Germán Castro Caycedo, el último de los cronistas de indias

Germán Castro Caycedo, el último de los cronistas de indias

Por: Iván Gallo para la Fundación Paz y Reconciliación

1992 fue una fiesta en Latinoamérica. Se conmemoraban los 500 años del descubrimiento de América. España intentó pagar sus culpas por el genocidio que causó el arribo de Cristóbal Colón a nuestras playas. Destruyó mundos enteros., en En 1492, España acababa de salir de una guerra de varios siglos con los musulmanes. Quedaba una importante población de guerreros desocupados. En realidad, la gente era o religiosa o bandolera. Y los guerreros llegaron a América con la fiebre del oro en las venas. Mocharon cabezas, torturaron, secuestraron, devastaron bosques enteros. Cambiaron los dioses e impusieron una historia oficial. Los 500 años sirvieron para que personajes como Germán Castro Caycedo nos ayudaran a entender la devastación que sufrimos.

Ahora es muy difícil entender que alguna vez no fue obvio tener constancia de los atropellos sufridos. En las escuelas nos enseñaban que Cristóbal Colón nació en Génova y era un emprendedor muy importante y los reyes católicos extremadamente visionarios y entonces se dio el encuentro de dos mundos. Pero jamás nos hablaron de la ferocidad de Nicuesa, ni de la crueldad de Pedrarias Dávila, ni que Colón veía como una empresa rentable y válida llevar cientos de indígenas a España y convertirlos en esclavos para demostrarle a Isabel la Católica todo el amor que le tenía.

1992 fue un año bien raro. En Colombia, Pablo Escobar asesinó a dos de sus socios en La Catedral, la cárcel-resort que le construyó a su medida César Gaviria, y tuvo que huir de ahí porque ya las mentiras le hicieron caer la máscara. Su respuesta fue extremar la guerra contra el Estado soltando a sus pistoleros, llamados sicarios, contra sus enemigos y parqueando en las calles de las principales ciudades del país carros bomba que explotaban y mataban colombianos. Caycedo narra en El Hurakán, tal vez la última gran crónica de Indias que se ha escrito, cómo los españoles ya usaban sicarios para ajustar cuentas en estas, sus nuevas tierras y cómo los corsarios ingleses adaptaban sus navíos para convertirlos en bombas. Nada es nuestro, ni siquiera la maldad.

En 1992, Sevilla fue el centro del mundo no solo por la relación que tuvo con América, sino porque fue la ciudad designada para ser la sede de la Exposición Universal. Además, Barcelona fue la sede de los juegos olímpicos. Después de su pasado glorioso, España volvía a ser el centro del mundo. Un año antes, en 1991, Castro Caycedo se montó en el buque Gloria. Quería hacer la travesía desde España a Cartagena. Sentir lo que pasó por la piel de estos primeros exploradores. En su libro, El Hurakán, Castro Caycedo afirma que esto era imposible porque no había forma de comparar al Gloria con una de las calaveras en las que llegó Colón y esa gente. Eran embarcaciones de 20 metros de largo, sin camarotes, sin baños, sin agua y donde la única comida era el polvo en el que quedaba convertida la galleta que se comían las ratas y las propias ratas que se vendían bien. “Había toda una aristocracia en el comercio de ratas” cuenta Antonio Pigafetta, uno de los hombres que mejor escribió sobre esta “Carrera contra la muerte”, lo que era un viaje de tres meses entre Europa y América. El barco terminaba dividido entre los sanos y los enfermos. De 100 hombres llegaban vivos cuarenta.

Pero la crónica de Castro Caycedo no solo se detiene ahí, sino que va más allá, va a la visión de los vencidos. Sabemos que la historia la cuentan los vencedores, en este caso la conquista de México, que fue una de las carnicerías más cruentas de todos los tiempos, es narrada casi que oficialmente por Bernal Díaz del Castillo, uno de los amanuenses de Hernán Cortés, porque no hubo forma de que quedara algún vestigio de lo que percibieron los indígenas en ese nivel de masacre. Pero Castro se fue al archivo general de Indias y descubrió algunos textos que supieron llevar los pocos españoles que se preocuparon por preservar algo de estas culturas que ellos mismos borraron para siempre.

El Hurakán vendió cerca de medio millón de copias entre 1992 y 1993. Muchos jóvenes aprendieron a amar la lectura gracias a estas historias de conquistadores, brujas y asesinos. La estructura oscila entre el presente, que es el viaje de Castro en el Gloria y las historias de las conquistas, algunas tan enigmáticas como el final de Diego de Nicuesa. Este hombre, junto a Vasco Núñez de Balboa, descubrió el Darién. Contra toda lógica humana construyeron una ciudad allí, en medio de esa selva que todo se lo traga, que todo lo envenena, Santa María de la Antigua del Darién. Pero su crueldad fue tanta que fue detenido por la corona y condenado a una extraña pena: junto a 17 de sus hombres lo pusieron en un barco viejo, sin provisiones, con algunas velas rotas y allí lo obligaron a devolverse a España. De él no se supo nada más. El mar se lo tragó. Una muerte así, yendo al peor de los viajes en condiciones extremas, es de las más duras que puede haber.

Castro Caycedo en ese momento era una superestrella. No solo vendía libros como rosarios, Perdido en el Amazonas, Mi alma se la dejo al diablo, El Hueco son crónicas periodísticas que tenían un nivel de ventas al que hoy solo puede aspirar Paulo Coelho. En ese momento, era importante ser periodista en este país. Todos, incluso los que no leían, sabían quién era él. Tenía un programa llamado Enviado Especial, de reportajes, ¡En Prime Time! Era otro país.

Casi con discreción se fue en 2021 Germán, a los 81 años, demasiados pocos para alguien tan necesario como él. No he vuelto a ver nuevas ediciones de El Hurakán, debería ser uno de esos libros que ponen obligatorios en los colegios, pero sí se consigue fácilmente en usados. Y se sigue vendiendo. Para este puente no hay lectura más recomendada que esa.