Germán Castro Caycedo: 4 años sin el cronista que se adelantó a su tiempo

Germán Castro Caycedo: 4 años sin el cronista que se adelantó a su tiempo

Hace cuatro años, un 15 de julio, Colombia despedía a Germán Castro Caycedo. Hoy, en el aniversario de su fallecimiento, su voz periodística se mantiene tan vigente como entonces. A sus 81 años, este maestro de la crónica dejó un legado inquebrantable de verdad y compromiso. Su obra anticipó debates cruciales que aún marcan la agenda nacional y global. No es casualidad que hasta sus últimos días mantuviera la mirada fija en los grandes problemas del país: sobre su escritorio quedaron apuntes sobre el glifosato y la minería ilegal, temas que “le preocupaban muchísimo: la destrucción de este país”, según recordó su esposa, la periodista Gloria Moreno. Ese compromiso final resume medio siglo de trayectoria periodística, marcada por un estilo sobrio, narrativo, riguroso y siempre guiado por el deber de contar la verdad.

Castro Caycedo recorrió selvas, montañas y los rincones olvidados del país, revelando historias silenciadas. Desde su primer gran libro, Colombia amarga (1976), compuesto por crónicas que mostraron la realidad de una Colombia profunda golpeada por la desigualdad, el periodista expuso lo que muchos se negaban a ver. Años después, esos mismos temas siguen sin resolverse. En esta nota especial recordamos cómo su mirada pionera abordó, entre muchos, cuatro temas claves del conflicto social y armado colombiano –el uso del glifosato, la guerra contra las drogas, la deforestación y el narcotráfico– anticipando discusiones que hoy continúan abiertas en Colombia y el mundo.

Glifosato: alerta temprana sobre una guerra química

Mucho antes de que el país se polarizara en torno al uso del glifosato para erradicar cultivos ilícitos, Germán Castro Caycedo ya había denunciado sus efectos devastadores. Se oponía a la fumigación aérea no solo por su ineficacia, sino por el daño humano y ambiental. “Colombia es el único país del mundo que fumiga desde el aire con glifosato”, advertía, calificando a este químico como un veneno esparcido sobre poblados, escuelas y hospitales. Para él, los únicos ganadores eran las multinacionales como Monsanto y Dow Chemical.

Sus investigaciones documentaron malformaciones congénitas, daños genéticos, hidrocefalia en niños y afecciones en comunidades rurales. También mostró cómo las aspersiones destruían ecosistemas vitales como la Amazonía. Tras analizar décadas de lucha antidrogas, su conclusión fue contundente: “los herbicidas de la firma estadounidense Monsanto son los únicos ganadores de una destrucción de décadas”.

Con datos y testimonios, Germán se adelantó al debate sobre el glifosato. Décadas antes de que se discutiera su prohibición, él ya había dejado en claro que la guerra química contra las drogas era una derrota moral, social y ambiental.

La guerra contra las drogas: una cruzada impuesta

Para Castro Caycedo, la llamada guerra contra las drogas era una imposición extranjera, una “guerra ajena”. La definía como un conflicto foráneo librado en territorio colombiano, que dejaba muertos, destrucción ambiental y ninguna solución real. Ya en los años 70 había rastreado el origen del narcotráfico moderno a la posguerra de Vietnam, cuando miles de excombatientes estadounidenses regresaron adictos a la marihuana y generaron una creciente demanda.

Siguiendo ese rastro, mostró cómo la Sierra Nevada de Santa Marta se convirtió en centro de producción para suplir ese mercado, y cómo pilotos norteamericanos participaban en el tráfico. Denunció la doble moral de EE. UU., que prohibía ciertos pesticidas en su territorio mientras los promovía en Colombia, como el caso del letal Paraquat. En Nuestra guerra ajena (2014), Germán analizó cómo el Plan Colombia sirvió a intereses militares y económicos de EE. UU., incluyendo el control de reservas de agua dulce.

El periodista se anticipó a la discusión contemporánea sobre el fracaso de la estrategia prohibicionista y la necesidad de nuevas políticas basadas en salud pública y derechos humanos. En sus palabras, Colombia había puesto los muertos, mientras otros se beneficiaban.

Contaminación y deforestación: la violencia que también destruye la naturaleza

Desde los años 70, Germán abordó el tema ambiental cuando pocos lo hacían. En 1975 denunció la contaminación por mercurio en la bahía de Cartagena. En Colombia amarga, publicó la “Crónica del agente naranja”, una investigación que reveló el uso de herbicidas altamente tóxicos como el 2,4-D y el 2,4,5-T, componentes del defoliante usado en Vietnam, aplicados en cultivos colombianos con consecuencias sanitarias devastadoras.

En Perdido en el Amazonas (1978), retrató la intrusión de intereses externos en territorios indígenas y ecosistemas amazónicos. Señaló que la violencia contra la naturaleza era una extensión de la violencia contra las personas. “En Colombia estamos fabricando un desierto”, escribió, aludiendo a un modelo de desarrollo agresivo que convertía selvas en terrenos estériles. Su denuncia contra el extractivismo y la tala promovida por intereses foráneos fue precoz, valiente y hoy, más vigente que nunca.

Narcotráfico: una infiltración anunciada

Castro Caycedo desnudó la relación entre el narcotráfico y el poder político. En La bruja (1994), combinó narrativa de ficción con hechos reales para describir cómo el dinero del narco llegaba a las altas esferas. Expuso la complicidad de empresarios, políticos y agencias extranjeras, en libros y crónicas, y reveló la hipocresía del enfoque represivo. También abordó el papel de Estados Unidos en la expansión del negocio y la posterior criminalización de los eslabones más débiles de la cadena.

En Operación Pablo Escobar (2016), reconstruyó la caída del capo con detalles reveladores. Su trabajo no romantizaba ni simplificaba: mostraba cómo el narcotráfico era una consecuencia de desigualdades estructurales, abandono estatal y complicidad institucional. Fue pionero en denunciar la conexión entre el narco y el conflicto armado, incluyendo el tráfico de armas, la penetración política y la corrupción judicial.

Epílogo: una mirada adelantada

Germán Castro Caycedo no fue solo un testigo de su tiempo: fue un adelantado. Muchos de los debates que hoy ocupan el centro de la agenda pública él los abrió hace décadas. En sus últimos años, afirmaba que si reescribiera Colombia amarga tendría que llamarse Colombia más amarga; otras veces usaba una frase más catastrófica: «Apocalipsis ahora» porque las injusticias habían empeorado. Y sin embargo, su obra no fue un ejercicio de desesperanza. Fue un llamado a mirar el país con profundidad, a escuchar lo que nadie quería oír, a decir lo que había que decir.

Hoy, sus libros siguen siendo faros para entender el presente. Nos interpelan: ¿Seguiremos envenenando nuestros campos? ¿Insistiremos en guerras ajenas? ¿Permitiremos la extinción de la selva? ¿Normalizaremos la corrupción narco? Las respuestas están en sus páginas, donde cada frase fue escrita con un propósito: incomodar al poder, sacudir conciencias, registrar con valentía lo que otros callaban.

Ese es el legado de Germán Castro Caycedo, el cronista que miró más allá de su tiempo y cuyo eco seguirá acompañándonos en los debates más trascendentes del mañana.

‘Fumigación: tres décadas destruyendo a Colombia’: Germán Castro Caycedo sobre el Glifosato para El Tiempo

‘Fumigación: tres décadas destruyendo a Colombia’: Germán Castro Caycedo sobre el Glifosato para El Tiempo

Los medios de prensa han vuelto a registrar en sus titulares, ‘Washington preocupado por aumento de los cultivos de coca’.

No obstante, en el año 2001, Thomas McLarthy, asesor del presidente Bill Clinton, aseguró en la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Lima: “Los Estados Unidos, con menos del cinco por ciento de la población mundial, consumen el cincuenta por ciento de la droga que produce el mundo”.

A pesar de esto, hoy para Washington la causa de que los cultivos se hayan duplicado entre los años 2014 y 2015 es la suspensión de las fumigaciones aéreas con glifosato, prohibido en los mismos Estados Unidos para ser aplicado mediante el sistema que ellos implantaron en Colombia.

Analizando los millones de dólares invertidos en la guerra contra las drogas en este país, los herbicidas de la firma estadounidense Monsanto son los únicos ganadores de una destrucción de treinta años.

Hoy, a pesar de que el Presidente de la República ha reiterado que el comienzo de la sustitución de cultivos ilícitos por otros medios está siendo exitoso, la insistencia de funcionarios menores ajenos al problema continúa siendo la devastación con herbicidas de sistemas vitales para la humanidad como la Amazonia, uno de los medios generadores de vida más importantes de la Tierra.

Sin embargo, a la vez que aquellas voces de segundo plano insisten en que Colombia debe regresar a las fumigaciones aéreas, omiten que Ecuador condenó a Colombia a suspenderlas a lo largo de su frontera.

En marzo del año 2008, Quito nos demandó ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya “por los graves daños genéticos causados a la población fronteriza expuesta por Colombia a los potentes herbicidas Paraquat y Glifosato”.

La base de la denuncia fueron estudios académicos realizados por cuatro universidades ecuatorianas, según los cuales “por la incidencia de herbicidas, un diez por ciento de la población afectada está en riesgo de daños genitales que pueden ser irreversibles (riesgo de contraer cáncer y procrear hijos con malformaciones congénitas)… Además de destruir el ambiente, el suelo, las plantas y los animales”.

Luego, en el año 2013, tras aceptar su culpabilidad, Colombia fue condenada a pagar una indemnización de quince millones de dólares y se le ordenó en forma perentoria “abstenerse de fumigar a menos de diez kilómetros de la línea fronteriza”.

Historia acallada

Para trabajar en este tema investigué en Vietnam –Hanoi, My Lai-4, Ciudad Ho–, posteriormente en Washington, Nueva York y Buenos Aires, donde el Centro de Militantes para la Democracia Argentina (Cemida) posee valiosa información sobre el agua dulce en Suramérica, la más abundante de la Tierra.

¿Por qué en Vietnam? Porque nosotros somos una víctima directa de la invasión a ese país.

Allí conté con la ayuda de estudiosos que hablan un español perfecto porque, siendo muy jóvenes, fueron traídos a Cuba.

La historia es que Vietnam respondió a la invasión estadounidense con dos estrategias de defensa: la guerra de guerrillas y el suministro de toneladas, inicialmente de marihuana, a los soldados estadounidenses –como dicen aquellos–, para enviciarlos “y minar el futuro del imperio”.

Y Vietnam significó matanzas impulsadas por una mezcla de racismo, miedo a las guerrillas y nubes de marihuana.

La más conocida en América fue la de My Lai-4, aldea de cultivadores de arroz en el poblado Song May. Allí los soldados estadounidenses asesinaron a 504 bebés, niños, mujeres embarazadas y ancianos. Desde luego, en My Lai-4 no quedó vivo un solo testigo.

Sin embargo, posteriormente Paul Meadlo, uno de los soldados, luego de enviar una confesión escrita a funcionarios del gobierno en Washington, a miembros claves en el Congreso y a diferentes medios de prensa, finalmente logró ser acogido por Walter Cronkite en su influyente programa de televisión de la CBS ‘Costa a costa’, ante lo cual el ejército ordenó una investigación exhaustiva –como las de Colombia– sobre lo que ya sabían.

El Comando de Investigación Criminal del Ejército llamó a declarar a los miembros de la Compañía Charlie, quienes confesaron sus crímenes, cometidos entre otros factores por el estímulo de la marihuana, cuyo humo aflora en cada testimonio.

Pero allí declararon soldados y suboficiales, y solamente un teniente y un capitán. Los oficiales de alta graduación no fueron siquiera mencionados.

La televisión emitió solo un par de las impresionantes gráficas de aquella matanza de marzo de 1968, tomadas por el fotógrafo militar Ronald L. Haeberle. Desde luego, fueron omitidas aquellas que, por ejemplo, muestran a un soldado con un bebé atravesado por la bayoneta de su fusil mientras aspira el porro de marihuana que sostiene en sus labios. Tras las confesiones, nadie fue sancionado.

Santa Marta Golden

Bien: la invasión empezaba y desde el regreso del primer contingente de relevo a los Estados Unidos, los excombatientes comenzaron a buscar marihuana y la encontraron “en un país llamado Columbia”.

Efectivamente, en la década de los años treinta fue importada para obtener cáñamo, pero aquello no prosperó y ahora existían algunas cantidades en la Sierra Nevada de Santa Marta, que pocos consumían.

Enterados de aquello, los viciosos en las universidades de los Estados Unidos lograron contactos con estudiantes del Caribe y les pidieron que la llevaran.

(Además: ONU abre la puerta a discusión de nuevo modelo antidrogas)

Para los estadounidenses, la calidad resultó tan buena que la bautizaron Santa Marta Golden.

Para este trabajo hablé con tres de aquellos en el Club Santa Marta. Gente de clase económica alta muy conocida en esa región… Sí, el negocio era magnífico. Comenzaron por llevar dos maletas con yerba, cubierta con camisetas. Cero problemas en la aduana. Luego tres maletas. Más tarde cuatro…

Pronto los estadounidenses empezaron a comprar aviones Douglas DC-4 y DC-3, naves magníficas que comenzaban a ser retiradas de las aerolíneas comerciales, y se vinieron con sus aviones, sus pilotos y sus dólares.

Por cualquier falla, estos aviones –matrícula N, Estados Unidos– eran abandonados y la marihuana, rescatada y embarcada en otros similares clearance blow up water slides.

Recuerdo haber visto dos en el aeropuerto de Valledupar, dos en el de Santa Marta, uno en el de Riohacha y otro despanzurrado en el desierto de La Guajira luego de un aterrizaje forzado.

Fueron los estadounidenses quienes estimularon el crecimiento de los cultivos y por su iniciativa surgieron el nacimiento, la organización y el florecimiento del tráfico de narcóticos en nuestro país.

Su contacto con trabajadores en aeropuertos y hoteles produjo el ingreso de esta clase social al narcotráfico: a partir de allí, los de arriba y los de abajo bailaron al son de los dólares que llegaban en grandes cantidades. ‘Remember’: Lucho Barranquilla, El Gavilán Mayor…

Luego, el primer parte de esta fase de la derrota en Vietnam fue declarado en 1969, a través de un festival de música rock en Woodstock.

Allí, el mundo presenció cómo alrededor de medio millón de jóvenes estadounidenses se retorcían bajo el toque de la marihuana mientras balbuceaban, “haga el amor y no la guerra”.

Este primer parte de la derrota fue registrado en el famoso documental ‘Tres días de paz & música’ que vio parte del mundo, tras el cual la crítica norteamericana conceptuó que gracias a la descomunal traba con marihuana que duró tres días y el amanecer del cuarto —15, 16, 17 y 18 de agosto—, “Woodstock ha sido uno de los mejores festivales de música y arte de la historia de los Estados Unidos”.

Luego en aquella Asamblea General de la OEA en Lima, en el año 2001, vino el parte definitivo de los vencidos.

La máscara

Transcurrió el tiempo. Los Estados Unidos diseñaron la Ofensiva al Sur o Estrategia Andina que nos vendieron con el nombre folclórico de ‘Plan Colombia’: el pretexto, la lucha antinarcóticos para establecer una cabeza de playa en nuestro país, mirando hacia el agua de Suramérica. Hoy quien controle el agua dulce controla la vida y controla el mundo.

Ofensiva al Sur: dieciséis compañías de mercenarios actuando en Colombia, sin visas, sin el control del Estado. Cinco potentes radares en la costa de la selva amazónica vigilando a Suramérica, pagados con dinero de los colombianos y operados por estadounidenses que les entregan solo algunas informaciones de segunda mano a las autoridades locales… Fumigaciones con veneno como están prohibidas en los Estados Unidos y destrucción de una parte de la reserva biológica más rica de la Tierra. Ochenta y cinco por ciento de los millones de dólares aportados por Colombia.

Hoy, nuevamente es necesario preguntar: ¿por qué quien insiste en la destrucción del país con fumigaciones aéreas oculta que, en el año 2013, la Corte Internacional de Justicia de La Haya nos condenó a alejarnos de las fronteras con Ecuador y a pagarle tres millones de dólares de indemnización, como culpables de que –según estudios científicos– la población ecuatoriana sometida a la agresión del Estado colombiano estuviera sufriendo “daños genéticos que pueden ser irreversibles (riesgo de contraer cáncer e hijos con malformaciones congénitas) en un diez por ciento de la población sometida a las fumigaciones con herbicidas… Además de la destrucción de los suelos, las plantas, las aguas y los animales, en el territorio fronterizo?”.

GERMÁN CASTRO CAYCEDO
Especial para EL TIEMPO