Germán Castro Caycedo le entregó su alma a la reportería, fue un hombre que recorrió Colombia de norte a sur y, en un cúmulo de aventuras y experiencias que relato magistralmente, soñó con ver, en todos los territorios en los que encontró grandiosas historias, una paz consolidada. La paz, para él, pasaba por pagar una deuda histórica con los colonos, llevar el Estado a lugares inhóspitos donde la esperanza parecía extraviarse en la maraña selvática.
Pero la paz también era justicia, la que sin necesidad de vengar los actos inhumanos de la violencia Colombiana, incluía verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición para las víctimas. De ahí que su apoyo a la Jurisdicción Especial para la Paz – JEP y la Comisión de la Verdad fueran irrestrictos. Hasta sus últimos días, estuvo pendiente de la defensa de estas dos instituciones creadas para los colombianos que vivieron en carne propia la guerra despiadada entre el Gobierno y las FARC.
«Una de las características de la JEP es su absoluta neutralidad, más allá de aquél mundo “de víboras venenosas y perversas” puesto que en ella solo manda la verdad», escribió el periodista y autor en su cuenta de Twitter.
En 2015, en entrevista para el periódico El Espectador, manifestó: «Yo espero, yo sueño con que se haga la paz, porque a los 7 años tuve mi camisa manchada con sangre de mi papá. No es que sean cincuenta años de violencia, en 1930 comenzaron los liberales a asesinar conservadores, y de ahí fue al revés y no ha parado desde entonces».
Cuando hablaba de la camisa manchada con sangre de su padre, Castro Caycedo, hacía referencia a una afirmación implacable: todos los colombianos hemos sido alcanzados por la violencia, una tragedia generacional que se ha venido transformando al ritmo de la historia, de los conflictos internacionales o de la misma guerra fría que llegó a los liberales que constituyeron autodefensas en las montañas y se atrevieron a desafiar el Estado al amparo de la estrategia de la guerra de guerrillas, promovida por facciones comunistas que optaron por combinar las formas de lucha en la política y en las armas.
Colombia era, en su juventud, una patria sumergida en una disputa de dos colores: el azul del Partido Conservador y el rojo del Partido Liberal. Más allá de la trascendencia ideológica de identificarse como liberal o conservador, la cuestión nunca llegó en los pueblos a la discusión profunda filosófica, sino que se redujo a la prenda y la bandera. O estaban de un lado o del otro, aún sin saber nada más de doctrinas o de política.
«La policía conservadora que trajeron con garrotes de una vereda de Boavita, en Boyacá, que se llama Chulavita, comenzó en Zipaquirá a aporrear a la gente por ser liberal, y a mi papá que tenía una corbata vino tinto, que se parecía al rojo del Partido Liberal, lo molieron a palos», explicaba Germán en la entrevista, y continuaba hilando ese episodio con lo que sucedió después en el país: «Le quebraron dos costillas, la clavícula y toda la dentadura, tuvo que ponerse caja. Todavía me veo con mi mamá, porque yo era el mayor, arrastrándolo por el zaguán para entrarlo a la casa. ¡Cómo no voy a esperar que haya paz! ¡Cómo no voy a soñar con la paz, si no he vivido desde los siete años un minuto de tranquilidad! Mire, mi hermana Margot tenía un muñeco de caucho, Jacobo lo llamaba, cuando asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán, yo con un lápiz le marqué al muñeco los tres balazos que mataron a Gaitán, uno atrás en la cabeza y dos en la espalda alta, muy cerca de la columna vertebral».
Su padre pudo superar el episodio, pero la mancha de sangre de su camisa quedó marcada para toda la vida, para recordarle que la violencia, irónicamente, carece del argumento para justificarse y que solamente responde a la rabia y, en parte, a la ignorancia.
Para él, esa insuficiencia ideológica en los partidos, transformó la clase política e hizo de esta un ente parasitario que se dedicó a pelear puestos y presupuesto:» ¿Los partidos dónde están? ¡Desaparecieron! Como no hay doctrina, qué partidos hay, en qué creo, qué defiendo, qué pienso. No. Lo que importa es ver cómo le caigo al presupuesto nacional».
A cinco años de la firma de los acuerdos de paz, recordamos al periodista que recorrió a Colombia y, con la fuerza de sus historias que son los argumentos irrefutables, se sostuvo con firmeza en que hay que defender la paz porque Colombia merece aunque sea un día de tranquilidad.