Medio: El Tiempo
Fecha: 28 de abril de 1972
Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro
Eude Martínez, el colombiano indocumentado, nació en San Pelayo y desde hace unos 27 años vaga por el país en busca de trabajo y de dinero. Él cuenta que uno de los pocos incidentes de la expedición sucedió en la frontera, en Palo de Letras:
“Abríamos una trocha y un ingeniero inglés se acercó a un árbol grueso. Yo escuché cuatro veces un ruido y por fin la ví. Una mapaná que midió dos metros y dos pulgadas. Gris, como ceniza, tenía la porra emplazada sobre el cuerpo, enroscado, y los colmillos le salían, parecían arrugas. Cuando la ví, jalé al inglés… el tipo quedó pálido, no podía hablar. La culebra le había hecho cuatro viajes sin que se diera. cuenta, pero no lo había podido alcanzar… Luego casi fue a mí. El me dió una horqueta de un metro y medio. Le prensé la porra contra el suelo pero se zafó. Qué fuerza tan bárbara. Entonces corté un palo de tres metros y le destapé la cabeza”.
En el río Cacarica se volteó un bote con ingleses y soldados colombianos. La carabina de caza que llevaban los soldados se hundió y no había con qué coger comida en adelante. Entonces uno de ellos (no se reveló su nombre), se zambulló a 15 pies de profundidad, “sin ningún equipo de buceo”, y rescató el arma. La preparación de los soldados voluntarios que fueron a la expedición, mereció hoy un gran elogio de oficiales británicos y colombianos.
El grupo de infantería colombiano que fue al encuentro de los británicos, encontró en plena selva varios tambos indígenas. Pero de indios más civilizados que nosotros. “Todos con su radio de transistores”, relata el mayor, Patrón del batallón Girardot.
Esa misma patrulla vió algo realmente “exótico”; el segundo día de marcha: la pelea de una culebra y un gavilán. “Duró unos cinco minutos. Nos dimos cuenta por el ruido que hacían con la boca y el pico los animales. La culebra finalmente se enrolló en el cuello del gavilán y lo estranguló… pero aun muerto, no lo soltaba. Tuvimos que matarla”.
Ni siquiera sabemos el apellido de Stella, la muchacha ecuatoriana que se sumó a la expedición, con cuyas peripecias hemos iniciado la crónica de esta página. Durante un par de horas, la buscamos ayer por Medellín, y en las direcciones que dejó en la brigada y en el batallón no fue posible encontrarla. Ella, una vez llegó aquí, continuó esa vida que le hace cosquillas en la planta de los pies, y con un dinero que le pagaron los ingleses, se marchó a Cali.
El fabuloso reportaje de su vida que se insinúa en unas pocas palabras, se esfuma. Y nos frustra.
Los datos consignados en la crónica fueron contados por el capitán José Danilo Sierra, del Batallón Girardot, quien durante los cincuenta y pico de días en la selva habló con ella frecuentemente, el capitán leyó su diario, cuenta que “es la mejor novela que he visto”.
El buque hospital de la Armada Nacional, que sirvió como base colombiana para la expedición, aprovechó su incursión por ríos del Darién, para, con un médico inglés, auxiliar a familias de colonos. El médico y el mayor Duque, de la infantería de marina. cuentan:
“El grado de desnutrición de la gente es impresionante. Entramos a una casita y nos sentíamos en Biafra al ver una cantidad de niños flacos y deformados por el hambre. Es una zona malsana donde la gente come terriblemente mal… pero es por pereza: hay buena caza y la fauna en los ríos es de la más rica que he visto en Colombia entera”.