HACE RATO VENÍAN SIGUIENDO A JAIME ARENAS

HACE RATO VENÍAN SIGUIENDO A JAIME ARENAS

Medio: El Tiempo

Fecha: 29 de marzo de 1971

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro

Resulta casi imposible escribir una sola línea ahora. Mi amistad con Jaime Arenas fue permanente desde el mismo día en que comenzamos a grabar apartes de su vida, con el fin de hacer una nota especial para EL TIEMPO.

Ahora, cuando la noticia de su muerte me agarra tan desprevenido como a él esa ráfaga de pistola, y cuando aún nos queda pendiente la última cita para despedirlo -antes de su viaje a París- por insinuación del periódico dejo estos recuerdos de Jaime, entre los centenares que me saltan a la cabeza, después de dos años de vivir muy de cerca su vida.

A las dos de la tarde del 4 de octubre de 1968 había terminado toda una semana de gestiones ante los altos mandos militares. La entrevista biográfica con Jaime Arenas había recibido por fin «luz verde» y por fin pude llegar hasta la misma puerta de los calabozos de la P.M., donde Arenas y unos 30 revolucionarios más se hallaban detenidos, en tanto que un agotador consejo de guerra iniciado a principios del año continuaba desarrollándose entre las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde de cada día.

Su primera frase al responder a la propuesta sobre la nota periodística fue dicha en tono de sorna. Arenas, como todos los líderes de izquierda con quienes yo había hablado antes, tenía aquella mirada de desprecio hacia la prensa colombiana…

Unos meses más tarde, ya en 1969 cuando estaba gozando de libertad, Arenas le comentó a Sergio Parra -en presencia mía- que había concedido el reportaje solo porque necesitaba aclarar su posición, especialmente frente al estudiantado. Pero nunca, durante los cinco días en que trabajamos para el periódico y en los que antecedieron a la primera publicación, había confiado en que yo sería objetivo.

El 31 de diciembre de 1970, en Cali, me volvió a hablar de lo mismo… «me la jugué toda a pesar de que me tergiversarías. Por eso cuando leí la última entrega del reportaje sentí agradecimiento… era que en ese momento estaba en tus manos y podías hacer con mis conceptos lo que hubieras querido».

Aquella tarde del 4 de octubre, cuando lo vi por primera vez, Arenas gozaba de su día semanal de visita y estaba con la novia, Sadith Restrepo, por lo cual no pudimos hablar más de diez minutos. No iba a perder el tiempo con un reportero, mientras tenía aquellas cortas cuatro horas para ver a los suyos.

Pero me dijo: «En principio, no creo que usted y yo podamos hablar porque concebimos la vida desde ángulos muy diferentes… me parece que debe olvidar el reportaje, porque no confío en usted ni en los periódicos de Colombia». Insistí, y, partiendo de la base de que «a lo mejor» no habría declaraciones, quedamos sin embargo en vernos 24 horas más tarde.

Me sorprendió por eso que en la mañana del día 5 me dijera: «He pensado su propuesta, podemos comenzar a hablar».

Trabajamos dentro de la camioneta del periódico durante once horas en las cuales relató apartes de su vida .Hizo mucho énfasis en la etapa de líder estudiantil y, por sobre todo, en su posición ideológica respecto de la revolución. Aclaró suficientes veces las causas de su deserción del ELN, según él, porque nunca pudo trabajar como él creía había que hacerlo en el campo intelectual y de concientización de la guerrilla, a la que, esa vez y durante los dos años posteriores en privado, nunca dejó de calificar como grupo de machistas que poda vidas valiosas de estudiantes e ideólogos».

Después de la publicación del reportaje hasta la semana pasada, ví a Jaime Arenas casi diariamente. Le sentía admiración, entre otras cosas, porque siempre pude advertir en él a ese revolucionario que nunca cambió sus ideas, a pesar de que en algunos medios de revolución de café, su imagen fuera totalmente diferente.

Me resultaba generalmente doloroso escuchar conceptos sobre su evasión de la guerrilla, porque bastaría conocer, como pude después, episodios de su vida en el monte, para saber que el único camino que tenía allí, era el de huir. Fue sometido a vejaciones, algunas de ellas en presencia misma de su esposa; persecución permanente por el solo hecho de tener una sólida estructuración intelectual, frente a la fuerza física y a la destreza para moverse en la montaña de la mayor parte del grupo guerrillero.

Entonces sería necesario traicionar su memoria para explicar en unas líneas las causas de su deserción, así, posiblemente, sería la única forma de que realmente se comprendiera, como yo finalmente pude, su posición ante la fuga. Llevaba siempre encima un par de retratos de sus dos hijas, que más de una vez miró por largo tiempo. Al final -a pesar de ser impresionantemente frío- tenía los ojos humedecidos.

Habían marchado a Cuba con su esposa y estaba condenado a no volverla a ver.

A la madre de las niñas solo una vez la mencionó: «Es una mujer de personalidad recia, muy inteligente», me dijo el 31 de diciembre en Cali. Esa noche un poco después de las 12 me dijo, visiblemente conmovido, con los dos retratos en la mano:

«La revolución cobra muy caro todo, compañero. Esto (las hijas), es lo que más he querido en la vida. Ahora mismo yo cambiaría mi vida por cinco minutos y poder besarles las manitas… siquiera poderlas ver, así fuera de lejos… y me resulta, siempre me ha resultado muy difícil, hacerme a la idea de que las perdí para siempre. Generalmente me despierto varias veces en la noche. Pienso en ellas…

El 2 de octubre del año pasado celebramos en su apartamento el cumpleaños de Arenas. Sadith Restrepo, Sergio Parra y yo cenamos con él. A los tres recuerdo mucho, porque me impresionó, nos dijo: «Maestros, me parecía mentira cumplir los 30. Es que desde que llegué a la guerrilla creí que nunca cumpliría esa edad».

Estaba contento. Un par de días antes, cuando acordamos reunirnos, nos había dicho a Sadith y a mí: «Tengo el presentimiento de que no voy alcanzar a los 30. Si es así, les pido que de todas maneras celebren la fecha. Cuando uno se «va» debe ser «jarto» que se pongan a meterle misterio. Algún día hay que desaparecer….

Pese a las amenazas, Arenas nunca creyó en el atentado. Vivía extremadamente despreocupado. «No cargo la pistola me dijo varias veces- porque yo no nací para tener armas encima. Si yo no soy un matón. Las cargué en la guerrilla, porque era necesario…. pero yo nací más bien para pelear con mis ideas…». Finalizaba diciembre de 1970 Una noche de «novenario» en que cenamos en casa suya, resolvimos dar una caminada por la ciudad para «bajar» la comida.

En la carrera séptima con la calle 17, al atravesar la esquina, dos hombres hablando entre sí se refirieron a él. Alcancé a escuchar que uno dijo: «Ahí va ese… pero pronto le llegará la hora». Jaime, tal vez un poco descontrolado, dijo: «Subamos, estos tipos me parecen raros». Los hombres nos siguieron y entramos a un café, desde donde hicimos una llamada telefónica a uno de los hermanos de Arenas y, los hombres que nos observaban desde una mesa cercana de la puerta, resolvieron marcharse».

Tal vez un mes más tarde, un jueves a las cinco entró al periódico a presuradamente. «Compañero, otra vez me dí cuenta de que me estaban siguiendo, me los quité de encima en la iglesia de San Francisco», comentó.

– Pero, ¿y la pistola?, le dije.

– Esa vaina no sirve para nada, hombre, yo no nací para llevar armas encima, respondió.

Aunque Arenas nunca dio beligerancia a las amenazas de muerte que pesaban sobre él, en algunas contadas épocas como estas dos, estuvo ligeramente preocupado… ahora pienso que varias veces me dije: «El peor error de un guerrillero es subvalorar al enemigo… fue una de las fallas del Che».

Y una de las fallas de Arenas. Por ejemplo, opinaba siempre que yo le decía que se cuidara:

– Si el ELN no tiene gente en la ciudad. Están mal organizados… ahora, de golpe me matan, pero primero me llevo a dos por delante… si tengo la pistola, claro.

Esta fue tal vez la única ocasión en que habló de su vida y de su «compromiso» con la guerrilla en estos términos. Pero en general anduvo muy despreocupado.

En el sur del Tolima, cuando hice un reportaje sobre una colonia hippie que consume hongos alucinógenos (viajó a acompañarme y a cuidarme en la experiencia que tuvo con hongos), me dijo una noche: «tengo el presentimiento de que me están siguiendo. Han llamado mucho a mi oficina. No dicen quién es, averiguan datos relacionados con mi rutina diaria. Eso me tiene preocupado».

Unos días después cayó preso Germán Liévano y parte de una red de auxilio urbano del ELN. Entre los documentos incautados había una carta de Liévano a Fabio Vásquez Castaño, donde se le informaba al jefe guerrillero sobre una operación para cazar al «Aguilucho»..

El Aguilocho soy yo, me dijo Arenas. Ahora creo que los de las llamadas eran ellos.

Le pregunté qué pensaba ahora de su vida y me comentó que, por lo menos, para que esa red se reorganizara, necesitaría mínimo, un año. Y que entonces contaba con ese tiempo para pensar qué haría con su vida y su seguridad personal. En más de una oportunidad hablamos de que se fuera al exterior. Sin embargo nunca puso mayor interés.

Recién salido de la cárcel hizo algunas gestiones para irse a los Estados Unidos, pero la embajada le negó la visa. Allí tenía un hermano. Y pensaba viajar para estudiar antropología y sociología, era ingeniero industrial y hablaba cuatro idiomas-. Luego, al parecer, quitando estos pocos momentos de «psicosis», nunca dio importancia ninguna a las amenazas.

Hace 7 días, en la tarde, Arenas entró presurosamente a la sala general de redacción del periódico y, sin saludar, me dijo: «compañerito, mire esta carta». Estaba visiblemente emocionado. «Me invitan a París, no tengo dinero ahora, pero me voy. Mire… me dan el pasaje y cubren costos. Voy a hablar con el ministro a ver si de golpe lograra una bequita allá para mí antropología».

El viernes en la tarde ví a su novia en la carrera quinta: «Jaime se va el jueves para París», me dijo, «yo sé que él te atiende a veces, dile que se quede allá de por vida. Lo adoro, pero no me importa perderlo, con tal de que no vuelva. No sé porqué tengo ciertos presentimientos. Dile que nunca vuelva».

El último día de febrero, antes de que yo viajara a Tolú para hacer un informe periodístico, cené con Arenas por última vez…

Hablamos de sus planes. Pensaba hablar con Luis Carlos Galán, quería seguir estudiando. Le dije: «Maestro, usted está joven y puede hacer muchas cosas. ¿Si se fija que llegó a los 30? Sonrió y respondió: «Sí, pero con la vida más prestada que un trapecista».