Medio: Cromos
Fecha: 05 de diciembre de 1994
Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Guillermo Torres
En un recuerdo a cuatro manos Gabriel García Márquez y Castro Caycedo reconstruyen la historia de sus gestiones de paz ante la mafia, y la inutil tarea de buscar una acercamiento entre Pablo Escobar y el presidente Belisario Betancur para detener a la muerte.
Estoy casi seguro que aquella era una madrugada de abril de 1986. La una y media. Antes de contestar al teléfono vi que afuera, debajo del poste de la esquina, la cortina de lluvia era tan espesa como al comienzo de aquella noche de bombas en diferentes lugares de la ciudad. El timbre repicó un par de veces más y luego identifiqué la voz de García Márquez:
– ¿Cuántos murieron hoy?, preguntó.
La guerra que desencadenó la extradición de colombianos a los Estados Unidos, instaurada por el presidente Betancur luego de que la mafia asesinó a su Ministro de Justicia y lo sentenció a él a muerte, completaba veinticuatro meses. Dos años de bombas callejeras y de magistrados, jueces, policías, gentes inocentes – niños o ancianos -, desfigurados por la dinamita o perforados por las balas dum dum. Los sicarios le rezaban diariamente a la santísima Virgen, besaban las fotos de sus propias madres y tras “soplarse” un bazuco, igual penetraban a la iglesia que a tu habitación y allí te quebraban a balazos. Entonces no les decían sicarios sino “guerreros”. Y ellos se creían guerreros.
Esa madrugada la voz de Gabo era la de un hombre, yo no diría angustiado, sino atormentado, terriblemente triste y antes que saludar, soltó así: – Hay que tratar de parar este horror de alguna forma Esto no puede seguir así. Dime una cosa: ¿tú has vuelto a subir a la montaña blanca?
Aludía a Medellín, a la coca a Escobar y le dije que no, pero que podía volver a ponerme los esquís y, bueno… intentarlo.
– Entonces vente para México porque necesito hablar contigo -dijo- con la misma voz de angustia.
Hasta ese momento sólo dos personas sabían del proyecto de mi libro: Fernando Gómez Agudelo, que pagaba todos mis viajes y Darío Arizmendi, pero ambos se lo susurraron, de manera que ya no éramos sino unos quince los que conocíamos el gran secreto.
Durante el resto de la noche el tema de la llamada me hizo cosquillas en las orejas y temprano en la mañana reservé un silla de avión a México. A esa hora no tenía ninguna duda de las intenciones pacifistas de García Márquez y me sentía totalmente identificado con él.
Gabo: “Antes de ser asesinado Rodrigo Lara y cuando ya era presidente de la República, Belisario me había dicho que bajo su gobierno ningún colombiano sería extraditado a los Estados Unidos y yo lo escribí en una columna que se llama “Un tratado para tratarnos mal”;… Es que en ese momento yo di solo la batalla contra la extradición. Solo. Era cuestión de principios: Colombia no podía mandar colombianos a que fueran juzgados en el exterior. Ninguna madre manda a sus hijos a la casa del vecino para que se los castiguen. Y di esa batalla porque en aquel momento tenía un respaldo que no había revelado y eran esas palabras de Belisario.
Pero, fijate que hay algo más: cuando yo estaba escribiendo esa nota que salió publicada en El Espectador, llamé a Belisario y le dije: “Presidente, yo he escrito una columna donde sostengo que estoy seguro que bajo su gobierno ningún colombiano será extraditado. ¿Puedo dejarlo así?, le pregunté y él respondió: “Puedes dejarlo así”. Y así se publicó.
EN MEDIO DE UNA RECUA DE SICARIOS
El avión a México partió un poco después de las cinco de la tarde y desde el mismo carreteo en busca de la pista, empecé a recordar una película que para mi había comenzado a rodar cuando finalizaba 1983, es decir, tres años atrás:
Un día de septiembre fui a ver al procurador general de la Nación, Carlos Jiménez Gómez y cuando llegué frente al edificio de la Procuraduría, vi en la calle revuelo, gente andando a zancadas, Mercedes Benz que abrían sus puertas y en medio de una recua de sicarios pude distinguir a Pablo Escobar, a El Mexicano y a dos pares de mafiosos más que salían de allí, se metían presurosos en los autos y enrumbaban por la Carrera Quinta en medio de una nube de tierra. Un mes más tarde, la revista Semana anotó: “El procurador general de la Nación, Carlos Jiménez Gómez, habría realizado recientemente intensas gestiones calificada como de paz, frente a los grandes del narcotráfico en el país. El resultado de estas entrevistas fue una especie de “paz pactada” en la cual se acordó el retiro total de los narcotraficantes de la actividad política, comenzando por el desmonte de los movimientos cívicos de Pablo Escobar y…”;.
Retirado Jiménez Gómez de la Procuraduría, y justo cuando escribía los ocho volúmenes de sus memorias, cenamos juntos y antes del café creí que como había transcurrido tiempo suficiente, no resultaba incómodo recordar la escena de aquel septiembre y se lo pregunté. Él sonrió unos segundos, asintió con la cabeza y empezó a contar:
“Era mil novecientos ochenta y tres, ¿no es cierto? En ese momento no había muerto Lara Bonilla pero ya las cosas estaban complicadas. Estaban enredadas y un día llegaron a mi oficina, Escobar, El Mexicano y otros cuantos, solicitando que los escuchara. Se quejaban. Pedían que los dejaran acogerse a algo así como lo que hoy llaman reinserción a la vida civil. Y óyeme bien: no fue una sino fueron varias las entrevistas que sostuve con ellos, en mi despacho en forma oficial y con el único tema de la paz… algo se logró esa vez”.
Gabo: Después de la nota en El Espectador, recuerdo que almorzando en la casa de Alejandro Obregón, Belisario me dijo una cosa estupenda: ”No sólo vamos a negociar la paz con la guerrilla, sino también con los narcos. Ellos mismos están proponiéndolo”.
UN CAMINO SEMBRADO DE MEMOS
Pero llega abril de 1984 y el 30, cuando comenzaba la noche, fue acribillado el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla y al día siguiente la mafia salió despavorida a esconderse en Panamá.
En mayo hubo elecciones en el istmo y el expresidente López Michelsen arribó formando parte de una comisión internacional invitada por el gobierno y a través de Santiago Londono White -que habla trabajado en la tesorería de su última campaña presidencial- se hizo un contacto con Escobar y su grupo que pedían ser escuchados. Santiago es hermano de Diego Londoño White que, a su vez, fue tesorero de alguna de las campañas de Belisario, en ese momento presidente de la República.
Hecha la aproximación, un día se aparecieron al hotel del expresidente López -El Marriot- Pablo Escobar, El Mexicano, Pablo Correa que tenía un piso en el mismo edificio y el resto de los grandes capos de la cocaína, para quejarse de sus desdichas, alegar inocencia y decirle que querían pactar la paz con el gobierno.
Según personas allegadas al expresidente, éste le hizo saber a Betancur que debía comunicarle algo y como una vez terminadas las elecciones viajó a Miami, Betancur envió a uno de sus exministros a conversar con él. No habían transcurrido veinticuatro horas después de su regreso, cuando el exministro buscó al procurador Jiménez Gómez. Propuesta: que él, por ser un funcionario y un hombre independiente, dialogara con los mafiosos.
Respuesta de Jiménez Gómez: a quien haga eso lo machacan. Pero si me lo pide el Presidente de la República personalmente…
“Y el Presidente de la República me pidió que lo hiciera, aprovechando que yo tenía un viaje pendiente a Panamá, para investigar la pérdida de los trece millones y medio de dólares del Ministerio de Defensa, un robo famoso de los años ochenta”, me contó después Jiménez. Gómez.
La entrevista del Procurador General con Escobar y sus amigos fue el 29 de mayo de 1984 en el Hotel Soloy de Panamá. Más tarde, una madrugada, Escobar me dio esta versión:
«Fui con todo el combo a donde el Procurador y después de explicarle la situación, le pedimos que le hiciera conocer una propuesta de paz al presidente Betancur. Pero el Procurador dijo que esa era una cosa muy seria y que por tanto, nosotros debíamos enviársela al Presidente por escrito y que no fuéramos a mandarle una carta sino un memorándum para no poner al Presidente en la obligación de responder.
El doctor Jiménez le echó cabeza y luego dijo: “Ojo, que si ustedes quieren paz, también deben arreglar esto con la DEA”.
¿Cuál era el camino? Pues enviar otro memorándum a la Embajada de los Estados Unidos y esa misma noche hicimos venir a los abogados de Medellín y redactamos los mensajes para el Presidente y para los de la Embajada».
Corrió el mes de junio sin respuesta alguna y el 4 de jallo, fiesta nacional de los Estados Unidos, El Tiempo publicó esta perla:
«Un grupo de narcotraficantes, encabezados por Pablo Escobar Gaviria y que dicen representar al ochenta por ciento del negocio, le formuló una propuesta al gobierno para llegar a un entendimiento sobre la forma de desmontar y eliminar el narcotráfico en el país.
La propuesta fue hecha hace algunas semanas a través del expresidente Alfonso López Michelsen y del procurador general de la Nación, Carlos Jiménez Gómez. Este último viajó a Panamá a entrevistarse con Escobar Gaviria…
La propuesta consiste en que los narcotraficantes colaborarán con la embajada norteamericana y la DEA para desmantelar los laboratorios y las pistas de aterrizaje clandestinas… la propuesta de Escobar Gaviria tomó por sorpresa al gobierno, cuya respuesta aún se desconoce».
Desde luego, la reacción Inmediata del gobierno norteamericano fue decir públicamente que rechazaba cualquier propuesta de los narcos y que rechazaba cualquier rumor y que rechazaba la más leve alusión a posibles acercamientos con la mafia colombiana, porque eso era totalmente falso.
Siempre me he preguntado, ¿a quién le convenía dejar filtrar esa información?
Bueno, pues lo cierto es que ese atardecer, el ambiente del cóctel en la embajada norteamericana fue tenso y cuando se encontraron cara a cara el presidente Betancur y el Procurador General de la Nación, este último llamó al Presidente a un salón vacío y allí le dijo:
“- Presidente, sencillamente esto se acabó. De ahora en adelante debe hablar uno solo de nosotros porque yo creo que si empezamos a dar declaraciones, López Michelsen por un lado, usted por el otro y yo por otro, va a formarse un lío… déjeme a mí dar la cara. Yo hago ese manejo”.
Unos años después, luego de haber sido realmente machacado por la prensa, Jiménez Gómez comentó:
“La verdad es que el presidente Betancur tomó esa última frase demasiado en serio”.
En el aeropuerto de México fue demorado el ingreso, de manera que llegamos al hotel después de la media noche y sólo vi a Gabo la mañana siguiente cuando me recogió y fuimos a los estudios Churubusco donde tenía una oficina en la cual tres o cuatro personas trabajaban en uno de sus guiones y más tarde nos refugiamos en el estudio de su casa colonial.
Estaba apesadumbrado por la situación del país y acordamos que, a mi regreso, buscaría contacto con Escobar para decirle que él estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario y dentro de la legalidad, para ayudar a buscar la paz del país. El presidente Betancur debía visitar México algunas semanas más tarde y García Márquez podía hablarle, pero necesitaba que Escobar y su gente le mandaran a decir qué era lo que los mafiosos querían para tranquilizarse.
Gabo: “En la Presidencia de la República de México me habían dejado conocer el proyecto de agenda de la visita de Belisario que era muy apretada, pero figuraba allí una tarde libre en Cancún durante la cual íbamos a permanecer los dos solos y pensé que allí estaba la oportunidad de hablarle de los extraditables, de manera que estos contactos previos eran definitivos para pensar en que la cosa podría caminar bien”.
EL MERO MERO
A mi regreso no fue tan fácil hacer contacto con Escobar puesto que llevaba más de un año sin verlo -aún no había comenzado a desarrollarse a fondo el proyecto del libro- y nueve días después hablé con él brevemente, le conté lo que pensaba Gabo y él planteó que lo ideal era un contacto directo:
“-Yo le propongo al maestro que venga a Colombia, que aquí se hacen mejor las cosas. Que mande decir en qué tipo de avión le da más confianza volar y que en cuál de estas veinte pistas quiere aterrizar (mencionó una lista que ahora no recuerdo) y que qué seguridad exige. Todo eso se lo suministramos, pero que lo ideal es hablar aquí con toda la gente”.
Ese día almorcé con Darío Arizmendi, hablamos del asunto y como a mi manera de ver se jugaba algo que eventualmente podría llegar a ser importante, vi la necesidad de volver a México. Aprovechando que él tenía algo pendiente con Gabo, resolvió ir y volamos la tarde siguiente.
-Yo no voy a La Montaña Blanca a reunirme con ellos ni por el carajo. Manéjalos para que cuenten qué es lo que quieren o si no se jode todo, dijo Gabo. De manera que regresé a Colombia, cambié de ropa en Bogotá y me fui a Medellín para cumplir la cita con Escobar un viernes a las diez y media de la mañana.
El sitio acordado era el taller de “El Mulato”, y como el doctor Carlos Echavarría (Escobar) llegó tarde, maté el tiempo viendo los autos Alfa Romeo, Mazerati, Jaguar, Ferrari y hasta vulgares Mercedes Benz descapotables.
Sobre las doce vi cruzar una buseta de transporte urbano y reconocí como pasajeros a algunos de los hombres de Escobar. Un par de minutos más tarde apareció un campero y detrás de él un taxi con dos clientes en el asiento de atrás. El chofer Escobar con una cachucha negra de los “Padres”, la novena de grandes ligas de los Estados Unidos y sus pasajeros, Garrafa y Boca de Chapa muy bien armados.
Me recogieron, salimos de Medellín y en una casa campestre hallamos a El Mexicano que entonces lucía barba y respondía al nombre de “Andrés”, acompañado por todo el combo de satélites que gravitaban en torno a Escobar.
Luego de “un juguito, un café, una champañita, lo que quiera tomar”, Escobar le explicó a la concurrencia la iniciativa de Gabito y el primero en hablar fue El Mexicano:
– Bueno y, ¿cuánto hay que darle por esto a García Márquez?, preguntó y Escobar se quitó la gorra, agachó la frente y mirándolo con los ojos oblicuos le disparó así:
– Hombre, Andrés, dejá de decir maricadas que García Márquez tiene más poder que vos, que yo y que todos los mafiosos que estamos en esta habitación. Pero El Mexicano no cejó en su suflclencia y hablando con un dejo, mitad de campesino boyacense y mitad de paisa, insistió:
– A yo qué carajo. O, ¿es que ese vergajo tiene más moneda que yo?
– Claro que no, hermano -dijo Escobar-, pero ese man puede llamar ya mismo al que manda en Rusia o al presidente de Francia y ellos le pasan al momento al teléfono. Le pasan y, además, si Gabito quiere, le mandan avión para que se vaya a hablar con ellos. Y a nosotros no nos pasa al teléfono ni el güevón del alcalde de Medellín. Y si no, llamalo y verás.
Total que unos minutos después preguntaron si yo podía llevarle a Gabo un mensaje escrito pero les dije que lo tenían que hacer era mandar un emisario suyo, pedí que me informaran quién iría para hacérselo saber al maestro y anuncié que me retiraba.
Gabo: Tú me llamas esa mañana para decirme que viene un tipo. Lo espero y el tipo llegó dos días después a un hotel nuevo que queda en la Calle Florencia. No recuerdo cómo se llama. Llega allá, avisa que está listo y más tarde me reúno con él. Es un tipo muy joven, alto, rubio, fuerte, muy simpático, sumamente bien educado, respetuoso. Llegó con un maletín, lo puso aquí al frente y empezamos a hablar de cuanta vaina me interesaba para medir mejor la situación de esa guerra tan absurda y… yo no sé si el maletín se le quedó abierto o é lo abrió, pero en mitad de la conversación me dio la impresión que si que lo había dejado abierto para grabar la conversación y me molestó mucho. Me molestó pero tampoco quise decirle, no grabe, porque creí que me tiraba en todo. Entonces empecé a decir vainas grabables. Hablamos de muchas cosas, pero concreto fue esto:
– Mire: Escobar propone lo siguiente: que mantiene todos los puntos de Panamá y renuncia, en esta primera negociación, al problema de la extradición para que sea discutido más tarde.
Y eso era lo nuevo y lo grande y lo que permitía una aproximación al tema de la paz. Es que dejar la extradición para después era una gran cosa porque ese era el punto que lo bloqueaba todo.
Entonces al oír esa vaina le digo al tipo, “qué maravilla. No se preocupe que el presidente Betancur viene tal día y yo hablo con él y después les hago saber los resultados de mi reunión a través de Germán, pero este baño de sangre tiene que acabarse porque Colombia está sufriendo algo que no tiene por qué sufrir.
NO, NO, NOOOO…
El memorándum enviado por los mafiosos al presidente Betancur desde Panamá el 29 de mayo de 1984, estaba dividido en dos partes: un recuento de lo que era el negocio de la coca en esa fecha y algo que llamaron una propuesta para acabar con el narcotráfico en Colombia. Allí anotaban, entre otras cosas, cómo “el negocio significa hoy para quienes lo controlamos en Colombia, un ingreso anual cercano a los dos mil millones de dólares, de los cuales una proporción sustancial llega a nuestro país.
«Desmontar la operación del narcotráfico en Colombia, significaría, a un corto plazo, el incremento en los precios del producto final en el exterior, el deterioro de la calidad, la dificultad de adquisición del mismo y, como consecuencia de todo lo anterior, la reducción del número de consumidores. En un desmonte global de la operación del narcotráfico, no podría hacerse un compromiso del ciento por ciento de los que en él participan…».
Y en la segunda parte ofrecían, entre otras cosas, entregar los laboratorios de coca, entregar las pistas clandestinas para aviones, retirarse definitivamente de la actividad política, acabar con el mercado del bazuco en el país y traer a Colombia los capitales que tenían en el exterior.
El memorándum para la Embajada de los Estados Unidos era similar, pero en ninguno de los dos se decía, como se viene asegurando desde entonces, que la mafia ofreció pagar la deuda externa de Colombia. Eso no lo dijo nunca, nadie.
Gabo: Por fin llegó Belisario a México, como decía, para cumplir un programa demasiado apretado y lo de Cancún se suprimió porque resolvió irse para Guatemala.
Entonces cuando yo vi que no íbamos a tener esa tarde para conversar con calma, dije: Y ahora, ¿qué hago? Entonces programé, por ahí en un huequito que dejaba el protocolo, una recepción en mi casa a la que fueron Juan Rulfo, José Luis Cuevas, Luis Cardoza y Aragón, un gran escritor guatemalteco que ya murió y desde cuando comenzó la reunión empecé a medir el momento para poder hablar con él y a esperar y a calcular y nada. Y como yo sabía que una vez él se despidiera yo no lo iba a ver más, aproveché una pausa para decirle, “venga y le muestro una vaina”. Y me lo llevé para mi estudio que está al otro extremo del patio y allí le mostré una galera del libro de Hemingway, “Al otro lado del río y entre los árboles”, con correcciones hechas a lápiz por el propio Hemingway. Estaba ahí y cuando la tomó en sus manos, Belisario se quedó callado, se emocionó y dijo, “¡Qué maravilla!” y yo le dije, “¡Te la regalo!”. Nos miramos y luego agregué:
– Te la llevas pero antes te quiero dar un mensaje.
– ¿De quién?
- De Escobar, le dije, y él respondió inmediatamente:
– No. No. Noooo.
Se fue enseguida para la puerta y entonces yo le grité:
– Oye, Presidente: tú eres Presidente de la República y no puedes decirle que no a un mensaje sin saber de qué se trata, porque está de por medio la suerte del país.
Y entonces él me respondió:
– A cualquier mensaje que sea de Escobar yo le digo ahora que no por anticipado. Si de todas maneras me van a matar…, agregó, y atravesó el patio para regresar a la reunión.
Esa misma noche yo hice esta reflexión: si le decimos a Escobar cuál ha sido la reacción definitivamente del Presidente, lo va a mandar matar. Entonces me quedo callado”.
LOS TEMORES POR JAIME CASTRO
No volví a saber del maestro hasta una tarde que llamó de México y me dijo: “tengo entre manos algo muy complicado. Es urgente. Veámonos pasado mañana en Caracas. Te hago reserva en el Tamanaco”.
Entonces su preocupación era salvarle la vida a Jaime Castro, que luego de dejar el Ministerio de Gobierno se fue a vivir a Nueva York, huyendo de las balas: el M-19 lo había sentenciado a muerte por lo que estimaban como una traición durante el proceso de paz de Belisario.
Gabo ya se había reunido en Cuba y Nicaragua con Carlos Pizarro, obteniendo que su grupo aboliera la pena de muerte, pero ahora sospechaba que el exministro tenía aún una condena pendiente por parte de la mafia.
– Debemos salvarle la vida a Jaime, me dijo en el comedor del Hotel Tamanaco, y cuando cambiamos de tema le pregunté qué había sucedido con la gestión anterior y me contó el desenlace, la noche de la recepción en su casa de México.
En Medellín, cinco días después, le manifesté a Escobar los temores de Gabo en cuanto a Jaime Castro y me confirmó que no había nada contra él. Que estuvieran tranquilos. -Mire -dijo- tan no tenemos nada contra él que voy a mandarle a México un emisario al maestro para que se lo confirme y le diga que todo lo contrario: que si el doctor Castro quiere ser algún día Presidente de la República, nosotros le financiamos la campaña.
Luego se interesó por las gestiones ante el presidente Betancur.
– García Márquez no pudo hablar nunca con Belisario -le expliqué- y después de una pausa vi que su cara había enrojecido y sin pensarlo dos veces, sentenció arrastrando las palabras:
– Entonces aquí se va a tener que morir hasta el hijueputa. Han pasado ocho años y le cuento la historia a Gabo. Al escucharla hace un gesto de dolor, se recuesta, coloca los codos sobre los brazos de la silla en que está sentado y exclama:
– ¡Y se murió hasta el hijueputa!