GABO CUENTA LA NOVELA DE SU VIDA

GABO CUENTA LA NOVELA DE SU VIDA

Medio: El Espectador

Fecha: 16 de marzo de 1977

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

El escritor Gabriel García Márquez cuando relataba al periodista Germán Castro Caycedo la novela de su propia vida, en primicia mundial para R. T. I. y El Espectador con motivo de la próxima transmisión de ‘La Mala Hora’ por televisión. A partir de hoy, en página 5-A., publicaremos por entregas ese gran reportaje.

PARTE 1: “SIEMPRE ME FALTARON CINCO CENTAVOS”

Germán Castro Caycedo. ¿Qué sensaciones lo persiguen más a largo de su vida?

Gabriel García Márquez. Yo siempre he tenido la impresión de que me faltan los últimos cinco centavos. Y esa es la impresión que sigue siendo real. Es decir, yo siempre pensaba… Y no pensaba: ¡Es que es real! Es que siempre me faltaban los últimos cinco centavos. Si yo quería ir al cine, no podía porque me faltaban los últimos cinco centavos. El cine valía treinta y cinco centavos y yo tenía treinta. Si quería ir a los toros y valía un peso veinte, yo tenía un peso quince. Y siempre sigo teniendo la misma impresión… Y otra impresión que tuve siempre era que sobraba en todas partes. Siempre me parecía que si me invitaban a una fiesta era por el compromiso de que había un amigo que no iba sin mí, o una persona que sin mí no iba, y entonces, de todas maneras, tenían que invitarme a mí y yo no encontraba nunca qué hacer con las manos. Y ese es el gran problema; el gran problema de todos los tímidos son las manos. Uno no sabe qué hacer con ellas. Entonces todavía tengo esa impresión y por eso siempre trato de no estar sino con amigos. Porque con mis amigos estoy absolutamente seguro de que no sobro. Por eso no voy nunca a cocteles, no voy nunca a inauguraciones, no voy a fiestas multitudinarias: porque siempre tengo la impresión de que sobro.

EL IMPACTO DE BOGOTÁ

GCC. Leyendo algunas cosas suyas uno se encuentra que posiblemente su entrada a la pubertad fue muy violenta, en el sentido de que a los trece años se vino a Bogotá. ¿Cuál es esa sensación de llegar de una nación cultural como la Costa, a una nación tan diferente como Bogotá? ¿Cómo recuerda usted esa llegada?

GGM. Primero, hoy en 1976, es muy difícil imaginarse lo que era Colombia en 1943, que es la época esa de que tú estás hablando. Yo creo que eran muchas Colombias diferentes. Y me parece que en Bogotá tenían la impresión de que Colombia era Bogotá. Claro que esto lo razono ahora. Pero haz de cuenta una cosa: en ese momento, si uno quería aspirar a una beca, -y yo que estaba en Barranquilla- tenía que venir a Bogotá a presentar un examen, es decir un concurso. De todo el país había que venir a eso. Yo estaba en una casa donde nacía un hermano todos los años. Sería muy difícil hacerte las cuentas pero, si yo tenía en ese momento trece años, es casi seguro que yo tenía ocho hermanos… Entonces me di cuenta que ahí no había otra solución que irse. Es decir, eso presentaba dos ventajas: una para uno mismo, que era salvarse nadando. Y otra para la casa, que era descargar un poco ese peso que había. Entonces yo decidí venirme de Barranquilla a Bogotá a presentar examen de beca. Si eso era 1943, yo debía tener trece o catorce años. Te digo así porque no está muy seguro en qué año nací yo. Nadie está muy seguro de eso. Entonces mi padre me consiguió el pasaje hasta Bogotá. Me vine en un barco del río Magdalena. Normalmente se gastaban ocho días. Pero si el barco se varaba podían ser quince, dieciséis… eso nunca se sabía. Además a uno no le molestaba si el barco se varaba. Eso era una fiesta. Entonces yo me vine. Me imagino que no fue un viaje muy accidentado, debieron ser diez días. Llegamos a Salgar. Se tomaba un tren. Un tren que se iba subiendo. Daba la impresión de que se iba agarrando con las uñas toda la mañana.

LA SENSACIÓN DEL FRÍO

GCC. ¿Conocía usted las montañas?

GGM. Nunca en mi vida había visto nada que tuviera más de tres metros sobre el nivel del mar. Entonces el tren venía como agarrándose con las uñas y en la tarde entraba a la Sabana. ¿Tú sabes que era una verdadera maravilla entrar a la Sabana en un trencito que le costaba trabajo subir, que respiraba con dificultad y que de pronto comenzaba a correr como un caballito? Iba parando en las estaciones donde vendían unas gallinas amarillas y unas papas nevadas. Unas cosas absolutamente extraordinarias que uno no podía imaginarse. Y había frío. La sensación del frío es una cosa que ustedes, los que han nacido aquí, no pueden imaginarse. Es una cosa inconcebible para uno. Y después la sensación de la altura, pues me costaba trabajo respirar. Porque en la Costa uno tiene la sensación de que se ahoga. De oxígeno. Y entonces aquí me encontraba con que me costaba trabajo respirar. Y era absolutamente maravilloso ver esa Sabana, que para mí sigue siendo uno de los lugares más extraordinarios del mundo. Ahora, al final, había un problema. Y un problema muy grave: que era Bogotá.

“NI UNA MUJER EN LA CALLE”

GGM. Yo llegué solo a Bogotá en 1943. A las cuatro de la tarde. A la estación de la Sabana. ¿Tú sabes que me han hecho muchas entrevistas y me han preguntado siempre cuál es la ciudad que más me ha impresionado en el mundo? Creo que las conozco casi todas y siempre contesto lo mismo: ¡Bogotá! Es la ciudad que más me ha impresionado y que más me ha marcado. Mi llegada a Bogotá. Esa tarde. Una ciudad gris. Toda cenicienta. Con lluvia, con unos tranvías que cuando cruzaban por las esquinas echaban chispas e iba todo el mundo colgado. Todos los hombres estaban vestidos de negro. Con sombrero, y no había una sola mujer… ¡No había una sola mujer en la calle! Tú sabes que para los costeños esto es muy grave.

Para uno a los trece años: ver una ciudad donde no hay una sola mujer. -Todo el mundo estaba forrado de negro. Y ni una sola mujer… Entonces yo traía un baúl y pregunté quién me llevaba ese baúl hasta una pensión de la Carrera Décima. La Carrera Décima era una callecita muy angosta. (Entre parántesis, te digo: ¿tú sabes que me doy cuenta ahora que de esto hace tanto  tiempo que ya casi soy un viejo santafereño cuando hablo de ello? ¡Las vueltas que da el mundo!). Entonces me dijeron que me lo llevaban en una “zorra”. Agarré un zorrero que me iba a llevar hasta la calle 19. Él llevaba corriendo el baúl. Yo traté de correr detrás y no podía respirar. Era una cosa que nadie me había advertido: que no era posible correr en la altura. Bueno, llegamos a esta pequeña pensión. Era una pensión de costeños, porque a los costeños en esa época siempre nos quedaba el refugio de buscar costeños.  Es decir, yo en ninguna parte del mundo después, he sido tan extranjero como en Bogotá (en esa época). Recuerdo la impresión esa noche… el anochecer era muy triste en Bogotá. El paso del día a la noche que nunca estaba muy bien definido. Para nosotros nunca estaba muy claro cuándo era de día y cuándo era de noche. Entonces recuerdo perfectamente la pensión… era una de esas casas de dormitorios de un patio con geranios y con jazmines. Y eran las puertas alrededor del patio, sin ventanas, que uno cerraba y quedaba herméticamente metido en una caja de seguridad… Y la primera noche que me metí en las cobijas me dio la impresión de que alguien, por hacerme una broma, me había mojado la cama. Y pe- gué un grito y un costeño que había al lado me dijo, “es que esto es así. Hay que aprender a dormir en Bogotá. Esto no es lo mismo que allá. Es una cosa muy dura. Es un curso que hacer al cual hay que resignarse”. Entonces… ahora, esto tiene otra historia: esta fue la llegada…

EL TRAUMA DE BOGOTÁ

GCC. Lo importante es el primer contacto. El trauma aquel que para quienes leemos sus cosas, hallamos que siempre sigue a lo largo de su vida.

GGM. Sí, porque… ¡Yo no sé si es un trauma! Pero te quiero decir otra cosa: yo recuerdo perfectamente mi primera llegada a París. Recuerdo perfectamente la primera llegada a Roma, la primera llegada a New York… sí, pero ninguna me ha impresionado nunca tanto como la de Bogotá…

PARTE 2: CUANDO CAMILO SE METIÓ A CURA

GCC. Pero regresando al tema, yo iba a la Roca en Zipaquirá. ¿Cómo consiguió la beca para estudiar en el Liceo Nacional de Zipaquirá?

GGM. No, pero lo que sucede es otra cosa: que yo he contado siempre con mi buena suerte. Fíjate que en ese viaje, el río Magdalena era una fiesta: había orquestas y los estudiantes costeños, sobre todo los que tenían experiencia, sabían que era un asunto que se manejaba bastante bien. Era bastante pachangoso.

Yo no recuerdo mucho los detalles, pero el hecho es que cuando veníamos en el ferrocarril de Salgar a Bogotá se me acercó un señor; lo recuerdo perfectamente, era un hombre muy serio que venía en el barco y que siempre estaba leyendo. Yo nunca le he tenido una gran admiración a la gente que lee mucho, se me acercó y me pidió el favor de que le copiara la letra de un bolero que veníamos cantando en el barco. Le copié la letra y le enseñé un poco la música. Él me dijo que era que tenía una novia en Bogotá y que estaba seguro de que este bolero le iba a gustar mucho. Piense, si yo tenía 13, 14 años. No sé cuánto debía tener, pero para mí era un hombre muy serio. Y mucho más serio porque usaba chaleco. Porque para los costeños la gente que usa chaleco es lo más serio del mundo. Y este hombre usaba chaleco y yo con un gran fervor le copié el bolero… se lo enseñé.

Al día siguiente, después de la experiencia de la cama mojada, había que hacer cola frente al Ministerio de Educación, que estaba donde estuvo después el Café Automático, en la Avenida Jiménez con quinta, más o menos. Mira, que yo me levanté temprano y llegué, no sé, serían las ocho o nueve de la mañana y ya la cola era muy larga. Esta cola era para inscribirse para los exámenes del concurso de beca.

Hice mi cola. A las doce del día estaba llegando un poco a la puerta del edificio y de pronto pasó este señor a quien yo le había copiado el bolero y me dijo, “Tú que haces aqui?” “Estoy haciendo la cola para los exámenes de beca”, respondí… “No seas pendejo, ven conmigo”, dijo. Me subió a su oficina saltándome toda la cola y era el director nacional de Becas. Me dijo “¿Pa’ donde la quieres?”. Le dije, para San Bartolomé Nacional, que era en ese momento el colegio de más prestigio que había en todo el país. Me dijo, “no te la puedo dar para San Bartolomé porque todo esto que tengo aquí – me mostró una pila de papeles son recomendaciones de ministros y de gente importante -. Pero ¿por qué no haces una cosa?, vete para Zipaquirá que es muy buen colegio y está muy cerca de aquí”. La primera vez en mi vida que oía hablar de Zipaquirá, que era muy buen colegio.

TODOS LOS JÓVENES POBRES

GCC. Cuando lo conocí a usted hace unos quince días hablamos de Zipaquirá y me impresionó que la primera imagen que se le viniera de ese colegio era que allí estaban reunidos todos los jóvenes pobres del mundo. ¿Se sentía marginado?

GGM. No, no. Al contrario. Uno de los lugares donde tuve la impresión de que no sobraba fue en Zipaquirá. Porque allá estábamos todos los que sobrábamos. Mira, son seis años de mi vida que recuerdo poco porque son poco accidentados. Yo me encontré con que en Zipaquirá estaban todos los pobres del país. Todos estábamos igualmente jodidos.

GCC. Me fui a Zipaquirá a buscar el año y la fecha en que usted terminó bachillerato. La partida está sentada en diciembre de 1946. Se me perdió el rastro entre el año 46 y el año 48. Y eso me hizo pensar una cosa: ¿cómo lo agarró a usted el 9 de abril? ¿Qué estaba haciendo en el momento de ‘El Bogotazo’?

GGM. Me vine después del bachillerato a Bogotá a estudiar derecho porque era la única profesión que sólo tenía clases por la mañana. Me hubiera gustado estudiar arquitectura, ingeniería, cualquier otra cosa, porque además en esa época se estudiaba lo que se podía. Pero la única que permitía estudiar y trabajar era derecho. Yo por eso estudié derecho en la Universidad Nacional. Estaba Camilo Torres…

EL ENCUENTRO CON CAMILO

GCC. ¿En qué año se encontró usted con Camilo Torres?

GGM. Pues en 1947. Y además recuerdo perfectamente la ida de Camilo al seminario. Simplemente porque un día Camilo no fue a clase… Pregunté, “¿qué pasó?”, “pues que Camilo se metió a cura”. Y al día siguiente dijeron no: “Que la mamá lo agarró en la estación y se lo llevó a casa!”. Entonces yo me fui a ver a Camilo… Vivía algo como en la calle, era 20, 22, algo así. Lo encontré en su biblioteca. Con una ruana. No me olvido: estaba con una ruana. En una pequeña biblioteca que había en la casa de sus padres. A mí me sorprendió mucho… Dos impresiones tuve yo, habiendo tratado mucho a Camilo: primero, que tuviera vocación religiosa. Y segundo, que tuviera vocación. política. Entonces yo llegué a su casa y le dije, “oye, Camilo, ¿qué pasó?” Y me dijo, “hombre es en serio, es una vocación muy antigua y muy seria”. Recuerdo que me dijo una cosa: “el paso más difícil que tenía que dar, era explicarle eso a la novia. Pero esto ya está resuelto y… mi madre me ha detenido, no ha querido que me vaya al seminario”.

“Pero esto es un hecho y no hay nada que hacer”. Estaba repartiendo sus libros entre sus amigos. A mi me dio “La Breve Historia del Mundo”, de H.G. Wells, una edición rústica, la única que existía en esa época en castellano. Muy basta, sin pasta. Es una lástima que no conservé yo ese libro… Y estaba muy convencido Camilo de su vocación. Y efectivamente fue cuestión de una semana y logró convencer a su familia de que debía irse, y se fue.

LA HISTORIA DEL LADRONCITO

GGM. Después, varios años más adelante, estuve en su primera misa en 1959 o 60 que estuve todo el año en Bogotá cuando dirigía la oficina de Prensa Latina. Hay en esa época una historia que no olvido nunca porque yo estaba casado y entonces Ca milo venía a casa, y un día nos pidió un favor: era que le guardáramos en la casa a un ladrón que él estaba protegiendo. Un ladrón de casas que sacaba cosas y Camilo tenía mucho interés en protegerlo por una cosa que no es que dé risa: El tipo cumplió su condena. Salía a la calle y los policías le quitaban lo que tenía, y lo volvían a meter. Era una especie de persecución. Un chantaje.

Entonces Camilo buscaba una casa donde estuviera este hombre para que la policía no continuara esta persecución. Nos lo llevó. Yo me iba a trabajar y el ratero este se quedaba cuidando. Y nos contaba una historia que siempre he considerado como una historia maravillosa, porque de alguna manera se me parece a la de El Viejo y El Mar, de Hemingway:

Contaba que una noche se metió a una casa donde había un refrigerador precioso. Entonces decidió llevárselo él solo, sin despertar a la gente que estaba en la casa. Logró bajarlo por las escaleras. Con gran esfuerzo logró sacarlo. Lo sacó al jardín. Lo subió por el muro de la calle. Lo echó a la calle. Logró acomodarlo en la parada de los autobuses. Y ya eran las cuatro. Las cinco. Y estaba él esperando, esperando no sabía qué, porque no tenía ningún contacto, ninguna coordinación con transporte. Y a medida que iba llegando la gente iba haciendo la cola para el bús y él hacía su cola con su refrigerador. Llegó un momento en que ya no podía más, y estaba amaneciendo y dejó el refrigerador y la gente hacía cola con el refrigerador, hasta que los señores de la casa se levantaron, se dieron cuenta de que faltaba el refrigerador y lo encontraron en la parada de los buses haciendo cola. Este tipo nos lo llevó Camilo y estuvo viviendo en la casa. Y si le dabamos una

camisa teníamos que darle un certificado sobre ella para que la policía no se lo llevara.

Y un día salió de la casa y no volvió más. Como a los dos o tres días la criada de la casa abrió el periódico y vio una foto y dijo: “Estos son los zapatos del señor”. Era un muerto que tenía mis zapatos puestos. Y era efectivamente el ladroncito que lo habían matado. Yo sé que Camilo fue, recogió el cadáver, hizo el entierro y después me encontré con un Camilo totalmente distinto, que me dijo: “Todo esto que estaba haciendo es caridad. Esto no puede seguir así. El problema no es de caridad”. Y no dijo la palabra pero me di cuenta que ese día Camilo comprendió que el problema de los rateros a quienes explotaban los policías, no se resolvía con caridad sino con la revolución”.

PARTE 3: HISTORIA DE LA MALETA LLENA DE PLATA

GCC. En un relato, su compadre Plinio Apuleyo Mendoza dice que el 9 de abril usted fue a la pensión en que vivía, y al encontrarla, se hallaba en llamas. Y que lo tuvieron que agarrar para que no entrara sacar algo que había escrito. ¿Qué era eso?

GGM. Esta pensión para mi es importante porque fue donde escribí mis primeros cuentos… recuerdo perfectamente cómo fue. Yo ya había escrito allí dos cuentos, cuando apareció en el suplemento. ‘Fin de Semana’ de ‘El Espectador’, una carta un lector, de siempre, de las épocas en que se decía que ese suplemento no publicaba cosas sino de escritores consagrados y que en cambio este estaba lleno de escritores jóvenes a los que no se les publicaba nada en ninguna parte. Exactamente lo mismo que se dice hoy y exactamente lo mismo se había dicho cincuenta años antes, y cincuenta santes. Entonces Eduardo Zalamea publicó esta carta y anotaba luego, “Yo que este lector no tiene razón. Pero si hay alguien con quien no habíamos sido justos, las columnas de este suplemento están abiertas para él”.

Entonces metí uno de mis cuentos en un sobre… debí mandarlo un lunes o un mar- y yo estaba absolutamente seguro de que me lo iban a publicar, pero pensé que lo harían uno o dos meses después. Y el sábado siguiente sali, a la calle, entré a un café en la Carrera Séptima y vi un tipo que tenía abierto el suplemento literario de El Espectador y que tenía el título de mi cuento a ocho columnas. Entonces me sucedió una cosa que es maravillosa: que no tenía los cinco centavos para El Espectador, para ver mi cuento publicado. Entonces salí corriendo para la pensión y le dije a un amigo, “he visto que mi cuento fue publicado” y me dijo, “no puede ser porque lo mandaste el miércoles y hoy es sábado”.

“Pues está publicado”. Y él sí tenía los cinco centavos. Salimos, compramos El Espectador y efectivamente estaba allí. El lunes o martes salió en la sección ‘La Sociedad y el Mundo’ de Eduardo Zalamea, una nota donde decía que esperaba que los lectores se hubieran dado cuenta de que había aparecido un escritor del cual no se tenía noticia, y hacía un gran elogio de este escritor. Y la impresión que yo tuve en este momento era que me había metido en un lío del carajo, porque ya no tenía camino de regreso y tenía que seguir siendo escritor por todo el resto de mi vida.

EXTRANJERO EN TODAS PARTES

GCC. Hojarasca le decían en Aracataca a los forasteros que llegaban cuando la fiebre del banano. Le he escuchado y le he leído, que en todas partes se siente extranjero. ¿Usted se siente una hojarasca?

GGM. Mira, es que en Aracataca le llamaban hojarasca a los extranjeros juntos… yo sí me he sentido extranjero en todas partes. La primera parte donde lo sentí fue en Bogotá. Luego me he sentido extranjero en todo sitio.

Yo creo que la solución para que yo no me sintiera extranjero en todas partes era que me hubiera quedado en Aracataca. Yo le he dicho a Mercedes muchas veces que si yo me hubiera quedado allá, probablemente no sería un escritor. Seria juez municipal, me emborracharía todas las noches, estaría casado con ella y tendría dos hijos, uno se llamaría Rodrigo y otro se llamaría Gonzalo, como sucede ahora. Pero además, tendría dos queridas con catorce hijos, cuyos nombres no sé cuales serían, pero no me sentiría extranjero y sería completamente feliz.

GCC. Esto de extranjero yo lo podría interpretar, muy personalmente, como desadaptado. Cuando veo que usted viaja, casi con angustia, sin parar en ningún lado, pienso que lo hace para llenar algún vacío o para solucionar esa desadaptación que tiene a partir de los ocho años.

GGM. Eso es bastante complicado. Yo creo que yo no viajo. Me viajan. Por mí me quedaría quieto. Hay una cosa que yo no me busqué. Que yo no quise, y que yo no preví. Las personas que me conocen bien dicen que todo lo que me ha sucedido en la vida yo lo he previsto… hay una cosa que yo no he previsto y es la fama. Yo quería ser un escritor, y quería ser un buen escritor, y quería ser un muy buen escritor, y quería ser el mejor escritor del mundo. Porque no se puede ser un regular escritor si uno no tiene el propósito de ser el mejor escritor del mundo. Es decir, no se puede escribir regularmente bien, si uno no se propone en cada letra a ser mejor que Cervantes, ser mejor que Shakespeare, ser mejor que el Dante, ser mejor que Sófocles… Entonces yo me había hecho ese propósito por una razón de honestidad. Es decir, porque si esa no era mi meta, entonces yo no era honesto. Ahora, lo que me falló fue que yo no sabía que esa meta implicaba la fama. Entonces hay una cosa que yo he dicho. Yo hubiera sido feliz si todos mis libros hubieran sido póstumos, en el sentido de que no tenía que cargar con todos los libros que he escrito. Por eso hubiera preferido que se hubieran conocido después de mi muerte.

“GABO NACIÓ CON LOS OJOS ABIERTOS”

GCC. Estuve leyendo las primeras crónicas que envió usted de Europa a El Espectador, cuando fue enviado a Ginebra a cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes. Y se ve en ellas que usted no se deja deslumbrar por Europa. No se deja deslumbrar por las cosas convencionales de ese continente. Tal vez se ríe del Viejo Mundo en esas crónicas….

GGM. No, ¡Si me deslumbraban! Lo que pasa es que yo sabía que no me podía dejar deslumbrar. Para precisar, creo que lo que ha sucedido es que las cosas que me iban sucediendo las tenía más o menos previstas. Yo he medido cada etapa. Yo desde que tengo memoria, recuerdo que lo único que quería ser, era escritor. Nunca en mi vida he sido nada distinto de un escritor.

GCC. En eso de lo que usted quiere y de lo realista que es, me he encontrado con varias cosas: su hijo Rodrigo recuerda mucho que su madre dijo una vez, “Gabo nació con los ojos abiertos”. Hablando de eso con su esposa, ella me decía: “Gabriel siempre ha conseguido lo que ha querido. Hasta el matrimonio. Cuando yo tenía trece años, le dijo a su padre, ya sé con quién me voy a casar. En esa época no éramos más que conocidos…”. Luego recuerda la luna de miel, hace 18 años, cuando en un avión usted le dijo: “Voy a escribir una novela que se va a llamar ‘La Casa’” (la casa del abuelo) y después, “voy a escribir una de un dictador”. Recuerda luego ella que también usted le dijo, “a los cuarenta años voy a escribir mi obra maestra”. Concluye todo esto en que creen tanto en usted, que su familia ha perdido hasta la emoción de una sorpresa. Y Gonzalo, su hijo, cuenta la historia de un hombre con una maleta llena de billetes. ¿Cómo es?

LA MALETA LLENA DE BILLETES

GGM. Sí. En México, para 1965 podría ser; alguna necesidad tenían mis hijos que yo no la podía satisfacer… te quiero advertir una cosa: que yo no te voy a hacer el cuento de la miseria, por que lo hago en el sentido de que a mí siempre me faltaron los últimos cinco centavos de que hablábamos la otra vez. Pero nunca me faltaban los últimos cinco centavos para el whisky, por ejemplo. Entonces estábamos muy pobres, y estábamos muy jodidos, ya no teníamos que comer, pero siempre teníamos whisky. Eso es importante desde un punto de vista moral: porque no te dejas hundir…

Entonces no recuerdo en qué momento mis hijos quisieron algo – antes de Cien Años de Soledad – y entonces yo les dije: “Ahora no se puede, pero les prometo una cosa: que un día llegará a esta casa un hombre con una maleta llena de plata”. Y ellos se acostumbraron a oírme decir estas vainas. Se quedaron muy tranquilos.

A mi probablemente se me olvidó y probablemente se les olvidó a ellos, y unos cinco o seis años después, en Barcelona, cuando ya mis libros se estaban vendiendo, el editor me llamó por teléfono y me preguntó si yo le aceptaría que me liquidara el semestre de derechos de autor, en dinero español en efectivo. Le dije, “no tengo inconveniente. Nos encontramos en la esquina del banco a las diez de la mañana”. Y el hombre me dijo, “pero trate de llegar a las diez en punto, porque

no quiero estar en la esquina esperándolo. Es una maleta de plata”. Y en ese momento me acordé de que le había dicho a mis hijos cinco o seis años antes. Le dije, ¡No! ¡Un momento! Cambio: nos encontramos aquí en la casa a las seis de la tarde”.

Al día siguiente a esa hora abrí la puerta y vi un hombre bajito con una gabardina azul y con una maleta. Pero con una maleta como si llegara a un hotel. Mis hijos habían llegado del colegio y los llamé. Les dije, “vengan acá”. Le dije al hombre “ábrala”. Lo hizo… Mira, no era mucho pero eran billetes de cien pesetas. ¡Llena! Y les dije a mis hijos, “¿se acuerdan de lo que les dije?”. Y dijeron, sí. Nos dijiste que un día vendría un hombre con una maleta llena de plata – lo daban por seguro -.

PARTE 4: “TANTO VOLAR PARA VER LA MISMA HIERBA”

GCC. ¿En qué forma lo deslumbró a usted Europa?

GGM. No fue deslumbramiento. Fue susto. Pero el susto no fue la llegada a Europa. fue la salida de Bogotá. Esto fue en 1955. Después de la publicación del ‘Relato de un náufrago’ la cosa se puso cabrona en Colombia, porque era la dictadura de Rojas Pinilla. Los periódicos estaban censurados. Y tengo la impresión, con veinte, veinticinco años de distancia, de que a la dictadura no le gustó mucho el reportaje el náufrago. El hecho es que, por si acaso, se decidió en EL ESPECTADOR que me fuera a Ginebra de enviado especial a la conferencia de Los Cuatro Grandes. Era aún raro que a un periodista lo mandarán de enviado especial a cualquier parte, que le hicieron una gran fiesta de despedida que duró como hasta las tres o cuatro de la mañana, y cuando desperté ya el avión se había ido, y cuando llegué al aeropuerto de Techo, que era un galpón helado, me dijeron: “ya el avión de París se fue, pero no importa porque está descompuesto en Barranquilla. Entonces, si coge el avión de Medellín, lo puede alcanzar”. Cogí el avión de Medellín, en Medellín cogí otro avión e iba a Barranquilla y efectivamente, el Constellation de París estaba descompuesto en Barranquilla. Me subí al avión y antes de que saliera llegó la cabinera y soltó así, al aire: “Señor García Márquez”. “¿Sí?”. “¨Por aquí, por favor”. 

Me pasaron a primera clase, porque era viajero distinguido, enviado especial de El Espectador, y en primera clase solamente había un pasajero que era Fernando Gómez Agudelo. El avión hacía Barranquilla, Bermudas, Azores, Lisboa, Madrid, Paris. Gómez Agudelo iba hasta Frankfurt a comprar la Televisora Colombiana. Es decir, toda esta vaina que está funcionando aquí, donde me están jodiendo, la iba a comprar Gómez Agudelo por cuenta de Rojas Pinilla que me estaba expulsando de aquí, lo cual es el despelote de la contradicción.

Nos sentamos a beber trago: en Bermudas se había acabado el trago y le cambiaron la hélice al avión. Cargaron trago hasta las Azores. Alcanzamos a bebérnoslo todo. Le volvieron a cambiar la hélice al avión en Las Azores. Cargaron trago. Llegamos a Lisboa. Le cambiaron la otra hélice… Hicimos 46 horas de Bogotá a París. Cuando llegamos a París, recuerdo que los pilotos nos dijeron a Fernando y a mí – que llevábamos tres días metidos allí bebiendo trago -: “A este avión se lo llevó el carajo porque no le salen las ruedas”. Pero al fin dijeron, “tranquilos que ya le salieron”. Aterrizamos en París y al día siguiente cogí un tren para Ginebra… Probablemente ahora caigo en la cuenta, no me deslumbró.

LA MISMA HIERBA DE ARACATACA

GGM. Cuando yo iba en ese tren veía la orilla del camino y me daba cuenta de que la hierba era exactamente igual a la hierba que se veía por la ventana del tren de Aracataca. Y yo me decía, “tanto volar, tanto beber, tanto cambiar hélice para que la hierba siga siendo exactamente igual, siga siendo la misma del tren de Aracataca”. 

Entonces yo seguí tranquilo. A las cuatro de la tarde llegué a Ginebra. Y saqué la cuenta. Me habían enseñado en El Espectador que tenía que descontar seis horas para saber qué hora era en Bogotá: Pensé, “Las once de la mañana, El Espectador todavía no lo han cerrado, de manera que tengo tiempo de mandar el primer cable de la Conferencia de los Cuatro Grandes”. Llegué a la estación del tren, me metí en la pensión que vi enfrente. Salí y dije, “y ahora, ¿qué carajo hago?”. Comencé a caminar. No hablaba ni una palabra de ningún idioma distinto del costeño.

Y caminando por la calle vi de pronto que venía un cura, que tenía cara de cura vasco. Lo paré y le dije, “Padre, ¿usted es español?” y me contestó en muy buen castellano: hijo no soy español, soy alemán pero hablo español. ¿Qué te pasa? Entonces yo le conté mi drama: “Mire, a mí me han mandado de periodista aquí y no tengo ni la menor idea de dónde es la conferencia de los Cuatro Grandes”. Me dijo, “mira, tú métete a un taxi y di que te lleven al Palacio de las Naciones Unidas y ahi te resuelven el problema”. Al llegar allí ví que eran las doce y media en Bogotá, ví el ambiente, me senté y escribí el primer cable. Lo mandé y salió esa tarde publicado. Ese día empecé a ser enviado especial. El cable fue todo inventado… Pero salió bien… Tú sabes que no era la primera vez que pasaba eso.

Ya antes me había sucedido dos o tres cosas como reportero. Ya antes en El Espectador, un día, también bajo la dictadura de Rojas Pinilla, se había publicado la noticia de que habían decidido repartir el Departamento del Chocó entre Caldas, Antioquia y Valle. Se anunció esa decisión y llegó un telegrama del corresponsal de El Espectador en El Chocó, que decía que, ante la decisión del Gobierno, la gente se había echado a la calle y se había declarado una manifestación permanente de toda la capital; en la calle, bajo la lluvia y en las condiciones más penosas, y que estaban dispuestos a continuar esa manifestación hasta que el gobierno se retractara de la decisión de desmembrar al Chocó. Ese telegrama llegó un día y se publicó. Al día siguiente llegó otro igual que decía que la manifestación continuaba y que se estaban desmayando las señoras, los niños bajo el sol canicular del Chocó. Que no podían soportar más, pero que estaban dispuestos a continuar hasta la muerte. Al tercer día, Guillermo Cano, director de EL ESPECTADOR, me dijo, “te vas para el Chocó” y le dije, “no, hombre. Yo qué voy a ir para el Chocó”. “No, te vas porque estas son cosas muy importantes”. “No, para el Chocó no me voy”, y me dijo, “Vete que allá hay muy buenas negras”. Eso lo pensé un poco y esa misma mañana decidí irme.

LA DESMEMBRACIÓN DEL CHOCÓ

GGM. Eran unos Catalinas, rezagos de guerra, que hacían Bogotá, Medellín, Quibdó. No tenían sillas, sino que llevaban carga y uno iba sentado en los bultos de escobas. Llegando a Medellín había una tormenta tremenda y el Catalina se metía por entre la tormenta y se llovía. Entraba agua en el avión y entonces venían y le daban a uno periódicos, y uno se ponía los periódicos en la cabeza para no mojarse.

Y lo que más me tenía a mi aterrorizado era que el piloto era un tipo que jugaba béisbol conmigo en la Matuna de Cartagena y yo le pregunté, “¿dónde aprendiste tú a manejar esta vaina?”, Dijo, “no joda, ¿tú que crees? Si yo he aprendido una cantidad de vainas en la vida”. Y así llegamos a Medellín. Aterrizó en Medellín, tanqueó, llegamos a Quibdó, bajó en el río y era un pueblo totalmente desierto a las dos de la tarde. Con un calor…Yo iba con un fotógrafo, con Guillermo Sánchez. Empezamos a recorrer aquellas calles desiertas, con ese calor que era aplastante. Era el calor de Aracataca. Volvía a vivirlo ahí. No había manifestación. ¡No había nada! Le pregunté a alguién, “¿Donde vive fulano de tal que es corresponsal de El Espectador?”. Me dijeron donde, llegué y encontré un negro largo, flaco, tirado en una hamaca. Estaba durmiendo la siesta. Lo desperté y le dije, “¿dónde está la manifestación permanente?” Dijo, “No, si aquí no hay manifestación permanente. Lo que pasa es que yo no entiendo cómo es posible que esta gente tenga tan poco espíritu cívico que lo van a desmembrar, lo van a repartir, va a acabar el Departamento y nadie se ha preocupado, y entonces yo decidí inventar por telegramas esta manifestación permanente. Le dije, “mira: te advierto que yo no me he metido en un Catalina que se llueve, con un piloto que era pitcher en la Matuna y que no tiene ni la menor idea de esto, para salir ahora con que no hay manifestación. De manera que me haces la manifestación!”. Nos fuimos donde el gobernador y le explicamos la situación. Entonces el tipo la convocó con un bando.

“Sacaron las escuelas, sacaron los colegios, sacaron la gente y llenaron la plaza. Y empezamos a decirle a una viejita, usted se desmaya, y entonces Guillermo Sánchez tomaba la viejita desmayada. Sacaban a una estudiante cargada, Guillermo Sánchez tomaba la fotografía… Todo esto se devolvió en el Catalina. Se armó el gran escándalo. Por primera vez El Espectador publicó fotos de la manifestación permanente. Al día siguiente la manifestación continuaba. Mandamos más fotos, mandamos más cables y el cuarto día ya la manifestación era verdad. Ya la gente se lo creía, ya se desmayaban de verdad, ya caían exhaustos por el sol y ya los senadores y los representantes chocoanos se habían ido para el Chocó a capitalizar esta manifestación, y ya estaban pronunciando discursos de verdad. En el siguiente avión no solo se fueron todos los senadores y los ministros, sino que se fueron todos los periodistas y terminaron haciendo una manifestación permanente de verdad, con lluvia, con ministros desmayados, tanto que a la semana el Gobierno decidió que “en vista del extraordinario espíritu cívico del Chocó y de la abnegación y del heroísmo de los políticos chocoanos, no se desmembraba el Chocó”. Yo me quedé, hice un reportaje completo sobre el Chocó, donde demostraba que era un departamento abandonado, que las gentes estaban en una situación económica terrible y que había que hacer algo por ellos. Y a la semana estaban los chocoanos escribiendo cartas a El Espectador diciendo que yo era un miserable, que me habían tratado como a un príncipe y había venido a decir que ellos se estaban muriendo de hambre y que no era cierto porque ellos estaban muy bien.

PARTE 5: EL ESCRITOR NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA

PARIS SIN CINCO CENTAVOS

GCC. Volviendo de esta realidad nacional a la política mundial, qué es el salto que da usted con Ginebra, al terminar la conferencia de los Cuatro Grandes, ¿qué camino sigue?

Volví tres años después, porque de Ginebra… me pareció que esto de llegar a Ginebra y quedarse allí unos pocos días y regresar a casarme, pues era como un poco exagerado. Entonces me fui a Roma estuve en Roma unos ocho meses, o un año, y luego me fui a París. Ya de regreso, cuando estaba en París, recuerdo que me encontré con Plinio Apuleyo Mendoza en café y él leía Le Monde. Y de pronto me dijo, “aquí hay una noticia que puede ser muy grave para usted: que clausuraron El Espectador. Le dije yo, “es la mejor noticia que me pueden dar en la vida, porque no tengo que regresar ahora a Colombia”.

GCC. París, ¿qué pasó ahí?

Yo me senté a escribir ‘El coronel no tiene quién le escriba’. (Porque esta es una historia que se muerde la cola). Yo conocía la historia de mi abuelo que estuvo toda la vida esperando que le mandaran su pensión de veterano de la guerra civil. Cuando mi abuelo se murió, mi abuela dijo, “tu abuelo se murió esperando su pensión de veterano, pero yo no me preocupo porque a ustedes les llegará. Y si te llega a ti les llegará a tus hijos”. Una pensión que no llegó nunca. Entonces yo había pensado siempre que esa podía ser una historia para una comedia. Pero cuando estaba en París, empecé escribiendo la comedia del coronel que espera su pensión, y todos los días sacaba dinero de la mesa de noche, bajaba, comía en la esquina, subía, hasta que un dia hice así, y rasguñé y ya no había ni un centavo. Entonces lo que había empezado como una comedia lo volví al revés y empecé a escribirlo realmente como era. Porque empecé a mandar S.O.S. a los amigos…

Este era un séptimo piso sin ascensor, y yo bajaba, veía que no había carta y entonces subía y agregaba una página más de la historia que estaba escribiendo. Pero lo que es increíble es que a medida que iba escribiendo la historia me iba dando cuenta que nunca me llegaría la carta y que nunca me contestarían los amigos a los cuales había acudido. Entonces había un momento en que lo que estaba escribiendo correspondía exactamente con la realidad. Y por eso yo creo, contra el criterio de todos los críticos, que el mejor libro que he escrito yo: es decir, que si yo he escrito una obra maestra, esa obra maestra es ‘El coronel no tiene quien le escriba’, porque yo duré escribiendo la realidad de cada día a medida que iba sucediendo.

LAS BOTAS DE ITALIA

GCC. Ahora, antes de comenzar la entrevista, hablamos de sus botas hechas en Italia, su camisa francesa… Se sabe por otra parte que usted es un gran catador de vinos. ¿No trata de desquitarse así de esos años estrechos? ¿No se venga de la vida como se vengó el 9 de abril en esos almacenes de paños?

GGM. No hay que equivocarse. Todos los años, desde que uno nace hasta que uno muere, son estrechos. La historia de mis botas es que cuando yo llego a Roma, donde tengo muy buenos amigos, los periodistas me preguntan que a qué voy a hacer a Roma, y como yo voy a Roma por asuntos estrictos de mi vida privada, les digo que voy a comprar botas. Y voy a París y compro camisas. Y voy a Londres y compro pantalones, y mi hijo Rodrigo, cuando me ve, me dice lo que decía hace un momento. Que yo me visto como pobre con ropas de rico. Ahora, lo que te quiero decir es que eso no es una venganza. Al principio sí hubo una especie de venganza. Es decir, cuando yo volví a París, quince años después de esta historia que te contaba de mi primera llegada allí, tuve impulso de venganza. Llegué con suficiente dinero, como para ir a restaurantes a los cuales no había ido. Fui el primer día, y el segundo y el tercero, pero al cuarto día uno se da cuenta de que son pendejadas. Que los buenos restaurantes eran a donde iba antes. A los restaurantes griegos del barrio Latino.

A los pequeños bistrot, a donde la señora que hacía un buen bistec, que hacía unas buenas papas fritas. No hay venganza posible con la vida. Es decir, todo el camino de la vida es siempre estrecho y no hay nada qué hacer.

EL PESO DE UNA NOVELA

GCC. Bueno, yo relacioné esta época de París con la época en México, muchos años después, en la cual usted escribió ‘Cien años de soledad’, porque usted tuvo que dejar un puesto en una agencia de publicidad para dedicarse a escribir y tuvo un momento muy difícil. Su esposa recuerda que no han sido así todas las épocas de su vida matrimonial, sino esa. Y me impresionó una anécdota, cuando usted terminó de escribir el libro. Se fue al correo a enviar el paquete a la Argentina y, no se si tuvo para los portes… ¿Recuerda ese momento?

GGM. Pero no es tan grave como se cuenta. Lo que pasa es que ‘Cien años de soledad’ pesaba más de lo que uno se imaginaba. Fíjate,‘Cien años de soledad’ lo escribí yo en México en 1965, 66, 67… desde el 65 hasta el 67. Fue una época estupenda. Es decir, una época que no era fácil porque no teníamos dinero, pero en cambio, una época muy buena, porque yo estaba escribiendo como un tren, que es lo mejor que le puede suceder a un escritor. Entonces cuando yo vi que ‘Cien años de soledad’ venía y que no la paraba nadie, le dije a Mercedes,”tú te haces cargo de este asunto”. Ella, por supuesto, no lo pensó dos veces. Es curioso que mis hijos, ahora, yo les pregunto por esta época y ellos me recuerdan como a un hombre que estaba, encerrado en un cuarto, que no salía nunca…

Y yo tenía la impresión de que era el ser humano más humano y más sociable del mundo. Y ahora me doy cuenta de que durante dieciocho meses no salí del cuarto. Pero yo recuerdo que salí una vez. Salí una vez cuando Mercedes me dijo que ya no había nada qué hacer. Que ya había llegado al fondo. Entonces yo tenía un carro y lo llevé al Monte de Piedad y lo empeñé y le traje a Mercedes la plata y le dije, “mira, aquí tienes como para diez años…”. Y duró tres meses. Y seguía escribiendo. Recuerdo que en mitad de camino el dueño de la casa llamó a Mercedes y le dijo, “señora, ustedes me deben tres meses de casa”. Y Mercedes tapó el teléfono y me dijo, “¿cuánto tiempo te falta para terminar el libro?” Y yo le dije: “como seis meses”. Y entonces ella le dijo. Mire, señor, no solo le debemos tres meses, sino que le vamos a deber seis más. Y entonces el tipo le dijo, “¿Y dentro de siete me pagan todo?” y dijo ella, “sí, todo”. Y él respondió, “si usted me da su palabra, yo no tengo ningún inconveniente en esperarla”. Y Mercedes tapó el teléfono y me dijo, Palabra?, y yo le dije, “mi palabra de honor”. ¿Y tu sabes que a los siete meses fuimos y le pagamos todo? No por Cien Años de Soledad, porque yo termine, y en un mes, traía tal perrenque en la mano, que me puse a trabajar después en publicidad y pudimos pagar todo eso. Pero cuando yo terminé ‘Cien años de soledad’, ya me había escrito la Editorial Sudamericana y me había pedido… La Editorial Sudamericana me escribió diciéndome que había leído todos mis libros y que tenían interés en reeditármelos. Y entonces yo les contesté diciéndoles que no podía porque tenía compromisos con otros editores. Pero en cambio, en septiembre terminaria un libro en el cual yo tenía mucha fe. Y que no tenía ningún inconveniente en dárselo a ellos. Y entonces ellos me dijeron que muy bien, que estaban de acuerdo, que contrataban ese libro. Lo contrataron y me mandaron con el contrato quinientos dólares de anticipo. Y el día que lo terminé nos fuimos al correo Mercedes y yo. Eran setecientas páginas. Entonces lo pesaron y dijeron que costaba ochenta y tres pesos, de México a la Argentina, y Mercedes me dijo, “no tenemos sino cuarenta y cinco”. Le dije: “muy fácil”; partí el libro por la mitad y le dije, “péseme este libro hasta cuarenta y cinco pesos”. Pesaron hasta cuarenta y cinco: quitaban hojas como quien corta carne. Cuando llegó a cuarenta y cinco pesos agarré esas hojas, las envolví, las mandé y nos quedamos con el resto. Entonces nos fuimos a la casa y Mercedes sacó lo último que le faltaba por empeñar. Era el calentador que yo usaba para escribir. Porque yo puedo escribir en cualquier circunstancia, menos con frío. El secador que usaba para la cabeza y la batidora que había usado toda la vida para hacerle los jugos de frutas a los niños y ya los niños estaban creciendo y ya no la necesitaban…

Se fue con eso al Monte de Piedad y le dieron unos cincuenta pesos. El hecho es que volvimos con el resto de la novela al correo: la pesaron y dijeron, cuesta cuarenta y ocho pesos. Mercedes pagó sus cincuenta pesos, le dieron dos pesos y yo me di cuenta, cuando salimos del correo que estaba verde de encabronamiento, y me dijo: “Ahora lo único que falta, es que esta hijueputa novela sea mala”.

PARTE 6: EL NIÑO, EL HIELO Y EL MAR

GCC. Hablando de su obra, hay una frontera entre la realidad y la imaginación, o la creación. Y lo primero que se me ocurre preguntarle es sobre el hielo. ¿Hasta dónde esta imagen del hielo y cuándo comenzó la imaginación?

GGM. Yo tengo la impresión de que, hasta el momento en que escribí ‘Cien años de soledad’, tuve la idea de empezar, de algún modo, un libro, un cuento, una novela, con este episodio del hielo. Más aún: el personaje del viejo que lleva al niño de la de mano, es un personaje que se repite constantemente en mis libros. En La Hojarasca, que es mi primera novela, el principio exactamente es de un niño que lo visten con un vestido de pana verde, que le aprieta un poco, que le aprieta en las piernas y que lo llevan a ver un muerto, que es exactamente la imagen que yo me acuerdo de mi abuelo que me llevaba a misa los domingos. Y yo siempre tuve la impresión de que estaba trampiando un poco, porque a través de todos mis libros, de mis cuentos hay un viejo que lleva al niño y lo lleva a ver un muerto y lo lleva de paseo y lo lleva al cine… Mi abuelo me llevaba siempre al cine y yo tenía la impresión de que no había llegado exactamente a la almendra del problema, hasta cuando llegué a ‘Cien años de soledad’, donde lo lleva a conocer el hielo. Y era exactamente el asunto donde yo había estado tratando de llegar desde que tenía, no sé, tenía… cuatro o cinco años. Creo que ni siquiera sabía hablar cuando conocí el hielo.

GCC. Saltando tal vez, pero siguiendo con su obra, en ‘El otoño del patriarca’ aparece siempre un embajador detrás del dictador. Este dictador le regala todo, hasta el mar. Entonces, yo creo que una persona medianamente lea, lo encuentra a usted en ese momento. Y encuentra que es la autobiografía. ¿Por qué le entregó el

mar?

GGM. No, déjame ir un poco atrás. Es que lo le pasa es que ‘El otoño del patriarca’ es parte de mis memorias cifradas. A mí me llamó muchísimo la atención… fijate que hace mucho tiempo que yo no leía artículos críticos sobre mis libros. Cuando apareció Cien Años de Soledad y hubo una avalancha de crítica, en el primer momento con una gran ansiedad perfectamente justificada y natural y comprensible, yo me precipitaba sobre estas críticas, a ver qué les gustaba o no les gustaba.

CRÍTICOS PARASITARIOS

GGM. Y luego me fui dando cuenta de que a los críticos no les preocupaba mucho si el libro les gustaba o no les gustaba sino que ya, en ese momento, estaban tratando de decir cuál era el libro que yo debía escribir después. Es decir, los críticos son una especie de profesionales parasitarios que por determinación propia y sin que nadie los haya nombrado, se han constituido en intermediarios entre el escritor y el lector. Es decir, el escritor se toma el trabajo de tratar de comunicar sus experiencias, de mandarle su obra al lector y se encuentra que en el camino hay unos señores que no dejan que llegue directamente esa obra al lector sino que dicen, “un momento. Ustedes no están en condiciones de entender lo que este señor les quiere decir. Nosotros se lo vamos a explicar”. Y entonces entran en un problema de desexplicación total. Es una cosa muy particular. Me di cuenta especialmente en ‘Cien años de soledad’. Cuando me di cuenta de eso, empecé a no leer más críticas. Sobre todo porque notaba que no solo trataban de decir qué había dicho en ‘Cien años de soledad’, sino que debía seguir diciendo. Entonces hay una cosa que me llamó mucho la atención de algunos críticos con relación al ‘Otoño del patriarca’: es que algún crítico decía que ‘Cien años de soledad’ era una novela muy buena. Que el autor cuenta en ella sus experiencias, porque el autor recurre a sus recuerdos, a evocaciones de un mundo que conoce muy bien, en el cual ha vivido, en el cual ha estado sumergido toda su vida, y que en cambio en ‘El otoño del patriarca’ está perdido, el libro no gusta, el libro se queda en mitad del camino. Es un libro escrito totalmente con experiencias personales cifradas. Probablemente son mis memorias, o parte de mis memorias. Y los críticos lo que tenían que saber, o lo que tenían que descifrar, si son descifrados tan eficaces como pretenden serlo, es que probablemente todo este episodio del dictador que vende el mar y del dictador que se queda perdido por la falta del mar, corresponde un poco a la historia de la cual hablabamos hace un momento, del muchacho de Aracataca, del muchacho de Barranquilla que a los doce años llega a la ciudad más extraña y más remota que recuerda, que es una ciudad gris, una ciudad cenicienta, una ciudad fria, con tranvías que echan chispas en las esquinas, con hombres vestidos de negro, con calles totalmente llenas de muchedumbres, donde no hay ni una sola mujer, y sobre todo, una ciudad donde no hay mar. Yo tengo la impresión de que esa es probablemente una interpretación mucho más correcta de todo el episodio del dictador que vende el mar. Porque además tengo otra impresión, que la gran trampa en que pueden caer, no solo los críticos sino los lectores, es creer que El Otoño del Patriarca es la novela de un dictador. Si alguien tiene la curiosidad de leerlo con otra clave, es decir, en vez de pensar en un dictador, pensar en un escritor famoso, probablemente el libro resulte mucho más comprensible.

NO HAY TEMAS ORIGINALES

GCC. Se me viene ahora la imagen de un diálogo que usted tuvo en Lima, donde se acuerda de sus cinco años y era un niño asustado en una de las esquinas de la casa; sentado en una banca, a las seis de la tarde, y no se movía de ahí porque le decían que si lo hacía, los fantasmas le iban a hacer algo…

GGM. ¿Tú sabes que esa es una imagen de mí mismo que está allá en La Hojarasca? La Hojarasca como tú recuerdas, es un monólogo a tres voces -por decirlo de alguna manera- de un abuelo, su hija y su nieto, en torno a un cadáver. Que si lo piensas con mucho cuidado, es otra vez la misma estructura y el mismo planteamiento dramático del otoño del Patriarca.

Y si lo piensas con un poco de cuidado y me perdonas por una vez la pedantería de ser erudito -que son las cosas que más vergüenza me dan en la vida- es otra vez el mismo drama de Antígona tratando de enterrar el cadáver de su hermano, al cual el dictador Creonte no deja enterrar. Un tema que fue tratado, primero por Sófocles, después por Eurípides, después por Anui, antes por Séneca, y después humil- demente en La Hojarasca. Después humildemente en ‘El otoño del patriarca’. Te digo toda esta cosa y te hago todo este rollo, erudito… porque otra cosa de los críticos es la manía de andar buscando que este tema no es original porque fue tratado por este. No hay temas originales en la historia universal. En la historia de la literatura universal hay 36 situaciones dramáticas de las cuales nadie se puede salir. Yo creo que son menos de 36. Pero lo que te estaba diciendo era que el tema de la expectativa alrededor del muerto, del hombre insepulto, del cadáver ante el cual hay dificultades para que sea sepultado, es bastante antiguo. Fue tratado en La Hojarasca, fue tratado en el Otoño del Patriarca…

Te hacía todo este largo recorrido, y todo este pedante recorrido por la literatura universal, para decirte que la imagen del niño sentado, muerto de miedo, es efectivamente un tema recurrente en mis libros, en mi obra, si se me permite decirlo, con una modestia que seguramente los críticos no me perdonaran. Y es una imagen que yo recuerdo perfectamente en la vieja casa de Aracataca: que la forma que habían encontrado mis abuelos a partir de las seis de la tarde, para no tener que estar pendientes de mí, para no estar ocupándose del niñito este en esa casa grande, era que sencillamente, decían, “siéntate en esta silla y no te muevas. Porque si te mueves y te vas a ese cuarto, ahí se murió la tía Petra. Y aquí se murió el tío Nicolás. Y allá se murió Petronila”. Y entonces a mí me mantenían quieto a base de terror.

Y, sin embargo, la imagen del niño aterrorizado, siendo yo mismo, que yo recuerdo, no es aquella de la casa de Aracataca, sino cuando era periodista, en Bogotá, que de El Espectador me mandaron a Medellín a que hiciera un reportaje. Creo que el primero, además. En Medellín hubo dos derrumbes de tierra, una cantidad de muertos, y entonces me dijeron, “te vas a Medellín, investigas qué fue lo que pasó”, y yo recuerdo perfectamente, me instalé en el hotel y hasta entonces todo iba muy bien. “Hasta ahora muy bien -pensé- pero ya no puedo darle vueltas a esto, tengo que salir y hacer lo que me mandaron a hacer”. Y salí a la calle y estaba lloviendo, y para mí es un instante de enorme felicidad el que estuviera lloviendo porque era un pretexto que me ponía a mí mismo para poder aplazar el problema de tener que ir a averiguar qué era lo que había pasado.

Y me recuerdo perfectamente a mí mismo -ya en este momento tenía 23, 24 años- viendo que escampaba y que a medida que escampaba me daba cuenta de que tenía que afrontar la realidad. Y en ese momento me acordé de cuando estaba en Aracataca, sentado en el asiento, temiendo que allá se había muerto la tía, que allá se había muerto el tío y aquí se había muerto la prima. Y yo me daba cuenta que ese terror que tenía en aquel momento en Aracataca y que me lo habían convertido en el terror concreto, en el abstracto terror concreto de los muertos que salían, era el mismo que tenía cuando debía enfrentarme por primera vez a la realidad. Y en ese momento me di cuenta de dos cosas: una, que a la hora de afrontar la realidad, todo el mundo, absolutamente todo el mundo está solo. Y dos, que todo el mundo, absolutamente todo el mundo, tiene miedo… Fue una gran enseñanza para mí. Porque ese día me di cuenta de algo que los años me han ido permitiendo: que por la mañana, al despertarse, todo el mundo, absolutamente todo el mundo tiene miedo. Y fue una enseñanza muy importante, porque durante muchos años creí que era solamente yo. Y cuando supe que todo el mundo tenía miedo, pensé que probablemente nadie tiene más miedo al despertarse por la mañana que los presidentes de la República. Y ese día seguí despertando con mucho miedo, pero aprendí a tenerle menos miedo al miedo de por la mañana.

PARTE 7: EL MIEDO, EL PODER Y LA SOLEDAD

GCC. Hablando de miedo y de soledad, al leer ‘El otoño del patriarca” vi que usted no le tiene miedo a los muertos, porque él dictador, que está aparente solo, se siente acompañado por el cadáver de Bendición Alvarado. Se va el cadáver y él luego tiene vacas en su casa. Entonces eso muestra que su miedo no es a los muertos sino a la soledad… ¿Cómo surgió Bendición Alvarado? ¿Qué quiere mostrar con ella? Bendición Alvarado y luego Leticia Nazareno, que es una monja, o una novicia con la que él se casa después…

GGM. Yo creo que en el fondo es una sola. Bendición Alvarado, aparte de esto, no tiene ningún misterio. Es la madre del dictador. El dictador, probablemente dirán que es un personaje edípico. Yo no creo que es un personaje edípico. Yo creo que es el personaje… Es un hombre que depende de una mujer, de modo que en el fondo es la metáfora de todos los hombres, querámoslo o no.

GCC. Desembocando en estas dos ideas, que son el poder y la soledad, y a la vez son los ejes de su obra, ¿qué relación hay entre el poder y la soledad? Usted parece decirlo muchas veces: “El que llega al poder se queda solo”. O, “un hombre cuando llega a la fama se queda solo”. Entonces yo quiero preguntarle si ese es problema de su imaginería o es su caso personal. Usted dijo una frase hace una hora: “Lo único que no estaba previsto era la fama”. Entonces encuentro todo esto en una mezcla y me pongo a pensar en el poder y la soledad. La fama y la soledad…

ENTRE LA FAMA Y EL PODER

GGM. Sí, en realidad yo creo, mirando hacia atrás, que entre la fama y el poder hay una relación bastante estrecha y son las posibilidades de aislamiento que ambos tienen. Es decir, las posibilidades de aislamiento, de soledad en el poder. Creo que es una ilusión bastante vieja. E inclusive un poco mecánica. Se refiere a que la persona que tiene el poder, está un poco a merced de quienes le informan. Es decir, el contacto con la realidad no es directo sino que pasa a través de muchos intermediarios, en el caso del poder. Yo conozco una excepción bastante válida que es la de Fidel Castro, a quien conozco personalmente; con quien he conversado largas horas… Es una persona extraordinariamente bien informada. Pero Fidel Castro está permanentemente preocupado por combatir la soledad del poder. No sé si lo hace consciente o inconscientemente. Pero Fidel está constantemente interesado en obtener información directa. Es uno de los hombres mejor informados que yo conozco y probablemente, uno de los menos solitarios. Ahora bien: la fama es otra cosa, porque de eso sí puedo hablar yo por experiencia personal. Hay una cosa que yo sé, y que puedo decir: es que si algo puede conducir rápidamente y gravemente a la soledad, es la fama. Porque, a partir de un momento, uno no sabe ya dónde está parado. Ya no sabe quién es ni qué es lo que piensan de uno. Entonces hay que aprender a defenderse de eso. Yo la única defensa que he encontrado y que me parece eficaz, contra las posibilidades de aislamiento, las posibilidades de soledad que trae la fama, es matenerme fiel a mis amigos. Yo creo que a través de esta cosa catastrófica que me ha sucedido a mí, que es haberme vuelto famoso de la noche a la mañana, he logrado conservar todos mis amigos.

LOS HOMBRES Y LA LITERATURA

GCC. La literatura y los hombres…

GGM. ¿Por qué la conquista del espacio es un fracaso desde el punto de vista espectacular, desde el punto de vista del interés de los seres humanos? ¿Por qué a los seres humanos no les interesa más la conquista del espacio? Porque no se han encontrado seres vivos. Porque no se han encontrado seres humanos. Si hubieran encontrado un marciano, siquiera de “este” tamaño, en este momento la conquista del espacio sería el espectáculo más extraordinario y toda la humanidad estaría pendiente de eso. Mientras no encuentren otro ser humano en algún lugar del universo, la conquista del espacio será un fracaso. Es exactamente el problema de la literatura, el problema del arte. Mientras el arte y mientras la literatura no le transmitan a los lectores, a los espectadores, un problema de la vida, un problema de los seres humanos, es un fracaso completo.

LO QUE DICEN LAS ENCUESTAS

GCC. Un grupo de estudiantes de Filosofia y Letras consultó con las personas que han comprado ‘El otoño del patriarca’. Querían sondear la realidad nacional o el nivel cultural del país a través de la encuesta. Y encontraron que el 72 o el 74 por ciento de las personas que lo han comprado, no han pasado de la página 40.

GGM. A mí, con toda la modestia que soy capaz, que no es mucha, pero es un poco, me gustaría que hicieran la misma encuesta dentro de la misma zona de lectores. Que hicieran la misma encuesta con el Quijote, con Gargantúa y Pantagruel, o con Edipo Rey de Sófocles, por ejemplo. Yo quisiera saber, (y es una curiosidad que tengo, ya no es cuestión de responder a esta pregunta) de qué página hubieran pasado con esos libros. Estamos en Colombia, en un país, donde el índice de analfabetismo, según las estadísticas es de un 40%. Yo creo y tienen que demostrarme lo contrario que las estadísticas son falsas. Yo creo que el índice de analfabetismo en Colombia está casi en el 80 por ciento. Entonces a mi me parece perfectamente natural que una novela con las exigencias culturales de ‘El otoño del patriarca’, ofrezca una dificultad mucho mayor que ‘Cien años de soledad’. Ahora bien: un escritor tiene que tomar en cuenta el índice de analfabetismo de los lectores para escribir sus libros? Es decir, ¿tiene que bajar el nivel digamos de comprensión cultural de esos libros hasta el nivel cultural de los lectores? O, ¿tiene que escribir el libro como cree que debe ser y esperar a que tarde o temprano los lectores alcancen el nivel cultural de ese libro? Yo creo que es la segunda posición la que se debe adoptar. Es decir, la obra literaria debe estar al nivel cultural que el escritor considere que debe estar. Y ese mismo escritor, y todos los escritores, y toda la gente que sienta a su país y que considere que la humanidad debe seguir hacia adelante, debe trabajar en el sentido de que los lectores, mediante una culturización interna, que no será posible sino mediante una revolución, alcance el nivel cultural, al punto de comprender esa obra.

PARTE 8: “A LOS RICOS LES DA RABIA QUE LOS POBRES SEAN RICOS”

GCC. Ahora, démosle un viraje de noventa grados al diálogo: Voy a pensar en su posición política, en su convencimiento de la necesidad de una revolución, pero también en su cuenta bancaria. En que usted es un hombre muy rico que habla de revolución. La mayoría de la gente encuentra una contradicción en eso….

GGM. Ojalá fuera muchísimo más rico para hablar muchísimo más de la revolución. Primero, porque para hacer una revolución en un país como este, se necesita muchísima plata. Porque también la revolución, en cierto aspecto, es un problema de plata. Pero no hay ninguna contradicción, además, entre ser rico y ser revolucionario, siempre que sea sincero como revolucionario y no se sea sincero como rico. Todo depende de la posición en que se esté.

Mira: esto nos conduce a un equívoco que existe en todas partes y que es un equívoco fomentado, por supuesto, por los capitalistas. Y es que los revolucionarios tienen que estarse muriendo de hambre, porque de acuerdo con una definición que hizo alguien interesado en los Estados Unidos, el socialismo es la repartición de la pobreza. ¡No! Yo creo que el socialismo es la repartición de la riqueza. Cuando tratamos y/o queremos hacer la revolución socialista, no es que queramos que los que tienen buenas casas y buenos automóviles y comen bien, no tengan buenas casas y buenos automóviles y no coman bien. Sino que los que no tienen automóviles, y los que no tienen buenas casas y los que no comen bien, tengan buenos automóviles y tengan buenas casas y coman bien. Yo, hasta este momento y en este momento, tengo la suerte y la posibilidad de tener una buena casa, un buen automóvil y de comer bien.

SACRIFICARLO TODO

GGM. Me gusta la buena vida. Y eso me permite ser más revolucionario que cuando no sabía lo que era eso. Porque ahora sé lo que les está faltando a los que no lo tienen. Y estoy dispuesto a sacrificarlo todo. Y trato de decirlo con la menor solemnidad posible, pero estoy dispuesto a sacrificar inclusive mi vida, porque todo el mundo conozca lo que yo conozco ahora. Que es la buena vida. Ahora bien: eso se dice fácilmente, pero tiene muchos problemas. Yo en este momento debía de ser uno de los hombres más ricos de Colombia. Y no soy uno de los más pobres. Pero no soy tan rico como la gran prensa y el capitalismo han tratado de hacerlo creer.

Porque el escritor es tan explotado como cualquier obrero.

$500 EN DIEZ AÑOS

GGM. Probablemente ningún escritor en lengua castellana ha vendido tantos libros como yo, en tan poco tiempo. Déjame ir un poco atrás. Esto no sucedió de milagro: yo publiqué mi primer libro en 1955, hace veinte años. Por mi primer libro yo no recibí ni un centavo de derechos de autor. Mi segundo libro fue ‘El coronel no tiene quien le escriba’. Se publicó en 1960. Tuve 500 pesos de derechos de autor. Luego publiqué otro y otro: había publicado cinco libros. De 1955 a 1965, en diez años, había recibido en derechos de autor, 500 pesos. ¡En diez años! Es decir, si tú divides por mes, saca la cuenta a cómo me sale el sueldo mensual en diez años. Quinientos pesos en diez años, a cómo me sale el sueldo mensual? Publiqué Cien Años de Soledad. Entonces fue como la explosión de todos mis libros anteriores. Del que más se había vendido cuando yo publiqué ‘Cien años de soledad’, era probablemente de ‘La mala hora’: Se habían vendido setecientos ejemplares. En toda la América de lengua española. ¡Setecientos ejemplares! Cuando el editor argentino me dijo que de ‘Cien años de soledad’ se iban a publicar ocho mil ejemplares, yo le escribí una carta diciéndole que fuera un poco más prudente, que estaba exagerando y podía clavarse. Lo publicó en mayo de 1967, calculando que de mayo a diciembre vendería los ocho mil ejemplares; los vendió en tres días, en la entrada del Metro de Buenos Aires. Todavía fue el fenómeno. Entonces empecé a recibir derechos de autor poco a poco.

Porque hay una cosa que los propios lectores no saben: es, cómo es la estructura de la industria editorial. A cualquier lector, o cualquier persona a quien yo le diga que en nueve años, en castellano se han vendido tres millones de ejemplares de ‘Cien años de soledad’, cualquier persona que sepa que en ese mismo tiempo Cien Años de Soledad ha sido publicado y traducido, en veintiún idiomas, se imagina que esa es una enorme cantidad de dinero, Ahora, hagamos cuentas, porque hay gente que tiene un gran pudor por hablar de plata. Yo no tengo ningún pudor de hablar de plata. Para mi la plata no es más que un tranquilizante nervioso. Es una especie de valium. Es decir, el que tiene cómo resolver sus problemas tiene los nervios más tranquilos que el que no tiene el modo de hacerlo. No es nada más. Es una cosa absolutamente material. Es la representación, es el símbolo del trabajo.

Ahora a cualquier persona que le digamos que hemos vendido en nueve años tres millones de ejemplares de ‘Cien años de soledad’, semeja que esa es una enorme cantidad de dinero. Porque, generalmente, el lector no sabe quién es el dueño del libro. Cada peso que el lector paga por un libro, está repartido así: 50% para el editor, que por supuesto carga con los gastos de la edición. 20% para el distribuidor. 20% para el librero y 10% para el autor. De ese diez por ciento vienen descontados los impuestos y viene descontado otro diez por ciento de los derechos del agente: es un diez por ciento bien gastado porque el agente es la persona que va y pelea con el editor. Entonces quedamos que por cada peso que el lector paga por un libro, al autor le corresponden ocho centavos. Si tú tomas en cuenta que mis contratos de libros son hechos en la Argentina, en pesos argentinos, y que la Argentina en nueve años ha tenido una devaluación, ¿de cuánto en nueve años?

GCC. Dos mil por ciento.

PURA FICCIÓN

GGM. Entonces coge lápiz y papel y verás que es una pura ficción lo de mis derechos de autor. (Vamos a seguir para adelante). Cien Años de Soledad -para hablar solamente de un libro- se ha traducido a 21 idiomas. Es un dato espectacular, extraordinario y poco común. Pero esos 21 idiomas ¿qué significa? Suecia, tres mil ejemplares. En Holanda, cinco mil ejemplares. En el Japón, donde fue un éxito, diez, doce mil ejemplares. Las países donde más se leen mis libros son, en castellano, América Latina y España. (En Italia el editor está atrasado cuatro años en el pago de derechos de autor. Eso quiere decir que si mañana me paga, me está pagando con los intereses de mis derechos de autor). Otro país donde los libros se han vendido espectacularmente, en la Unión Soviética. Allí la primera edición de ‘Cien años de soledad’ se hizo en la Revista de Literatura Extranjera, con un millón de ejemplares. Más unos trescientos o cuatrocientos cincuenta mil ejemplares que se hicieron después. Además vendidos en dos meses, espectacularmente. La Unión Soviética no pagaba en esos momentos derechos de autor. Ahora los paga. Hace dos o tres meses, o seis meses, ingresó al pacto internacional, mediante el cual se pagan derechos de autor. Pero en ese momento no se pagaban. Pero veamos un caso que es bastante más interesante: en los Estados Unidos. Allá ‘Cien años de soledad’ fue Best Seller en la edición principal. Es decir, en la edición de pasta dura se vendieron 19 mil ejemplares. Ha sido un éxito, y un éxito notable en la edición de bolsillo. Se está vendiendo, hasta el momento, más de medio millón de ejemplares. Es un récord para el escritor de lengua castellana. Pero en las ediciones de bolsillo hay algo interesante: las contrata el Editor principal, lo que quiere decir que el autor no va ya en el diez por ciento del precio del libro, sino en el cinco por ciento. Y tiene que compartirlo con el editor principal. Entonces, de cada dólar de la edición de bolsillo (que es el precio que tiene, un dólar), cinco centavos son para derechos de autor, dos y medio de esos cinco centavos son para el editor principal. Dos y medio centavos son para el autor. De los cuales en Estados Unidos se descuenta el 30%, por anticipado para los impuestos. Y el 10% para el agente.

Esto quiere decir, sencilla y dulcemente, que yo tengo que seguir trabajando permanentemente para seguir viviendo. Ahora bien, aquí tampoco te quiero hacer el cuento de la miseria. ¿Te has leído las historias de mis grandes mansiones en el mundo? Las descripciones que se hacen son espectaculares. ¿Y tú sabes que yo las dejo y nunca las rectifiqué? ¿Sabes por qué? Porque yo sé que a los ricos les da mucha rabia. Porque a los ricos les da mucha rabia que los pobres sean ricos Entonces yo dejo que prosperen esas leyendas. ¿Tú sabes que yo no había tenido nunca en mi vida, desde que nací, una casa propia hasta este año de 1976? Yo me muero de risa y me divierte mucho cuando leo sobre mi mansión en Barcelona. Mi mansión de Barcelona es un apartamento alquilado por el cual pagaba 180 dólares de alquiler. (Que ahora se lo dejé a mi maestro Guillermo Angulo, que es cónsul de Colombia en Barcelona y que sigue pagando los 180 dólares que no podría pagarlo si no fuera así, porque los cónsules de Colombia en ninguna parte del mundo podrían pagar más de alquiler de 180 dólares). Esa es mi mansión de Barcelona.

Yo tengo una casa en Cuernavaca que son mil metros cuadrados de terreno con un dormitorio. Y una casa en México, que es una casa muy bella: una vieja casa que compré y que la restauré yo, trabajando con los albañiles. Pero esto no se lo cuentes a nadie, pues yo necesito que mi fama de millonario continúe. Porque se ha dado el caso de que he ido a hacer un préstamo a un banco y me lo han autorizado sin firmas, sin referencias, sin fiadores de ninguna clase. Porque esa mañana en el periódico habían leído que yo era uno de los hombres más ricos del mundo.

Y TUVIMOS TELEVISIÓN A PESAR DE LAS MONTAÑAS

Y TUVIMOS TELEVISIÓN A PESAR DE LAS MONTAÑAS

Cuando aún no se pensaba en satélites, a sus 22 años, Fernando Gómez Agudelo creó el único sistema para superar la mole de Los Andes. 

Por: Germán Castro Caycedo

———————————-

Sí. Sesenta años de la televisión colombiana. En páginas y páginas de la prensa escrita, en la radio, en espacios del mismo medio se ha hecho una evocación. 

Los historiadores han salido de detrás de las puertas y regresado con  imágenes de actores de telenovelas de ayer, de actrices maduras y menos maduras, de cantantes, de algunas orquestas. 

Sí. Sesenta años. Pero han olvidado o realmente ignoran lo fundamental de aquella historia: el nacimiento de la   televisión en un país condenado a no tenerla, por lo menos más allá de algunas calles bogotanas, sencillamente porque la mole de Los Andes lo impedía. Así de fácil. 

Es que entonces —por lo menos en nuestro medio—, nadie imaginaba siquiera que algún día existirían los satélites, y para sustituírlos hubo la necesidad de inventar, sí, inventar un sistema diferente a lo que se conocía hasta entonces.

Era 1953. Corrían los primeros meses de la dictadura de Rojas Pinilla y la Radiodifusora Nacional de Colombia era un medio fundamental por su gran sintonía y porque, entre otras cosas, portaba la voz oficial de los gobiernos.

Allí, Fernando Gómez Agudelo, un joven abogado recién graduado —22 años— melómano y, ante todo un visionario, realizaba su programa de una hora con música clásica los días domingos, pero ya en el nuevo gobierno y por su cultura sólida especialmente en lo musical, fue nombrado director de aquella institución, entonces muy a la zaga especialmente en el campo técnico.

Teresa Morales de Gómez, su esposa, recuerda hoy cómo en ese momento “Él sabía que se habían experimentado cambios asombrosos en materia de comunicaciones, gracias al impulso que les había dado la Segunda Guerra Mundial y los adelantos estaban entonces al alcance de todo el mundo”.

“Al llegar allí, por ejemplo, él ordenó importar desde modernos y poderosos transmisores, hasta cambios de grabadoras, cintas y micrófonos, renovó la discoteca y llevó a figuras de la talla de Otto y León de Greiff. 

Bernardo Romero Lozano dirigía el Radio Teatro. Darío Achury Valenzuela editaba el lujoso boletín de programas que era una obra de arte. Hjalmar de Greiff y Helena Londoño, dos jóvenes musicólogos, tan entusiasmados como Fernando en sacar la Radio adelante fueron responsables de la programación”.  

Más tarde Gómez Agudelo fue citado al palacio presidencial, pero ante todo, allí habló de televisión. Faltaban meses para que Rojas Pinilla cumpliera un año en el poder, y quien dio un veredicto fue Gómez Agudelo: 

— A usted —se le decía Su Excelencia— el país tiene que  escucharlo, pero ante todo ver-lo, fa-mi-lia-ri-zar-se con su imagen a partir del próximo 13 de junio—, le dijo el joven.

Rojas ya había visto la televisión en un viaje a Alemania. Gómez Agudelo no la había visto nunca, pero al escucharlo, parecía como si a Rojas Pinilla se le levantaran los pelos en forma de rayos, los ojos se le transformaran en cruces y su dentadura luciera resquebrajada. Y cuando pareció volver a respirar,  

— Sss… ¡Sí! 

Sí, pero Gómez Agudelo tenía poco menos de siete meses para montar un desafío de tanta magnitud: era noviembre de 1953.

Desde luego, para armar tamaña empresa, comenzaría por Estados Unidos donde se encontraba su hermano Ricardo, físico y matemático que años más tarde se incorporaría a la NASA.

“Su primera reacción fue llamar a Ricardo para contarle lo que estaba ocurriendo. Ricardo, adivinando las reacciones de todo tipo que semejante empresa iba a desencadenar, le pidió que no hablara con nadie.

“— Trae un mapa de Colombia lo más detallado que sea posible y vente para el MIT, (Instituto Tecnológico de Massachusetts). Yo reúno aquí a los mejores físicos especialistas en radiación y ellos te podrán ayudar”, le dijo.

Desde luego, su plan allí no tenía para él grandes secretos: se trataba de documentarse hasta en un mínimo detalle del mundo técnico, luego escoger marcas, fábricas, adquirir cámaras de estudio, otras para utilizar en  transmisiones a control remoto, desde luego equipos, plantas, antenas y cuantas máquinas e instrumentos auxiliares para darle forma al punto de partida de la emisión de señales, para manejar sonidos, para conformar sistemas de iluminación. En dos palabras, responder a las complejas y hasta ahora desconocidas entrañas de un mundo al que acababa de asomarse.

Pero aparte de esta locura, lo esperaba, más que un  enigma, un problema aparentemente insalvable en aquel momento y desde los Estados Unidos,  como era la emisión de las señales producidas en los estudios a través de la geografía de un país con una soberbia cadena de montañas, de picos nevados en forma permanente a pesar de encontrarse en el corazón del Trópico, de páramos arropados por borrascas y más allá, valles en diferentes altitudes. Se trataba de obtener una señal nítida de imagen y sonido que cubriera todo el territorio colombiano.

La labor de vertebrar esta primera fase implicó primero una gran investigación sobre el mundo de los elementos que debían ser importados en forma inmediata, para lo cual era necesario escudriñar en la industria estadounidense.

Pero en torno a la segunda fase, la de la emisión, no parecía haber ni una solución aceptable en aquella época. Con su hermano Ricardo, apoyados en el concepto de técnicos y expertos en diferentes áreas, analizaron lo que planteaba la geografía de Colombia y finalmente, emergió la figura de Alemania.

¿Cómo?

A través de un sistema para lograr que la señal volara de cúspide en cúspide sobre las montañas, digamos, guiada y reproducida por equipos cuyos núcleos en términos generales, podrían llamarse módulos.

Si los módulos permitían realizar aquella quimera, si se lograba este milagro, Gómez Agudelo estaría creando todo un sistema de emisión de televisión, diferente en aquel momento a lo que existía en el resto del mundo.

Teresa Morales de Gómez, su esposa, recuerda hoy:

“En Boston, Fernando y sus consejeros llegaron a la conclusión de que Colombia por su topografía necesitaba cierto tipo de antenas y de transmisores que irradiaran hacia un área determinada —unidireccionales, recuerdo, y no omnidireccionales— y le recomendaron las fabricadas en Alemania por la Siemens & Halske de Munich. 

“Esas se adecúan perfectamente a las necesidades colombianas, le dijeron. Él aceptó el consejo”.

671133466.653618 1 1

ALEMANIA

Era necesario partir hacia Alemania sin perder un solo día. 1953 se cercaba a su final y la inauguración de la televisión colombiana debía ser el 13 de junio de 1954. Ni la víspera, ni el día siguiente. El día 13 se conmemoraría el primer año de la subida al poder de Su Excelencia el Señor Teniente General Jefe Supremo, Gustavo Rojas Pinilla

Las referencias y contactos de Gómez Agudelo en Alemania empezaron a girar en torno a la Siemens y desde sus primeros contactos comprobó que  aquellos módulos o conjuntos de equipos a partir de antenas especiales, al parecer era lo que realmente necesitaba para superar la mole de montañas de Colombia, y que en relativamente poco tiempo podría importarlos, 

Entonces sí viajó a través de París, compró un abrigo de invierno con la esperanza de verse un poco mayor y se lanzó a Alemania solo, a enfrentar a la nube de ingenieros que lo estaban esperando para que tomara decisiones.

Más tarde, se acercó en forma especial al ingeniero Wilhelm Puth, a quien finalmente se trajo a Colombia en compañía de un equipo conformado por aquel.

Desde entonces, el doctor Puth, se convirtió en la mano derecha de Gómez Agudelo en el complejo campo de la emisión de la señal.

“Puth había trabajado en la radio de Hamburgo y después pasó a Berlín a trabajar con la principal emisora alemana.

“Cuando estalló la Segunda Guerra mundial fue coronel de comunicaciones en Berlín. Pasada la guerra viajó a los Estados Unidos para vincularse al Departamento de Estado, estaciones de onda corta que originaban sus señales buscando a la Unión Soviética, y en Washington recibió la oferta de Fernando para que viniera a trabajar aquí”. 

“Desde luego, él era un hombre de radio y venía inicialmente para montar los equipos Telefunken que había adquirido la Radio Nacional y tuvo que adaptarse al montaje de los Siemens adquiridos para la red de televisión, y a manejar el relevo de unos técnicos cubanos por un equipo de colombianos.  

ADELANTE

A su regreso de Alemania, diciembre de 1953, Gómez Agudelo le había dicho a Rojas Pinilla: 

— Tengo sólo seis meses para comprar, buscar, decidir… 

Rojas le contestó:

— Usted puede. Claro que puede… Pero si empieza ya.

Aquí mismo, “él sometió su proyecto al dictamen de un experto belga, Jacques Jumiaux, quien concluyó que en el campo técnico no había nada que  desear, y destacó el uso de las antenas unidireccionales escogidas, con las cuales se podría cubrir al país con muy pocas estaciones repetidoras.

“La instalación de estas antenas despertaba entonces escepticismo. Sin embargo, Fernando sabía que  su ganancia era muchísimo mayor que la de las utilizadas hasta entonces. Por este motivo se le exigió al fabricante una altísima garantía de funcionamiento:

“Como en él se excluían aquello de la fuerza mayor y el caso fortuito en las condiciones del contrato fue necesario que enviaran un segundo equipo por barco, previendo que pudiera caerse el avión en el cual venían los elementos principales”.

Resumiendo una historia basada en descripciones eminentemente técnicas, en problemas y soluciones que algunas veces parecen mágicas para quien no es un experto, los módulos fueron embarcados en Alemania a finales del mes de diciembre de l.953.

Pero, oh gloria inmarcesible: equipos y personal técnico que venía a apoyar su montaje fueron embarcados en un avión de KLM, Compañía Real Holandesa, y cuando se produjeron los primeros contactos con el avión, el director de la Aeronáutica Civil echó mano de todo su poder y dijo que esa nave no podía tocar tierra colombiana: 

— No tenemos ningún convenio con Holanda ¡Fuera ese avión!

Gómez Agudelo se comunicó con Rojas Pinilla, y… 

— ¡Fuera el tipo de la Aeronáutica! En su remplazo queda nombrado Fernando Gómez Agudelo.     

En la construcción de la red de emisión creada por Gómez Agudelo, apenas semanas antes de la inauguración de la televisión, “el ingeniero Wilhelm Puth fue decisivo, por ejemplo, en el montaje de un punto muy difícil localizado en el cerro Gualí, en El Ruiz, a 36 kilómetros de Manizales y a 4.850 metros de altitud sobre el nivel del mar. 

Este era el centro de la cadena y allí se instalaron las antenas unidireccionales para enlazar con los otros módulos o repetidoras.

Luego Puth intervino en la instalación de aquellas que cubrían a Boyacá, la costa Caribe, el Cauca y los Santanderes”.

¿Y los estudios?

Pues, fuera también a una pequeña calle cerrada que cruzaba paralela a la Biblioteca Nacional en pleno centro de Bogotá. Allí levantaron con la celeridad que imponía aquello, muros, techos, accesos, cuanto se requería para darle forma a unos estudios, además de espacios adecuados para cuantos equipos llegarían de Alemania y los que se importarían de los Estados Unidos destinados a la producción de programas, etcétera, etcétera.

En cuanto al manejo de los estudios y todo el complejo que los rodea, también cualquier experiencia anterior era, cero. Así: c-e-r-o, pero como ya el corto recorrido de Gómez Agudelo era intenso, dijo para sus adentros: ¡Cuba!

Comenzaba 1954 y a través de contactos en Estados Unidos se había enterado que en la isla había personal suficiente que podría venir en un principio, tanto para producir la señal con la imagen y la voz de Su Excelencia, el Señor Teniente General Jefe Supremo de la República de Colombia, el siguiente 13 de junio a las tres y treinta de la tarde, como también para entrenar luego en el campo técnico a operarios colombianos.

Se fue para Cuba:

— Yo, televisión, Colombia, canal, expertos…

— Sí, televisión, Colombia, pero a usted no lo recibimos porque usted venir de una dictadura militar, le respondieron. 

(Vaya una ironía ¡Allí mandaba el dictador Fulgencio Batista!).

Lo cierto es que Goar Maestre, entonces zar de la televisión cubana, dueño de CMQ, es decir, Canal 11, no lo recibiría.

¡Fuera!

Sí, pero es que más allá, un grupo importante de técnicos de estudio y de sonido y de imagen y de cuantas áreas exige el funcionamiento de un canal de TV estaban siendo lanzados a la calle porque el Canal 4 se hallaba en plena liquidación.

Aquel era un equipo ya conformado que no necesitaba ningún entrenamiento.

¿Fuera? 

“Fernando los localizó, les contó lo que estaba haciendo en Colombia y les dijo que los necesitaba con urgencia.

“Él recordaba:

“Hablé con cada uno de ellos y les dije, caminen, con sus mujeres, sus niños, sus perros y sus gatos. Con todo. Se van todos conmigo en el avión… Eran una maravilla de operadores. Llegaron el 26 de mayo y tenían que comenzar su trabajo dos días después”.

Entonces ya le habían dado los últimos toques a la construcción de la primera sede de nuestra televisión, en aquella callecita cerrada a un costado del Museo Nacional. 

En aquel momento, él llamaba a Inravisión La Torre de Babel porque allí había logrado seleccionar y reunir técnicos y expertos de Alemania, Estados Unidos, Cuba y Brasil.

EL PRIMER PASO

Finalmente llegó el día de Su Excelencia el Teniente General Jefe Supremo. Se trataba de realizar un “control remoto” desde el palacio de gobierno, algo muy, muy complicado en aquel momento, pero Gómez Agudelo con la ayuda de Wilhelm Puth y su gente lo lograron.

A esa hora estaban encendidos en los cuatro puntos cardinales de Colombia algunos cientos de televisores, importados por un comisariato de las Fuerzas Armadas que se vendían en las capitales por unos pocos pesos.

     Y a esa hora, bajo un torrencial aguacero que azotaba a Bogotá, salió al aire la figura de Rojas Pinilla con una banda tricolor y el marco del himno nacional:

Nacía la televisión en Colombia.

UN DÍA DE “TRABAJO” EN LA DIMAYOR

UN DÍA DE “TRABAJO” EN LA DIMAYOR

Medio: Deporte Gráfico.

Fecha: 02 de abril de 1968.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Humberto González.

Cuando el gerente de la Dimayor, León Londoño, entró en su oficina, eran las 11 y cinco minutos de la mañana. La secretaria había abierto las puertas a las nueve El escritorio tenía una leve capa de polvo y algunos pocos papeles estaban revueltos sobre el vidrio.

Desde la hora en que la Dimayor comenzó a funcionar, hasta la llegada de León Londoño, el teléfono sonó 32 veces para preguntar. 8 eran llamadas de larga distancia. La secretaria se trasladaba lentamente desde su escritorio hasta la mesa donde el timbre repicaba con insistencia:

– ¿Bueno? Sí. Sí, claro, don León aún no ha llegado. ¿Cómo? No. No sé, déjele usted la razón.

A las diez y diez minutos llamó el gerente. La respuesta de doña Leonor, en su dejo samario, cambió en adelante

– Sí, don León acabó de llamar, que llegará en media hora, está con don Teófilo Salinas. – Presidente de la Confederación Suramericana de Fútbol – en el Hotel Continental. Llámelo a esa hora.

El teléfono de la Dimayor no para de sonar un solo segundo. Desde el momento en que el reloj da las nueve de la mañana, hora en que deben llegar el contabilista, “Pacho” Guerra, secretario ejecutivo, y el auxiliar del contabilista. Total, cuatro personas. Sin embargo, Guerra arribó sólo hasta las nueve y 22 minutos, dejó su sombrero verde, su cartera y se marchó nueve minutos después.. “Salgo para Avianca, voy a arreglar algunos pasajes. Si me llaman…”. El regreso fue una hora y media después.

Imagen de WhatsApp 2024 06 26 a las 00.13.11 928dd7d6

VISITA DE BARONA

A las 10 y 26 minutos entró sonriente el entrenador de la selección colombiana al Preolímpico. Un saludo, un cigarrillo… Espera. “El gerente está por llegar, no se impaciente”, dice la secretaria. Sin embargo la antesala de Barona fue más prolongada que lo que calculaba la señorita, pues Londoño llegó a la oficina a las 11 y cinco minutos. El teléfono sonaba. Siempre sonaba sin parar. Y comenzó el bombardeo. Su trabajo se limitó a hablar con Barranquilla, con Medellín. con Cali, con el Santa Fe, con Santa Marta. Más de doce veces repitió el mismo saludo.

«Colombia le ganó al Perú muy bien… el equipo tiene fuerza…¿Cómo? Si, viejo querido. claro. Un “entradón” bárbaro, sí, se nos colaron unas cinco mil personas. La cosa va bien. Con dos partidos más cubriremos el costo del certamen. Nos quedarán de utilidades las taquillas de toda la final.

¿Cali? Desastroso, 17 mil de taquilla. Así no se puede. ¿Las utilidades? Pagaremos deudas y repartiremos el resto entre las ligas departamentales aficionadas. No. No, imposible. No sé cuánto les tocará a ustedes. Si, claro, esa boletería ya fue despachada Sí, sí, que le entreguen el pasaje al delegado del Perú, ya lo voy a ordenar».

Barona esperaba también un pasaje. Media hora después de pedirlo se lo trajeron. Hacía cerca de una hora aguardaba para hablar con Londoño. Este continuaba al teléfono coordinaba, daba instrucciones, fumaba un puro habano, repetía las mismas frases. Barona estaba desesperado… Llegaron Mario Canessa y el “Chato” Velásquez. Aguardaron, escucharon la conversación de Londoño. Luego negaron haber dado unas declaraciones; se disculparon…. “Ninguno de nosotros dijo nada. Eso es mentira ¿Cómo vamos a ir en contra de usted don León?”.

Faltaba media hora para la una de la tarde. hora de cerrar. Llegó Enrique Lara, coordinador del campeonato Preolímpico. Comentó el partido anterior. Londoño repitió por décima cuarta vez su concepto. Fumaron, hablaron de la organización. El diálogo se cortaba a cada segundo por el teléfono “Sí, mi viejo, ya lo ordené, esa boletería está ya en el avión, que abran las taquillas”.

El reloj se acercaba a la una. Faltaban diez minutos. Londoño se apartó del teléfoпо…

“Señor Barona usted me necesitaba?”.

“Sí, don León, claro. Quería decirle, pero sonó el teléfono”.

“Señor Barona, hablemos luego. Me llama el delegado de Uruguay”.

A la una menos dos minutos. “Pacho” Guerra se despidió, luego de haber cambiado impresiones detenidamente con Canessa y Velásquez, con Barona… Durante la mañana bebió tres vasos de agua con hielo sacado del congelador que hay en una oficina contigua a la del gerente.

Imagen de WhatsApp 2024 06 26 a las 00.13.12 3df0e286

TARDE DE PAZ

Tres de la tarde y dos minutos después llegaron la secretaria y el contabilista. A las tres y doce el auxiliar, a las tres y 19 minutos “Pacho” Guerra. Las oficinas de la Dimayor durante la primera hora y media de esta tarde eran “un remanso de paz”. Sólo se movían las moscas y la máquina de la secretaria, que durante todo el día “picó” un stencil con los reglamentos de esa entidad.

A las cuatro llegó Enrique Lara, hizo una llamada de larga distancia, dio instrucciones a Barranquilla sobre una boletería y se fue. A las cuatro y 19 una llamada de Bucaramanga. “No, don León aún no ha llegado pero está don Pacho”. Se lo paso.

Cuatro y media. Hora cúspide. Londoño hizo su entrada a la oficina. Estaba sonriente… Comenzó la sinfonía del teléfono…

“Qué hay, viejo querido Sí, la entrada de Bogotá muy buena. Nos rompieron dos puertas, se colaron unas cinco mil personas.. Cali?, Desastroso 17 mil pesos de taquilla. ¿Cómo? no, no les puedo autorizar eso. Ponganse de acuerdo con América y Santa Fe”.

Londoño colgó:

“¡Señorita! Llámeme a Mario Pumarejo, llámeme al Medellín, pida una conferencia con el Tolima, comuníquese con el Comité de los Preolímpicos…”.

Abrió la única carta que había llegado en la tarde.

– Archívela, señorita.

– Pero, ¿qué está haciendo?

– Los reglamentos de la Dimayor en stencil…

– Caray, caray, señorita. La felicito. Por fin…

Nuevamente el teléfono. Entró el mensajero del comité con algunas cuentas… “¿De qué son?”.

– ¡Don León! Pasajes, pago de lavado y planchado de 80 docenas de ropa de la selección, dos mil pesos de drogas…

Las estudió, las firmó. “¡Joven! Llévese rápido esto. No quiero verlas porque me vuelvo loco. Lléveselas lejos. Nos vamos a arruinar”.

Luego entraron las llamadas de larga distancia. Continuaron las instrucciones a los clubes. Se habló de negocios, de transferencias, de partidos. Se negó a la Selección Antioquia hacer un preliminar a la Selección Colombia… “Piden 5 mil pesos. ¡No viejos, no! La sola Selección Colombia nos llena los estadios”.

Imagen de WhatsApp 2024 06 26 a las 00.13.12 4406c723

ESTÍMULO

Entró Barona. Pidió estímulo a los jugadores. Pidió gallardetes para repartir a sus rivales…

Mientras Perú les había regalado “souvenirs” ellos no tuvieron nada. “Ni un pañuelo viejo para corresponder. No es posible”… A los doce minutos se ordenaron los gallardetes.

“Pacho” Guerra abrió la nevera unas tres veces más. Bebió agua con hielo. Hizo seis llamadas. Averiguó algunos datos. A las seis y treinta minutos tomó su cartera, el sombrerito verde y se despidió…

Barona y Londoño volvieron a hablar… “Don León. Es necesario estimular a estos muchachos. Hay que darles un vestidito”. El tono de voz bajó. No se oyó nada más. Al fi nal dijo el gerente: “Pero ellos, ¿saben lo del premio?”. Nueva ráfaga de llamadas.

“Qué hay, viejo querido… Sí. La entrada de Bogotá muy buena. Nos rompieron dos puertas, se colaron unas cinco mil personas. ¿Cali? Desastroso…. 17 mil pesos de taquilla ¿Cómo? ¿Jugar un doblete con el Junior? Bueno… bueno. Podría ser. Mire, póngame atención. Hagamos esto…”.

Faltan quince minutos para las siete. Calma la tempestad. Londoño se marcha. Tiene los oídos calientes. El teléfono le ha dejado la cabeza al revés. Se va pensando en números, en dobletes, en partidos preliminares. Durante todo el tiempo ha repartido mil instrucciones.

Ha coordinado el campeonato. La secretaria hace el último stencil. Apaga la luz y se marcha. Detrás van el contabilista y el auxiliar. Londoño toma el ascensor. Le parece que la campanilla es su teléfono y trata de devolverse, pero se calma… “Qué hay, viejo querido. Si, la entrada de Bogotá muy buena. Nos rompieron…”.

ESTE DOMINGUÍN DE AHORA

ESTE DOMINGUÍN DE AHORA

Medio: Deporte Gráfico.

Fecha: 29 de marzo de 1967.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Humberto González.

Cuarenta y cuatro años, ni una cana. Pequeño recuerdo de los toros: bajo la mejilla izquierda, unas cuantas arrugas al lado de los ojos.

Luis Miguel había entrado hacía unos segundos al aeropuerto con sombrero austríaco, traje inglés. La primera impresión, un Play Boy luego supe que a más de industrial de caché era un intelectual.

Su conversación giró en torno a todos los temas, desde las artes plásticas hasta la economía. Es curioso; él de los toros apenas sí se asomó a la conversación. “Al retirarme de los ruedos no he hecho lo de los demás toreros: irme al café a vivir del recuerdo; a hablar de aquel toro berrendo… vivir de lo que se fue es morir un poco, y yo todavía no quiero morirme”.

Y ese fue el tono de la charia, dicha elegantemente, con un marco de cultura que coloca a Dominguín a un abismo de todos los toreros. Es sencillo, impresionantemente sencillo, certero en el concepto y amable en cada respuesta. Cuando terminamos creí que solo había pasado medio minuto.

Sencillo, impresionantemente sencillo, certero en el concepto y amable en cada respuesta. Cuando terminamos creí que solo había pasado medio minuto. Los días que siguieron al retiro de Luis Miguel de las plazas tuvieron un lógico fondo de nostalgia por el aplauso, por la bronca, por el toro; pero el problema fue superado totalmente.

«Ahora me proponen veinte corridas… no me interesan, son un problema que ya he resuelto: lo he olvidado”. Dominguín fuma constantemente. La hora de partir el avión que lo llevará a Buenos Aires está cercana. Sin embargo no demuestra afán. “El dinero no acaba con la afición. Lo que sucede es que la gente cuando sabe que el torero tiene dinero exige más y, claro, los problemas son más duros. El caso mío no fue ese. Fue que me marché en el momento preciso conservando la moral. El gran éxito que he conseguido ha sido llenar el vacío que me dejó una profesión de grandes emociones, con otra que no me dejará pensar en nada».

Mientras habla lleva constantemente el dedo al cuello y lo corre nerviosamente por entre el suéter. Es el “tic” característico que salió de los ruedos y fue imitado por cien toreros en todo el mundo.

Imagen de WhatsApp 2024 06 25 a las 23.55.22 8f1d65e0

PERSONALIDAD

Y es que eso es Luis Miguel: personalidad, singularidad. Pienso que bien puede llegar a un sitio donde nadie le conozca y la gente pronto descubrirá en él a un personaje. “He pensado varias veces que en esta época puede ser risible ver a un hombre armado de estoque, metido en un traje de oro, con medias rosadas, y al mismo tiempo un jet volando rápidamente. En principio sabe a romanticismo, hasta a ridículo, pero ese es el contraste que hace a la fiesta interesante, singular”.

Luego mira al techo y a la siguiente pregunta contesta en tono bajo. “En estos últimos veinticinco años he logrado todo por la experiencia, pues lo que uno consigue es por ella. En la vida he hecho tonterías pero así mismo las he enmendado, y si volviera nuevamente a esa edad, pues las volvería a cometer… y las considero necesarias para lograr la madurez”.

A medida que los minutos transcurrían y los altavoces del aeropuerto sonaban; constantemente en varias lenguas, Luis Miguel llevaba la mano al cuello, a la

cabeza, fumaba y ofrecía. Solamente aceptó un tinto, mientras una docena de amigos suyos conversaban en otro rincón de la sala. La estada del industrial en Bogotá fue breve; más sin embargo, no tuvo un solo minuto libre: comidas, cocteles en su nombre, citas de negocios… Pasé dos días tras él para poder hablarle con detenimiento. Cuando lo hice me pareció un triunfo, pues la libreta de su Secretario registraba una cita cada quince minutos entre las ocho de la mañana y las doce de la noche.

UN TEXTO

«Hice mis estudios de bachillerato en Bogotá a fuerza de entradas y boletas para los profesores que me examinaban. No lo niego. Cuando tomé la alternativa apenas leía y escribía. Después… hay que ver lo que he estudiado andando por el mundo. Mi mejor texto ha sido la vida. Hoy que mi posición económica es la de una persona que, como no tiene grandes ambiciones y sabe que puede vivir de pronto con un cacho de pan y otro de queso, como he vivido mucho tiempo, no tiene miedo de perderlo todo. Mi padre me decía: hijo mío, el hombre nace desnudo y cuando muere lo entierran vestido con algo. Así es que…».

Me pregunta qué lenguas hablo y yo le contesto que sólo el Castellano. Ahora, ladrar ladrar, así así, Portugués, Inglés Francés, Italiano, Alemán… La biblioteca de Dominguín tiene cerca de mil volúmenes, los cuales ha dividido por épocas. Una de ellas es la taurina “pero está empolvada”. Hoy tiene poco tiempo para los libros, pues la lectura es su gran pasión. Su problema es ocupar el tiempo y no dejar de pensar un solo minuto para no dar campo a los toros.

La pinacoteca tiene obras de mil autores y vale unos cuantos millones de pesetas: Picasso en todas las épocas, el Impresionismo de 1903, La Era Azul, El Cubismo, Los Temas Negroides y La Guerra Civil Española en una copia original del guernica. Cocteau, Rafael Al- berti, Manuel Viola, el colombiano Obregón…

Pablo Picasso es el padrino de una de sus hijas “y según me ha contado, novio de la otra. No está mal, creo que se puede casar con ella: tiene nueve años. El ochenta y seis”.

Y lo dijo así. Serio. Luego sonrió.

EL INDUSTRIAL

Dominguín es representante de cien firmas europeas y americanas entre las cuales están casas peliculeras rusas, Ecopetrol (para Europa), los Astilleros españoles para todo el mundo. Tiene además varias sociedades en 10 países del Viejo Mundo y otros tantos de América; fábricas propias donde emplea cerca de tres mil obreros y empresas constructoras; productoras de cine y distribuidoras de artículos de importación y exportación a gran escala entre América, Europa y África.

En el fastuoso edificio de Madrid ocupa solamente cuarenta secretarios que supervisan sus negocios.

-¿Cómo es su vida privada?

«Mi rutina es normal cuando estoy en Madrid: me levanto a las ocho de la mañana y llevo a los niños al colegio. Sólo voy a almorzar a casa los jueves, sábados y domingos, que es cuando están ellos allí.

Tengo en total tres hijos, dos niñas y un niño… son muy pequeños. El chico es un vago pero responde cuando se le pincha el amor propio. Siendo un sinvergüenza es sobresaliente en el colegio, donde hace bachillerato en francés y Español y el año entrante, los tres comenzarán con el inglés. La pequeña es la preferida… está en la edad más graciosa de la vida y la mayor es muy grande. Ha crecido mucho… es una espiga».

En los días de “descanso” Luis Miguel se va al campo a trabajar, claro está. Tiene dos haciendas, una cerca a la capital y otra en Andalucía con quince mil hectáreas. 

EL COMIENZO

«Cuando era muy niño todavía, llegué con mi padre a Colombia, mientras mi mamá y mis hermanas se quedaban empeñadas en un hotel de La Habana, pues no teníamos con qué pagar la cuenta y aquí ganamos nuestro primer dinero, con el cual “deshipotecamos” la familia. Aquí es donde arranca la historia… Fue por el año 38».

Al recordar, Dominguín sonríe con cariño.

«Estudié en Bogotá; entrenaba al mismo tiempo y los domingos toreaba. Me ha quedado la pena de nunca haber sido niño. Comencé a torear a los diez años, vivía un ambiente difícil y no pude jugar. Algunas locuras que cometo las achaco a eso… a no haber podido jugar cuando pequeño».

IMPOTENCIA

Los pensamientos del torero más célebre del presente siglo giraron nuevamente en la inestabilidad del tema. Entonces una vez más apareció el arte, las plásticas. Frente a ellas un concepto contundente:

«Posiblemente hay algo de impotencia en el artista moderno, incapaz para el bien hacer: para el logro de las formas clásicas. Desde luego, en los modernistas hay elementos extraordinarios, como Picasso. Al que crea una expresión nueva la gente lo imita, sin saber hacer lo que aquel haya olvidado. Por ejemplo, yo tengo caballos pintados por Pablo. Que tan perfectos que no los podría parir ni la misma yegua».

Cuando hablaba de economía el salón comenzó a llenarse. Las gentes atraídas por el relampaguear de la cámara se arremolinaron en torno al torero que, sin distraerse hablaba lentamente.

«…Hemos logrado en los últimos diez años que todos nuestros productos sean considerados en el mundo, pues anteriormente sólo conseguíamos exportar flamencos, curas y toreros. España ha tenido una evolución muy grande; ahora hay una potencia que no existía hace diez años atrás».

Los altavoces llamaron nuevamente; esta vez para el vuelo a Buenos Aires, y con la despedida, una última pregunta y su concepto de los toreros.

«Ellos son una persona que tiene que estar pensando en su profesión. La entrega mental es fundamental. Entonces no hay tiempo para cultivarse. Si no hay éxito, desde luego el hombre será un fracasado. Si lo hay, vive en medio de mil aduladores que le endiosan y le destruyen. Asimilar el triunfo es de las cosas difíciles de la vida».

– Un momento. Eso de que los libros de toros “están empolvados”. Pero… ¿usted odia la fiesta?

– Tengo un gran respeto por ella y me esfuerzo por olvidarla, porque sería ridículo que hoy volviera a los toros.

COCHISE: “LLENADOR”, AVISPADO Y CANSÓN

COCHISE: “LLENADOR”, AVISPADO Y CANSÓN

Medio: El Tiempo.

Fecha: 26 de septiembre de 1971.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro.

Aquel 22 de diciembre la vida de Victoriano Rodriguez había comenzado a escaparse lentamente. Ese campesino de piel endurecida por los hielos del amanecer y el sol picante de las montañas antioqueñas debió comprender que la batalla estaba próxima a terminar.

“Vallecitos”, con sus grandes extensiones de cultivos, le había parecido incontrolable en los últimos meses, porque su energía estaba minada por una enfermedad que le corroía el corazón. Frente a él, a su esposa, a sus hijos, acaso la última esperanza era la ciudad, de la cual conocían muy poco, pero cuyo reflejo de mayores comodidades no desconocían del todo. Por lo menos allí habría médicos.

En el campo cada amanecer había significado un reto para Victoriano, porque detrás de él había varias bocas que esperaban en las últimas horas de la tarde su regreso con los 80 centavos que le significaban su jornal de mayordomo.

Cuando aquel día los ocho tomaron el camino de Medellín se convirtieron en una familia de inmigrantes, Victoriano vería por última vez a “Vallecitos”. Adelante marchaban Francisco Román, uno de los hijos de su primer matrimonio, de quien debía depender estos últimos días de su vida; Gertrudis, su esposa; Teresa del Niño Jesús, Carlos, Gabriel, Celina y Alicia, sus pequeños hijos.

La ciudad los aguardaba con una inmensa casa solariega en la periferia, de la que hoy recuerdan solamente los extensos corredores de ladrillo, la puerta del campo, las habitaciones oscuras y la nube de zancudos que no los abandonó ninguno de los atardeceres que pasaron allí.

image 12

Pero Medellín, una ciudad que les pareció inmensa en el segundo año de la década del 40, significaba algo más que las pocas comodidades que Victoriano había esperado:

Cuatro meses más tarde, los médicos no habrían de conocer sus afecciones y en la tarde del 25 de abril la muerte puso fin a su larga vida, en la que solamente conoció la rudeza del trabajo. Para la familia quedaba detrás del sabor de la muerte un largo camino de dependencia económica de Francisco Román y su pequeño puesto de verduras en la plaza de mercado.

Once días antes de la muerte de Victoriano y cuatro meses después de haber llegado de “Vallecitos”, (la hacienda de Fredonia), en una de las espaciosas habitaciones de aquella casa, nació Martín Emilio, el menor de la familia. Fue la madrugada del 14 de abril de 1942. Su madre recuerda vivamente la angustia de aquel amanecer en el cual “Victoriano y yo caímos a la cama: él para vivir sus últimas horas y yo para dar a luz a Martin… unos pocos días después debía morir mi esposo. El niño no lo conoció. Los demás deben recordarlo muy poco porque entonces estaban muy pequeñitos; la mayoría tenía solo 9”.

Para los pequeños, si bien los primeros años transcurrieron en medio de las restricciones que imponían las pequeñas ganancias de su hermano medio en la plaza de mercado (con las cuales debían sostenerse todos), la vida no les fue tan difícil inicialmente. Pero la ciudad, con su subempleo, sus salarios de hambre, su exigencia de personas que conocieran trabajos definidos, no les daría tiempo para prolongar esa vida de felicidad infantil. Ni para prepararse con el fin de afrontar, más o menos ventajosamente, la lucha futura.

Con el fallecimiento de Román comenzaría una etapa aún más dura, en la cual la familia iniciaría una peregrinación de casa en casa en busca de albergue: de hacinamiento en pequeñas habitaciones de casa de inquilinos, hasta cuando los hijos, a muy temprana edad, emprendieron sus primeros trabajos.

Las hijas mayores contrajeron matrimonio muy jóvenes y sus hogares, un poco después, se convirtieron en el refugio que les devolvió aquella vida inicial en la ciudad con relativas, pero en todo caso, mayores comodidades. Gabriel, uno de los hermanos mayores de Martin, recuerda hoy, sentado tras el escritorio de ejecutivo en su floreciente negocio de repuestos automotores:

«Cuando murió el que estaba viendo por nosotros, vinieron épocas todavía más duras. Caímos en una casa de inquilinos; todos en una sola pieza. Anteriormente habíamos vivido en varias casas, pero aquella nos pareció muy dura, porque, al fin y al cabo, estábamos acostumbrados a vivir solos, con más aire, con más espacio para cada uno…».

image 13

Los recuerdos de los primeros años de Martín Emilio Rodríguez aparecen borrosos en la mente de su familia. Acaso porque su vida de niño, hasta cuando comenzó a trabajar a la temprana edad de 10 años, fue demasiado normal.

Su hermano Gabriel habla de la situación de la familia y de sus primeros años en Medellín, con reticencia:

«Mi padre era mayordomo en una finca de Fredonia. Recuerdo muy poco de él porque cuando murió yo tenía cinco años y medio… tal vez, solo que había nacido Guarne, que contrajo matrimonio con mi madre en Envigado y que todos los días de su vida trabajó de sol a sol. No recuerdo el día en que nació Martin; solo que estábamos recién llegados a Medellín y vivíamos en una casa grande donde murió mi padre. Comencé a trabajar a los 9 años vendiendo prensa. Era muy duro porque tenía que levantarme a las tres de la mañana para terminar a las ocho, hora en que entraba a la escuela a estudiar. En esos días la situación de la familia era muy difícil. Nos ayudaba el “entenado” de mi madre, mi hermano medio, Francisco Román.

Durante nuestra infancia la vida fue de muchas privaciones. Martín comenzó a trabajar a los 10 años en una carbonería, ayudando a traer el tiro de caballos para la carreta del repartidor en Manrique. Luego se empleó en un bar. Después de nuestra primera casa en Medellín, no lejos del aeropuerto, en medio de unos potreros llenos de zanjas con agua estancada y muchos zancudos, vivimos en varias casas.

Mi madre sacó adelante sola a la familia. Era una mujer estricta y si no hubiera sido por ella, quién sabe a dónde hubiéramos llegado nosotros. Porque dimos con esa madre, hoy somos lo que somos. Pero, en realidad, ella nos castigó muy poco, pues éramos buenos hijos. El que si era celoso y nos castigó bastante fue el hermano medio».

Doña Gertrudis, una mujer que aún conserva su gran vitalidad, tiene una recia personalidad. Sentada en la sala de su casa,en un barrio clase “A” de Medellín, no hace gran esfuerzo para tratar de rehacer algunos pasos de su primera experiencia en la capital:

«Para Martín su época de niño fue de grandes privaciones económicas porque éramos muy pobres. No teníamos una parte fija dónde vivir e íbamos de casa en casa de los familiares o alquilando piezas con las hijas casadas, pero viviendo siempre unidos. Yo creo que Martín nunca tuvo infelicidad de parte mia. Los castigué, es cierto, un poco, pero es que yo quería que cuando fueran grandes pudieran mantener la frente alta en cualquier parte. A la muerte de Victoriano trabajé muy duro en la casa. Lavaba y planchaba ropitas y con eso ayudaba un poco a quien nos estaba apoyando: el hijo del primer matrimonio de mi esposo.

Medellín nos recibió muy duro. En nuestra primera casa de Guayabal, la única distracción era mirar cuándo llegaban y salían los aviones del aeropuerto. Allí a todos los hijos, menos a Martin, les dio paludismo por los zancudos. Pero dejamos ese sitio pronto. Allí solo vivimos unos 9 meses.

image 14

La primera escuela de Martín quedaba a unas 20 cuadras de la casa, así que tenía que hacer cuatro viajes al día; unas ochenta calles, ocho kilómetros a pie. El comenzó a estudiar a los siete años en la escuela Alfonso López, de Manrique, y su primera maestra lo quiso mucho; decía que era muy inteligente. Yo, en realidad, salía muy poco de la casa; siempre he vivido encerrada viendo por mis hijos y no conocí a los maestros de Martín. Solo sé que él, después de que le cambiaron a esa profesora, fue a varias escuelas porque los maestros no lo entendían y lo castigaban mucho… Hasta que dejó el estudio y se fue a trabajar al “Bar Chabané”.

Cuando me dijo que no estudiaba más, yo no lo obligué a seguir. Más bien después de haber ganado sus primeras vueltas a Colombia ha traído a la casa profesores y estudia bastante. Lo que sabe lo ha aprendido así. En su vida hay algunos años que no puedo precisar bien, hasta cuando comenzó a trabajar en una droguería. Su sueldo fue un poco mejor. Allí, montando en bicicleta, se aficionó al deporte. Pero me ayudaba mucho económicamente. Era responsable; me traía su sueldo siempre».

.

Trepado en una escalera de su farmacia, Roque Osorio busca un jarabe. Es un hombre de unos 55 años que desciende lentamente, y después de atender a la mujer que vacila un poco en la escogencia de la droga, prefiere conversar en otro sitio. Salimos a la esquina.

«Si, fui uno de los primeros patrones de Cochise Rodríguez en la Farmacia Santa Clara, de dónde han salido algunos de los mejores ciclistas de Antioquia. Todos han comenzado como mensajeros…

Cochise era un pelado pequeño el día que comenzó. No tenía siquiera físico aceptable, mucho menos bicicleta. A mi me pareció que no iba a poder con el puesto. Sin embargo, lo empleé. Comenzó ganando 75 pesos al mes y solo estuvo unos 18 con nosotros. Fue muy bueno, el más veloz.

Nosotros le dimos su primera bicicleta: un aparato destartalado que luego él fue cambiando hasta cuando compramos una nueva de semicarreras. Ahí decidió irse. Prefirió el ciclismo. Como ahora, Cochise era un muchacho charlatán, cansón, llenador, avispado. Yo creo que su modo de ser no ha cambiado nada. Para mi es el mismo de antes. Los triunfos no han influido en su personalidad.

Desde pequeño mostró un deseo tremendo de superación. Esto se le veía en cosas tan pequeñas como esta: comía bastante pero prefería golosinas que no alimentaban. Así que un dia le aconsejé que escogiera mejor frutas o algo que le ayudara en su físico. Y puso atención; desde entonces mejoró mucho en ese sentido… Por sobre todo, ¿sabe cuál ha sido su éxito? Quel nunca toma nada a pecho. Para él la vida ha sido una sola charla».

Cochise pasó a otra farmacia después de haber hecho sus primeras experiencias en el ciclismo como “;turismero” y en 1960 conoció a quien luego debía ser su rival más encarnizado en las carreteras colombianas: Javier Suárez.

«Corría tal vez el año 60, Cochise comenzó a llevar a la farmacia donde yo trabajaba pedidos de alcohol. A mi me llamó la atención, porque en cada viaje transportaba dos cajas: 48 pesadas botellas con las cuales, en la parte trasera de su bicicleta, perseguía en subida a los carros, y los alcanzaba hasta pegarse a ellos. A su edad, tendría unos 18. Esto significaba una fuerza tremenda. Eso me impresionó

mucho.

Empecé a tratarlo un año más tarde. Hicimos una amistad muy sincera, muy noble. En ese entonces Cochise ya tenía fama en el medio de los aprendices de ciclismo. inspiraba respeto porque había ganado sus primeras pruebas, que fueron muy duras. El no siempre tenía dinero y entonces debía fiar una tiendecita de Manrique. Entonces le propuse que juntáramos las propinas que ganábamos y las gastáramos ambos. Así transcurrió no sé cuánto tiempo. Todas las tardes, a las 7, subía hasta su casa por él y lo bajaba cargándolo en mi bicicleta. Todas las noches, antes de irnos a dormir, comprábamos un litro de leche y un peso de bananos.

Entrenamos muy duro por varios años. Al comienzo yo lo recogía en su casa todas las mañanas a las cuatro y media y hacíamos unos 80 o 100 kilómetros. Las carreteras de Antioquia presentaban entonces un peligro: los asaltantes que esperaban emboscados para robarnos las bicicletas. A nosotros nunca nos pasó nada.

En esa época, él vivía en casa de su hermana casada. Era una edificación cómoda. Lo consentían, lo ayudaban bastante. La vida de Martín, como la mía, fue muy corta en bicicletas de turismo. Él comenzó primero y cuando fue a la Vuelta como novato, yo aún era turismero».

Para Horacio Gil Ochoa, el primer reportero de ciclismo del país, tal vez la misión que se le encomendó una tarde de marzo de 1960 resultaba poco interesante: debía hacer gráficas “de un muchacho nuevo que parece que anda bien”. Trabajaba como cobrador en un consultorio dental y era un desconocido. Horacio Gil estaba acostumbrado al roce con los ases. Por eso no le dio mayor importancia a su cita. Después del mediodía encontró al desconocido bajando las escaleras del consultorio con una bicicleta de carreras, la primera de su vida, al hombro.

“Cochise me pareció un muchacho bueno, como lo es hoy. Yo creo que la gloria no lo ha alterado” dice Gil, quien ha seguido desde entonces muy de cerca la vida deportiva de Rodríguez.

Para este hombre de 40 años,que ha logrado las mejores gráficas de la historia ciclística nacional, Cochise no tiene, nunca ha tenido, problemas. mayores en su vida, porque esta ha transcurrido sin un interior oscuro, sin un fondo revuelto. “Yo creo que para Martín no ha significado nada la pobreza que dejó atrás, porque a pesar de ella vivió plenamente desde el momento en que nació. Yo diría que es un hombre que ha podido realizarse íntegramente en todos los minutos, en todos los segundos de su existencia. Al parecer, la bicicleta llenó en él todos los vacíos que pudieron dejarle algún día sin almuerzo, o una navidad sin juguetes. La pobreza, su vieja pobreza, al parecer ni siquiera ha sido acicate en su vida deportiva”.

Las palabras de Gil Ochoa, el viejo zorro del ciclismo nacional, encuentran un paralelo con los recuerdos de Gabriel Rodríguez, hermano de Cochise: ”La vida fue más fácil para Martín. Tanto, que yo no pude seguir en el ciclismo. Competi, pero la obligación de la casa no me permitió continuar con ese lujo. Corrí en turismo porque el alquiler de una bicicleta de carreras valía uno con cincuenta al día y solo ganaba 45 pesos al mes. Además, Martín tuvo suerte, porque, al comenzar, encontró un trabajo donde algunas veces le daban bicicleta. Y con Luis Carlos, el otro hermano, le ayudamos un poco.

image 15

Muy cerca de la iglesia de Los Dolores, a unos pasos de la sombreada plaza de La América, donde bajo los árboles de mango, adormilados por el calor de mediodía una decena de hombres esperan el paso de los buses que van al centro de Medellín, está el consultorio del médico Vinicio Echeverri. Es una casa vieja, de techos altos y paredes cubiertas con blanquimento. Frente a su pequeño escritorio y colgando de unos cuernos de ciervo, se mece con la brisa el estetoscopio, con el cual este antiguo dirigente del ciclismo antioqueño ausculta la barriga de sus pacientes. Siguió a Rodríguez desde el día de su primera carrera en bicicleta de turismo. Era el número 58 y tras un alarde de poderío, trepó a Santa Elena y se coronó segundo.

Para el médico de cabeza blanca y espíritu de joven de 18, que conoce estrechamente la vida del fenómeno, poco de lo que sabe todo el mundo se puede agregar a esta historia, porque los pasajes de Cochise no deben decirse. Para este médico son parte de su secreto profesional.

Él recuerda perfectamente toda la lucha de Rodríguez, de quien dice:

«A Martin le ha faltado aún un poco de formación, No ha entrado todavía a la verdadera edad adulta y sigue siendo un infante. Yo creo que, en parte, a eso se deben los altibajos en su carrera deportiva, fruto de desórdenes por su mismo espíritu juvenil.

Sin embargo, su trajinar diario, sus derrotas, sus viajes al exterior, le han servido. Ha asimilado bastante. Por eso ha llegado a donde está.

Al tomar la primera máquina de carreras, y con sus primeros triunfos, Martín tuvo la suerte de encontrar a Isabelita Angel, su patrocinadora. Ella, que asistía a todas las carreras, lo ha ayudado moral, física y materialmente, además de que le ha administrado las cositas que ha ganado. Isabelita Angel fue quien formó a Cochise en todo sentido».

Tras la pesada puerta de roble tallado, la casa de rejas de hierro, arquerías y escaleras de sabor mediterráneo, está silenciosa. La biblioteca es acogedora. Dos centenares de libros se esconden en anaqueles formados por el enchapado de madera oscura que cubre las paredes.

El patrocinador de Cochise habla lentamente. Mide cada una de sus palabras; no quiere ponerse a encadenar recuerdos. Además, esto tomaría muchas horas.

«Para Martín hemos sido una segunda familia. Todos saben cómo es él: un muchacho locato, pero muy bueno en el fondo, con un mérito muy grande que es haber triunfado sin hacerle mal a nadie…

Es tímido, profundamente tímido y fuerte ante la derrota. Tal vez en este sentido su golpe más grande fue la Vuelta a Colombia que le ganó Javier Suárez.

En estos últimos años su mentalidad ha cambiado, pero conserva su alegría de niño espontáneo y tiene un gran desapego, ese desapego infantil por las cosas. Ese debe ser el secreto de su éxito».

A pesar de esa aparente indiferencia, Rodriguez ha exteriorizado algunos momentos de vivencias intensas: “Tal vez los más notorios han sido las rivalidades violentas con Ramón Hoyos y con Javier Suárez”, dice Horacio Gil Ochoa.

«Con Ramón han mediado cosas que todo el mundo sabe. Martín le ha respondido a él, no por un micrófono sino pedaleando. Con Javier Suárez todo comenzó artificialmente. Salió de la boca de los seguidores de ambos, encontró eco en la prensa y trascendió en sus vidas más tarde».

Esta mañana, cuando comenzamos a revisar una serie de grabaciones con Javier Suárez, me dijo: “Como se trata de la vida de Martín, quiero colaborar con usted para que su trabajo le quede muy bien hecho. Él lo merece todo”. Luego relató:

«Nuestra rivalidad estuvo siempre planteada en la carretera, pero nunca se había traducido en nuestras vidas. Sin embargo, eso fue inevitable. El comenzó a alejarse de mí. Yo lo busqué varias veces para que siguiéramos la amistad, una amistad muy sincera, con detalles que nunca se me olvidarán… Pero fue imposible.

Yo lo vi mal, especialmente después de la Vuelta de 1965, que le gané sobre la misma meta final en Bogotá. Reaccionó como nunca: fue bastante brusco. No me dijo nada, pero yo sabía que cuando un compañero de equipo gana, uno por naturaleza se alegra… y yo había ganado mi Vuelta; era la gran aspiración de mi vida. Por eso creí que no le había molestado tanto. Sin embargo, me di cuenta de que no sabía perder. Esa rivalidad duró hasta 1967 y la amistad vol- vió como era antes, cuando un día, estando yo en cama enfermo, me vino a visitar.

Nunca he sentido celos profesionales de Martín, sencillamente porque siempre lo he admirado como deportista. Si yo tuviera sus cualidades estaría en el sitio de él, o muy cerca. Pero Dios no me las ha dado. Yo me he hecho a base de constancia… Nuestra amistad no se podrá romper nunca, porque atrás han quedado cosas grandes para los dos, como la ayuda que me dio cuando, siendo yo aún turismero, él corrió la primera Vuelta a Colombia. Recuerdo, por ejemplo, cómo, no teniendo yo verdaderamente dinero en esa época, después de los entrenamientos Martin me pagaba el desayuno».

Esta cara oculta de Cochise frente a la derrota, para quienes lo han conocido desapareció en los últimos años, Julio Arrastia, quien lo ha seguido desde sus primeros triunfos y ha vivido a su lado momentos importantes de su vida, lo analiza detenidamente:

«Martín pierde, sufre bastante. No demuestra el dolor de la derrota, pero lo siente interiormente, pues, como a todo buen corredor, no le gusta perder. Después de caer, parece alegre, pero la procesión le va por dentro. A primera vista puede parecer tosco, pero más bien es un hombre muy sincero. Lo que sucede es que la franqueza causa siempre resquemores, Yo creo que Cochise, el niño, el buen niño que sigue siendo, ha adquirido últimamente una mayor experiencia, más responsabilidad. Ahora entiende perfectamente lo que él es para Colombia y se ha dado cuenta de que cualquier equivocación en sus apreciaciones a veces producen polémicas. Antes no titubeaba con ciertos conceptos que no le convenían, pero que de todas maneras exteriorizaban lo que sentía. Para mi su gran virtud, su mayor virtud ha sido siempre no preocuparse demasiado por las cosas. Por eso ha llegado tan lejos».

image 16

La vida de Cochise ha transcurrido siempre sobre una bicicleta. Desde los primeros años de su juventud es necesario asociarlo con el ciclismo. Su infancia está turbia en la mente de quienes le conocen. Inclusive de su familia. Para sus amigos, Cochise nació solamente con los primeros triunfos. Atrás queda la vida de un niño oscuro que ha vivido intensamente, que no conoció a su padre, pero que es el fenómeno más grande que ha dado Colombia en su larga historia ciclística.

CLARASIERRA, VERGEL DE AMÉRICA

CLARASIERRA, VERGEL DE AMÉRICA

Medio: El Burladero.

Fecha: sin registro.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Charles Marden, FITC y «Manuelhache».

Vuelvo hoy, queridos lectores, sobre el tema de nuestras ganaderías colombianas, y para ello he de descender de los 3.500 a los 2.600 metros sobre el nivel del mar. Me alejo de la línea ecuatorial y cómodamente me ubico a 30 kilómetros de la capital, en el corazón mismo de Colombia. A mi alrededor han quedado los agrestes picos de los Andes y, aunque no he logrado salir de sus dominios, hallo un nuevo paisaje, un nuevo clima, una temperatura más benigna. Es el milagro de la cordillera: a cada paso un mundo nuevo, una nueva vida, costumbres y atuendos diferentes, distintas mentalidades, aires con diferente aroma, gentes con un dejo que no habíamos escuchado antes.

Viene ahora a mi mente una anciana: mi maestra. Con ella la historia de mis antepasados, los chibchas, pobladores de estas regiones en pretéritas épocas, llenas de leyendas, mitos, sacrificios y “fucús”.

Clara Sierra vergel

Recuerdo y casi comprendo el fabuloso cuento de Bochica, ese semidiós que salvara con su varita mágica estas tierras, que según la leyenda fueron un inmenso lago que el superhombre por un conjuro “desagüó”, rompiendo en el punto vulnerable las rocas del límite de la meseta. “Se convirtieron entonces las algas en flores y los peces en pájaros cantores…”.

Comprendo esta fábula, pues al dejar la naturaleza que el agua del gran lago se marchara, la rica capa vegetal vino a ser interminable despensa de América. Y hoy lo he visto: tres metros de capa vegetal, aire medianamente húmedo, pradera de “carretón”, “pasto azul”, “trébol”, “kikuyo” y no sé cuántas otras variedades de pastos. Dieciocho grados centígrados de temperatura permanente y un sol tan brillante como esos tunjos de oro que los indios lanzaban al lago en días de ofrendas a los dioses. Los nombres de las fincas del lugar guardan parte de la historia: “Venecia”, “Holanda”, “Canoas” (embarcaciones primitivas). Este último famoso dentro de los aficionados de la región, pues el viento que viene de allí despeja la campiña de los toros bravos para llevar las nubes y colocarlas exactamente sobre la Santamaría. Es un cuento cruel, ¿verdad? ¡Pues es cierto!

Discurro en la leyenda, y con la sonrisa que se me escapa pienso cómo en estas tierras, donde antaño se molía el maíz con los dientes, para luego escupir en una gran olla de barro que se sepultaba, lográndose la fermentada “chichas”, bebemos hoy jeres sobre el lomo del toro de lidia español. O cómo donde antes se vistiera con taparrabos – ahora le dicen monokini – se lleven ahora los zahones, y donde se hablara el idioma de la macana se diga hoy el de la garrocha.

¡Ah, mi buena maestrica! Nunca pudo comprender muchas cosas…

Esta es la tierra colombiana deseada por Bochica, que, según la leyenda, cambió las algas en flores y los peces en pájaros cantarines. Esta es la tierra en que pastan los “clarasierra”, toros de linaje español.

image 34

HISTORIAL DE LA GANADERÍA

Entre los años de 1935, en que se fundó la vacada, y 1938, doña Clara Sierra logró «reagrupar un total de 31 vacas, 12 becerros, 37 becerras y un toro de Santacoloma, todos ellos por el sistema de compra a diferentes personas y entidades, que a su vez las habían obtenido de la Corporación Colombiana de Crédito, quien tomó la mayor parte de los bienes de don Ignacio de Santamaría, propietario y fundador de la primera ganadería de casta que hubo en Colombia, Mondoñedo. Todas estas vacas fueron servidas por el semental, de nombre «Tabuco».

En el mismo año 1938, con motivo del centenario de la fundación de Bogotá, se importaron para ser lidiados varios toros de Santacoloma. Por tener dentro del lote la mejor nota de tienta, adquirió la ganadera los llamados «Casquillejo» y «Calderero», números 9 y 77, respectivamente, de propiedad de don Julio Salcedo, lidiándose en un festejo informal en el año 41 los primeros productos de la nueva cruza, con un éxito más que satisfactorio.

De los hijos de «Casquillejo» y «Calderero» se seleccionaron los sementales «Cebollino» y «Banderillero». En el año 1944 pasa la ganadería a figurar a nombre de los Hermanos Reyes Sierra , para en 1945 comprar a don Antonio Reyes «Nacional» dos sementales de la ganadería mejicana de La Punta, casta Saltillo, además de otro toro de Pastejé, cuyo cruce no ligó, siendo sus crías íntegramente enviadas al matadero. En los años siguientes se procede a realizar tientas rigurosas y a se leccionar con el mayor cuidado las vacas, empleando como sementales a los hijos de «Casquillejo» y «Calderero», nacidos ya en el país.

En 1959 la ganadería compró a Luis Miguel Dominguin un ejemplar con nota de tienta superiorísima y sangre pura de Santacoloma, cuyos productos se han lidiado ya con magnífico éxito.

En vista de la exigencia de público y empresarios, se plensa, aparte de refrescar la sangre, ampliar aún más la producción, y actualmente espera la ganadera licencias de importación para introducir en el país 50 vacas y cuatro sementales de Santacoloma de los ganaderos españoles Alipio Pérez Taber- nero y Joaquín Buendía. Hay también en la vacada una rama de media casta, fundada con una fracción de la misma dehesa en el año de 1947, que lleva el nombre de «Tibitó», y está ubicada a 50 kilómetros de Bogotá, en condicio- nes topográficas y climatológicas pa- recidas a las de «Venecia».

Y prosiguiendo, como cosa simpática he de traer a colación una historia que es del conocimiento de todo aficionado colombiano: hace algunos años, a raíz de la crisis del 30, cuando una tremenda sequía, asociada a mil problemas de orden económico, azotó al país, la bancarrota en la industria y el comercio hizo presa en nuestra economía. Cuentan que al matadero de Bogotá eran enviadas vacas y toros puros de Santacoloma que se vendían en vivo a precios que, haciendo la conversión, equivalían a unas 300 pesetas actuales por cabeza. Es fácil decirlo…

Por simple curiosidad adquirió doña Clara Sierra algunas vacas y becerros bravos, que se «perdieron» en sus pastizales. Así tuvo, paradójicamente, su iniciación la vacada más larga de Sudamérica actualmente, pues con las primeras volteretas causadas en sus haciendas nació en doña Clara el «gusanillo» de la afición, hasta el punto de comenzar en pocos años a correr sus productos en todas las plazas colombianas; de abandonar todo cuanto tenía, para dedicar las veinticuatro horas del día a la crianza del toro de lidia; a estudiar y experimentar con un afán incontenible, a dar luego vueltas y más vueltas al ruedo tras de sus pupilos y a adquirir un renombre internacional como es hoy día el de Clarasierra.

LOS TOROS DE PLOMO

Por la enorme fertilidad de la tierra que produce abundantes pastos y las calizas que se hallan en el subsuelo, además del cuidado y celo de los ganaderos, es el toro de Clarasierra un perfecto tipo del animal bien criado.

El índice de su peso es tal, que con frecuencia se puede comprobar que animales que apenas rayan los tres años arrojan en pie pesos promedio de cerca de 430 kilos. Son los toros de plomo de Colombia. Hay quien ha llegado a comentar que su sistema óseo es tan consistente, que un utrero bien podría lidiarse con tres cuartos de tonelada sobre sus lomos sin inmutarse en lo más mínimo.

Y es lógico que teóricamente esto sea así por la alta calcificación de estas tierras, pues hay que agregar que en las haciendas vecinas a «Venecia» se extraen yacimientos de cal que dan pie a grandes industrias colombianas.

LA MÁS LARGA

En cuanto a producción, es ésta una vacada de grandes producciones, que lidia en el año un poco más de cien ejemplares, entre toros y novillos. Como ejemplo tenemos el caso de nuestras temporadas del presente año: únicamente en la capital se han matado 19 corridas de toros, diez de las cuales pertenecen a la divisa de los Herederos de Clara Sierra, lugar de salvación de los empresarios, que cuantas veces acudan al campo hallan durante los doce meses del año todos los animales que deseen. Este es uno de los secretos por los cuales se están celebrando ahora en nuestras plazas más espectáculos que nunca.

NUESTROS TOROS MERECEN UN «HANDICAP»

En el tendido de la placita de tienda, y mientras desfilan una a una las vaquillas que han de pasar por las notas de la ganadera, aprovecho los cortes Intermedios entre una y otra para dialogar brevemente y ver cómo se evaporan como un suspiro varios paquetes de cigarrillos. Las uñas se acortan a cada entrada de los animales al caballo y parece que nuestra ganadera olvidara hasta su nombre cada vez que se abre la puerta y salta, codiciosa, la erala en busca de los petos.

– ¡Vistaaa!

Hay una breve pausa, el ruedo quedó en pan y los toreros aprovechan para dejar el sudor en los capotes.

-¿Y las notas?

-Unas, bien; otras, mal. Como siempre. Las decisiones deben ser exactas y la pelea con el segundero del reloj me vuelve loca.

-¿Fuma?

Gracias; lo estoy haciendo. ¡Puertaaa!

Una breve sonrisa y mi diálogo se frustra por primera vez. Creo que a este paso no terminaré nunca.

Vuelta a lo mismo. Una vaquilla más y al grano:

– ¿Se aparta usted de los sistemas españoles de crianza?

– No. Tanto el herradero como la reseña y la tienta en la plaza siguen la tradición española, la crianza difiere un poco con el sistema del viejo mundo por el factor latitud. Nos hallamos en el trópico y las circunstancias son distintas, ya que estos países no tienen estaciones y el alimento y desarrollo son diferentes…

– ¿Qué sistema alimenticio lleva la vacada?

– Desde el momento del destete, pasto verde durante todo el año; por consiguiente, el ganado no tiene que ser graneado en los meses de invierno, cosa que no sucede al toro español. Se deriva de esto que el peso del toro es inferior en el trópico, ya que esa comida es altamente húmeda, y por ejemplo, al embarcar los toros para la corrida se deshidratan con más facilidad que los que han sido alimentados con grano.

– ¿Por qué no tienta a campo abierto?

– Lo considero un deporte muy bonito, acostumbrado por algunos ganaderos en España, pero no creo que sea necesaria.

– ¿Por qué?

– Porque se ve igual el toro en una tienta en la plaza que a campo abierto. Además se necesitan caballos y jinetes bien adiestrados…

– Cree que se debe refrescar con más frecuencia la sangre de nuestras ganaderías?

– ¡Puertaaa!

– El oficio en estas condiciones es asunto de paciencia. Mientras tanto, veamos la otra arrancarse de largo para meter la cabeza y dejar que “le partan el cuero”.

– ¿Ha marcado su ganadería alguna evolución en los últimos años?

– La sonrisa de satisfacción equivale a un sí.

– ¿Cuál?

– Como primera medida, la selección de raza, purificación de sangre, el estilo de los toros en la lidia y la conformación de cabezas que se han procurado hacer más cómodas para el torero.

– ¿Qué cuida usted más, el estilo o la bravura?

– Un buen ganadero debe preocuparse por ambas cosas, pues son cualidades indispensables en el toro.

– ¿Suprimiría la tienta en los machos?

– No. En estos países aún no estamos preparados para suprimirla, puesto que no tenemos la experiencia adquirida durante 400 años por los españoles.

– ¿Cree que el toro colombiano sea diferente al español?

– Otra vez la puerta, la vaquilla y el caballo. Creo que voy a estallar. Esta ha levantado las patas y destocado “Villano”. No hay nada que hacer, gano tiempo.

– ¿Hablamos?

– Si, Creo que de toros…

– ¡Ah! No es diferente.

– ¿Por qué?

– Porque el toro bravo en España es igual al toro bravo en Colombia. Y el manso en España…

– ¿Partidaria de la importación de toros de lidia?

– No. Considero que en Colombia los ganaderos de reses bravas debemos producir más y mejores nuestros animales. Comprendo que es muy difícil, puesto que no es un negocio lucrativo en este país, pero sí de afición y orgullo de cada ganadero. 

– ¿Trabajamos?

– Usted manda.

Salta por fin la última. Parece que se acabarán la tierra y las notas y podré terminar el diálogo sin atanes.

– ¿Por qué el ganadero colombiano exige la lidia del toro con menos peso que el español?

– La causa del menor peso en el trópico, especialmente en Bogotá, se debe a la altura de los 2.000 metros, en la cual tanto el toro como el torero se ahogan. Creo que podría traer a cuento lo que sucede con los caballos de carreras en Inglaterra y Colombia. Allí recorren distancias que si se hicieran aquí les matarían.

– ¿Se lidia en nuestro país el toro más joven, verdad?

– Si, pues nuestros animales son precoces en su desarrollo si los comparamos con los de los países europeos.

– Bajamos a comer?

– De acuerdo.

Entre plato y plato el tema varía. Se habla de la castas de la ganadera, nieta carnal del general Reyes, ex Presidente de la República, y de don Pepe Sierra, tal vez uno de los hombres más acaudalados que ha tenido el país, Vienen a cuento anécdotas de la vacada y de las ganaderas doña Isabel y doña Cristina, su hermana, menos entusiasta y aficionada, de la enfermedad – filantropía taurina – que atacaba a doña Clara y que al parecer es hereditaria, pues Isabel – dicen sus amigos- anda por esos pasos.

Se tocan, en fin, innumerables temas. Llega la noche, y en la estancia se habla de los toros españoles que se importarán. Al llegar a la aftosa tipo “O” ya estoy dormido… creo que lo dejaré para la semana venidera. – G. C. C.d

EN UN LUGAR DE LOS ANDES: TIENTA Y GUERRILLAS

EN UN LUGAR DE LOS ANDES: TIENTA Y GUERRILLAS

Medio: EL RUEDO, semanario gráfico de los toros.

Fecha: 14 de junio de 1966.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Loayza.

La mañana estaba tan fría como la llovizna que habia puesto de blanco las copas de los árboles. Durante cuatro horas atravesamos el Valle del Cauca para internarnos, ahora sí, en los Andes. Tienta de guerrillas. A lo lejos, el cortijo. Más semeja el grupo el paso de un pelotón para la guerra que el viaje alegre de un ganadero con su equipo de tentadores.

ERASE…

La historia tiene cerca de dos años, pero aún está viva en el recuerdo. Antiperiodísticamente, guardé el tema durante todo este tiempo, pues una promesa de honor me obligaba a dejar que el país se normalizara.

Los secuestros de personalidades del país estaban por entonces en danza. Dos grandes hombres habían desaparecido y el Ejército patrullaba tenazmente por nuestros campos. Como consecuencia de esta ola, la situación económica sufrió serios trastornos: fuga de capitales, aumento en el precio del dólar… Las gentes se marchaban.

¡AL TORO…!

La pesadilla pasó, volvimos a la tranquilidad. Las gentes retornaron. Ya no es necesario “trancar” las puertas de las casas campesinas en la noche.

González Piedrahita estaba por entonces alejado de todo. Hasta que el gusanillo de la afición halló su escape. Y dijo: “¡Al diablo con los tales secuestros! ¡Yo, al toro!”

image 47

Y partimos del tentadero con una escolta de cerca de treinta hombres bien armados. El mayor Osorio se emocionaba con la lidia y al tercer día había asimilado algo… “Eh, Je rónimo; toréala por el blanco izquierdo…” Y cuando los machos arremetían contra el caballo: 

¡Ese va como un blindado! ¿Qué calibre tiene esa vara?

UNA PROEZA

En las noches, pese al cansancio, la conciliación del sueño era prolongada: se escuchaban ruidos que el nerviosismo creaba. Salir al baño consistía una proeza. Había un “toque de queda” y los soldados dispararian a cualquier sombra. ¡Qué

falta hicieron entonces los castoreños…!

image 48

Durante el día, las jornadas nos olvidaban casi de todo. El ganadero, con sus muchachos a lado y lado, recorría la finca, sin permitírsele acercar demasiado su caballo a las matas de montes.

De regreso, nuevamente el polvo del largo camino en construcción. Varias notas agradables en la libreta del ganadero, tras la tienta y herranza de medio centenar de hembras y machos. Las corridas para Cali quedaron apartadas y, sobre los tres años, arrojan buen peso, brillan sus pieles y apaciblemente se acercan al abrevadero.

Saltillo y Santa Coloma en su reino americano recibirían tiempo después varias vueltas al ruedo. El ganadero nuevamente ha vuelto a tentar solo, sin verse influido por el argot del mayor al hacer anotaciones: «B», una bala para el caballo; «R», con retroceso; «A», agatillada; «C», de buen calibre…

Germán Castro Caycedo.

EL  CORDOBÉS, INERTE EN LA ARENA

EL  CORDOBÉS, INERTE EN LA ARENA

Medio: El Tiempo.

Fecha: Febrero de 1970.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro.

En cambio el sábado siguiente, 7 de febrero, el médico Olaya tuvo que refugiarse en la enfermería desde el segundo toro. Allí fue llevado Manuel Benítez con su maxilar inferior derecho abierto y la tráquea al descubierto tras ser herido por un toro de don Benjamín Rocha. El parte médico, que parecía más propio de una riña callejera, salió publicado en los diarios del siguiente día. Fue un milagro que no lo degollara, afirmaban quienes salían de la enfermería.

La imagen del torero inerte en el ruedo mientras el toro de Achury Viejo buscaba de nuevo su humanidad, a la vez que Antonio Suárez, su mozo de espadas, con una muleta plegada en su mano izquierda buscaba auxiliarlo, mientras el ayuda, Antonio Fernández “Pegajoso”, cubría con su humanidad el cuerpo de “El Cordobés”, le contó al mundo uno de los momentos más dramáticos en la historia de la Santamaria y de la fiesta brava en general.

Los segundos antes de la imagen, toda una tragedia griega, los contó Germán Castro Caycedo en la revista El Ruedo. “Entró a matar y salió despedido”. “El Cordobés” había quedado inmóvil en la misma cara del toro. No se podía apreciar desde la barrera el sitio exacto de la cornada, pero parecía en el cuello. En medio segundo el ruedo se llenó de toreros vestidos de luces y de paisano; de mozos de espadas, de monosabios. Mechas, con la mirada perdida en el cielo, hizo un leve movimiento y estiró los brazos, luego quedó rígido como los muertos. Tenía la cara impresionantemente blanca transparente y los ojos muy abiertos. Como los de los búhos. Comenzó el trasteo; con el hombre a cuestas camino de la enfermería, pero llegando a los medios, el toro buscó el tumulto y las asistencias dejaron caer pesadamente al torero herido. A su lado solamente quedaron dos hombres: el mozo de espadas y su ayuda. Cuando el toro estaba sólo a dos metros, el ayuda, “Pegajoso” -así le dicen al salvador- lo fijó bien (de pie), y cuando el toro quiso meter la cabeza para llevárselo, se lanzó a tierra, poniendo su pecho sobre el de “El Cordobés”. El toro pasó por encima de los dos. Este fue el quite generoso que se comentó, posiblemente más que la misma cornada del día sábado.

CINCO MINUTOS DE LOCURA EN LA ENFERMERÍA

Cuando un torero con un boquete en el cuello le pisa a uno los pasos, el callejón que conduce del ruedo a la enfermería parece interminable. Adelante habían entrado los médicos, tan pronto vieron que el “Cordobés” quedó tendido en el ruedo sin moverse. Apenas se comenzaban a quitar la camisa cuando el tropel se echó al fondo, cerca del ruedo. Los gritos se oían huecos, como entre un tarro.

Paco Ruiz

Difícilmente se puede ver una cara con la tragedia tan marcada en cada gesto como la de Paco Ruiz, el apoderado del torero. Penetró delante empujando, abriendo los brazos y diciendo en voz alta: “¡Ay, mi alma, Manolo, Manolito mío… ay, mi alma, no te vas: Manolo, no te vas…!”.

Repetía la frase como un autómata. Tenía la cara blanca como la de una los ojos desorbitados, las mejillas le saltaban en convulsiones nerviosas.

La cabeza de ‘El Cordobés’ se bamboleaba con el mismo ritmo de los pasos de Márquez (Miguel), de Juan Antonio Romero, de Álvaro Domecq y de su mozo de espadas, que hacían chirriar el piso con la arena aún pegada a las suelas de sus zapatos. Detrás venían José Luis Lozano, apoderado de Palomo Linares, Pepe Cáceres, ‘El Vasco’, chofer de Benitez, Antonio Cobos, su banderillero… el pasillo estrecho que hay antes de la sala de operaciones se llenó en un segundo y a ella entraron, fuera de los médicos, unas siete personas que no querían desalojar.

GRITOS DE LOCO

En segundos saltaron la chaquetilla, la camisa y la corbata del torero. En la puerta se plantó Domecq y a su lado Cobos. Ambos gritaban como desesperados, ambos empujaban gente, Cobos parecía un maniático. Daba voces y arremetía contra fotógrafos, banderilleros y apoderados que estiraban al tiempo el cuello para ver a través de los vidrios lo que pasaba adentro. En ese momento, antes de que los médicos “metieran la mano”, la enfermería parecía un manicomio. Sólo se veían caras pálidas; nadie cerraba la boca: gritaban como salvajes, era el nerviosismo.

DESCANSO

Cuando saltó el corbatín fue rasgada la camisa, los médicos lavaron la herida por primera vez. Hubo un descanso, la cornada no era en el cuello sino en el piso de la boca… aparte no había hemorragia, pero era profunda. El anestesista se volcó sobre la boca con la mascarilla de oxígeno y ahogó los quejidos que lanzaba ‘El Cordobés’ en voz muy baja. Luego, poco a poco se fue saliendo la gente detrás de vidrios quedó ‘El Cordobés’ cubierto por una sábana blanca. Abajo asomaban los pies con las medias rosadas puestas.

PERROS CELOSOS

Ala enfermería llegaba por ciertos momentos un rumor leve de la plaza que se colaba por una ventana que da a la calle. Pero generalmente no había un solo ruido. Quedaban Domecq y Miguel Márquez pegados a la puerta del quirófano, como perros celosos. Estuvieron alli hasta que se llevaron al mechudo. No dejaban acercar a nadie.

Apoderados, banderilleros y mozos de espada estaban en silencio. Se pegaban a las vidrieras y las empañaban, así que tenían que limpiarlas con la mano a cada segundo…

Cuando el doctor Carvajal Peralta inició la exploración de la herida, metió todo d dedo meñique entre el boquete y ‘El Cordobés’, bajo anestesia local, levantó la mano pidiendo más calmante. Se estaba dando cuenta de la intervención. La herida era grande y por ella cabían dos dedos hasta la raíz.

GRACIAS A DIOS

Afuera se impedía la entrada; sin embargo, el pasillo estaba lleno de gentes que fumaban. No se podía respirar bien. Adentro los únicos que estaban cerca de los médicos eran Paco Ruiz y el mozo de espadas, ambos con blusas blancas. Afuera el secretario de salud, Álvaro Martínez Cruz, quien realizó la construcción de la fabulosa enfermería, agradecía a Dios los servicios puestos en funcionamiento. Siete personas más atendían al torero herido: los cirujanos Camilo Cabrera, Guillermo Jiménez Olaya y Alfonso Carvajal Peralta; el anestesista doctor Hernández, la enfermera Nelly Garzón y la instrumentadora Jimena Vaca. Todo un equipo que puede atender los casos más graves con éxito.

Cuando la gente comenzó a salir gritando de la plaza, aún los médicos daban las últimas puntadas en la cara de Benítez, esta vez quieto como un muerto. Lo habían cubierto totalmente con sábanas verdes y sólo asomaba la herida por un pequeño hueco de unos diez centímetros. Domecq y Márquez continuaban plantados contra la puerta del quirófano…

Ya había caras rosadas. La palidez de todo el mundo había pasado… la herida no había sido en el cuello como se pensó en un principio, cuando Juan Antonio Romero gritó con desesperación: “¡Doctor, ¿le ha calado la yugular?!”; Esa era la incógnita. Pero la cornada había pasado lejos de la yugular.

60 SEGUNDOS

Cuando la ambulancia dejó la plaza con el torero adentro, había quedado un silencio que contrastaba con los minutos durante los cuales fue puesto sobre la mesa y despojado del traje de luces. Habían sido sesenta segundos en los cuales se vio lo que significa ‘El Cordobés’ para la fiesta brava. Había que mirar esas caras erizadas, esos gestos de locos de quienes lo acompañaban, esos ojos saltados. Parecía que se hubiera acabado todo en ese momento.

El lunes siguiente, ya en su habitación del hotel Continental, ‘El Cordobés’ le pidió a Victor Rodríguez que lo anunciara para el próximo fin de semana, como inicialmente estaba dispuesto. Como pólvora corrió la noticia: Benitez volvería al ruedo donde había caído, y al lado de Pepe Cáceres y Palomo Linares. El martes salió el cartel en los diarios y las filas para hacerse con una boleta no se hicieron esperar en la calle 19 con carrera quinta. Un cartel hecho a la medida del gusto de la afición capitalina, que sólo le pedía a San Pedro que cerrara el grifo y dejara de llover. Lo que no sabían los aficionados, mientras se hacían con la entrada, era que a pocas cuadras, en el hotel Continental, el taxi de ‘El Vasco’, el conductor de ‘El Cordobés’, se llenaba con las maletas que acomodaba sigilosamente ‘Pegajoso’, el ayuda del mozo de espadas que dos días antes había arriesgado su vida por “Westinjáus”, como él llamaba a su torero. “Westinjaus se marcha esta tarde para España”. Así, sin guardar prudencia, “Pegajoso” le soltó la novedad a Víctor Rodríguez, que se acercaba al hotel en ese justo momento. No llovía, pero Rodríguez, como quince días antes, sintió que el agua le llegaba nuevamente al cuello, mientras se llevaba a la boca un Marlboro, que esta vez sabía a desesperación.

Aquella temporada de 1970, marcada por las lluvias y la cornada de “El Cordobés”, el ganador de todos los trofeos fue Miguel Márquez.

TENGO MIEDO A LA FAMA

TENGO MIEDO A LA FAMA

Medio: Deporte Gráfico.

Fecha: 15 de marzo de 1967.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Humberto González.

Todo comenzó con una gripe después de la carrera de San Silvestre, luego una lesión en la columna vertebral y finalmente el traumatismo de la pierna izquierda que mandó al cesto una gira por los Estados Unidos y varias presentaciones en Europa.

Alvaro Mejía se encuentra como un conejo, metido en la jaula de su mayor crisis sicológica en los varios años de atleta. Este ha sido para él un año fatal, en el cual las enfermedades han trastornado sus rutinas de entrenamiento. Los planes iniciales, que descartaban esta clase de contratiempos, medían los meses que lo separan de la olimpiada del 68 y contaban con varias carreras en su preparación.

Total, que para tratar de reponer el tiempo perdido vino un sobreentrenamiento, posiblemente no planificado, y con él la enfermedad muscular que, dos semanas después de su retorno de Nueva York, lo ha llevado nuevamente al hule del kinesiólogo. Quien ordena, como mínimo, quince días de reposo total.

Pero Mejía lucha contra la propia naturaleza y queriéndose anticipar al tiempo, pide al técnico sólo diez días de descanso. En términos generales, esa es la explicación escueta que el deportista da a los contratiempos sufridos. Pero en el fondo existe algo más poderoso que son el amor propio y el nombre de estrella mundial, cuyo peso se escapa de sus posibilidades actualmente.

IMG 7009 1 1

CRISIS PSICOLÓGICA

Mejía vive un momento de crisis psíquica, precipitado por unos laureles que la prensa ha enmarcado con tono exagerado. Las gentes solamente esperan que triunfe y él, ante el tremendo compromiso, quiere convertirse en el superhombre que concibe la opinión.

Posiblemente eso explica a las claras el porqué de ese viaje a los Estados Unidos en momentos en que la actual lesión ya se manifestaba levemente.

”Creí que fuera sólo un cansancio muscular-dice- mas sin embargo al culminar la primera vuelta a la pista del Madison comenzó a dolerme la pierna. Faltando 200 metros para abandonar la sentía dormida… parecía que caminara sobre púas … Pero tenía que estar allá a como diera lugar, pues necesitaba medir mis capacidades y, ante todo, “calibrar” las de los rivales.

La frase abrió un interrogante que a través de la conversación fue hallando respuesta:

Su mayor anhelo es la olimpiada de México, que para él se avecina a pasos agigantados en medio de un temor que lo aterra: el pasado. La Olimpiada de Tokio, donde por otra lesión, clasificó en el último lugar. ¿Se repetirá la historia? Mejía entonces ha redoblado sus esfuerzos para vencer el complejo que ha sido constante tortura mental.

Al culminar el año 66 la olimpiada próxima se asomaba en medio de un panorama más satisfactorio ante la campaña lograda en los doce meses anteriores: Había logrado sobreponerse al pesimismo. Pero todo cayó nuevamente en un bache dos meses después, y Mejía desesperadamente quiere parar los calendarios.

La inserción de los músculos gemelos tomará un tiempo considerable en mejorar, entonces la quietud es su peor enemigo. Yo tengo muy buena voluntad, pero hay momentos en que el cuerpo trata de vencerme. No puedo aguantar las mañanas sin el entrenamiento diario… no sé qué hacer.

MIEDO A LA FAMA

En la conversación sólo una cosa ha confesado abiertamente Mejía: tengo miedo a la fama. Y con varias frases demostró el temor de salir a las pistas en medio de las miradas, de la crítica, del público, de los rivales. Todos los ojos se concentran en él. Luego, durante la competencia, todos “van por él”. Es el hombre clave al cual hay que derrotar… “Y eso pesa mucho”.

“No es lo mismo competir en mis condiciones actuales, que en la forma en que lo hacía en México antes de ganar. Hasta entonces era casi un incógnito. Hoy todos estan pendientes de mí”. La justificación a lo anterior quedó sentada por el mismo corredor unos segundos después: es una víctima de su propio nombre.

“Aquí… en esta parte sentí un dolor agudo. Faltando 200 metros para abandonar sentía la pierna dormida. Parecía que caminara sobre púas”. Pero Mejía compitió porque tenía que estar.

IMG 7008 1

LO DE ESTADOS UNIDOS

“La gira por los Estados Unidos sí me causó un golpe. Ante los planes que llevaba no puedo negar que sufrí una frustración, pero… ¿Qué puedo hacer? Yo sé que mi lesión se curará, eso no me preocupa. Lo que me aterra es no poder entrenar. Tengo que correr y ya el año se esfuma”.

“Yo se que mi lesión se curará, eso no me preocupa. Lo que me aterra es no poder entrenar. Tengo que correr y ya el año se esfuma”.

“No creo que pueda ir a los Juegos Panamericanos, ni a Europa donde me hubiera podido presentar en Francia, Alemania y España. ¿Sabe usted lo que eso significa?”.

“Ya el año entrante no podré hacerlo, pues tengo que abstenerme de correr en todo lo que programen, pues la olimpiada espera… Será un año de mayor método… De entrenamiento más tecnificado”.

La charla desde luego tuvo marco que ya ustedes han adivinado: el temor. Pero hubo un momento en que volvimos a lo de los Estados Unidos. Mejía no supo contestar si en otras condiciones físicas hubiera podido ganar la primera competencia:

“Lo que puedo decir es que, desde la salida, todos estaban temerosos de mí. Ninguno quiso llevar la ofensiva en las cuatro vueltas que logré dar. Se quedaban atrás, andaban lentamente y dejaban que yo pusiera la iniciativa”.

“No sé si hubiera triunfado, pues era la primera vez que competía bajo techo, donde la calefacción, el ruido, el humo de miles de espectadores que fumaban y la pista de madera, trataron de descontrolarme inicialmente. Yo estoy acostumbrado a correr al aire libre”.

– ¿Y la clase de los rivales?

– Eran buenos, pero no superiores a los que tuve en México.

UNA INTERROGACIÓN

La enfermedad salió de la boca del campeón y apareció una pregunta, que acaso sea otro factor del suspenso que antecede a la olimpiada: las marcas.

– ¿Qué piensa de sus marcas?

– Que hay que mejorarla, indudablemente. Dios quiera que esto se arregle y para fin de año pueda bajar los tiempos que actualmente tengo.

– ¿Los considera buenos?

– Pues, este… Sí. Han sido buenos ante las condiciones de altitud, clima y otros factores en que los he logra.

Mejía se refería a sus últimas victorias internacionales. Luego agregó: “Al paso que voy, sólo hasta agosto o septiembre podré volver a competir. Dentro de diez días iniciaré nuevamente entrenamientos en forma suave, de manera que para estar en forma necesitaré unos tres meses”.

¿QUEMADO?

La pregunta no encontró vacilación en el atleta: “Yo no estoy quemado, respondió. Sólo necesito tiempo para reponerme. Desde luego no le tengo miedo a la derrota. He pensado desde hace muchos años que a lo mejor nunca vuelva a ganar… siempre he salido a medir mis capacidades”.

Hablando de Tokio, Mejia aceptó que, “claro, eso me ha quitado confianza, pues no es lo mismo regresar a una olimpiada con un último lugar que con una buena colocación… Quien sabe si veinte días antes vuelva a lesionarme. Por eso nada puedo adelantar. No se que haré durante este tiempo que resta, ya que ante todo debo estar en buenas condiciones físicas. Después, sabré con certeza que debo hacer”.

Fin del diálogo. Allá en su fábrica de Bogotá, quedó Mejía, sólo con la incertidumbre, con el peso de su nombre, con una lesión que lo tortura y con el complejo de la máxima justa mundial. Lo demás lo dirá el tiempo.

CAUDILLO DE AMÉRICA, PERO…

CAUDILLO DE AMÉRICA, PERO…

Medio: Deporte Gráfico.

Fecha: agosto 30 de 1967.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Humberto González.

“Yo ya no espero nada del país, no seguiré insistiendo. Estoy decidido a marcharme a México; mañana voy a escribir a ver qué pasa”.

Después de todo la dialéctica de Mejía nos es airada. Las frases reproducen con tono de sencillez y con fondo de verdad… y es que “su” verdad y “su” problema están superando las barreras de la apariencia, porque dentro hay una cosa que se había reprimido con la medida que aumentaba, hasta que creció tanto que estalló. El Mejía que regresó de Europa Oriental tiene patillas largas y menos silencio. La comparación ha aumentado la agitación emocional; entonces dice las cosas como salen de adentro, con personalidad suficiente y con voz de frustración que comienza a tomar fuerza.

“En Colombia se habla mucho, se habla mucho; por eso yo ya no sigo insistiendo, “Es una bobada continuar en el mismo plan. Por eso es que voy a escribir a México mañana para ver si me voy para allá del todo, al menos mientras la Olimpiada. ¿Sabe una cosa? Carlos Ávila me llamó de Cali para decirme que de México me volvieron a buscar, Hablaron con él extrañados porque no sabían de mi, de nosotros; pues le contaron que ya con los miembros del Comité Olímpico Colombiano habían arreglado lo de mi viaje y no me han dicho absolutamente nada. Si Ávila no me llama, estaba yo a oscuras. Por eso voy a escribir”.

IMG 7010

EL RENCO

“Ser líder de las juventudes deportivas de América Latina es un alto honor, sí.

Pero eso no me puede comprometer. A estas altura es imposible seguir complicándome la vida”.

Con cada paso vino una frase, árida como el yeso de la pierna que oprime y lo obliga a caminar renco, ladeándose y extendiendo los brazos para ayudar al equilibrio. En tres cuadras los vecinos lo saludan y preguntan por la pierna, él contesta y sigue caminando con fuerza, con dificultad que tal vez no lo preocupa. Parece haberse acostumbrado casi del todo a las cosas difíciles.

“En Europa estuve con algunos campeones, me interesaba hablar con ellos, enterarme de sus planes de trabajo pero. sólo pude encontrar a unos pocos. Es que todos están entrenando muy fuerte en las alturas, lo de México se acerca… allá no es como aquí, donde cada uno tiene que hacer lo que pueda sin que nadie se interese. Oiga, a los deportistas de Winnipeg los han criticado. Yo creo que no debían meterse con ellos tanto. Si hubo fallas fueron de organización. es que uno al tiempo que va a competir, también tiene derecho a conocer, ¿no? Yo no sé por qué se ensañan con el deportista, le exigen, lo tachan, y si no gana, pues… es que exigen mucho sin dar nada”.

¡ESPERA, SOLAMENTE ESO!

Sí, lo de la pierna es solamente espera. Mejía está “frenado”; por la lesión que aún lo reduce. Pero al preguntarle parece no dar importancia al asunto. O tal vez en el fondo tiene miedo de pensar en ella, entonces aparentemente le resta importancia y hace lo posible por salirse del tema. Con dos palabras habla del yeso y dice que es asunto de esperar; antes no puede decir nada porque los planes están suspendidos, inicialmente por un mes, mientras se quita el vendaje y prueba cómo va la cosa.

“No, no me ha causado ningún complejo. Lo que necesito es paciencia… ya he perdido casi seis meses. Se me han ido oportunidades divinas en este tiempo. Antes el problema era que me invitaran a alguna parte y ahora que me llaman de todos lados no puedo ir… claro que en esta parte del año yo he entrenado. En Rusia, por ejemplo, lo hice, pero me cansaba. Entonces me vio el médico y me dijo que tenía que enyesarme. Yo esperé llegar a Colombia para hacerlo porque no podía dañar mi viaje”.

IMG 7011

UN HONOR

– Mejía, ¿usted qué piensa al ser líder de las juventudes latinoamericanas para la próxima Olimpíada?

– Es un gran honor. Sí. Pero eso no me puede comprometer. A estas alturas es imposible seguir complicándome la vida. Es que, mire, uno no puede complicarse las cosas a todo momento. Yo ya con lo que tengo estoy listo… Ahora, que el estar bien y ser ejemplo, pues ¿quién no quiere eso? Me gustaría ir a las Olimpíadas y correr, aunque llegue de último. ¿Qué le hace?, que llegue de último pero teniendo la convicción de que uno está bien preparado, que ha trabajado duro, que ha puesto lo que está al alcance. Ya, si lo vencen, pues es solamente porque los otros son mejores. Ante eso sí no hay nada qué hacer”.

¿PARA QUÉ?

La tónica de la conversación, el énfasis de cada frase tiene algo por dentro. Una cosa que se sale por entre las sílabas, que toma un acento especial. Mejía no es un amargado, no dice las cosas con el dejo de un resentido pero tampoco está contento. Ante todo hay rudeza en cada palabra, pero dicha en forma suave. De una manera que se puede aguantar sin tener que cortar el tema. Bastaría meterse entre la camiseta de Mejía y acompañarlo a Rusia, luego a la fábrica de Bogotá. Estar detrás de las revistas que lee diariamente y hacer con él los cómputos que lo han alterado. Comparar sus tiempos con los de media centena de campeones que han sido vencidos por él, para comprender del todo “qué es lo que pasa con Mejía”. Pero, después de todo, lo único que resalta es la incomprensión por la que ha atravesado.

Al verlo con patillas largas se recuerda aquella época en que tenía barba. Luego se trata uno de “meter” en su mundo y percibe la necesidad de afecto que lo agobia. Por eso dice cosas contundentes. Parece que quiere llamar la atención y tal vez reniega porque no lo comprenden. Desde su ángulo de vista no puede aceptar que la gente no entienda lo que sucede: las marcas de los rivales bajan… él está enfermo, impotente…

“En Rusia fui a los juegos nacionales de ellos; se llaman las “Espartakiadas”; y vi la carrera de los cinco mil. Qué barbaridad, fue impresionante. Creo que es la carrera más fuerte, más espectacular que he visto. La marca fue muy buena, y ese tipo que ganó, en México el año pasado no había estado bien, hizo una carrera regular. Y yo…”.

NO MÁS

Álvaro Mejía no quiere más publicidad. Recibe al periodista por decencia, pero ya no quiere más. “La publicidad nunca me ha gustado, yo no quiero más cosas, eso no sirve para nada. O sí, para que a uno la gente lo moleste. Yo recibo a los periodistas porque me da pena decirles que no. Pero de ahora en adelante no más. Ni una entrevista más. Me voy a esconder porque la publicidad no es buena. ¡Eso para qué… Fíjese! Cuando llegué de Europa, estuve detenido en el aeropuerto una hora, Los detectives me esculcaron todo. Yo no sé qué buscaban, bombas o propaganda subversiva… si yo fui a aprender, a conocer entrenadores, a hablar con atletas, yo no fui a otra cosa. A propósito, en Checoeslovaquia hablaba con algunos deportistas, pero me decían poco. Ellos lo que querían era saber de mí, de cómo entrenaba. Cuando les conté que yo tenía que trabajar me dijeron que eso era mentira. Les parecía imposible que un atleta hiciera otra cosa diferente al entrenamiento”.

Entre la escayola, el andar balanceándose, haciendo fuerza, y las marcas de los colosos del atletismo, al parecer continúa debatiéndose Álvaro Mejía. El último viaje, da la impresión de que le ha hecho ver cosas que lo inquietan, aunque no lo diga. 

Aunque trate de ocultarlo. El momento crítico de la vida emocional del deportista continúa, pese a lo que se esperaba para su retorno del Viejo Mundo. Entonces solamente se ve una alternativa: esa que inicialmente lo inhibió pero que hoy ante las circunstancias se le presenta como única salida: irse a México. Definitivamente no está, por ahora en capacidad de pensar más.