Un capítulo de ‘Mi padre, Germán Castro Caycedo’ en la Revista Cambio

Un capítulo de ‘Mi padre, Germán Castro Caycedo’ en la Revista Cambio

A través de los recuerdos más íntimos y los viajes que compartió con su padre, Catalina Castro Blanchet nos adentra en el mundo de Germán Castro Caycedo, revelando las lecciones de vida y el amor profundo que marcaron su relación.

En Mi padre, Germán Castro Caycedo, Catalina narra cómo estos viajes, que a menudo formaban parte de las investigaciones periodísticas de Germán, se transformaban en experiencias que moldearon su visión del mundo y su propio camino profesional. Más allá de ser simples acompañantes, esos momentos juntos fueron la base para que Catalina comprendiera y amara la complejidad de Colombia, desde sus bellezas naturales hasta sus profundas injusticias.

La revista Cambio ha tenido el privilegio de reproducir en exclusiva uno de los capítulos más reveladores de este libro, permitiendo a los lectores conocer de cerca cómo estas experiencias compartidas forjaron no solo el carácter de Catalina, sino también su comprensión de la vida y del periodismo.

En la revista Cambio, se presenta un fragmento que encapsula la esencia de lo que representó ser hija de un genio del periodismo.

Lea el capítulo completo aquí.

«Apocalipsis Ahora»: minería ilegal y conflictos pendientes

«Apocalipsis Ahora»: minería ilegal y conflictos pendientes

Germán Castro Caycedo dedicó sus últimos tres meses como escritor, a investigar la minería ilegal en Colombia. Un proceso del que salió decepcionado; no por encontrar limitaciones para avanzar en el que sería tal vez su último libro, sino por los hallazgos en la investigación. En resumen, lo que le dijo a su esposa y colega periodista, Gloria Moreno, fue que desistiría de dicho trabajo por una razón especial: un conflicto para él de otro tipo, más desde el plano espiritual, la sensación de decepción tras medio siglo de recorrer cada departamento de Colombia y encontrarse a sus ochenta años un saldo de deuda social desilusionador, un mundo que parecía no cambiar frente al llamado inclemente de una sociedad conflictiva y debilitada en sus bases: Castro Caycedo vio el nacimiento de nuevas mafias, nuevas formas de financiar la guerra y un Estado ausente, ocupado del impacto del mundo exterior mientras en sus cimientos una nueva guerra se avecinaba.

Cuenta Gloria que, ante la pregunta a Germán sobre las razones de su renuncia al que sería su último libro, él solo la miró y, con la ironía que caracterizaba su particular acidez, le dijo: “porque el título sería “Apocalipsis Ahora””.

«Cromos: Si tuviera que hacer un nuevo programa de Enviado Especial, ¿sobre qué lo haría?

Bueno, desde el punto de vista de denuncia, haría uno sobre el apocalipsis en el que estamos en este momento con la minería legal e ilegal de oro y coltán, la destrucción de la selva, del agua. Tengo ahorita unas 60 fotos aéreas con pequeños desiertos de 10 kms, en el cauce y en el nacimiento de los ríos. De eso el país no se ha dado cuenta».

La suma de los males

Las economías ilícitas en Colombia siempre han tenido características particulares: se dan en zonas donde el Estado ha estado ausente; por lo tanto, presentan bajos índices de desarrollo, cifras elevadas de pobreza y la presencia de grupos armados ilegales que crean un caldo de cultivo para la violencia desmedida.

Germán siempre lo decía: presencia del Estado. Esa era la necesidad más apremiante que rescataba cada vez que visitaba territorios históricos y complejos donde Colombia parecía ser otra, distante de los costumbrismos propios de las ciudades de la época, alejadas del clasismo y regidas por el instinto de supervivencia o la necesidad de hombres y mujeres de domar montañas y selvas para abrir paso a colonias humanas depredadoras.

Entre las cifras que encontró el escritor, hay datos actualizados que compartimos con quienes leen este contenido:

En el último informe de la UNODC, de junio de 2022, sobre la Explotación de Oro de Aluvión (EVOA), se evidencia que en el departamento del Chocó es donde más se concentra esta actividad con 38.980 hectáreas de explotación en fuentes hídricas, lo que representa el 40 % del total nacional; es también el territorio donde se concentra la mayor cantidad de hectáreas de explotación ilícita en Zonas Excluíbles de Minería.

El Chocó no está solo en el podio de las grandes cifras; en este también lo acompañan Antioquia y el sur de Bolívar. Entre estos tres territorios concentran el 88 % de la minería de oro en aluvión. En todo el país, el 65 % de las explotaciones son ilícitas y alimentan el conflicto armado y el surgimiento de nuevos grupos armados ilegales que sostienen la guerra a partir del aprovechamiento del oro ilegal; un ejemplo de estos es el temido Clan del Golfo, que justamente controla estos tres departamentos, el Caribe y otras regiones de Colombia como un paraestado con aplastante poder militar y un entramado de corrupción al mismo estilo de las antiguas autodefensas de los hermanos Castaño.

Para abril de 2022 la Policía Nacional había identificado 1.196 explotaciones ilegales y tenía un mapa preocupante de influencia de esta economía en el país, empezando al norte por el sur del departamento de Bolívar, y descendiendo dramáticamente por Antioquia, Chocó, Caldas, Valle, Cauca, Nariño, Caquetá, Putumayo, Amazonas, al occidente del país. En el costado oriental, se visten de rojo en cifras los departamentos de Vichada y Guainía.

En el primer grupo de departamentos, es donde hoy están concentrados los grupos armados ilegales más poderosos, capaces de desafiar al Estado y su fuerza, imponiendo sus reglas y azotando violentamente a comunidades enteras que deben someterse a sus mandatos. Al ver el mapa o con solo escuchar los nombres de estos lugares, encontramos una historia repetida de violencia, de reclamos sin escuchar y del narcotráfico que convive con esta tragedia; como si ahora fuera un placebo para que las autoridades sigan con la infructuosa guerra contra las drogas, mientras debajo de las cargas, indetectables, se mueven kilos de oro.

Metástasis

Así, mientras en 2021 la cifra de explotaciones clandestinas destruidas se acercaba las 4.000, solo en los primeros 4 meses de 2022 ya había mil nuevas áreas detectadas por las autoridades y el número era creciente. La minería ilegal es un mal que crece en la misma proporción que se reproducen la pobreza y el subdesarrollo.

Las comunidades están involucradas, pues encuentran esta economía como una opción de vida, un trabajo para garantizar la supervivencia de sus familias. Alquilan las maquinarias y compran indumentaria a los grupos armados y, cuando llega la Policía a destruir los campamentos, estos los reciben con violencia. Una historia muy parecida a la que sucedió en los territorios cocaleros a finales de los 90, cuando esta desafortunada confrontación terminó fortaleciendo a los grupos armados ilegales entre las comunidades que se distanciaron del Estado.

Desde Medellín y Cali se exporta el oro que se extrae de manera irregular hacia países como Estados Unidos, Turquía, India y Emiratos Árabes, entre otros. El negocio crea millonarios, mafias poderosas y transnacionales, repúblicas independientes del crimen que dejan la impresión de que, a pesar de la ilusión de una paz que entusiasmó a buena parte del país en 2016, allá parece que no ha pasado nada. Siguen los mismos con nuevos nombres, o incluso con los mismos, ni siquiera con algún cambio de enfoque.

Esta economía no solo genera ingresos por la compra y venta del metal, también se sostiene de impuestos que cobran los grupos que mantienen alguna clase de orden en el territorio. Un barequero, o minero ilegal, debe pagar impuestos que oscilan entre los $50.000 y $100.000; el funcionamiento de una explotación minera informal e ilegal, debe pagar entre $100.000 y $1’000.000; y el ingreso de cada máquina amarilla debe hacer una contribución de entre $2’000.000 y $3’000.000.

La ilusión de la paz

El oro, que es uno de los mayores atractivos de la minería ilegal, se extrae usando elementos altamente tóxicos como el mercurio, que, una vez ingresa al ciclo ecológico a través de la explotación, afecta a las especies nativas y termina intoxicando a sus consumidores, que son los seres humanos. Cada gramo de este elemento contamina 500.000 litros de agua y se ha detectado en niveles alarmantes en personas que habitan las zonas de alta explotación minera en Chocó.

La violencia, las mafias, el daño ambiental y las consecuencias sobre la salud humana. Todo parece una historia que se repite, que paso de la coca, la amapola y la marihuana, a los metales. Falla la regulación, fallan las estrategias, falla el Estado que sigue sin hacer presencia y sufren los colombianos más pobres.

En un escenario de Paz Total, lo que Castro Caycedo se estaría preguntando seguramente sería: ¿Y dónde está el Estado? Pues mientras esta súplica no se resuelva, no es posible que la ilusión de paz se vea igual en las ciudades capitales que en el campo, justamente donde la balanza se desequilibra y cae.

Muere el colombiano Germán Castro Caycedo, el cronista que sacó las cámaras de los estudios

Muere el colombiano Germán Castro Caycedo, el cronista que sacó las cámaras de los estudios

Fuente: El País / España

Germán Castro Caycedo, reportero infatigable y escritor de referencia para varias generaciones de periodistas colombianos, maestro del oficio y autor de una veintena de libros de investigación traducidos a varios idiomasha fallecido este jueves según ha confirmado su familia. En los años 70 revolucionó la televisión nacional con su programa Enviado Especial. Su dilatada carrera lo convirtió en uno de los cronistas más leídos de su país, con títulos emblemáticos como Mi alma se la dejo al diablo, una historia que transcurre en su anhelada selva amazónica; El Karina, sobre un buque que transportaba armas para la guerrilla del M-19; o El Hueco, que aborda el éxodo de los colombianos que migran a Nueva York.

Fue “el cronista de trayectoria más extensa, profunda y coherente que tal vez ha tenido el país”, le despedía el periódico El Tiempo, donde trabajó durante una década en la que recorrió distintas regiones. En esas páginas su firma comenzó a ser reconocida a finales de los sesenta, un privilegio que lo puso a salvo del trajín cotidiano de las noticias. “Sus historias investigadas, con testimonios de primera mano recogidos en el lugar de los hechos –con frecuencia municipios olvidados o recónditos–, marcaron la diferencia con un periodismo que solía hacerse desde los escritorios”, de acuerdo con el perfil de Castro Caycedo en el libro Hechos para contar, que reúne conversaciones a profundidad con diez reconocidos periodistas colombianos.

La televisión, donde aplicó esa misma fórmula, acrecentó su reconocimiento. A partir de 1976 dirigió durante cerca de 20 años el programa semanal Enviado Especial, una suerte de especial periodístico del que se produjeron más de mil capítulos que le representaron diversos reconocimientos nacionales e internacionales.

Castro Caycedo nació en 1940 en la pequeña ciudad de Zipaquirá, a una hora de carretera de Bogotá, en el centro del país, y estudió Antropología en la Universidad Nacional de Colombia, pero no llegó a graduarse. “Me llamaban mucho la atención las historias de selva y los relatos policiales”, le dijo a la revista Bocas en una extensa entrevista en 2012. A esas obsesiones recurrentes en sus libros se sumaban los barcos. Allí contaba que sobrevivió a dos accidentes de avión durante sus correrías por la Colombia profunda y que hace más de 20 años se golpeó la cabeza en Rusia, mientras investigaba para uno de sus extensos reportajes, lo que lo dejó sin el gusto y sin el olfato.

“Ese fue el primer programa que sacó la cámara de los estudios”, apuntó en esa entrevista sobre Enviado Especial, muy recordado por llegar hasta los parajes más remotos de la geografía colombiana. “Empecé haciendo crónica televisiva, viajando por todo el país. Las barreras de esa época eran las comunicaciones. Teníamos menos medios, menos vías. Los primeros programas fueron en la selva, en el Vaupés y norte del Amazonas. Muchas horas de viaje. Llevábamos las cámaras en mula, en avión, en bote, éramos cinco personas”, rememoró. Hasta entonces, muchos colombianos nunca habían visto la selva en la televisión nacional.

Detrás de cada una de sus historias, siempre había al menos un viaje. “La falta de tiempo es la desgracia del periodismo de hoy. Si el periodista se va a la selva, pues no puede volver en media hora. Y si se va a la selva entonces tiene que vivir la selva. Ir y ver amanecer y anochecer allá. Es que ese es y ha sido el periodismo en el mundo”, decía a manera de declaración de principios en Hechos para contar. “No se puede hacer un reportaje o una crónica si no se va al sitio donde ocurrieron las cosas”.