El Palacio sin Máscara: la crónica que reveló la historia oculta de la toma y retoma del Palacio de Justicia

El Palacio sin Máscara: la crónica que reveló la historia oculta de la toma y retoma del Palacio de Justicia

Cómo la investigación de Germán Castro Caycedo sobre la toma del Palacio de Justicia se convirtió en una pieza clave de la memoria histórica colombiana.

El Palacio sin Máscara es un libro que se cuenta desde el testimonio de múltiples miradas sobre la toma y retoma del Palacio de Justicia. Para Héctor Abad Faciolince, es un trabajo periodístico en el que el autor, a propósito, se borra de la narrativa y realiza un riguroso trabajo de transcripción, logrando “un acopio de citas que pueden leerse con el interés de una novela”.

Publicado en 2008, más de veinte años después de los hechos del 6 y 7 de noviembre de 1985, es una de las investigaciones más exhaustivas y valientes sobre el episodio más oscuro de la historia reciente de Colombia. En sus páginas no se repite la tragedia que todos vieron arder por televisión; se desentraña lo que ocurrió detrás de las llamas, en los despachos donde el Estado reescribió su propia versión de los hechos.

No es un libro sobre el M-19, que para el autor fue un responsable determinante al iniciar el holocausto; ni sobre Belisario Betancur quien asumió su su parte como autoridad política. Es, como señaló el propio Germán, una investigación sobre el “poder sin máscara”: una radiografía del aparato que ocultó la verdad bajo toneladas de papel oficial, partes de guerra y sentencias ambiguas. El Palacio de Justicia no solo fue un escenario de horror; fue el punto donde se fracturó la confianza en el Estado. Y él, con la paciencia de un investigador y la lucidez de un cronista, dedicó siete años a documentar cómo esa fractura se institucionalizó.

El método: un periodista que rastrea la verdad entre ruinas

Para muchos lectores, Germán Castro Caycedo escribió esta obra como un forense del papel. Durante siete años revisó más de 11.000 folios de expedientes judiciales de la Fiscalía, el Consejo de Estado y la Procuraduría; comparó autopsias con actas militares, órdenes operativas con testimonios de soldados rasos, declaraciones juradas con informes periciales.

Ese trabajo meticuloso convirtió El Palacio sin Máscara en una especie de laboratorio documental, donde la verdad se revela no por el discurso del periodista, sino por la contradicción entre los documentos. “Mi tarea fue poner a hablar a los papeles”, dijo en una de sus entrevistas. Y lo logró: las páginas de este libro hablan con la voz de un país que fue obligado a callar.

El resultado no es una crónica convencional, sino una investigación monumental: un expediente que se cuenta a sí mismo, un archivo que interpela al lector. Castro Caycedo comprendió que la narrativa de la violencia en Colombia no se escribe en la voz de las víctimas, sino en las firmas y sellos de los decretos que intentan justificarla.

Cuatro hallazgos que desmontaron la versión oficial

  1. La lógica militar desproporcionada

El libro revela que la retoma del Palacio se ejecutó bajo una lógica militar desproporcionada. Los partes castrenses, los testimonios de soldados y los informes forenses confirman que el uso de tanques, artillería y fuego pesado en un recinto con rehenes fue una decisión consciente, no un accidente táctico. El autor muestra que el objetivo de la operación fue recuperar el edificio y restablecer la autoridad del Estado, incluso a costa de las vidas que allí estaban atrapadas.

  1. La ruta de los desaparecidos

Quizá el aporte más estremecedor del libro es el seguimiento detallado de los civiles que salieron vivos del edificio. Cámaras, testigos y documentos oficiales demostraron que varios empleados de la cafetería y visitantes fueron trasladados a instalaciones militares, como la Escuela de Caballería, donde se les vio por última vez. El autor reconstruye esa ruta con precisión: el traslado, los interrogatorios, las ejecuciones, la desaparición. Décadas después, los tribunales y la Comisión de la Verdad confirmarían buena parte de esas evidencias. Lo que fue tratado como una “operación limpia” terminó revelándose como un patrón de desaparición forzada dentro del corazón del Estado.

  1. El incendio como censura

El libro documentó una coincidencia inquietante: el fuego que consumió el Palacio también destruyó expedientes judiciales sensibles, algunos relacionados con casos de corrupción y narcotráfico que involucraban a figuras políticas, militares y judiciales. El incendio devoró archivos físicos que resguardaban información de alta importancia. Años después, el propio Consejo de Estado reconocería la pérdida irreparable de documentos judiciales clave.

  1. El desplazamiento del mando civil

Al analizar las cadenas de mando, el autor demuestra cómo, en las horas críticas, el control político del presidente Belisario Betancur fue desplazado por la cúpula militar, que actuó con autonomía total.El libro describe una ruptura constitucional silenciosa: un Estado dentro del Estado, un poder armado que suspendió la jerarquía civil en nombre del orden. Aquella intervención militar sin control presidencial marcó un antes y un después en la historia republicana.

La herida que sigue abierta

Desde su publicación, El Palacio sin Máscara trascendió su condición de obra periodística. Hoy es material de consulta en procesos judiciales, texto de referencia en universidades y herramienta indispensable para los familiares de las víctimas. Su aporte no fue solo narrar el horror, sino demostrarlo con rigor.

La investigación de Germán Castro Caycedo se anticipó a las conclusiones de la Comisión de la Verdad, al dictamen de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (2014) y a los informes del Centro Nacional de Memoria Histórica. Por eso, el libro no pertenece únicamente al género de la crónica: es un testimonio judicial, una pieza de archivo que interroga al poder.

Castro Caycedo sostuvo que lo que más temen los culpables no es la justicia, sino la persistencia de la memoria. Su obra, en ese sentido, es memoria organizada. Años más tarde, el M-19, en la voz de Antonio Navarro Wolf, reconoció la culpa de la organización en la matanza. Muchos de los testigos aseguraron que sus hombres entraron disparando y así comenzó una tragedia.

La vigencia: entre la verdad y la impunidad

Han pasado casi cuatro décadas desde aquella jornada que partió en dos la historia del país, pero el eco del Palacio sigue retumbando.
En los tribunales aún se debaten responsabilidades, los sobrevivientes aún buscan justicia y los jóvenes aún aprenden los nombres de quienes desaparecieron entre el fuego.

Cada aniversario revela que la impunidad sigue siendo una institución viva. El periodismo de Germán Castro Caycedo, sin embargo, permanece como antídoto contra el olvido. Su método —el del periodista que actúa como historiador civil— se convirtió en ejemplo para una generación que aprendió que investigar no es opinar, sino probar.

En un país donde las versiones oficiales se escriben a golpes de comunicado, El Palacio sin Máscara recuerda que la verdad, cuando se documenta, es indestructible.

Germán Castro Caycedo murió en 2021, pero su obra continúa siendo una voz que incomoda al poder. El Palacio sin Máscara no es un libro cómodo, ni fue concebido para serlo. Por el contrario, una interpelación moral: a los militares que callaron, a los políticos que omitieron, a los que se rindieron en la búsqueda de la verdad.

Y como lo dijo reiteradamente:

“El periodismo, cuando es honesto, también hace justicia”.

El Palacio de Justicia, su último trabajo publicado

Poco antes de su fallecimiento, Germán Castro Caycedo participó en la producción de un especial para Canal Capital dedicado al caso del magistrado Carlos Horacio Urán y a los hechos de la retoma del Palacio de Justicia. Aunque la entrevista original con su hija, Elena Urán Bidegaín, se extravió por un fallo técnico, el canal reconstruyó el segmento a partir de un texto escrito por el propio Germán, que fue convertido en una animación e incluido en el programa. El resultado fue un homenaje a su rigor investigativo y a su empeño por esclarecer los hechos que marcaron una de las tragedias más profundas de la historia nacional.

Descertificación a Colombia por no librar una guerra ajena

Descertificación a Colombia por no librar una guerra ajena

El anuncio reciente sobre la descertificación de Colombia por parte de Estados Unidos en la lucha contra las drogas reabre una herida que nunca ha cerrado del todo. Una herida que Germán Castro Caycedo supo diagnosticar hace décadas: Colombia no libra su propia guerra, sino la de otros, un conflicto cuya raíz está aferrada al suelo de las potencias que mantienen el consumo excesivo de sustancias ilegales mientras delegan la violencia y el costo humano de un mal hábito a los países más pobres, algo que le ha costado al país no solo reputación, sino también muerte, cientos de miles de asesinatos.

A finales de los años noventa, Castro Caycedo denunció que la llamada «guerra contra las drogas» no era más que un instrumento de intervención extranjera. Su tesis sigue siendo dolorosamente vigente: Estados Unidos utiliza a Colombia como trinchera en una cruzada que deja ríos de sangre, selva quemada y comunidades desplazadas. Todo en una dinámica infructuosa que parece tener más sentido por la economía que rodea la guerra en sí misma: millonarios contratos, mercenarios, propaganda, control político. El mundo ve cada vez con más claridad que esta campaña de medio siglo parece no buscar el fin del consumo, sino sostener el caos porque este, a su vez, genera todo un mercado que beneficia a grandes capitales y Gobiernos. Se comercia y se generan grandes rentas con la muerte y el sufrimiento, mientras la coca sigue circulando porque los consumidores la demandan en grandes cantidades, ya no para las fiestas en discotecas “underground”, como sugiere el imaginario, sino para aspirarla en la casa, en el trabajo, en cualquier lugar.

La descertificación de 2025, como lo ha reconocido el propio presidente Gustavo Petro, ocurre «después de decenas de muertos, de policías, de soldados, de gente del común, tratando de impedir que les llegue la cocaína». La frase es elocuente: la guerra se libra aquí, pero la demanda sigue intacta allá. Y esa paradoja refleja el equilibrio necesario para que las cosas sigan como están, mientras una multitud con voces ampliadas por políticos de extremas, sigan pidiendo mano dura, castigo y venganza, en un ciclo que se repite incesantemente.

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El Plan Colombia y los contratos de la guerra

Nuestra guerra ajena se centra en el Plan Colombia, presentado como una estrategia de cooperación para enfrentar el narcotráfico, este plan inyectó miles de millones de dólares a las Fuerzas Militares y a la infraestructura de guerra, pero también abrió las puertas a una figura clave que hasta entonces no existía en Colombia: el contratista.
Eufemismo de mercenario, el contratista operó sin rendir cuentas, sin visa, sin control estatal. Germán los ubicó en bases militares, en zonas de operación, en vuelos de aspersión. Su trabajo no era transparente, ni estaba sometido a la legislación nacional. La guerra se privatizaba, y las líneas de mando se diluían. Estos personajes protagonizaron episodios absurdos contratando servicios sexuales al interior de bases militares, fiestas y consumo de drogas (las mismas que juraban acabar mientras asperjaban con glifosato a familias campesinas), incluso un escándalo por la grabación de videos sexuales con jóvenes locales en zona militar del Tolima, que fueron después comercializados en la industria ‘Triple X’ de Estados Unidos.

Además de mercenarios, los contratos de los millonarios recursos sostienen la inmensa industria militar colombiana con alrededor de 400 mil efectivos en sus fuerzas armadas. Este punto en particular, lo denunció Germán en su libro, refiriendo los cuestionamientos en el Congreso estadounidense a la destinación de ese presupuesto que estaba siendo usado para librar una guerra antisubversiva, mientras las matas de coca seguían inundando el territorio y mandando toneladas de cocaína a las ciudades de Norteamérica.

Mientras tanto, los beneficios se concentraban en unas pocas manos: las de las grandes compañías de la industria armamentista y química, especialmente la productora del glifosato, un agroquímico que Estados Unidos no permitía usar en su propio territorio por vías aéreas, pero que financiaba para ser rociado sobre la selva suramericana. Monsanto (hoy Bayer) se convirtió en uno de los grandes ganadores de una guerra que no ganaba nadie más.

Geopolítica encubierta: el agua como botín

Entonces, si la guerra ha sido tan ineficaz, ¿por qué Estados Unidos insiste en mantenerla? Este conflicto encubrió una disputa más profunda: el control de los recursos naturales. En particular, del agua dulce.

Quien controle el agua dulce, controlará el mundo, así lo sugirió Castro Caycedo en su libro. Y con razón. Estados Unidos enfrenta una crisis hídrica profunda. Las reservas del Colorado y otros grandes afluentes están en niveles críticos. Suramérica, por el contrario, concentra el mayor porcentaje de agua dulce del planeta: la cuenca amazónica, el acuífero Guaraní, los lagos de la Patagonia.

La militarización de estas zonas, la presencia de radares, contratistas y bases encubiertas, no responde solo al narcotráfico. La tesis del periodista sugiría que la «guerra» es un instrumento múltiple: controla territorios, ajusta la economía política y vigila los recursos estratégicos. El dinero garantiza un gobierno servil en un enclave vital. La burocracia desea mantener la llave abierta porque se beneficia de millones en contratos. Hay intereses que coinciden, pero Estados Unidos no da puntada sin dedal y los recursos naturales que depredan a diario las multitudes urbanizadas en su estilo de vida, requieren más materias primas; la industria requiere extraer la riqueza de las selvas y el agua es una necesidad cada vez mayor y más escaza.

La salud humana: la primera víctima

Castro Caycedo fue insistente: las fumigaciones no solo defoliaban matas de coca; también mataban personas. En departamentos que han sufrido la aspersión, se denunció el aumento de casos de cáncer, partos con malformaciones, abortos espontáneos, afecciones respiratorias y enfermedades cutáneas. La población afectada era, como siempre, la campesina. Aquella que no tiene voz, que no viaja a Washington, que no tiene vocería en la prensa.

La sentencia T236 de 2017 sostiene que “Varios estudios científicos en el mundo y en Colombia han documentado recientemente los efectos del glifosato y la mezcla del glifosato en la salud humana. Estos estudios han analizado la posible relación entre el herbicida y el cáncer, problemas dermatológicos, abortos, daño a nivel celular, o enfermedades neurodegenerativas. Por un lado, en el año 2015 la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC) de la Organización Mundial de la Salud (OMS), publicó un reporte en el que concluye que el glifosato es un agente que probablemente puede causar cáncer en los seres humanos. (…) dada esta información, el Ministerio de Salud de Colombia recomendó la suspensión de la aspersión aérea de cultivos ilícitos con glifosato”.

La misma sentencia reza que “Los abortos involuntarios, el cáncer, las afectaciones al sistema respiratorio y las enfermedades gastrointestinales son afectaciones importantes que el Estado debe evitar en desarrollo del deber constitucional de garantía del derecho fundamental a la salud”.

Hay registros testimoniales de madres que perdieron embarazos tras la aspersión. Comunidades enteras donde las gallinas dejaban de poner huevos, los peces morían y los niños tosían sangre. Todo eso, mientras en los medios se hablaba la fascinación de las avionetas tripuladas por borrachos asperjando químicos para acabar con el problema.

La Corte Internacional de Justicia condenó a Colombia en 2013 tras la demanda de Ecuador por los efectos de la fumigación en la frontera. La evidencia era irrefutable. Y sin embargo, el debate vuelve, a pesar de la evidencia científica. Producto de la presión por el dinero de Estados Unidos – tal vez – el presidente Petro sentenció que volvería la aspersión en zonas donde los campesinos persistan en las asonadas contra la Fuerza Pública. Sin embargo se retractó, en buena hora era necesario ser radical cuando se trata de defender la vida.

Descertificación y cifras que no explican la causa

Estados Unidos justifica la descertificación de 2025 en el crecimiento de los cultivos de coca. Pero no es un fenómeno reciente. Durante el gobierno de Iván Duque, según cifras oficiales, la siembra de hoja de coca pasó de 143 mil hectáreas en 2020 a más de 204 mil en 2021. Un aumento del 43 % en solo un año. Fue uno de los incrementos más pronunciados desde que se lleva registro. Ese mismo año, se erradicaron de manera forzada 120 mil hectáreas, la cifra más grande de los últimos tiempos. ¿Sirvió? Por supuesto que no. Porque esa lógica es tan caduca como el propósito de “Hacer trizas el Acuerdo de Paz”, algo que representó un retroceso vergonzoso para Colombia, casi equivalente a la Patria boba. Se había logrado librar el territorio de las FARC y la oportunidad estaba dada para asegurar el territorio, cumplir la promesa de sustitución voluntaria y llevar el Estado, pero la obsesión adánica de una derecha incapaz ganó el debate y entonces fue más importante ser consecuente con el pasado, así ya parezca absurdo. Tan absurdo, como publicar orgulloso una foto con Netanyahu, mientras este ordena un genocidio que todo el planeta está viendo en vivo y en directo.

La explicación no es técnica, es política: el gobierno de Duque incumplió de forma sistemática el Acuerdo de Paz. Desmanteló el Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos Ilícitos (PNIS), que había logrado compromisos con miles de familias campesinas. El Putumayo, por ejemplo, firmó un acuerdo departamental de sustitución en 2017. En 2021, ya era el mayor cultivador del país. Solo bastó que llegara un Gobierno a acabar con los acuerdos para que el problema creciera.

Como lo señala Camilo González Posso, presidente de Indepaz, «el costo político, social y hasta militar de montar una operación de guerra con aspersión aérea de glifosato es muy alto y los impactos contra el narcotráfico, demasiado inciertos».

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Una guerra que se transforma, pero no termina

Hoy el negocio de la cocaína sigue siendo rentable. El crimen organizado diversificó sus ingresos: la minería ilegal, el tráfico de migrantes, la extorsión y la trata de personas complementan una economía criminal en ascenso. Las disidencias, el ELN y otros grupos han llenado los vacíos que dejaron las FARC, que reemplazó al Estado en regiones históricamente abandonadas.

Y es aquí donde Nuestra guerra ajena sigue siendo clave: el problema no es solo el narcotráfico, es la desigualdad, la pobreza. La droga no es la causa del conflicto, sino su consecuencia. Y mientras el enfoque siga siendo militar, y no social, el resultado seguirá siendo el mismo.

La simulación perpetua

La descertificación de Colombia en 2025 no es una novedad. Es parte de la simulación que Castro Caycedo denunció. Una coreografía diplomática que se repite: Estados Unidos finge presionar, Colombia finge obedecer, los carteles se adaptan, las comunidades mueren.

Citando a Camilo González, cualquier reactivación de la aspersión, por limitada o tecnificada que sea, solo provocará desplazamientos, reacomodos criminales y nuevas violaciones a los derechos humanos. Y como ya lo sabía Germán Castro Caycedo, el costo lo seguirá pagando Colombia.

Hoy, más que nunca, las investigaciones de Germán invitan a mirar más allá de los fascinantes discursos diplomáticos. Más allá de las formas está el desastre, porque la política parece ser eso que tanto criticó en vida: el exceso de adjetivos, los adornos lingüísticos, la retórica engañosa, como parte de un ritual que consiste en el arte de engañar. La honestidad intimida y, lo que es peor, es muy difícil de digerir. Ya viene siendo hora de que confrontemos la realidad. Colombia es escenario de una guerra que no le pertenece. Eso lo sabe hasta Estados Unidos y por eso no recortó recursos, porque la decisión de imponer en la agenda la palabra “descertificar” esconde un propósito político, pero eso ya es motivo de otra discusión.

Germán Castro Caycedo: periodismo con un género literario

Germán Castro Caycedo: periodismo con un género literario

Un perfil profundo, publicado en 1990 por el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, recorre la vida, las obsesiones narrativas y la técnica de un cronista que hizo de la reportería un arte mayor.

No es una entrevista cualquiera. Es una clase maestra de método y pensamiento. Durante varias páginas, Germán Castro Caycedo se entrega a una conversación sin concesiones. Habla con el rigor de quien ha aprendido en el camino, pero también con la libertad del que ya no necesita probar nada. Cada respuesta es una escena, un recuerdo de campo, una declaración de principios. Leerlo es entrar en el corazón mismo de su oficio.

—No voy a escribir ficción —dice—. Lo que hago es superior a la ficción.

Publicado por el Banco de la República en 1990, el texto cobra nueva vida gracias a la digitalización de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Su lectura es imprescindible para entender no solo cómo escribía Germán, sino desde dónde. Desde qué lugar del mundo, del lenguaje y de la ética.

Una metodología que empieza en el suelo

La entrevista comienza con una pregunta sencilla: ¿cómo escribe Germán Castro Caycedo? Su respuesta no es técnica ni literaria. Es casi antropología aplicada. Lo suyo no es imaginar, sino caminar. Investigar no desde los libros, sino desde la olla, el zarzo, la quebrada. La escritura, dice, empieza en el cuerpo de quien cuenta. Y en el paisaje donde ocurrió la historia.

Para escribir El Cachalandrán amarillo, por ejemplo, regresó al sur del Huila para investigar cómo hacían el mote los colonos. Descubrió que la sopa tardaba seis horas, que se le cambiaba el agua varias veces y que era considerada “la sopa de los hombres”. Ese detalle era clave, porque determinaba el tiempo narrativo: la aparición de la Madre Monte coincidía con la cocción. Nada podía quedar al azar.

Ese tipo de trabajo de campo, meticuloso y paciente, lo repitió una y otra vez. No era un gesto romántico, era un principio. —Si lo hago desde el escritorio, me invento que es choza. Pero si voy al lugar, descubro que allá le dicen tambo. ¡Y no es lo mismo!

Volvía a los sitios. Leía registros parroquiales para verificar nombres. Observaba los amaneceres. Escuchaba los ruidos del mar en la noche. Grababa todo, menos cuando estaba con comunidades indígenas, porque sabía que con ellos la grabadora era una barrera. Con ellos, había que escribir a mano. Y aprender a leer entre silencios.

Una memoria hecha de voces

Germán no se formó en talleres de crónica, sino leyendo a Camilo López, a Germán Pinzón, a Marco Tulio Rodríguez. Aprendió de ellos el manejo del tiempo, el respeto por el habla popular, el valor de la escena. Pero también se nutrió de los cronistas de Indias y de los relatos orales de pescadores, campesinos y arrieros.

En la entrevista recuerda una tarde de lluvia en Bogotá. Tenía diecinueve años. Leyó un reportaje de Camilo López en una esquina, parado frente a una droguería. Era la historia de un avión accidentado en el Cañón de las Ánimas. El testimonio de un sobreviviente, Atala Tapiche, lo dejó paralizado. Lo leyó tres veces. Y fue entonces cuando entendió el poder del monólogo: López había eliminado todas sus preguntas. El sobreviviente hablaba solo, sin interferencias. A partir de ese día, supo lo que quería hacer.

También leyó a Quevedo, a Cervantes, a Defoe. Pero sin solemnidad. Los usaba para enriquecer el castellano cuando el narrador lo permitía. Moisés Perea, por ejemplo, hablaba como un juglar. Entonces Germán se permitió salpicar el texto con arcaísmos, con giros barrocos. Era una forma de dignificar el idioma. Una forma de decir: nuestro castellano es vasto, no tenemos por qué empobrecerlo.

El detalle como ética

Para Germán, la precisión no era un asunto de estilo. Era una forma de respeto. Una forma de decirle al lector: esto ocurrió. No lo estoy inventando. Por eso le pedía a sus entrevistados que describieran el color de las nubes, la textura de los árboles, el olor de un fusilamiento.

—Todo tiene que ser real. Hasta el color de un botón.

En la entrevista confiesa que no tiene las condiciones sensoriales de un artista. Pero sí tiene algo que valora más: la reportería. La capacidad de registrar, de preguntar, de volver. Y esa honestidad atraviesa toda su obra.

Por eso nunca escribió ficción. No porque la despreciara, sino porque creía que su trabajo, hecho con rigor, podía ser más poderoso. —Yo no me invento. Yo reconstruyo. Y a veces la realidad es más brutal que la imaginación.

Un legado que respira

La entrevista de 1990 es, en efecto, una pieza de archivo. Pero también es un manifiesto vivo. Cada párrafo habla de un oficio que hoy está en riesgo: el del periodista que se toma el tiempo de ir, de escuchar, de escribir con el cuerpo entero.

Castro Caycedo no escribía desde la distancia. Escribía desde la espesura, desde el barro, desde la sopa, desde la palabra que alguien dijo de verdad. Y en ese barro dejó sembrada una ética. Una que aún florece.

Entrevista completa:

Germán Castro Caycedo: 4 años sin el cronista que se adelantó a su tiempo

Germán Castro Caycedo: 4 años sin el cronista que se adelantó a su tiempo

Hace cuatro años, un 15 de julio, Colombia despedía a Germán Castro Caycedo. Hoy, en el aniversario de su fallecimiento, su voz periodística se mantiene tan vigente como entonces. A sus 81 años, este maestro de la crónica dejó un legado inquebrantable de verdad y compromiso. Su obra anticipó debates cruciales que aún marcan la agenda nacional y global. No es casualidad que hasta sus últimos días mantuviera la mirada fija en los grandes problemas del país: sobre su escritorio quedaron apuntes sobre el glifosato y la minería ilegal, temas que “le preocupaban muchísimo: la destrucción de este país”, según recordó su esposa, la periodista Gloria Moreno. Ese compromiso final resume medio siglo de trayectoria periodística, marcada por un estilo sobrio, narrativo, riguroso y siempre guiado por el deber de contar la verdad.

Castro Caycedo recorrió selvas, montañas y los rincones olvidados del país, revelando historias silenciadas. Desde su primer gran libro, Colombia amarga (1976), compuesto por crónicas que mostraron la realidad de una Colombia profunda golpeada por la desigualdad, el periodista expuso lo que muchos se negaban a ver. Años después, esos mismos temas siguen sin resolverse. En esta nota especial recordamos cómo su mirada pionera abordó, entre muchos, cuatro temas claves del conflicto social y armado colombiano –el uso del glifosato, la guerra contra las drogas, la deforestación y el narcotráfico– anticipando discusiones que hoy continúan abiertas en Colombia y el mundo.

Glifosato: alerta temprana sobre una guerra química

Mucho antes de que el país se polarizara en torno al uso del glifosato para erradicar cultivos ilícitos, Germán Castro Caycedo ya había denunciado sus efectos devastadores. Se oponía a la fumigación aérea no solo por su ineficacia, sino por el daño humano y ambiental. “Colombia es el único país del mundo que fumiga desde el aire con glifosato”, advertía, calificando a este químico como un veneno esparcido sobre poblados, escuelas y hospitales. Para él, los únicos ganadores eran las multinacionales como Monsanto y Dow Chemical.

Sus investigaciones documentaron malformaciones congénitas, daños genéticos, hidrocefalia en niños y afecciones en comunidades rurales. También mostró cómo las aspersiones destruían ecosistemas vitales como la Amazonía. Tras analizar décadas de lucha antidrogas, su conclusión fue contundente: “los herbicidas de la firma estadounidense Monsanto son los únicos ganadores de una destrucción de décadas”.

Con datos y testimonios, Germán se adelantó al debate sobre el glifosato. Décadas antes de que se discutiera su prohibición, él ya había dejado en claro que la guerra química contra las drogas era una derrota moral, social y ambiental.

La guerra contra las drogas: una cruzada impuesta

Para Castro Caycedo, la llamada guerra contra las drogas era una imposición extranjera, una “guerra ajena”. La definía como un conflicto foráneo librado en territorio colombiano, que dejaba muertos, destrucción ambiental y ninguna solución real. Ya en los años 70 había rastreado el origen del narcotráfico moderno a la posguerra de Vietnam, cuando miles de excombatientes estadounidenses regresaron adictos a la marihuana y generaron una creciente demanda.

Siguiendo ese rastro, mostró cómo la Sierra Nevada de Santa Marta se convirtió en centro de producción para suplir ese mercado, y cómo pilotos norteamericanos participaban en el tráfico. Denunció la doble moral de EE. UU., que prohibía ciertos pesticidas en su territorio mientras los promovía en Colombia, como el caso del letal Paraquat. En Nuestra guerra ajena (2014), Germán analizó cómo el Plan Colombia sirvió a intereses militares y económicos de EE. UU., incluyendo el control de reservas de agua dulce.

El periodista se anticipó a la discusión contemporánea sobre el fracaso de la estrategia prohibicionista y la necesidad de nuevas políticas basadas en salud pública y derechos humanos. En sus palabras, Colombia había puesto los muertos, mientras otros se beneficiaban.

Contaminación y deforestación: la violencia que también destruye la naturaleza

Desde los años 70, Germán abordó el tema ambiental cuando pocos lo hacían. En 1975 denunció la contaminación por mercurio en la bahía de Cartagena. En Colombia amarga, publicó la “Crónica del agente naranja”, una investigación que reveló el uso de herbicidas altamente tóxicos como el 2,4-D y el 2,4,5-T, componentes del defoliante usado en Vietnam, aplicados en cultivos colombianos con consecuencias sanitarias devastadoras.

En Perdido en el Amazonas (1978), retrató la intrusión de intereses externos en territorios indígenas y ecosistemas amazónicos. Señaló que la violencia contra la naturaleza era una extensión de la violencia contra las personas. “En Colombia estamos fabricando un desierto”, escribió, aludiendo a un modelo de desarrollo agresivo que convertía selvas en terrenos estériles. Su denuncia contra el extractivismo y la tala promovida por intereses foráneos fue precoz, valiente y hoy, más vigente que nunca.

Narcotráfico: una infiltración anunciada

Castro Caycedo desnudó la relación entre el narcotráfico y el poder político. En La bruja (1994), combinó narrativa de ficción con hechos reales para describir cómo el dinero del narco llegaba a las altas esferas. Expuso la complicidad de empresarios, políticos y agencias extranjeras, en libros y crónicas, y reveló la hipocresía del enfoque represivo. También abordó el papel de Estados Unidos en la expansión del negocio y la posterior criminalización de los eslabones más débiles de la cadena.

En Operación Pablo Escobar (2016), reconstruyó la caída del capo con detalles reveladores. Su trabajo no romantizaba ni simplificaba: mostraba cómo el narcotráfico era una consecuencia de desigualdades estructurales, abandono estatal y complicidad institucional. Fue pionero en denunciar la conexión entre el narco y el conflicto armado, incluyendo el tráfico de armas, la penetración política y la corrupción judicial.

Epílogo: una mirada adelantada

Germán Castro Caycedo no fue solo un testigo de su tiempo: fue un adelantado. Muchos de los debates que hoy ocupan el centro de la agenda pública él los abrió hace décadas. En sus últimos años, afirmaba que si reescribiera Colombia amarga tendría que llamarse Colombia más amarga; otras veces usaba una frase más catastrófica: «Apocalipsis ahora» porque las injusticias habían empeorado. Y sin embargo, su obra no fue un ejercicio de desesperanza. Fue un llamado a mirar el país con profundidad, a escuchar lo que nadie quería oír, a decir lo que había que decir.

Hoy, sus libros siguen siendo faros para entender el presente. Nos interpelan: ¿Seguiremos envenenando nuestros campos? ¿Insistiremos en guerras ajenas? ¿Permitiremos la extinción de la selva? ¿Normalizaremos la corrupción narco? Las respuestas están en sus páginas, donde cada frase fue escrita con un propósito: incomodar al poder, sacudir conciencias, registrar con valentía lo que otros callaban.

Ese es el legado de Germán Castro Caycedo, el cronista que miró más allá de su tiempo y cuyo eco seguirá acompañándonos en los debates más trascendentes del mañana.

‘Mi padre, Germán Castro Caycedo’: presentación del libro en la FILBo 2025

‘Mi padre, Germán Castro Caycedo’: presentación del libro en la FILBo 2025

Catalina Castro Blanchet presentó su libro en la FILBo 2025, en conversación con la periodista Cecilia Orozco Tascón. La charla abordó la vida, el oficio, las advertencias y los métodos de uno de los cronistas más influyentes del país.

El pasado 4 de mayo, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, Catalina Castro Blanchet presentó Mi padre Germán Castro Caycedo, una obra escrita desde la memoria, la intimidad y el reconocimiento. La acompañó la periodista Cecilia Orozco Tascón, quien condujo un diálogo pausado, lleno de matices, sobre la trayectoria del hombre que durante décadas recorrió los territorios más olvidados del país para narrarlos con precisión y profundidad.

La autora compartió anécdotas personales, episodios periodísticos y fragmentos de la historia reciente que su padre investigó con la convicción de que para contar a Colombia había que caminarla. El libro recoge, entre otros elementos, un intercambio epistolar entre padre e hija, que sirve de hilo conductor para reconstruir los múltiples viajes —físicos y emocionales— que marcaron la vida de Germán.

Lo que emergió en la conversación no fue solo el perfil de un periodista aguerrido, sino el retrato de un visionario que anticipó transformaciones sociales, conflictos geopolíticos y desastres ambientales, cuando muy pocos se atrevían a decirlos en voz alta.

La selva como origen

Catalina abrió la conversación evocando la infancia de su padre en Zipaquirá. Allí, en una antigua hacienda llamada Villa Elvira, un gran portón cerrado con candado ocultaba un bosque denso y misterioso. Ese paisaje marcó el imaginario de Germán desde muy pequeño y lo llevó, a los siete años, a escribir un cuaderno que tituló Ciencias, en el que dibujaba la selva y la describía desde su perspectiva infantil.

Esa fascinación por la manigua no se quedó en el papel. Décadas más tarde, su primer viaje al Amazonas le dio sentido simbólico a aquella imagen de infancia. “Él me contaba que, cuando llegó, dejó su maletín tirado y se dejó absorber por esa amazonia. En ese momento sintió que esa reja de Villa Elvira se abría de par en par”, narró Catalina.

La selva fue para Germán un territorio de verdad. “Se dejó cautivar por las culturas y defendió la sabiduría indígena”, dijo su hija. Y no fue una frase: esa decisión ética se reflejó en su forma de escribir, de entrevistar y de denunciar.

Una historia detrás de cada libro

Uno de los ejemplos más reveladores sobre su método periodístico fue Mi alma se la dejo al diablo, una obra que tuvo cuatro versiones antes de llegar a la definitiva. Germán incluso llegó a contratar un avión para avanzar en la reconstrucción de los hechos.

Según Catalina, fue en un momento inesperado —mientras observaban cómo los murciélagos cazaban insectos en la ribera del río— que alguien mencionó conocer a la hermana del desaparecido protagonista. Ese hallazgo, casi fortuito, dio inicio a una investigación que marcó un hito en la literatura de no ficción en Colombia.

La anécdota ilustra el rigor y la persistencia de Germán, pero también su apertura al azar, su intuición y su compromiso con la verdad de los hechos, por difíciles que fueran de encontrar.

El Cerrejón: advertencias tempranas y censura empresarial

En los años ochenta, Germán Castro Caycedo fue uno de los primeros en denunciar los impactos ambientales del megaproyecto minero de El Cerrejón. Acababa de firmarse el contrato con la multinacional Exxon y todos los contratos de ejecución fueron adjudicados a compañías estadounidenses.

“Mi papá anunció desde entonces la repercusión que iba a tener sobre el medio ambiente. En las aguas, por ejemplo, vimos la desviación del río Ranchería”, relató Catalina. Y no solo lo dijo una vez: lo reiteró en libros posteriores, como Nuestra guerra ajena.

Las consecuencias no tardaron en llegar. Enviado Especial fue trasladado del horario estelar a las once de la noche. RTI, la programadora que lo emitía, dejó de recibir importantes volúmenes de pauta. “Fue un momento en el que el Grupo Gran Colombiano había entrado a RTI controlando la libertad de prensa. Fernando Gómez Agudelo y mi papá hicieron caso omiso y continuaron las investigaciones”, aseguró Catalina.

Jaime Bateman y el secuestro que terminó en entrevista

Catalina compartió uno de los episodios más recordados de la carrera de su padre: su secuestro por parte del M-19. La intención era que Germán llevara una carta al presidente Julio César Turbay. Cuando le quitaron la capucha, se encontró frente a Jaime Bateman Cayón, quien se identificó como jefe del grupo insurgente.

“Mi papá le respondió: ‘Yo no soy emisario de nadie. Si quiere mandar un mensaje, lo vamos a hacer de la manera que yo sé hacerlo: con una entrevista’”, recordó Catalina. Durante los tres días de retención, Germán lo entrevistó, tomó fotografías y construyó una serie de crónicas que fueron publicadas, sin edición, por El Siglo, bajo la dirección de Álvaro Gómez Hurtado.

Fue entonces cuando el país conoció por primera vez el rostro y el pensamiento del jefe del M-19.

Narcotráfico: Pablo Escobar alcanzó a ordenar su asesinato

Las primeras investigaciones de Germán sobre el narcotráfico se remontan a los años setenta, cuando documentó el incipiente cultivo de marihuana en la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá. Pero ya entonces intuía la magnitud del fenómeno.

“El narcotráfico va a cambiar todo en este país. Se va a infiltrar en nuestros valores, en la política, en la economía… en todo”, advertía en 1980. Catalina relató cómo su padre se reunió al menos diez veces con Pablo Escobar como parte de la preparación para una entrevista que nunca llegó a concretarse.

Era un trabajo peligroso. Para protegerse, Germán usaba claves, billetes partidos, palabras secretas. En la última cita, algo no cuadró: el contacto habitual fue reemplazado por otro y falló el santo y seña. No asistió. Años después, supo que Escobar había ordenado matarlo. El sicario estaba contratado y el arma lista.

La guerra ajena y la disputa por el agua

Germán fue uno de los primeros periodistas en denunciar el uso del herbicida Paraquat para la erradicación de cultivos. Aunque estaba prohibido en Estados Unidos, era vendido a Colombia. Esa investigación marcó el inicio de una preocupación creciente por los efectos ambientales y humanos de la guerra contra las drogas.

En Nuestra guerra ajena, publicada en 2014, advirtió sobre los intereses reales detrás de ese conflicto. Según él, el siglo XXI estaría marcado por la disputa por el agua y los recursos naturales. Catalina recordó que en 2024, Donald Trump ordenó suspender el suministro del río Colorado a México, dejando a miles de personas sin agua potable. “Él ya lo había dicho: quien controle el agua controlará la economía universal”.

También alertó sobre los intereses de Estados Unidos en el Acuífero Guaraní, el Amazonas y los lagos de la Patagonia. Todo esto, afirmaba Germán, era parte de una estrategia conocida como Offensive South.

Gloria Moreno: una fuerza presente en toda la historia

Hacia el final de la conversación, Cecilia Orozco destacó la presencia silenciosa pero decisiva de Gloria Moreno, madre de Catalina y esposa de Germán. Aunque no tiene un capítulo propio, está presente en los momentos cruciales del libro.

“Yo no creo en la pareja ideal, porque eso no existe. Pero ellos fueron un equipo. Se contaron todo, se acompañaron en todo. Hasta en los momentos más difíciles, libraron las batallas como pareja… y como familia”, dijo Catalina.

Concluyó diciendo que, aunque el libro lleva el nombre de su padre, también es un homenaje a su madre. “Él no hubiera sido quien fue si no hubiera estado con ella”.

Un periodismo que no cabía en los márgenes

‘Mi padre, Germán Castro Caycedo’ no es solo una memoria familiar, ni una biografía sentimental. Es una reconstrucción crítica de país, contada desde adentro. Catalina rescata la forma de hacer periodismo que su padre defendió hasta el final: con los pies en el terreno, sin filtros, sin intermediarios, sin prisa.

En tiempos de sobrecarga informativa y pérdida de profundidad, su testimonio invita a recuperar esa mirada aguda que supo anticipar lo que estaba por venir. Y también a reconocer que Germán Castro Caycedo, aún hoy, sigue siendo una brújula para entender a Colombia.

Vea el video completo de la presentación en la FILBo 2025 aquí:

‘Con Bacile en las venas’, un cuento de antología y salto a la ficción de Catalina Castro Blanchet

‘Con Bacile en las venas’, un cuento de antología y salto a la ficción de Catalina Castro Blanchet

La autora de Mi padre, Germán Castro Caycedo participó por primera vez en una antología de cuentos. Durante la presentación de ‘Si esta señorita supiera que me estoy muriendo’, Catalina habló sobre su cuento ‘Con vacilé en la venas’, la escritura desde el cuerpo, el duelo y las voces que habitan lo invisible.

¿Trump dio el primer paso en la guerra por el agua?

¿Trump dio el primer paso en la guerra por el agua?

En abril de 2025, un conflicto entre México y Estados Unidos puso en evidencia una de las tensiones más graves de nuestro tiempo: la lucha por el agua. El gobierno de Donald Trump, alegando incumplimientos de México en el Tratado de Aguas de 1944, ordenó la suspensión del suministro de agua del río Colorado hacia las ciudades de Tijuana y Mexicali.

Esta medida, que puso en riesgo inmediato el abastecimiento de agua potable para cientos de miles de personas, evidenció que el control de los recursos vitales se ha convertido en un instrumento de presión política y económica.

Para quienes han leído atentamente a Germán Castro Caycedo, este episodio no es una sorpresa. En Nuestra Guerra Ajena, publicado hace más de una década, Germán advirtió que las guerras del futuro no serían necesariamente por territorios o ideologías, sino por el acceso al agua dulce.

Su análisis, basado en investigaciones documentadas y citas de destacados pensadores geopolíticos, revelaba que la verdadera riqueza estratégica del siglo XXI estaría en los acuíferos, en los ríos y en las fuentes hídricas, particularmente en América Latina.

El agua y el poder: una geopolítica del siglo XXI

“La parte más terrible de esta historia es que los conflictos por el agua potable, tanto guerras internacionales como civiles, amenazan volverse un hecho clave del siglo XXI”, escribía Germán Castro Caycedo.


Y no lo hacía desde la especulación, sino desde la constatación de hechos: la desertificación acelerada del suroeste de Estados Unidos, el agotamiento de los grandes ríos como el Colorado y el Bravo, y la apropiación de acuíferos estratégicos en el sur del continente.

En Nuestra Guerra Ajena, Germán citaba a los geopolíticos Mackinder y Spykman para recordar que “quien controle el agua dulce controlará la economía universal y, como corolario, controlará la vida en un futuro no muy lejano”. No era una exageración. La situación actual en la frontera entre México y Estados Unidos muestra que el agua se ha convertido en una herramienta para ejercer presión, condicionar tratados y definir relaciones de poder.

Lo que hoy sucede en Baja California es un espejo o una anticipación de lo que será la consecuencia lógica de una estrategia aún más amplia en el sur global: el control de los recursos naturales bajo la apariencia de cooperación internacional. Ahora, Donald Trump no acude a discursos diplomáticos como la expansión de la democracia liberal, exige algo a cambio: tierras raras, recursos naturales, a cambio de mercado.

“La lucha antinarcóticos es una coartada para – a partir de allí – avanzar en el control de los inmensos recursos naturales y energéticos de esta parte del continente”, advertía, Castro Caycedo mencionando explícitamente las reservas de agua del Amazonas, el acuífero Guaraní y los lagos de la Patagonia. Ahora el pretexto es otro, es una amenaza frontal y descarnada: “¿Quieres mi mercado? Dame el control de tus recursos”, el agua probablemente será uno de estos.

La guerra silenciosa ya comenzó

El cierre de las compuertas del río Colorado en abril de 2025 no fue un accidente diplomático. Fue una acción planificada dentro de un esquema que Germán describió con precisión:
el uso de los recursos estratégicos como armas silenciosas de dominación.

Mientras la opinión pública internacional se enfocaba en las declaraciones y amenazas comerciales, en el terreno real miles de personas en Tijuana y Mexicali enfrentaban la posibilidad de un corte masivo de agua potable. Este no fue un ejercicio teórico sobre la escasez: fue una crisis concreta, que afectó hospitales, escuelas, hogares y toda la infraestructura básica de ciudades enteras.

Germán había demostrado en sus crónicas cómo las grandes potencias actuaban de forma preventiva para asegurarse el control de las reservas de agua en territorios extranjeros. Los ríos, los lagos y los acuíferos ya no eran vistos como bienes comunes, sino como activos estratégicos, comparables al petróleo o al gas.

La militarización de los territorios amazónicos, la presión sobre las legislaciones nacionales para permitir concesiones hídricas, y la presencia de multinacionales controlando manantiales y fuentes naturales, son expresiones directas de esta guerra silenciosa.

Tik Tak, el reloj del cambio climático azuza la tensión

En la visión de Germán Castro Caycedo, América Latina no solo es rica en biodiversidad. Es, ante todo, el reservorio más grande de agua dulce del planeta. La cuenca amazónica, el acuífero Guaraní y los lagos patagónicos constituyen la reserva estratégica que muchas naciones industrializadas ven como esencial para su supervivencia futura.

La presión sobre estos recursos se ha intensificado en los últimos años, de manera proporcional al avance del cambio climático y al agotamiento de las fuentes internas de los países del norte. Mientras los glaciares desaparecen en el Parque Nacional de los Glaciares en Montana, mientras los ríos del suroeste estadounidense se secan antes de alcanzar el mar, las miradas estratégicas se vuelcan sobre los territorios latinoamericanos.

En su obra, Germán dejó una advertencia clara:

“Para los países industrializados, el control de los espacios geopolíticos de cualquier parte del planeta donde se encuentran grandes reservas de recursos estratégicos como el agua dulce constituyen áreas de alto valor económico y geopolítico. Los países industrializados han fijado como su abdominal surgery equipments objetivo controlar, explotar y administrar el agua como lo han hecho con las áreas petrolíferas y el gas natural”.

La suspensión del agua hacia México confirma que la guerra por el agua ya no es una proyección futura. Es una realidad presente, urgente y brutal.

Una parte de la historia estaba escrita

Germán Castro Caycedo no pretendía predecir el futuro. Pretendía, con el rigor de su oficio, mostrar los hilos invisibles que movían las dinámicas de poder en el mundo contemporáneo.
Sus crónicas fueron reveladoras y mostraron que el imperialismo es dinámico y se ajusta a las necesidades de megaindustrias integradas: las farmacéuticas, la agroindustria, las armas, los mercenarios, todos se transforman, cambian nombres, pero los objetivos siguen siendo los mismos.

Hoy, cuando vemos que el agua es utilizada como arma diplomática, como mecanismo de presión comercial y como instrumento de subordinación política, las palabras de Germán adquieren vigencia con una fuerza renovada.

No se trataba solo de Colombia. No se trataba solo de Suramérica. Se trataba de una lógica global donde la vida misma —y no solo el territorio— se convertiría en un campo de batalla. La crisis entre México y Estados Unidos en 2025 es apenas un aviso.
Las verdaderas guerras por el agua apenas comienzan.

Releer a Germán Castro Caycedo es una necesidad urgente para entender de qué manera la lucha por el agua, silenciosa pero implacable, define ya los destinos del siglo XXI.

Catalina Castro Blanchet presenta ‘Mi padre Germán Castro Caycedo’ en la FILBo 2025

Catalina Castro Blanchet presenta ‘Mi padre Germán Castro Caycedo’ en la FILBo 2025

El próximo 4 de mayo de 2025, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo), se llevará a cabo la presentación del libro Mi padre Germán Castro Caycedo, escrito por Catalina Castro Blanchet, hija del periodista y cronista colombiano.

Hora: 1:00 p. m.
Lugar: Gran Salón D, Corferias

Este libro no es solo un testimonio de amor filial, sino también el resultado de una investigación rigurosa que se extendió por casi una década y que Catalina inició de la mano de su padre. A través de cartas, conversaciones, anécdotas y recuerdos personales, la autora invita a recorrer la vida de Germán Castro Caycedo desde su infancia en Zipaquirá hasta su consolidación como una de las voces más sólidas del periodismo narrativo en América Latina.

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La escritora conversará con Cecilia Orozco Tascón sobre el proceso para escribir minuciosamente sobre el trabajo de un escritor prolífico.

¡Más vigente que nunca!

A lo largo de la investigación y escritura del libro, surgieron hallazgos reveladores sobre la manera en que Germán Castro Caycedo se anticipaba a debates que hoy son centrales en la conversación pública global. Desde hace décadas, sus crónicas ya advertían sobre problemáticas como la deforestación, la crisis del agua, el deterioro de los ecosistemas y el avance agresivo de los intereses extractivos sobre comunidades rurales e indígenas.

El periodista cuestionó con contundencia la guerra contra las drogas, considerándola una estrategia ineficaz que profundizaba la violencia sin atacar el fondo del problema. Planteó la necesidad de enfoques centrados en la salud pública, en la protección de los consumidores, y en alternativas productivas como el aprovechamiento industrial del cannabis, que hoy representa una fuente legal de ingresos para economías como la de Estados Unidos. Sus posturas, ignoradas en su tiempo, cobran hoy una vigencia incuestionable.

Firma de libros

La presentación estará seguida de una firma de libros, también en el Gran Salón D, de 2:00 a 3:00 p. m., organizada por Editorial Planeta.

Este evento es una oportunidad única para reencontrarse con la obra y el legado de Germán Castro Caycedo, a través de la voz de quien lo conoció más allá del periodista: su hija, Catalina.


Catalina Castro Blanchet, autora en antología de cuentos latinoamericanos contemporáneos

Fuera del recinto principal de Corferias, la Feria del Libro se extiende por la ciudad con actividades en librerías y espacios culturales aliados. En ese contexto, Catalina Castro Blanchet participará en la presentación del libro ‘Si esta señorita supiera que me estoy muriendo’, una antología de cuentos latinoamericanos contemporáneos compilada por Alejandro Alzate, doctor en Literatura de la Universidad de Navarra y profesor de la Universidad del Valle.

La cita será el sábado 3 de mayo, de 5:00 a 6:00 p. m., en la Librería México (Calle 11 # 5-60), como parte de la programación oficial de Filbo Ciudad.

La autora integra esta recopilación con el relato ‘Con basile en las venas’, junto a autores como Karla Marrufo, Luis Miguel Rivas, Cecilia Szperling, Gilmer Mesa, Liliana Colanzi, José Adiak Montoya, entre otros. La actividad será una oportunidad para conversar, compartir lecturas y explorar la diversidad narrativa de la región, en un ambiente literario en el corazón del centro histórico de Bogotá.