La Matanza de Bahía Portete es una de las masacres más atroces del paramilitarismo en el Caribe. Y, precisamente, el líder de esta agrupación que atacó este caserío portuario, de gran importancia estratégica para la economía ilegal, fue Jorge 40. Padre de Jorge Rodrigo Tovar, el que hoy representará a las víctimas de la Guajira, el Cesar y Magdalena.
Lo primero que hay que destacar, es que en esta masacre murieron 12 personas, 6 hombres y 6 mujeres wayuu que fueron violadas y. asesinadas; otra fue desaparecida y una niña de 13 años raptada. Nunca apareció.
Esta denuncia la retrató Germán Castro Caycedo en una crónica contenido en el libro La Tormenta, que incluye relatos sobre las mujeres en la guerra colombiana.
A pesar de que murieron 6 hombres, siempre fue claro que estos feminicidios representaban simbólicamente un golpe mortal para la cultura indígena de esta región de Colombia, pues entre los wayuu las mujeres son intocables y sagradas, algo que, según los testimonios de los mismos indígenas, no se registró ni siquiera en la conquista española.
“Jamás, pero jamás, había ocurrido algo siquiera parecido en la larga historia de este pueblo, que no recuerda haber visto que alguno de los suyos se atreviera a tocar en forma violenta a una mujer, incluso durante la invasión de América por parte de los españoles”, contó Loreta Kalaila, una profesional de su pueblo que tuvo que huir ante el asedió de los paramilitares en represalia por sus denuncias.
Según Loreta, estos hombres atacaron a las mujeres porque, de esa manera, destruían el tejido social y lograban el destierro de las comunidades para operar a sus anchas sin ninguna resistencia. A las 6:00 a.m., cuando la mayoría de los hombres estaban pescando, arribaron un grupo de 100 paras, entre quienes los testigos identificaron a miembros del Batallón Cartagena de Riohacha. En el lugar, asesinaron a Margot Epinayú, autoridad tradicional de la comunidad y Rosa Fince, líder social y política; a Margot le cortaron la cabeza y a Rosa la mataron con crueldad, adhiriéndole una granada en la cabeza. Diana Fince fue desaparecida junto con una menor de 13 años.
“Las personas que iban a matar por cada grupo familiar estaban seleccionadas con el fin de ir desmoronando a los grupos…”, afirmaba Loreta en su testimonio a Germán Castro Caycedo.
El objetivo de Jorge 40
El paramilitarismo siempre argumentó que su causa era la lucha contraguerrillera para proteger la propiedad privada. Sin embargo, en La Guajira solo hay resguardos y la propiedad tiene una connotación colectiva. Por lo tanto, el objetivo era apoderarse del negocio del contrabando y el narcotráfico, negocios que representaban miles de millones para la organización de Jorge 40.
La matanza del pueblo wayúu obedecía a una estrategia de intimidación para mantener el control del territorio y consolidar el poncho antioqueño sobre el sombrero tejido tradicional. Así, con el poncho, se desplazó la tradición. La aniquilación también se enfocó en la cultura.
“Detrás de aquellas atrocidades, todo el mundo lo sabe en La Guajira, estaban el paramilitar Pablo, quien ahora se hacía llamar El Señor del Desierto, y estaba Jorge 40, que tuvo muchos años en zozobra a esta sociedad”, afirmó uno de los testigos entrevistados por Castro Caycedo.
“Esto de matar mujeres no fue casual. Pienso que aquello tenía dos sentidos: humillar a los hombres porque les mostraba su incapacidad de defender lo más sagrado de su sociedad, y a la vez tocaba el epicentro del sentido social wayuu: la mujer. Es decir, la familia, la genealogía, la descendencia. Es que aquí la mujer es tierra firme. Pero también la mujer es mar. La mujer es maa… la mujer es múltiple en el mundo wayuu”. Así declaró una de las sobrevivientes a la masacre, resaltando que ellas son la base del territorio. Por esta razón, los indígenas los consideraban “enemigos no honorables”.
“Somos los hombres del Presidente”
Con esta frase, los paramilitares, aliados del Batallón Cartagena, le recalcaron a los locales que eran una autoridad vestida de legitimidad. De esa manera actuaron por muchos años en Colombia, dominaron el Congreso, tuvieron alcaldes y controlaron, para muchos, hasta la inteligencia del Estado, o el DAS: “Es que el departamento de seguridad del Estado, o sea el DAS, funcionaba muy cerca de mi casa y todo el mundo sabía que ese DAS era cuota del paramilitar Jorge 40 y la ejercía a través de un tal Jorge Noguera”.
Jorge Rodrigo Tovar, hijo de Jorge 40, hoy también se afirma un representante legítimo de las víctimas de su padre, al lograr una de las curules de paz establecidas en el Acuerdo de Paz con las FARC, con 17.457 votos. Parece que en esta Colombia amarga, lo legal trasciende lo ético y se convierte en la principal arma para acallar a los que han sufrido las atrocidades de la violencia.