta el momento, no se ha pronunciado oficialmente sobre los restos conducidos a Tunja.

VI CÓMO LO DEVORABA LA PIRAÑA

VI CÓMO LO DEVORABA LA PIRAÑA

Medio: La República.

Fecha: 31 de julio de 1966.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin Registro.

No me dejen morir, sáquenme, sáquenme. El agua del caño estaba enrojecida y llena de espumas revueltas con pedazos de ropas. Tuacha, el indiecito que nos acompañaba desde que salimos de Sabaloyacü tenía solo parte de la cabeza fuera del agua. Difícilmente hablaba. Las pirañas en una nube inmensa producían un sonido ensordecedor, parecido posiblemente al que hace una legión de chicharras.

No pudimos hacer nada pues nos dimos cuenta solo diez minutos después de que resbaló al fondo de la quebradita fangosa y profunda: el hombre se había retrasado agobiado por el ejercicio y creo que le llevábamos unos doscientos metros de ventaja, que en la selva son una inmensidad, dice Asuncao de Moraes «ciudadano colombiano y servidor «, nacido en la Amazonia hace setenta y ocho años en la Amazonía y quien no conoce ninguna de las ciudades del interior de Colombia.

Le hallé en Leticia cuando arribaba en una pequeña canoa y me llamó la atención su cara de veterano. Asuncao es hijo de portugueses, amable y fuerte como un muchacho de quince años. Una hora después de haberte saludado, tenía en mi cabeza tantas cosas, que recuerdo solo una pequeña parte de las aventuras que relató, mientras «desaparecía» casi todo un paquete de cigarrillos.

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FIERITAS

– Las pirañas son unas verdaderas fieritas, dice el hombre. Las atrae la espuma y atacan cualquier objeto vivo o muerto. Son pequeños peces «que andan en grupos de dos mil para arriba» y son capaces de partir, de una tarascada, un sedal de cobre como si fuera queso.

– Mi perrito atravesó un charco y «las fieritas esas del infierno me lo dejaron colimocho mientras me limpié un ojo»… «Vi una vez cómo la cabeza de una que habíamos “partido” saltó sola y le dio un tajo a la mano de un amigo mío.

TRAGEDIA

El compatriota De Moraes se emociona relatando sus hazañas y vuelve a la tragedia del indio Tuacha, ocurrida hace más de 20 años:

“Al sacar el cadáver, recuerdo que a su cabeza venía pegada una piraña pequeñita y para separarla de allí fue necesario hacer uso del machete. Cuando están fuera del agua chillan y gruñen de rabia, atacando lo que tengan cerca, así sea palos o hierros”.

– ¿Cuánto demoran para devorar a un hombre?

“Quince minutos más o menos, y a una vaca… pues casi media hora.

LA VICTORIA REGIA

El día anterior a mi encuentro con Asuncao había conocido en la Isla de Ronda la “Victoria Regia”, una flor acuática de la selva, blanca y con hojas de un diámetro que varía entre uno y dos metros de tamaño; solamente nace en el Amazonas siendo desconocida en el resto del mundo.

Sus hojas son redondas y espinosas. Flotan y parecen una tapa de cerveza, pues sus bordes se doblan hacia arriba. Escuché que la flor tenía una leyenda indígena y el viejo, conocedor de la región como la palma de su mano, fue la clave para conocerla.

LOS TUCHUAUÁS

Cuando pregunté, Asuncao sonrió. Se había quitado el casco y sudaba copiosamente. Sonrió, miró hacia el techo e inició con pelos y señales el relato que es para los indios Tuchuauás una verdadera historia sagrada.

Según los indios, la flor es el alma de una nativa enferma de amor que murió por no haber logrado a su amado, la luna.

ASUNCAO DE MORAES

Dicen los indios que el astro es un dios hermafrodita que durante los últimos seis meses del año entra en su período masculino. Entonces desciende a la tierra y cohabita con las vírgenes indias de su predilección, con un placer tal “que el lenguaje humano no puede describir”.

NAYA

Sucedió que la moza Nayá, mujer olanca hija de un cacique se impresionó con aquellos amores sagrados. Por las noches, enloquecida, trepaba a lo más alto de las montañas “para ahogarse en la luna”, pero esta huía siempre. La diosa luna -prosiguió el anciano- convertía en luz los cuerpos de sus amadas, chupándoles la vida y apagándoles el color de la sangre. Las llevaba en sus brazos, convirtiéndolas en semidiosas que acostaba en las nubes: así nacían las estrellas.

DESILUSIÓN

Nayá quería ser semidiosa. Recorrió toda la tierra… y no pudo alcanzar la luna. Se comenzó a agotar y no valieron los “filtros” de los mejores hechiceros para curar sus anhelos. Vagaba en las noches de luna hasta que una vez, viendo sobre el río el reflejo del agua, se lanzó a cogerla.

La diosa, que era buena, rehúso llevarla al firmamento convirtiéndola en una estrella de las aguas, para lo cual desdobló su alma y la volvió flor con espinas para defenderla. Dicen los indios que en las noches, la flor abre más sus pétalos para recibir en ellos los besos luminosos de la diosa.

UAPÉ ACÚ

Mientras el anciano contaba la “historia” de Uapé Acú -flor pura- un remolino de gentes terminó por rodearnos, el calor arreciaba y nuestro amigo perdía tiempo para vender una gambitana que había pescado minutos antes.

– Les ha gustado la leyenda de Juruparí Teaña? Si tuviera tiempo les contaba muchas más… pero creo que será dentro de un mes, cuando vuelva a salir de la selva.

SIN GUITARRA LLEGÓ ‘EL CORDOBÉS’

SIN GUITARRA LLEGÓ ‘EL CORDOBÉS’

Medio: El Tiempo.

Fecha: 06 de diciembre de 1968.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro.

Ayer a las 12 del día llegó procedente de Quito ‘El Cordobés’. En el aeropuerto se agolparon a su lado, durante los 7 minutos que tardó para tomar un automóvil, unas tres decenas de personas que, a codazos, llegaron hasta él para tocarlo.

“El Mechudo”; sigue siendo el mismo de hace 4 años, porque continúa arrastrando gente. En Bogotá vendió solo los abonos. Llenó (desde ahora) la plaza, no solo para sus corridas, sino para las que van a torear los demás. Después de esto, se puede decir que ‘El Cordobés’ sigue siendo el más taquillero del mundo.

“EL SALVADOR”

Entre la gente que esperaba el arribo del avión. estaba Víctor Rodríguez, uno de los empresarios. Decía:

“Aquí estamos. Esperando a ver si es cierto que llega el salvador”.

La frase, dicha con una sonrisa que tenía algo de nerviosa y de incredulidad, es un retrato de lo que este torero significa en la fiesta actual.

“El Mechudo” es algo más que el torero discutido por los taurinos de taberna. Significa la garantía para cientos de empresarios de todo el mundo, que tienen como conjuro su nombre para abarrotar los tendidos.

UN DESCANSO

Solo cuando el matador descendió del avión y estuvo entre los brazos del empresario (traje de repicar duro, corbata italiana y embolada de cinco pesos) el nerviosismo desapareció del aeropuerto. Ya estaba todo asegurado.

Los trámites de aduana fueron cumplidos por los admiradores del torero, que le raparon de la mano papeles, maletines y pasajes. La evacuación de las dependencias de aduana fue inmediata. La única demora, una nube de cámaras periodísticas y lápices que pedían autógrafos.

UN BAÑO DE TINA

Hablar con ‘El Cordobés’ significa la mitad reírse por sus ocurrencias y la otra pensar en lo que dice. Es un ágil mental que saluda a todo el mundo con la mano y sonríe a cada minuto.

En el Hotel Continental fue cordial con todos los empleados de recepción… “¿Me han llegado cartas?”, fue la primera pregunta. Y claro, ya había una esperando su llegada. Luego en la suit que le había sido reservada tuvo la primera decepción:

-No hay tina y yo quiero darme un baño, pero no me gusta en regadera.

A estas palabras del matador, todos los aficionados que lo rodeaban se fueron de cabeza hasta la gerencia. En cinco minutos estaba lista otra suite con tina y un café caliente.

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AHORA SÍ

Mientras tanto, el empresario continuaba riendo, pero en su cara ya no había inseguridad… “Ya está aquí -dijo- ahora sí descanso. Si señor”.

Durante los primeros minutos, la habitación de ‘El Cordobés’ se llenó nuevamente de cámaras de televisión y luz de reflectores. El personaje, sin la petulancia que un observador pudiese haber esperado, accedió a unas cuantas “tomas” y cuando la luz se había vuelto cansona, dijo: “Señores…”. (Otro conjuro. La 823 volvió a quedar sola). Ahora sí el baño.

TEMPORADA “ACHICADA”

El caso de ‘El Cordobés’ es el de una figura del toreo, cargada de millones, a la cual no interesa ya sumar muchas corridas. Este año su temporada fue “achicada” entre España y América. Toreó “solo” 71 corridas. En América serán menos, mucho menos de las que sumó el año pasado.

– “Este año hubo menos ajetreo”, dijo sonriendo. “Los hombres no son máquinas; no pueden permanentemente continuar a un ritmo agotador. A las máquinas también hay que renovarlas”.

– ¿Y a usted?

– Bueno, ¿usted qué piensa?, responde.

181 CORRIDAS

La época del año 65 pasó definitivamente para ‘El Cordobés’. En esa temporada toreó 111 tardes en España y 65 en América. Un verdadero record. Este año se ha dado el lujo de escoger y quedarse con lo que más le gusta. Aquí ha hecho lo mismo. “Solo vine a Colombia y Venezuela. Lo demás queda fuera, de momento.

– Benítez, ¿no le cansa este mundo de viajes, de adulación, de nervios?

– No. Esa es mi vida, Cada uno se busca su camino y entonces debe seguirlo. Yo así la paso fenómeno,

– ¿Y después de Bogotá, qué?

El lunes a las 5 y 30 de la tarde para España. Hay muchas perdices por cazar en Córdoba. Este año sí me quedo en mi finca disparando. Voy a estar todo el tiempo en Córdoba.

– ¿Trajo la guitarra?

– No, hombre, la dejé… Con la guitarra estoy como el cangrejo: de para atrás, ¿sabe?

EL MÁS DIFÍCIL

Pese a la facilidad de expresión, ‘El Cordobés’ es un personaje difícil de entrevistar. Difícil si uno no quiere caer en las preguntas de siempre. Es que, después de unas cuatro mil entrevistas, queda poco por decir.

Uno de los camarógrafos de televisión se le acercó a su llegada y le dijo:

– Matador, ¿qué tal los toreros que lo van a acompañar a Bogotá?

Y él respondió muy serio “¿En Bogotá? Yo no sé quién más torea aquí”.

QUINCE MENOS

– Benitez: ¿cuantas corridas menos toreará en América este año?

– En relación con el pasado, unas 20.

– En Madrid usted declaró antes de venir que se le había acabado la plata…

– ¿Hombre… que qué? ¿La plata? Bueno, si. Se está acabando.

Diálogo que se corta. La legión de servidores celosos del matador interrumpe. Todos se pelean a codazos por dar la razón primero: “Ya está listo el baño señor. Ya está listo el café. Quítese la camisa que debe descansar… ¿Le hago la cama?

Señor, ¿un cigarrillito?… Y el señor muy tranquilo sonríe. Accede a todas las atenciones…

“Mientras se pueda (piensa), mientras se pueda, pues que vengan las atenciones. Sí señor”.

DON RO

DON RO

Medio: Sin registro

Fecha: 1978

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Don Roberto, un joven de cincuenta cuyo padre, de noventa y seis, había traído la yunta de bueyes desde San Miguel -en la cordillera del frente- se quedó mirando a la pequeña Catalina y me preguntó de qué estación era.

¿Estación? Le pregunté en un tono que, me imagino, para él tuvo algo de ridículo, porque sonrió en tono de burla y repitió

-Sí, la estación, la menguante o la creciente.

Era la primera vez que me había puesto a pensar si aquel 18 de junio era menguante o creciente. Ni idea. En cambio,se fue a su pequeña casa, sacó un almanaque Bristol y luego de consultarlo con mucha dificultad -a pesar de tener sus ojos intactos- dijo que la pequeña estaba salvada. Había nacido en menguante.

La parcela era entonces un charrascal tupido de zarzas por encima de las cuales apenas se veía -muy cerca- un pequeño hilo de humo que salía de la casita de Don Ro, este hombre bueno de pata al suelo y bigote moquillo. Desde el día que lo conocí me llamó la atención que atravesara aquel zarzal como quien camina sobre un tapete, de manera que finalmente me atreví a preguntarle si no se lastimaba los pies pisando la tierra, y él espontáneamente me respondió: Pisándola, no. ¡Acariciándola!

En ese momento me di cuenta que, definitivamente éramos dos mundos muy distantes y que catorce años visitando el campo colombiano habían transcurrido impunemente.

Aquella misma tarde del diálogo de los pies descalzos comenzamos a proyectar la primera siembra de papa: “A esta tierra, dijo Don Ro, hay que pegarle por lo menos cuatro yerros con el arado porque está muy apretada. Nunca han sembrado nada aquí”.

Un par de eucaliptus muy frondosos se levantaban en el centro del potrero y era necesario derribarlos antes de sembrar. Si no lo hacíamos, lo que fuera plantado en un radio de treinta metros alrededor de cada tronco, crecería raquítico.

-Entonces hagámoslo ya – le dije, y él volvió a sonreir.

– No podemos. Hay que esperar quince días mientras llega la menguante, porque estamos en creciente y los palos no se tumban en esta estación, Ni los palos ni los hijos. Uno tiene que tratar de hacer los hijos en menguante. Nacen fuertes y no se enferman. Y, así es el árbol, Tumbe uno ahora y verá que la madera se raja y por ahí al año empieza a gorgojiarse.

Quince días. En la ciudad es mucho tiempo. ¡En el campo resultan un sueño!

-¿Sabe una cosa? -preguntó Don Ro- es que en menguante el árbol está quieto. En ese momento está dormido como los niños. No llama agua, no llama vapor. La menguante es como la noche para uno. Pero en cambio llega la fuerza de la creciente y el árbol se despierta emberracado a chupar agua del suelo. Si uno pone el oído en el tronco de un palo grande por las tardes, puede oír cómo brama por dentro. Se está alimentando. Si le pega un hachazo, chigorrotea la savia. Está despierto y no hay que tocarlo.

En adelante todo se ha manejado de acuerdo con la luna, así no crea totalmente en ello, y hoy, lo que antes resultaba angustiante como la espera de quince días para podar una planta, he tratado de que se vuelva tan natural como ese nuevo manejo del tiempo. Ese manejo de tiempo eterno, tranquilo. Ese tiempo que no ha permitido que Don Ro envejezca.

En creciente la luna sale y comienza a alumbrar más o menos a las siete de la noche. Sobre noviembre esa es la hora en que la niebla también despierta y empieza a trepar por las montañas, Pasa por nuestra parcela y la inunda. Resulta muy bello salir a una pequeña alameda de trementinos y nupos y verla colarse a través de los rayos de luz, a través de las ramas: silenciosa. Andando de prisa para subir hasta lo alto de las montañas y convertirse en lluvia un par de días más tarde.

Nunca supimos distinguir una noche de menguante y una de creciente hasta cuando Don Ro nos lo explicó: “En menguante está oscuro porque está llegando la fuerza de la luna… sale como a la una de la mañana y se acaba la oscuridad. Entre creciente y menguante, fíjese bien, hay unos tres días que se llaman luna llena. Llena pero más débil porque sale entre la una y las dos de la mañana, dura unas tres horas alumbrando y luego se apaga. ¡Esas noches no son buenas para hacer hijos!”.

Hoy quedan pocas zarzas. Se han conservado las matas de mora silvestre enredadas en las cercas o tragándose un par de palos de durazno cerca de la casa vieja. La mejor murió hace un par de semanas, coincidencialmente con una poda que le hizo mi esposa.

Cuando ella tomó las tijeras, noté que Don Ro se encogía de brazos, pero como era menguante se lo dije y él calló. No obstante, el día que rozamos bien con una peinilla las ramas secas, me recordó la poda:

“La mora sufre de un celo. Es muy celosa y no le gusta que la toquen las mujeres. La mora es con el varón… Desde que ella la tocó se comenzó a cubrir de un polvito blanco. Mire, todavía hay dos gajitos verdes, ¿Los ve como con un polvito blanco? Es que está de luto. Ella cuando va a morir se viste con su propio luto. Un luto blanco. Anuncia su muerte. A la mora en lugar de que la toque la mujer hay que traerle brosa (tierra del bosque). Pero tiene que ser brosa de sus árboles amigos, Cuando baje a la quebrada fíjese del pie de qué árbol la recoge, no puede ser de árbol enemigo”.

-¿Enemigo?

-Claro, los árboles son como cualquier hombre. Hay uno que la tierra lo adora. Por eso lo hay en clima caliente y en clima frío. Y es amigo de cuanta mata se le acerca. Es el higuerón, Busque uno y verá que debajo encuentra de todo… Yo nunca he encontrado nada malo debajo de un higuerón. Y, ¿sabe otra cosa? Ese verraco no se deja trasplantar… Hay una época del año que da hasta comida. Produce una oreja (hongo) que brota cuatro o cinco días después de la creciente. Se llama oreja blanca y produce un gusanito blanco que es delicioso. El higuerón y el guarumo son buenos amigos de la mora… En cambio, siembre un curubo al pie de un arrayán y verá que muere el curubo. Es que se odian. Son enemigos. Siembre algo al lado de un ocal (eucaliptus) y verá que muere. El ocal es un vergajo porque es enemigo de todos los demás, Mire, es enemigo hasta del hacha, Acaba con el yerro. Uno tumba un ocal y el hacha y el machete comienzan a mojociarse Por eso yo digo una cosa: los árboles son como los hombres y a los hombres que son vergajos hay que olvidarlos, Acuérdese, hay que tumbar dos ocales del potrero. Ahora sí estamos a tiempo.

«Y SE MURIÓ HASTA EL ÚLTIMO»

«Y SE MURIÓ HASTA EL ÚLTIMO»

Medio: Cromos

Fecha: 05 de diciembre de 1994

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Guillermo Torres

En un recuerdo a cuatro manos Gabriel García Márquez y Castro Caycedo reconstruyen la historia de sus gestiones de paz ante la mafia, y la inutil tarea de buscar una acercamiento entre Pablo Escobar y el presidente Belisario Betancur para detener a la muerte.



Estoy casi seguro que aquella era una madrugada de abril de 1986. La una y media. Antes de contestar al teléfono vi que afuera, debajo del poste de la esquina, la cortina de lluvia era tan espesa como al comienzo de aquella noche de bombas en diferentes lugares de la ciudad. El timbre repicó un par de veces más y luego identifiqué la voz de García Márquez:

– ¿Cuántos murieron hoy?, preguntó.

La guerra que desencadenó la extradición de colombianos a los Estados Unidos, instaurada por el presidente Betancur luego de que la mafia asesinó a su Ministro de Justicia y lo sentenció a él a muerte, completaba veinticuatro meses. Dos años de bombas callejeras y de magistrados, jueces, policías, gentes inocentes – niños o ancianos -, desfigurados por la dinamita o perforados por las balas dum dum. Los sicarios le rezaban diariamente a la santísima Virgen, besaban las fotos de sus propias madres y tras “soplarse” un bazuco, igual penetraban a la iglesia que a tu habitación y allí te quebraban a balazos. Entonces no les decían sicarios sino “guerreros”. Y ellos se creían guerreros.

Esa madrugada la voz de Gabo era la de un hombre, yo no diría angustiado, sino atormentado, terriblemente triste y antes que saludar, soltó así: – Hay que tratar de parar este horror de alguna forma Esto no puede seguir así. Dime una cosa: ¿tú has vuelto a subir a la montaña blanca?

Aludía a Medellín, a la coca a Escobar y le dije que no, pero que podía volver a ponerme los esquís y, bueno… intentarlo.

– Entonces vente para México porque necesito hablar contigo -dijo- con la misma voz de angustia.

Hasta ese momento sólo dos personas sabían del proyecto de mi libro: Fernando Gómez Agudelo, que pagaba todos mis viajes y Darío Arizmendi, pero ambos se lo susurraron, de manera que ya no éramos sino unos quince los que conocíamos el gran secreto.

Durante el resto de la noche el tema de la llamada me hizo cosquillas en las orejas y temprano en la mañana reservé un silla de avión a México. A esa hora no tenía ninguna duda de las intenciones pacifistas de García Márquez y me sentía totalmente identificado con él.

Gabo: “Antes de ser asesinado Rodrigo Lara y cuando ya era presidente de la República, Belisario me había dicho que bajo su gobierno ningún colombiano sería extraditado a los Estados Unidos y yo lo escribí en una columna que se llama “Un tratado para tratarnos mal”;… Es que en ese momento yo di solo la batalla contra la extradición. Solo. Era cuestión de principios: Colombia no podía mandar colombianos a que fueran juzgados en el exterior. Ninguna madre manda a sus hijos a la casa del vecino para que se los castiguen. Y di esa batalla porque en aquel momento tenía un respaldo que no había revelado y eran esas palabras de Belisario.

Pero, fijate que hay algo más: cuando yo estaba escribiendo esa nota que salió publicada en El Espectador, llamé a Belisario y le dije: “Presidente, yo he escrito una columna donde sostengo que estoy seguro que bajo su gobierno ningún colombiano será extraditado. ¿Puedo dejarlo así?, le pregunté y él respondió: “Puedes dejarlo así”. Y así se publicó.

EN MEDIO DE UNA RECUA DE SICARIOS

El avión a México partió un poco después de las cinco de la tarde y desde el mismo carreteo en busca de la pista, empecé a recordar una película que para mi había comenzado a rodar cuando finalizaba 1983, es decir, tres años atrás:

Un día de septiembre fui a ver al procurador general de la Nación, Carlos Jiménez Gómez y cuando llegué frente al edificio de la Procuraduría, vi en la calle revuelo, gente andando a zancadas, Mercedes Benz que abrían sus puertas y en medio de una recua de sicarios pude distinguir a Pablo Escobar, a El Mexicano y a dos pares de mafiosos más que salían de allí, se metían presurosos en los autos y enrumbaban por la Carrera Quinta en medio de una nube de tierra. Un mes más tarde, la revista Semana anotó: “El procurador general de la Nación, Carlos Jiménez Gómez, habría realizado recientemente intensas gestiones calificada como de paz, frente a los grandes del narcotráfico en el país. El resultado de estas entrevistas fue una especie de “paz pactada” en la cual se acordó el retiro total de los narcotraficantes de la actividad política, comenzando por el desmonte de los movimientos cívicos de Pablo Escobar y…”;.

Retirado Jiménez Gómez de la Procuraduría, y justo cuando escribía los ocho volúmenes de sus memorias, cenamos juntos y antes del café creí que como había transcurrido tiempo suficiente, no resultaba incómodo recordar la escena de aquel septiembre y se lo pregunté. Él sonrió unos segundos, asintió con la cabeza y empezó a contar:

“Era mil novecientos ochenta y tres, ¿no es cierto? En ese momento no había muerto Lara Bonilla pero ya las cosas estaban complicadas. Estaban enredadas y un día llegaron a mi oficina, Escobar, El Mexicano y otros cuantos, solicitando que los escuchara. Se quejaban. Pedían que los dejaran acogerse a algo así como lo que hoy llaman reinserción a la vida civil. Y óyeme bien: no fue una sino fueron varias las entrevistas que sostuve con ellos, en mi despacho en forma oficial y con el único tema de la paz… algo se logró esa vez”.

Gabo: Después de la nota en El Espectador, recuerdo que almorzando en la casa de Alejandro Obregón, Belisario me dijo una cosa estupenda: ”No sólo vamos a negociar la paz con la guerrilla, sino también con los narcos. Ellos mismos están proponiéndolo”.

UN CAMINO SEMBRADO DE MEMOS

Pero llega abril de 1984 y el 30, cuando comenzaba la noche, fue acribillado el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla y al día siguiente la mafia salió despavorida a esconderse en Panamá.

En mayo hubo elecciones en el istmo y el expresidente López Michelsen arribó formando parte de una comisión internacional invitada por el gobierno y a través de Santiago Londono White -que habla trabajado en la tesorería de su última campaña presidencial- se hizo un contacto con Escobar y su grupo que pedían ser escuchados. Santiago es hermano de Diego Londoño White que, a su vez, fue tesorero de alguna de las campañas de Belisario, en ese momento presidente de la República.

Hecha la aproximación, un día se aparecieron al hotel del expresidente López -El Marriot-  Pablo Escobar, El Mexicano, Pablo Correa que tenía un piso en el mismo edificio y el resto de los grandes capos de la cocaína, para quejarse de sus desdichas, alegar inocencia y decirle que querían pactar la paz con el gobierno. 

Según personas allegadas al expresidente, éste le hizo saber a Betancur que debía comunicarle algo y como una vez terminadas las elecciones viajó a Miami, Betancur envió a uno de sus exministros a conversar con él. No habían transcurrido veinticuatro horas después de su regreso, cuando el exministro buscó al procurador Jiménez Gómez. Propuesta: que él, por ser un funcionario y un hombre independiente, dialogara con los mafiosos.

Respuesta de Jiménez Gómez: a quien haga eso lo machacan. Pero si me lo pide el Presidente de la República personalmente…

“Y el Presidente de la República me pidió que lo hiciera, aprovechando que yo tenía un viaje pendiente a Panamá, para investigar la pérdida de los trece millones y medio de dólares del Ministerio de Defensa, un robo famoso de los años ochenta”, me contó después Jiménez. Gómez.

La entrevista del Procurador General con Escobar y sus amigos fue el 29 de mayo de 1984 en el Hotel Soloy de Panamá. Más tarde, una madrugada, Escobar me dio esta versión:

«Fui con todo el combo a donde el Procurador y después de explicarle la situación, le pedimos que le hiciera conocer una propuesta de paz al presidente Betancur. Pero el Procurador dijo que esa era una cosa muy seria y que por tanto, nosotros debíamos enviársela al Presidente por escrito y que no fuéramos a mandarle una carta sino un memorándum para no poner al Presidente en la obligación de responder.

El doctor Jiménez le echó cabeza y luego dijo: “Ojo, que si ustedes quieren paz, también deben arreglar esto con la DEA”.

¿Cuál era el camino? Pues enviar otro memorándum a la Embajada de los Estados Unidos y esa misma noche hicimos venir a los abogados de Medellín y redactamos los mensajes para el Presidente y para los de la Embajada».

Corrió el mes de junio sin respuesta alguna y el 4 de jallo, fiesta nacional de los Estados Unidos, El Tiempo publicó esta perla:

«Un grupo de narcotraficantes, encabezados por Pablo Escobar Gaviria y que dicen representar al ochenta por ciento del negocio, le formuló una propuesta al gobierno para llegar a un entendimiento sobre la forma de desmontar y eliminar el narcotráfico en el país.

La propuesta fue hecha hace algunas semanas a través del expresidente Alfonso López Michelsen y del procurador general de la Nación, Carlos Jiménez Gómez. Este último viajó a Panamá a entrevistarse con Escobar Gaviria…

La propuesta consiste en que los narcotraficantes colaborarán con la embajada norteamericana y la DEA para desmantelar los laboratorios y las pistas de aterrizaje clandestinas… la propuesta de Escobar Gaviria tomó por sorpresa al gobierno, cuya respuesta aún se desconoce».

Desde luego, la reacción Inmediata del gobierno norteamericano fue decir públicamente que rechazaba cualquier propuesta de los narcos y que rechazaba cualquier rumor y que rechazaba la más leve alusión a posibles acercamientos con la mafia colombiana, porque eso era totalmente falso.

Siempre me he preguntado, ¿a quién le convenía dejar filtrar esa información?

Bueno, pues lo cierto es que ese atardecer, el ambiente del cóctel en la embajada norteamericana fue tenso y cuando se encontraron cara a cara el presidente Betancur y el Procurador General de la Nación, este último llamó al Presidente a un salón vacío y allí le dijo:

“- Presidente, sencillamente esto se acabó. De ahora en adelante debe hablar uno solo de nosotros porque yo creo que si empezamos a dar declaraciones, López Michelsen por un lado, usted por el otro y yo por otro, va a formarse un lío… déjeme a mí dar la cara. Yo hago ese manejo”.

Unos años después, luego de haber sido realmente machacado por la prensa, Jiménez Gómez comentó:

“La verdad es que el presidente Betancur tomó esa última frase demasiado en serio”.

En el aeropuerto de México fue demorado el ingreso, de manera que llegamos al hotel después de la media noche y sólo vi a Gabo la mañana siguiente cuando me recogió y fuimos a los estudios Churubusco donde tenía una oficina en la cual tres o cuatro personas trabajaban en uno de sus guiones y más tarde nos refugiamos en el estudio de su casa colonial.

Estaba apesadumbrado por la situación del país y acordamos que, a mi regreso, buscaría contacto con Escobar para decirle que él estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario y dentro de la legalidad, para ayudar a buscar la paz del país. El presidente Betancur debía visitar México algunas semanas más tarde y García Márquez podía hablarle, pero necesitaba que Escobar y su gente le mandaran a decir qué era lo que los mafiosos querían para tranquilizarse.

Gabo: “En la Presidencia de la República de México me habían dejado conocer el proyecto de agenda de la visita de Belisario que era muy apretada, pero figuraba allí una tarde libre en Cancún durante la cual íbamos a permanecer los dos solos y pensé que allí estaba la oportunidad de hablarle de los extraditables, de manera que estos contactos previos eran definitivos para pensar en que la cosa podría caminar bien”.

EL MERO MERO

A mi regreso no fue tan fácil hacer contacto con Escobar puesto que llevaba más de un año sin verlo -aún no había comenzado a desarrollarse a fondo el proyecto del libro- y nueve días después hablé con él brevemente, le conté lo que pensaba Gabo y él planteó que lo ideal era un contacto directo:

“-Yo le propongo al maestro que venga a Colombia, que aquí se hacen mejor las cosas. Que mande decir en qué tipo de avión le da más confianza volar y que en cuál de estas veinte pistas quiere aterrizar (mencionó una lista que ahora no recuerdo) y que qué seguridad exige. Todo eso se lo suministramos, pero que lo ideal es hablar aquí con toda la gente”.

Ese día almorcé con Darío Arizmendi, hablamos del asunto y como a mi manera de ver se jugaba algo que eventualmente podría llegar a ser importante, vi la necesidad de volver a México. Aprovechando que él tenía algo pendiente con Gabo, resolvió ir y volamos la tarde siguiente.

-Yo no voy a La Montaña Blanca a reunirme con ellos ni por el carajo. Manéjalos para que cuenten qué es lo que quieren o si no se jode todo, dijo Gabo. De manera que regresé a Colombia, cambié de ropa en Bogotá y me fui a Medellín para cumplir la cita con Escobar un viernes a las diez y media de la mañana.

El sitio acordado era el taller de “El Mulato”, y como el doctor Carlos Echavarría (Escobar) llegó tarde, maté el tiempo viendo los autos Alfa Romeo, Mazerati, Jaguar, Ferrari y hasta vulgares Mercedes Benz descapotables.

Sobre las doce vi cruzar una buseta de transporte urbano y reconocí como pasajeros a algunos de los hombres de Escobar. Un par de minutos más tarde apareció un campero y detrás de él un taxi con dos clientes en el asiento de atrás. El chofer Escobar con una cachucha negra de los “Padres”, la novena de grandes ligas de los Estados Unidos y sus pasajeros, Garrafa y Boca de Chapa muy bien armados.

Me recogieron, salimos de Medellín y en una casa campestre hallamos a El Mexicano que entonces lucía barba y respondía al nombre de “Andrés”, acompañado por todo el combo de satélites que gravitaban en torno a Escobar.

Luego de “un juguito, un café, una champañita, lo que quiera tomar”, Escobar le explicó a la concurrencia la iniciativa de Gabito y el primero en hablar fue El Mexicano:

– Bueno y, ¿cuánto hay que darle por esto a García Márquez?, preguntó y Escobar se quitó la gorra, agachó la frente y mirándolo con los ojos oblicuos le disparó así:

– Hombre, Andrés, dejá de decir maricadas que García Márquez tiene más poder que vos, que yo y que todos los mafiosos que estamos en esta habitación. Pero El Mexicano no cejó en su suflclencia y hablando con un dejo, mitad de campesino boyacense y mitad de paisa, insistió:

– A yo qué carajo. O, ¿es que ese vergajo tiene más moneda que yo?

– Claro que no, hermano -dijo Escobar-, pero ese man puede llamar ya mismo al que manda en Rusia o al presidente de Francia y ellos le pasan al momento al teléfono. Le pasan y, además, si Gabito quiere, le mandan avión para que se vaya a hablar con ellos. Y a nosotros no nos pasa al teléfono ni el güevón del alcalde de Medellín. Y si no, llamalo y verás.

Total que unos minutos después preguntaron si yo podía llevarle a Gabo un mensaje escrito pero les dije que lo tenían que hacer era mandar un emisario suyo, pedí que me informaran quién iría para hacérselo saber al maestro y anuncié que me retiraba. 

Gabo: Tú me llamas esa mañana para decirme que viene un tipo. Lo espero y el tipo llegó dos días después a un hotel nuevo que queda en la Calle Florencia. No recuerdo cómo se llama. Llega allá, avisa que está listo y más tarde me reúno con él. Es un tipo muy joven, alto, rubio, fuerte, muy simpático, sumamente bien educado, respetuoso. Llegó con un maletín, lo puso aquí al frente y empezamos a hablar de cuanta vaina me interesaba para medir mejor la situación de esa guerra tan absurda y… yo no sé si el maletín se le quedó abierto o é lo abrió, pero en mitad de la conversación me dio la impresión que si que lo había dejado abierto para grabar la conversación y me molestó mucho. Me molestó pero tampoco quise decirle, no grabe, porque creí que me tiraba en todo. Entonces empecé a decir vainas grabables. Hablamos de muchas cosas, pero concreto fue esto:

– Mire: Escobar propone lo siguiente: que mantiene todos los puntos de Panamá y renuncia, en esta primera negociación, al problema de la extradición para que sea discutido más tarde.

Y eso era lo nuevo y lo grande y lo que permitía una aproximación al tema de la paz. Es que dejar la extradición para después era una gran cosa porque ese era el punto que lo bloqueaba todo.

Entonces al oír esa vaina le digo al tipo, “qué maravilla. No se preocupe que el presidente Betancur viene tal día y yo hablo con él y después les hago saber los resultados de mi reunión a través de Germán, pero este baño de sangre tiene que acabarse porque Colombia está sufriendo algo que no tiene por qué sufrir.

NO, NO, NOOOO…

El memorándum enviado por los mafiosos al presidente Betancur desde Panamá el 29 de mayo de 1984, estaba dividido en dos partes: un recuento de lo que era el negocio de la coca en esa fecha y algo que llamaron una propuesta para acabar con el narcotráfico en Colombia. Allí anotaban, entre otras cosas, cómo “el negocio significa hoy para quienes lo controlamos en Colombia, un ingreso anual cercano a los dos mil millones de dólares, de los cuales una proporción sustancial llega a nuestro país.

«Desmontar la operación del narcotráfico en Colombia, significaría, a un corto plazo, el incremento en los precios del producto final en el exterior, el deterioro de la calidad, la dificultad de adquisición del mismo y, como consecuencia de todo lo anterior, la reducción del número de consumidores. En un desmonte global de la operación del narcotráfico, no podría hacerse un compromiso del ciento por ciento de los que en él participan…».

Y en la segunda parte ofrecían, entre otras cosas, entregar los laboratorios de coca, entregar las pistas clandestinas para aviones, retirarse definitivamente de la actividad política, acabar con el mercado del bazuco en el país y traer a Colombia los capitales que tenían en el exterior.

El memorándum para la Embajada de los Estados Unidos era similar, pero en ninguno de los dos se decía, como se viene asegurando desde entonces, que la mafia ofreció pagar la deuda externa de Colombia. Eso no lo dijo nunca, nadie.

Gabo: Por fin llegó Belisario a México, como decía, para cumplir un programa demasiado apretado y lo de Cancún se suprimió porque resolvió irse para Guatemala.

Entonces cuando yo vi que no íbamos a tener esa tarde para conversar con calma, dije: Y ahora, ¿qué hago? Entonces programé, por ahí en un huequito que dejaba el protocolo, una recepción en mi casa a la que fueron Juan Rulfo, José Luis Cuevas, Luis Cardoza y Aragón, un gran escritor guatemalteco que ya murió y desde cuando comenzó la reunión empecé a medir el momento para poder hablar con él y a esperar y a calcular y nada. Y como yo sabía que una vez él se despidiera yo no lo iba a ver más, aproveché una pausa para decirle, “venga y le muestro una vaina”. Y me lo llevé para mi estudio que está al otro extremo del patio y allí le mostré una galera del libro de Hemingway, “Al otro lado del río y entre los árboles”, con correcciones hechas a lápiz por el propio Hemingway. Estaba ahí y cuando la tomó en sus manos, Belisario se quedó callado, se emocionó y dijo, “¡Qué maravilla!” y yo le dije, “¡Te la regalo!”. Nos miramos y luego agregué:

– Te la llevas pero antes te quiero dar un mensaje.

– ¿De quién?

- De Escobar, le dije, y él respondió inmediatamente:

– No. No. Noooo.

Se fue enseguida para la puerta y entonces yo le grité:

– Oye, Presidente: tú eres Presidente de la República y no puedes decirle que no a un mensaje sin saber de qué se trata, porque está de por medio la suerte del país.

Y entonces él me respondió:

– A cualquier mensaje que sea de Escobar yo le digo ahora que no por anticipado. Si de todas maneras me van a matar…, agregó, y atravesó el patio para regresar a la reunión.

Esa misma noche yo hice esta reflexión: si le decimos a Escobar cuál ha sido la reacción definitivamente del Presidente, lo va a mandar matar. Entonces me quedo callado”.

LOS TEMORES POR JAIME CASTRO

No volví a saber del maestro hasta una tarde que llamó de México y me dijo: “tengo entre manos algo muy complicado. Es urgente. Veámonos pasado mañana en Caracas. Te hago reserva en el Tamanaco”.

Entonces su preocupación era salvarle la vida a Jaime Castro, que luego de dejar el Ministerio de Gobierno se fue a vivir a Nueva York, huyendo de las balas: el M-19 lo había sentenciado a muerte por lo que estimaban como una traición durante el proceso de paz de Belisario.

Gabo ya se había reunido en Cuba y Nicaragua con Carlos Pizarro, obteniendo que su grupo aboliera la pena de muerte, pero ahora sospechaba que el exministro tenía aún una condena pendiente por parte de la mafia.

– Debemos salvarle la vida a Jaime, me dijo en el comedor del Hotel Tamanaco, y cuando cambiamos de tema le pregunté qué había sucedido con la gestión anterior y me contó el desenlace, la noche de la recepción en su casa de México.

En Medellín, cinco días después, le manifesté a Escobar los temores de Gabo en cuanto a Jaime Castro y me confirmó que no había nada contra él. Que estuvieran tranquilos. -Mire -dijo- tan no tenemos nada contra él que voy a mandarle a México un emisario al maestro para que se lo confirme y le diga que todo lo contrario: que si el doctor Castro quiere ser algún día Presidente de la República, nosotros le financiamos la campaña.

Luego se interesó por las gestiones ante el presidente Betancur.

– García Márquez no pudo hablar nunca con Belisario -le expliqué- y después de una pausa vi que su cara había enrojecido y sin pensarlo dos veces, sentenció arrastrando las palabras:

– Entonces aquí se va a tener que morir hasta el hijueputa. Han pasado ocho años y le cuento la historia a Gabo. Al escucharla hace un gesto de dolor, se recuesta, coloca los codos sobre los brazos de la silla en que está sentado y exclama:

– ¡Y se murió hasta el hijueputa!

GABO CUENTA LA NOVELA DE SU VIDA

GABO CUENTA LA NOVELA DE SU VIDA

Medio: El Espectador

Fecha: 16 de marzo de 1977

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

El escritor Gabriel García Márquez cuando relataba al periodista Germán Castro Caycedo la novela de su propia vida, en primicia mundial para R. T. I. y El Espectador con motivo de la próxima transmisión de ‘La Mala Hora’ por televisión. A partir de hoy, en página 5-A., publicaremos por entregas ese gran reportaje.

PARTE 1: “SIEMPRE ME FALTARON CINCO CENTAVOS”

Germán Castro Caycedo. ¿Qué sensaciones lo persiguen más a largo de su vida?

Gabriel García Márquez. Yo siempre he tenido la impresión de que me faltan los últimos cinco centavos. Y esa es la impresión que sigue siendo real. Es decir, yo siempre pensaba… Y no pensaba: ¡Es que es real! Es que siempre me faltaban los últimos cinco centavos. Si yo quería ir al cine, no podía porque me faltaban los últimos cinco centavos. El cine valía treinta y cinco centavos y yo tenía treinta. Si quería ir a los toros y valía un peso veinte, yo tenía un peso quince. Y siempre sigo teniendo la misma impresión… Y otra impresión que tuve siempre era que sobraba en todas partes. Siempre me parecía que si me invitaban a una fiesta era por el compromiso de que había un amigo que no iba sin mí, o una persona que sin mí no iba, y entonces, de todas maneras, tenían que invitarme a mí y yo no encontraba nunca qué hacer con las manos. Y ese es el gran problema; el gran problema de todos los tímidos son las manos. Uno no sabe qué hacer con ellas. Entonces todavía tengo esa impresión y por eso siempre trato de no estar sino con amigos. Porque con mis amigos estoy absolutamente seguro de que no sobro. Por eso no voy nunca a cocteles, no voy nunca a inauguraciones, no voy a fiestas multitudinarias: porque siempre tengo la impresión de que sobro.

EL IMPACTO DE BOGOTÁ

GCC. Leyendo algunas cosas suyas uno se encuentra que posiblemente su entrada a la pubertad fue muy violenta, en el sentido de que a los trece años se vino a Bogotá. ¿Cuál es esa sensación de llegar de una nación cultural como la Costa, a una nación tan diferente como Bogotá? ¿Cómo recuerda usted esa llegada?

GGM. Primero, hoy en 1976, es muy difícil imaginarse lo que era Colombia en 1943, que es la época esa de que tú estás hablando. Yo creo que eran muchas Colombias diferentes. Y me parece que en Bogotá tenían la impresión de que Colombia era Bogotá. Claro que esto lo razono ahora. Pero haz de cuenta una cosa: en ese momento, si uno quería aspirar a una beca, -y yo que estaba en Barranquilla- tenía que venir a Bogotá a presentar un examen, es decir un concurso. De todo el país había que venir a eso. Yo estaba en una casa donde nacía un hermano todos los años. Sería muy difícil hacerte las cuentas pero, si yo tenía en ese momento trece años, es casi seguro que yo tenía ocho hermanos… Entonces me di cuenta que ahí no había otra solución que irse. Es decir, eso presentaba dos ventajas: una para uno mismo, que era salvarse nadando. Y otra para la casa, que era descargar un poco ese peso que había. Entonces yo decidí venirme de Barranquilla a Bogotá a presentar examen de beca. Si eso era 1943, yo debía tener trece o catorce años. Te digo así porque no está muy seguro en qué año nací yo. Nadie está muy seguro de eso. Entonces mi padre me consiguió el pasaje hasta Bogotá. Me vine en un barco del río Magdalena. Normalmente se gastaban ocho días. Pero si el barco se varaba podían ser quince, dieciséis… eso nunca se sabía. Además a uno no le molestaba si el barco se varaba. Eso era una fiesta. Entonces yo me vine. Me imagino que no fue un viaje muy accidentado, debieron ser diez días. Llegamos a Salgar. Se tomaba un tren. Un tren que se iba subiendo. Daba la impresión de que se iba agarrando con las uñas toda la mañana.

LA SENSACIÓN DEL FRÍO

GCC. ¿Conocía usted las montañas?

GGM. Nunca en mi vida había visto nada que tuviera más de tres metros sobre el nivel del mar. Entonces el tren venía como agarrándose con las uñas y en la tarde entraba a la Sabana. ¿Tú sabes que era una verdadera maravilla entrar a la Sabana en un trencito que le costaba trabajo subir, que respiraba con dificultad y que de pronto comenzaba a correr como un caballito? Iba parando en las estaciones donde vendían unas gallinas amarillas y unas papas nevadas. Unas cosas absolutamente extraordinarias que uno no podía imaginarse. Y había frío. La sensación del frío es una cosa que ustedes, los que han nacido aquí, no pueden imaginarse. Es una cosa inconcebible para uno. Y después la sensación de la altura, pues me costaba trabajo respirar. Porque en la Costa uno tiene la sensación de que se ahoga. De oxígeno. Y entonces aquí me encontraba con que me costaba trabajo respirar. Y era absolutamente maravilloso ver esa Sabana, que para mí sigue siendo uno de los lugares más extraordinarios del mundo. Ahora, al final, había un problema. Y un problema muy grave: que era Bogotá.

“NI UNA MUJER EN LA CALLE”

GGM. Yo llegué solo a Bogotá en 1943. A las cuatro de la tarde. A la estación de la Sabana. ¿Tú sabes que me han hecho muchas entrevistas y me han preguntado siempre cuál es la ciudad que más me ha impresionado en el mundo? Creo que las conozco casi todas y siempre contesto lo mismo: ¡Bogotá! Es la ciudad que más me ha impresionado y que más me ha marcado. Mi llegada a Bogotá. Esa tarde. Una ciudad gris. Toda cenicienta. Con lluvia, con unos tranvías que cuando cruzaban por las esquinas echaban chispas e iba todo el mundo colgado. Todos los hombres estaban vestidos de negro. Con sombrero, y no había una sola mujer… ¡No había una sola mujer en la calle! Tú sabes que para los costeños esto es muy grave.

Para uno a los trece años: ver una ciudad donde no hay una sola mujer. -Todo el mundo estaba forrado de negro. Y ni una sola mujer… Entonces yo traía un baúl y pregunté quién me llevaba ese baúl hasta una pensión de la Carrera Décima. La Carrera Décima era una callecita muy angosta. (Entre parántesis, te digo: ¿tú sabes que me doy cuenta ahora que de esto hace tanto  tiempo que ya casi soy un viejo santafereño cuando hablo de ello? ¡Las vueltas que da el mundo!). Entonces me dijeron que me lo llevaban en una “zorra”. Agarré un zorrero que me iba a llevar hasta la calle 19. Él llevaba corriendo el baúl. Yo traté de correr detrás y no podía respirar. Era una cosa que nadie me había advertido: que no era posible correr en la altura. Bueno, llegamos a esta pequeña pensión. Era una pensión de costeños, porque a los costeños en esa época siempre nos quedaba el refugio de buscar costeños.  Es decir, yo en ninguna parte del mundo después, he sido tan extranjero como en Bogotá (en esa época). Recuerdo la impresión esa noche… el anochecer era muy triste en Bogotá. El paso del día a la noche que nunca estaba muy bien definido. Para nosotros nunca estaba muy claro cuándo era de día y cuándo era de noche. Entonces recuerdo perfectamente la pensión… era una de esas casas de dormitorios de un patio con geranios y con jazmines. Y eran las puertas alrededor del patio, sin ventanas, que uno cerraba y quedaba herméticamente metido en una caja de seguridad… Y la primera noche que me metí en las cobijas me dio la impresión de que alguien, por hacerme una broma, me había mojado la cama. Y pe- gué un grito y un costeño que había al lado me dijo, “es que esto es así. Hay que aprender a dormir en Bogotá. Esto no es lo mismo que allá. Es una cosa muy dura. Es un curso que hacer al cual hay que resignarse”. Entonces… ahora, esto tiene otra historia: esta fue la llegada…

EL TRAUMA DE BOGOTÁ

GCC. Lo importante es el primer contacto. El trauma aquel que para quienes leemos sus cosas, hallamos que siempre sigue a lo largo de su vida.

GGM. Sí, porque… ¡Yo no sé si es un trauma! Pero te quiero decir otra cosa: yo recuerdo perfectamente mi primera llegada a París. Recuerdo perfectamente la primera llegada a Roma, la primera llegada a New York… sí, pero ninguna me ha impresionado nunca tanto como la de Bogotá…

PARTE 2: CUANDO CAMILO SE METIÓ A CURA

GCC. Pero regresando al tema, yo iba a la Roca en Zipaquirá. ¿Cómo consiguió la beca para estudiar en el Liceo Nacional de Zipaquirá?

GGM. No, pero lo que sucede es otra cosa: que yo he contado siempre con mi buena suerte. Fíjate que en ese viaje, el río Magdalena era una fiesta: había orquestas y los estudiantes costeños, sobre todo los que tenían experiencia, sabían que era un asunto que se manejaba bastante bien. Era bastante pachangoso.

Yo no recuerdo mucho los detalles, pero el hecho es que cuando veníamos en el ferrocarril de Salgar a Bogotá se me acercó un señor; lo recuerdo perfectamente, era un hombre muy serio que venía en el barco y que siempre estaba leyendo. Yo nunca le he tenido una gran admiración a la gente que lee mucho, se me acercó y me pidió el favor de que le copiara la letra de un bolero que veníamos cantando en el barco. Le copié la letra y le enseñé un poco la música. Él me dijo que era que tenía una novia en Bogotá y que estaba seguro de que este bolero le iba a gustar mucho. Piense, si yo tenía 13, 14 años. No sé cuánto debía tener, pero para mí era un hombre muy serio. Y mucho más serio porque usaba chaleco. Porque para los costeños la gente que usa chaleco es lo más serio del mundo. Y este hombre usaba chaleco y yo con un gran fervor le copié el bolero… se lo enseñé.

Al día siguiente, después de la experiencia de la cama mojada, había que hacer cola frente al Ministerio de Educación, que estaba donde estuvo después el Café Automático, en la Avenida Jiménez con quinta, más o menos. Mira, que yo me levanté temprano y llegué, no sé, serían las ocho o nueve de la mañana y ya la cola era muy larga. Esta cola era para inscribirse para los exámenes del concurso de beca.

Hice mi cola. A las doce del día estaba llegando un poco a la puerta del edificio y de pronto pasó este señor a quien yo le había copiado el bolero y me dijo, “Tú que haces aqui?” “Estoy haciendo la cola para los exámenes de beca”, respondí… “No seas pendejo, ven conmigo”, dijo. Me subió a su oficina saltándome toda la cola y era el director nacional de Becas. Me dijo “¿Pa’ donde la quieres?”. Le dije, para San Bartolomé Nacional, que era en ese momento el colegio de más prestigio que había en todo el país. Me dijo, “no te la puedo dar para San Bartolomé porque todo esto que tengo aquí – me mostró una pila de papeles son recomendaciones de ministros y de gente importante -. Pero ¿por qué no haces una cosa?, vete para Zipaquirá que es muy buen colegio y está muy cerca de aquí”. La primera vez en mi vida que oía hablar de Zipaquirá, que era muy buen colegio.

TODOS LOS JÓVENES POBRES

GCC. Cuando lo conocí a usted hace unos quince días hablamos de Zipaquirá y me impresionó que la primera imagen que se le viniera de ese colegio era que allí estaban reunidos todos los jóvenes pobres del mundo. ¿Se sentía marginado?

GGM. No, no. Al contrario. Uno de los lugares donde tuve la impresión de que no sobraba fue en Zipaquirá. Porque allá estábamos todos los que sobrábamos. Mira, son seis años de mi vida que recuerdo poco porque son poco accidentados. Yo me encontré con que en Zipaquirá estaban todos los pobres del país. Todos estábamos igualmente jodidos.

GCC. Me fui a Zipaquirá a buscar el año y la fecha en que usted terminó bachillerato. La partida está sentada en diciembre de 1946. Se me perdió el rastro entre el año 46 y el año 48. Y eso me hizo pensar una cosa: ¿cómo lo agarró a usted el 9 de abril? ¿Qué estaba haciendo en el momento de ‘El Bogotazo’?

GGM. Me vine después del bachillerato a Bogotá a estudiar derecho porque era la única profesión que sólo tenía clases por la mañana. Me hubiera gustado estudiar arquitectura, ingeniería, cualquier otra cosa, porque además en esa época se estudiaba lo que se podía. Pero la única que permitía estudiar y trabajar era derecho. Yo por eso estudié derecho en la Universidad Nacional. Estaba Camilo Torres…

EL ENCUENTRO CON CAMILO

GCC. ¿En qué año se encontró usted con Camilo Torres?

GGM. Pues en 1947. Y además recuerdo perfectamente la ida de Camilo al seminario. Simplemente porque un día Camilo no fue a clase… Pregunté, “¿qué pasó?”, “pues que Camilo se metió a cura”. Y al día siguiente dijeron no: “Que la mamá lo agarró en la estación y se lo llevó a casa!”. Entonces yo me fui a ver a Camilo… Vivía algo como en la calle, era 20, 22, algo así. Lo encontré en su biblioteca. Con una ruana. No me olvido: estaba con una ruana. En una pequeña biblioteca que había en la casa de sus padres. A mí me sorprendió mucho… Dos impresiones tuve yo, habiendo tratado mucho a Camilo: primero, que tuviera vocación religiosa. Y segundo, que tuviera vocación. política. Entonces yo llegué a su casa y le dije, “oye, Camilo, ¿qué pasó?” Y me dijo, “hombre es en serio, es una vocación muy antigua y muy seria”. Recuerdo que me dijo una cosa: “el paso más difícil que tenía que dar, era explicarle eso a la novia. Pero esto ya está resuelto y… mi madre me ha detenido, no ha querido que me vaya al seminario”.

“Pero esto es un hecho y no hay nada que hacer”. Estaba repartiendo sus libros entre sus amigos. A mi me dio “La Breve Historia del Mundo”, de H.G. Wells, una edición rústica, la única que existía en esa época en castellano. Muy basta, sin pasta. Es una lástima que no conservé yo ese libro… Y estaba muy convencido Camilo de su vocación. Y efectivamente fue cuestión de una semana y logró convencer a su familia de que debía irse, y se fue.

LA HISTORIA DEL LADRONCITO

GGM. Después, varios años más adelante, estuve en su primera misa en 1959 o 60 que estuve todo el año en Bogotá cuando dirigía la oficina de Prensa Latina. Hay en esa época una historia que no olvido nunca porque yo estaba casado y entonces Ca milo venía a casa, y un día nos pidió un favor: era que le guardáramos en la casa a un ladrón que él estaba protegiendo. Un ladrón de casas que sacaba cosas y Camilo tenía mucho interés en protegerlo por una cosa que no es que dé risa: El tipo cumplió su condena. Salía a la calle y los policías le quitaban lo que tenía, y lo volvían a meter. Era una especie de persecución. Un chantaje.

Entonces Camilo buscaba una casa donde estuviera este hombre para que la policía no continuara esta persecución. Nos lo llevó. Yo me iba a trabajar y el ratero este se quedaba cuidando. Y nos contaba una historia que siempre he considerado como una historia maravillosa, porque de alguna manera se me parece a la de El Viejo y El Mar, de Hemingway:

Contaba que una noche se metió a una casa donde había un refrigerador precioso. Entonces decidió llevárselo él solo, sin despertar a la gente que estaba en la casa. Logró bajarlo por las escaleras. Con gran esfuerzo logró sacarlo. Lo sacó al jardín. Lo subió por el muro de la calle. Lo echó a la calle. Logró acomodarlo en la parada de los autobuses. Y ya eran las cuatro. Las cinco. Y estaba él esperando, esperando no sabía qué, porque no tenía ningún contacto, ninguna coordinación con transporte. Y a medida que iba llegando la gente iba haciendo la cola para el bús y él hacía su cola con su refrigerador. Llegó un momento en que ya no podía más, y estaba amaneciendo y dejó el refrigerador y la gente hacía cola con el refrigerador, hasta que los señores de la casa se levantaron, se dieron cuenta de que faltaba el refrigerador y lo encontraron en la parada de los buses haciendo cola. Este tipo nos lo llevó Camilo y estuvo viviendo en la casa. Y si le dabamos una

camisa teníamos que darle un certificado sobre ella para que la policía no se lo llevara.

Y un día salió de la casa y no volvió más. Como a los dos o tres días la criada de la casa abrió el periódico y vio una foto y dijo: “Estos son los zapatos del señor”. Era un muerto que tenía mis zapatos puestos. Y era efectivamente el ladroncito que lo habían matado. Yo sé que Camilo fue, recogió el cadáver, hizo el entierro y después me encontré con un Camilo totalmente distinto, que me dijo: “Todo esto que estaba haciendo es caridad. Esto no puede seguir así. El problema no es de caridad”. Y no dijo la palabra pero me di cuenta que ese día Camilo comprendió que el problema de los rateros a quienes explotaban los policías, no se resolvía con caridad sino con la revolución”.

PARTE 3: HISTORIA DE LA MALETA LLENA DE PLATA

GCC. En un relato, su compadre Plinio Apuleyo Mendoza dice que el 9 de abril usted fue a la pensión en que vivía, y al encontrarla, se hallaba en llamas. Y que lo tuvieron que agarrar para que no entrara sacar algo que había escrito. ¿Qué era eso?

GGM. Esta pensión para mi es importante porque fue donde escribí mis primeros cuentos… recuerdo perfectamente cómo fue. Yo ya había escrito allí dos cuentos, cuando apareció en el suplemento. ‘Fin de Semana’ de ‘El Espectador’, una carta un lector, de siempre, de las épocas en que se decía que ese suplemento no publicaba cosas sino de escritores consagrados y que en cambio este estaba lleno de escritores jóvenes a los que no se les publicaba nada en ninguna parte. Exactamente lo mismo que se dice hoy y exactamente lo mismo se había dicho cincuenta años antes, y cincuenta santes. Entonces Eduardo Zalamea publicó esta carta y anotaba luego, “Yo que este lector no tiene razón. Pero si hay alguien con quien no habíamos sido justos, las columnas de este suplemento están abiertas para él”.

Entonces metí uno de mis cuentos en un sobre… debí mandarlo un lunes o un mar- y yo estaba absolutamente seguro de que me lo iban a publicar, pero pensé que lo harían uno o dos meses después. Y el sábado siguiente sali, a la calle, entré a un café en la Carrera Séptima y vi un tipo que tenía abierto el suplemento literario de El Espectador y que tenía el título de mi cuento a ocho columnas. Entonces me sucedió una cosa que es maravillosa: que no tenía los cinco centavos para El Espectador, para ver mi cuento publicado. Entonces salí corriendo para la pensión y le dije a un amigo, “he visto que mi cuento fue publicado” y me dijo, “no puede ser porque lo mandaste el miércoles y hoy es sábado”.

“Pues está publicado”. Y él sí tenía los cinco centavos. Salimos, compramos El Espectador y efectivamente estaba allí. El lunes o martes salió en la sección ‘La Sociedad y el Mundo’ de Eduardo Zalamea, una nota donde decía que esperaba que los lectores se hubieran dado cuenta de que había aparecido un escritor del cual no se tenía noticia, y hacía un gran elogio de este escritor. Y la impresión que yo tuve en este momento era que me había metido en un lío del carajo, porque ya no tenía camino de regreso y tenía que seguir siendo escritor por todo el resto de mi vida.

EXTRANJERO EN TODAS PARTES

GCC. Hojarasca le decían en Aracataca a los forasteros que llegaban cuando la fiebre del banano. Le he escuchado y le he leído, que en todas partes se siente extranjero. ¿Usted se siente una hojarasca?

GGM. Mira, es que en Aracataca le llamaban hojarasca a los extranjeros juntos… yo sí me he sentido extranjero en todas partes. La primera parte donde lo sentí fue en Bogotá. Luego me he sentido extranjero en todo sitio.

Yo creo que la solución para que yo no me sintiera extranjero en todas partes era que me hubiera quedado en Aracataca. Yo le he dicho a Mercedes muchas veces que si yo me hubiera quedado allá, probablemente no sería un escritor. Seria juez municipal, me emborracharía todas las noches, estaría casado con ella y tendría dos hijos, uno se llamaría Rodrigo y otro se llamaría Gonzalo, como sucede ahora. Pero además, tendría dos queridas con catorce hijos, cuyos nombres no sé cuales serían, pero no me sentiría extranjero y sería completamente feliz.

GCC. Esto de extranjero yo lo podría interpretar, muy personalmente, como desadaptado. Cuando veo que usted viaja, casi con angustia, sin parar en ningún lado, pienso que lo hace para llenar algún vacío o para solucionar esa desadaptación que tiene a partir de los ocho años.

GGM. Eso es bastante complicado. Yo creo que yo no viajo. Me viajan. Por mí me quedaría quieto. Hay una cosa que yo no me busqué. Que yo no quise, y que yo no preví. Las personas que me conocen bien dicen que todo lo que me ha sucedido en la vida yo lo he previsto… hay una cosa que yo no he previsto y es la fama. Yo quería ser un escritor, y quería ser un buen escritor, y quería ser un muy buen escritor, y quería ser el mejor escritor del mundo. Porque no se puede ser un regular escritor si uno no tiene el propósito de ser el mejor escritor del mundo. Es decir, no se puede escribir regularmente bien, si uno no se propone en cada letra a ser mejor que Cervantes, ser mejor que Shakespeare, ser mejor que el Dante, ser mejor que Sófocles… Entonces yo me había hecho ese propósito por una razón de honestidad. Es decir, porque si esa no era mi meta, entonces yo no era honesto. Ahora, lo que me falló fue que yo no sabía que esa meta implicaba la fama. Entonces hay una cosa que yo he dicho. Yo hubiera sido feliz si todos mis libros hubieran sido póstumos, en el sentido de que no tenía que cargar con todos los libros que he escrito. Por eso hubiera preferido que se hubieran conocido después de mi muerte.

“GABO NACIÓ CON LOS OJOS ABIERTOS”

GCC. Estuve leyendo las primeras crónicas que envió usted de Europa a El Espectador, cuando fue enviado a Ginebra a cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes. Y se ve en ellas que usted no se deja deslumbrar por Europa. No se deja deslumbrar por las cosas convencionales de ese continente. Tal vez se ríe del Viejo Mundo en esas crónicas….

GGM. No, ¡Si me deslumbraban! Lo que pasa es que yo sabía que no me podía dejar deslumbrar. Para precisar, creo que lo que ha sucedido es que las cosas que me iban sucediendo las tenía más o menos previstas. Yo he medido cada etapa. Yo desde que tengo memoria, recuerdo que lo único que quería ser, era escritor. Nunca en mi vida he sido nada distinto de un escritor.

GCC. En eso de lo que usted quiere y de lo realista que es, me he encontrado con varias cosas: su hijo Rodrigo recuerda mucho que su madre dijo una vez, “Gabo nació con los ojos abiertos”. Hablando de eso con su esposa, ella me decía: “Gabriel siempre ha conseguido lo que ha querido. Hasta el matrimonio. Cuando yo tenía trece años, le dijo a su padre, ya sé con quién me voy a casar. En esa época no éramos más que conocidos…”. Luego recuerda la luna de miel, hace 18 años, cuando en un avión usted le dijo: “Voy a escribir una novela que se va a llamar ‘La Casa’” (la casa del abuelo) y después, “voy a escribir una de un dictador”. Recuerda luego ella que también usted le dijo, “a los cuarenta años voy a escribir mi obra maestra”. Concluye todo esto en que creen tanto en usted, que su familia ha perdido hasta la emoción de una sorpresa. Y Gonzalo, su hijo, cuenta la historia de un hombre con una maleta llena de billetes. ¿Cómo es?

LA MALETA LLENA DE BILLETES

GGM. Sí. En México, para 1965 podría ser; alguna necesidad tenían mis hijos que yo no la podía satisfacer… te quiero advertir una cosa: que yo no te voy a hacer el cuento de la miseria, por que lo hago en el sentido de que a mí siempre me faltaron los últimos cinco centavos de que hablábamos la otra vez. Pero nunca me faltaban los últimos cinco centavos para el whisky, por ejemplo. Entonces estábamos muy pobres, y estábamos muy jodidos, ya no teníamos que comer, pero siempre teníamos whisky. Eso es importante desde un punto de vista moral: porque no te dejas hundir…

Entonces no recuerdo en qué momento mis hijos quisieron algo – antes de Cien Años de Soledad – y entonces yo les dije: “Ahora no se puede, pero les prometo una cosa: que un día llegará a esta casa un hombre con una maleta llena de plata”. Y ellos se acostumbraron a oírme decir estas vainas. Se quedaron muy tranquilos.

A mi probablemente se me olvidó y probablemente se les olvidó a ellos, y unos cinco o seis años después, en Barcelona, cuando ya mis libros se estaban vendiendo, el editor me llamó por teléfono y me preguntó si yo le aceptaría que me liquidara el semestre de derechos de autor, en dinero español en efectivo. Le dije, “no tengo inconveniente. Nos encontramos en la esquina del banco a las diez de la mañana”. Y el hombre me dijo, “pero trate de llegar a las diez en punto, porque

no quiero estar en la esquina esperándolo. Es una maleta de plata”. Y en ese momento me acordé de que le había dicho a mis hijos cinco o seis años antes. Le dije, ¡No! ¡Un momento! Cambio: nos encontramos aquí en la casa a las seis de la tarde”.

Al día siguiente a esa hora abrí la puerta y vi un hombre bajito con una gabardina azul y con una maleta. Pero con una maleta como si llegara a un hotel. Mis hijos habían llegado del colegio y los llamé. Les dije, “vengan acá”. Le dije al hombre “ábrala”. Lo hizo… Mira, no era mucho pero eran billetes de cien pesetas. ¡Llena! Y les dije a mis hijos, “¿se acuerdan de lo que les dije?”. Y dijeron, sí. Nos dijiste que un día vendría un hombre con una maleta llena de plata – lo daban por seguro -.

PARTE 4: “TANTO VOLAR PARA VER LA MISMA HIERBA”

GCC. ¿En qué forma lo deslumbró a usted Europa?

GGM. No fue deslumbramiento. Fue susto. Pero el susto no fue la llegada a Europa. fue la salida de Bogotá. Esto fue en 1955. Después de la publicación del ‘Relato de un náufrago’ la cosa se puso cabrona en Colombia, porque era la dictadura de Rojas Pinilla. Los periódicos estaban censurados. Y tengo la impresión, con veinte, veinticinco años de distancia, de que a la dictadura no le gustó mucho el reportaje el náufrago. El hecho es que, por si acaso, se decidió en EL ESPECTADOR que me fuera a Ginebra de enviado especial a la conferencia de Los Cuatro Grandes. Era aún raro que a un periodista lo mandarán de enviado especial a cualquier parte, que le hicieron una gran fiesta de despedida que duró como hasta las tres o cuatro de la mañana, y cuando desperté ya el avión se había ido, y cuando llegué al aeropuerto de Techo, que era un galpón helado, me dijeron: “ya el avión de París se fue, pero no importa porque está descompuesto en Barranquilla. Entonces, si coge el avión de Medellín, lo puede alcanzar”. Cogí el avión de Medellín, en Medellín cogí otro avión e iba a Barranquilla y efectivamente, el Constellation de París estaba descompuesto en Barranquilla. Me subí al avión y antes de que saliera llegó la cabinera y soltó así, al aire: “Señor García Márquez”. “¿Sí?”. “¨Por aquí, por favor”. 

Me pasaron a primera clase, porque era viajero distinguido, enviado especial de El Espectador, y en primera clase solamente había un pasajero que era Fernando Gómez Agudelo. El avión hacía Barranquilla, Bermudas, Azores, Lisboa, Madrid, Paris. Gómez Agudelo iba hasta Frankfurt a comprar la Televisora Colombiana. Es decir, toda esta vaina que está funcionando aquí, donde me están jodiendo, la iba a comprar Gómez Agudelo por cuenta de Rojas Pinilla que me estaba expulsando de aquí, lo cual es el despelote de la contradicción.

Nos sentamos a beber trago: en Bermudas se había acabado el trago y le cambiaron la hélice al avión. Cargaron trago hasta las Azores. Alcanzamos a bebérnoslo todo. Le volvieron a cambiar la hélice al avión en Las Azores. Cargaron trago. Llegamos a Lisboa. Le cambiaron la otra hélice… Hicimos 46 horas de Bogotá a París. Cuando llegamos a París, recuerdo que los pilotos nos dijeron a Fernando y a mí – que llevábamos tres días metidos allí bebiendo trago -: “A este avión se lo llevó el carajo porque no le salen las ruedas”. Pero al fin dijeron, “tranquilos que ya le salieron”. Aterrizamos en París y al día siguiente cogí un tren para Ginebra… Probablemente ahora caigo en la cuenta, no me deslumbró.

LA MISMA HIERBA DE ARACATACA

GGM. Cuando yo iba en ese tren veía la orilla del camino y me daba cuenta de que la hierba era exactamente igual a la hierba que se veía por la ventana del tren de Aracataca. Y yo me decía, “tanto volar, tanto beber, tanto cambiar hélice para que la hierba siga siendo exactamente igual, siga siendo la misma del tren de Aracataca”. 

Entonces yo seguí tranquilo. A las cuatro de la tarde llegué a Ginebra. Y saqué la cuenta. Me habían enseñado en El Espectador que tenía que descontar seis horas para saber qué hora era en Bogotá: Pensé, “Las once de la mañana, El Espectador todavía no lo han cerrado, de manera que tengo tiempo de mandar el primer cable de la Conferencia de los Cuatro Grandes”. Llegué a la estación del tren, me metí en la pensión que vi enfrente. Salí y dije, “y ahora, ¿qué carajo hago?”. Comencé a caminar. No hablaba ni una palabra de ningún idioma distinto del costeño.

Y caminando por la calle vi de pronto que venía un cura, que tenía cara de cura vasco. Lo paré y le dije, “Padre, ¿usted es español?” y me contestó en muy buen castellano: hijo no soy español, soy alemán pero hablo español. ¿Qué te pasa? Entonces yo le conté mi drama: “Mire, a mí me han mandado de periodista aquí y no tengo ni la menor idea de dónde es la conferencia de los Cuatro Grandes”. Me dijo, “mira, tú métete a un taxi y di que te lleven al Palacio de las Naciones Unidas y ahi te resuelven el problema”. Al llegar allí ví que eran las doce y media en Bogotá, ví el ambiente, me senté y escribí el primer cable. Lo mandé y salió esa tarde publicado. Ese día empecé a ser enviado especial. El cable fue todo inventado… Pero salió bien… Tú sabes que no era la primera vez que pasaba eso.

Ya antes me había sucedido dos o tres cosas como reportero. Ya antes en El Espectador, un día, también bajo la dictadura de Rojas Pinilla, se había publicado la noticia de que habían decidido repartir el Departamento del Chocó entre Caldas, Antioquia y Valle. Se anunció esa decisión y llegó un telegrama del corresponsal de El Espectador en El Chocó, que decía que, ante la decisión del Gobierno, la gente se había echado a la calle y se había declarado una manifestación permanente de toda la capital; en la calle, bajo la lluvia y en las condiciones más penosas, y que estaban dispuestos a continuar esa manifestación hasta que el gobierno se retractara de la decisión de desmembrar al Chocó. Ese telegrama llegó un día y se publicó. Al día siguiente llegó otro igual que decía que la manifestación continuaba y que se estaban desmayando las señoras, los niños bajo el sol canicular del Chocó. Que no podían soportar más, pero que estaban dispuestos a continuar hasta la muerte. Al tercer día, Guillermo Cano, director de EL ESPECTADOR, me dijo, “te vas para el Chocó” y le dije, “no, hombre. Yo qué voy a ir para el Chocó”. “No, te vas porque estas son cosas muy importantes”. “No, para el Chocó no me voy”, y me dijo, “Vete que allá hay muy buenas negras”. Eso lo pensé un poco y esa misma mañana decidí irme.

LA DESMEMBRACIÓN DEL CHOCÓ

GGM. Eran unos Catalinas, rezagos de guerra, que hacían Bogotá, Medellín, Quibdó. No tenían sillas, sino que llevaban carga y uno iba sentado en los bultos de escobas. Llegando a Medellín había una tormenta tremenda y el Catalina se metía por entre la tormenta y se llovía. Entraba agua en el avión y entonces venían y le daban a uno periódicos, y uno se ponía los periódicos en la cabeza para no mojarse.

Y lo que más me tenía a mi aterrorizado era que el piloto era un tipo que jugaba béisbol conmigo en la Matuna de Cartagena y yo le pregunté, “¿dónde aprendiste tú a manejar esta vaina?”, Dijo, “no joda, ¿tú que crees? Si yo he aprendido una cantidad de vainas en la vida”. Y así llegamos a Medellín. Aterrizó en Medellín, tanqueó, llegamos a Quibdó, bajó en el río y era un pueblo totalmente desierto a las dos de la tarde. Con un calor…Yo iba con un fotógrafo, con Guillermo Sánchez. Empezamos a recorrer aquellas calles desiertas, con ese calor que era aplastante. Era el calor de Aracataca. Volvía a vivirlo ahí. No había manifestación. ¡No había nada! Le pregunté a alguién, “¿Donde vive fulano de tal que es corresponsal de El Espectador?”. Me dijeron donde, llegué y encontré un negro largo, flaco, tirado en una hamaca. Estaba durmiendo la siesta. Lo desperté y le dije, “¿dónde está la manifestación permanente?” Dijo, “No, si aquí no hay manifestación permanente. Lo que pasa es que yo no entiendo cómo es posible que esta gente tenga tan poco espíritu cívico que lo van a desmembrar, lo van a repartir, va a acabar el Departamento y nadie se ha preocupado, y entonces yo decidí inventar por telegramas esta manifestación permanente. Le dije, “mira: te advierto que yo no me he metido en un Catalina que se llueve, con un piloto que era pitcher en la Matuna y que no tiene ni la menor idea de esto, para salir ahora con que no hay manifestación. De manera que me haces la manifestación!”. Nos fuimos donde el gobernador y le explicamos la situación. Entonces el tipo la convocó con un bando.

“Sacaron las escuelas, sacaron los colegios, sacaron la gente y llenaron la plaza. Y empezamos a decirle a una viejita, usted se desmaya, y entonces Guillermo Sánchez tomaba la viejita desmayada. Sacaban a una estudiante cargada, Guillermo Sánchez tomaba la fotografía… Todo esto se devolvió en el Catalina. Se armó el gran escándalo. Por primera vez El Espectador publicó fotos de la manifestación permanente. Al día siguiente la manifestación continuaba. Mandamos más fotos, mandamos más cables y el cuarto día ya la manifestación era verdad. Ya la gente se lo creía, ya se desmayaban de verdad, ya caían exhaustos por el sol y ya los senadores y los representantes chocoanos se habían ido para el Chocó a capitalizar esta manifestación, y ya estaban pronunciando discursos de verdad. En el siguiente avión no solo se fueron todos los senadores y los ministros, sino que se fueron todos los periodistas y terminaron haciendo una manifestación permanente de verdad, con lluvia, con ministros desmayados, tanto que a la semana el Gobierno decidió que “en vista del extraordinario espíritu cívico del Chocó y de la abnegación y del heroísmo de los políticos chocoanos, no se desmembraba el Chocó”. Yo me quedé, hice un reportaje completo sobre el Chocó, donde demostraba que era un departamento abandonado, que las gentes estaban en una situación económica terrible y que había que hacer algo por ellos. Y a la semana estaban los chocoanos escribiendo cartas a El Espectador diciendo que yo era un miserable, que me habían tratado como a un príncipe y había venido a decir que ellos se estaban muriendo de hambre y que no era cierto porque ellos estaban muy bien.

PARTE 5: EL ESCRITOR NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA

PARIS SIN CINCO CENTAVOS

GCC. Volviendo de esta realidad nacional a la política mundial, qué es el salto que da usted con Ginebra, al terminar la conferencia de los Cuatro Grandes, ¿qué camino sigue?

Volví tres años después, porque de Ginebra… me pareció que esto de llegar a Ginebra y quedarse allí unos pocos días y regresar a casarme, pues era como un poco exagerado. Entonces me fui a Roma estuve en Roma unos ocho meses, o un año, y luego me fui a París. Ya de regreso, cuando estaba en París, recuerdo que me encontré con Plinio Apuleyo Mendoza en café y él leía Le Monde. Y de pronto me dijo, “aquí hay una noticia que puede ser muy grave para usted: que clausuraron El Espectador. Le dije yo, “es la mejor noticia que me pueden dar en la vida, porque no tengo que regresar ahora a Colombia”.

GCC. París, ¿qué pasó ahí?

Yo me senté a escribir ‘El coronel no tiene quién le escriba’. (Porque esta es una historia que se muerde la cola). Yo conocía la historia de mi abuelo que estuvo toda la vida esperando que le mandaran su pensión de veterano de la guerra civil. Cuando mi abuelo se murió, mi abuela dijo, “tu abuelo se murió esperando su pensión de veterano, pero yo no me preocupo porque a ustedes les llegará. Y si te llega a ti les llegará a tus hijos”. Una pensión que no llegó nunca. Entonces yo había pensado siempre que esa podía ser una historia para una comedia. Pero cuando estaba en París, empecé escribiendo la comedia del coronel que espera su pensión, y todos los días sacaba dinero de la mesa de noche, bajaba, comía en la esquina, subía, hasta que un dia hice así, y rasguñé y ya no había ni un centavo. Entonces lo que había empezado como una comedia lo volví al revés y empecé a escribirlo realmente como era. Porque empecé a mandar S.O.S. a los amigos…

Este era un séptimo piso sin ascensor, y yo bajaba, veía que no había carta y entonces subía y agregaba una página más de la historia que estaba escribiendo. Pero lo que es increíble es que a medida que iba escribiendo la historia me iba dando cuenta que nunca me llegaría la carta y que nunca me contestarían los amigos a los cuales había acudido. Entonces había un momento en que lo que estaba escribiendo correspondía exactamente con la realidad. Y por eso yo creo, contra el criterio de todos los críticos, que el mejor libro que he escrito yo: es decir, que si yo he escrito una obra maestra, esa obra maestra es ‘El coronel no tiene quien le escriba’, porque yo duré escribiendo la realidad de cada día a medida que iba sucediendo.

LAS BOTAS DE ITALIA

GCC. Ahora, antes de comenzar la entrevista, hablamos de sus botas hechas en Italia, su camisa francesa… Se sabe por otra parte que usted es un gran catador de vinos. ¿No trata de desquitarse así de esos años estrechos? ¿No se venga de la vida como se vengó el 9 de abril en esos almacenes de paños?

GGM. No hay que equivocarse. Todos los años, desde que uno nace hasta que uno muere, son estrechos. La historia de mis botas es que cuando yo llego a Roma, donde tengo muy buenos amigos, los periodistas me preguntan que a qué voy a hacer a Roma, y como yo voy a Roma por asuntos estrictos de mi vida privada, les digo que voy a comprar botas. Y voy a París y compro camisas. Y voy a Londres y compro pantalones, y mi hijo Rodrigo, cuando me ve, me dice lo que decía hace un momento. Que yo me visto como pobre con ropas de rico. Ahora, lo que te quiero decir es que eso no es una venganza. Al principio sí hubo una especie de venganza. Es decir, cuando yo volví a París, quince años después de esta historia que te contaba de mi primera llegada allí, tuve impulso de venganza. Llegué con suficiente dinero, como para ir a restaurantes a los cuales no había ido. Fui el primer día, y el segundo y el tercero, pero al cuarto día uno se da cuenta de que son pendejadas. Que los buenos restaurantes eran a donde iba antes. A los restaurantes griegos del barrio Latino.

A los pequeños bistrot, a donde la señora que hacía un buen bistec, que hacía unas buenas papas fritas. No hay venganza posible con la vida. Es decir, todo el camino de la vida es siempre estrecho y no hay nada qué hacer.

EL PESO DE UNA NOVELA

GCC. Bueno, yo relacioné esta época de París con la época en México, muchos años después, en la cual usted escribió ‘Cien años de soledad’, porque usted tuvo que dejar un puesto en una agencia de publicidad para dedicarse a escribir y tuvo un momento muy difícil. Su esposa recuerda que no han sido así todas las épocas de su vida matrimonial, sino esa. Y me impresionó una anécdota, cuando usted terminó de escribir el libro. Se fue al correo a enviar el paquete a la Argentina y, no se si tuvo para los portes… ¿Recuerda ese momento?

GGM. Pero no es tan grave como se cuenta. Lo que pasa es que ‘Cien años de soledad’ pesaba más de lo que uno se imaginaba. Fíjate,‘Cien años de soledad’ lo escribí yo en México en 1965, 66, 67… desde el 65 hasta el 67. Fue una época estupenda. Es decir, una época que no era fácil porque no teníamos dinero, pero en cambio, una época muy buena, porque yo estaba escribiendo como un tren, que es lo mejor que le puede suceder a un escritor. Entonces cuando yo vi que ‘Cien años de soledad’ venía y que no la paraba nadie, le dije a Mercedes,”tú te haces cargo de este asunto”. Ella, por supuesto, no lo pensó dos veces. Es curioso que mis hijos, ahora, yo les pregunto por esta época y ellos me recuerdan como a un hombre que estaba, encerrado en un cuarto, que no salía nunca…

Y yo tenía la impresión de que era el ser humano más humano y más sociable del mundo. Y ahora me doy cuenta de que durante dieciocho meses no salí del cuarto. Pero yo recuerdo que salí una vez. Salí una vez cuando Mercedes me dijo que ya no había nada qué hacer. Que ya había llegado al fondo. Entonces yo tenía un carro y lo llevé al Monte de Piedad y lo empeñé y le traje a Mercedes la plata y le dije, “mira, aquí tienes como para diez años…”. Y duró tres meses. Y seguía escribiendo. Recuerdo que en mitad de camino el dueño de la casa llamó a Mercedes y le dijo, “señora, ustedes me deben tres meses de casa”. Y Mercedes tapó el teléfono y me dijo, “¿cuánto tiempo te falta para terminar el libro?” Y yo le dije: “como seis meses”. Y entonces ella le dijo. Mire, señor, no solo le debemos tres meses, sino que le vamos a deber seis más. Y entonces el tipo le dijo, “¿Y dentro de siete me pagan todo?” y dijo ella, “sí, todo”. Y él respondió, “si usted me da su palabra, yo no tengo ningún inconveniente en esperarla”. Y Mercedes tapó el teléfono y me dijo, Palabra?, y yo le dije, “mi palabra de honor”. ¿Y tu sabes que a los siete meses fuimos y le pagamos todo? No por Cien Años de Soledad, porque yo termine, y en un mes, traía tal perrenque en la mano, que me puse a trabajar después en publicidad y pudimos pagar todo eso. Pero cuando yo terminé ‘Cien años de soledad’, ya me había escrito la Editorial Sudamericana y me había pedido… La Editorial Sudamericana me escribió diciéndome que había leído todos mis libros y que tenían interés en reeditármelos. Y entonces yo les contesté diciéndoles que no podía porque tenía compromisos con otros editores. Pero en cambio, en septiembre terminaria un libro en el cual yo tenía mucha fe. Y que no tenía ningún inconveniente en dárselo a ellos. Y entonces ellos me dijeron que muy bien, que estaban de acuerdo, que contrataban ese libro. Lo contrataron y me mandaron con el contrato quinientos dólares de anticipo. Y el día que lo terminé nos fuimos al correo Mercedes y yo. Eran setecientas páginas. Entonces lo pesaron y dijeron que costaba ochenta y tres pesos, de México a la Argentina, y Mercedes me dijo, “no tenemos sino cuarenta y cinco”. Le dije: “muy fácil”; partí el libro por la mitad y le dije, “péseme este libro hasta cuarenta y cinco pesos”. Pesaron hasta cuarenta y cinco: quitaban hojas como quien corta carne. Cuando llegó a cuarenta y cinco pesos agarré esas hojas, las envolví, las mandé y nos quedamos con el resto. Entonces nos fuimos a la casa y Mercedes sacó lo último que le faltaba por empeñar. Era el calentador que yo usaba para escribir. Porque yo puedo escribir en cualquier circunstancia, menos con frío. El secador que usaba para la cabeza y la batidora que había usado toda la vida para hacerle los jugos de frutas a los niños y ya los niños estaban creciendo y ya no la necesitaban…

Se fue con eso al Monte de Piedad y le dieron unos cincuenta pesos. El hecho es que volvimos con el resto de la novela al correo: la pesaron y dijeron, cuesta cuarenta y ocho pesos. Mercedes pagó sus cincuenta pesos, le dieron dos pesos y yo me di cuenta, cuando salimos del correo que estaba verde de encabronamiento, y me dijo: “Ahora lo único que falta, es que esta hijueputa novela sea mala”.

PARTE 6: EL NIÑO, EL HIELO Y EL MAR

GCC. Hablando de su obra, hay una frontera entre la realidad y la imaginación, o la creación. Y lo primero que se me ocurre preguntarle es sobre el hielo. ¿Hasta dónde esta imagen del hielo y cuándo comenzó la imaginación?

GGM. Yo tengo la impresión de que, hasta el momento en que escribí ‘Cien años de soledad’, tuve la idea de empezar, de algún modo, un libro, un cuento, una novela, con este episodio del hielo. Más aún: el personaje del viejo que lleva al niño de la de mano, es un personaje que se repite constantemente en mis libros. En La Hojarasca, que es mi primera novela, el principio exactamente es de un niño que lo visten con un vestido de pana verde, que le aprieta un poco, que le aprieta en las piernas y que lo llevan a ver un muerto, que es exactamente la imagen que yo me acuerdo de mi abuelo que me llevaba a misa los domingos. Y yo siempre tuve la impresión de que estaba trampiando un poco, porque a través de todos mis libros, de mis cuentos hay un viejo que lleva al niño y lo lleva a ver un muerto y lo lleva de paseo y lo lleva al cine… Mi abuelo me llevaba siempre al cine y yo tenía la impresión de que no había llegado exactamente a la almendra del problema, hasta cuando llegué a ‘Cien años de soledad’, donde lo lleva a conocer el hielo. Y era exactamente el asunto donde yo había estado tratando de llegar desde que tenía, no sé, tenía… cuatro o cinco años. Creo que ni siquiera sabía hablar cuando conocí el hielo.

GCC. Saltando tal vez, pero siguiendo con su obra, en ‘El otoño del patriarca’ aparece siempre un embajador detrás del dictador. Este dictador le regala todo, hasta el mar. Entonces, yo creo que una persona medianamente lea, lo encuentra a usted en ese momento. Y encuentra que es la autobiografía. ¿Por qué le entregó el

mar?

GGM. No, déjame ir un poco atrás. Es que lo le pasa es que ‘El otoño del patriarca’ es parte de mis memorias cifradas. A mí me llamó muchísimo la atención… fijate que hace mucho tiempo que yo no leía artículos críticos sobre mis libros. Cuando apareció Cien Años de Soledad y hubo una avalancha de crítica, en el primer momento con una gran ansiedad perfectamente justificada y natural y comprensible, yo me precipitaba sobre estas críticas, a ver qué les gustaba o no les gustaba.

CRÍTICOS PARASITARIOS

GGM. Y luego me fui dando cuenta de que a los críticos no les preocupaba mucho si el libro les gustaba o no les gustaba sino que ya, en ese momento, estaban tratando de decir cuál era el libro que yo debía escribir después. Es decir, los críticos son una especie de profesionales parasitarios que por determinación propia y sin que nadie los haya nombrado, se han constituido en intermediarios entre el escritor y el lector. Es decir, el escritor se toma el trabajo de tratar de comunicar sus experiencias, de mandarle su obra al lector y se encuentra que en el camino hay unos señores que no dejan que llegue directamente esa obra al lector sino que dicen, “un momento. Ustedes no están en condiciones de entender lo que este señor les quiere decir. Nosotros se lo vamos a explicar”. Y entonces entran en un problema de desexplicación total. Es una cosa muy particular. Me di cuenta especialmente en ‘Cien años de soledad’. Cuando me di cuenta de eso, empecé a no leer más críticas. Sobre todo porque notaba que no solo trataban de decir qué había dicho en ‘Cien años de soledad’, sino que debía seguir diciendo. Entonces hay una cosa que me llamó mucho la atención de algunos críticos con relación al ‘Otoño del patriarca’: es que algún crítico decía que ‘Cien años de soledad’ era una novela muy buena. Que el autor cuenta en ella sus experiencias, porque el autor recurre a sus recuerdos, a evocaciones de un mundo que conoce muy bien, en el cual ha vivido, en el cual ha estado sumergido toda su vida, y que en cambio en ‘El otoño del patriarca’ está perdido, el libro no gusta, el libro se queda en mitad del camino. Es un libro escrito totalmente con experiencias personales cifradas. Probablemente son mis memorias, o parte de mis memorias. Y los críticos lo que tenían que saber, o lo que tenían que descifrar, si son descifrados tan eficaces como pretenden serlo, es que probablemente todo este episodio del dictador que vende el mar y del dictador que se queda perdido por la falta del mar, corresponde un poco a la historia de la cual hablabamos hace un momento, del muchacho de Aracataca, del muchacho de Barranquilla que a los doce años llega a la ciudad más extraña y más remota que recuerda, que es una ciudad gris, una ciudad cenicienta, una ciudad fria, con tranvías que echan chispas en las esquinas, con hombres vestidos de negro, con calles totalmente llenas de muchedumbres, donde no hay ni una sola mujer, y sobre todo, una ciudad donde no hay mar. Yo tengo la impresión de que esa es probablemente una interpretación mucho más correcta de todo el episodio del dictador que vende el mar. Porque además tengo otra impresión, que la gran trampa en que pueden caer, no solo los críticos sino los lectores, es creer que El Otoño del Patriarca es la novela de un dictador. Si alguien tiene la curiosidad de leerlo con otra clave, es decir, en vez de pensar en un dictador, pensar en un escritor famoso, probablemente el libro resulte mucho más comprensible.

NO HAY TEMAS ORIGINALES

GCC. Se me viene ahora la imagen de un diálogo que usted tuvo en Lima, donde se acuerda de sus cinco años y era un niño asustado en una de las esquinas de la casa; sentado en una banca, a las seis de la tarde, y no se movía de ahí porque le decían que si lo hacía, los fantasmas le iban a hacer algo…

GGM. ¿Tú sabes que esa es una imagen de mí mismo que está allá en La Hojarasca? La Hojarasca como tú recuerdas, es un monólogo a tres voces -por decirlo de alguna manera- de un abuelo, su hija y su nieto, en torno a un cadáver. Que si lo piensas con mucho cuidado, es otra vez la misma estructura y el mismo planteamiento dramático del otoño del Patriarca.

Y si lo piensas con un poco de cuidado y me perdonas por una vez la pedantería de ser erudito -que son las cosas que más vergüenza me dan en la vida- es otra vez el mismo drama de Antígona tratando de enterrar el cadáver de su hermano, al cual el dictador Creonte no deja enterrar. Un tema que fue tratado, primero por Sófocles, después por Eurípides, después por Anui, antes por Séneca, y después humil- demente en La Hojarasca. Después humildemente en ‘El otoño del patriarca’. Te digo toda esta cosa y te hago todo este rollo, erudito… porque otra cosa de los críticos es la manía de andar buscando que este tema no es original porque fue tratado por este. No hay temas originales en la historia universal. En la historia de la literatura universal hay 36 situaciones dramáticas de las cuales nadie se puede salir. Yo creo que son menos de 36. Pero lo que te estaba diciendo era que el tema de la expectativa alrededor del muerto, del hombre insepulto, del cadáver ante el cual hay dificultades para que sea sepultado, es bastante antiguo. Fue tratado en La Hojarasca, fue tratado en el Otoño del Patriarca…

Te hacía todo este largo recorrido, y todo este pedante recorrido por la literatura universal, para decirte que la imagen del niño sentado, muerto de miedo, es efectivamente un tema recurrente en mis libros, en mi obra, si se me permite decirlo, con una modestia que seguramente los críticos no me perdonaran. Y es una imagen que yo recuerdo perfectamente en la vieja casa de Aracataca: que la forma que habían encontrado mis abuelos a partir de las seis de la tarde, para no tener que estar pendientes de mí, para no estar ocupándose del niñito este en esa casa grande, era que sencillamente, decían, “siéntate en esta silla y no te muevas. Porque si te mueves y te vas a ese cuarto, ahí se murió la tía Petra. Y aquí se murió el tío Nicolás. Y allá se murió Petronila”. Y entonces a mí me mantenían quieto a base de terror.

Y, sin embargo, la imagen del niño aterrorizado, siendo yo mismo, que yo recuerdo, no es aquella de la casa de Aracataca, sino cuando era periodista, en Bogotá, que de El Espectador me mandaron a Medellín a que hiciera un reportaje. Creo que el primero, además. En Medellín hubo dos derrumbes de tierra, una cantidad de muertos, y entonces me dijeron, “te vas a Medellín, investigas qué fue lo que pasó”, y yo recuerdo perfectamente, me instalé en el hotel y hasta entonces todo iba muy bien. “Hasta ahora muy bien -pensé- pero ya no puedo darle vueltas a esto, tengo que salir y hacer lo que me mandaron a hacer”. Y salí a la calle y estaba lloviendo, y para mí es un instante de enorme felicidad el que estuviera lloviendo porque era un pretexto que me ponía a mí mismo para poder aplazar el problema de tener que ir a averiguar qué era lo que había pasado.

Y me recuerdo perfectamente a mí mismo -ya en este momento tenía 23, 24 años- viendo que escampaba y que a medida que escampaba me daba cuenta de que tenía que afrontar la realidad. Y en ese momento me acordé de cuando estaba en Aracataca, sentado en el asiento, temiendo que allá se había muerto la tía, que allá se había muerto el tío y aquí se había muerto la prima. Y yo me daba cuenta que ese terror que tenía en aquel momento en Aracataca y que me lo habían convertido en el terror concreto, en el abstracto terror concreto de los muertos que salían, era el mismo que tenía cuando debía enfrentarme por primera vez a la realidad. Y en ese momento me di cuenta de dos cosas: una, que a la hora de afrontar la realidad, todo el mundo, absolutamente todo el mundo está solo. Y dos, que todo el mundo, absolutamente todo el mundo, tiene miedo… Fue una gran enseñanza para mí. Porque ese día me di cuenta de algo que los años me han ido permitiendo: que por la mañana, al despertarse, todo el mundo, absolutamente todo el mundo tiene miedo. Y fue una enseñanza muy importante, porque durante muchos años creí que era solamente yo. Y cuando supe que todo el mundo tenía miedo, pensé que probablemente nadie tiene más miedo al despertarse por la mañana que los presidentes de la República. Y ese día seguí despertando con mucho miedo, pero aprendí a tenerle menos miedo al miedo de por la mañana.

PARTE 7: EL MIEDO, EL PODER Y LA SOLEDAD

GCC. Hablando de miedo y de soledad, al leer ‘El otoño del patriarca” vi que usted no le tiene miedo a los muertos, porque él dictador, que está aparente solo, se siente acompañado por el cadáver de Bendición Alvarado. Se va el cadáver y él luego tiene vacas en su casa. Entonces eso muestra que su miedo no es a los muertos sino a la soledad… ¿Cómo surgió Bendición Alvarado? ¿Qué quiere mostrar con ella? Bendición Alvarado y luego Leticia Nazareno, que es una monja, o una novicia con la que él se casa después…

GGM. Yo creo que en el fondo es una sola. Bendición Alvarado, aparte de esto, no tiene ningún misterio. Es la madre del dictador. El dictador, probablemente dirán que es un personaje edípico. Yo no creo que es un personaje edípico. Yo creo que es el personaje… Es un hombre que depende de una mujer, de modo que en el fondo es la metáfora de todos los hombres, querámoslo o no.

GCC. Desembocando en estas dos ideas, que son el poder y la soledad, y a la vez son los ejes de su obra, ¿qué relación hay entre el poder y la soledad? Usted parece decirlo muchas veces: “El que llega al poder se queda solo”. O, “un hombre cuando llega a la fama se queda solo”. Entonces yo quiero preguntarle si ese es problema de su imaginería o es su caso personal. Usted dijo una frase hace una hora: “Lo único que no estaba previsto era la fama”. Entonces encuentro todo esto en una mezcla y me pongo a pensar en el poder y la soledad. La fama y la soledad…

ENTRE LA FAMA Y EL PODER

GGM. Sí, en realidad yo creo, mirando hacia atrás, que entre la fama y el poder hay una relación bastante estrecha y son las posibilidades de aislamiento que ambos tienen. Es decir, las posibilidades de aislamiento, de soledad en el poder. Creo que es una ilusión bastante vieja. E inclusive un poco mecánica. Se refiere a que la persona que tiene el poder, está un poco a merced de quienes le informan. Es decir, el contacto con la realidad no es directo sino que pasa a través de muchos intermediarios, en el caso del poder. Yo conozco una excepción bastante válida que es la de Fidel Castro, a quien conozco personalmente; con quien he conversado largas horas… Es una persona extraordinariamente bien informada. Pero Fidel Castro está permanentemente preocupado por combatir la soledad del poder. No sé si lo hace consciente o inconscientemente. Pero Fidel está constantemente interesado en obtener información directa. Es uno de los hombres mejor informados que yo conozco y probablemente, uno de los menos solitarios. Ahora bien: la fama es otra cosa, porque de eso sí puedo hablar yo por experiencia personal. Hay una cosa que yo sé, y que puedo decir: es que si algo puede conducir rápidamente y gravemente a la soledad, es la fama. Porque, a partir de un momento, uno no sabe ya dónde está parado. Ya no sabe quién es ni qué es lo que piensan de uno. Entonces hay que aprender a defenderse de eso. Yo la única defensa que he encontrado y que me parece eficaz, contra las posibilidades de aislamiento, las posibilidades de soledad que trae la fama, es matenerme fiel a mis amigos. Yo creo que a través de esta cosa catastrófica que me ha sucedido a mí, que es haberme vuelto famoso de la noche a la mañana, he logrado conservar todos mis amigos.

LOS HOMBRES Y LA LITERATURA

GCC. La literatura y los hombres…

GGM. ¿Por qué la conquista del espacio es un fracaso desde el punto de vista espectacular, desde el punto de vista del interés de los seres humanos? ¿Por qué a los seres humanos no les interesa más la conquista del espacio? Porque no se han encontrado seres vivos. Porque no se han encontrado seres humanos. Si hubieran encontrado un marciano, siquiera de “este” tamaño, en este momento la conquista del espacio sería el espectáculo más extraordinario y toda la humanidad estaría pendiente de eso. Mientras no encuentren otro ser humano en algún lugar del universo, la conquista del espacio será un fracaso. Es exactamente el problema de la literatura, el problema del arte. Mientras el arte y mientras la literatura no le transmitan a los lectores, a los espectadores, un problema de la vida, un problema de los seres humanos, es un fracaso completo.

LO QUE DICEN LAS ENCUESTAS

GCC. Un grupo de estudiantes de Filosofia y Letras consultó con las personas que han comprado ‘El otoño del patriarca’. Querían sondear la realidad nacional o el nivel cultural del país a través de la encuesta. Y encontraron que el 72 o el 74 por ciento de las personas que lo han comprado, no han pasado de la página 40.

GGM. A mí, con toda la modestia que soy capaz, que no es mucha, pero es un poco, me gustaría que hicieran la misma encuesta dentro de la misma zona de lectores. Que hicieran la misma encuesta con el Quijote, con Gargantúa y Pantagruel, o con Edipo Rey de Sófocles, por ejemplo. Yo quisiera saber, (y es una curiosidad que tengo, ya no es cuestión de responder a esta pregunta) de qué página hubieran pasado con esos libros. Estamos en Colombia, en un país, donde el índice de analfabetismo, según las estadísticas es de un 40%. Yo creo y tienen que demostrarme lo contrario que las estadísticas son falsas. Yo creo que el índice de analfabetismo en Colombia está casi en el 80 por ciento. Entonces a mi me parece perfectamente natural que una novela con las exigencias culturales de ‘El otoño del patriarca’, ofrezca una dificultad mucho mayor que ‘Cien años de soledad’. Ahora bien: un escritor tiene que tomar en cuenta el índice de analfabetismo de los lectores para escribir sus libros? Es decir, ¿tiene que bajar el nivel digamos de comprensión cultural de esos libros hasta el nivel cultural de los lectores? O, ¿tiene que escribir el libro como cree que debe ser y esperar a que tarde o temprano los lectores alcancen el nivel cultural de ese libro? Yo creo que es la segunda posición la que se debe adoptar. Es decir, la obra literaria debe estar al nivel cultural que el escritor considere que debe estar. Y ese mismo escritor, y todos los escritores, y toda la gente que sienta a su país y que considere que la humanidad debe seguir hacia adelante, debe trabajar en el sentido de que los lectores, mediante una culturización interna, que no será posible sino mediante una revolución, alcance el nivel cultural, al punto de comprender esa obra.

PARTE 8: “A LOS RICOS LES DA RABIA QUE LOS POBRES SEAN RICOS”

GCC. Ahora, démosle un viraje de noventa grados al diálogo: Voy a pensar en su posición política, en su convencimiento de la necesidad de una revolución, pero también en su cuenta bancaria. En que usted es un hombre muy rico que habla de revolución. La mayoría de la gente encuentra una contradicción en eso….

GGM. Ojalá fuera muchísimo más rico para hablar muchísimo más de la revolución. Primero, porque para hacer una revolución en un país como este, se necesita muchísima plata. Porque también la revolución, en cierto aspecto, es un problema de plata. Pero no hay ninguna contradicción, además, entre ser rico y ser revolucionario, siempre que sea sincero como revolucionario y no se sea sincero como rico. Todo depende de la posición en que se esté.

Mira: esto nos conduce a un equívoco que existe en todas partes y que es un equívoco fomentado, por supuesto, por los capitalistas. Y es que los revolucionarios tienen que estarse muriendo de hambre, porque de acuerdo con una definición que hizo alguien interesado en los Estados Unidos, el socialismo es la repartición de la pobreza. ¡No! Yo creo que el socialismo es la repartición de la riqueza. Cuando tratamos y/o queremos hacer la revolución socialista, no es que queramos que los que tienen buenas casas y buenos automóviles y comen bien, no tengan buenas casas y buenos automóviles y no coman bien. Sino que los que no tienen automóviles, y los que no tienen buenas casas y los que no comen bien, tengan buenos automóviles y tengan buenas casas y coman bien. Yo, hasta este momento y en este momento, tengo la suerte y la posibilidad de tener una buena casa, un buen automóvil y de comer bien.

SACRIFICARLO TODO

GGM. Me gusta la buena vida. Y eso me permite ser más revolucionario que cuando no sabía lo que era eso. Porque ahora sé lo que les está faltando a los que no lo tienen. Y estoy dispuesto a sacrificarlo todo. Y trato de decirlo con la menor solemnidad posible, pero estoy dispuesto a sacrificar inclusive mi vida, porque todo el mundo conozca lo que yo conozco ahora. Que es la buena vida. Ahora bien: eso se dice fácilmente, pero tiene muchos problemas. Yo en este momento debía de ser uno de los hombres más ricos de Colombia. Y no soy uno de los más pobres. Pero no soy tan rico como la gran prensa y el capitalismo han tratado de hacerlo creer.

Porque el escritor es tan explotado como cualquier obrero.

$500 EN DIEZ AÑOS

GGM. Probablemente ningún escritor en lengua castellana ha vendido tantos libros como yo, en tan poco tiempo. Déjame ir un poco atrás. Esto no sucedió de milagro: yo publiqué mi primer libro en 1955, hace veinte años. Por mi primer libro yo no recibí ni un centavo de derechos de autor. Mi segundo libro fue ‘El coronel no tiene quien le escriba’. Se publicó en 1960. Tuve 500 pesos de derechos de autor. Luego publiqué otro y otro: había publicado cinco libros. De 1955 a 1965, en diez años, había recibido en derechos de autor, 500 pesos. ¡En diez años! Es decir, si tú divides por mes, saca la cuenta a cómo me sale el sueldo mensual en diez años. Quinientos pesos en diez años, a cómo me sale el sueldo mensual? Publiqué Cien Años de Soledad. Entonces fue como la explosión de todos mis libros anteriores. Del que más se había vendido cuando yo publiqué ‘Cien años de soledad’, era probablemente de ‘La mala hora’: Se habían vendido setecientos ejemplares. En toda la América de lengua española. ¡Setecientos ejemplares! Cuando el editor argentino me dijo que de ‘Cien años de soledad’ se iban a publicar ocho mil ejemplares, yo le escribí una carta diciéndole que fuera un poco más prudente, que estaba exagerando y podía clavarse. Lo publicó en mayo de 1967, calculando que de mayo a diciembre vendería los ocho mil ejemplares; los vendió en tres días, en la entrada del Metro de Buenos Aires. Todavía fue el fenómeno. Entonces empecé a recibir derechos de autor poco a poco.

Porque hay una cosa que los propios lectores no saben: es, cómo es la estructura de la industria editorial. A cualquier lector, o cualquier persona a quien yo le diga que en nueve años, en castellano se han vendido tres millones de ejemplares de ‘Cien años de soledad’, cualquier persona que sepa que en ese mismo tiempo Cien Años de Soledad ha sido publicado y traducido, en veintiún idiomas, se imagina que esa es una enorme cantidad de dinero, Ahora, hagamos cuentas, porque hay gente que tiene un gran pudor por hablar de plata. Yo no tengo ningún pudor de hablar de plata. Para mi la plata no es más que un tranquilizante nervioso. Es una especie de valium. Es decir, el que tiene cómo resolver sus problemas tiene los nervios más tranquilos que el que no tiene el modo de hacerlo. No es nada más. Es una cosa absolutamente material. Es la representación, es el símbolo del trabajo.

Ahora a cualquier persona que le digamos que hemos vendido en nueve años tres millones de ejemplares de ‘Cien años de soledad’, semeja que esa es una enorme cantidad de dinero. Porque, generalmente, el lector no sabe quién es el dueño del libro. Cada peso que el lector paga por un libro, está repartido así: 50% para el editor, que por supuesto carga con los gastos de la edición. 20% para el distribuidor. 20% para el librero y 10% para el autor. De ese diez por ciento vienen descontados los impuestos y viene descontado otro diez por ciento de los derechos del agente: es un diez por ciento bien gastado porque el agente es la persona que va y pelea con el editor. Entonces quedamos que por cada peso que el lector paga por un libro, al autor le corresponden ocho centavos. Si tú tomas en cuenta que mis contratos de libros son hechos en la Argentina, en pesos argentinos, y que la Argentina en nueve años ha tenido una devaluación, ¿de cuánto en nueve años?

GCC. Dos mil por ciento.

PURA FICCIÓN

GGM. Entonces coge lápiz y papel y verás que es una pura ficción lo de mis derechos de autor. (Vamos a seguir para adelante). Cien Años de Soledad -para hablar solamente de un libro- se ha traducido a 21 idiomas. Es un dato espectacular, extraordinario y poco común. Pero esos 21 idiomas ¿qué significa? Suecia, tres mil ejemplares. En Holanda, cinco mil ejemplares. En el Japón, donde fue un éxito, diez, doce mil ejemplares. Las países donde más se leen mis libros son, en castellano, América Latina y España. (En Italia el editor está atrasado cuatro años en el pago de derechos de autor. Eso quiere decir que si mañana me paga, me está pagando con los intereses de mis derechos de autor). Otro país donde los libros se han vendido espectacularmente, en la Unión Soviética. Allí la primera edición de ‘Cien años de soledad’ se hizo en la Revista de Literatura Extranjera, con un millón de ejemplares. Más unos trescientos o cuatrocientos cincuenta mil ejemplares que se hicieron después. Además vendidos en dos meses, espectacularmente. La Unión Soviética no pagaba en esos momentos derechos de autor. Ahora los paga. Hace dos o tres meses, o seis meses, ingresó al pacto internacional, mediante el cual se pagan derechos de autor. Pero en ese momento no se pagaban. Pero veamos un caso que es bastante más interesante: en los Estados Unidos. Allá ‘Cien años de soledad’ fue Best Seller en la edición principal. Es decir, en la edición de pasta dura se vendieron 19 mil ejemplares. Ha sido un éxito, y un éxito notable en la edición de bolsillo. Se está vendiendo, hasta el momento, más de medio millón de ejemplares. Es un récord para el escritor de lengua castellana. Pero en las ediciones de bolsillo hay algo interesante: las contrata el Editor principal, lo que quiere decir que el autor no va ya en el diez por ciento del precio del libro, sino en el cinco por ciento. Y tiene que compartirlo con el editor principal. Entonces, de cada dólar de la edición de bolsillo (que es el precio que tiene, un dólar), cinco centavos son para derechos de autor, dos y medio de esos cinco centavos son para el editor principal. Dos y medio centavos son para el autor. De los cuales en Estados Unidos se descuenta el 30%, por anticipado para los impuestos. Y el 10% para el agente.

Esto quiere decir, sencilla y dulcemente, que yo tengo que seguir trabajando permanentemente para seguir viviendo. Ahora bien, aquí tampoco te quiero hacer el cuento de la miseria. ¿Te has leído las historias de mis grandes mansiones en el mundo? Las descripciones que se hacen son espectaculares. ¿Y tú sabes que yo las dejo y nunca las rectifiqué? ¿Sabes por qué? Porque yo sé que a los ricos les da mucha rabia. Porque a los ricos les da mucha rabia que los pobres sean ricos Entonces yo dejo que prosperen esas leyendas. ¿Tú sabes que yo no había tenido nunca en mi vida, desde que nací, una casa propia hasta este año de 1976? Yo me muero de risa y me divierte mucho cuando leo sobre mi mansión en Barcelona. Mi mansión de Barcelona es un apartamento alquilado por el cual pagaba 180 dólares de alquiler. (Que ahora se lo dejé a mi maestro Guillermo Angulo, que es cónsul de Colombia en Barcelona y que sigue pagando los 180 dólares que no podría pagarlo si no fuera así, porque los cónsules de Colombia en ninguna parte del mundo podrían pagar más de alquiler de 180 dólares). Esa es mi mansión de Barcelona.

Yo tengo una casa en Cuernavaca que son mil metros cuadrados de terreno con un dormitorio. Y una casa en México, que es una casa muy bella: una vieja casa que compré y que la restauré yo, trabajando con los albañiles. Pero esto no se lo cuentes a nadie, pues yo necesito que mi fama de millonario continúe. Porque se ha dado el caso de que he ido a hacer un préstamo a un banco y me lo han autorizado sin firmas, sin referencias, sin fiadores de ninguna clase. Porque esa mañana en el periódico habían leído que yo era uno de los hombres más ricos del mundo.

Y TUVIMOS TELEVISIÓN A PESAR DE LAS MONTAÑAS

Y TUVIMOS TELEVISIÓN A PESAR DE LAS MONTAÑAS

Cuando aún no se pensaba en satélites, a sus 22 años, Fernando Gómez Agudelo creó el único sistema para superar la mole de Los Andes. 

Por: Germán Castro Caycedo

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Sí. Sesenta años de la televisión colombiana. En páginas y páginas de la prensa escrita, en la radio, en espacios del mismo medio se ha hecho una evocación. 

Los historiadores han salido de detrás de las puertas y regresado con  imágenes de actores de telenovelas de ayer, de actrices maduras y menos maduras, de cantantes, de algunas orquestas. 

Sí. Sesenta años. Pero han olvidado o realmente ignoran lo fundamental de aquella historia: el nacimiento de la   televisión en un país condenado a no tenerla, por lo menos más allá de algunas calles bogotanas, sencillamente porque la mole de Los Andes lo impedía. Así de fácil. 

Es que entonces —por lo menos en nuestro medio—, nadie imaginaba siquiera que algún día existirían los satélites, y para sustituírlos hubo la necesidad de inventar, sí, inventar un sistema diferente a lo que se conocía hasta entonces.

Era 1953. Corrían los primeros meses de la dictadura de Rojas Pinilla y la Radiodifusora Nacional de Colombia era un medio fundamental por su gran sintonía y porque, entre otras cosas, portaba la voz oficial de los gobiernos.

Allí, Fernando Gómez Agudelo, un joven abogado recién graduado —22 años— melómano y, ante todo un visionario, realizaba su programa de una hora con música clásica los días domingos, pero ya en el nuevo gobierno y por su cultura sólida especialmente en lo musical, fue nombrado director de aquella institución, entonces muy a la zaga especialmente en el campo técnico.

Teresa Morales de Gómez, su esposa, recuerda hoy cómo en ese momento “Él sabía que se habían experimentado cambios asombrosos en materia de comunicaciones, gracias al impulso que les había dado la Segunda Guerra Mundial y los adelantos estaban entonces al alcance de todo el mundo”.

“Al llegar allí, por ejemplo, él ordenó importar desde modernos y poderosos transmisores, hasta cambios de grabadoras, cintas y micrófonos, renovó la discoteca y llevó a figuras de la talla de Otto y León de Greiff. 

Bernardo Romero Lozano dirigía el Radio Teatro. Darío Achury Valenzuela editaba el lujoso boletín de programas que era una obra de arte. Hjalmar de Greiff y Helena Londoño, dos jóvenes musicólogos, tan entusiasmados como Fernando en sacar la Radio adelante fueron responsables de la programación”.  

Más tarde Gómez Agudelo fue citado al palacio presidencial, pero ante todo, allí habló de televisión. Faltaban meses para que Rojas Pinilla cumpliera un año en el poder, y quien dio un veredicto fue Gómez Agudelo: 

— A usted —se le decía Su Excelencia— el país tiene que  escucharlo, pero ante todo ver-lo, fa-mi-lia-ri-zar-se con su imagen a partir del próximo 13 de junio—, le dijo el joven.

Rojas ya había visto la televisión en un viaje a Alemania. Gómez Agudelo no la había visto nunca, pero al escucharlo, parecía como si a Rojas Pinilla se le levantaran los pelos en forma de rayos, los ojos se le transformaran en cruces y su dentadura luciera resquebrajada. Y cuando pareció volver a respirar,  

— Sss… ¡Sí! 

Sí, pero Gómez Agudelo tenía poco menos de siete meses para montar un desafío de tanta magnitud: era noviembre de 1953.

Desde luego, para armar tamaña empresa, comenzaría por Estados Unidos donde se encontraba su hermano Ricardo, físico y matemático que años más tarde se incorporaría a la NASA.

“Su primera reacción fue llamar a Ricardo para contarle lo que estaba ocurriendo. Ricardo, adivinando las reacciones de todo tipo que semejante empresa iba a desencadenar, le pidió que no hablara con nadie.

“— Trae un mapa de Colombia lo más detallado que sea posible y vente para el MIT, (Instituto Tecnológico de Massachusetts). Yo reúno aquí a los mejores físicos especialistas en radiación y ellos te podrán ayudar”, le dijo.

Desde luego, su plan allí no tenía para él grandes secretos: se trataba de documentarse hasta en un mínimo detalle del mundo técnico, luego escoger marcas, fábricas, adquirir cámaras de estudio, otras para utilizar en  transmisiones a control remoto, desde luego equipos, plantas, antenas y cuantas máquinas e instrumentos auxiliares para darle forma al punto de partida de la emisión de señales, para manejar sonidos, para conformar sistemas de iluminación. En dos palabras, responder a las complejas y hasta ahora desconocidas entrañas de un mundo al que acababa de asomarse.

Pero aparte de esta locura, lo esperaba, más que un  enigma, un problema aparentemente insalvable en aquel momento y desde los Estados Unidos,  como era la emisión de las señales producidas en los estudios a través de la geografía de un país con una soberbia cadena de montañas, de picos nevados en forma permanente a pesar de encontrarse en el corazón del Trópico, de páramos arropados por borrascas y más allá, valles en diferentes altitudes. Se trataba de obtener una señal nítida de imagen y sonido que cubriera todo el territorio colombiano.

La labor de vertebrar esta primera fase implicó primero una gran investigación sobre el mundo de los elementos que debían ser importados en forma inmediata, para lo cual era necesario escudriñar en la industria estadounidense.

Pero en torno a la segunda fase, la de la emisión, no parecía haber ni una solución aceptable en aquella época. Con su hermano Ricardo, apoyados en el concepto de técnicos y expertos en diferentes áreas, analizaron lo que planteaba la geografía de Colombia y finalmente, emergió la figura de Alemania.

¿Cómo?

A través de un sistema para lograr que la señal volara de cúspide en cúspide sobre las montañas, digamos, guiada y reproducida por equipos cuyos núcleos en términos generales, podrían llamarse módulos.

Si los módulos permitían realizar aquella quimera, si se lograba este milagro, Gómez Agudelo estaría creando todo un sistema de emisión de televisión, diferente en aquel momento a lo que existía en el resto del mundo.

Teresa Morales de Gómez, su esposa, recuerda hoy:

“En Boston, Fernando y sus consejeros llegaron a la conclusión de que Colombia por su topografía necesitaba cierto tipo de antenas y de transmisores que irradiaran hacia un área determinada —unidireccionales, recuerdo, y no omnidireccionales— y le recomendaron las fabricadas en Alemania por la Siemens & Halske de Munich. 

“Esas se adecúan perfectamente a las necesidades colombianas, le dijeron. Él aceptó el consejo”.

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ALEMANIA

Era necesario partir hacia Alemania sin perder un solo día. 1953 se cercaba a su final y la inauguración de la televisión colombiana debía ser el 13 de junio de 1954. Ni la víspera, ni el día siguiente. El día 13 se conmemoraría el primer año de la subida al poder de Su Excelencia el Señor Teniente General Jefe Supremo, Gustavo Rojas Pinilla

Las referencias y contactos de Gómez Agudelo en Alemania empezaron a girar en torno a la Siemens y desde sus primeros contactos comprobó que  aquellos módulos o conjuntos de equipos a partir de antenas especiales, al parecer era lo que realmente necesitaba para superar la mole de montañas de Colombia, y que en relativamente poco tiempo podría importarlos, 

Entonces sí viajó a través de París, compró un abrigo de invierno con la esperanza de verse un poco mayor y se lanzó a Alemania solo, a enfrentar a la nube de ingenieros que lo estaban esperando para que tomara decisiones.

Más tarde, se acercó en forma especial al ingeniero Wilhelm Puth, a quien finalmente se trajo a Colombia en compañía de un equipo conformado por aquel.

Desde entonces, el doctor Puth, se convirtió en la mano derecha de Gómez Agudelo en el complejo campo de la emisión de la señal.

“Puth había trabajado en la radio de Hamburgo y después pasó a Berlín a trabajar con la principal emisora alemana.

“Cuando estalló la Segunda Guerra mundial fue coronel de comunicaciones en Berlín. Pasada la guerra viajó a los Estados Unidos para vincularse al Departamento de Estado, estaciones de onda corta que originaban sus señales buscando a la Unión Soviética, y en Washington recibió la oferta de Fernando para que viniera a trabajar aquí”. 

“Desde luego, él era un hombre de radio y venía inicialmente para montar los equipos Telefunken que había adquirido la Radio Nacional y tuvo que adaptarse al montaje de los Siemens adquiridos para la red de televisión, y a manejar el relevo de unos técnicos cubanos por un equipo de colombianos.  

ADELANTE

A su regreso de Alemania, diciembre de 1953, Gómez Agudelo le había dicho a Rojas Pinilla: 

— Tengo sólo seis meses para comprar, buscar, decidir… 

Rojas le contestó:

— Usted puede. Claro que puede… Pero si empieza ya.

Aquí mismo, “él sometió su proyecto al dictamen de un experto belga, Jacques Jumiaux, quien concluyó que en el campo técnico no había nada que  desear, y destacó el uso de las antenas unidireccionales escogidas, con las cuales se podría cubrir al país con muy pocas estaciones repetidoras.

“La instalación de estas antenas despertaba entonces escepticismo. Sin embargo, Fernando sabía que  su ganancia era muchísimo mayor que la de las utilizadas hasta entonces. Por este motivo se le exigió al fabricante una altísima garantía de funcionamiento:

“Como en él se excluían aquello de la fuerza mayor y el caso fortuito en las condiciones del contrato fue necesario que enviaran un segundo equipo por barco, previendo que pudiera caerse el avión en el cual venían los elementos principales”.

Resumiendo una historia basada en descripciones eminentemente técnicas, en problemas y soluciones que algunas veces parecen mágicas para quien no es un experto, los módulos fueron embarcados en Alemania a finales del mes de diciembre de l.953.

Pero, oh gloria inmarcesible: equipos y personal técnico que venía a apoyar su montaje fueron embarcados en un avión de KLM, Compañía Real Holandesa, y cuando se produjeron los primeros contactos con el avión, el director de la Aeronáutica Civil echó mano de todo su poder y dijo que esa nave no podía tocar tierra colombiana: 

— No tenemos ningún convenio con Holanda ¡Fuera ese avión!

Gómez Agudelo se comunicó con Rojas Pinilla, y… 

— ¡Fuera el tipo de la Aeronáutica! En su remplazo queda nombrado Fernando Gómez Agudelo.     

En la construcción de la red de emisión creada por Gómez Agudelo, apenas semanas antes de la inauguración de la televisión, “el ingeniero Wilhelm Puth fue decisivo, por ejemplo, en el montaje de un punto muy difícil localizado en el cerro Gualí, en El Ruiz, a 36 kilómetros de Manizales y a 4.850 metros de altitud sobre el nivel del mar. 

Este era el centro de la cadena y allí se instalaron las antenas unidireccionales para enlazar con los otros módulos o repetidoras.

Luego Puth intervino en la instalación de aquellas que cubrían a Boyacá, la costa Caribe, el Cauca y los Santanderes”.

¿Y los estudios?

Pues, fuera también a una pequeña calle cerrada que cruzaba paralela a la Biblioteca Nacional en pleno centro de Bogotá. Allí levantaron con la celeridad que imponía aquello, muros, techos, accesos, cuanto se requería para darle forma a unos estudios, además de espacios adecuados para cuantos equipos llegarían de Alemania y los que se importarían de los Estados Unidos destinados a la producción de programas, etcétera, etcétera.

En cuanto al manejo de los estudios y todo el complejo que los rodea, también cualquier experiencia anterior era, cero. Así: c-e-r-o, pero como ya el corto recorrido de Gómez Agudelo era intenso, dijo para sus adentros: ¡Cuba!

Comenzaba 1954 y a través de contactos en Estados Unidos se había enterado que en la isla había personal suficiente que podría venir en un principio, tanto para producir la señal con la imagen y la voz de Su Excelencia, el Señor Teniente General Jefe Supremo de la República de Colombia, el siguiente 13 de junio a las tres y treinta de la tarde, como también para entrenar luego en el campo técnico a operarios colombianos.

Se fue para Cuba:

— Yo, televisión, Colombia, canal, expertos…

— Sí, televisión, Colombia, pero a usted no lo recibimos porque usted venir de una dictadura militar, le respondieron. 

(Vaya una ironía ¡Allí mandaba el dictador Fulgencio Batista!).

Lo cierto es que Goar Maestre, entonces zar de la televisión cubana, dueño de CMQ, es decir, Canal 11, no lo recibiría.

¡Fuera!

Sí, pero es que más allá, un grupo importante de técnicos de estudio y de sonido y de imagen y de cuantas áreas exige el funcionamiento de un canal de TV estaban siendo lanzados a la calle porque el Canal 4 se hallaba en plena liquidación.

Aquel era un equipo ya conformado que no necesitaba ningún entrenamiento.

¿Fuera? 

“Fernando los localizó, les contó lo que estaba haciendo en Colombia y les dijo que los necesitaba con urgencia.

“Él recordaba:

“Hablé con cada uno de ellos y les dije, caminen, con sus mujeres, sus niños, sus perros y sus gatos. Con todo. Se van todos conmigo en el avión… Eran una maravilla de operadores. Llegaron el 26 de mayo y tenían que comenzar su trabajo dos días después”.

Entonces ya le habían dado los últimos toques a la construcción de la primera sede de nuestra televisión, en aquella callecita cerrada a un costado del Museo Nacional. 

En aquel momento, él llamaba a Inravisión La Torre de Babel porque allí había logrado seleccionar y reunir técnicos y expertos de Alemania, Estados Unidos, Cuba y Brasil.

EL PRIMER PASO

Finalmente llegó el día de Su Excelencia el Teniente General Jefe Supremo. Se trataba de realizar un “control remoto” desde el palacio de gobierno, algo muy, muy complicado en aquel momento, pero Gómez Agudelo con la ayuda de Wilhelm Puth y su gente lo lograron.

A esa hora estaban encendidos en los cuatro puntos cardinales de Colombia algunos cientos de televisores, importados por un comisariato de las Fuerzas Armadas que se vendían en las capitales por unos pocos pesos.

     Y a esa hora, bajo un torrencial aguacero que azotaba a Bogotá, salió al aire la figura de Rojas Pinilla con una banda tricolor y el marco del himno nacional:

Nacía la televisión en Colombia.

UN DÍA DE “TRABAJO” EN LA DIMAYOR

UN DÍA DE “TRABAJO” EN LA DIMAYOR

Medio: Deporte Gráfico.

Fecha: 02 de abril de 1968.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Humberto González.

Cuando el gerente de la Dimayor, León Londoño, entró en su oficina, eran las 11 y cinco minutos de la mañana. La secretaria había abierto las puertas a las nueve El escritorio tenía una leve capa de polvo y algunos pocos papeles estaban revueltos sobre el vidrio.

Desde la hora en que la Dimayor comenzó a funcionar, hasta la llegada de León Londoño, el teléfono sonó 32 veces para preguntar. 8 eran llamadas de larga distancia. La secretaria se trasladaba lentamente desde su escritorio hasta la mesa donde el timbre repicaba con insistencia:

– ¿Bueno? Sí. Sí, claro, don León aún no ha llegado. ¿Cómo? No. No sé, déjele usted la razón.

A las diez y diez minutos llamó el gerente. La respuesta de doña Leonor, en su dejo samario, cambió en adelante

– Sí, don León acabó de llamar, que llegará en media hora, está con don Teófilo Salinas. – Presidente de la Confederación Suramericana de Fútbol – en el Hotel Continental. Llámelo a esa hora.

El teléfono de la Dimayor no para de sonar un solo segundo. Desde el momento en que el reloj da las nueve de la mañana, hora en que deben llegar el contabilista, “Pacho” Guerra, secretario ejecutivo, y el auxiliar del contabilista. Total, cuatro personas. Sin embargo, Guerra arribó sólo hasta las nueve y 22 minutos, dejó su sombrero verde, su cartera y se marchó nueve minutos después.. “Salgo para Avianca, voy a arreglar algunos pasajes. Si me llaman…”. El regreso fue una hora y media después.

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VISITA DE BARONA

A las 10 y 26 minutos entró sonriente el entrenador de la selección colombiana al Preolímpico. Un saludo, un cigarrillo… Espera. “El gerente está por llegar, no se impaciente”, dice la secretaria. Sin embargo la antesala de Barona fue más prolongada que lo que calculaba la señorita, pues Londoño llegó a la oficina a las 11 y cinco minutos. El teléfono sonaba. Siempre sonaba sin parar. Y comenzó el bombardeo. Su trabajo se limitó a hablar con Barranquilla, con Medellín. con Cali, con el Santa Fe, con Santa Marta. Más de doce veces repitió el mismo saludo.

«Colombia le ganó al Perú muy bien… el equipo tiene fuerza…¿Cómo? Si, viejo querido. claro. Un “entradón” bárbaro, sí, se nos colaron unas cinco mil personas. La cosa va bien. Con dos partidos más cubriremos el costo del certamen. Nos quedarán de utilidades las taquillas de toda la final.

¿Cali? Desastroso, 17 mil de taquilla. Así no se puede. ¿Las utilidades? Pagaremos deudas y repartiremos el resto entre las ligas departamentales aficionadas. No. No, imposible. No sé cuánto les tocará a ustedes. Si, claro, esa boletería ya fue despachada Sí, sí, que le entreguen el pasaje al delegado del Perú, ya lo voy a ordenar».

Barona esperaba también un pasaje. Media hora después de pedirlo se lo trajeron. Hacía cerca de una hora aguardaba para hablar con Londoño. Este continuaba al teléfono coordinaba, daba instrucciones, fumaba un puro habano, repetía las mismas frases. Barona estaba desesperado… Llegaron Mario Canessa y el “Chato” Velásquez. Aguardaron, escucharon la conversación de Londoño. Luego negaron haber dado unas declaraciones; se disculparon…. “Ninguno de nosotros dijo nada. Eso es mentira ¿Cómo vamos a ir en contra de usted don León?”.

Faltaba media hora para la una de la tarde. hora de cerrar. Llegó Enrique Lara, coordinador del campeonato Preolímpico. Comentó el partido anterior. Londoño repitió por décima cuarta vez su concepto. Fumaron, hablaron de la organización. El diálogo se cortaba a cada segundo por el teléfono “Sí, mi viejo, ya lo ordené, esa boletería está ya en el avión, que abran las taquillas”.

El reloj se acercaba a la una. Faltaban diez minutos. Londoño se apartó del teléfoпо…

“Señor Barona usted me necesitaba?”.

“Sí, don León, claro. Quería decirle, pero sonó el teléfono”.

“Señor Barona, hablemos luego. Me llama el delegado de Uruguay”.

A la una menos dos minutos. “Pacho” Guerra se despidió, luego de haber cambiado impresiones detenidamente con Canessa y Velásquez, con Barona… Durante la mañana bebió tres vasos de agua con hielo sacado del congelador que hay en una oficina contigua a la del gerente.

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TARDE DE PAZ

Tres de la tarde y dos minutos después llegaron la secretaria y el contabilista. A las tres y doce el auxiliar, a las tres y 19 minutos “Pacho” Guerra. Las oficinas de la Dimayor durante la primera hora y media de esta tarde eran “un remanso de paz”. Sólo se movían las moscas y la máquina de la secretaria, que durante todo el día “picó” un stencil con los reglamentos de esa entidad.

A las cuatro llegó Enrique Lara, hizo una llamada de larga distancia, dio instrucciones a Barranquilla sobre una boletería y se fue. A las cuatro y 19 una llamada de Bucaramanga. “No, don León aún no ha llegado pero está don Pacho”. Se lo paso.

Cuatro y media. Hora cúspide. Londoño hizo su entrada a la oficina. Estaba sonriente… Comenzó la sinfonía del teléfono…

“Qué hay, viejo querido Sí, la entrada de Bogotá muy buena. Nos rompieron dos puertas, se colaron unas cinco mil personas.. Cali?, Desastroso 17 mil pesos de taquilla. ¿Cómo? no, no les puedo autorizar eso. Ponganse de acuerdo con América y Santa Fe”.

Londoño colgó:

“¡Señorita! Llámeme a Mario Pumarejo, llámeme al Medellín, pida una conferencia con el Tolima, comuníquese con el Comité de los Preolímpicos…”.

Abrió la única carta que había llegado en la tarde.

– Archívela, señorita.

– Pero, ¿qué está haciendo?

– Los reglamentos de la Dimayor en stencil…

– Caray, caray, señorita. La felicito. Por fin…

Nuevamente el teléfono. Entró el mensajero del comité con algunas cuentas… “¿De qué son?”.

– ¡Don León! Pasajes, pago de lavado y planchado de 80 docenas de ropa de la selección, dos mil pesos de drogas…

Las estudió, las firmó. “¡Joven! Llévese rápido esto. No quiero verlas porque me vuelvo loco. Lléveselas lejos. Nos vamos a arruinar”.

Luego entraron las llamadas de larga distancia. Continuaron las instrucciones a los clubes. Se habló de negocios, de transferencias, de partidos. Se negó a la Selección Antioquia hacer un preliminar a la Selección Colombia… “Piden 5 mil pesos. ¡No viejos, no! La sola Selección Colombia nos llena los estadios”.

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ESTÍMULO

Entró Barona. Pidió estímulo a los jugadores. Pidió gallardetes para repartir a sus rivales…

Mientras Perú les había regalado “souvenirs” ellos no tuvieron nada. “Ni un pañuelo viejo para corresponder. No es posible”… A los doce minutos se ordenaron los gallardetes.

“Pacho” Guerra abrió la nevera unas tres veces más. Bebió agua con hielo. Hizo seis llamadas. Averiguó algunos datos. A las seis y treinta minutos tomó su cartera, el sombrerito verde y se despidió…

Barona y Londoño volvieron a hablar… “Don León. Es necesario estimular a estos muchachos. Hay que darles un vestidito”. El tono de voz bajó. No se oyó nada más. Al fi nal dijo el gerente: “Pero ellos, ¿saben lo del premio?”. Nueva ráfaga de llamadas.

“Qué hay, viejo querido… Sí. La entrada de Bogotá muy buena. Nos rompieron dos puertas, se colaron unas cinco mil personas. ¿Cali? Desastroso…. 17 mil pesos de taquilla ¿Cómo? ¿Jugar un doblete con el Junior? Bueno… bueno. Podría ser. Mire, póngame atención. Hagamos esto…”.

Faltan quince minutos para las siete. Calma la tempestad. Londoño se marcha. Tiene los oídos calientes. El teléfono le ha dejado la cabeza al revés. Se va pensando en números, en dobletes, en partidos preliminares. Durante todo el tiempo ha repartido mil instrucciones.

Ha coordinado el campeonato. La secretaria hace el último stencil. Apaga la luz y se marcha. Detrás van el contabilista y el auxiliar. Londoño toma el ascensor. Le parece que la campanilla es su teléfono y trata de devolverse, pero se calma… “Qué hay, viejo querido. Si, la entrada de Bogotá muy buena. Nos rompieron…”.

ESTE DOMINGUÍN DE AHORA

ESTE DOMINGUÍN DE AHORA

Medio: Deporte Gráfico.

Fecha: 29 de marzo de 1967.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Humberto González.

Cuarenta y cuatro años, ni una cana. Pequeño recuerdo de los toros: bajo la mejilla izquierda, unas cuantas arrugas al lado de los ojos.

Luis Miguel había entrado hacía unos segundos al aeropuerto con sombrero austríaco, traje inglés. La primera impresión, un Play Boy luego supe que a más de industrial de caché era un intelectual.

Su conversación giró en torno a todos los temas, desde las artes plásticas hasta la economía. Es curioso; él de los toros apenas sí se asomó a la conversación. “Al retirarme de los ruedos no he hecho lo de los demás toreros: irme al café a vivir del recuerdo; a hablar de aquel toro berrendo… vivir de lo que se fue es morir un poco, y yo todavía no quiero morirme”.

Y ese fue el tono de la charia, dicha elegantemente, con un marco de cultura que coloca a Dominguín a un abismo de todos los toreros. Es sencillo, impresionantemente sencillo, certero en el concepto y amable en cada respuesta. Cuando terminamos creí que solo había pasado medio minuto.

Sencillo, impresionantemente sencillo, certero en el concepto y amable en cada respuesta. Cuando terminamos creí que solo había pasado medio minuto. Los días que siguieron al retiro de Luis Miguel de las plazas tuvieron un lógico fondo de nostalgia por el aplauso, por la bronca, por el toro; pero el problema fue superado totalmente.

«Ahora me proponen veinte corridas… no me interesan, son un problema que ya he resuelto: lo he olvidado”. Dominguín fuma constantemente. La hora de partir el avión que lo llevará a Buenos Aires está cercana. Sin embargo no demuestra afán. “El dinero no acaba con la afición. Lo que sucede es que la gente cuando sabe que el torero tiene dinero exige más y, claro, los problemas son más duros. El caso mío no fue ese. Fue que me marché en el momento preciso conservando la moral. El gran éxito que he conseguido ha sido llenar el vacío que me dejó una profesión de grandes emociones, con otra que no me dejará pensar en nada».

Mientras habla lleva constantemente el dedo al cuello y lo corre nerviosamente por entre el suéter. Es el “tic” característico que salió de los ruedos y fue imitado por cien toreros en todo el mundo.

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PERSONALIDAD

Y es que eso es Luis Miguel: personalidad, singularidad. Pienso que bien puede llegar a un sitio donde nadie le conozca y la gente pronto descubrirá en él a un personaje. “He pensado varias veces que en esta época puede ser risible ver a un hombre armado de estoque, metido en un traje de oro, con medias rosadas, y al mismo tiempo un jet volando rápidamente. En principio sabe a romanticismo, hasta a ridículo, pero ese es el contraste que hace a la fiesta interesante, singular”.

Luego mira al techo y a la siguiente pregunta contesta en tono bajo. “En estos últimos veinticinco años he logrado todo por la experiencia, pues lo que uno consigue es por ella. En la vida he hecho tonterías pero así mismo las he enmendado, y si volviera nuevamente a esa edad, pues las volvería a cometer… y las considero necesarias para lograr la madurez”.

A medida que los minutos transcurrían y los altavoces del aeropuerto sonaban; constantemente en varias lenguas, Luis Miguel llevaba la mano al cuello, a la

cabeza, fumaba y ofrecía. Solamente aceptó un tinto, mientras una docena de amigos suyos conversaban en otro rincón de la sala. La estada del industrial en Bogotá fue breve; más sin embargo, no tuvo un solo minuto libre: comidas, cocteles en su nombre, citas de negocios… Pasé dos días tras él para poder hablarle con detenimiento. Cuando lo hice me pareció un triunfo, pues la libreta de su Secretario registraba una cita cada quince minutos entre las ocho de la mañana y las doce de la noche.

UN TEXTO

«Hice mis estudios de bachillerato en Bogotá a fuerza de entradas y boletas para los profesores que me examinaban. No lo niego. Cuando tomé la alternativa apenas leía y escribía. Después… hay que ver lo que he estudiado andando por el mundo. Mi mejor texto ha sido la vida. Hoy que mi posición económica es la de una persona que, como no tiene grandes ambiciones y sabe que puede vivir de pronto con un cacho de pan y otro de queso, como he vivido mucho tiempo, no tiene miedo de perderlo todo. Mi padre me decía: hijo mío, el hombre nace desnudo y cuando muere lo entierran vestido con algo. Así es que…».

Me pregunta qué lenguas hablo y yo le contesto que sólo el Castellano. Ahora, ladrar ladrar, así así, Portugués, Inglés Francés, Italiano, Alemán… La biblioteca de Dominguín tiene cerca de mil volúmenes, los cuales ha dividido por épocas. Una de ellas es la taurina “pero está empolvada”. Hoy tiene poco tiempo para los libros, pues la lectura es su gran pasión. Su problema es ocupar el tiempo y no dejar de pensar un solo minuto para no dar campo a los toros.

La pinacoteca tiene obras de mil autores y vale unos cuantos millones de pesetas: Picasso en todas las épocas, el Impresionismo de 1903, La Era Azul, El Cubismo, Los Temas Negroides y La Guerra Civil Española en una copia original del guernica. Cocteau, Rafael Al- berti, Manuel Viola, el colombiano Obregón…

Pablo Picasso es el padrino de una de sus hijas “y según me ha contado, novio de la otra. No está mal, creo que se puede casar con ella: tiene nueve años. El ochenta y seis”.

Y lo dijo así. Serio. Luego sonrió.

EL INDUSTRIAL

Dominguín es representante de cien firmas europeas y americanas entre las cuales están casas peliculeras rusas, Ecopetrol (para Europa), los Astilleros españoles para todo el mundo. Tiene además varias sociedades en 10 países del Viejo Mundo y otros tantos de América; fábricas propias donde emplea cerca de tres mil obreros y empresas constructoras; productoras de cine y distribuidoras de artículos de importación y exportación a gran escala entre América, Europa y África.

En el fastuoso edificio de Madrid ocupa solamente cuarenta secretarios que supervisan sus negocios.

-¿Cómo es su vida privada?

«Mi rutina es normal cuando estoy en Madrid: me levanto a las ocho de la mañana y llevo a los niños al colegio. Sólo voy a almorzar a casa los jueves, sábados y domingos, que es cuando están ellos allí.

Tengo en total tres hijos, dos niñas y un niño… son muy pequeños. El chico es un vago pero responde cuando se le pincha el amor propio. Siendo un sinvergüenza es sobresaliente en el colegio, donde hace bachillerato en francés y Español y el año entrante, los tres comenzarán con el inglés. La pequeña es la preferida… está en la edad más graciosa de la vida y la mayor es muy grande. Ha crecido mucho… es una espiga».

En los días de “descanso” Luis Miguel se va al campo a trabajar, claro está. Tiene dos haciendas, una cerca a la capital y otra en Andalucía con quince mil hectáreas. 

EL COMIENZO

«Cuando era muy niño todavía, llegué con mi padre a Colombia, mientras mi mamá y mis hermanas se quedaban empeñadas en un hotel de La Habana, pues no teníamos con qué pagar la cuenta y aquí ganamos nuestro primer dinero, con el cual “deshipotecamos” la familia. Aquí es donde arranca la historia… Fue por el año 38».

Al recordar, Dominguín sonríe con cariño.

«Estudié en Bogotá; entrenaba al mismo tiempo y los domingos toreaba. Me ha quedado la pena de nunca haber sido niño. Comencé a torear a los diez años, vivía un ambiente difícil y no pude jugar. Algunas locuras que cometo las achaco a eso… a no haber podido jugar cuando pequeño».

IMPOTENCIA

Los pensamientos del torero más célebre del presente siglo giraron nuevamente en la inestabilidad del tema. Entonces una vez más apareció el arte, las plásticas. Frente a ellas un concepto contundente:

«Posiblemente hay algo de impotencia en el artista moderno, incapaz para el bien hacer: para el logro de las formas clásicas. Desde luego, en los modernistas hay elementos extraordinarios, como Picasso. Al que crea una expresión nueva la gente lo imita, sin saber hacer lo que aquel haya olvidado. Por ejemplo, yo tengo caballos pintados por Pablo. Que tan perfectos que no los podría parir ni la misma yegua».

Cuando hablaba de economía el salón comenzó a llenarse. Las gentes atraídas por el relampaguear de la cámara se arremolinaron en torno al torero que, sin distraerse hablaba lentamente.

«…Hemos logrado en los últimos diez años que todos nuestros productos sean considerados en el mundo, pues anteriormente sólo conseguíamos exportar flamencos, curas y toreros. España ha tenido una evolución muy grande; ahora hay una potencia que no existía hace diez años atrás».

Los altavoces llamaron nuevamente; esta vez para el vuelo a Buenos Aires, y con la despedida, una última pregunta y su concepto de los toreros.

«Ellos son una persona que tiene que estar pensando en su profesión. La entrega mental es fundamental. Entonces no hay tiempo para cultivarse. Si no hay éxito, desde luego el hombre será un fracasado. Si lo hay, vive en medio de mil aduladores que le endiosan y le destruyen. Asimilar el triunfo es de las cosas difíciles de la vida».

– Un momento. Eso de que los libros de toros “están empolvados”. Pero… ¿usted odia la fiesta?

– Tengo un gran respeto por ella y me esfuerzo por olvidarla, porque sería ridículo que hoy volviera a los toros.

COCHISE: “LLENADOR”, AVISPADO Y CANSÓN

COCHISE: “LLENADOR”, AVISPADO Y CANSÓN

Medio: El Tiempo.

Fecha: 26 de septiembre de 1971.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro.

Aquel 22 de diciembre la vida de Victoriano Rodriguez había comenzado a escaparse lentamente. Ese campesino de piel endurecida por los hielos del amanecer y el sol picante de las montañas antioqueñas debió comprender que la batalla estaba próxima a terminar.

“Vallecitos”, con sus grandes extensiones de cultivos, le había parecido incontrolable en los últimos meses, porque su energía estaba minada por una enfermedad que le corroía el corazón. Frente a él, a su esposa, a sus hijos, acaso la última esperanza era la ciudad, de la cual conocían muy poco, pero cuyo reflejo de mayores comodidades no desconocían del todo. Por lo menos allí habría médicos.

En el campo cada amanecer había significado un reto para Victoriano, porque detrás de él había varias bocas que esperaban en las últimas horas de la tarde su regreso con los 80 centavos que le significaban su jornal de mayordomo.

Cuando aquel día los ocho tomaron el camino de Medellín se convirtieron en una familia de inmigrantes, Victoriano vería por última vez a “Vallecitos”. Adelante marchaban Francisco Román, uno de los hijos de su primer matrimonio, de quien debía depender estos últimos días de su vida; Gertrudis, su esposa; Teresa del Niño Jesús, Carlos, Gabriel, Celina y Alicia, sus pequeños hijos.

La ciudad los aguardaba con una inmensa casa solariega en la periferia, de la que hoy recuerdan solamente los extensos corredores de ladrillo, la puerta del campo, las habitaciones oscuras y la nube de zancudos que no los abandonó ninguno de los atardeceres que pasaron allí.

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Pero Medellín, una ciudad que les pareció inmensa en el segundo año de la década del 40, significaba algo más que las pocas comodidades que Victoriano había esperado:

Cuatro meses más tarde, los médicos no habrían de conocer sus afecciones y en la tarde del 25 de abril la muerte puso fin a su larga vida, en la que solamente conoció la rudeza del trabajo. Para la familia quedaba detrás del sabor de la muerte un largo camino de dependencia económica de Francisco Román y su pequeño puesto de verduras en la plaza de mercado.

Once días antes de la muerte de Victoriano y cuatro meses después de haber llegado de “Vallecitos”, (la hacienda de Fredonia), en una de las espaciosas habitaciones de aquella casa, nació Martín Emilio, el menor de la familia. Fue la madrugada del 14 de abril de 1942. Su madre recuerda vivamente la angustia de aquel amanecer en el cual “Victoriano y yo caímos a la cama: él para vivir sus últimas horas y yo para dar a luz a Martin… unos pocos días después debía morir mi esposo. El niño no lo conoció. Los demás deben recordarlo muy poco porque entonces estaban muy pequeñitos; la mayoría tenía solo 9”.

Para los pequeños, si bien los primeros años transcurrieron en medio de las restricciones que imponían las pequeñas ganancias de su hermano medio en la plaza de mercado (con las cuales debían sostenerse todos), la vida no les fue tan difícil inicialmente. Pero la ciudad, con su subempleo, sus salarios de hambre, su exigencia de personas que conocieran trabajos definidos, no les daría tiempo para prolongar esa vida de felicidad infantil. Ni para prepararse con el fin de afrontar, más o menos ventajosamente, la lucha futura.

Con el fallecimiento de Román comenzaría una etapa aún más dura, en la cual la familia iniciaría una peregrinación de casa en casa en busca de albergue: de hacinamiento en pequeñas habitaciones de casa de inquilinos, hasta cuando los hijos, a muy temprana edad, emprendieron sus primeros trabajos.

Las hijas mayores contrajeron matrimonio muy jóvenes y sus hogares, un poco después, se convirtieron en el refugio que les devolvió aquella vida inicial en la ciudad con relativas, pero en todo caso, mayores comodidades. Gabriel, uno de los hermanos mayores de Martin, recuerda hoy, sentado tras el escritorio de ejecutivo en su floreciente negocio de repuestos automotores:

«Cuando murió el que estaba viendo por nosotros, vinieron épocas todavía más duras. Caímos en una casa de inquilinos; todos en una sola pieza. Anteriormente habíamos vivido en varias casas, pero aquella nos pareció muy dura, porque, al fin y al cabo, estábamos acostumbrados a vivir solos, con más aire, con más espacio para cada uno…».

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Los recuerdos de los primeros años de Martín Emilio Rodríguez aparecen borrosos en la mente de su familia. Acaso porque su vida de niño, hasta cuando comenzó a trabajar a la temprana edad de 10 años, fue demasiado normal.

Su hermano Gabriel habla de la situación de la familia y de sus primeros años en Medellín, con reticencia:

«Mi padre era mayordomo en una finca de Fredonia. Recuerdo muy poco de él porque cuando murió yo tenía cinco años y medio… tal vez, solo que había nacido Guarne, que contrajo matrimonio con mi madre en Envigado y que todos los días de su vida trabajó de sol a sol. No recuerdo el día en que nació Martin; solo que estábamos recién llegados a Medellín y vivíamos en una casa grande donde murió mi padre. Comencé a trabajar a los 9 años vendiendo prensa. Era muy duro porque tenía que levantarme a las tres de la mañana para terminar a las ocho, hora en que entraba a la escuela a estudiar. En esos días la situación de la familia era muy difícil. Nos ayudaba el “entenado” de mi madre, mi hermano medio, Francisco Román.

Durante nuestra infancia la vida fue de muchas privaciones. Martín comenzó a trabajar a los 10 años en una carbonería, ayudando a traer el tiro de caballos para la carreta del repartidor en Manrique. Luego se empleó en un bar. Después de nuestra primera casa en Medellín, no lejos del aeropuerto, en medio de unos potreros llenos de zanjas con agua estancada y muchos zancudos, vivimos en varias casas.

Mi madre sacó adelante sola a la familia. Era una mujer estricta y si no hubiera sido por ella, quién sabe a dónde hubiéramos llegado nosotros. Porque dimos con esa madre, hoy somos lo que somos. Pero, en realidad, ella nos castigó muy poco, pues éramos buenos hijos. El que si era celoso y nos castigó bastante fue el hermano medio».

Doña Gertrudis, una mujer que aún conserva su gran vitalidad, tiene una recia personalidad. Sentada en la sala de su casa,en un barrio clase “A” de Medellín, no hace gran esfuerzo para tratar de rehacer algunos pasos de su primera experiencia en la capital:

«Para Martín su época de niño fue de grandes privaciones económicas porque éramos muy pobres. No teníamos una parte fija dónde vivir e íbamos de casa en casa de los familiares o alquilando piezas con las hijas casadas, pero viviendo siempre unidos. Yo creo que Martín nunca tuvo infelicidad de parte mia. Los castigué, es cierto, un poco, pero es que yo quería que cuando fueran grandes pudieran mantener la frente alta en cualquier parte. A la muerte de Victoriano trabajé muy duro en la casa. Lavaba y planchaba ropitas y con eso ayudaba un poco a quien nos estaba apoyando: el hijo del primer matrimonio de mi esposo.

Medellín nos recibió muy duro. En nuestra primera casa de Guayabal, la única distracción era mirar cuándo llegaban y salían los aviones del aeropuerto. Allí a todos los hijos, menos a Martin, les dio paludismo por los zancudos. Pero dejamos ese sitio pronto. Allí solo vivimos unos 9 meses.

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La primera escuela de Martín quedaba a unas 20 cuadras de la casa, así que tenía que hacer cuatro viajes al día; unas ochenta calles, ocho kilómetros a pie. El comenzó a estudiar a los siete años en la escuela Alfonso López, de Manrique, y su primera maestra lo quiso mucho; decía que era muy inteligente. Yo, en realidad, salía muy poco de la casa; siempre he vivido encerrada viendo por mis hijos y no conocí a los maestros de Martín. Solo sé que él, después de que le cambiaron a esa profesora, fue a varias escuelas porque los maestros no lo entendían y lo castigaban mucho… Hasta que dejó el estudio y se fue a trabajar al “Bar Chabané”.

Cuando me dijo que no estudiaba más, yo no lo obligué a seguir. Más bien después de haber ganado sus primeras vueltas a Colombia ha traído a la casa profesores y estudia bastante. Lo que sabe lo ha aprendido así. En su vida hay algunos años que no puedo precisar bien, hasta cuando comenzó a trabajar en una droguería. Su sueldo fue un poco mejor. Allí, montando en bicicleta, se aficionó al deporte. Pero me ayudaba mucho económicamente. Era responsable; me traía su sueldo siempre».

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Trepado en una escalera de su farmacia, Roque Osorio busca un jarabe. Es un hombre de unos 55 años que desciende lentamente, y después de atender a la mujer que vacila un poco en la escogencia de la droga, prefiere conversar en otro sitio. Salimos a la esquina.

«Si, fui uno de los primeros patrones de Cochise Rodríguez en la Farmacia Santa Clara, de dónde han salido algunos de los mejores ciclistas de Antioquia. Todos han comenzado como mensajeros…

Cochise era un pelado pequeño el día que comenzó. No tenía siquiera físico aceptable, mucho menos bicicleta. A mi me pareció que no iba a poder con el puesto. Sin embargo, lo empleé. Comenzó ganando 75 pesos al mes y solo estuvo unos 18 con nosotros. Fue muy bueno, el más veloz.

Nosotros le dimos su primera bicicleta: un aparato destartalado que luego él fue cambiando hasta cuando compramos una nueva de semicarreras. Ahí decidió irse. Prefirió el ciclismo. Como ahora, Cochise era un muchacho charlatán, cansón, llenador, avispado. Yo creo que su modo de ser no ha cambiado nada. Para mi es el mismo de antes. Los triunfos no han influido en su personalidad.

Desde pequeño mostró un deseo tremendo de superación. Esto se le veía en cosas tan pequeñas como esta: comía bastante pero prefería golosinas que no alimentaban. Así que un dia le aconsejé que escogiera mejor frutas o algo que le ayudara en su físico. Y puso atención; desde entonces mejoró mucho en ese sentido… Por sobre todo, ¿sabe cuál ha sido su éxito? Quel nunca toma nada a pecho. Para él la vida ha sido una sola charla».

Cochise pasó a otra farmacia después de haber hecho sus primeras experiencias en el ciclismo como “;turismero” y en 1960 conoció a quien luego debía ser su rival más encarnizado en las carreteras colombianas: Javier Suárez.

«Corría tal vez el año 60, Cochise comenzó a llevar a la farmacia donde yo trabajaba pedidos de alcohol. A mi me llamó la atención, porque en cada viaje transportaba dos cajas: 48 pesadas botellas con las cuales, en la parte trasera de su bicicleta, perseguía en subida a los carros, y los alcanzaba hasta pegarse a ellos. A su edad, tendría unos 18. Esto significaba una fuerza tremenda. Eso me impresionó

mucho.

Empecé a tratarlo un año más tarde. Hicimos una amistad muy sincera, muy noble. En ese entonces Cochise ya tenía fama en el medio de los aprendices de ciclismo. inspiraba respeto porque había ganado sus primeras pruebas, que fueron muy duras. El no siempre tenía dinero y entonces debía fiar una tiendecita de Manrique. Entonces le propuse que juntáramos las propinas que ganábamos y las gastáramos ambos. Así transcurrió no sé cuánto tiempo. Todas las tardes, a las 7, subía hasta su casa por él y lo bajaba cargándolo en mi bicicleta. Todas las noches, antes de irnos a dormir, comprábamos un litro de leche y un peso de bananos.

Entrenamos muy duro por varios años. Al comienzo yo lo recogía en su casa todas las mañanas a las cuatro y media y hacíamos unos 80 o 100 kilómetros. Las carreteras de Antioquia presentaban entonces un peligro: los asaltantes que esperaban emboscados para robarnos las bicicletas. A nosotros nunca nos pasó nada.

En esa época, él vivía en casa de su hermana casada. Era una edificación cómoda. Lo consentían, lo ayudaban bastante. La vida de Martín, como la mía, fue muy corta en bicicletas de turismo. Él comenzó primero y cuando fue a la Vuelta como novato, yo aún era turismero».

Para Horacio Gil Ochoa, el primer reportero de ciclismo del país, tal vez la misión que se le encomendó una tarde de marzo de 1960 resultaba poco interesante: debía hacer gráficas “de un muchacho nuevo que parece que anda bien”. Trabajaba como cobrador en un consultorio dental y era un desconocido. Horacio Gil estaba acostumbrado al roce con los ases. Por eso no le dio mayor importancia a su cita. Después del mediodía encontró al desconocido bajando las escaleras del consultorio con una bicicleta de carreras, la primera de su vida, al hombro.

“Cochise me pareció un muchacho bueno, como lo es hoy. Yo creo que la gloria no lo ha alterado” dice Gil, quien ha seguido desde entonces muy de cerca la vida deportiva de Rodríguez.

Para este hombre de 40 años,que ha logrado las mejores gráficas de la historia ciclística nacional, Cochise no tiene, nunca ha tenido, problemas. mayores en su vida, porque esta ha transcurrido sin un interior oscuro, sin un fondo revuelto. “Yo creo que para Martín no ha significado nada la pobreza que dejó atrás, porque a pesar de ella vivió plenamente desde el momento en que nació. Yo diría que es un hombre que ha podido realizarse íntegramente en todos los minutos, en todos los segundos de su existencia. Al parecer, la bicicleta llenó en él todos los vacíos que pudieron dejarle algún día sin almuerzo, o una navidad sin juguetes. La pobreza, su vieja pobreza, al parecer ni siquiera ha sido acicate en su vida deportiva”.

Las palabras de Gil Ochoa, el viejo zorro del ciclismo nacional, encuentran un paralelo con los recuerdos de Gabriel Rodríguez, hermano de Cochise: ”La vida fue más fácil para Martín. Tanto, que yo no pude seguir en el ciclismo. Competi, pero la obligación de la casa no me permitió continuar con ese lujo. Corrí en turismo porque el alquiler de una bicicleta de carreras valía uno con cincuenta al día y solo ganaba 45 pesos al mes. Además, Martín tuvo suerte, porque, al comenzar, encontró un trabajo donde algunas veces le daban bicicleta. Y con Luis Carlos, el otro hermano, le ayudamos un poco.

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Muy cerca de la iglesia de Los Dolores, a unos pasos de la sombreada plaza de La América, donde bajo los árboles de mango, adormilados por el calor de mediodía una decena de hombres esperan el paso de los buses que van al centro de Medellín, está el consultorio del médico Vinicio Echeverri. Es una casa vieja, de techos altos y paredes cubiertas con blanquimento. Frente a su pequeño escritorio y colgando de unos cuernos de ciervo, se mece con la brisa el estetoscopio, con el cual este antiguo dirigente del ciclismo antioqueño ausculta la barriga de sus pacientes. Siguió a Rodríguez desde el día de su primera carrera en bicicleta de turismo. Era el número 58 y tras un alarde de poderío, trepó a Santa Elena y se coronó segundo.

Para el médico de cabeza blanca y espíritu de joven de 18, que conoce estrechamente la vida del fenómeno, poco de lo que sabe todo el mundo se puede agregar a esta historia, porque los pasajes de Cochise no deben decirse. Para este médico son parte de su secreto profesional.

Él recuerda perfectamente toda la lucha de Rodríguez, de quien dice:

«A Martin le ha faltado aún un poco de formación, No ha entrado todavía a la verdadera edad adulta y sigue siendo un infante. Yo creo que, en parte, a eso se deben los altibajos en su carrera deportiva, fruto de desórdenes por su mismo espíritu juvenil.

Sin embargo, su trajinar diario, sus derrotas, sus viajes al exterior, le han servido. Ha asimilado bastante. Por eso ha llegado a donde está.

Al tomar la primera máquina de carreras, y con sus primeros triunfos, Martín tuvo la suerte de encontrar a Isabelita Angel, su patrocinadora. Ella, que asistía a todas las carreras, lo ha ayudado moral, física y materialmente, además de que le ha administrado las cositas que ha ganado. Isabelita Angel fue quien formó a Cochise en todo sentido».

Tras la pesada puerta de roble tallado, la casa de rejas de hierro, arquerías y escaleras de sabor mediterráneo, está silenciosa. La biblioteca es acogedora. Dos centenares de libros se esconden en anaqueles formados por el enchapado de madera oscura que cubre las paredes.

El patrocinador de Cochise habla lentamente. Mide cada una de sus palabras; no quiere ponerse a encadenar recuerdos. Además, esto tomaría muchas horas.

«Para Martín hemos sido una segunda familia. Todos saben cómo es él: un muchacho locato, pero muy bueno en el fondo, con un mérito muy grande que es haber triunfado sin hacerle mal a nadie…

Es tímido, profundamente tímido y fuerte ante la derrota. Tal vez en este sentido su golpe más grande fue la Vuelta a Colombia que le ganó Javier Suárez.

En estos últimos años su mentalidad ha cambiado, pero conserva su alegría de niño espontáneo y tiene un gran desapego, ese desapego infantil por las cosas. Ese debe ser el secreto de su éxito».

A pesar de esa aparente indiferencia, Rodriguez ha exteriorizado algunos momentos de vivencias intensas: “Tal vez los más notorios han sido las rivalidades violentas con Ramón Hoyos y con Javier Suárez”, dice Horacio Gil Ochoa.

«Con Ramón han mediado cosas que todo el mundo sabe. Martín le ha respondido a él, no por un micrófono sino pedaleando. Con Javier Suárez todo comenzó artificialmente. Salió de la boca de los seguidores de ambos, encontró eco en la prensa y trascendió en sus vidas más tarde».

Esta mañana, cuando comenzamos a revisar una serie de grabaciones con Javier Suárez, me dijo: “Como se trata de la vida de Martín, quiero colaborar con usted para que su trabajo le quede muy bien hecho. Él lo merece todo”. Luego relató:

«Nuestra rivalidad estuvo siempre planteada en la carretera, pero nunca se había traducido en nuestras vidas. Sin embargo, eso fue inevitable. El comenzó a alejarse de mí. Yo lo busqué varias veces para que siguiéramos la amistad, una amistad muy sincera, con detalles que nunca se me olvidarán… Pero fue imposible.

Yo lo vi mal, especialmente después de la Vuelta de 1965, que le gané sobre la misma meta final en Bogotá. Reaccionó como nunca: fue bastante brusco. No me dijo nada, pero yo sabía que cuando un compañero de equipo gana, uno por naturaleza se alegra… y yo había ganado mi Vuelta; era la gran aspiración de mi vida. Por eso creí que no le había molestado tanto. Sin embargo, me di cuenta de que no sabía perder. Esa rivalidad duró hasta 1967 y la amistad vol- vió como era antes, cuando un día, estando yo en cama enfermo, me vino a visitar.

Nunca he sentido celos profesionales de Martín, sencillamente porque siempre lo he admirado como deportista. Si yo tuviera sus cualidades estaría en el sitio de él, o muy cerca. Pero Dios no me las ha dado. Yo me he hecho a base de constancia… Nuestra amistad no se podrá romper nunca, porque atrás han quedado cosas grandes para los dos, como la ayuda que me dio cuando, siendo yo aún turismero, él corrió la primera Vuelta a Colombia. Recuerdo, por ejemplo, cómo, no teniendo yo verdaderamente dinero en esa época, después de los entrenamientos Martin me pagaba el desayuno».

Esta cara oculta de Cochise frente a la derrota, para quienes lo han conocido desapareció en los últimos años, Julio Arrastia, quien lo ha seguido desde sus primeros triunfos y ha vivido a su lado momentos importantes de su vida, lo analiza detenidamente:

«Martín pierde, sufre bastante. No demuestra el dolor de la derrota, pero lo siente interiormente, pues, como a todo buen corredor, no le gusta perder. Después de caer, parece alegre, pero la procesión le va por dentro. A primera vista puede parecer tosco, pero más bien es un hombre muy sincero. Lo que sucede es que la franqueza causa siempre resquemores, Yo creo que Cochise, el niño, el buen niño que sigue siendo, ha adquirido últimamente una mayor experiencia, más responsabilidad. Ahora entiende perfectamente lo que él es para Colombia y se ha dado cuenta de que cualquier equivocación en sus apreciaciones a veces producen polémicas. Antes no titubeaba con ciertos conceptos que no le convenían, pero que de todas maneras exteriorizaban lo que sentía. Para mi su gran virtud, su mayor virtud ha sido siempre no preocuparse demasiado por las cosas. Por eso ha llegado tan lejos».

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La vida de Cochise ha transcurrido siempre sobre una bicicleta. Desde los primeros años de su juventud es necesario asociarlo con el ciclismo. Su infancia está turbia en la mente de quienes le conocen. Inclusive de su familia. Para sus amigos, Cochise nació solamente con los primeros triunfos. Atrás queda la vida de un niño oscuro que ha vivido intensamente, que no conoció a su padre, pero que es el fenómeno más grande que ha dado Colombia en su larga historia ciclística.