Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Richard Emblin
Como transmitiendo un partido de fútbol, la chica de la televisión decía que en aquella casa de Suba, extramuros de Bogotá, habían hecho grandes túneles, no solo en busca de toneles rellenos de dólares sino de un maletín negro dentro del cual estaban los secretos más valiosos de El Mexicano.
Por la mañana la prensa hablaba de un coronel de la policía y trece más capturados. Buscaban un maletín que parece contener un codiciado botín, consistente en secretos y riquezas de Gonzalo Rodríguez Gacha. Y luego: la Fiscalía «supone» que en él debe haber mapas de guacas con dólares y lingotes de oro.
Sofía lanzó el diario sobre una mesa antes de terminar la lectura.
Sofía es una mujer de cincuenta y tantos años con una cabellera de polvo que le llega hasta los hombros, voz en la escala alta del pentagrama, chaqueta de gamuza curtida como el pellejo de una bota de vino con mil corridas de toros entre unas manos sudorosas, y un pañuelo de seda anudado en el cuello. No es rica. Vive en un barrio modesto. Tiene un auto modesto.
Su nombre no era Sofía, pero decidió cambiárselo una noche que volteó la página de un libro y encontró que Sofía es sabiduría. Entonces estaba entrando en la menopausia y había comenzado a sentir que con el fin de la menstruación, la mujer alcanza su conciencia máxima, y pensó: «Sí, ahora soy Sofia». La mañana siguiente buscó a un notario.
Curioso porque desde hacía unos meses había empezado a preguntar por la luna menguante. Más tarde alguien le dijo que esa fase significa la sabiduría de la edad adulta y entonces se puso a pensar, o se imaginó, o quién sabe qué carajo sucedió, pero descubrió que la sabiduría es creer que la vida y la muerte van de la mano. Más tarde se dijo: «la muerte es una gran incomprendida».
¿Por qué? Ah, pues porque la muerte es el miedo de la vida, siendo que no es el fin sino el comienzo de la otra vida. Mejor dicho: para salir ya de tanto tropel, usted lo que debe escribir es que hoy se encontró con una loca que dice haber conocido bastante al Mexicano. Escriba eso, y ya. ¡Una loca! ¿Bien?
Según su percepción, la leyenda del tesoro de El Mexicano comenzó en julio de 1989 cuando ella misma voló en un helicóptero hasta Cali y trajo a Zulma, la última bruja de cabecera que tuvo Rodriguez Gacha. De regreso, aterrizaron en una hacienda llamada ‘Cuernavaca’, cerca de Pacho, hasta donde fui con ella hace tres días y allí empezó a recorrer los rincones y a recordar.
Aislada de la casa principal, hay una capilla deliciosamente pecaminoso. Sofia subió adelante y dijo que allí era donde El Mexicano escuchaba a sus brujas y recuerda que aquella tar- de Zulma iluminó la capilla con el fuego de San Telmo que es el de las ausencias y que es el de la eternidad de la huida. Además, le pareció que estaba iluminada también por las luces de la ciudad final. Fue la última vez que El Mexicano pisó ese lugar, por que ya su vida estaba irremediable- mente cercana de la muerte.
– Piense en las historias de brujas que a uno le cuentan en la niñez y podrá ver a Zulma, dice Sofia:
Un par de zarcillos grandes, la lengua escarlata y muy húmeda, de manera que cuando hablaba dejaba escuchar un chapoteo de ilusiones; un par de estrellas de plata incrustadas en el final de la horqueta de sus clavículas, las sienes chupadas, unos ojos fijos, húmedos. Ojos de búho.
¡Y la casa! La casa donde hallé a aquella mujer estaba llena de búhos, de mochuelos, de lechuzas. Pero búhos vivos, con los ojos de vidrio, círculos alrededor de los ojos y unos plumeros sucios cayéndoles encima de las orejas. Había búhos en todos los rincones. Yo le tengo pavor a los búhos.
(Silencio)
Zulma suspiraba con suspiros de convento, mitad contrición, mitad pasión. El Mexicano se quitó el sombrero y tomó asiento en la misma banca de Zulma. Ella pellizcó una brizna de parafina del Cirio Pascual que había encendido, la miró y luego lo miró a él, y le dijo:
Patrón: veo a un a un soldado con un bastón en la mano. Es un bastón oxidado. Veo un río de papel…
No veo más.
Un mes más tarde, en agosto, asesinaron a Galán, que iba a ser Presidente de la República, y la policía y el Ejército comenzaron a corretear a los narcos, y unas horas después los militares llegaron a Pacho y tomaron como base La Chihuahua’, una finca del Mexicano dentro del pueblo, y desplegaron unos carros blindados, los Cascabel, que hacían temblar las calles por las mañanas y por las noches, «para que no se escuchara el ruido de las varillas que le dieron a los soldados».
– ¿Los bastones?
– Pues claro. Ellos fueron quienes comenzaron a buscar el tesoro del Mexicano en las casas de estas fincas. Los soldados tenían varillas tan largas como bastones, oxidadas y puntiagudas, y golpeaban con ellas los prados y los jardines y los pisos de las casas, y aquí -acompáñeme- aquí en la casa del montador mayor encontraron lo primero: una pequeña alberca debajo del piso de baldosa y en ella doce canecas, unas con dólares y otras con lingotes de oro. Usted debe recordarlo porque fue un escándalo en la prensa: un mayor y un capitán entregaron parte, pero se quedaron con algunas canecas repletas de dólares y una de lingotes, y se fueron del país. Pero el capitán enloqueció y regresó a darle muerte a un estudiante de la Universidad Javeriana que, le dijeron, se acostaba con su mujer, lo asesinó y luego cayó preso. Hola, soledad.
Una semana después de su llegada a Pacho, los militares habían lanzado los bastones y utilizaban a expertos en radiestecia con sus péndulos, detectores de metales, detectores de vacío, escanógrafos, y se asesoraban de pitonisas que espiaban el corazón de la tierra y más tarde por un monje con un crucifijo clavado de espaldas contra una cruz de carbón en su mano izquierda.
El cuento es que descubrieron que El Mexicano escondía su fortuna dentro de canecas de plástico para reunir basura, ni tan grandes ni tan pequeñas. Las henchía de dólares en fajos, luego aseguraba las tapas con cinta adhesiva y las escondía bajo el piso de las casas de los trabajadores. Los huecos forrados en cemento y cubiertos nuevamente con baldosa, no eran más hondos de un metro veinte o algo así. Quedaban a flor de tierra.
Sofia desea comenzar el recorrido por ‘La Chihuahua’ y vamos allá, pero no quiere fotógrafos, ni testigos ¿De acuerdo?
– De acuerdo.
Antes de entrar en las carroñas de aquellas casas, ella se detiene frente a un cilindro de madera y acrílico ahumado. ¡El Chalet!’, dice. Adentro hay una pequeña sala y al fondo una cama: ‘La Cama de piedra’. Cuando Rodríguez Gacha entraba allí con una mujer, hacía sonar un disco con aquella canción ranchera: «De piedra ha de ser la cama/ de piedra la cabecera/ la mujer que a mi me quieraaaa».
Por ella pasaron las divas más divas de la televisión y de las pasarelas, y candidatas y futuras princesas del reinado nacional de belleza de Cartagena. El Mexicano las mandaba traer como a las brujas y a los jefes de la política: en helicóptero, y se encerraba con ellas, pero, ¿sabe una cosa? Esas mujeres no permanecían adentro un tiempo prudente; a los pocos minutos salían de allí con unos dolaritos en la mano, preguntando dónde estaba el helicóptero.
En esas cosas, El Mexicano era de corto vuelo, dice Sofía, de pie frente al cilindro de acrílico, los pies separados, botas camperas con tacones planos, las manos dentro de los bolsillos del pantalón. Hace una pausa que deja ver la totalidad de su propio vacío y luego dispara una sentencia:
– La capacidad de orgasmo de la mujer es mayor que la del hombre, y el hombre, por miedo a no ser capaz de darle gusto, la reprime.
– Las mujeres -dice luego marcando compases- ¡Han! vivido y ¡Han! muerto sin saber que poseían el poder de sentir el orgasmo con tanta intensidad.
‘La Chihuahua’ es como el resto: una casa principal con el piso ahuecado, esqueletos de automóviles y camiones saqueados, una piscina taladrada y los muros y los pisos de las casas de mayordomos, ha- teros, montadores de caballos, palafreneros, jardineros, cerqueros, sicarios, horadados.
En diciembre del 89 cazaron al Mexicano y unos días después de su muerte hallaron en Bogotá una empresa llamada Coordinadora Empresarial, en el edificio Davivienda. Se llevaron computadoras, documentos, porcelanas, cuadros, esculturas, candelabros, ceniceros dorados, diez cajas de champaña y veinte de whisky, y dentro de las computadoras el rastro de noventa millones de dólares en cuentas en Panamá y Europa. Sus primeros pasos en el blanqueo de activos, fueron entregados por la policía colombiana a la embajada de los Estados Unidos. Otra porción del tesoro de El Mexicano que continuaba diluyéndose.
La casa menos ostentosa está en una hacienda llamada ‘Mi Mazatlán’. Era mayo del año noventa y un capitán halló bajo el piso de una vivienda del encargado del hato nueve canecas. Le avisó a su coronel y vino el helicóptero de las canecas, pero no se llevó nueve sino siete: el capitán enterró dos en la orilla de un hilo de agua insignificante, algo que no alcanzaba ni a arroyo, ni a riachuelo, como dicen los poetas. Qué va. Pasaron cinco días y diez días y la noche número once se desgajó un diluvio y el hilo de agua se convirtió en un raudal portentoso que extrajo las canecas.
La mañana siguiente los campesinos pescaban dólares con sus ruanas, con cobijas. El río de papel. Aguas arriba, Nabor Vargas, un montador de caballos venido del Huila, halló en un remolino un cardumen de fajos de billetes. Los recogió, regresó a su tierra y allí se dedicó a beber, y al tercer día encontró al amor de su vida, pero como entonces él era otro Mexicano, antes de irse a la cama con ella compró un revólver y para escuchar el tono de su cañón, le dio muerte a un hombre. En el calabozo supo que su amor había desaparecido con otro y con los fajos y con el revólver. Hoy es un esquizofrénico paranoico sepultado en el frenocomio del penal. El capitán aguacero. El loco de los fajos.
Los colombianos se han pasado la vida soñando con tesoros y buscándolos y enloqueciéndose con esa idea. Primero fue el rastro de El Dorado, cuatro siglos. Luego vino el Mil Novecientos y la Guerra de los Mil Días. No había bancos, la gente enterraba el oro, y soñando con hallar aquellos entierros llegamos casi hasta el Dos Mil. En la década de los sesenta, la de los Beatles, aún le enseñaban a los niños a distinguir dos clases de luces: azulada la de las ánimas, y amarilla la del oro enterrado.
Cuando dejaron de aparecer canecas, un capitán obsesionado con el tesoro les dio muerte a dos trabajadores porque no le decían donde había más. Los trabajadores no sabían nada. Después se dedicó a amenazar de muerte a montadores, ordeñadores y jardineros que aún quedaban. Alguno se quejó y lo retornaron al cuartel, donde lo veían por las tardes con un taladro en la mano. Una noche se escuchó que perforaba el piso de su casa, luego la voz de su mujer y finalmente cuatro balazos. Lo metieron al manicomio. Hoy lleva un taladro de juguete al cinto y una pala de plástico en la mano izquierda. El capitán taladro.
Luego del mediodía llegamos a ‘Santa Rosa’, una hacienda entre la niebla. Alcobas y más alcobas, salas y pisos brillantes. A pesar de trece años de saqueo continuado, es una soledad llena de muebles y algunas porcelanas, caballos de bronce y caballos de mármol y en los pisos tapetes muy blancos. Pero a medida que iban levantándolos aparecían troneras. Nadie sabe cuántas canecas con dólares se llevó de allí el helicóptero ni cuántas fueron escondidas lejos de los arroyos.
Frente a una caricatura de El Mexicano, le pregunto a Sofia cómo lo conoció y ella dice que aquello no tiene importancia. Cosas del destino, aunque recuerda cómo lo vio una tarde:
Menos de treinta años, como ella. Camisas de flores con volantes que se inclinaban hacia donde soplaba el viento y zapatos de charol, vapor picante de loción Pino Silvestre, una especie de putol que estaba entonces de moda, y esencia de sobaco. Ni gordo ni angosto. Alguna sonrisa en medio de largas desgarraduras de silencio.
Ella fue a la universidad, tenía cómo pagar lo que le viniese en gana, pero antes de recibirse en economía y a la vez en letras, su padre se arruinó y un día amaneció desamparada. Familia venida a menos se dice por aquí. Pero llegó aquella tarde y el del Pino Silvestre entendió que ella sería una buena asesora en ciertos campos. Al cabo de las semanas la escuchaba en casi todo, «menos en blanquear el dinero como debía haberlo hecho y en bajarle el tono a su mal gusto».
A las tres de la tarde llegamos a las ruinas de una gran casa colonial que perteneció a Doña María Currea de Aya, luego a los jesuitas y después al Mexicano. La casa de La Hacienda Grande que rebautizaron como ‘La Sonora’ fue consumida por las llamas, pero aún hoy, una década después, siguen viniendo por las noches fantasmas armados de palas, taladros, picas, y abren boquetes en busca del tesoro de El Mexicano.
Cuatro y media. Con la luz de Van Gogh que es la del atardecer, regresamos a ‘Cuernavaca’. Se ingresa a través de una avenida de robles con barbas transparentes en el contraluz del sol. Adentro, la visión se repite: viviendas que ocuparon capataces y montadores de caballos saqueadas y cicatrizadas por taladros. En la casa principal quedan dos o tres aparatos, trozos de tapetes, pedazos de muebles.
El tesoro comenzó a desaparecer el primer día. Cuando llegó el ejército aún había aquí cajas sin abrir que se llevó el helicóptero. Después, en marzo de 1991 la población se rebeló y salió a las calles a pedir que se fuera la tropa. Cuando se fue, empezaron a llegar bandidos: atan a los encargados de las fincas y se dedican a cavar.
Eso no ha dejado de suceder durante trece años. Ahora, después del escándalo de prensa hablando de túneles en la casa de Suba y la captura de un coronel de la policía y otros, aquí ha vuelto a tomar fuerza la búsqueda del tesoro de El Mexicano. Y en las demás haciendas igual. En ‘La Fredy’, cerca de Ambalema han llegado con «trailers» y remolques equipados con maquinaria para exploración petrolera y se han dedicado a perforar entre las ruinas. Y en ‘Potosí’, Magdalena Medio, han aparecido varias veces con una pala-draga. En la casa-mansión de la calle 86 de Bogotá perforaron durante doce años. Hace un mes, iluminándose con mechones, la incendiaron y quedó reducida a cenizas.
Esta es la segunda y última parte de un informe especial preparado en la zona de Urabá por el periodista Germán Castro Caycedo, de la redacción de EL TIEMPO, quien permaneció allí dos semanas.
TURBO, 30. Se ha comprobado que el abastecimiento de marihuana a los barcos bananeros se efectúa a través de «chalupas», pequeñas embarcaciones que cruzan el Golfo de Urabá, impulsadas por motores fuera de borda. Según la legislación colombiana, estas barcas deben de estar registradas en la Capitanía de Puerto y necesitan llevar una licencia de funcionamiento. Sin embargo, operan aquí centenares de ellas, sin cumplir este requisito.
En la zona no existía ningún control sobre las «chalupas» y la llegada de cada barco bananero era «saludada» por decenas de ellas que, a poco de fondear, lo rodeaban en presencia de las autoridades, que no impedían ninguna operación. A partir de agosto de este año, la Unión de Bananeros logró que los buques estén totalmente aislados en los sitios de carga y de fondeo, para lo cual debió hacer un llamado a las mismas autoridades y destacar en cada barco a uno de sus empleados de confianza, que hoy supervisan la actuación de los mismos guardias aduaneros.
Los sistemas de embarque de la marihuana han variado desde cuando se descubrió el primer cargamento en el vapor «Laura Christina». La mayoría de este fue empacado en maletas que viajaban como equipaje de la tripulación. En Estados Unidos los guardias no requisaban a los marineros -por amistad- y estos podían transitar sin aparente apremio.
En el buque se observó que, el equipaje no estaba colocado en sitios que pudieran comprometer a una persona determinada, sino que era depositado, por ejemplo, en camarotes vacíos. En Norteamérica es difícil que las autoridades responsabilicen de un ilícito a un bloque de personas, por lo cual no han sido juzgadas las tripulaciones enteras.
Los embarques, que al principio se hacían en el punto de e carga del banano (en un sitio cercano a tierra firme) se efectuaron luego en «La Punta de las Vacas», un poco más afuera del Golfo, donde los barcos paran inicialmente, aguardan su turno para desplazarse hasta el sitio de recibo de la fruta y esperan la visita de las autoridades portuarias.
Otro lugar señalado en las investigaciones era el trayecto entre los canales abiertos en tierra firme. (por donde fluye el banano a bordo de pesados bongos) y el Golfo. Se señala alguna posibilidad de que «chalupas» pequeñas pudieran realizar el abastecimiento, aunque parece muy difícil debido a la vigilancia de los bananeros; a que sería necesario involucrar a mucha gente en la operación y a que en el bongo viajan miles de millares de cajas con fruta, por lo cual resultaría imposible evitar confusiones y pérdida inminente de la «mercancía».
Hoy, después del riguroso control establecido, se ha intentado embarcar la marihuana cuando el buque es despachado, saliendo las chalupas desde Necoclí, un pequeño puerto del norte del Golfo, cercano a sus bocas. Esto último, al parecer es incontrolable para la misma aduana, que no dispone de equipos propios de patrullaje. Para hacerlo sería necesario escoltar hasta alta mar a cada uno de los 42 buques que llegan cada mes.
A bordo de los buques la marihuana ha sido hallada dentro del casco o en camarotes, escotillas y bodegas de carga. Las autoridades americanas utilizan para esta labor perros de gran olfato, adictos a la droga, que, necesitando de ella, la descubren fácilmente. Sin embargo, los policías se han encontrado últimamente con una dificultad, pues marineros colombianos, especialmente, la empacan en bolsas plásticas, que a su vez son envueltas en papel metálico -para envoltura de alimentos- mediante lo cual aislan totalmente su aroma.
En Estados Unidos la vigilancia se ha estrechado notablemente en los puertos de La Florida. Según el capitán del buque «Montego», actualmente 60 especialistas de la sección de narcóticos del FBI controlan únicamente los barcos procedentes de Turbo. Además, estos son vigilados con lentes y filmadoras de largo alcance desde edificios portuarios, a la vez que se está empleando un equipo mayor de lanchas patrulleras y helicópteros, para establecer un cerco sobre la «Turbo Gass Company»
PRECARIO CONTROL
En Turbo, el precario control ejercido hasta hoy obedece a un esfuerzo, hecho, en el 95 por ciento, por el sector privado. Según el administrador de aduanas, ese cuerpo poco puede hacer porque carece de medios. La aduana posee algunas chalupas pequeñas y más lentas que las de los traficantes, que se hallan en pésimo estado. Según sus directivos, es urgente que sea dotada solamente con 3 lanchas «deslizadoras», con cupo para nueve personas y con un helicóptero. «Solamente con este equipo, que no vale más de 2 millones de pesos -dicen- podremos controlar totalmente el problema».
Además de esto piden un mejoramiento total de los sueldos de los guardias, a base de primas especiales, «de manera que ser trasladado allí no constituya un castigo, sino un premio».
ÉPOCA MALA
En Turbo el comercio afronta actualmente una especie de crisis. Reprimido momentáneamente el tráfico de marihuana, la abundancia de la zona ha decaído, pues la gente maneja menos dinero que hasta el primer semestre del año. Es así como a finales de 1970 y durante los primeros 5 de 1971 hubo una gran saturación de dólares en la zona, llegándose a cotizar a 17 pesos.
En Turbo los billetes de circulación corriente -encuesta hecha en los bancos y en el comercio- eran los de 500 y 100 pesos. En Barranquillita, un caserío de 300 habitantes al norte de Turbo, en cuyas inmediaciones selváticas se hallan los mayores cultivos, una sola cantina vendía 8 mil pesos cada noche. Según su propietario, a partir de agosto las ventas han descendido a 400 pesos.
CASAS «DE LUJO»
Los almacenes de motores para lanchas efectuaron en este periodo sus mayores ventas, pero ahora han descendido verticalmente. Durante la «época de oro» de la marihuana, las empresas afrontaron escasez de mano de obra, porque la gente no necesitaba trabajar y personas que habían sido paupérrimas comenzaron a construir casas de ladrillo que se estiman un verdadero lujo en la zona, donde el 98 por ciento de las viviendas son de madera.
Según los comerciantes, en esta segunda parte del año -que coincide con la represión del tráfico- las ventas han sido las peores del último quinquenio, a la vez que se ve aumentar la circulación de cheques sin fondos, hasta el punto de no ser aceptados en los negocios.
Según el director de aduana, hasta junio y julio pasados en Turbo se ofrecían «con gran naturalidad» ventas de 10 y 15 mil dólares, y para el comandante de la policía, esta situación boyante se ha convertido hoy en un notable aumento del abigeato y de los delitos contra la propiedad.
BAJAS EN LAS COSECHAS
Según el Idema y las firmas «Julio Espinal» y «Zapata y Henriez», únicos compradores de la zona, la cosecha de maíz descendió este año en un 40 por ciento; mientras que los gerentes de los Bancos Ganadero y de Bogotá, dicen que las operaciones han disminuido en un 25 por ciento, con relación al primer semestre del año.
Mientras aparecieron en el Golfo chalupas impulsadas por modernos motores, el año pasado coincidió con un aumento del 150 por ciento en el costo de vida, a causa del prolongado derrumbe de la Carretera al Mar, que une a Urabá con el resto del país.
Sin embargo, no se observó malestar en la población y al mismo ritmo se incrementó el consumo de licores. Apartadó, pueblo cercano a Turbo, ascendió al primer puesto en el consumo de licores de Antioquia, después de Medellín.
LOS CULTIVOS
El descenso en la cosecha de maíz, por ejemplo, puede tomarse como un indicador de la sustitución que se hizo en su cultivo por el de marihuana. La zona, sin vías de penetración, con un elevadísimo número de colonos paupérrimos, con escasez de créditos y sin asistencia, presenta grandes dificultades para la agricultura.
El campesino vende en el pueblo una arroba de maíz en unos 100 pesos -si la ha podido sacar-, mientras los traficantes le pagan la misma cantidad de dinero por solo una libra de marihuana. Esto explica por sí solo el auge del cultivo, amparado por lo salvaje de la zona, con inmensas extensiones selváticas, donde resulta físicamente imposible su control.
ESTUPEFACIENTES
En este momento, la meta principal de la lucha de la Unión Bananera de Urabá es acabar con el tráfico de marihuana. Sin embargo, según informaciones de los capitanes de los buques «Montego» y «Coral Acropora», las autoridades americanas están ya avisadas de que en Turbo el mayor comercio es de heroína y cocaína, que llegan de Brasil a través de Iquitos (Perú), Esmeraldas (Ecuador) y Guayaquil.
Los principales transportadores de estas sustancias son traficantes ecuatorianos, que atraviesan sin ningún control (según tratados internacionales) a Colombia y han llegado hasta Turbo, donde están aparentemente organizados. Según las primeras pesquisas realizadas aquí, se ha establecido que están pagándose 8 mil dólares por llevar un envío de heroína a los Estados Unidos. Estos costos son elevados y los traficantes colombianos no cuentan con una organización tan fuerte para cubrirlos, por lo que se sabe que el movimiento obedece a una poderosa mafia internacional.
Las investigaciones y el anuncio de los capitanes de los buques bananeros arriba mencionados, han coincidido con las denuncias de los directores de Aduana y Policía en Urabá, según los cuales, solamente en Turbo hay actualmente 200 indocumentados ecuatorianos que no pueden demostrar sus medios de trabajo, ni probar su identidad, pero que llevan un ostentoso ritmo de vida.
En este puerto, pese al problema no hay un departamento de extranjería, ni siquiera funciona el DAS, entidad que tampoco tiene especialistas en cocaína y heroína, según la aduana y la Policía. Ante esta última incidencia, de la que aún no hay ninguna prueba concreta, la Unión de Bananeros ha presionado a la aduana (que desarrolla algunas labores de extranjería) que se comunique con el Ministerio de Relaciones Exteriores que, hasta el momento, al parecer no conoce el problema.
¿QUIÉN COMBATE?
Frente a este estado de cosas, surge una pregunta en Urabá: «¿Quién debe combatir el tráfico?». Para la Aduana, es un caso nuevo que además debe afrontar, únicamente la Policía. Pero según esta última, Urabá, región que en todo sentido merece un tratamiento especial en Colombia, ofrece un campo demasiado amplio que su cuerpo no puede cubrir totalmente.
Según su comandante, «Hoy estamos enfrentados a invasiones, guerrillas, falsificación de dólares, abigeato, indocumentados, estupefacientes, especulación y agitación sindical a gran escala, dirigida desde las ciudades del interior».
Lo único que puede salvar a Urabá, según todos los sectores de la producción, es una reunión allí a nivel de Ministerio de Defensa, Dirección General de Aduanas, Ministerio de Relaciones Exteriores, DAS y F-2, para que se inicie una severa investigación y se a releve de una vez al sector privado de las funciones que ha desempeñado y que no le corresponden.
Resulta casi imposible escribir una sola línea ahora. Mi amistad con Jaime Arenas fue permanente desde el mismo día en que comenzamos a grabar apartes de su vida, con el fin de hacer una nota especial para EL TIEMPO.
Ahora, cuando la noticia de su muerte me agarra tan desprevenido como a él esa ráfaga de pistola, y cuando aún nos queda pendiente la última cita para despedirlo -antes de su viaje a París- por insinuación del periódico dejo estos recuerdos de Jaime, entre los centenares que me saltan a la cabeza, después de dos años de vivir muy de cerca su vida.
A las dos de la tarde del 4 de octubre de 1968 había terminado toda una semana de gestiones ante los altos mandos militares. La entrevista biográfica con Jaime Arenas había recibido por fin «luz verde» y por fin pude llegar hasta la misma puerta de los calabozos de la P.M., donde Arenas y unos 30 revolucionarios más se hallaban detenidos, en tanto que un agotador consejo de guerra iniciado a principios del año continuaba desarrollándose entre las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde de cada día.
Su primera frase al responder a la propuesta sobre la nota periodística fue dicha en tono de sorna. Arenas, como todos los líderes de izquierda con quienes yo había hablado antes, tenía aquella mirada de desprecio hacia la prensa colombiana…
Unos meses más tarde, ya en 1969 cuando estaba gozando de libertad, Arenas le comentó a Sergio Parra -en presencia mía- que había concedido el reportaje solo porque necesitaba aclarar su posición, especialmente frente al estudiantado. Pero nunca, durante los cinco días en que trabajamos para el periódico y en los que antecedieron a la primera publicación, había confiado en que yo sería objetivo.
El 31 de diciembre de 1970, en Cali, me volvió a hablar de lo mismo… «me la jugué toda a pesar de que me tergiversarías. Por eso cuando leí la última entrega del reportaje sentí agradecimiento… era que en ese momento estaba en tus manos y podías hacer con mis conceptos lo que hubieras querido».
Aquella tarde del 4 de octubre, cuando lo vi por primera vez, Arenas gozaba de su día semanal de visita y estaba con la novia, Sadith Restrepo, por lo cual no pudimos hablar más de diez minutos. No iba a perder el tiempo con un reportero, mientras tenía aquellas cortas cuatro horas para ver a los suyos.
Pero me dijo: «En principio, no creo que usted y yo podamos hablar porque concebimos la vida desde ángulos muy diferentes… me parece que debe olvidar el reportaje, porque no confío en usted ni en los periódicos de Colombia». Insistí, y, partiendo de la base de que «a lo mejor» no habría declaraciones, quedamos sin embargo en vernos 24 horas más tarde.
Me sorprendió por eso que en la mañana del día 5 me dijera: «He pensado su propuesta, podemos comenzar a hablar».
Trabajamos dentro de la camioneta del periódico durante once horas en las cuales relató apartes de su vida .Hizo mucho énfasis en la etapa de líder estudiantil y, por sobre todo, en su posición ideológica respecto de la revolución. Aclaró suficientes veces las causas de su deserción del ELN, según él, porque nunca pudo trabajar como él creía había que hacerlo en el campo intelectual y de concientización de la guerrilla, a la que, esa vez y durante los dos años posteriores en privado, nunca dejó de calificar como grupo de machistas que poda vidas valiosas de estudiantes e ideólogos».
Después de la publicación del reportaje hasta la semana pasada, ví a Jaime Arenas casi diariamente. Le sentía admiración, entre otras cosas, porque siempre pude advertir en él a ese revolucionario que nunca cambió sus ideas, a pesar de que en algunos medios de revolución de café, su imagen fuera totalmente diferente.
Me resultaba generalmente doloroso escuchar conceptos sobre su evasión de la guerrilla, porque bastaría conocer, como pude después, episodios de su vida en el monte, para saber que el único camino que tenía allí, era el de huir. Fue sometido a vejaciones, algunas de ellas en presencia misma de su esposa; persecución permanente por el solo hecho de tener una sólida estructuración intelectual, frente a la fuerza física y a la destreza para moverse en la montaña de la mayor parte del grupo guerrillero.
Entonces sería necesario traicionar su memoria para explicar en unas líneas las causas de su deserción, así, posiblemente, sería la única forma de que realmente se comprendiera, como yo finalmente pude, su posición ante la fuga. Llevaba siempre encima un par de retratos de sus dos hijas, que más de una vez miró por largo tiempo. Al final -a pesar de ser impresionantemente frío- tenía los ojos humedecidos.
Habían marchado a Cuba con su esposa y estaba condenado a no volverla a ver.
A la madre de las niñas solo una vez la mencionó: «Es una mujer de personalidad recia, muy inteligente», me dijo el 31 de diciembre en Cali. Esa noche un poco después de las 12 me dijo, visiblemente conmovido, con los dos retratos en la mano:
«La revolución cobra muy caro todo, compañero. Esto (las hijas), es lo que más he querido en la vida. Ahora mismo yo cambiaría mi vida por cinco minutos y poder besarles las manitas… siquiera poderlas ver, así fuera de lejos… y me resulta, siempre me ha resultado muy difícil, hacerme a la idea de que las perdí para siempre. Generalmente me despierto varias veces en la noche. Pienso en ellas…
El 2 de octubre del año pasado celebramos en su apartamento el cumpleaños de Arenas. Sadith Restrepo, Sergio Parra y yo cenamos con él. A los tres recuerdo mucho, porque me impresionó, nos dijo: «Maestros, me parecía mentira cumplir los 30. Es que desde que llegué a la guerrilla creí que nunca cumpliría esa edad».
Estaba contento. Un par de días antes, cuando acordamos reunirnos, nos había dicho a Sadith y a mí: «Tengo el presentimiento de que no voy alcanzar a los 30. Si es así, les pido que de todas maneras celebren la fecha. Cuando uno se «va» debe ser «jarto» que se pongan a meterle misterio. Algún día hay que desaparecer….
Pese a las amenazas, Arenas nunca creyó en el atentado. Vivía extremadamente despreocupado. «No cargo la pistola me dijo varias veces- porque yo no nací para tener armas encima. Si yo no soy un matón. Las cargué en la guerrilla, porque era necesario…. pero yo nací más bien para pelear con mis ideas…». Finalizaba diciembre de 1970 Una noche de «novenario» en que cenamos en casa suya, resolvimos dar una caminada por la ciudad para «bajar» la comida.
En la carrera séptima con la calle 17, al atravesar la esquina, dos hombres hablando entre sí se refirieron a él. Alcancé a escuchar que uno dijo: «Ahí va ese… pero pronto le llegará la hora». Jaime, tal vez un poco descontrolado, dijo: «Subamos, estos tipos me parecen raros». Los hombres nos siguieron y entramos a un café, desde donde hicimos una llamada telefónica a uno de los hermanos de Arenas y, los hombres que nos observaban desde una mesa cercana de la puerta, resolvieron marcharse».
Tal vez un mes más tarde, un jueves a las cinco entró al periódico a presuradamente. «Compañero, otra vez me dí cuenta de que me estaban siguiendo, me los quité de encima en la iglesia de San Francisco», comentó.
– Pero, ¿y la pistola?, le dije.
– Esa vaina no sirve para nada, hombre, yo no nací para llevar armas encima, respondió.
Aunque Arenas nunca dio beligerancia a las amenazas de muerte que pesaban sobre él, en algunas contadas épocas como estas dos, estuvo ligeramente preocupado… ahora pienso que varias veces me dije: «El peor error de un guerrillero es subvalorar al enemigo… fue una de las fallas del Che».
Y una de las fallas de Arenas. Por ejemplo, opinaba siempre que yo le decía que se cuidara:
– Si el ELN no tiene gente en la ciudad. Están mal organizados… ahora, de golpe me matan, pero primero me llevo a dos por delante… si tengo la pistola, claro.
Esta fue tal vez la única ocasión en que habló de su vida y de su «compromiso» con la guerrilla en estos términos. Pero en general anduvo muy despreocupado.
En el sur del Tolima, cuando hice un reportaje sobre una colonia hippie que consume hongos alucinógenos (viajó a acompañarme y a cuidarme en la experiencia que tuvo con hongos), me dijo una noche: «tengo el presentimiento de que me están siguiendo. Han llamado mucho a mi oficina. No dicen quién es, averiguan datos relacionados con mi rutina diaria. Eso me tiene preocupado».
Unos días después cayó preso Germán Liévano y parte de una red de auxilio urbano del ELN. Entre los documentos incautados había una carta de Liévano a Fabio Vásquez Castaño, donde se le informaba al jefe guerrillero sobre una operación para cazar al «Aguilucho»..
El Aguilocho soy yo, me dijo Arenas. Ahora creo que los de las llamadas eran ellos.
Le pregunté qué pensaba ahora de su vida y me comentó que, por lo menos, para que esa red se reorganizara, necesitaría mínimo, un año. Y que entonces contaba con ese tiempo para pensar qué haría con su vida y su seguridad personal. En más de una oportunidad hablamos de que se fuera al exterior. Sin embargo nunca puso mayor interés.
Recién salido de la cárcel hizo algunas gestiones para irse a los Estados Unidos, pero la embajada le negó la visa. Allí tenía un hermano. Y pensaba viajar para estudiar antropología y sociología, era ingeniero industrial y hablaba cuatro idiomas-. Luego, al parecer, quitando estos pocos momentos de «psicosis», nunca dio importancia ninguna a las amenazas.
Hace 7 días, en la tarde, Arenas entró presurosamente a la sala general de redacción del periódico y, sin saludar, me dijo: «compañerito, mire esta carta». Estaba visiblemente emocionado. «Me invitan a París, no tengo dinero ahora, pero me voy. Mire… me dan el pasaje y cubren costos. Voy a hablar con el ministro a ver si de golpe lograra una bequita allá para mí antropología».
El viernes en la tarde ví a su novia en la carrera quinta: «Jaime se va el jueves para París», me dijo, «yo sé que él te atiende a veces, dile que se quede allá de por vida. Lo adoro, pero no me importa perderlo, con tal de que no vuelva. No sé porqué tengo ciertos presentimientos. Dile que nunca vuelva».
El último día de febrero, antes de que yo viajara a Tolú para hacer un informe periodístico, cené con Arenas por última vez…
Hablamos de sus planes. Pensaba hablar con Luis Carlos Galán, quería seguir estudiando. Le dije: «Maestro, usted está joven y puede hacer muchas cosas. ¿Si se fija que llegó a los 30? Sonrió y respondió: «Sí, pero con la vida más prestada que un trapecista».
En medio de un periodo marcado por la efervescencia política y social en Colombia, el diario El Tiempo presentó una serie de reportajes que profundizan en la vida y pensamiento de Jaime Arenas, una figura emblemática del movimiento guerrillero en Colombia. Este trabajo periodístico, llevado a cabo por Germán Castro Caycedo, ofrecía una mirada íntima a la transformación personal de Arenas, desde sus inicios en los círculos socialistas juveniles hasta su eventual desilusión y crítica hacia las dinámicas internas de la guerrilla.
A través de una narrativa envolvente y detallada, Castro Caycedo captura la complejidad del conflicto armado y presenta un retrato humano y conmovedor de un individuo atrapado en las corrientes de la historia. Las entrevistas y reflexiones compartidas en estas páginas revelan las tensiones, esperanzas y contradicciones que definieron a una generación comprometida con la búsqueda de la justicia social en un país marcado por la violencia y la polarización política.
JAIME ARENAS Y LA REVOLUCIÓN (I): NO TENGO MIEDO A LA LIBERTAD
A las diez y media de la mañana del 17 de febrero de 1969, día en que debía ser fusilado por la guerrilla, Jaime Arenas se entregó a un desprevenido grupo de militares que transitaban por una carretera, cerca de Puerto Berrio.
Un mes más tarde fue trasladado a Bogotá, donde se inició en su contra un consejo verbal de guerra, en el cual se le juzga por el delito subversión armada, que ha de concluir cuando el mes de noviembre vaya por su mitad. Entonces habrá terminado la primera etapa de su lucha por las ideas de izquierda, que comenzó en los grupos socialistas juveniles de Antonio Garcia.
Anteriormente había devorado la filosofía de Marx en toda su extensión y leído a Engels, Lenin, Mao… pero mucho más antes, las raíces de ese lector empedernido que ha tenido su armazón de un metro con 86 centímetros sobre la cama de un calabozo, se habían agarrado de millares de páginas en la bi blioteca de su padre.
Hijo de una familia de buena posición social y regulares medios económicos, nació y estudió en Bucaramanga desde la primaria hasta el último año de Ingeniería Industrial, que se truncó cuando fue puesto en la calle acusado de agitación política. Al frente tendría la frustración de un cargo en la Secretaría Ejecutiva de la Unión Internacional de Estudiantes en Bulgaria; el intenso recorrer de miles de kilómetros al lado de Camilo Torres; la cárcel Modelo: el monte con un arma en la mano, donde vio fusilar a sus mejores amigos y por el cual abandonó padres, esposa, hijas; la muerte que rondó su hamaca la noche del 16 de febrero y su cintura en la mañana del 17, cuando embarrado, bañado en sudor y sangre, le dijo al teniente Castell que viajaba en un convoy militar: «Yo soy Jaime Arenas, el guerrillero. Me entrego».
Esa selva que entonces le dejaba la carne perforada por una docena de llagas putrefactas, también había salido a su paso para frustrarlo. Hoy, cuando los revolucionarios colombianos lo han sentenciado a muerte y le preguntan si espera con temor a que las puertas de la cárcel se abran, dice tan fríamente como ha hablado por espacio de nueve horas: «No creo que alguien le haya tenido miedo a la libertad. Toda mi vida he luchado por ella y a la hora de la verdad no voy a tener miedo de vivir libremente».
Ese mismo mastodonte de 75 kilos y casi dos metros de altura, a quien ahora tachan de traición y cobardía las juventudes de izquierda, dirá más tarde:
«No traicioné la causa por la cual he luchado; no he abandonado ideas; sigo creyendo en la necesidad de un cambio; sigo creyendo que este sistema es injusto; sigo creyendo todavía en lo que he pregonado…”.
LA REALIDAD NACIONAL
Cuando en 1959 Jaime Arenas ingresó a la Facultad de Ingeniería Industrial tenía un «concepto idealista de la Universidad colombiana. Esperaba recibir una educación integral, porque creía que esa Universidad estaba vinculada a la realidad nacional».
A su ingreso el ambiente estudiantil era indiferente. La AUDESA, máxima organización de estudiantes de la Universidad Industrial de Santander, no tenía para él ninguna combatividad, «porque se limitaba solamente a organizar fiestas en la Semana Universitaria».
De otro lado, el movimiento estudiantil estaba dividido a escala nacional sin un organismo dirigente, y eso le preocupaba.¡Fundó entonces con dos compañeros el periódico ‘Vector’ y desde él inició una serie de campañas «para mejorar la orientación de la educación y elevar el nivel estudiantil» que comenzaron a sacarlo del anonimato.
CON ARIZMENDI
Paralelamente había escalado su primera posición como dirigente: fue elegido representante de primer año de ingeniería industrial a la Asamblea Estudiantil. Meses más tarde, se realizó el Congreso Universitario Nacional, al que acudió en representación de la UIS.
Formó parte de una comi sión y con Octavio Arizmend Posada, que hacía su tesis de Derecho, reformaron una ponencia sobre autonomía universitaria, que fue aprobada. Arenas era un inexperto. Arizmendi hizo casi todo el trabajo.
Aunque a finales del año comenzaba a ganar prestigio dentro de los sectores estudiantiles, formaba parte de un grupo minoritario en la Asamblea. En 1960, año en que contrajo matrimonio con Elsa Gilma Reyes, una estudiante de secretariado comercial, se declaró una huelga universitaria nacional y fue nombrado delegado por Santander.
En el comité de huelga fue nombrado vicepresidente y, en una visita a San Carlos, llevó la vocería de los estudiantes ante el Presidente de la República, Alberto Lleras Camargo. Su intervención fue brillante. Estaba empapado de los problemas de la Universidad colombiana. El movimiento sirvió para que se pudiera sopesar la organización estudiantil. «que comenzaba a reaccionar lentamente». La oportunidad le sirvió para realizar sus primeros contactos a escala nacional. «Me empezó entonces a preocupar más la situación del movimiento estudiantil, dice, y trabajamos en adelante más seriamente en este aspecto».
A finales de ese año era presidente del Consejo Estudiantil de su Facultad y miembro del Comité Ejecutivo de AUDESA.
ÉL ERA EL MOTOR
El primer triunfo de su grupo vino en 1962. Dos de los codirectores de ‘Vector’ fueron nombrados como representantes de los estudiantes en el Consejo Directivo de la Universidad, uno, y representante de los estudiantes ante el Consejo Superior Universitario el otro.
Como motor de un movimiento, participó en la fundación de los consejos directivos de las facultades, que no existían, y logró que se construyeran y ampliaran una serie de instalaciones de bienestar universitario.Por su gestión en la biblioteca se incluyeron libros «que vinieron a ayudar en la formación humanística” del estudiante. Entre ellos había algunas obras de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética.
Posteriormente propuso la creación de un centro de estudios sociales para que la Universidad se vinculara a una serie de problemas por los cuales cruzaba Bucaramanga. El proyecto no se llevó a cabo.
En ese año (62), «la apatía universitaria estaba rota» y su prestigio altamente valorado. Fue elegido representante de los estudiantes al Consejo Superior de la Universidad por los grupos de izquierda, de los cuales era el estudiante más caracterizado.
PRIMER VIAJE A CUBA
Finalizado el año, viajó a Leningrado y representó a los estudiantes de izquierda colombianos en el Congreso Internacional de Estudiantes. Visitó Francia, España, Checoslovaquia, Rumania y Cuba, donde permaneció por espacio de 25 días «palpando las realizaciones positivas de la revolución».
A su regreso halló problemas en la Universidad y, siendo un miembro del Consejo Superior, fue líder de una huelga beligerante que apoyaba al rector Low Maus, quien fue destituido.
En ese mismo año, asistió al Congreso Universitario, celebrado en Medellín, en el cual se presentó una seria escisión, y con Julio César Cortés, cuyo fusilamiento viviera más tarde intensamente, dirigieron un grupo disidente de 17 universidades.
EL NACIMIENTO DE LA FUN
En 1963 esas universidades, en reunión especial, crearon la FUN (Federación Universitaria Nacional. El y Cortés habían actuado como presidentes del certamen. En las vacaciones había elaborado unos nuevos estatutos para la Universidad Industrial de Santander, «pues los anteriores no estaban adecuados a las nuevas circunstancias». Fueron aprobados al año siguiente y son los mismos que hoy rigen en la institución.
En 1964 encabezó la lista de la izquierda para elecciones de miembros del Consejo Superior Estudiantil de la UIS y, en elecciones universales fue elegido por una mayoría del 75 por ciento. Más tarde, como presidente de la institución, le correspondía firmar la declaración de una huelga contra el rector Villarreal, tras un plebiscito… «Villarreal había tomado una serie de medidas que lesionaban al estudiantado».
LA MÁS RECORDADA
«Esa -anota Arenas- ha sido posiblemente la huelga universitaria que más recuerda Colombia, porque fue tremenda. En ella se organizó una caminata de Bucaramanga a Bogotá y una huelga de hambre al final de la cual los participantes fueron a la clínica”. Durante las gestiones de arreglo viajó a Bogotá encabezando una comisión de estudiantes y tuvo una intervención de dos horas ante el presidente Valencia.
Tras lograr la compenetración de los sectores populares de Bucaramanga, dividir la opinión santandereana en pro y en contra del movimiento, llegar a las principales columnas de los diarios, «que escribieron a favor nuestro, como Calibán, a pesar de tener la razón, no fue posible lograr la renuncia del rector Villarreal y la derogación de las medidas por él tomadas».
«Esa huelga, por la injusticia que conlleva, -afirma- creó gran conciencia dentro del estudiantado. Gran parte de sus dirigentes se vincularon más tarde al Ejército de Liberación Nacional».
LA MEJOR ESCUELA
El movimiento tuvo una influencia en Arenas: le sirvió para vitalizar aún más sus ideas de izquierda “y para comprobar una serie de teorías que antes conocía perfectamente».
A la par con el movimiento estudiantil, tenía la tesis de que la Universidad debía proyectarse sobre la comunidad. Trataba entonces de proyectar su acción política y sus deseos de cambio «hacia afuera».
Ingresó entonces al MRL en el cual ocupó cargos de dirección. Asistió a dos convenciones nacionales y en la campaña presidencial de López Michelsen tuvo permanentes contactos con los sectores obreros y campesinos.
«En esta forma viví más cerca sus problemas… Hice toda una escuela que unida a las experiencias de la huelga universitaria en que fuimos derrotados teniendo la razón, fue el complemento de mi motivación revolucionaria».
El MRL perdió combatividad y se retiró de sus toldas. «Entonces vi la necesidad de buscar métodos que en ese momento consideraba más eficaces en la lucha ideológica».
LA OPOSICIÓN SOVIÉTICA
En 1964 fue expulsado de la Universidad cuando solo le faltaban 6 meses para culminar estudios de Ingeniería Industrial, a la vez que fue nombrado delegado de la FUN al Congreso Internacional de Estudiantes que esta vez se reunía en Bulgaria. Allí fue elegido para un alto cargo en la Secretaría Ejecutiva de la Unión Internacional de Estudiantes, con la oposición del grupo soviético que lo calificaba de tener tendencias prochinas.
Visitó Checoslovaquia, Holanda, Francia y al regreso volvió a Cuba. Permaneció allí por espacio de dos meses y arribó a Colombia en febrero de 1965. Aquí nada tenía que hacer en ese momento. No era ya universitario y los pasajes no iban a ser enviados.
«NACE» CAMILO TORRES
Apareció entonces en su vida la amistad con Camilo Torres, que unas semanas después de su llegada lanzaba la plataforma del Frente Unido. Camilo había dado ya sus primeros pasos abiertos en política y le pidió que colaborara con él. En mayo se unieron e iniciaron agotadoras giras políticas por todo el país, en las cuales alternaron más de una vez en la tribuna. Militaban también a su lado Julio César Cortés, Enrique Valencia, Diego Montaña Cuéllar y Manlio Lafont, entre otros.
«La plataforma del Frente Unido tuvo inmediata aceptación en los sectores estudiantiles y sindicales», anota Jaime Arenas.
CAMILO Y EL ELN
Camilo Torres tuvo sus primeros contactos con el Ejército de Liberación Nacional en julio de 1965. La misma noche de su llegada de Lima se dirigió a la montaña, donde se entrevistó con los dirigentes de la guerrilla. Arenas lo relacionó con los enlaces que lo conducirían a la selva y lo acompañó personalmente hasta Bucaramanga, donde esperó por su regreso. Entonces era miembro de la red urbana en el campo intelectual, adelantando trabajos políticos de tipo legal.
Camilo permaneció en el monte por espacio de 8 días y se comprometió a trabajar para el ELN porque consideraba que era la fuerza guerrillera más importante de Colombia. Después de esa visita «Camilo quedó muy comprometido y mantenía permanente correspondencia con los dirigentes de la guerrilla».
En las cartas la única clave era el nombre de Alfredo Castro con el cual se le calificaba. Los asuntos se trataban, sin embargo, con mucha claridad.
ETAPA DE ORGANIZACIÓN
En el lanzamiento del Frente Unido, hasta el momento la labor de Camilo Torres había sido puramente agitacional. Le faltaba la labor más ardua que era su organización, punto definitivo en su labor. La fase de agitación se ha- bía logrado a través de las giras por todo el país… «En ellas habíamos despertado el entusiasmo popular. La parte organizativa era tan definitiva que sin ella todo el trabajo anterior se echaría a perder y se cerraba el futuro hasta entonces vislumbrado». Cuando se realizaban los planes finales para el desarrollo de ese plan fundamental, en el mes de agosto de 1965, en una vereda de El Socorro (Santander) fue detenido por e Ejército el campesino José Dolacio Durán. Más tarde en Bogotá caía José Manuel Martinez, Heliodoro Ochoa, cuyo impresionante fusilamiento en el monte también presenció Arenas, y un joven que no resultó comprometido.
Como consecuencia de esas detenciones, fue decomisada por el gobierno una serie de cartas que comprometen seriamente a Camilo Torres, por la claridad de sus términos. Se adivinaba en ellas con facilidad su conexión con el Ejército de Liberación Nacional y su proyecto de vinculación futura al grupo armado.
LA OBSESIÓN POR LA MUERTE
Al enterarse de esto, Camilo Torres analizó con sus colaboradores inmediatos la situación y decidió marchar al monte. «Consideraba -recuerda Arenas- que a él no lo iban a poner preso porque decía que la oligarquía no sería tan bruta en tener así bandera permanente de agitación y que conociendo el Ejército su vinculación con la guerrilla, lo más probable era que trataran de matarlo».
Y agrega: «En Camilo siempre hubo la obsesión de la muerte. Por ejemplo en uno de sus escritos decía que cuando el pueblo había conseguido un dirigente en Jorge Eliécer Gaitán, la oligarquía lo había eliminado. Camilo siempre hablaba de ‘¡por la toma del poder hasta la muerte!’; en su proclama anotaba: ‘Un pueblo que lucha hasta la muerte, obtiene la victoria’… Camilo siempre partió de la base de que lo podían matar; que a él no ahorrarían esfuerzo para eliminarlo».
«Conocida esa situación -continúa Arenas- opinaba: ‘No quiero que me maten como a Gaitán en una calle de Bogotá. Si me han de matar que lo hagan mostrándole un camino al pueblo. Que me maten mejor en la guerrilla'». Hecho este análisis, consideró que no le quedaba camino diferente al de las armas, anticipándose a todos los planes que tenía, y dejando la tarea organizativa del Frente Unido casi sin empezar. Ese fue el hecho que marcó su vinculación tan prematura a la guerrilla».
EL EQUIPAJE ERA SENCILLO
Camilo Torres partió de Bogotá hacia las selvas santandereanas en las primeras horas de la noche del 18 de octubre de 1965. Su destino inicial era la población de San Vicente. Jaime Arenas lo acompañó hasta la carrera 73 con la calle 70 de Bogotá. Allí fue la despedida para siempre… «Camilo, que haya mucha suerte y que ojalá nos veamos pronto en la montaña» fue la única frase. Un abrazo cerró la escena.
El taxi negro que lo conducía se perdió al «doblar» para meterse a la Avenida de Chile. Lo acompañaban dos miembros de la red urbana de Bucaramanga, uno de ellos Agustín Dominguez, que fue más tarde dado de baja por la policía. Su equipaje estaba compuesto solamente por un par de botas de campaña y una muda de ropa de dril. Iba vestido de civil y había decidido no empacar ningún libro.
En las horas que antecedieron a su marcha, decía a Arenas: «Es duro pensar que esa vida en la guerrilla pueda durar cinco o siete años». Arenas respondió con una sonrisa… «Ese será apenas el comienzo». De su viaje solamente estaban enterados su secretaria Margarita Maria Olivieri, Antonio Vásquez Castaño, que estaba en esa época en Bogotá, y Jaime Arenas.
Posiblemente uno de los mayores problemas para Camilo Torres al abandonar la ciudad era su madre… «La adoraba». En los días siguientes Arenas y sus amigos consiguieron todo para que ella se fuera a los Estados Unidos y se radicara en casa de otro de sus hijos. «Al lado del pensamiento en su madre, la idea de abandonar la labor organizativa del Frente Unido lo torturaba. Todo quedaba trunco. Sin él era casi imposible lograr que ese trabajo se desarrollara».
EL MUNDO DE LA CÁRCEL
Jaime Arenas quedó encargado de hacer las veces de Camilo en ese campo. Sin embargo, unos días más tarde, a causa de la captura de esas cartas que determinaron la marcha de Camilo Torres, Arenas fue puesto preso. Sucedió el 7 de noviembre de 1965 en Bogotá, siendo recluido en la Cárcel Modelo. En febrero del año siguiente fue trasladado a la cárcel de Pamplona y juzgado en un consejo de guerra que fijó su libertad el 29 de julio de 1966.
«La cárcel es una nueva vida para mí», dice el exguerrillero. «Era la primera vez que me detenían. En la Modelo, por ejemplo, empiezo a ver un mundo desconocido para la mayoría de los colombianos. Toda esa miseria, todas esas injusticias que se ven allí me comenzaron a azotar… verdaderas escuelas del vicio donde la marihuana, el homosexualismo, todas esas cosas que son de común ocurrencia, fueron un gran impacto en mi vida. Era toda una problemática nueva que se me presentaba y que para mí fue tremenda de vivir, porque tuve que convivir con gentes de las más variadas condiciones sociales. «Ese choque, unido a todos los problemas externos, como la situación económica de mi familia, me acabó de llevar a la convicción de la necesidad del cambio en Colombia. De la necesidad de terminar con toda esa clase de injusticias, y con el sis tema que las determinaba».
«Me torturaba por ejemplo además de la cárcel, la situación de mi hogar. En esos momentos mi esposa estaba embarazada y la habían botado del puesto. Nuestro momento económico era desesperante…
UN GOLPE POLÍTICO Y MORAL
En la cárcel de Pamplona, Arenas se enteró de la muerte de Camilo Torres. Coincidencialmente, ese mismo 15 de febrero un domingo, nació muerta su tercera hija. «Con la muerte de Camilo no vi la caída de un amigo, sino la de un hermano. Para mí ese día tuvo un doble impacto, mi hija y mi hermano… Recuerdo que lloré. Se me vino a la cabeza todo ese tiempo en que luchamos por nuestros ideales, la despedida en Bogotá. la gira por todo el país hablando ante millares de personas, la fatiga, la emoción del triunfo…».
«Recordé cómo un día en su casa hubo una discusión con sus colaboradores por diferencias ideológicas. Cuando se fueron me dijo «Jaime, parece mentira que estando yo rodeado de tanta gente, sea usted el único en que puedo confiar».
«Se me vino también el día del gran recibimiento en Cali ante una multitud inmensa. Estaba hablando y se le fue la voz. Entonces se acercó y me dijo: «Jaime, continúe usted que ya conoce toda la carreta que yo echo».
«Lo recordé -continúa Arenas- cuando lloraba físicamente al ver los problemas del pueblo colombiano. Era un hombre que sentía «un profundo amor sincero por los humildes… Era atractivo, tenía carisma, como se dice ahora. Nunca fue capaz de odiar a nadie, porque entre otras cosas era un hombre profundamente cristiano. Camilo vivió y murió siendo cristiano. Entendía el cristianismo no como una superchería sino como una ética».
…PERO UN MAL SOLDADO
«En la guerrilla fue siempre un soldado. Nunca tuvo una posición de dirigente militar. Presentó fallas con el arma en la mano. Carecía de buena capacidad de orientación en el monte. Sin embargo, hacía esfuerzos por lograr la composición de lugar. No estaba acostumbrado a la vida del monte porque duró escasos cuatro meses allá… Como soldado nunca resaltó, aunque su voluntad era de hierro».
«El principal error en la muerte de Camilo fue haberlo llevado al combate. El deber de los dirigentes de la guerrilla era comprender todo su valor político… desde el punto de vista táctico no era un soldado que se pudiera considerar decisivo. En cambio, desde el punto de vista político, fue lo más importante con que contó la revolución colombiana».
“…muerto Camilo, todos los grupos se lo disputan, todos quieren desenterrar su cadáver para apropiarse de él, todos se creen herederos de sus ideas, herederos de su heroísmo. Después de muerto siguen falsificándolo. Aún quieren utilizarlo con criterio de grupo…»
SE CIERRAN LAS VÍAS
Al salir de la cárcel, Jaime Arenas tenía todos los caminos cerrados. Ya no podía adelantar su trabajo político de tipo legal, «porque estaba marcado». De otra parte, consideraba que salir del país era una manera de abandonar la lucha, y no veía salida diferente a irse a la selva y empuñar un arma.
Su amigo Julio César Cortés ya lo había hecho, y antes de él otro de los íntimos colaboradores de Camilo Torres, Hermidas Ruiz, médico de la Universidad Nacional, había tomado la misma decisión.
APARECE RENATO MÉNDEZ
En 1967 se sucedieron una serie de detenciones a toda la red urbana del Ejército de Liberación Nacional, a raíz de las declaraciones dadas al servicio de Inteligencia del Ejército por el periodista mexicano Renato Menéndez, quien visitó la guerrilla.
Arenas resultó comprometido y no pudo prolongar más su trabajo en la clandestinidad de las ciudades, como motor intelectual de la revolución. Entonces marchó a la montaña.
CAE UN «FORTÍN»
«En las declaraciones -dice Arenas- Menéndez describió con lujo de detalles las personas que lo habían recibido, los sitios en la ciudad en los cuales había estado, los seudónimos y aun fotografías de algunas personas que habían estado con él y que sirvieron de base para que el ejército reconociera determinados sitios, allanara una casa y detuviera a varios colaboradores».
«Como resultado de esa acción cayó un escondite de la guerrilla donde se encontraba gran cantidad de cartas y documentos por medio de los cuales se pudo completar la captura de casi toda la red urbana».
LA DELACIÓN ESTÁ COMPROBADA
«Renato Menéndez llegó a Colombia con una carta de presentación de Fidel Castro, tras haber hecho conexión en Cuba con Antonio Vásquez Castaño… y salió de la guerrilla disfrazado de campesino en un tren militar que lo condujo a Medellín».
“La guerrilla confió plenamente en Menéndez por su trayectoria. Hasta hace poco estábamos convencidos de que él no había hablado nada y de que las detenciones se habían producido por otra causa, porque él era un hombre de confianza del gobierno cubano».
«Yo nunca dudé de él -explica Arenas-. Pero vine a tener plena confirmación de su delación, aquí en el Consejo de Guerra que me juzga, porque en él se leyeron sus declaraciones dadas al Servicio de Inteligencia Militar. Tienen gran evidencia los documentos al respecto, suministrados por la Quinta Brigada, que fueron leídos aquí. De ellos se desprende la forma minuciosa como él relató su viaje, su permanencia y su salida del monte».
JAIME ARENAS Y LA REVOLUCIÓN (II): LA MUERTE DE CORTÉS, OCHOA Y MEDINA
A través de esta serie de reportajes con Jaime Arenas, cuya segunda parte aparece hoy, EL TIEMPO ha querido indagar en las causas que motivan a un joven universitario a ingresar a la guerrilla; averiguar qué siente al cambiar el libro por la metralleta, cómo lo afecta emocional y psicológicamente, esta dura transición de la ciudad al monte y cuáles son las incidencias cotidianas de la vida de un guerrillero en Colombia.
Nuestro redactor Germán Castro Caycedo pasó 4 días dialogando sobre estos temas con el exguerrillero Arenas en los cuarteles de la Policía Militar, donde se halla detenido. El reportaje de hoy -segundo de una serie de tres- Arenas habla de su trayectoria en el Ejército de Liberación Nacional, de su entusiasmo inicial y de su paulatina desilusión con la guerrilla, que culminó año y medio después con su dramática fuga de las filas del ELN.
22 de octubre de 1967
Jaime Arenas ingresó al «Frente José Antonio Galán», del Ejército de Liberación Nacional, guerrilla que opera en las montañas santandereanas. «La orden de su traslado había sido dada por Fabio Vásquez Castaño y fue traída a Bogotá intempestivamente por enlace campesino que exigió que partiera en forma inmediata, de manera que Arenas no se despidió de su esposa, de sus hijas (Patricia y Laritza, de 8 y 7 años), ni de sus padres.
«No me despedí de ella por falta de tiempo y porque consideraba muy duro el adiós. No quería llevarme un recuerdo triste para la guerrilla…». A ella, y a los padres que estaban en Medellin, les envió cartas similares.
«…La necesidad de la lucha hace que deba irme a las montañas -escribió- pues en la ciudad me resulta muy difícil ya hacer algún papel positivo en favor de la revolución. No se preocupen por mí; he tomado la determinación conscientemente. Si muero, será por un ideal, que es el mismo que ha guiado toda mi vida… Es para mí tremendo causarles este dolor, pero las ideas son más fuertes que los sentimientos».
Partió en las horas de la mañana, en un taxi conducido por un colaborador del ELN y sobre la medianoche arribó a la vereda de «Villapinzón», en las inmediaciones de San Vicente de Chucurí. Alli lo aguardaban José Ayala, entonces miembro del estado mayor guerrillero y una patrulla de 10 hombres, apostados a la vera del camino.
«Iba lleno de ilusiones», confiesa. “Consideraba casi una necesidad vincularme a la guerrilla. Yo tenía la idea de que mi labor allí iba a ser eminentemente política, en el sentido de elevar la capacitación de guerrilleros y campesinos que apoyaban el movimiento en las zonas rurales por donde se movían los revolucionarios… No esperaba ir propiamente como soldado, aunque consideraba necesario un aprendizaje de tipo militar».
Posteriormente, Arenas iba a encontrar una nueva frustración. La capacitación militar consistió en enseñarle a manejar todos los tipos de armas con que cuenta la guerrilla, y su labor se vio marginada a la de cualquier soldado raso, que debe limitarse a hacer turnos de centinela, cortar leña para cocinar y cargar un morral con varias arrobas de carga dentro.
INVIERNO
Con el grupo de José Ayala caminó sin descanso durante tres días. Luego, a través de diferentes enlaces campesinos, llegó hasta el «Cerro de los Andes» donde se encontró con Vásquez Castaño y una patrulla de 11 hombres.
«La caminada fue penosa. Estábamos en época de invierno y era necesario ir por plena montaña, pues los caminos eran muy patrullados por la tropa; buscábamos senderos por los cuales no transitaran ni campesinos ni militares». Arenas había partido sin equipaje. Un par de botas y un vestido de dril le fueron suministrados por José Ayala.
Hasta ese momento no estaba seguro del tiempo que permanecería en la guerrilla. No conocía los propósitos que pudieran tener los dirigentes del ELN con respecto a él. «A lo mejor -pensaba- querrán que me quede definitivamente en la montaña, o quizá puede haber un trabajo en la ciudad, clandestinamente… o en el exterior». «Miedo no tenía, porque iba motivado, lleno de ilusión, con una mística muy alta…».
LAS CANDELILLAS
El camino iba cubriéndose lentamente. En las noches rodaba por tierra cada cinco metros, porque no estaba acostumbrado a caminar por la selva. A las cuatro horas de marcha tenía los pies lacerados por las ampollas… «Uno va de la ciudad con la piel muy delicada», observa.
Dos días más tarde, por la humedad y el barro del invierno, tenía la carne de la planta de los pies «al rojo vivo». La marcha se hizo más lenta. Eran las «candelillas», que en época de lluvias azotan al guerrillero y que solo se quitan quemándolas con yodo. El dolor es posiblemente tan fuerte como cuando se pone el pie sobre una plancha de hierro candente.
Sobre las tres de la tarde del sexto día apareció Fabio Vásquez con un pelotón. Había acampado al lado de una quebrada muy ancha. De uno de los árboles salió Julio César Cortés, quien al verlo, abandonó el puesto de centinela y se abalanzó sobre él. El día era opaco; en la noche llovió torrencialmente y el piso amaneció convertido en un mar de fango. Al llegar arriba recibió el abrazo de Vásquez Castaño que le dio la bienvenida… «Me alegro mucho de tenerte conmigo». fueron sus palabras. Luego le ordenó que reposara porque la fatiga de sus primeros seis días en la selva era extraordinaria.
Sin embargo, la emoción de Arenas no le dejaba sentir cansancio. Habló toda la tarde. Se bañó con Vásquez Castaño en la quebrada sin cerrar la boca un segundo. Luego comieron y continuaron conversando hasta la noche. En ese momento recibió su equipo de dotación: una hamaca, un hule para protegerse de la lluvia, un morral, una muda de ropa de dril, un lazo, una escopeta calibre 16 y algunos víveres. Un cambio brusco «Inicialmente porté esa escopeta -dice- pero las armas se rotan mucho, de acuerdo con las exigencias tácticas. Unas veces se puede tener un revólver, otras un fusil, otras una metralleta de mano».
Según la ubicación en la montaña, la alimentación es abundante o escasa. Depende de la cercanía de aldeas. Si se mueven por zonas en donde los campesinos cultiven; de la fauna que permita una buena caza. En época «normal» se come tres veces al día. Cuando hay largas marchas, dos: a las cinco y media de la mañana y al anochecer.
«Cuando yo llegué, en la guerrilla habia 90 hombres. Al partir quedaban solo 60… Generalmente nunca están reunidos. Se disgregan en patrullas de 10 a 25, que permanecen en constante desplazamiento».
«Los primeros días son demasiado duros para el hombre de la ciudad, por el cambio de vida tan brusco. El clima es cálido y húmedo. En los últimos meses hay un invierno inclemente. La época de lluvias es rigurosa en la selva y los caminos se ponen resbalosos. Hay barro y plagas por todos lados; las quebradas crecen mucho y hasta la consecución de la leña para cocinar es dificil, porque los árboles se humedecen hasta el corazón».
«Hay momentos en que las nubes de zancudos y de «pringadores» hacen la vida imposible… El más terrible de todos es posiblemente el ‘pito’ que pudre la carne donde pica…. Produce una llaga que va carcomiendo en extensión y profundidad. La carne huele a feo en el sitio afectado y, aunque no duele, en las marchas por el monte, donde uno se tropieza a cada paso con bejucos, raíces, troncos, las heridas duelen como si les metieran un hierro caliente. La única droga que las combate es el Glucantime, pero es muy difícil conseguirlo. Así que es necesario marchar con el cuerpo perforado».
CAPACIDAD DE MOVILIZACIÓN
La guerrilla nunca está quieta. Las columnas se desplazan permanentemente. Hay ocasiones, en época de «normalidad» en que se permanece en un sitio hasta quince días; hay otras en que solo se pasa una noche. Se mantiene un servicio de vigilancia estricta a base de centinelas y «descubiertas», o sea, patrullas que salen en la mañana y en la tarde a hacer exploraciones alrededor de los campamentos para descubrir avances de tropa. El sistema de comunicaciones es elemental. Los guerrilleros poseen solamente radios transistores en los cuales sintonizan los noticieros nacionales, y por las noches, Radio Habana.
«Para la comunicación entre los grupos guerrilleros no hay ningún medio -dice Arenas-; en ese sentido la guerrilla está muy poco tecnificada”. Los movimientos del ejército son generalmente informados por la red urbana o por los campesinos que colaboran con la guerrilla, que tiene un servicio de inteligencia que trabaja en este sentido.
«Pero no es infalible. Hay ocasiones en que la contraguerrilla se moviliza con gran rapidez y como van vestidos de civil no son detectados ni por los campesinos ni por los colaboradores directos de los revolucionarios. Sin embargo, es difícil que ellos sorprendan a la guerrilla».
Los grupos de hombres levantados en armas tienen una gran capacidad de movilización. Pueden, según las palabras de Arenas, abandonar un campamento en un minuto, sin dejar absolutamente nada. De otra parte, en los repliegues se cuenta con los guerrilleros campesinos que conocen las diferentes zonas a la perfección.
LOS COLABORADORES
El campesino colaborador es uno de los puntos básicos para el éxito de la guerra de guerrillas. Sobre él se hace un «trabajo político» que consiste en averiguar primero quién es y cuál es su familia. Es importante conocer cuánto tiempo hace que vive en la zona para evitar infiltración de los grupos de contraguerrillas. Se establece también quiénes lo conocen, las circunstancias que rodean su vida, si tiene tendencias a la borrachera, etc.
“Posteriormente, una comisión guerrillera se traslada a su casa, le explica por qué se está luchando, cuáles son las causas por las que existe el ejército rebelde, y «se le hace hincapié en la miseria en que vive el campesino colombiano, sobre la culpabilidad que tiene el sistema, cómo el hombre del campo si puede cambiar su vida.
Generalmente los campesinos aceptan colaborar; entonces se les prueba enviándolos a los pueblos por provisiones, o se les confían misiones de poca importancia. Una vez la guerrilla conversa con ellos, les advierte el peligro de la contraguerrilla, la necesidad de «contrainformar» al ejército darle datos falsos y se les pone de presente que morirán si delatan o sirven de guías al ejército…”y ellos saben que eso es cierto. Hasta ahora el ELN ha fusilado a cerca de 60 campesinos. En esta forma son atemorizados».
Arenas opina que la «contactación» de campesinos es muy débil, porque nunca se sabe si ellos colaboran por convicción o por temor. «La presencia del ejército los libera del miedo a los guerrilleros y generalmente se convierten en delatores», dice Arenas.
«En el consejo de guerra de Pamplona y en el que actualmente me juzga -dice- he visto que una cantidad alta de campesinos ha delatado la presencia de la guerrilla. Eso demuestra que no siempre actúan por convicción».
LA LUCHA INICIAL
La adaptación del estudiante a la vida del monte es generalmente lenta, difícil, penosa. Es necesario comenzar por saberse desenvolver en la selva. Acostumbrarse a caminar en ella es una de las cosas más demoradas, porque se trata de aprender a descargar el pie al caminar, saberlo afirmar para bajar precipicios o escalar pendientes altas. En una palabra, la lucha inicial es por conseguir una buena agilidad del cuerpo, lo que para el hombre de la ciudad no es fácil.
CURSOS EN CUBA
En el Ejército de Liberación Nacional hay pocos guerrilleros que han hecho cursos de combate en Cuba. Últimamente Fabio Vásquez Castaño y sus hombres han preferido evitarlos, porque las diferencias del medio con la Isla no dan un buen margen de aprendizaje…
«Aquí en Colombia se pueden dar mucho mejor», dice Arenas. Empero, tienen gran utilidad los cursos técnicos sobre explosivos o comunicaciones por ejemplo. Fabio Vásquez actualmente cuenta con muy pocos hombres adiestrados en el exterior, porque de los últimos grupos que salieron del país con ese fin, una mínima parte regresó a sus filas. Los que no fueron capturados pasaron a Antioquia, al grupo de Juan de Dios Aguilera.
INCULTURA
«En la montaña se lee poco -comenta-, pues el interés por los libros es escaso dentro de la mayoría del personal, campesinos que han aprendido a leer y escribir en las filas y lo hacen con mucha dificultad».
«La guerrilla es fundamentalmente campesina; el número de estudiantes es bastante escaso en ella. En la actualidad, con Fabio Vásquez Castaño hay solo cuatro estudiantes bueno, hasta cuando me vine en febrero. El resto está formado por campesinos, con un promedio de edad alto. Calculo que es de 25 años. Generalmente tienen 17 y 18».
MEDINA, CORTÉS, OCHOA
Durante la permanencia de Jaime Arenas en la guerrilla fueron fusilados Víctor Medina Morón, en ese momento segundo al mando del ELN; Heliodoro Ochoa y Julio César Cortés, todos tres amigos y compañeros suyos en las luchas ideológicas estudiantiles. El consejo de guerra duró una semana. Se deliberó durante días y noches hasta ser dictado el veredicto por la comisión de tres guerrilleros nombrados por la dirección de ELN para estudiar los cargos.
Arenas anota: «Su fusilamiento obedeció especialmente a discrepancias políticas entre Medina Morón y Fabio Vásquez, que fueron desarrollándose hasta que llegaron a un punto en el cual triunfó Vásquez, que tenía la fuerza. Desgraciadamente, allá también gana quien posea la fuerza y no la razón».
Yo personalmente creo que los planteamientos de Medina Morón eran acertados -agrega-. Hacía críticas al carácter guerrillerista que se le daba al ELN; respecto a la concepción que se tenía de la ayuda extranjera; sobre la forma como se debía preparar al campesinado para la guerra y acerca de la combatividad misma de la organización.
A Julio César Cortés se le involucró con el pretexto de la muerte de José Ayala, otro miembro del estado mayor, quien estaba cometiendo abusos con la población campesina. Llegó a violar algunas mujeres… Entonces los guerrilleros, descontentos, lo mataron bajo la dirección de Juan de Dios Aguilera…
Vásquez Castaño utilizó esto y la amistad de Medina y Aguilera para ‘presumir’ un plan contra los dirigentes del ELN, cuando lo que había era una diferencia ideológica.
En contra de Cortés, se argumentó también el hecho de no haberse adaptado fácilmente a la vida guerrillera, lo que consideraban un delito.
CONSEJO Y PRESDISPOSICIÓN
«Previamente al consejo de guerra -continúa relatando Arenas- Fabio Vásquez Castaño reunió a todos los guerrilleros, entre ellos a mí, y nos habló de las fallas de Medina. Es decir, que hizo una labor para predisponer a la gente.
En el desarrollo de las deliberaciones, Vásquez realizó una intervención violenta contra Medina, quien guardó la serenidad y que, finalmente, desde el punto de vista ideológico hizo, como sus dos compañeros, su autodefensa. Antes y después del consejo y los fusilamientos nadie hizo el menor comentario. Vásquez y su cuerpo de inteligencia vigilaban durante la discusión todas las actitudes de los guerrilleros. Manifestar desacuerdo en ese momento hubiera equivalido a ser juzgado y condenado también a muerte.
El consejo de guerra terminó el 22 de marzo de 1968 sobre el medio día, y se les fusiló aproximadamente a las tres de la tarde. Para mí fue un golpe duro, porque se trataba de tres personas que habían tenido muy estrecha relación conmigo desde mucho tiempo atrás. Porque, en el fondo, yo estaba identificado con la posición que ellos habían defendido en el juicio, y porque es muy doloroso tener que segar vidas de jóvenes tan valiosos que habían consagrado todos sus esfuerzos a la revolución.
No pude hablar con ellos porqué durante el consejo de guerra estuvieron aislados, amarrados y vigilados por un centinela cada uno… el día de la muerte, Medina Morón tenía un uniforme verde oliva del ejército. Julio César Cortés, una camisa blanca, pantalón caqui y boina negra. Me la dejó a mi como recuerdo y pidió que le dieran saludes a Ezequiel, el hombre más viejo de la guerrilla”.
LO INHUMANO
Cortés le entregó a Fabio Vásquez una carta para la madre, que creo que nunca llegó a su poder. Yo la leí. Era una carta muy bella, muy bien escrita, en la que le decía que iba a morir fusilado por sus compañeros. Le pedía que no fuera nunca a tener odio contra los guerrilleros y que si su muerte contribuía al triunfo de la revolución, él no tenía nada que lamentar.
Ninguno de los tres estaba barbado; se habían bañado y afeitado dos días antes. Medina Morón tenía una herida en la mano, pues trató de fugarse, pero lo localizaron 100 metros selva adentro. Por eso los amarraron a todos…
Durante el día permanecían en sus hamacas, con la mano derecha amarrada a un árbol. Por las noches la cuerda se cortaba. A Ochoa, considerado como el más peligroso, le amarraron también un pie. «Una vez escuchado el veredicto condenatorio, los tres fueron sentados sobre un tronco con las manos atadas por delante. Fumaron algunos cigarrillos, dialogar entre ellos y miraron las palas de los campesinos que trabajaban constantemente… fue inhumano, porque en su presencia cavaron las tumbas. Eso duró unas tres horas… sin embargo, no palidecieron, ni mostraron alteración nerviosa.
Cuando terminaron de hacer los huecos, se les amarró a un árbol cada uno, con las manos atadas atrás. Ninguno se dejó vendar los ojos. El primero en ser fusilado fue Heliodoro Ochoa; luego Julio César Cortés y finalmente Victor Medina Morón.
Ochoa pidió como última voluntad que lo dejaran mandar al pelotón de fusilamiento. Los minutos que antecedieron a las descargas fueron eternos. Yo sentía odio, un odio tremendo, pero no lo podía dirigir contra nadie. Ellos permanecían silenciosos, no lloraron, no palidecieron, no hicieron gestos de miedo.
Ochoa pidió también que lo mataran con armas de guerra. Fue el primero. El pelotón se paró a unos cuantos metros de él. Estaba quieto. Respiró profundo y dijo: “Pelotón, atención, fir. Listos, apunten, ¡fuego!».
MÁTENLO RÁPIDO
Fueron dos disparos en el pecho. Yo les miraba las caras a ellos y a los del pelotón. En ese momento todo mundo estaba pálido. Ochoa se escurrió hacia adelante, inmediatamente le salió sangre del pecho y por la boca. Haciendo gárgaras alcanzó a gritar: “Acábenme de matar! ¡Mátenme!”. Fue entonces cuando vi por primera vez a Medina Morón muy nervioso. Estaba desencajado, transformado, pegado al árbol que le separaba unos cuatro metros de Ochoa… Gritó también: “¡Acábenlo ya! ¡Mátenlo rápido!”. Entonces el comandante de la patrulla de fusilamiento, tembloroso, porque habían sido amigos, acercó una pistola Walter hasta uno 10 centímetros de la cabeza y le dio el golpe de gracia.
El pelotón apuntó luego sobre Cortés, que fue fusilado con escopetas, como generalmente se hace. Un segundo antes de que sonaran los disparos, gritó: ¡Viva la revolución!’. Lo demás fue parecido a lo de Ochoa.
No recuerdo bien si esa tarde hacía frío o calor. Estaba erizado, aturdido. Me ubiqué a unos 15 metros de ello porque fui nombrado centinela. Posiblemente recuerdo el esfuerzo que hice para fingir que no sentía nada, porque era muy peligroso cualquier gesto de dolor. Los demás tampoco comentaron una sola palabra después. Todos preferían callar.
Fabio Vásquez Castaño permaneció un poco alejado de los fusilamientos; a unos 50 metros. Lo miré varias veces; parecía tranquilo; por lo menos no dejaba ver ningún sentimiento. Al terminar dijo que debía hacer un trabajo y se marchó con una comisión».
MARGINADOS
«Creo que con la muerte de los tres se cometió un error tremendo porque ninguno de ellos fue sentenciado por contrarrevolucionario sino por discrepancias políticas. No creo que esa sea la forma de solucionarlas, ya que tampoco eran antagónicas.
De ese momento en adelante también yo empecé a tener serios problemas ideológicos, que me reservaba, porque representaban un peligro para mi vida… los planteamientos hechos por Medina Morón en el juicio eran comprobados por mí a medida que se iba desarrollando la guerrilla.
Medina, por ejemplo, criticaba el concepto guerrillerista que tenía Fabio Vásquez Castaño… partía de la base de que era necesario proyectar la acción hacia la ciudad, de que era necesario no mal gastar una cantidad de jóvenes intelectuales en la guerrilla cuando podían realizar trabajos importantes en lo centros, y que en el monte se estaban echando a perder.
«Se estaban echando a perder, bien porque al llegar a la guerrilla no rendían y entonces no se les daba ninguna solución; o bien porque se les trataba de presionar para que se fueran allá, y entonces terminaban marginándose de la organización».
JAIME ARENAS Y LA REVOLUCIÓN (III): “QUE LA LUCHA SEA MENOS CRUEL”
Había comenzado a correr el mes de octubre de 1968 y la ejecución de Medina Morón, Cortés y Ochoa cobraba fuerza en la cabeza de Jaime Arenas, más por lo que representaba para él políticamente que por la imagen de la agonía las caras desencajadas de los hombres caídos y la palidez del pelotón de fusilamiento.
Durante los últimos seis meses, la desconfianza que demostraban el comandante y sus compañeros de mando significaba para Arenas la posibilidad de ir pronto a un consejo guerrillero, que equivaldría a morir atado a un árbol.
Sabía positivamente que cualquier falla de su parte seria utilizada como pretexto para zanjar la discrepancia ideológica con Vásquez Castañeda, quien con anterioridad tímidamente había esbozado unos pocos puntos de su desacuerdo. En el fondo, Arenas no compartía la forma como se estaba conduciendo la actividad del Ejército de Liberación Nacional.
Era así como le parecía incorrecta la manera como sus dirigentes apreciaban la participación de los ideólogos en la lucha revolucionaria. Hoy anota: «En el ELN hay profundo desprecio por los intelectuales y solamente se mira con buenos ojos a aquellos que están dispuestos a tomar el fusil e irse al monte. No se tiene en cuenta que hay mucha gente valiosa en la revolución que no está en condiciones de hacer eso».
Discrepaba de la poca atención que en la guerrilla se prestaba a la educación política de los militantes… «el campesino guerrillero es de insignificante cultura y no manifiesta un especial interés por aprender».
Luego dice: «cuando yo insistía en la necesidad del estudio, generalmente me contestaban con burla. Me decían, por ejemplo, que para hacer una emboscada no se necesitaba conocer a Marx. Esas respuestas eran respaldadas por los mismos dirigentes del ELN».
Asimismo, Arenas no compartía la manera como se prometía a los campesinos. Creía que el trabajo que se hacía con ellos para que colaboraran era muy escaso y consideraba necesario prepararlos más psicológica y físicamente para una eventual “guerra de mayores proporciones».
Hoy señala: “El ELN emplea la mayor parte del tiempo en analizar pequeñas cosas que, aunque son importantes, echan a perder los objetivos de más largo alcance”. Le preocupaba el hecho de haberse descuidado el trabajo en las ciudades, a raíz de la caída de la red urbana por la relación del periodista mejicano… «Se mantiene ahora mucha desconfianza en los sectores obreros y no se hace una labor seria en los sindicatos y universidades».
«Sucede que en las universidades hay una gran cantidad de estudiantes que vociferan en favor del ELN y eso puede dar la impresión de que hay una buena organización, cuando en realidad no es así… La guerrilla no busca dirigir los movimientos populares. No hay un estudio serio de estos problemas por su parte y por lo tanto no se conoce el asunto; entonces no se pueden trazar orientaciones.
ARMAMENTO INFERIOR
«Asimismo -agrega- prácticamente se fundamentó toda la política futura del ELN en la ayuda extranjera, cuando yo creo que cualquier movimiento revolucionario en Colombia debe tomar la ayuda de los propios recursos del país….».
«…Hubo grandes ilusiones en cuanto a esa ayuda del exterior y a la hora de la verdad las cosas no resultaron como se esperaba. Por ejemplo, se hablaba de traer armas, estas nunca llegaron… El armamento del ELN es inferior al del Ejército, pero lo fundamental en una guerra es la conciencia política que tenga quien maneje esa dotación… De manera que justificar la poca combatividad de una guerrilla por el precario parque, es una razón acomodaticia y deficiente».
Para Jaime Arenas la red urbana del Ejército de Liberación Nacional es extremadamente débil y muy inferior a la que existía antes de las capturas masivas. «Prácticamente no hay nada en ese campo», dice.
Carlos Niño
A raíz de sus discrepancias, la desconfianza de los jefes de la guerrilla aumentó más sobre Arenas, hasta que en una asamblea de «crítica y autocrítica» hecha a su regreso de una comisión en que se habían presentado algunas fallas, se le hicieron serias acusaciones, «argumentando mi poca adaptación a la vida guerrillera, que ellos atribuían a falta de interés…».
«Esa asamblea guerrillera fue variando su carácter hasta llegarse a convertir en un verdadero juicio en el que se impusieron cargos contra Carlos Niño, quien fue fusilado, contra Libardo Barreto (Wilson) y contra mí, fundamentalmente». Pero los argumentos contra Arenas eran débiles y tras una defensa hecha por por Manuel Vásquez Castaño, fue absuelto.
«Creo que he sido el único guerrillero que sale con vida de una reunión de estas», comenta más tarde.
BERNARDO MANRIQUE
En ese momento supo que su fin estaba cercano. Unos meses antes Vásquez Castaño le había comentado el fusilamiento de Bernardo Manrique, estudiante como Carlos Niño. En pocos meses habían caído cinco intelectuales. Pensaba que el próximo sería él. Entonces lo asaltó la idea de salir de la guerrilla para salvar su vida, «porque no me iban a perdonar el más mínimo error, ya que consideraban que estaba de acuerdo con las tesis de Medina Morón».
En su contra tenía la decisión de los militantes campesinos que eran una gran mayoría, y la diferencia ya marcada con Vásquez Castaño. En el seno de la guerrilla las divergencias entre campesinos y estudiantes es notoria… «Hay servilismo hacia Fabio», dice Arenas. «Me da la impresión de que ellos continúan teniendo aún ciertos remanentes feudales, porque le rinden culto a quien tiene la fuerza; eso no sucede con los estudiantes, de mentalidad diferente».
«Entre los campesinos y los estudiantes hay fricciones porque ellos están en su medio y nosotros, en un mundo desconocido. En él son más hábiles. Para ellos lo principal es la cuestión física: valor, habilidad, agilidad. Para el estudiante lo principal es el asunto ideológico… Son jerarquías de valores completamente diferentes. En el ELN se ha creado una tendencia a despreciar al hombre de la ciudad».
LA PERSONALIDAD DE VÁSQUEZ
De grandes condiciones como dirigente militar, cruza ahora por los 34 años de edad. Nació en Calarcá (Quindío) en el seno de una familia campesina y humilde. Cursó hasta cuarto año de escuela primaria y por conexiones de su hermano Manuel logró una beca en Cuba. Para poder viajar debió falsificar un título de bachiller mediante el truco de fotomontaje.
Arenas lo describe brevemente así: «Muy inteligente. poco instruido. Posee gran malicia indígena y tiene buena capacidad física a pesar de ser un hombre enfermo. Generalmente es fraternal pero implacable en corregir errores, o en criticar a la gente… Impetuoso e irascible, posiblemente por su úlcera, aunque trata de dominarse y de sobreponerse a las enfermedades.
Vásquez Castaño vivió su adolescencia en el marco de la violencia colombiana en el cual vio morir acribillado a su padre. Desde entonces el empuñar un arma se volvió para él obsesión. Inicialmente intentó engrosar las filas armadas que operaban en el occidente colombiano, pero viajó a Bogotá donde estudió contabilidad e hizo un curso de bellas artes.
Más tarde tomó la decisión de ingresar al movimiento de Tulio Bayer, pero este fracasó. Finalmente halló su oportunidad en el Ejército de Liberación Nacional, Grupo José Antonio Galán, que hoy comanda. A su lado combaten sus hermanos Manuel y Antonio de buena capacitación cultural. Dos años antes lo hacía también Jairo -el tercer hermano- quien desertó y delató a la guerrilla.
NO LAS VOLVERÉ A VER
Finalizaba el año 68. En el mes de julio la esposa y las hijas habían viajado a Cuba ante la situación familiar en el país. Arenas supo que habían partido y se resignó porque él era quien había gestionado el viaje. Creía que allí estarían mejor, especialmente las hijas.
«Actualmente nada sé de ellas -comenta brevemente-. Solo sé que están en Cuba. Hoy no tenemos ninguna comunicación. Es muy difícil hacerme a la idea de que nunca las volveré a ver. Creo que la mayor parte del tiempo la paso pensando en mis hijas. Vivo con ellas metidas en la cabeza»
NAVIDAD EN EL MONTE
El 23 de diciembre pescó a su grupo en las riberas de Ja quebrada Puerto Parra y allí acamparon. Eran los últimos días de Arenas en la guerrilla. Como cosa especial mandaron a un pueblo vecino por ingredientes e hicieron buñuelos y natilla para el día de Navidad.
La situación era normal y permanecieron toda la semana en el mismo sitio, de manera que el día de Año Nuevo, el plato fueron tamales. Habían sido dos fechas diferentes a las del año anterior, cuando marchaban hacia el Opón esquivando la persecución de un grupo contraguerrilla del Ejército Nacional.
«Estuvimos caminando todo el 24 y el 25. Fueron días tristes. Pensaba en mi esposa y en mis hijas, en mis padres, en las navidades anteriores, en las que pasé al lado de todos ellos’. El día de año viejo de aquel 67 debió hacer un turno de centinela entre las doce de la noche y la una de la mañana. «Sentía mucha tristeza porque pensaba que no volvería ya a pasar ningún otro con mi gente. En el monte es muy duro, muy difícil hacerse a la idea de que nunca se volverá a ver a la familia. Sin embargo, uno lucha todos los días contra eso».
INACTIVIDAD
A menos de un mes de abandonar la vida guerrillera Arenas no había combatido aún. Y no lo hizo nunca, según sus palabras, «En esa época la línea de Fabio era la de permanecer sin atacar con el propósito de no atraer una operación del ejército sobre las zonas. para poder movilizarnos hacia el sur, donde se esperaba a recontactar» una serie de campesinos y hacer reconocimientos de más sitios.
Sin embargo, en todo el tiempo que permaneció en el monte, hubo varias oportunidades en que el ejército pasó rozando las barbas de varias comisiones en las cuales marchaba. «Había oportunidades en que asomábamos a los caminos, escuchábamos el sonido de un motor y solo teníamos tiempo para tirarnos a las cunetas. La tropa pasaba a menos de cinco metros de nosotros. Cuando se alejaba solo escuchábamos el corazón palpitando muy fuertemente».
ALEGRÍA Y TRISTEZA
Tampoco en la guerrilla recibió ni escribió cartas. Había resuelto no enviar una sola palabra a sus padres porque le parecía doloroso volver a hacerse presente en su casa así fuera espiritualmente. Era mejor dejar que las cosas sucedieran sin recordarles todo el problema que en ese momento significaba para ellos».
«Sin embargo, una carta en la guerrilla es motivo de gran satisfacción, pero al mismo tiempo de tristeza, ya que son noticias de seres queridos que uno sabe que no volverá a ver. En realidad el guerrillero parte siempre de la base de que la lucha es demasiado larga, de que en cualquier momento puede perder la vida, y entonces se hace a la idea de que morirá allá… Pero en general había algunos que escribían a sus familiares y que también recibían cartas».
ILUSIONES DESMORONADAS
En ese momento, Arenas se hallaba desmoralizado al ver desmoronadas todas las ilusiones con que había partido de Bogotá. No le había sido permitido en ese año y medio realizar lo que había soñado hacer en el movimiento, en la medida de sus capacidades. Esto era «tratar de motivar seriamente a los campesinos, darles una organización, aumentar su peso específico ideológico-político».
Buscaba escoger un grupo de guerrilleros con mayores capacidades que el resto para formarlos como dirigentes político-militares, con miras a grandes logros. Sin embargo, la dirección de la guerrilla nunca consideró esto necesario.
EL ASPECTO FÍSICO
Todos sus problemas durante la vida de guerrillero se habían limitado a la parte ideológica. El aspecto físico nunca le preocupó demasiado. Confiesa que el asunto sexual, como en todos los guerrilleros, no llegó a convertir se en un cerco para su vida normal, “porque el monte se logra una autodisciplina, debido a varias causas. En primer lugar, el guerrillero no está expuesto a las tentaciones, por cuanto rara vez ve mujeres. Además, existe un código que castiga con pena de muerte cualquier abuso que se cometa con la población civil-rural».
«De otra parte, el guerrillero está en continua movilización, sometido a un esfuerzo físico muy fuerte que no le da demasiado tiempo para pensar en eso. El sexual -indica- no es uno de los aspectos graves de la vida en el monte».
MOMENTO CULMINANTE
El 16 de febrero de 1969 la situación de Arenas en la guerrilla era desesperante. En las horas de la mañana, fue convocada una nueva reunión de «crítica y autocrítica» a raíz de algunos errores disciplinarios que había cometido su comisión, al mando de Fabio Vásquez Castaño. Algunos hombres se habían levantado tarde, otros habían perdido alguna munición y Arenas se había dormido estando como centinela. La guerrilla se hallaba entonces en las inmediaciones del Carare reconociendo nuevas zonas y, como nunca había sucedido, acampaba cerca de un camino real, del que distaba unos cinco minutos a través del monte.
La reunión se inició sobre la mitad de la mañana y en ella el más comprometido era Arenas. Previamente había sido desarmado. Las acusaciones tomaron un giro tal, que a nadie le era dificil adivinar que sería el próximo fusilado. A las cinco de la tarde, cuando los cargos fueron concretados cuando prácticamente todo estaba decidido en su contra, se decretó un receso para que un guerrillero campesino designado por la jefatura estableciera las sanciones a los acusados.
Afortunadamente para Arenas, la segunda parte de la reunión no pudo realizarse. porque Vásquez Castaño debió salir intempestivamente a un punto lejano para hacer una conexión necesaria y solo regresó a la medianoche.
Arenas sabía que en el momento en que fueran leídas las sanciones sería apresado y fusilado.
EL TODO POR EL TODO
La noche le dio tiempo para pensar largamente en su situación A las cinco de la mañana habla llegado a la misma conclusión que tenía cuando se fue a la hamaca la noche anterior: Si intentaba escapar y lo descubrían, sería muerto. Si se quedaba, lo fusilaban… «Entonces decidí jugarme mi suerte».
Saltó a las cinco de la mañana y con el pretexto de una enfermedad estomacal se alejó un tanto del campamento en la dirección que, sabía, se hallaba el camino real. Avanzó con cautela entre el monte y en menos de tres minutos llegó hasta él. Atravesó una zanja y comenzó a correr con toda la velocidad que le daban las piernas. A cada diez pasos miraba para atrás, sentía la marcha de la guerrilla pisándole los talones y trataba de apretar el paso. Un sudor helado comenzó a correr le por todo el cuerpo.
Dos días antes había llovido intensamente y el camino estaba embarrado, de manera que chapaleando entre charco y charco avanzaba con dificultad. Tres horas más tarde estaba gris, aunque el cansancio no se manifestaba por la tensión nerviosa. Atrás no aparecía nadie siguiéndolo. Tres veces estuvo a punto de perderse, pero los campesinos que encontraba en la vía lo volvían al camino.
Después de cuatro horas y media llegó a la carretera. El sistema nervioso cedió un poco y experimentó un tremendo cansancio. Sentía los muslos inflamados y la boca le ardía como si tuviera llagas. «Sentí mareo y comencé a ver lucesitas. Todo se puso gris… Unos días antes me habían aplicado mucha penicilina para las llagas de las picaduras de «pito» y estaba débil… Tenía todo el cuerpo lleno de agujeros que olían a feo y con el sudor y el roce de la ropa sentía un dolor intenso».
Había avanzado unos treinta metros por la carretera cuando, al mirar hacia atrás, vio a «Antonio», un guerrillero que trataba de darle alcance montado en un caballo bayo. Lo único que pudo hacer fue saltar la verja de la casa de un campesino. Entonces tuvo a «Antonio» a solo cuatro metros.
«Nos vamos para la guerrilla, Candelario. ¡Andando!», dijo. Como Arenas no respondió, desenfundó un revólver y comenzó a dispararlo. Hizo dos tiros antes de que se escuchara el ruido de un motor. Entonces salió despavorido.
Una de las balas hizo impacto en la cintura de Arenas. La otra se perdió en el aire.
Segundos después apareció un camión cargado con cerveza, que no quiso parar. «La angustia era tremenda, sudaba como un caballo». Se había ido posiblemente su única oportunidad de salvación.
Estaba desarmado, no tenía dinero, no sabía para dónde seguir. A treinta metros había una escuela y pidió que lo dejaran esconder. Un instante más tarde regresó «Antonio». La maestra negó sus preguntas y, cuando se fue, Arenas pudo pasar a una tienda contigua donde le dieron un vaso de leche y dos panes. Estaba muerto de hambre y de sed. Luego se escurrió bajo el tablado. «Antonio» volvió nuevamente y, al no hallar una pista, se dirigió a otro lugar.
Como la maestra de la escuela estaba asustada y Arenas corría el peligro de ser delatado, saltó a la orilla de la carretera y se echó tras unos arbustos. Veinte minu tos más tarde, «que para mi fueron como unas seis horas». se escuchó el ruido de un carro… era un camión militar.
QUE LA LUCHA SEA MENOS CRUEL
Las deliberaciones del consejo de guerra que juzga hoy a Arenas están por concluir. Aproximadamente en un mes el veredicto condenatorio será dado a conocer. Sin embargo, existe la interrogante de su suerte una vez las puertas de la cárcel se abran para darle libertad. Dice: «Sé que el ELN tratará de matarme. En el periódico «Insurrección», su órgano oficial, lo manifiestan expresamente…pero no tengo miedo de vivir libremente. Desde luego, tomaré mis precauciones».
Se le preguntó finalmente por las ideas que, desde febrero lo acompañan en el calabozo, por su futuro, por su concepción revolucionaria de hoy, y fue explícito. La misma frialdad con que había iniciado cuatro días antes el diálogo, enmarcaba estas frases, cortadas a cada segundo por la luminosidad de una cámara fotográfica…
«No me siento desmoralizado. Creo que he vivido de acuerdo a como pienso. La misma salida mía de la guerrilla se debe a eso, porque allí, tuve una serie de discrepancias ideológicas que no podía solucionar por ser muy serias… nunca he creído que haya traicionado la causa por la cual he luchado, ya que no solamente por medio de la guerrilla se puede servir a la revolución. No he abandonado mis ideas, sigo creyendo todavía en la necesidad del cambio…
Como creo que todos los sectores pueden colaborar en la transformación del país, no me considero un marginado.. Ahora, pues, en Colombia la izquierda debe hacer un análisis real. Es necesario aprovechar todas las fuerzas dignas de ser aprovechadas…
Actualmente se están viviendo dos cosas muy importantes: hay sectores del clero que se están vinculando a las masas populares, por una parte. Por la otra, hay una renovación dentro de las Fuerzas Armadas. El ejército de hoy no es el mismo de hace quince años porque está comenzando a comprender los problemas del pueblo. La izquierda debe estudiar con seriedad su posición frente al clero y frente a las Fuerzas Armadas y trazar una política.
Creo también que es necesario buscar una conducta que impida que se continúen segando tantas vidas valiosas, lo que hará menos cruel la lucha».
En un viaje periodístico al interior de la orinoquía, Enviado Especial exploró dos facetas profundamente entrelazadas de Colombia: la riqueza cultural de sus comunidades indígenas y los desafíos de la colonización campesina en territorios selváticos. A través de dos documentales cautivadores, Germán Castro Caycedo y su equipo se adentraron en la selva, revelando historias que urgían ser contadas.
VIDEO 1. LA SELVA:
10 de junio de 1976
La primera parada es el departamento del Vaupés, descubriendo la vida de las comunidades Makuna y Barasana. Estas culturas, aún conservando un grado de aislamiento, enfrentaban las problemáticas sociales que la llamada «civilización» impone, transformando radicalmente su existencia. La caza de niños indígenas como «deporte» y la explotación como una forma de esclavitud durante el auge y caída de la industria del caucho, son testimonios de un pasado doloroso que resuena en el presente. Este documental no solo captura la cotidianidad de estas comunidades, sino que también reflexiona sobre el impacto de la intervención externa en su modo de vida tradicional.
VIDEO 2. COLONIZACIÓN:
15 de julio de 1976
El viaje continuó hacia el Guaviare, un escenario de colonización que desentraña las complejidades de la expansión humana en la selva amazónica y orinoquense. Este relato profundizó en cómo la conquista de estas vastas áreas reflejaba las fallas estructurales del Estado colombiano, destacando temas como la desigualdad y la insuficiencia institucional. Además, se abordaba con perspicacia la deforestación y sus consecuencias, adelantándose a su tiempo al señalar un problema que hoy día es central en el debate global sobre el cambio climático. Este documental es un llamado a la acción, recordándonos las advertencias hechas hace décadas sobre los conflictos humanitarios y ambientales que podrían derivar de la inacción estatal.
Ambos documentales ofrecen una mirada íntima y comprometida hacia las realidades de Colombia que hoy parecen vigentes, una país de inmensa diversidad y complejos desafíos. Germán Castro Caycedo, con su característico estilo narrativo, nos invita a reflexionar sobre la interacción entre el hombre y su entorno, la preservación de culturas ancestrales y las consecuencias de la colonización. Estas historias, más que simples crónicas, son un testimonio de la lucha constante por la dignidad, la identidad y la sostenibilidad en el corazón de Colombia.
Estas piezas periodísticas son esenciales para comprender no solo el pasado, sino también el presente y el futuro. Una invitación a mirar más allá de lo evidente, a cuestionar y a buscar soluciones que respeten tanto a la naturaleza como a la riqueza étnica y cultural del país.
A través de Enviado Especial, Germán Castro Caycedo y su equipo se propusieron desentrañar las profundidades del conflicto armado en Colombia presentando dos documentales que abordaron desde distintos ángulos la génesis y evolución de uno de los hitos más oscuros en la historia reciente del país: la violencia entre guerrillas y grupos paramilitares.
Este episodio fue
VIDEO 1: GUERRILLAS Y PARAMILITARES EN COLOMBIA
El primer video se sumergió en las raíces del surgimiento de las guerrillas, con un enfoque particular en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), examinando cómo este grupo guerrillero, visto por algunos sectores como verdugos, catalizó la formación de los primeros grupos paramilitares en el Magdalena Medio. Este análisis profundo incluyó entrevistas exclusivas con figuras históricas de las FARC, como «Mariana Páez» y Pedro Antonio Marín, mejor conocido como «Manuel Marulanda Vélez», así como Alfonso Cano. Asimismo, se destacó la participación de líderes paramilitares de la región, enfocándose en un municipio específico del Magdalena Medio, reconocido como un epicentro de la confrontación armada. Este primer segmento puso en contexto la violenta interacción entre guerrillas y paramilitares, marcando el inicio de un conflicto armado interno que eventualmente se entrelazaría con el narcotráfico y la violencia política.
VIDEO 2. EL SURGIMIENTO DE LAS FARC:
El segundo video, un fragmento de 19 minutos cedido especialmente para «Enviado Especial», narró la historia de las FARC desde sus orígenes en Río Chiquito y otras áreas de autodefensa campesina. Este relato capturó la transformación de la guerrilla en una de las organizaciones armadas más significativas de América Latina, sosteniendo un conflicto de medio siglo contra el Estado colombiano y desafiando las estructuras institucionales del país. A través de este recorrido histórico, Castro Caycedo iluminó las complejidades y las tragedias del conflicto armado en Colombia, ofreciendo una perspectiva única sobre las raíces y las ramificaciones de esta prolongada lucha.
Estos documentales no solo aportaron a la comprensión del conflicto colombiano desde una mirada crítica y humanista, sino que también invitaron a reflexionar sobre el largo camino hacia la paz, marcado por dolorosas historias de resistencia, violencia y esperanza de reconciliación. Con su acostumbrada maestría narrativa, Germán Castro Caycedo guió por este viaje a través de la memoria y los desafíos de un país en busca de su redención.
En una reveladora serie de dos partes, el equipo de ‘Enviado Especial’ se sumerge en la evolución y el impacto de la marihuana como una industria floreciente en Estados Unidos, contrastando su progreso con los desafíos y transformaciones en Colombia. A través de un viaje documental, se revela cómo la percepción y el valor económico de la marihuana han experimentado un giro radical en las últimas décadas, desde su consolidación como el cultivo más lucrativo en el país norteamericano hasta el declive de Colombia como proveedor relevante en este mercado. Esta exploración detallada va más allá de las cifras y los discursos políticos para entender el papel de la marihuana en la economía global, la ciencia detrás de su cultivo y las implicaciones de su legalización y regulación.
PARTE 1:
En el primer episodio de la serie, se conoce la asombrosa ascensión de la marihuana como una gran industria en Estados Unidos. En 1966, el valor de la cosecha de marihuana alcanzó los 25 mil millones de dólares, superando cultivos tradicionales como el maíz. En 1967, hubo un aumento hasta los 30 a 32 mil millones de dólares, evidenciando un impulso tecnológico y una consideración patriótica hacia el cultivo.
Este impulso se vio motivado por el deseo de reducir la salida de dólares hacia otros países productores. En contraste, la situación en Colombia mostraba una disminución significativa en la calidad y presencia de la marihuana en el mercado estadounidense, reflejando un cambio en la dinámica global del cultivo.
PARTE 2:
El segundo episodio profundiza en las políticas y prácticas que han permitido a Estados Unidos posicionarse como líder en la producción científica de marihuana. Destacando el caso del estado de Alaska, donde desde 1975 se legalizó el cultivo, marcando un precedente en la legislación estadounidense.
Mientras eso sucedía al norte, en Colombia la fumigación de cultivos bajo presión de Washington había provocado daños ambientales y sociales, poniendo en evidencia las contradicciones en las políticas antidrogas. Este episodio invita a reflexionar sobre la marihuana como industria, entre avances tecnológicos en EE. UU. y desafíos en la regulación y el impacto ambiental en países productores del sur continental, como Colombia.
En el año 1983, el programa ‘Enviado Especial’ marcó un hito en el periodismo de investigación con un episodio dedicado a la marihuana, un tema de larga data pero abordado desde una perspectiva novedosa y profunda. Este programa no solo desafió las percepciones convencionales al adentrarse en el corazón de los cultivos extensos de marihuana, sino que también reveló la complejidad de su tráfico y las dinámicas internacionales implicadas.
Las cámaras captaron no solo a los cultivadores y sus comunidades sino también pistas clandestinas utilizadas para el aterrizaje y despegue de aviones norteamericanos. Estas imágenes, más que ofrecer un espectáculo visual, expusieron la intensa demanda estadounidense por la marihuana colombiana, desafiando la narrativa predominante sobre el narcotráfico.
Además, el programa develó información impactante a través de un documento oficial del Departamento de Estado de Estados Unidos, obtenido en Oaxaca, que clasifica a la marihuana como el cuarto cultivo en importancia dentro del territorio estadounidense. Este hallazgo no solo generó un debate sobre las políticas de drogas sino que también puso en cuestión la eficacia y las consecuencias de las estrategias de erradicación.
La revelación más contundente vino al descubrirse la presión de Estados Unidos hacia Colombia para que utilizara el Paracuat, un herbicida devastador, en la erradicación de cultivos de marihuana. El programa evidenció la contradicción entre la voluntad estadounidense de imponer esta estrategia en Colombia mientras rechazaba su uso en su propio suelo. Este documento oficial contradice la narrativa de cooperación en la lucha contra el narcotráfico, revelando una «doble moral» en la política antidrogas.
«Enviado Especial» no se limitó a exponer problemas, sino que también humanizó el tema al interactuar con aquellos directamente involucrados en el cultivo de marihuana, ofreciendo una visión integral que desafió estigmas y abrió el camino para una discusión informada sobre el tema. La inclusión de las pistas clandestinas y el enfoque en la demanda estadounidense de marihuana colombiana subrayaron la complejidad del debate sobre las drogas, enfatizando la necesidad de abordar este problema desde perspectivas más equitativas y menos destructivas.
Este episodio de «Enviado Especial» trasciende su rol informativo, convirtiéndose en un testimonio del compromiso del programa con un periodismo que no solo ilumina las sombras de temas controvertidos sino que también promueve el cambio. Al documentar el cultivo y tráfico de marihuana en una época marcada por políticas antidrogas estrictas y al plantear preguntas críticas sobre estas políticas, «Enviado Especial» desafía a los espectadores a reconsiderar las estrategias en la guerra contra las drogas y sus implicaciones a largo plazo para la sociedad.
En un episodio emblemático de «Enviado Especial», Germán Castro Caycedo se desvió de su formato tradicional para abordar un asunto de gran relevancia nacional y también íntimo: el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado por el M-19 en 1988. Este gesto no solo reflejaba la estrecha amistad y el respeto mutuo, sino también el reconocimiento a un valioso líder, demócrata e incansable defensor de la libertad de expresión en Colombia.
La relación entre ambos personajes se fortaleció en un momento crítico para el periodismo colombiano. Tras ser secuestrado por el M-19, Castro Caycedo se enfrentó a la petición de Jaime Bateman, líder de la guerrilla, de servir como canal de comunicación con el presidente de la República. Sin embargo, este propuso transformar este encargo en un ejercicio periodístico, dando origen a la serie de crónicas «Obligado a Preguntar». Fue Álvaro Gómez Hurtado quien le brindó el espacio en el periódico El Siglo para publicar estas piezas periodísticas, comprometiéndose a respetar la integridad de los textos y demostrando así su profundo compromiso con la libertad de prensa.
Este acto de confianza y la posterior serie de publicaciones no solo permitieron al país obtener una perspectiva más profunda sobre el M-19, hasta entonces desconocido, sino que también subrayaron la figura de Gómez Hurtado como un demócrata genuino. El gesto de dedicar unos minutos en su programa para pedir la liberación del político, intelectual y también colega, evidencia la complejidad del tejido social y político de Colombia, donde figuras políticas, periodistas y la sociedad en general se encuentran en la continua lucha por la democracia, la libertad y la paz.
Enviado Especial trasciende su rol informativo para convertirse en un testimonio del impacto que pueden tener la solidaridad y la defensa de los valores democráticos en la esfera pública. Este episodio no solo enfatiza la influencia y el legado de Álvaro Gómez Hurtado dentro del espectro político colombiano, sino que también refleja el compromiso de Germán Castro Caycedo con esos valores fundamentales, evidenciando que más allá de las divisiones ideológicas, existe un clamor por el mismo país.
Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Germán Castro Caycedo
En la Colombia de los años 70, Germán Castro Caycedo se adentra en los movimientos contraculturales para escribir tres crónicas vibrantes. Desde la exploración de hongos alucinógenos con hippies en Tolima hasta la euforia y el desorden de un festival de rock en Ancón, Antioquia. En estos textos captura el espíritu de una época marcada por la búsqueda de libertad y nuevas formas de expresión.
Estas historias, publicadas originalmente en el periódico El Tiempo (1971), nos ofrecen una mirada íntima a momentos de cambio, desafío y esperanza. A través de un estilo único, viajamos en el tiempo para revivir la vibración de una juventud que desafiaba el statu quo y buscaba redefinir su lugar en el mundo.
COMUNIDAD DE HIPPIES EN EL TOLIMA “VIAJA” CON HONGOS ALUCINÓGENOS
Fecha: 24 de enero de 1971
Hacía dos horas estábamos acostados sobre los vagones cuando prendieron la primera locomotora y comenzó el ajetreo en la estación. La «chiva» que nos debía transportar en el primer trayecto saldría a las cuatro y media; en ese momento eran las dos. Habíamos llegado al pueblo después de 13 horas de viajar en un bus que debió quedar impregnado por el humo ácido de los cigarrillos de estos once hippies que, antes de partir de Bogotá, habían aceptado llevarnos con ellos al paraíso de los hongos alucinógenos.
Nuestra primera pregunta muy -muy “burguesa»- fue para saber si íbamos a un hotel y sonrieron disimuladamente. Luego escogieron uno de los diez planchones vacíos del tren para esperar la salida de la «chiva», y nos acostamos en ellos.
Entonces teníamos por delante 70 kilómetros para recorrer en un bus de bancas largas -descubiertas por los lados- y siete horas a pie bajo el sol achicharrante del trópico. Después llegaríamos a aquel sitio de los hongos que dan alucinaciones: nacen entre la porquería del ganado y los “peludos” los buscan como la más grande bendición de la naturaleza.
CIELO VERDE
Los tragan con limón o con guayabas verdes que arrancan de los árboles que crecen en la lomas, hasta las cuales suben semidesnudos para comerlos y luego «viajar en busca de la verdad». Saben a tamo reseco y se pegan a la garganta, dejándola pegajosa por el aceite que llevan impregnado. Luego, a la media hora «explotan» y el pasto se vuelve rosado, el cielo verde como una botella de cerveza. Las piedras del río tienen colores fosforescentes y la angustia (enloquecedora), comienza a agudizarse, lentamente, intensamente, hasta hacer retumbar el cerebro del que chorrean gruesas capas de sangre que cubren el color de las piedras y llenan el río y pasan a la otra orilla y comienzan a trepar por los árboles…
MACHISMO
El pito de la locomotora que comenzó a mover vagones nos hizo abandonar la estación. Por eso, fuimos a la cantina de enfrente a tomar una cerveza y a escuchar los insultos de los ‘parroquianos que con esas caras de machistas que ponemos los colombianos cuando estamos, frente a un hippie, creían resaltar su hombría detrás de dos patillas largas, un trago doble de aguardiente y una pianola de oro que brillaba cada vez que abrían la boca para hablar de nuestra mesa.
Recogimos entre nosotros algunos pesos para comprar panela, arroz y café para llevar, pero Paula no consiguió nada porque las tiendas estaban cerradas a esa hora de la madrugada. Luego, cuando empezaban a abrirlas, la ansiedad les hizo olvidar la idea de la comida y solo pensaron en salir corriendo a buscar la «chiva» que nos acercaría al camino de Agua Clara, donde crecen los hongos.
LA PURIFICACIÓN
La mañana era opaca pero cálida. Llovía con fuerza y el agua escurría por los brazos, por las piernas, pegaba la camisa a las espaldas y gargareaba entre los zapatos. Los hippies, abrazados por parejas, caminaban adelante. Se detenían continuamente para mirar el paisaje, o se quedaban largos ratos mirando una flor o árbol. Entonces sentimos que, primero en la estación, cuando cambiamos el hotel por los planchones grasientos del tren, y ahora, bajo esta lluvia, estábamos viviendo intensamente y que para eso no se necesita dinero.
Escampó a las nueve de la mañana. Antes nos habíamos encontrado con dos grupos de hippies que venían de comer hongos. Estaban embarrados, sudorosos…
– ¿Falta mucho?
– Sí. Un resto de camino. Ahora va a salir el sol y nos va a pegar fuerte: pero hay que pagarle a la naturaleza en alguna forma la bendición de los hongos.
Una hora más tarde comenzaron a chirriar las tripas. Se acabó el camino y anduvimos por las vegas del río. Eran ahora las once de la mañana y solo quedábamos los tres gringos, una de las muchachas y nosotros.
– ¿Y los demás? ¿Se perdieron?
– No. Se quedaron purificandose (viendo la naturaleza).
ROPA AL DIABLO
Hace mucho calor y sentimos que nos aturdimos. Ellos no. Caminan con ansiedad, resoplan duro con cada paso, pero no aflojan el ritmo. Agua Clara está «cerca»: faltan un par de horas.
Llegamos después del mediodía y nos metemos al río. La mayoría de ellos se ha quedado. Arriban dos horas después, tiran parte de la ropa en las puertas de las chozas y se van a bañar. Ni un bocado; sin embargo, nadie habla de comer. Se acaban de desnudar en la orilla del río, sacan un jabón de lavar trapos y se lo pasan de mano en mano. Pensamos un segundo, y luego, nosotros también resolvemos tirar la ropa al diablo. El agua está tibia.
CIVILIZACIÓN SUPERIOR
Comprendimos por primera vez a los hippies cuando los vemos desnudarse completamente. No se miran. Se quitan la ropa con tanta ingenuidad, con tanta espontaneidad, que infunden respeto. Entonces pensamos que desnudarse es algo tan extraordinariamente natural como lo hacen ellos y que los perdidos somos nosotros que vemos malicia en todo.
Una hora de baño y no vemos un beso, ni una caricia. Juegan en el agua como niños pequeños. Nadie «se pierde» en la maleza, nadie dice una grosería. Sonríen con fuerza o se acuestan boca arriba en la orilla, unos muy cerca de los otros, o caminan por parejas, desnudos, agarrados de las manos.
Nosotros no tenemos nada qué decir. Cuando volvemos, la única frase es de Jaime: «No cabe duda. Los hippies son toda una cultura, una civilización más avanzada que la nuestra en ciertas cosas. Por eso es difícil que los podamos comprender».
– ¿Hay algo de comer?
– pregunta por fin uno de ellos.
Sí. Un agua de panela y una arepa para cada uno.
– Es bien. Es bien…
– ¿Vamos a buscar hongos?
AUTÓMATAS
Comenzó a llover y apuraron el paso sonriendo, dando saltos y corriendo loma abajo. Se veían ansiosos, hasta cuando uno de ellos se agachó y se quedó mirando el primer hongo un par de minutos. Lo arrancó y se lo llevó a la boca con delicadeza.
El hongo alucinógeno de estos lugares no debe durar -según ellos- más de dos minutos en la mano, porque se oxida y se convierte en un veneno fulminante. Así que los devoran con cierta rapidez. En adelante, abundaron. A cada paso sobresalían del pasto y ellos se arrodillaban para comerlos con voracidad.
Sobre las cuatro y media, cuando comenzaba el efecto, nos sentamos en el filo de un risco y «cargaron» un cigarrillo que pasaba de mano en mano. El regreso fue lento. Se hablaba poco, caminaban como autómatas, se miraban a veces unos a otros y sonreían como escondiendo una complicidad, El camino estaba húmedo por que había llovido nuevamente y llegamos a las cabañas, un poco después de las seis de la tarde.
PROTESTA SILENCIOSA
Sin que les pregunten, cuentan su vida uno por uno, sin tristeza, espontáneamente, pero con un duro gesto de reproche.
No había uno solo de ellos que no hubiese sido enviado a manicomios, cárceles o cuarteles por sus padres. Ni alguno que quisiera volver con su familia, acomodada en la mayoría de los casos. Entre estos quince hippies solo había dos, provenientes de hogares con escasos recursos.
– ¿Por qué tienen el pelo largo?
– No les gusta a ustedes, ¿verdad? Cuando la gente «común» nos mira la cabeza hace un gesto de rabia, ¿no es cierto? Por eso lo usamos así: es nuestro grito callado de protesta contra una sociedad de máquinas que producen sonidos.
Los hippies rechazan totalmente a la sociedad capitalista, ven en el trabajo, en los formalismos, en los prejuicios -como la ropa- cosas que alienan al hombre. Y son revolucionarios. Buscan la libertad por todos los medios. Por eso destrozan su salud comiendo hongos y tomando mescalina y LSD. Las muchachas están indistintamente con cualquiera de ellos, un día, medio día, media hora, cuando alguno les gusta. Y aparentemente no sienten celos porque acaso no tienen la noción de propiedad privada del hombre o de la mujer.
LOS ESCAPISMOS
Ninguno de ellos habla de los padres con cariño. Todos vienen de hogares separados o con grandes problemas que han influido directamente en sus vidas. Los hippies son el producto de una sociedad en descomposición, y en buena parte de sus cosas parecen superiores a ella.
Nosotros salimos de una sociedad-suciedad que, como no nos comprende, nos trata como a los peores delincuentes. Nos ven luchar solos para salir de este sistema de m… que lleva siglos hundiendo cada vez más al mundo en un pozo de dinero, y haciéndole perder toda clase de sentimientos bellos.
– Ustedes (agregan), no se dan cuenta de que toda esta rebeldía es por falta de amor, de diálogo, de comprensión, Por eso su respuesta es la cárcel, el manicomio.. Nuestros padres son tan locos que ven en nuestra cordura otra cosa y creen que pagando una clínica de reposo van a remediar nuestro reclamo de paz… los problemas aunque no lo quieran, están siempre en su mente. Aparentemente su adhesión exagerada a las drogas obedece a una inaplazable necesidad de evadirse de la realidad.
La claridad de sus conceptos es, empero, total en la mayoría de los casos:
«Tienen perfiles de una civilización superior»:
– En Woodstock se reúnen 400 mil jóvenes durante tres días y no hay una sola discusión, ni una mala cara… Haga usted una cosa: reúna diez personas durante seis horas y déles trago. Luego nos cuenta qué sucede.
MÚSICA ROCK
En la noche se reúnen a la orilla del río. Uno de los tres gringos toca la guitarra y los demás lo rodean silenciosos, con la mirada perdida. De vez en cuando dicen alguna palabra aparentemente incomprensible.
Aparte del grupo hay dos parejas solitarias, ellas se tienden sobre las piedras y ellos se recuestan a su lado, acercando mucho las caras… se miran fijamente, no hablan nada. Algunas veces se cogen de la mano y algunas veces sonríen.
Sobre las ocho vuelven a las cabañas, colocan en el piso una vela y se reúnen alrededor. Uno de ellos trae un tocadiscos y ponen música rock. Pasan entonces a la mesa donde está el aparato y «clavan» los ojos en el disco…
– ¿Les gusta esa música? (Nos pregunta Homero).
– Sí, suena bien.
– Pero ustedes no la comprenden (replica). Fíjense en las reacciones, por ejemplo cuando suena un determinado instrumento. Los tambores, por ejemplo. ¡Oiga! Tal vez de eso, del sonido, es de lo poco que no hemos podido liberarnos.
EL PEQUEÑO MANSON
Unos minutos antes de empezar la sesión de música que motiva sus «viajes», nos habíamos reunido en silencio. Homero trajo un bloque de dulce de guayaba que tenía un sabor eléctrico y se lo entregó al Tiburón. Este mordió y comenzó a pasarlo de mano en mano. Entonces el pequeño Manson, el Manson subdesarrollado y su compañera, empezaron a hacer una crítica de la sociedad y a rechazarnos con sorna. Dejaban ver con cada actitud, con cada frase, un falso sentimiento de superioridad, un enorme complejo…
– Sería mejor que partieran el dulce con un cuchillo dijo la mujer haciendo una sátira, mientras ellos comían con las manos.
Dejaban transcurrir grandes pausas entre frase y frase. Todo el mundo estaba en silencio, «viajando» por su cuenta. Pero Manson y su compañera, ahora sentada en sus piernas, arremetían sin parar.
– Pensar que en las ciudades hay gente que programa, que sabe qué va a hacer dentro de 15 días. Gente que anda por rieles, que vive esclavizada por un reloj. En la ciudad solo hay bloques de cemento. Máquinas que hablan y que viven con angustia para generar la gran moneda. Sí. La gran moneda. ¡Ja!
SUBCONSCIENTE DE CRISTAL
Por el efecto de las drogas que los tienen minados, destrozados físicamente, llevan una vida mental. Ven su subconsciente con una facilidad pasmosa que asusta la primera vez que uno come hongos porque se encuentra, boca a boca, con sus defectos, analiza con gran claridad la causa de sus traumas psíquicos o sus fijaciones mentales, desmenusa sus conflictos. Por eso se sienten superiores al resto del mundo, del que se burlan con estrépito: nos llaman «bloques de cemento».
Para entender todo esto -que transcurre en una apartada meseta del Tolima- hay necesidad de hablar poco, porque estando muy cerca de ellos se puede percibir con una facilidad extraordinaria la energía mental de cada uno; en la mayoría de los casos se adivinan sus pensamientos, sus deseos.
SANTANA
Colocan el primer disco: «Vamos a escuchar a Santana», dice el pequeño Manson, pálido como un tuberculoso, frágil, descarnado. Y Jaime, tal vez tratando de romper el hielo, comenta: «¡Ah! ¿Tienen a Santana?».
Manson sonríe: «Cactus, cactus. Aquí hay cactus porque me espiné», dice en tono fuerte. Quiere decirles a los demás que descubrimos el agua tibia. (No hay hippie que no tenga a Santana), Jaime, que no había subido a comer hongos, no comprende el valor de las frases.
Es que a medida que pasan los minutos la mente se va haciendo más clara y permite comprender cualquier movimiento, cualquier palabra que en otras circunstancias parecería estúpida, sin lógica.
VALOR BURGUÉS
Alguien pregunta algo y nosotros respondemos que sí, que regresamos a Bogotá a las cuatro de la mañana para evitar la caminata de siete horas bajo el sol. Entonces la mujer de Manson pregunta con burla -que al parecer tampoco entiende Jaime-:
– «¿Qué día es mañana?» -Domingo le decimos- y Manson sonríe.
Para ellos no hay días, son también un valor burgués que nos tiene (a los postes de concreto) esclavizados. Luego agrega: «Pensar que en las ciudades hay gente que tiene que asfixiarse trabajando en colmenas y vivir regida por un calendario. ¿Para qué? ¿Para morirse? Y luego, ¿qué?
RITO DE LA LUNA
La angustia tremenda fue cediendo poco a poco con la oscuridad de la cabaña, a medida que iba bajando el volumen de la música que, finalmente, un poco antes de las doce, cesó del todo. A esa hora comenzó a salir la Luna. Victoriano y algunos más se fueron al río a verla: “Es un ritual hay que ver, la salida de la Luna», dijo y se alejó caminando lentamente. (Unos minutos antes se retorcía sobre una banca. «Es que tenía demasiada energia», explica más tarde, cuando, en las últimas horas de la madrugada siguiente, caminábamos hacia la carretera, distante siete horas de Agua Clara).
Terminó el «viaje» colectivo y se apagaron las velas en las cabañas, donde se hablaba muy poco, en voz demasiado baja que permitía escuchar el traquear de la guadua de las barbacoas, sobre las cuales nos acomodábamos lentamente, pero sin poder conciliar el sueño: mañana sería otro día sin pesadillas, sin la angustia que estuvo a punto de enloquecernos porque regresaríamos a la ciudad, a esa ciudad de bloques de cemento donde los hombres viven esclavizados por un reloj y solo piensan en comer, dormir y trabajar.
EL FESTIVAL DE ANCÓN: PURIFICADORA PEREGRINACIÓN
«Aún estamos en el ciclo de géminis, el signo de mercurio; con él todo es rápido… speed». Las palabras de Gonzalo Caro, el organizador, fueron las primeras en escucharse, una media hora antes de iniciarse el festival rock. El ambiente que enmarcó su inauguración era esta mañana, acaso más tenso que durante los días que antecedieron…
La prensa local «saludó» la iniciación del certamen con grandes columnas en las que se daban a conocer un par de comunicados, en los que se condena el festival. Uno está firmado por decenas de habitantes de «La Estrella», el pequeño pueblo en cuya jurisdicción está el parque de Ancón.
«Se trata de una reunión de seres anormales y deshonestos en su máximo», dice el comunicado enviado a las autoridades y los órganos de información. El otro es una resolución de la Asociación de Colegios Privados de Antioquia donde, entre otras cosas, se dice: «Protestamos contra este acto contrario a las tradiciones de nuestro pueblo… se trata de un evento degradante y repulsivo».
El contraste estuvo en un grito largo de los hippies que, sobre la hora de la inauguración, se habían por fin congregado en torno al escenario. Los directores del festival, unos segundos antes habían llamado, uno a uno, todos grupos pertenecientes a los signos del zodiaco. Luego otro grito colectivo: «para ponernos en algo y llamar al sol que no quiere salir».
Con la voz lenta, alargando las palabras, uno de ellos trepó, al tablado y tomó los micrófonos: «Todos somos hermanos -dijo- todos somos iguales en la música, lo único que puede unir al mundo». Las frases comenzaron entonces a sucederse: fue llamada una señora que había perdido un bulto de piña, a través de las 16 torres de altoparlantes regadas por el espacioso came.
También se hizo relación a la droga: «La gente que tiene en el campo tiquetes de viajes cósmicos, mucho cuidado… si alguien se siente mal, si alguien pone mucha carga en sus pasajes, aquí detrás del escenario estamos para ayudarlos».
En tres carpas color naranja la Cruz Roja estableció un puesto de socorro: «Nos hemos cuidado de traer buena cantidad de drogas, especialmente contra la intoxicación, contra alucinógenos y barbitúricos», dice una enfermera voluntaria.
«Siéntense todos. No importa que el piso este mojado, nosotros estamos calientes por dentro y con la música que comenzará ahora nos calentaremos aún más», dijo otra voz por las torres de parlantes. Sobre la una y media de la tarde salió por fin el sol, entonces se escuchó un grito fuerte en todo el campo.
Tras las palabras de apertura del alcalde inaugurando el festival -dos frases breves-, ‘Carolo’, el organizador del festival, respondió: «bien maestro, gracias por habernos permitido esto tan bello». La música ha de sonar todos los días hasta las nueve de la noche, cuando comenzarán las fogatas del amor.
Se pregunta en qué consiste y, con una mirada maliciosa, responden: «Es ver la candela, sentirla cerca de la carne para purificarnos.. los burgueses, ustedes los de corbata siempre que oyen la palabra amor piensan en el sexo. Y amor, amigo, amor es todo, es admirar lo bello. La candela es bella».
PEREGRINACIÓN Y BARRO
El campo de Ancón amaneció hoy empantanado. A la entrada hubo congestión en la mitad de la mañana, luego, sobre las tres de la tarde, se volvió a apreciar el mismo fenómeno, que, a medida que terminaba el día, desaparecía casi todo por completo.
Centenares de curiosos que se vinieron caminando hasta aquí llenaron desde las primeras horas la carretera y el tráfico de automotores se hacía lento. En la noche del jueves un chubasco que doblaba los árboles y unía las cuerdas de electricidad, había dejado algunos sectores de Medellín a oscuras.
Aqui en ‘La Estrella’, la tempestad con continuas descargas eléctricas iluminaba cada segundo el campo, dejando ver las siluetas de unas tres decenas de carpas de colores, instaladas por los hippies. Algunas de ellas fueron arrasadas por el vendaval mezclado de lluvia fuerte. Otras se mecían al compás de los árboles.
Adentro había silencio. Estos jóvenes que en la mañana tocan sus flautas, solitarios, sin importarles la avalancha de curiosos, tenían la misma cara anoche, los mismos ojos perdidos. Hoy los distinguimos con facilidad porque tienen unas ojeras enormes y sus caras están brillantes por el sudor de la noche.
Aun sin bañarse, la mayoría de los «hippies de verdad» que han venido a este festival, parecen no interesarse por nada. Son acaso los menos ansiosos por ubicarse alrededor de una caseta alta, cubierta con dos lonas de gruesas franjas verticales, blancas y negras, desde donde los conjuntos harán llegar a ellos la música.
En el parque de Bolívar también anoche, como desde el principio de la semana, durmieron a la intemperie varias decenas de ellos. Hoy sobre las nueve de la mañana comenzaron a trasladarse al campo en «el tren del amor», que hace viajes esporádicos hasta «La Estrella». Este viernes se volcaron al campo de Ancón unas diez mil personas, que buscaban ver el festival.
Su iniciación con lluvia y el marco de resistencia que podría ceder en los días siguientes, fue, hoy también, considerada por el alcalde de la ciudad como «el reconocimiento a una actitud juvenil que no podemos tratar de tapar con las manos».
LA EMBARRADA GENERAL EN EL FESTIVAL HIPPIE
Veinticuatro horas después de iniciarse, todo parecía indicar esta tarde que el primer festival latinoamericano de rock podría fracasar por contratiempos que se escapan de las manos de los organizadores. Hoy se calcula que unas 20 mil personas se volcaron sobre el Parque de Ancón, mientras el mal tiempo continuaba entorpeciendo el desarrollo del certamen.
Todas las instalaciones amanecieron allí inundadas de barro. El olor en las zonas de acceso era, bajo el sol del mediodía, insoportable por la evaporación. En tanto, centenares de hippies completamente embarrados y descalzos continuaban inmutables oyendo la música y contemplando la naturaleza.
El concierto, suspendido a la noche un poco después de las ocho, se inició esta mañana antes de las doce, con horas de anticipación a la prevista. Anoche los últimos conjuntos en salir al tablado abreviaron el tiempo de actuación ante las condiciones del invierno. Como ayer, hoy tampoco hubo vigilancia en el parque. La afluencia de gente, que dobló en cantidad a la de ayer, obligó a que los organizadores hicieran grandes esfuerzos por tratar de controlar los desmanes que se iniciaron la noche anterior.
Ricardo Echeverry, coordinador general del certamen, dijo después del mediodía que las autoridades habían negado hasta esa hora toda su ayuda. A las cinco de la tarde, en un día gris, la situación continuaba empeorando. Solo ocho policías pudieron ser localizados por los reporteros en las afueras del campo.
Según Gonzalo Caro, el principal organizador, «se ha tratado de bloquear el festival, con el agravante de que además de la falta de vigilancia por parte de la policía, el comportamiento de una buena parte de los visitantes es muy malo». Según sus palabras, los mismos hippies reforzaron desde la madrugada la «guardia cívica de control», pero todo esfuerzo resultó incapaz por la cantidad de visitantes.
Anoche la mayoría de estos jóvenes permaneció en el campo, a pesar del barro, el intenso frío y la lluvia. Unos dos centenares de ellos fueron atropellados por borrachos, hampones y depravados que, según la guardia cívica, «trataron de cometer toda clase de ilícitos». Miembros del mismo grupo dijeron que más de 15 carpas fueron asaltadas mientras los muchachos se reunían en torno al escenario, desapareciendo las pocas piezas de ropa y comida que allí se guardaban.
Caro anotó respecto de lo último: «Todos los borrachos que había en la ciudad se vinieron al campo de Ancón después de las siete de la noche. Insultaron a las mujeres y agredieron de palabra a todos los hippies que había en el lugar». Por otra parte, comunicó a la prensa que ayer domingo se habían pedido refuerzos a la policía y al alcalde, pero que después de tres conferencias con ellos nada se había hecho para solucionar la situación.
A las cinco de la tarde, se habían completado 29 horas desde que inició el festival. A esa hora, las instalaciones de la Cruz Roja amanecieron inundadas: habían atendido 14 casos de intoxicación por abuso de drogas; 36 jóvenes habían sido tratados por infecciones severas en la piel y 14 presentaban heridas de pequeña magnitud por porrazos a causa del mal estado del terreno.
Para los miembros de la Cruz Roja, las intoxicaciones todas catalogadas de leves menos tres que exigieron hospitalización, obedecen en parte a las condiciones físicas de los jóvenes. Desde cuando comenzó el ‘Alfa’, un poco después de la madrugada de ayer, es poco lo que han podido comer porque vinieron sin dinero.
Por otra parte, la mayoría ha completado casi una semana -se suman los días de viaje a pie- prácticamente sin dormir. Los organizadores dijeron que desde el mediodía se hacían gestiones para conseguir comida y ropas, pues las condiciones de los jóvenes «son pésimas».
Isidro Gómez, jefe de rescate de la Cruz Roja en las riberas del caudaloso río Medellín, dijo que anoche fue posible salvar la vida de 12 curiosos que, por entrar sin pagar, fueron arrastrados por la corriente. Asimismo, Orlando Carvajal, de la misma organización, señala: «Los visitantes están abusando de esta gente que es muy pacífica y no molesta para nada. Las autoridades están abocando el festival a un grave problema de orden público si no se pone vigilancia a tiempo».
El médico voluntario -también de la Cruz Roja- Alfonso Sierra (26 años), señaló por su parte que hasta el momento, fuera de tres casos de intoxicación «más o menos delicada», el resto de los problemas tratados eran simples y sin complicación».
FOGATAS DEL AMOR
Tanto ayer como esta noche las «fogatas del amor» fueron suspendidas por la lluvia y «por el peligro que significa la avalancha de visitantes inescrupulosos». Según media docena de hippies entrevistados, las personas que se acercaron al lugar el viernes por la noche, estaban atraídas «por un morbo tremendo, porque se imaginaron que nosotros íbamos a hacer algo indebido… y cerca de las fogatas solamente queríamos calentarnos y contemplar la candela».
Asimismo, hoy como ayer, unos 400 jóvenes se vinieron a Medellín una vez terminado el concierto, para dormir en las calles y parques, bajo alares y puertas, tratándose de proteger de la lluvia. En las primeras horas de la mañana, embarrados y hambrientos, «asaltaban» a todos los transeúntes para pedirles dinero con qué comprar algo de comer.
Sobre las nueve de la mañana la gran mayoría de ellos inició una larga peregrinación (dos horas) a pie hasta el campo de Ancón, para asistir al segundo concierto de música rock. Anoche, bajo un torrencial aguacero, los hippies durmieron hasta en algunos calabozos de la policía, a donde se acercaron para pedir protección contra el agua.
Todos estos inconvenientes restaron brillantez al festival que se iniciara ayer en un día húmedo pero que hoy ha convertido el campo en un lodazal maloliente, donde abundan los truhanes ávidos de atropellar a esta pacífica juventud.