UN DÍA DE “TRABAJO” EN LA DIMAYOR

UN DÍA DE “TRABAJO” EN LA DIMAYOR

Medio: Deporte Gráfico.

Fecha: 02 de abril de 1968.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Humberto González.

Cuando el gerente de la Dimayor, León Londoño, entró en su oficina, eran las 11 y cinco minutos de la mañana. La secretaria había abierto las puertas a las nueve El escritorio tenía una leve capa de polvo y algunos pocos papeles estaban revueltos sobre el vidrio.

Desde la hora en que la Dimayor comenzó a funcionar, hasta la llegada de León Londoño, el teléfono sonó 32 veces para preguntar. 8 eran llamadas de larga distancia. La secretaria se trasladaba lentamente desde su escritorio hasta la mesa donde el timbre repicaba con insistencia:

– ¿Bueno? Sí. Sí, claro, don León aún no ha llegado. ¿Cómo? No. No sé, déjele usted la razón.

A las diez y diez minutos llamó el gerente. La respuesta de doña Leonor, en su dejo samario, cambió en adelante

– Sí, don León acabó de llamar, que llegará en media hora, está con don Teófilo Salinas. – Presidente de la Confederación Suramericana de Fútbol – en el Hotel Continental. Llámelo a esa hora.

El teléfono de la Dimayor no para de sonar un solo segundo. Desde el momento en que el reloj da las nueve de la mañana, hora en que deben llegar el contabilista, “Pacho” Guerra, secretario ejecutivo, y el auxiliar del contabilista. Total, cuatro personas. Sin embargo, Guerra arribó sólo hasta las nueve y 22 minutos, dejó su sombrero verde, su cartera y se marchó nueve minutos después.. “Salgo para Avianca, voy a arreglar algunos pasajes. Si me llaman…”. El regreso fue una hora y media después.

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VISITA DE BARONA

A las 10 y 26 minutos entró sonriente el entrenador de la selección colombiana al Preolímpico. Un saludo, un cigarrillo… Espera. “El gerente está por llegar, no se impaciente”, dice la secretaria. Sin embargo la antesala de Barona fue más prolongada que lo que calculaba la señorita, pues Londoño llegó a la oficina a las 11 y cinco minutos. El teléfono sonaba. Siempre sonaba sin parar. Y comenzó el bombardeo. Su trabajo se limitó a hablar con Barranquilla, con Medellín. con Cali, con el Santa Fe, con Santa Marta. Más de doce veces repitió el mismo saludo.

«Colombia le ganó al Perú muy bien… el equipo tiene fuerza…¿Cómo? Si, viejo querido. claro. Un “entradón” bárbaro, sí, se nos colaron unas cinco mil personas. La cosa va bien. Con dos partidos más cubriremos el costo del certamen. Nos quedarán de utilidades las taquillas de toda la final.

¿Cali? Desastroso, 17 mil de taquilla. Así no se puede. ¿Las utilidades? Pagaremos deudas y repartiremos el resto entre las ligas departamentales aficionadas. No. No, imposible. No sé cuánto les tocará a ustedes. Si, claro, esa boletería ya fue despachada Sí, sí, que le entreguen el pasaje al delegado del Perú, ya lo voy a ordenar».

Barona esperaba también un pasaje. Media hora después de pedirlo se lo trajeron. Hacía cerca de una hora aguardaba para hablar con Londoño. Este continuaba al teléfono coordinaba, daba instrucciones, fumaba un puro habano, repetía las mismas frases. Barona estaba desesperado… Llegaron Mario Canessa y el “Chato” Velásquez. Aguardaron, escucharon la conversación de Londoño. Luego negaron haber dado unas declaraciones; se disculparon…. “Ninguno de nosotros dijo nada. Eso es mentira ¿Cómo vamos a ir en contra de usted don León?”.

Faltaba media hora para la una de la tarde. hora de cerrar. Llegó Enrique Lara, coordinador del campeonato Preolímpico. Comentó el partido anterior. Londoño repitió por décima cuarta vez su concepto. Fumaron, hablaron de la organización. El diálogo se cortaba a cada segundo por el teléfono “Sí, mi viejo, ya lo ordené, esa boletería está ya en el avión, que abran las taquillas”.

El reloj se acercaba a la una. Faltaban diez minutos. Londoño se apartó del teléfoпо…

“Señor Barona usted me necesitaba?”.

“Sí, don León, claro. Quería decirle, pero sonó el teléfono”.

“Señor Barona, hablemos luego. Me llama el delegado de Uruguay”.

A la una menos dos minutos. “Pacho” Guerra se despidió, luego de haber cambiado impresiones detenidamente con Canessa y Velásquez, con Barona… Durante la mañana bebió tres vasos de agua con hielo sacado del congelador que hay en una oficina contigua a la del gerente.

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TARDE DE PAZ

Tres de la tarde y dos minutos después llegaron la secretaria y el contabilista. A las tres y doce el auxiliar, a las tres y 19 minutos “Pacho” Guerra. Las oficinas de la Dimayor durante la primera hora y media de esta tarde eran “un remanso de paz”. Sólo se movían las moscas y la máquina de la secretaria, que durante todo el día “picó” un stencil con los reglamentos de esa entidad.

A las cuatro llegó Enrique Lara, hizo una llamada de larga distancia, dio instrucciones a Barranquilla sobre una boletería y se fue. A las cuatro y 19 una llamada de Bucaramanga. “No, don León aún no ha llegado pero está don Pacho”. Se lo paso.

Cuatro y media. Hora cúspide. Londoño hizo su entrada a la oficina. Estaba sonriente… Comenzó la sinfonía del teléfono…

“Qué hay, viejo querido Sí, la entrada de Bogotá muy buena. Nos rompieron dos puertas, se colaron unas cinco mil personas.. Cali?, Desastroso 17 mil pesos de taquilla. ¿Cómo? no, no les puedo autorizar eso. Ponganse de acuerdo con América y Santa Fe”.

Londoño colgó:

“¡Señorita! Llámeme a Mario Pumarejo, llámeme al Medellín, pida una conferencia con el Tolima, comuníquese con el Comité de los Preolímpicos…”.

Abrió la única carta que había llegado en la tarde.

– Archívela, señorita.

– Pero, ¿qué está haciendo?

– Los reglamentos de la Dimayor en stencil…

– Caray, caray, señorita. La felicito. Por fin…

Nuevamente el teléfono. Entró el mensajero del comité con algunas cuentas… “¿De qué son?”.

– ¡Don León! Pasajes, pago de lavado y planchado de 80 docenas de ropa de la selección, dos mil pesos de drogas…

Las estudió, las firmó. “¡Joven! Llévese rápido esto. No quiero verlas porque me vuelvo loco. Lléveselas lejos. Nos vamos a arruinar”.

Luego entraron las llamadas de larga distancia. Continuaron las instrucciones a los clubes. Se habló de negocios, de transferencias, de partidos. Se negó a la Selección Antioquia hacer un preliminar a la Selección Colombia… “Piden 5 mil pesos. ¡No viejos, no! La sola Selección Colombia nos llena los estadios”.

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ESTÍMULO

Entró Barona. Pidió estímulo a los jugadores. Pidió gallardetes para repartir a sus rivales…

Mientras Perú les había regalado “souvenirs” ellos no tuvieron nada. “Ni un pañuelo viejo para corresponder. No es posible”… A los doce minutos se ordenaron los gallardetes.

“Pacho” Guerra abrió la nevera unas tres veces más. Bebió agua con hielo. Hizo seis llamadas. Averiguó algunos datos. A las seis y treinta minutos tomó su cartera, el sombrerito verde y se despidió…

Barona y Londoño volvieron a hablar… “Don León. Es necesario estimular a estos muchachos. Hay que darles un vestidito”. El tono de voz bajó. No se oyó nada más. Al fi nal dijo el gerente: “Pero ellos, ¿saben lo del premio?”. Nueva ráfaga de llamadas.

“Qué hay, viejo querido… Sí. La entrada de Bogotá muy buena. Nos rompieron dos puertas, se colaron unas cinco mil personas. ¿Cali? Desastroso…. 17 mil pesos de taquilla ¿Cómo? ¿Jugar un doblete con el Junior? Bueno… bueno. Podría ser. Mire, póngame atención. Hagamos esto…”.

Faltan quince minutos para las siete. Calma la tempestad. Londoño se marcha. Tiene los oídos calientes. El teléfono le ha dejado la cabeza al revés. Se va pensando en números, en dobletes, en partidos preliminares. Durante todo el tiempo ha repartido mil instrucciones.

Ha coordinado el campeonato. La secretaria hace el último stencil. Apaga la luz y se marcha. Detrás van el contabilista y el auxiliar. Londoño toma el ascensor. Le parece que la campanilla es su teléfono y trata de devolverse, pero se calma… “Qué hay, viejo querido. Si, la entrada de Bogotá muy buena. Nos rompieron…”.

ESTE DOMINGUÍN DE AHORA

ESTE DOMINGUÍN DE AHORA

Medio: Deporte Gráfico.

Fecha: 29 de marzo de 1967.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Humberto González.

Cuarenta y cuatro años, ni una cana. Pequeño recuerdo de los toros: bajo la mejilla izquierda, unas cuantas arrugas al lado de los ojos.

Luis Miguel había entrado hacía unos segundos al aeropuerto con sombrero austríaco, traje inglés. La primera impresión, un Play Boy luego supe que a más de industrial de caché era un intelectual.

Su conversación giró en torno a todos los temas, desde las artes plásticas hasta la economía. Es curioso; él de los toros apenas sí se asomó a la conversación. “Al retirarme de los ruedos no he hecho lo de los demás toreros: irme al café a vivir del recuerdo; a hablar de aquel toro berrendo… vivir de lo que se fue es morir un poco, y yo todavía no quiero morirme”.

Y ese fue el tono de la charia, dicha elegantemente, con un marco de cultura que coloca a Dominguín a un abismo de todos los toreros. Es sencillo, impresionantemente sencillo, certero en el concepto y amable en cada respuesta. Cuando terminamos creí que solo había pasado medio minuto.

Sencillo, impresionantemente sencillo, certero en el concepto y amable en cada respuesta. Cuando terminamos creí que solo había pasado medio minuto. Los días que siguieron al retiro de Luis Miguel de las plazas tuvieron un lógico fondo de nostalgia por el aplauso, por la bronca, por el toro; pero el problema fue superado totalmente.

«Ahora me proponen veinte corridas… no me interesan, son un problema que ya he resuelto: lo he olvidado”. Dominguín fuma constantemente. La hora de partir el avión que lo llevará a Buenos Aires está cercana. Sin embargo no demuestra afán. “El dinero no acaba con la afición. Lo que sucede es que la gente cuando sabe que el torero tiene dinero exige más y, claro, los problemas son más duros. El caso mío no fue ese. Fue que me marché en el momento preciso conservando la moral. El gran éxito que he conseguido ha sido llenar el vacío que me dejó una profesión de grandes emociones, con otra que no me dejará pensar en nada».

Mientras habla lleva constantemente el dedo al cuello y lo corre nerviosamente por entre el suéter. Es el “tic” característico que salió de los ruedos y fue imitado por cien toreros en todo el mundo.

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PERSONALIDAD

Y es que eso es Luis Miguel: personalidad, singularidad. Pienso que bien puede llegar a un sitio donde nadie le conozca y la gente pronto descubrirá en él a un personaje. “He pensado varias veces que en esta época puede ser risible ver a un hombre armado de estoque, metido en un traje de oro, con medias rosadas, y al mismo tiempo un jet volando rápidamente. En principio sabe a romanticismo, hasta a ridículo, pero ese es el contraste que hace a la fiesta interesante, singular”.

Luego mira al techo y a la siguiente pregunta contesta en tono bajo. “En estos últimos veinticinco años he logrado todo por la experiencia, pues lo que uno consigue es por ella. En la vida he hecho tonterías pero así mismo las he enmendado, y si volviera nuevamente a esa edad, pues las volvería a cometer… y las considero necesarias para lograr la madurez”.

A medida que los minutos transcurrían y los altavoces del aeropuerto sonaban; constantemente en varias lenguas, Luis Miguel llevaba la mano al cuello, a la

cabeza, fumaba y ofrecía. Solamente aceptó un tinto, mientras una docena de amigos suyos conversaban en otro rincón de la sala. La estada del industrial en Bogotá fue breve; más sin embargo, no tuvo un solo minuto libre: comidas, cocteles en su nombre, citas de negocios… Pasé dos días tras él para poder hablarle con detenimiento. Cuando lo hice me pareció un triunfo, pues la libreta de su Secretario registraba una cita cada quince minutos entre las ocho de la mañana y las doce de la noche.

UN TEXTO

«Hice mis estudios de bachillerato en Bogotá a fuerza de entradas y boletas para los profesores que me examinaban. No lo niego. Cuando tomé la alternativa apenas leía y escribía. Después… hay que ver lo que he estudiado andando por el mundo. Mi mejor texto ha sido la vida. Hoy que mi posición económica es la de una persona que, como no tiene grandes ambiciones y sabe que puede vivir de pronto con un cacho de pan y otro de queso, como he vivido mucho tiempo, no tiene miedo de perderlo todo. Mi padre me decía: hijo mío, el hombre nace desnudo y cuando muere lo entierran vestido con algo. Así es que…».

Me pregunta qué lenguas hablo y yo le contesto que sólo el Castellano. Ahora, ladrar ladrar, así así, Portugués, Inglés Francés, Italiano, Alemán… La biblioteca de Dominguín tiene cerca de mil volúmenes, los cuales ha dividido por épocas. Una de ellas es la taurina “pero está empolvada”. Hoy tiene poco tiempo para los libros, pues la lectura es su gran pasión. Su problema es ocupar el tiempo y no dejar de pensar un solo minuto para no dar campo a los toros.

La pinacoteca tiene obras de mil autores y vale unos cuantos millones de pesetas: Picasso en todas las épocas, el Impresionismo de 1903, La Era Azul, El Cubismo, Los Temas Negroides y La Guerra Civil Española en una copia original del guernica. Cocteau, Rafael Al- berti, Manuel Viola, el colombiano Obregón…

Pablo Picasso es el padrino de una de sus hijas “y según me ha contado, novio de la otra. No está mal, creo que se puede casar con ella: tiene nueve años. El ochenta y seis”.

Y lo dijo así. Serio. Luego sonrió.

EL INDUSTRIAL

Dominguín es representante de cien firmas europeas y americanas entre las cuales están casas peliculeras rusas, Ecopetrol (para Europa), los Astilleros españoles para todo el mundo. Tiene además varias sociedades en 10 países del Viejo Mundo y otros tantos de América; fábricas propias donde emplea cerca de tres mil obreros y empresas constructoras; productoras de cine y distribuidoras de artículos de importación y exportación a gran escala entre América, Europa y África.

En el fastuoso edificio de Madrid ocupa solamente cuarenta secretarios que supervisan sus negocios.

-¿Cómo es su vida privada?

«Mi rutina es normal cuando estoy en Madrid: me levanto a las ocho de la mañana y llevo a los niños al colegio. Sólo voy a almorzar a casa los jueves, sábados y domingos, que es cuando están ellos allí.

Tengo en total tres hijos, dos niñas y un niño… son muy pequeños. El chico es un vago pero responde cuando se le pincha el amor propio. Siendo un sinvergüenza es sobresaliente en el colegio, donde hace bachillerato en francés y Español y el año entrante, los tres comenzarán con el inglés. La pequeña es la preferida… está en la edad más graciosa de la vida y la mayor es muy grande. Ha crecido mucho… es una espiga».

En los días de “descanso” Luis Miguel se va al campo a trabajar, claro está. Tiene dos haciendas, una cerca a la capital y otra en Andalucía con quince mil hectáreas. 

EL COMIENZO

«Cuando era muy niño todavía, llegué con mi padre a Colombia, mientras mi mamá y mis hermanas se quedaban empeñadas en un hotel de La Habana, pues no teníamos con qué pagar la cuenta y aquí ganamos nuestro primer dinero, con el cual “deshipotecamos” la familia. Aquí es donde arranca la historia… Fue por el año 38».

Al recordar, Dominguín sonríe con cariño.

«Estudié en Bogotá; entrenaba al mismo tiempo y los domingos toreaba. Me ha quedado la pena de nunca haber sido niño. Comencé a torear a los diez años, vivía un ambiente difícil y no pude jugar. Algunas locuras que cometo las achaco a eso… a no haber podido jugar cuando pequeño».

IMPOTENCIA

Los pensamientos del torero más célebre del presente siglo giraron nuevamente en la inestabilidad del tema. Entonces una vez más apareció el arte, las plásticas. Frente a ellas un concepto contundente:

«Posiblemente hay algo de impotencia en el artista moderno, incapaz para el bien hacer: para el logro de las formas clásicas. Desde luego, en los modernistas hay elementos extraordinarios, como Picasso. Al que crea una expresión nueva la gente lo imita, sin saber hacer lo que aquel haya olvidado. Por ejemplo, yo tengo caballos pintados por Pablo. Que tan perfectos que no los podría parir ni la misma yegua».

Cuando hablaba de economía el salón comenzó a llenarse. Las gentes atraídas por el relampaguear de la cámara se arremolinaron en torno al torero que, sin distraerse hablaba lentamente.

«…Hemos logrado en los últimos diez años que todos nuestros productos sean considerados en el mundo, pues anteriormente sólo conseguíamos exportar flamencos, curas y toreros. España ha tenido una evolución muy grande; ahora hay una potencia que no existía hace diez años atrás».

Los altavoces llamaron nuevamente; esta vez para el vuelo a Buenos Aires, y con la despedida, una última pregunta y su concepto de los toreros.

«Ellos son una persona que tiene que estar pensando en su profesión. La entrega mental es fundamental. Entonces no hay tiempo para cultivarse. Si no hay éxito, desde luego el hombre será un fracasado. Si lo hay, vive en medio de mil aduladores que le endiosan y le destruyen. Asimilar el triunfo es de las cosas difíciles de la vida».

– Un momento. Eso de que los libros de toros “están empolvados”. Pero… ¿usted odia la fiesta?

– Tengo un gran respeto por ella y me esfuerzo por olvidarla, porque sería ridículo que hoy volviera a los toros.

COCHISE: “LLENADOR”, AVISPADO Y CANSÓN

COCHISE: “LLENADOR”, AVISPADO Y CANSÓN

Medio: El Tiempo.

Fecha: 26 de septiembre de 1971.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro.

Aquel 22 de diciembre la vida de Victoriano Rodriguez había comenzado a escaparse lentamente. Ese campesino de piel endurecida por los hielos del amanecer y el sol picante de las montañas antioqueñas debió comprender que la batalla estaba próxima a terminar.

“Vallecitos”, con sus grandes extensiones de cultivos, le había parecido incontrolable en los últimos meses, porque su energía estaba minada por una enfermedad que le corroía el corazón. Frente a él, a su esposa, a sus hijos, acaso la última esperanza era la ciudad, de la cual conocían muy poco, pero cuyo reflejo de mayores comodidades no desconocían del todo. Por lo menos allí habría médicos.

En el campo cada amanecer había significado un reto para Victoriano, porque detrás de él había varias bocas que esperaban en las últimas horas de la tarde su regreso con los 80 centavos que le significaban su jornal de mayordomo.

Cuando aquel día los ocho tomaron el camino de Medellín se convirtieron en una familia de inmigrantes, Victoriano vería por última vez a “Vallecitos”. Adelante marchaban Francisco Román, uno de los hijos de su primer matrimonio, de quien debía depender estos últimos días de su vida; Gertrudis, su esposa; Teresa del Niño Jesús, Carlos, Gabriel, Celina y Alicia, sus pequeños hijos.

La ciudad los aguardaba con una inmensa casa solariega en la periferia, de la que hoy recuerdan solamente los extensos corredores de ladrillo, la puerta del campo, las habitaciones oscuras y la nube de zancudos que no los abandonó ninguno de los atardeceres que pasaron allí.

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Pero Medellín, una ciudad que les pareció inmensa en el segundo año de la década del 40, significaba algo más que las pocas comodidades que Victoriano había esperado:

Cuatro meses más tarde, los médicos no habrían de conocer sus afecciones y en la tarde del 25 de abril la muerte puso fin a su larga vida, en la que solamente conoció la rudeza del trabajo. Para la familia quedaba detrás del sabor de la muerte un largo camino de dependencia económica de Francisco Román y su pequeño puesto de verduras en la plaza de mercado.

Once días antes de la muerte de Victoriano y cuatro meses después de haber llegado de “Vallecitos”, (la hacienda de Fredonia), en una de las espaciosas habitaciones de aquella casa, nació Martín Emilio, el menor de la familia. Fue la madrugada del 14 de abril de 1942. Su madre recuerda vivamente la angustia de aquel amanecer en el cual “Victoriano y yo caímos a la cama: él para vivir sus últimas horas y yo para dar a luz a Martin… unos pocos días después debía morir mi esposo. El niño no lo conoció. Los demás deben recordarlo muy poco porque entonces estaban muy pequeñitos; la mayoría tenía solo 9”.

Para los pequeños, si bien los primeros años transcurrieron en medio de las restricciones que imponían las pequeñas ganancias de su hermano medio en la plaza de mercado (con las cuales debían sostenerse todos), la vida no les fue tan difícil inicialmente. Pero la ciudad, con su subempleo, sus salarios de hambre, su exigencia de personas que conocieran trabajos definidos, no les daría tiempo para prolongar esa vida de felicidad infantil. Ni para prepararse con el fin de afrontar, más o menos ventajosamente, la lucha futura.

Con el fallecimiento de Román comenzaría una etapa aún más dura, en la cual la familia iniciaría una peregrinación de casa en casa en busca de albergue: de hacinamiento en pequeñas habitaciones de casa de inquilinos, hasta cuando los hijos, a muy temprana edad, emprendieron sus primeros trabajos.

Las hijas mayores contrajeron matrimonio muy jóvenes y sus hogares, un poco después, se convirtieron en el refugio que les devolvió aquella vida inicial en la ciudad con relativas, pero en todo caso, mayores comodidades. Gabriel, uno de los hermanos mayores de Martin, recuerda hoy, sentado tras el escritorio de ejecutivo en su floreciente negocio de repuestos automotores:

«Cuando murió el que estaba viendo por nosotros, vinieron épocas todavía más duras. Caímos en una casa de inquilinos; todos en una sola pieza. Anteriormente habíamos vivido en varias casas, pero aquella nos pareció muy dura, porque, al fin y al cabo, estábamos acostumbrados a vivir solos, con más aire, con más espacio para cada uno…».

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Los recuerdos de los primeros años de Martín Emilio Rodríguez aparecen borrosos en la mente de su familia. Acaso porque su vida de niño, hasta cuando comenzó a trabajar a la temprana edad de 10 años, fue demasiado normal.

Su hermano Gabriel habla de la situación de la familia y de sus primeros años en Medellín, con reticencia:

«Mi padre era mayordomo en una finca de Fredonia. Recuerdo muy poco de él porque cuando murió yo tenía cinco años y medio… tal vez, solo que había nacido Guarne, que contrajo matrimonio con mi madre en Envigado y que todos los días de su vida trabajó de sol a sol. No recuerdo el día en que nació Martin; solo que estábamos recién llegados a Medellín y vivíamos en una casa grande donde murió mi padre. Comencé a trabajar a los 9 años vendiendo prensa. Era muy duro porque tenía que levantarme a las tres de la mañana para terminar a las ocho, hora en que entraba a la escuela a estudiar. En esos días la situación de la familia era muy difícil. Nos ayudaba el “entenado” de mi madre, mi hermano medio, Francisco Román.

Durante nuestra infancia la vida fue de muchas privaciones. Martín comenzó a trabajar a los 10 años en una carbonería, ayudando a traer el tiro de caballos para la carreta del repartidor en Manrique. Luego se empleó en un bar. Después de nuestra primera casa en Medellín, no lejos del aeropuerto, en medio de unos potreros llenos de zanjas con agua estancada y muchos zancudos, vivimos en varias casas.

Mi madre sacó adelante sola a la familia. Era una mujer estricta y si no hubiera sido por ella, quién sabe a dónde hubiéramos llegado nosotros. Porque dimos con esa madre, hoy somos lo que somos. Pero, en realidad, ella nos castigó muy poco, pues éramos buenos hijos. El que si era celoso y nos castigó bastante fue el hermano medio».

Doña Gertrudis, una mujer que aún conserva su gran vitalidad, tiene una recia personalidad. Sentada en la sala de su casa,en un barrio clase “A” de Medellín, no hace gran esfuerzo para tratar de rehacer algunos pasos de su primera experiencia en la capital:

«Para Martín su época de niño fue de grandes privaciones económicas porque éramos muy pobres. No teníamos una parte fija dónde vivir e íbamos de casa en casa de los familiares o alquilando piezas con las hijas casadas, pero viviendo siempre unidos. Yo creo que Martín nunca tuvo infelicidad de parte mia. Los castigué, es cierto, un poco, pero es que yo quería que cuando fueran grandes pudieran mantener la frente alta en cualquier parte. A la muerte de Victoriano trabajé muy duro en la casa. Lavaba y planchaba ropitas y con eso ayudaba un poco a quien nos estaba apoyando: el hijo del primer matrimonio de mi esposo.

Medellín nos recibió muy duro. En nuestra primera casa de Guayabal, la única distracción era mirar cuándo llegaban y salían los aviones del aeropuerto. Allí a todos los hijos, menos a Martin, les dio paludismo por los zancudos. Pero dejamos ese sitio pronto. Allí solo vivimos unos 9 meses.

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La primera escuela de Martín quedaba a unas 20 cuadras de la casa, así que tenía que hacer cuatro viajes al día; unas ochenta calles, ocho kilómetros a pie. El comenzó a estudiar a los siete años en la escuela Alfonso López, de Manrique, y su primera maestra lo quiso mucho; decía que era muy inteligente. Yo, en realidad, salía muy poco de la casa; siempre he vivido encerrada viendo por mis hijos y no conocí a los maestros de Martín. Solo sé que él, después de que le cambiaron a esa profesora, fue a varias escuelas porque los maestros no lo entendían y lo castigaban mucho… Hasta que dejó el estudio y se fue a trabajar al “Bar Chabané”.

Cuando me dijo que no estudiaba más, yo no lo obligué a seguir. Más bien después de haber ganado sus primeras vueltas a Colombia ha traído a la casa profesores y estudia bastante. Lo que sabe lo ha aprendido así. En su vida hay algunos años que no puedo precisar bien, hasta cuando comenzó a trabajar en una droguería. Su sueldo fue un poco mejor. Allí, montando en bicicleta, se aficionó al deporte. Pero me ayudaba mucho económicamente. Era responsable; me traía su sueldo siempre».

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Trepado en una escalera de su farmacia, Roque Osorio busca un jarabe. Es un hombre de unos 55 años que desciende lentamente, y después de atender a la mujer que vacila un poco en la escogencia de la droga, prefiere conversar en otro sitio. Salimos a la esquina.

«Si, fui uno de los primeros patrones de Cochise Rodríguez en la Farmacia Santa Clara, de dónde han salido algunos de los mejores ciclistas de Antioquia. Todos han comenzado como mensajeros…

Cochise era un pelado pequeño el día que comenzó. No tenía siquiera físico aceptable, mucho menos bicicleta. A mi me pareció que no iba a poder con el puesto. Sin embargo, lo empleé. Comenzó ganando 75 pesos al mes y solo estuvo unos 18 con nosotros. Fue muy bueno, el más veloz.

Nosotros le dimos su primera bicicleta: un aparato destartalado que luego él fue cambiando hasta cuando compramos una nueva de semicarreras. Ahí decidió irse. Prefirió el ciclismo. Como ahora, Cochise era un muchacho charlatán, cansón, llenador, avispado. Yo creo que su modo de ser no ha cambiado nada. Para mi es el mismo de antes. Los triunfos no han influido en su personalidad.

Desde pequeño mostró un deseo tremendo de superación. Esto se le veía en cosas tan pequeñas como esta: comía bastante pero prefería golosinas que no alimentaban. Así que un dia le aconsejé que escogiera mejor frutas o algo que le ayudara en su físico. Y puso atención; desde entonces mejoró mucho en ese sentido… Por sobre todo, ¿sabe cuál ha sido su éxito? Quel nunca toma nada a pecho. Para él la vida ha sido una sola charla».

Cochise pasó a otra farmacia después de haber hecho sus primeras experiencias en el ciclismo como “;turismero” y en 1960 conoció a quien luego debía ser su rival más encarnizado en las carreteras colombianas: Javier Suárez.

«Corría tal vez el año 60, Cochise comenzó a llevar a la farmacia donde yo trabajaba pedidos de alcohol. A mi me llamó la atención, porque en cada viaje transportaba dos cajas: 48 pesadas botellas con las cuales, en la parte trasera de su bicicleta, perseguía en subida a los carros, y los alcanzaba hasta pegarse a ellos. A su edad, tendría unos 18. Esto significaba una fuerza tremenda. Eso me impresionó

mucho.

Empecé a tratarlo un año más tarde. Hicimos una amistad muy sincera, muy noble. En ese entonces Cochise ya tenía fama en el medio de los aprendices de ciclismo. inspiraba respeto porque había ganado sus primeras pruebas, que fueron muy duras. El no siempre tenía dinero y entonces debía fiar una tiendecita de Manrique. Entonces le propuse que juntáramos las propinas que ganábamos y las gastáramos ambos. Así transcurrió no sé cuánto tiempo. Todas las tardes, a las 7, subía hasta su casa por él y lo bajaba cargándolo en mi bicicleta. Todas las noches, antes de irnos a dormir, comprábamos un litro de leche y un peso de bananos.

Entrenamos muy duro por varios años. Al comienzo yo lo recogía en su casa todas las mañanas a las cuatro y media y hacíamos unos 80 o 100 kilómetros. Las carreteras de Antioquia presentaban entonces un peligro: los asaltantes que esperaban emboscados para robarnos las bicicletas. A nosotros nunca nos pasó nada.

En esa época, él vivía en casa de su hermana casada. Era una edificación cómoda. Lo consentían, lo ayudaban bastante. La vida de Martín, como la mía, fue muy corta en bicicletas de turismo. Él comenzó primero y cuando fue a la Vuelta como novato, yo aún era turismero».

Para Horacio Gil Ochoa, el primer reportero de ciclismo del país, tal vez la misión que se le encomendó una tarde de marzo de 1960 resultaba poco interesante: debía hacer gráficas “de un muchacho nuevo que parece que anda bien”. Trabajaba como cobrador en un consultorio dental y era un desconocido. Horacio Gil estaba acostumbrado al roce con los ases. Por eso no le dio mayor importancia a su cita. Después del mediodía encontró al desconocido bajando las escaleras del consultorio con una bicicleta de carreras, la primera de su vida, al hombro.

“Cochise me pareció un muchacho bueno, como lo es hoy. Yo creo que la gloria no lo ha alterado” dice Gil, quien ha seguido desde entonces muy de cerca la vida deportiva de Rodríguez.

Para este hombre de 40 años,que ha logrado las mejores gráficas de la historia ciclística nacional, Cochise no tiene, nunca ha tenido, problemas. mayores en su vida, porque esta ha transcurrido sin un interior oscuro, sin un fondo revuelto. “Yo creo que para Martín no ha significado nada la pobreza que dejó atrás, porque a pesar de ella vivió plenamente desde el momento en que nació. Yo diría que es un hombre que ha podido realizarse íntegramente en todos los minutos, en todos los segundos de su existencia. Al parecer, la bicicleta llenó en él todos los vacíos que pudieron dejarle algún día sin almuerzo, o una navidad sin juguetes. La pobreza, su vieja pobreza, al parecer ni siquiera ha sido acicate en su vida deportiva”.

Las palabras de Gil Ochoa, el viejo zorro del ciclismo nacional, encuentran un paralelo con los recuerdos de Gabriel Rodríguez, hermano de Cochise: ”La vida fue más fácil para Martín. Tanto, que yo no pude seguir en el ciclismo. Competi, pero la obligación de la casa no me permitió continuar con ese lujo. Corrí en turismo porque el alquiler de una bicicleta de carreras valía uno con cincuenta al día y solo ganaba 45 pesos al mes. Además, Martín tuvo suerte, porque, al comenzar, encontró un trabajo donde algunas veces le daban bicicleta. Y con Luis Carlos, el otro hermano, le ayudamos un poco.

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Muy cerca de la iglesia de Los Dolores, a unos pasos de la sombreada plaza de La América, donde bajo los árboles de mango, adormilados por el calor de mediodía una decena de hombres esperan el paso de los buses que van al centro de Medellín, está el consultorio del médico Vinicio Echeverri. Es una casa vieja, de techos altos y paredes cubiertas con blanquimento. Frente a su pequeño escritorio y colgando de unos cuernos de ciervo, se mece con la brisa el estetoscopio, con el cual este antiguo dirigente del ciclismo antioqueño ausculta la barriga de sus pacientes. Siguió a Rodríguez desde el día de su primera carrera en bicicleta de turismo. Era el número 58 y tras un alarde de poderío, trepó a Santa Elena y se coronó segundo.

Para el médico de cabeza blanca y espíritu de joven de 18, que conoce estrechamente la vida del fenómeno, poco de lo que sabe todo el mundo se puede agregar a esta historia, porque los pasajes de Cochise no deben decirse. Para este médico son parte de su secreto profesional.

Él recuerda perfectamente toda la lucha de Rodríguez, de quien dice:

«A Martin le ha faltado aún un poco de formación, No ha entrado todavía a la verdadera edad adulta y sigue siendo un infante. Yo creo que, en parte, a eso se deben los altibajos en su carrera deportiva, fruto de desórdenes por su mismo espíritu juvenil.

Sin embargo, su trajinar diario, sus derrotas, sus viajes al exterior, le han servido. Ha asimilado bastante. Por eso ha llegado a donde está.

Al tomar la primera máquina de carreras, y con sus primeros triunfos, Martín tuvo la suerte de encontrar a Isabelita Angel, su patrocinadora. Ella, que asistía a todas las carreras, lo ha ayudado moral, física y materialmente, además de que le ha administrado las cositas que ha ganado. Isabelita Angel fue quien formó a Cochise en todo sentido».

Tras la pesada puerta de roble tallado, la casa de rejas de hierro, arquerías y escaleras de sabor mediterráneo, está silenciosa. La biblioteca es acogedora. Dos centenares de libros se esconden en anaqueles formados por el enchapado de madera oscura que cubre las paredes.

El patrocinador de Cochise habla lentamente. Mide cada una de sus palabras; no quiere ponerse a encadenar recuerdos. Además, esto tomaría muchas horas.

«Para Martín hemos sido una segunda familia. Todos saben cómo es él: un muchacho locato, pero muy bueno en el fondo, con un mérito muy grande que es haber triunfado sin hacerle mal a nadie…

Es tímido, profundamente tímido y fuerte ante la derrota. Tal vez en este sentido su golpe más grande fue la Vuelta a Colombia que le ganó Javier Suárez.

En estos últimos años su mentalidad ha cambiado, pero conserva su alegría de niño espontáneo y tiene un gran desapego, ese desapego infantil por las cosas. Ese debe ser el secreto de su éxito».

A pesar de esa aparente indiferencia, Rodriguez ha exteriorizado algunos momentos de vivencias intensas: “Tal vez los más notorios han sido las rivalidades violentas con Ramón Hoyos y con Javier Suárez”, dice Horacio Gil Ochoa.

«Con Ramón han mediado cosas que todo el mundo sabe. Martín le ha respondido a él, no por un micrófono sino pedaleando. Con Javier Suárez todo comenzó artificialmente. Salió de la boca de los seguidores de ambos, encontró eco en la prensa y trascendió en sus vidas más tarde».

Esta mañana, cuando comenzamos a revisar una serie de grabaciones con Javier Suárez, me dijo: “Como se trata de la vida de Martín, quiero colaborar con usted para que su trabajo le quede muy bien hecho. Él lo merece todo”. Luego relató:

«Nuestra rivalidad estuvo siempre planteada en la carretera, pero nunca se había traducido en nuestras vidas. Sin embargo, eso fue inevitable. El comenzó a alejarse de mí. Yo lo busqué varias veces para que siguiéramos la amistad, una amistad muy sincera, con detalles que nunca se me olvidarán… Pero fue imposible.

Yo lo vi mal, especialmente después de la Vuelta de 1965, que le gané sobre la misma meta final en Bogotá. Reaccionó como nunca: fue bastante brusco. No me dijo nada, pero yo sabía que cuando un compañero de equipo gana, uno por naturaleza se alegra… y yo había ganado mi Vuelta; era la gran aspiración de mi vida. Por eso creí que no le había molestado tanto. Sin embargo, me di cuenta de que no sabía perder. Esa rivalidad duró hasta 1967 y la amistad vol- vió como era antes, cuando un día, estando yo en cama enfermo, me vino a visitar.

Nunca he sentido celos profesionales de Martín, sencillamente porque siempre lo he admirado como deportista. Si yo tuviera sus cualidades estaría en el sitio de él, o muy cerca. Pero Dios no me las ha dado. Yo me he hecho a base de constancia… Nuestra amistad no se podrá romper nunca, porque atrás han quedado cosas grandes para los dos, como la ayuda que me dio cuando, siendo yo aún turismero, él corrió la primera Vuelta a Colombia. Recuerdo, por ejemplo, cómo, no teniendo yo verdaderamente dinero en esa época, después de los entrenamientos Martin me pagaba el desayuno».

Esta cara oculta de Cochise frente a la derrota, para quienes lo han conocido desapareció en los últimos años, Julio Arrastia, quien lo ha seguido desde sus primeros triunfos y ha vivido a su lado momentos importantes de su vida, lo analiza detenidamente:

«Martín pierde, sufre bastante. No demuestra el dolor de la derrota, pero lo siente interiormente, pues, como a todo buen corredor, no le gusta perder. Después de caer, parece alegre, pero la procesión le va por dentro. A primera vista puede parecer tosco, pero más bien es un hombre muy sincero. Lo que sucede es que la franqueza causa siempre resquemores, Yo creo que Cochise, el niño, el buen niño que sigue siendo, ha adquirido últimamente una mayor experiencia, más responsabilidad. Ahora entiende perfectamente lo que él es para Colombia y se ha dado cuenta de que cualquier equivocación en sus apreciaciones a veces producen polémicas. Antes no titubeaba con ciertos conceptos que no le convenían, pero que de todas maneras exteriorizaban lo que sentía. Para mi su gran virtud, su mayor virtud ha sido siempre no preocuparse demasiado por las cosas. Por eso ha llegado tan lejos».

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La vida de Cochise ha transcurrido siempre sobre una bicicleta. Desde los primeros años de su juventud es necesario asociarlo con el ciclismo. Su infancia está turbia en la mente de quienes le conocen. Inclusive de su familia. Para sus amigos, Cochise nació solamente con los primeros triunfos. Atrás queda la vida de un niño oscuro que ha vivido intensamente, que no conoció a su padre, pero que es el fenómeno más grande que ha dado Colombia en su larga historia ciclística.

CLARASIERRA, VERGEL DE AMÉRICA

CLARASIERRA, VERGEL DE AMÉRICA

Medio: El Burladero.

Fecha: sin registro.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Charles Marden, FITC y «Manuelhache».

Vuelvo hoy, queridos lectores, sobre el tema de nuestras ganaderías colombianas, y para ello he de descender de los 3.500 a los 2.600 metros sobre el nivel del mar. Me alejo de la línea ecuatorial y cómodamente me ubico a 30 kilómetros de la capital, en el corazón mismo de Colombia. A mi alrededor han quedado los agrestes picos de los Andes y, aunque no he logrado salir de sus dominios, hallo un nuevo paisaje, un nuevo clima, una temperatura más benigna. Es el milagro de la cordillera: a cada paso un mundo nuevo, una nueva vida, costumbres y atuendos diferentes, distintas mentalidades, aires con diferente aroma, gentes con un dejo que no habíamos escuchado antes.

Viene ahora a mi mente una anciana: mi maestra. Con ella la historia de mis antepasados, los chibchas, pobladores de estas regiones en pretéritas épocas, llenas de leyendas, mitos, sacrificios y “fucús”.

Clara Sierra vergel

Recuerdo y casi comprendo el fabuloso cuento de Bochica, ese semidiós que salvara con su varita mágica estas tierras, que según la leyenda fueron un inmenso lago que el superhombre por un conjuro “desagüó”, rompiendo en el punto vulnerable las rocas del límite de la meseta. “Se convirtieron entonces las algas en flores y los peces en pájaros cantores…”.

Comprendo esta fábula, pues al dejar la naturaleza que el agua del gran lago se marchara, la rica capa vegetal vino a ser interminable despensa de América. Y hoy lo he visto: tres metros de capa vegetal, aire medianamente húmedo, pradera de “carretón”, “pasto azul”, “trébol”, “kikuyo” y no sé cuántas otras variedades de pastos. Dieciocho grados centígrados de temperatura permanente y un sol tan brillante como esos tunjos de oro que los indios lanzaban al lago en días de ofrendas a los dioses. Los nombres de las fincas del lugar guardan parte de la historia: “Venecia”, “Holanda”, “Canoas” (embarcaciones primitivas). Este último famoso dentro de los aficionados de la región, pues el viento que viene de allí despeja la campiña de los toros bravos para llevar las nubes y colocarlas exactamente sobre la Santamaría. Es un cuento cruel, ¿verdad? ¡Pues es cierto!

Discurro en la leyenda, y con la sonrisa que se me escapa pienso cómo en estas tierras, donde antaño se molía el maíz con los dientes, para luego escupir en una gran olla de barro que se sepultaba, lográndose la fermentada “chichas”, bebemos hoy jeres sobre el lomo del toro de lidia español. O cómo donde antes se vistiera con taparrabos – ahora le dicen monokini – se lleven ahora los zahones, y donde se hablara el idioma de la macana se diga hoy el de la garrocha.

¡Ah, mi buena maestrica! Nunca pudo comprender muchas cosas…

Esta es la tierra colombiana deseada por Bochica, que, según la leyenda, cambió las algas en flores y los peces en pájaros cantarines. Esta es la tierra en que pastan los “clarasierra”, toros de linaje español.

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HISTORIAL DE LA GANADERÍA

Entre los años de 1935, en que se fundó la vacada, y 1938, doña Clara Sierra logró «reagrupar un total de 31 vacas, 12 becerros, 37 becerras y un toro de Santacoloma, todos ellos por el sistema de compra a diferentes personas y entidades, que a su vez las habían obtenido de la Corporación Colombiana de Crédito, quien tomó la mayor parte de los bienes de don Ignacio de Santamaría, propietario y fundador de la primera ganadería de casta que hubo en Colombia, Mondoñedo. Todas estas vacas fueron servidas por el semental, de nombre «Tabuco».

En el mismo año 1938, con motivo del centenario de la fundación de Bogotá, se importaron para ser lidiados varios toros de Santacoloma. Por tener dentro del lote la mejor nota de tienta, adquirió la ganadera los llamados «Casquillejo» y «Calderero», números 9 y 77, respectivamente, de propiedad de don Julio Salcedo, lidiándose en un festejo informal en el año 41 los primeros productos de la nueva cruza, con un éxito más que satisfactorio.

De los hijos de «Casquillejo» y «Calderero» se seleccionaron los sementales «Cebollino» y «Banderillero». En el año 1944 pasa la ganadería a figurar a nombre de los Hermanos Reyes Sierra , para en 1945 comprar a don Antonio Reyes «Nacional» dos sementales de la ganadería mejicana de La Punta, casta Saltillo, además de otro toro de Pastejé, cuyo cruce no ligó, siendo sus crías íntegramente enviadas al matadero. En los años siguientes se procede a realizar tientas rigurosas y a se leccionar con el mayor cuidado las vacas, empleando como sementales a los hijos de «Casquillejo» y «Calderero», nacidos ya en el país.

En 1959 la ganadería compró a Luis Miguel Dominguin un ejemplar con nota de tienta superiorísima y sangre pura de Santacoloma, cuyos productos se han lidiado ya con magnífico éxito.

En vista de la exigencia de público y empresarios, se plensa, aparte de refrescar la sangre, ampliar aún más la producción, y actualmente espera la ganadera licencias de importación para introducir en el país 50 vacas y cuatro sementales de Santacoloma de los ganaderos españoles Alipio Pérez Taber- nero y Joaquín Buendía. Hay también en la vacada una rama de media casta, fundada con una fracción de la misma dehesa en el año de 1947, que lleva el nombre de «Tibitó», y está ubicada a 50 kilómetros de Bogotá, en condicio- nes topográficas y climatológicas pa- recidas a las de «Venecia».

Y prosiguiendo, como cosa simpática he de traer a colación una historia que es del conocimiento de todo aficionado colombiano: hace algunos años, a raíz de la crisis del 30, cuando una tremenda sequía, asociada a mil problemas de orden económico, azotó al país, la bancarrota en la industria y el comercio hizo presa en nuestra economía. Cuentan que al matadero de Bogotá eran enviadas vacas y toros puros de Santacoloma que se vendían en vivo a precios que, haciendo la conversión, equivalían a unas 300 pesetas actuales por cabeza. Es fácil decirlo…

Por simple curiosidad adquirió doña Clara Sierra algunas vacas y becerros bravos, que se «perdieron» en sus pastizales. Así tuvo, paradójicamente, su iniciación la vacada más larga de Sudamérica actualmente, pues con las primeras volteretas causadas en sus haciendas nació en doña Clara el «gusanillo» de la afición, hasta el punto de comenzar en pocos años a correr sus productos en todas las plazas colombianas; de abandonar todo cuanto tenía, para dedicar las veinticuatro horas del día a la crianza del toro de lidia; a estudiar y experimentar con un afán incontenible, a dar luego vueltas y más vueltas al ruedo tras de sus pupilos y a adquirir un renombre internacional como es hoy día el de Clarasierra.

LOS TOROS DE PLOMO

Por la enorme fertilidad de la tierra que produce abundantes pastos y las calizas que se hallan en el subsuelo, además del cuidado y celo de los ganaderos, es el toro de Clarasierra un perfecto tipo del animal bien criado.

El índice de su peso es tal, que con frecuencia se puede comprobar que animales que apenas rayan los tres años arrojan en pie pesos promedio de cerca de 430 kilos. Son los toros de plomo de Colombia. Hay quien ha llegado a comentar que su sistema óseo es tan consistente, que un utrero bien podría lidiarse con tres cuartos de tonelada sobre sus lomos sin inmutarse en lo más mínimo.

Y es lógico que teóricamente esto sea así por la alta calcificación de estas tierras, pues hay que agregar que en las haciendas vecinas a «Venecia» se extraen yacimientos de cal que dan pie a grandes industrias colombianas.

LA MÁS LARGA

En cuanto a producción, es ésta una vacada de grandes producciones, que lidia en el año un poco más de cien ejemplares, entre toros y novillos. Como ejemplo tenemos el caso de nuestras temporadas del presente año: únicamente en la capital se han matado 19 corridas de toros, diez de las cuales pertenecen a la divisa de los Herederos de Clara Sierra, lugar de salvación de los empresarios, que cuantas veces acudan al campo hallan durante los doce meses del año todos los animales que deseen. Este es uno de los secretos por los cuales se están celebrando ahora en nuestras plazas más espectáculos que nunca.

NUESTROS TOROS MERECEN UN «HANDICAP»

En el tendido de la placita de tienda, y mientras desfilan una a una las vaquillas que han de pasar por las notas de la ganadera, aprovecho los cortes Intermedios entre una y otra para dialogar brevemente y ver cómo se evaporan como un suspiro varios paquetes de cigarrillos. Las uñas se acortan a cada entrada de los animales al caballo y parece que nuestra ganadera olvidara hasta su nombre cada vez que se abre la puerta y salta, codiciosa, la erala en busca de los petos.

– ¡Vistaaa!

Hay una breve pausa, el ruedo quedó en pan y los toreros aprovechan para dejar el sudor en los capotes.

-¿Y las notas?

-Unas, bien; otras, mal. Como siempre. Las decisiones deben ser exactas y la pelea con el segundero del reloj me vuelve loca.

-¿Fuma?

Gracias; lo estoy haciendo. ¡Puertaaa!

Una breve sonrisa y mi diálogo se frustra por primera vez. Creo que a este paso no terminaré nunca.

Vuelta a lo mismo. Una vaquilla más y al grano:

– ¿Se aparta usted de los sistemas españoles de crianza?

– No. Tanto el herradero como la reseña y la tienta en la plaza siguen la tradición española, la crianza difiere un poco con el sistema del viejo mundo por el factor latitud. Nos hallamos en el trópico y las circunstancias son distintas, ya que estos países no tienen estaciones y el alimento y desarrollo son diferentes…

– ¿Qué sistema alimenticio lleva la vacada?

– Desde el momento del destete, pasto verde durante todo el año; por consiguiente, el ganado no tiene que ser graneado en los meses de invierno, cosa que no sucede al toro español. Se deriva de esto que el peso del toro es inferior en el trópico, ya que esa comida es altamente húmeda, y por ejemplo, al embarcar los toros para la corrida se deshidratan con más facilidad que los que han sido alimentados con grano.

– ¿Por qué no tienta a campo abierto?

– Lo considero un deporte muy bonito, acostumbrado por algunos ganaderos en España, pero no creo que sea necesaria.

– ¿Por qué?

– Porque se ve igual el toro en una tienta en la plaza que a campo abierto. Además se necesitan caballos y jinetes bien adiestrados…

– Cree que se debe refrescar con más frecuencia la sangre de nuestras ganaderías?

– ¡Puertaaa!

– El oficio en estas condiciones es asunto de paciencia. Mientras tanto, veamos la otra arrancarse de largo para meter la cabeza y dejar que “le partan el cuero”.

– ¿Ha marcado su ganadería alguna evolución en los últimos años?

– La sonrisa de satisfacción equivale a un sí.

– ¿Cuál?

– Como primera medida, la selección de raza, purificación de sangre, el estilo de los toros en la lidia y la conformación de cabezas que se han procurado hacer más cómodas para el torero.

– ¿Qué cuida usted más, el estilo o la bravura?

– Un buen ganadero debe preocuparse por ambas cosas, pues son cualidades indispensables en el toro.

– ¿Suprimiría la tienta en los machos?

– No. En estos países aún no estamos preparados para suprimirla, puesto que no tenemos la experiencia adquirida durante 400 años por los españoles.

– ¿Cree que el toro colombiano sea diferente al español?

– Otra vez la puerta, la vaquilla y el caballo. Creo que voy a estallar. Esta ha levantado las patas y destocado “Villano”. No hay nada que hacer, gano tiempo.

– ¿Hablamos?

– Si, Creo que de toros…

– ¡Ah! No es diferente.

– ¿Por qué?

– Porque el toro bravo en España es igual al toro bravo en Colombia. Y el manso en España…

– ¿Partidaria de la importación de toros de lidia?

– No. Considero que en Colombia los ganaderos de reses bravas debemos producir más y mejores nuestros animales. Comprendo que es muy difícil, puesto que no es un negocio lucrativo en este país, pero sí de afición y orgullo de cada ganadero. 

– ¿Trabajamos?

– Usted manda.

Salta por fin la última. Parece que se acabarán la tierra y las notas y podré terminar el diálogo sin atanes.

– ¿Por qué el ganadero colombiano exige la lidia del toro con menos peso que el español?

– La causa del menor peso en el trópico, especialmente en Bogotá, se debe a la altura de los 2.000 metros, en la cual tanto el toro como el torero se ahogan. Creo que podría traer a cuento lo que sucede con los caballos de carreras en Inglaterra y Colombia. Allí recorren distancias que si se hicieran aquí les matarían.

– ¿Se lidia en nuestro país el toro más joven, verdad?

– Si, pues nuestros animales son precoces en su desarrollo si los comparamos con los de los países europeos.

– Bajamos a comer?

– De acuerdo.

Entre plato y plato el tema varía. Se habla de la castas de la ganadera, nieta carnal del general Reyes, ex Presidente de la República, y de don Pepe Sierra, tal vez uno de los hombres más acaudalados que ha tenido el país, Vienen a cuento anécdotas de la vacada y de las ganaderas doña Isabel y doña Cristina, su hermana, menos entusiasta y aficionada, de la enfermedad – filantropía taurina – que atacaba a doña Clara y que al parecer es hereditaria, pues Isabel – dicen sus amigos- anda por esos pasos.

Se tocan, en fin, innumerables temas. Llega la noche, y en la estancia se habla de los toros españoles que se importarán. Al llegar a la aftosa tipo “O” ya estoy dormido… creo que lo dejaré para la semana venidera. – G. C. C.d

EN UN LUGAR DE LOS ANDES: TIENTA Y GUERRILLAS

EN UN LUGAR DE LOS ANDES: TIENTA Y GUERRILLAS

Medio: EL RUEDO, semanario gráfico de los toros.

Fecha: 14 de junio de 1966.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Loayza.

La mañana estaba tan fría como la llovizna que habia puesto de blanco las copas de los árboles. Durante cuatro horas atravesamos el Valle del Cauca para internarnos, ahora sí, en los Andes. Tienta de guerrillas. A lo lejos, el cortijo. Más semeja el grupo el paso de un pelotón para la guerra que el viaje alegre de un ganadero con su equipo de tentadores.

ERASE…

La historia tiene cerca de dos años, pero aún está viva en el recuerdo. Antiperiodísticamente, guardé el tema durante todo este tiempo, pues una promesa de honor me obligaba a dejar que el país se normalizara.

Los secuestros de personalidades del país estaban por entonces en danza. Dos grandes hombres habían desaparecido y el Ejército patrullaba tenazmente por nuestros campos. Como consecuencia de esta ola, la situación económica sufrió serios trastornos: fuga de capitales, aumento en el precio del dólar… Las gentes se marchaban.

¡AL TORO…!

La pesadilla pasó, volvimos a la tranquilidad. Las gentes retornaron. Ya no es necesario “trancar” las puertas de las casas campesinas en la noche.

González Piedrahita estaba por entonces alejado de todo. Hasta que el gusanillo de la afición halló su escape. Y dijo: “¡Al diablo con los tales secuestros! ¡Yo, al toro!”

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Y partimos del tentadero con una escolta de cerca de treinta hombres bien armados. El mayor Osorio se emocionaba con la lidia y al tercer día había asimilado algo… “Eh, Je rónimo; toréala por el blanco izquierdo…” Y cuando los machos arremetían contra el caballo: 

¡Ese va como un blindado! ¿Qué calibre tiene esa vara?

UNA PROEZA

En las noches, pese al cansancio, la conciliación del sueño era prolongada: se escuchaban ruidos que el nerviosismo creaba. Salir al baño consistía una proeza. Había un “toque de queda” y los soldados dispararian a cualquier sombra. ¡Qué

falta hicieron entonces los castoreños…!

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Durante el día, las jornadas nos olvidaban casi de todo. El ganadero, con sus muchachos a lado y lado, recorría la finca, sin permitírsele acercar demasiado su caballo a las matas de montes.

De regreso, nuevamente el polvo del largo camino en construcción. Varias notas agradables en la libreta del ganadero, tras la tienta y herranza de medio centenar de hembras y machos. Las corridas para Cali quedaron apartadas y, sobre los tres años, arrojan buen peso, brillan sus pieles y apaciblemente se acercan al abrevadero.

Saltillo y Santa Coloma en su reino americano recibirían tiempo después varias vueltas al ruedo. El ganadero nuevamente ha vuelto a tentar solo, sin verse influido por el argot del mayor al hacer anotaciones: «B», una bala para el caballo; «R», con retroceso; «A», agatillada; «C», de buen calibre…

Germán Castro Caycedo.

EL  CORDOBÉS, INERTE EN LA ARENA

EL  CORDOBÉS, INERTE EN LA ARENA

Medio: El Tiempo.

Fecha: Febrero de 1970.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro.

En cambio el sábado siguiente, 7 de febrero, el médico Olaya tuvo que refugiarse en la enfermería desde el segundo toro. Allí fue llevado Manuel Benítez con su maxilar inferior derecho abierto y la tráquea al descubierto tras ser herido por un toro de don Benjamín Rocha. El parte médico, que parecía más propio de una riña callejera, salió publicado en los diarios del siguiente día. Fue un milagro que no lo degollara, afirmaban quienes salían de la enfermería.

La imagen del torero inerte en el ruedo mientras el toro de Achury Viejo buscaba de nuevo su humanidad, a la vez que Antonio Suárez, su mozo de espadas, con una muleta plegada en su mano izquierda buscaba auxiliarlo, mientras el ayuda, Antonio Fernández “Pegajoso”, cubría con su humanidad el cuerpo de “El Cordobés”, le contó al mundo uno de los momentos más dramáticos en la historia de la Santamaria y de la fiesta brava en general.

Los segundos antes de la imagen, toda una tragedia griega, los contó Germán Castro Caycedo en la revista El Ruedo. “Entró a matar y salió despedido”. “El Cordobés” había quedado inmóvil en la misma cara del toro. No se podía apreciar desde la barrera el sitio exacto de la cornada, pero parecía en el cuello. En medio segundo el ruedo se llenó de toreros vestidos de luces y de paisano; de mozos de espadas, de monosabios. Mechas, con la mirada perdida en el cielo, hizo un leve movimiento y estiró los brazos, luego quedó rígido como los muertos. Tenía la cara impresionantemente blanca transparente y los ojos muy abiertos. Como los de los búhos. Comenzó el trasteo; con el hombre a cuestas camino de la enfermería, pero llegando a los medios, el toro buscó el tumulto y las asistencias dejaron caer pesadamente al torero herido. A su lado solamente quedaron dos hombres: el mozo de espadas y su ayuda. Cuando el toro estaba sólo a dos metros, el ayuda, “Pegajoso” -así le dicen al salvador- lo fijó bien (de pie), y cuando el toro quiso meter la cabeza para llevárselo, se lanzó a tierra, poniendo su pecho sobre el de “El Cordobés”. El toro pasó por encima de los dos. Este fue el quite generoso que se comentó, posiblemente más que la misma cornada del día sábado.

CINCO MINUTOS DE LOCURA EN LA ENFERMERÍA

Cuando un torero con un boquete en el cuello le pisa a uno los pasos, el callejón que conduce del ruedo a la enfermería parece interminable. Adelante habían entrado los médicos, tan pronto vieron que el “Cordobés” quedó tendido en el ruedo sin moverse. Apenas se comenzaban a quitar la camisa cuando el tropel se echó al fondo, cerca del ruedo. Los gritos se oían huecos, como entre un tarro.

Paco Ruiz

Difícilmente se puede ver una cara con la tragedia tan marcada en cada gesto como la de Paco Ruiz, el apoderado del torero. Penetró delante empujando, abriendo los brazos y diciendo en voz alta: “¡Ay, mi alma, Manolo, Manolito mío… ay, mi alma, no te vas: Manolo, no te vas…!”.

Repetía la frase como un autómata. Tenía la cara blanca como la de una los ojos desorbitados, las mejillas le saltaban en convulsiones nerviosas.

La cabeza de ‘El Cordobés’ se bamboleaba con el mismo ritmo de los pasos de Márquez (Miguel), de Juan Antonio Romero, de Álvaro Domecq y de su mozo de espadas, que hacían chirriar el piso con la arena aún pegada a las suelas de sus zapatos. Detrás venían José Luis Lozano, apoderado de Palomo Linares, Pepe Cáceres, ‘El Vasco’, chofer de Benitez, Antonio Cobos, su banderillero… el pasillo estrecho que hay antes de la sala de operaciones se llenó en un segundo y a ella entraron, fuera de los médicos, unas siete personas que no querían desalojar.

GRITOS DE LOCO

En segundos saltaron la chaquetilla, la camisa y la corbata del torero. En la puerta se plantó Domecq y a su lado Cobos. Ambos gritaban como desesperados, ambos empujaban gente, Cobos parecía un maniático. Daba voces y arremetía contra fotógrafos, banderilleros y apoderados que estiraban al tiempo el cuello para ver a través de los vidrios lo que pasaba adentro. En ese momento, antes de que los médicos “metieran la mano”, la enfermería parecía un manicomio. Sólo se veían caras pálidas; nadie cerraba la boca: gritaban como salvajes, era el nerviosismo.

DESCANSO

Cuando saltó el corbatín fue rasgada la camisa, los médicos lavaron la herida por primera vez. Hubo un descanso, la cornada no era en el cuello sino en el piso de la boca… aparte no había hemorragia, pero era profunda. El anestesista se volcó sobre la boca con la mascarilla de oxígeno y ahogó los quejidos que lanzaba ‘El Cordobés’ en voz muy baja. Luego, poco a poco se fue saliendo la gente detrás de vidrios quedó ‘El Cordobés’ cubierto por una sábana blanca. Abajo asomaban los pies con las medias rosadas puestas.

PERROS CELOSOS

Ala enfermería llegaba por ciertos momentos un rumor leve de la plaza que se colaba por una ventana que da a la calle. Pero generalmente no había un solo ruido. Quedaban Domecq y Miguel Márquez pegados a la puerta del quirófano, como perros celosos. Estuvieron alli hasta que se llevaron al mechudo. No dejaban acercar a nadie.

Apoderados, banderilleros y mozos de espada estaban en silencio. Se pegaban a las vidrieras y las empañaban, así que tenían que limpiarlas con la mano a cada segundo…

Cuando el doctor Carvajal Peralta inició la exploración de la herida, metió todo d dedo meñique entre el boquete y ‘El Cordobés’, bajo anestesia local, levantó la mano pidiendo más calmante. Se estaba dando cuenta de la intervención. La herida era grande y por ella cabían dos dedos hasta la raíz.

GRACIAS A DIOS

Afuera se impedía la entrada; sin embargo, el pasillo estaba lleno de gentes que fumaban. No se podía respirar bien. Adentro los únicos que estaban cerca de los médicos eran Paco Ruiz y el mozo de espadas, ambos con blusas blancas. Afuera el secretario de salud, Álvaro Martínez Cruz, quien realizó la construcción de la fabulosa enfermería, agradecía a Dios los servicios puestos en funcionamiento. Siete personas más atendían al torero herido: los cirujanos Camilo Cabrera, Guillermo Jiménez Olaya y Alfonso Carvajal Peralta; el anestesista doctor Hernández, la enfermera Nelly Garzón y la instrumentadora Jimena Vaca. Todo un equipo que puede atender los casos más graves con éxito.

Cuando la gente comenzó a salir gritando de la plaza, aún los médicos daban las últimas puntadas en la cara de Benítez, esta vez quieto como un muerto. Lo habían cubierto totalmente con sábanas verdes y sólo asomaba la herida por un pequeño hueco de unos diez centímetros. Domecq y Márquez continuaban plantados contra la puerta del quirófano…

Ya había caras rosadas. La palidez de todo el mundo había pasado… la herida no había sido en el cuello como se pensó en un principio, cuando Juan Antonio Romero gritó con desesperación: “¡Doctor, ¿le ha calado la yugular?!”; Esa era la incógnita. Pero la cornada había pasado lejos de la yugular.

60 SEGUNDOS

Cuando la ambulancia dejó la plaza con el torero adentro, había quedado un silencio que contrastaba con los minutos durante los cuales fue puesto sobre la mesa y despojado del traje de luces. Habían sido sesenta segundos en los cuales se vio lo que significa ‘El Cordobés’ para la fiesta brava. Había que mirar esas caras erizadas, esos gestos de locos de quienes lo acompañaban, esos ojos saltados. Parecía que se hubiera acabado todo en ese momento.

El lunes siguiente, ya en su habitación del hotel Continental, ‘El Cordobés’ le pidió a Victor Rodríguez que lo anunciara para el próximo fin de semana, como inicialmente estaba dispuesto. Como pólvora corrió la noticia: Benitez volvería al ruedo donde había caído, y al lado de Pepe Cáceres y Palomo Linares. El martes salió el cartel en los diarios y las filas para hacerse con una boleta no se hicieron esperar en la calle 19 con carrera quinta. Un cartel hecho a la medida del gusto de la afición capitalina, que sólo le pedía a San Pedro que cerrara el grifo y dejara de llover. Lo que no sabían los aficionados, mientras se hacían con la entrada, era que a pocas cuadras, en el hotel Continental, el taxi de ‘El Vasco’, el conductor de ‘El Cordobés’, se llenaba con las maletas que acomodaba sigilosamente ‘Pegajoso’, el ayuda del mozo de espadas que dos días antes había arriesgado su vida por “Westinjáus”, como él llamaba a su torero. “Westinjaus se marcha esta tarde para España”. Así, sin guardar prudencia, “Pegajoso” le soltó la novedad a Víctor Rodríguez, que se acercaba al hotel en ese justo momento. No llovía, pero Rodríguez, como quince días antes, sintió que el agua le llegaba nuevamente al cuello, mientras se llevaba a la boca un Marlboro, que esta vez sabía a desesperación.

Aquella temporada de 1970, marcada por las lluvias y la cornada de “El Cordobés”, el ganador de todos los trofeos fue Miguel Márquez.

TENGO MIEDO A LA FAMA

TENGO MIEDO A LA FAMA

Medio: Deporte Gráfico.

Fecha: 15 de marzo de 1967.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Humberto González.

Todo comenzó con una gripe después de la carrera de San Silvestre, luego una lesión en la columna vertebral y finalmente el traumatismo de la pierna izquierda que mandó al cesto una gira por los Estados Unidos y varias presentaciones en Europa.

Alvaro Mejía se encuentra como un conejo, metido en la jaula de su mayor crisis sicológica en los varios años de atleta. Este ha sido para él un año fatal, en el cual las enfermedades han trastornado sus rutinas de entrenamiento. Los planes iniciales, que descartaban esta clase de contratiempos, medían los meses que lo separan de la olimpiada del 68 y contaban con varias carreras en su preparación.

Total, que para tratar de reponer el tiempo perdido vino un sobreentrenamiento, posiblemente no planificado, y con él la enfermedad muscular que, dos semanas después de su retorno de Nueva York, lo ha llevado nuevamente al hule del kinesiólogo. Quien ordena, como mínimo, quince días de reposo total.

Pero Mejía lucha contra la propia naturaleza y queriéndose anticipar al tiempo, pide al técnico sólo diez días de descanso. En términos generales, esa es la explicación escueta que el deportista da a los contratiempos sufridos. Pero en el fondo existe algo más poderoso que son el amor propio y el nombre de estrella mundial, cuyo peso se escapa de sus posibilidades actualmente.

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CRISIS PSICOLÓGICA

Mejía vive un momento de crisis psíquica, precipitado por unos laureles que la prensa ha enmarcado con tono exagerado. Las gentes solamente esperan que triunfe y él, ante el tremendo compromiso, quiere convertirse en el superhombre que concibe la opinión.

Posiblemente eso explica a las claras el porqué de ese viaje a los Estados Unidos en momentos en que la actual lesión ya se manifestaba levemente.

”Creí que fuera sólo un cansancio muscular-dice- mas sin embargo al culminar la primera vuelta a la pista del Madison comenzó a dolerme la pierna. Faltando 200 metros para abandonar la sentía dormida… parecía que caminara sobre púas … Pero tenía que estar allá a como diera lugar, pues necesitaba medir mis capacidades y, ante todo, “calibrar” las de los rivales.

La frase abrió un interrogante que a través de la conversación fue hallando respuesta:

Su mayor anhelo es la olimpiada de México, que para él se avecina a pasos agigantados en medio de un temor que lo aterra: el pasado. La Olimpiada de Tokio, donde por otra lesión, clasificó en el último lugar. ¿Se repetirá la historia? Mejía entonces ha redoblado sus esfuerzos para vencer el complejo que ha sido constante tortura mental.

Al culminar el año 66 la olimpiada próxima se asomaba en medio de un panorama más satisfactorio ante la campaña lograda en los doce meses anteriores: Había logrado sobreponerse al pesimismo. Pero todo cayó nuevamente en un bache dos meses después, y Mejía desesperadamente quiere parar los calendarios.

La inserción de los músculos gemelos tomará un tiempo considerable en mejorar, entonces la quietud es su peor enemigo. Yo tengo muy buena voluntad, pero hay momentos en que el cuerpo trata de vencerme. No puedo aguantar las mañanas sin el entrenamiento diario… no sé qué hacer.

MIEDO A LA FAMA

En la conversación sólo una cosa ha confesado abiertamente Mejía: tengo miedo a la fama. Y con varias frases demostró el temor de salir a las pistas en medio de las miradas, de la crítica, del público, de los rivales. Todos los ojos se concentran en él. Luego, durante la competencia, todos “van por él”. Es el hombre clave al cual hay que derrotar… “Y eso pesa mucho”.

“No es lo mismo competir en mis condiciones actuales, que en la forma en que lo hacía en México antes de ganar. Hasta entonces era casi un incógnito. Hoy todos estan pendientes de mí”. La justificación a lo anterior quedó sentada por el mismo corredor unos segundos después: es una víctima de su propio nombre.

“Aquí… en esta parte sentí un dolor agudo. Faltando 200 metros para abandonar sentía la pierna dormida. Parecía que caminara sobre púas”. Pero Mejía compitió porque tenía que estar.

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LO DE ESTADOS UNIDOS

“La gira por los Estados Unidos sí me causó un golpe. Ante los planes que llevaba no puedo negar que sufrí una frustración, pero… ¿Qué puedo hacer? Yo sé que mi lesión se curará, eso no me preocupa. Lo que me aterra es no poder entrenar. Tengo que correr y ya el año se esfuma”.

“Yo se que mi lesión se curará, eso no me preocupa. Lo que me aterra es no poder entrenar. Tengo que correr y ya el año se esfuma”.

“No creo que pueda ir a los Juegos Panamericanos, ni a Europa donde me hubiera podido presentar en Francia, Alemania y España. ¿Sabe usted lo que eso significa?”.

“Ya el año entrante no podré hacerlo, pues tengo que abstenerme de correr en todo lo que programen, pues la olimpiada espera… Será un año de mayor método… De entrenamiento más tecnificado”.

La charla desde luego tuvo marco que ya ustedes han adivinado: el temor. Pero hubo un momento en que volvimos a lo de los Estados Unidos. Mejía no supo contestar si en otras condiciones físicas hubiera podido ganar la primera competencia:

“Lo que puedo decir es que, desde la salida, todos estaban temerosos de mí. Ninguno quiso llevar la ofensiva en las cuatro vueltas que logré dar. Se quedaban atrás, andaban lentamente y dejaban que yo pusiera la iniciativa”.

“No sé si hubiera triunfado, pues era la primera vez que competía bajo techo, donde la calefacción, el ruido, el humo de miles de espectadores que fumaban y la pista de madera, trataron de descontrolarme inicialmente. Yo estoy acostumbrado a correr al aire libre”.

– ¿Y la clase de los rivales?

– Eran buenos, pero no superiores a los que tuve en México.

UNA INTERROGACIÓN

La enfermedad salió de la boca del campeón y apareció una pregunta, que acaso sea otro factor del suspenso que antecede a la olimpiada: las marcas.

– ¿Qué piensa de sus marcas?

– Que hay que mejorarla, indudablemente. Dios quiera que esto se arregle y para fin de año pueda bajar los tiempos que actualmente tengo.

– ¿Los considera buenos?

– Pues, este… Sí. Han sido buenos ante las condiciones de altitud, clima y otros factores en que los he logra.

Mejía se refería a sus últimas victorias internacionales. Luego agregó: “Al paso que voy, sólo hasta agosto o septiembre podré volver a competir. Dentro de diez días iniciaré nuevamente entrenamientos en forma suave, de manera que para estar en forma necesitaré unos tres meses”.

¿QUEMADO?

La pregunta no encontró vacilación en el atleta: “Yo no estoy quemado, respondió. Sólo necesito tiempo para reponerme. Desde luego no le tengo miedo a la derrota. He pensado desde hace muchos años que a lo mejor nunca vuelva a ganar… siempre he salido a medir mis capacidades”.

Hablando de Tokio, Mejia aceptó que, “claro, eso me ha quitado confianza, pues no es lo mismo regresar a una olimpiada con un último lugar que con una buena colocación… Quien sabe si veinte días antes vuelva a lesionarme. Por eso nada puedo adelantar. No se que haré durante este tiempo que resta, ya que ante todo debo estar en buenas condiciones físicas. Después, sabré con certeza que debo hacer”.

Fin del diálogo. Allá en su fábrica de Bogotá, quedó Mejía, sólo con la incertidumbre, con el peso de su nombre, con una lesión que lo tortura y con el complejo de la máxima justa mundial. Lo demás lo dirá el tiempo.

CAUDILLO DE AMÉRICA, PERO…

CAUDILLO DE AMÉRICA, PERO…

Medio: Deporte Gráfico.

Fecha: agosto 30 de 1967.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Humberto González.

“Yo ya no espero nada del país, no seguiré insistiendo. Estoy decidido a marcharme a México; mañana voy a escribir a ver qué pasa”.

Después de todo la dialéctica de Mejía nos es airada. Las frases reproducen con tono de sencillez y con fondo de verdad… y es que “su” verdad y “su” problema están superando las barreras de la apariencia, porque dentro hay una cosa que se había reprimido con la medida que aumentaba, hasta que creció tanto que estalló. El Mejía que regresó de Europa Oriental tiene patillas largas y menos silencio. La comparación ha aumentado la agitación emocional; entonces dice las cosas como salen de adentro, con personalidad suficiente y con voz de frustración que comienza a tomar fuerza.

“En Colombia se habla mucho, se habla mucho; por eso yo ya no sigo insistiendo, “Es una bobada continuar en el mismo plan. Por eso es que voy a escribir a México mañana para ver si me voy para allá del todo, al menos mientras la Olimpiada. ¿Sabe una cosa? Carlos Ávila me llamó de Cali para decirme que de México me volvieron a buscar, Hablaron con él extrañados porque no sabían de mi, de nosotros; pues le contaron que ya con los miembros del Comité Olímpico Colombiano habían arreglado lo de mi viaje y no me han dicho absolutamente nada. Si Ávila no me llama, estaba yo a oscuras. Por eso voy a escribir”.

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EL RENCO

“Ser líder de las juventudes deportivas de América Latina es un alto honor, sí.

Pero eso no me puede comprometer. A estas altura es imposible seguir complicándome la vida”.

Con cada paso vino una frase, árida como el yeso de la pierna que oprime y lo obliga a caminar renco, ladeándose y extendiendo los brazos para ayudar al equilibrio. En tres cuadras los vecinos lo saludan y preguntan por la pierna, él contesta y sigue caminando con fuerza, con dificultad que tal vez no lo preocupa. Parece haberse acostumbrado casi del todo a las cosas difíciles.

“En Europa estuve con algunos campeones, me interesaba hablar con ellos, enterarme de sus planes de trabajo pero. sólo pude encontrar a unos pocos. Es que todos están entrenando muy fuerte en las alturas, lo de México se acerca… allá no es como aquí, donde cada uno tiene que hacer lo que pueda sin que nadie se interese. Oiga, a los deportistas de Winnipeg los han criticado. Yo creo que no debían meterse con ellos tanto. Si hubo fallas fueron de organización. es que uno al tiempo que va a competir, también tiene derecho a conocer, ¿no? Yo no sé por qué se ensañan con el deportista, le exigen, lo tachan, y si no gana, pues… es que exigen mucho sin dar nada”.

¡ESPERA, SOLAMENTE ESO!

Sí, lo de la pierna es solamente espera. Mejía está “frenado”; por la lesión que aún lo reduce. Pero al preguntarle parece no dar importancia al asunto. O tal vez en el fondo tiene miedo de pensar en ella, entonces aparentemente le resta importancia y hace lo posible por salirse del tema. Con dos palabras habla del yeso y dice que es asunto de esperar; antes no puede decir nada porque los planes están suspendidos, inicialmente por un mes, mientras se quita el vendaje y prueba cómo va la cosa.

“No, no me ha causado ningún complejo. Lo que necesito es paciencia… ya he perdido casi seis meses. Se me han ido oportunidades divinas en este tiempo. Antes el problema era que me invitaran a alguna parte y ahora que me llaman de todos lados no puedo ir… claro que en esta parte del año yo he entrenado. En Rusia, por ejemplo, lo hice, pero me cansaba. Entonces me vio el médico y me dijo que tenía que enyesarme. Yo esperé llegar a Colombia para hacerlo porque no podía dañar mi viaje”.

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UN HONOR

– Mejía, ¿usted qué piensa al ser líder de las juventudes latinoamericanas para la próxima Olimpíada?

– Es un gran honor. Sí. Pero eso no me puede comprometer. A estas alturas es imposible seguir complicándome la vida. Es que, mire, uno no puede complicarse las cosas a todo momento. Yo ya con lo que tengo estoy listo… Ahora, que el estar bien y ser ejemplo, pues ¿quién no quiere eso? Me gustaría ir a las Olimpíadas y correr, aunque llegue de último. ¿Qué le hace?, que llegue de último pero teniendo la convicción de que uno está bien preparado, que ha trabajado duro, que ha puesto lo que está al alcance. Ya, si lo vencen, pues es solamente porque los otros son mejores. Ante eso sí no hay nada qué hacer”.

¿PARA QUÉ?

La tónica de la conversación, el énfasis de cada frase tiene algo por dentro. Una cosa que se sale por entre las sílabas, que toma un acento especial. Mejía no es un amargado, no dice las cosas con el dejo de un resentido pero tampoco está contento. Ante todo hay rudeza en cada palabra, pero dicha en forma suave. De una manera que se puede aguantar sin tener que cortar el tema. Bastaría meterse entre la camiseta de Mejía y acompañarlo a Rusia, luego a la fábrica de Bogotá. Estar detrás de las revistas que lee diariamente y hacer con él los cómputos que lo han alterado. Comparar sus tiempos con los de media centena de campeones que han sido vencidos por él, para comprender del todo “qué es lo que pasa con Mejía”. Pero, después de todo, lo único que resalta es la incomprensión por la que ha atravesado.

Al verlo con patillas largas se recuerda aquella época en que tenía barba. Luego se trata uno de “meter” en su mundo y percibe la necesidad de afecto que lo agobia. Por eso dice cosas contundentes. Parece que quiere llamar la atención y tal vez reniega porque no lo comprenden. Desde su ángulo de vista no puede aceptar que la gente no entienda lo que sucede: las marcas de los rivales bajan… él está enfermo, impotente…

“En Rusia fui a los juegos nacionales de ellos; se llaman las “Espartakiadas”; y vi la carrera de los cinco mil. Qué barbaridad, fue impresionante. Creo que es la carrera más fuerte, más espectacular que he visto. La marca fue muy buena, y ese tipo que ganó, en México el año pasado no había estado bien, hizo una carrera regular. Y yo…”.

NO MÁS

Álvaro Mejía no quiere más publicidad. Recibe al periodista por decencia, pero ya no quiere más. “La publicidad nunca me ha gustado, yo no quiero más cosas, eso no sirve para nada. O sí, para que a uno la gente lo moleste. Yo recibo a los periodistas porque me da pena decirles que no. Pero de ahora en adelante no más. Ni una entrevista más. Me voy a esconder porque la publicidad no es buena. ¡Eso para qué… Fíjese! Cuando llegué de Europa, estuve detenido en el aeropuerto una hora, Los detectives me esculcaron todo. Yo no sé qué buscaban, bombas o propaganda subversiva… si yo fui a aprender, a conocer entrenadores, a hablar con atletas, yo no fui a otra cosa. A propósito, en Checoeslovaquia hablaba con algunos deportistas, pero me decían poco. Ellos lo que querían era saber de mí, de cómo entrenaba. Cuando les conté que yo tenía que trabajar me dijeron que eso era mentira. Les parecía imposible que un atleta hiciera otra cosa diferente al entrenamiento”.

Entre la escayola, el andar balanceándose, haciendo fuerza, y las marcas de los colosos del atletismo, al parecer continúa debatiéndose Álvaro Mejía. El último viaje, da la impresión de que le ha hecho ver cosas que lo inquietan, aunque no lo diga. 

Aunque trate de ocultarlo. El momento crítico de la vida emocional del deportista continúa, pese a lo que se esperaba para su retorno del Viejo Mundo. Entonces solamente se ve una alternativa: esa que inicialmente lo inhibió pero que hoy ante las circunstancias se le presenta como única salida: irse a México. Definitivamente no está, por ahora en capacidad de pensar más.

EN COLOMBIA HAY UN GRAN HUÉRFANO: EL ARTE

EN COLOMBIA HAY UN GRAN HUÉRFANO: EL ARTE

Colorido y folclor en el Balet Grancolombiano de Hernando Monroy.

Medio: La República.

Fecha: 13 de marzo de 1966.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro.

Hernando Monroy relata su gira por Europa. No sentíamos hambre, pero estábamos solos. – La patria se alejaba cada día, como el apoyo que nunca recibimos. El artista colombiano y su poder de asimilación. En Europa hay mucho que aprender y mucho que dar a conocer. – Por Germán Castro Caycedo, de LA REPÚBLICA.

España, Francia, Irlanda, Hungría, Bélgica, Holanda, Austria, Suiza y Checoslovaquia quedaron atrás. Todas ellas supieron del Mapalé y la Cumbia. La cadencia del ritmo vibraba entonces con más fuerza. El lamento de las notas adquiría actualidad. Rayaba en sinfonía exótica. Aplausos. Triunfos morales, más que materiales.

Es la historia de treinta y ocho “aventureros” colombianos que un día decidieron desafiar el “mito” del Viejo Mundo. De ellos, hoy solo quedan nueve. Se habían lanzado para triunfar, y lo lograron.

También quedó atrás la orfandad que hoy se traduce en un legajo de saldos rojos. En Colombia olvidamos lo nuestro y es necesario buscar entonces nuevas fronteras.

Hernando Monroy vuelve a su patria lleno de euforia y afición. En la legaja, la esperanzas y el sabor del éxito cubren la tinta roja. Nada podrá detenernos – dice mientras repasa recuerdos y arruma un centenar de recortes que hablan del Balet Grancolombiano en muchas lenguas -. No hemos tenido el apoyo que precisábamos… tampoco hemos sentido hambre. No es cierto que estuviéramos allí arruinados. So- lo que la lucha se hacía cada día más dura. Pero por eso triunfábamos. Asunto de orgullo.

Monroy es joven. Raya en los veintiocho. Cabello revuelto, ademanes finos y clara manera de expresarse. Conocimiento de causa. Yo diría que ha logrado esa cultura que deja en el hombre inteligente el roce con la vetusta Europa.

Traje estrecho, suéter negro hasta el cuello, zapatos de gamuza y una sonrisa muy grande. Optimismo. No es el aprendiz de coreógrafo que zarpó hace dos años de nuestras costas. Está avezado y vuelve en busca de “material”. Música nueva, elementos jóvenes, vestuario que marque la época nueva de su conjunto.

La compañía se mermó durante el primer año, pues al llegar allí el elemento colombiano se soltó el pelo… así no se puede trabajar. Licencié a más de la mitad buscando la disciplina y rehice el grupo con artistas españoles y latinoamericanos. Hoy busco lograr una idea nueva: el balet continental… pero necesito dinero. Creo que ahora sí logro el apoyo que merezco en mi tierra. He hecho miles de kilómetros haciendo conocer nuestro folclor. Creo que merez-ca recompensa.

– ¿El balance artístico de la gira?

– Un centenar de contratos suscritos que aquí traigo. Mírelos.

– La preocupación es el apoyo ¿Qué ha gestionado?

– Algo con la Federación de Cafeteros. Pero necesito más. -¿Cree hallarlo?

– Dios quiera.

– ¿Y, si no?

– A cruzar el mar.

– ¿Conformista?

– ¡Nunca! El conformismo acaba con el hombre.

– ¿Qué costos tendrá el nuevo grupo?

– Muchos. Más que el anterior.

– ¿Cuáles eran entonces sus gastos?

– Sin costos accesorios, seis mil dólares semanales. Únicamente para nóminas.

– ¿Los consiguió puntualmente?

– Sí. Le he dicho que no hemos pasado hambre. Es asunto de administrar bien lo que se gana y yo me siento buen economista.

– ¿Joven?

– Hombre… hombre.

Monroy hace el recuento de la larga gira. Los pasos del itinerario no registran fracasos artísticos. Viene al tema el nivel cultural del colombiano. Hay una pausa. Luego, un cigarrillo. Silencio.

Gira la charla hasta tocar algo concreto: “el sentido del arte es grande en el artista colombiano. La experiencia no. Pero es curioso ver cómo en muy corto tiempo desarrollamos un poder extraordinario de asimilación. Nos hacemos muy fácil al medio. Al llegar al exterior captamos el nivel cultural con facilidad… y terminamos por igualar las técnicas modernas del arte”.

Monroy intenta entonces un parangón entre el arte colombia- no y el europeo, para concluir diciendo: “Colombia me hala, cuando estoy lejos la siento entre los huesos… pero volveré a viajar.. Hay más campo de acción allí. Hay mucho que aprender… y mucho que dar a conocer.

– ¿Qué vendrá entonces?

– Portugal, La Riviera italiana, La Costa Azul, España, Rusia, Sudáfrica, Nueva Zelandia y Australia.

TOROS BRAVOS DONDE MORAN LAS ÁGUILAS

TOROS BRAVOS DONDE MORAN LAS ÁGUILAS

Medio: EL RUEDO, semanario gráfico de los toros.

Fecha: 23 de junio de 1964.

Autor: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin registro.

En el corazón de los Andes, a 3.500 metros de altura sobre el nivel del mar, frescos herbazales, floridos como en eterna primavera.  — La tribu indígena de los «Guambianos», que adora al sol y representa un núcleo social que se gobierna mediante normas consuetudinarias propias, principales espectadores del tentadero. — Valor relativo de la tienta. —Toros que no se caen. La tradición española sobre la cría del toro bravo tiene plena vigencia en el cortijo. — Extraordinario poder enrasador del toro de Santa Coloma. — El Dr. Ernesto González Piedrahita fanático hispanista e «impenitente aficionado a la Gaya Fiesta». 

A la izquierda, dos fotos: En el grandioso panorama de los Andes — pastos de eterna primavera en la línea ecuatorial — se encuentra el nuevo reino del toro de lidia español. Estos son los pastos de «Las Mercedes», hacienda del doctor González Piedrahita, donde cria su ganadería en la más pura sangre de Vistahermosa. — Dicen que los toros de González Piedrahita no se caen. ¿Cómo van a hacerlo si desde las becerras a los utreros pueden galopar a sus anchas por la sierra de repechos impresionantes y de aire vivificador?

(Texto: German Castro Caycedo. Fotos: Loaiza)

Arriba: Caminar a caballo por las trochas y vericuetos de aquellos montes, cuyas cumbres tocan el cielo, es placer que practica el ganadero. Aquí vemos al doctor Gonzáles Piedrahita ex ministro de Relaciones Exteriores, gobernador del Valle y delegado de la Cámara de Representantes, con el ex matador Jerónimo Pimentel.

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Colombia, país privilegiado en América por su posición geográfica es cruzado de sur a norte por la cordillera de los Andes; cuya accidentada topografía le permite a nuestro suelo tener todo tipo de climas, desde los ardientes valles de los ríos hasta las glaciales cumbres de los nevados.

Allí, en un rincón de la cordillera al sur del país, y a un palmo de terreno de la línea ecuatorial, está situado el departamento del Cauca, en cuyo corazón pasta la que tal vez es la primera vacada de Colombia actualmente: Las Mercedes de González Piedrahita.

La temperatura oscila entre los cuatro y trece grados centígrados durante todo el año y, como en el resto del mundo, no se conocen las estaciones. Solo se diferencian dos fenómenos climatológicos que solemos llamar invierno y verano, aunque ellos no tengan duración o épocas definidas para acaecer. Durante el invierno no nieva y por eso los vegetales mantienen su frescura durante los doce meses del año. Amanece a las seis de la mañana cayendo el sol a las seis de la tarde. Por eso las noches son iguales a los días: de doce horas cada uno.

Las Mercedes ocupa una extensión mayor a las 1.000 hectáreas todas sobre terreno quebrado y cubiertas por «pasto azul», «trébol» y algunas leguminosas gramíneas de la región, gracias a la fertilidad de la tierra. Como consecuencias de la topografía hay agua – que nace de la misma finca – en abundancia superior. El clima es altamente seco y el aire, helado, quema la piel y «transmite mayor vitalidad tanto a plantas como a animales».

La estancia de «Las Mercedes» es una antigua casona con aire y pátina coloniales, acentuados por motivos taurinos, carteles toreros, cabezas disecadas de animales de bandera. Y a estos elementos, cabezas de la Fiesta y evocación de España, les comunican su prestancia algunos cuadros de Andrés Martínez de León.

El contorno lo decora un jardín que permanece siempre cuajado de flores «que ennoblece, perfuma y alegra tanto al hogar campestre del propietario como al austero albergue del equipo que comparte con aquel desde la fundación de la vacada los sucesos y los triunfos anexos a ese género de actividades».

Después de la agotadora faena del día, y en torno a la mesa que congregaba a quienes habíamos tomado parte activa en el tentadero para comentar los resultados de éste, el propietario responde una una nuestras preguntas:

LA ESTIRPE BRAVA

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En 1946 — dice el doctor González Piedrahita —  traje de Méjico sesenta vacas y seis sementales, comprados a los hermanos Antonio y Julián Llaguno, propietarios de los famosos cortijos de San Mateo y Torrecilla. Como es sabido, fueron los señores Llaguno entusiastas aficionados y los más competentes ganaderos que registran los anales de la Fiesta en el país azteca.

A principios del presente siglo, y por consejo de sus parientes los matadores Ricardo y Emilio Torres, los señores Llaguno fletaron un barco e introdujeron en Méjico un buen número de vacas y varios sementales adquiridos a los sucesores de don Antonio Rueda y Quintanilla, sexto marqués de Saltillo.

Provenía la ganadería de Saltillo en línea directa del tronco de Vistahermosa y figuraba por esas calendas entre las más cotizadas, al lado de Veragua, Murube, Martínez, Aleas y Miura. Los ases de entonces, especialmente Rafael Guerra, los Bombas, Luis Mazantini y Machaco, no ocultaban su predilección por los saltillos, dados su gran espíritu de combate en todos los tercios y su idoneidad para el lucimiento, dentro de las nuevas realidades que por entonces se iniciaron y que hubieron de culminar con la revolución belmontina.

En 1918 la ganadería fue adquirida por don Félix Moreno Ardanuy, y hoy se lidia a nombre de don Javier Moreno de la Cova con éxito extraordinario.

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TRES RAMAS DISTINTAS

Dentro de la organización de «Las Mercedes» la rama de Saltillo se conserva y dirige separadamente de las otras, y de ella proceden los nombres de los toros que hicieron posibles las grandes faenas realizadas en las últimas ferias de Cali por El Viti, Camino y Clavel. Faenas consagratorias que difícilmente olvidará la afición de nuestra comarca.

Más tarde — continúa el ganadero — fueron incorporadas a la finca diez vacas y dos sementales de la ganadería sevillana de don Tulio y don Isaías Vázquez, corriente de sangre que se selecciona y cuida por separado como una reserva de solera fuerte, sangre fresca y buena raza.

Hace un poco más de tres años adquirió la ganadería tres sementales de Santa Coloma, que están padreando con sendos grupos de vacas de Saltillo. Estas dos corrientes de sangre tienen un origen común, porque el conde de Santa Coloma adquirió en 1904 parto de la ganadería de don Eduardo Ibarra, y posteriormente amplió la torada con reses del marqués de Saltillo.

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TRANSMISIÓN DE BRAVURA

Es una observación muy comprobada la de que el toro de Santa Coloma, por razón quizás de su limpio abolengo a través de una centuria, tiene una singular capacidad para transmitir a la progenie sus caracteres de casta y estilo. Y la tienta de hoy — usted lo ha presenciado — ha puesto de relieve que no nos hemos equivocado en la cruza con la línea de Saltillo.

Es evidente que los españoles, al estructurar el toro de lidia, han efectuado un insuperable aporte a la zootecnia. Por eso he considerado un desacierto separarse de las tradiciones españolas sobre la administración de la ganadería brava en América. En este cortijo no hemos pretendido nunca enmendar la plana a los maestros, y sólo nos apartamos de sus experiencias en cuanto a que por dificultades de orden topográfico no podemos hacer el tentadero de machos en campo abierto, sino en la plaza donde se tientan las vacas. Allí reciben los erales uno o dos picotazos sólo para apreciar su estilo de embestir y juzgar acerca de la casta por la manera de ir al caballo y salir de él.

Además, en mi falible opinión, la tienta es una prueba de valor muy relativo, porque el concepto de la bravura es eminentemente subjetivo y porque ésta no es constante en cada individuo: varía, crece o decrece en el curso del desarrollo del animal.

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EL TORO QUE NO CAE

La afición colombiana no recuerda haber visto nunca caer un toro de «Las Mercedes» durante la lidia. ¿Cómo ha logrado el ganadero corregir esta deplorable deficiencia de energía, tan frecuente en la actualidad?

-En mi concepto, esa falta de dureza y estabilidad de los toros obedece principalmente a un fenómeno de consanguinidad demasiado prolongada. La experiencia enseña que los cruces entre elementos disímiles, que por vía de estudio se hacen en las ganaderías, dan productos de gran fortaleza que nunca se caen durante la lidia. Guardando las distancias, puede hablarse del «vigor híbrido que trae aparejado el choque de sangres y que se observa en todas las razas, sin excluir la humana.

Es posible también que el suministro exagerado de pienso a los utreros para colocarlos antes de la edad requerida dentro del peso exigido por las autoridades determine la inestabilidad y la torpeza de los remos de las reses de lidia. Alguien ha dicho gráficamente que sobrealimentar en exceso a un toro precoz es como ponerle a un niño el sobretodo de invierno de su padre.

— Considero — responde el doctor González — que tanto el torero como el toro actuales han de ser producto del momento social y reflejar el gusto de públicos. El arquetipo del toro no puede ser el idóneo simplemente para las faenas de trámite con que el torero sale del compromiso sin pena ni gloria. Aparte de la casta, es indispensable que el toro tenga ritmo y temple en este momento en que las faenas, por exigencias del público, deben tener mayor desarrollo y trabazón, más perfecta arquitectura y fijeza.

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LOS «GUAMBIANOS» SON TÍMIDOS

El agradable frío de la mañana nos pilla en la placita de tienta. Una docena de maletillas ocupa el tendido en espera de que el matador pida un torero.

Con movimientos felinos, y durante el desarrollo de la faena, los indios «Guambianos» asoman tímidamente sus caras por la parte superior de las paredes. Silenciosamente siguen todos los movimientos y se evaporan al menor gesto del fotógrafo. No hay dudas: ¡estos son tímidos de verdad! Han echado a perder algo bueno para mi información gráfica. No hablan español, adoran al Sol y constituyen uno de los pocos y ya menguados núcleos indígenas que aún existen en Colombia.

Me alejo un poco del tema, pero el recuerdo de la nueva cruza de Santa Coloma, alguno de cuyos productos, luego de haber tomado el castigo y abandonado la plaza, regresó a ella tumbando la puerta y arremetiendo furiosamente contra «el villano» — así diría un aficionado bogotano para referirse al picadorm —, me hace regresar.

El resultado de los machos fue excelente. El noventa por ciento burló el escrúpulo del ganadero y dejó en su libreta las palabras «bueno» y «superior».

Por ahora me limito a emplazar a ustedes para recibir la noticia, dentro de dos años, de las vueltas al ruedo que veremos en nuestras ferias.

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