Germán Castro Caycedo fue el periodista encargado por El Tiempo para cubrir el juicio de la masacre de la Rubiera, registrada el 25 de diciembre de 1967, hace 55 años, en el departamento de Arauca. Un episodio sangriento y también revelador, pues puso en evidencia aspectos de Colombia que se mantuvieron inalterados en las zonas distantes de las ciudades, mientras estas se construían a ritmo presuroso intentando alcanzar el mundo moderno.
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La huella de la colonia, el racismo y el clasismo, se mantuvieron como norma y, muy en particular, el hábito de asesinar indígenas como actividad de entretenimiento o, podría considerarse, una forma de mantener las grandes extensiones de tierra libres de seres, según lo afirman los procesados de La Rubiera, indeseables, dañinos y malévolos.
Germán Castro Caycedo no se quedó solo en la tragedia del asesinato y, obedeciendo a su instinto de periodista, indagó por las causas de este hecho espeluznante. Él mismo se enteró de que los acusados aceptaron los cargos sin atisbo, sin miedo; casi con la certeza de que sus acciones horrorosas no iban a tener ninguna repercusión sobre sus vidas.
Es así como no solo expone la culpa de los asesinos y sus cómplices, sino que también revela que en Colombia a los indígenas los asesinaban por tradición, como animales de caza o como si se tratara de lidiar un toro en el coleo. Esta actividad era casi un espectáculo, como ver un gallo sangrar por causa de la espuela de un contrincante mientras en la algarabía se apuesta, se bebe y se celebra la muerte.
Con ese nivel de estupefacción, tratando de comprender el absurdo, Castro Caycedo tituló una de sus entregas: «El caso de La Rubiera se sale de los códigos», publicada el 12 de mayo de 1972. En la que registra algunos testimonios de los indiciados por la justicia como responsables del baño de sangre registrado cuatro años atrás:
Ramón Garrido: «Pero qué se imagina, si es que yo de niño me había dado cuenta que todo el mundo mataba indios: la Policía, el DAS y la Marina, allá en el Orinoco mataban a los indios y nadie se los cobraba. Solamente nosotros estamos pagando por eso».
Pedro Ramón Santana: «[…] pero nosotros no sabíamos que eso era un delito y nos quedamos todos cada uno dedicado a sus labores durante deciocho días. Luego nos capturaron. Se nos preguntó a nosotros y nosotros no negamos. ¿Por qué? Porque creíamos que eso era una broma.
Estos testimonios nunca pretendieron justificar la vilencia de los acusados, pero sí poner en evidencia que en el mapa de Colombia las distancias no solo se pueden calcular en unidades de longitud, sino también en una línea de espacio-tiempo, en la que la realidad parece jugar con la mente del espectador y transportarlo al pasado, a una era donde los seres humanos no eran iguales.