CACHACO NO SABE BAILÁ FANDANGO

CACHACO NO SABE BAILÁ FANDANGO

Medio: El Tiempo

Fecha: 24 de enero de 1969

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Lo único que quita el ardor de la garganta reseca por la tierra que levantan cientos de pies arrastrados al compás del mapalé, es “Guarapo e’ Piña”, que por la noche, desde antes de comenzar a bailar el fandango en la corraleja, venden hombres y mujeres en pequeñas mesas, debajo de las cuales duermen los hijos sobre la tierra gris, que los contagia de su color.

La negra Zunilde Portillo tenía su puesto en una esquina de los palcos y a media noche, cuando la gente solo bebe ron blanco, había vendido 12 pesos… Metió la mano sucia entre un barril con hielo y sirvió un vaso. A cinco pasos se alcanzaba a sentir el olor agrio de la piña que salía de la superficie de la mesa…

“Ajá, cachaco, y por qué suda tanto, si no hace tanto caló?… llévame a bailá que la venta es una… pero me tiene tú que comprá vela. El paquetico vale do’ peso y alcanza para media hora…”.

TERESA POPANA

Y comenzó a moverse la cintura de Zunilde con una cadencia suave pero extraordinaria. Posiblemente como las de Teresa Popana y Pola Bertel hace 120 años en Sincelejo, o como la de María Varilla aquí en Montería, cuando finalizaba el siglo pasado.

La negra María Varilla fue también una de las mujeres que inmortalizaron el fandango en las noches de corraleja… “Era una varilla” y arruinó a muchos ganaderos que siempre se pelearon por bailar con ella… “El que más billetes de a cien me de para amarrar las velas es el que baila conmigo”, decía, y tomaba el manojo que terminaba por quemarse cuando estas se acababan.

La banda central de San Pelayo se subió a la plataforma, en el centro de la plaza, a las 9 de la noche y comenzó a tocar sin descanso hasta las doce y media, cuando hizo una pausa de media hora. A la una continuó y terminó a las tres, cuando la olla colocada en el centro del tablado iba aún por la mitad. Al iniciar la fiesta todo el pueblo, entró con dos botellas de ron blanco. Una para la pareja y otra para la banda, que con una totuma bebía entre nota y nota de “La Cañaguatera”y “Flor de Guayacán”.

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ESPERMA CANDENTE

Zunilde movía la cintura y arrastraba los pies, marcando el ritmo del bombo y de las bombardinas. Sus senos descarnados volvieron a vivir después de muchos años por el sudor que les pegó a mi espalda, mientras el brazo que llevaba el paquete de velas comenzaba a llenarse de la esperma candente que chorreaba y le ampollaba la piel. Pero no decía nada. Ni una sola palabra… parecía un frenesí. Tenía los ojos saltados y la boca abierta. Al pasar por el lado de los curiosos las velas chisporroteaban al chamuscar la cara a los que la acercaban a la fila húmeda de sudor.

Todas las caras estaban lavadas y las cabezas de los hombres totalmente blancas por la esperma que caía de los manojos de velas que sostenían en alto las mujeres, y que apagaban dos segundos al terminar cada pieza, “pa’ economizá fandango”.

RON DULCE

Las caderas de la negra, huesudas, estaban pegadas al vestido por la transpiración y se movían de arriba a abajo a medida que daba los pasos cortos. Entre las arrugas de la cara brillaba la luz de las velas. La botella de ron blanco, que pasaba de mano en mano se escurría del fondo al pico al cogerla y a esa hora comenzaba a saber a gasolina.

“Cachaco, pa’ bailá bien tu tiene que no levantá lo pie del suelo. Arratra la palma y mueve la cadera… ¡se baila con la cadera y dejando el hombro quieto, cachaco’ el carajo!”. Las caras de la multitud que observaba pasaban como cuando uno va en un carrusel y producían mareo. Todo el mundo sonreía y gritaba. No se oía nada fuera de la banda y los gritos de la multitud… el aire caliente salía de abajo mezclado con una nube de tierra, y la esperma de las velas de Zunilde comenzaba a ampollarme la espalda.

FANDANGO CALIENTE

Al salir de allí, la gente se pegaba a los brazos, al pecho, a la espalda porque todo el mundo estaba empapado de fandango caliente… Las mujeres, que bailaban por la orilla de la fila, agachaban el manojo de velas cogido con un pañuelo por la parte de abajo, para que los borrachos no las tocaran, y los hombres con su sombrero trenzado diecinueve, se agarraban la nuca cuando empinaban el frasco de ron.

Los pelayeros no dejaron de tocar. Tenían los labios hinchados y enrojecidos en la punta, y a cada minuto se inclinaban uno por uno sobre la olla para llenar la totuma, que volvía a caer salpicando ron caliente.

“TENGO CONTENTO”

El fandango, después de los toros, tiene una fuerza folclórica extraordinaria porque el costeño lo baila con el corazón. Lo siente y prefiere no hablar porque tiene la cabeza en otro sitio. Dura entre seis y ocho horas continuas… Cuando termina, las gentes que han venido de otros pueblos duermen en hamacas que cuelgan en los palcos de la corraleja, si aún el ron, que se han comenzado a beber al mediodía, y los pisones les dejan un segundo de lucidez. Si no, la tierra gris de la corraleja, que al día siguiente se volverá a levantar en nubes cuando salgan los toros, es el mejor colchón.

“Hacía cuatro años que no bailaba y tengo contento. A lo sesenta y ocho que tengo me siento joven… pero tú tiene cintura e’ palo. Cachaco no sabe bailá fandango”.