Acabo de terminar la última página, la 711, de un libro que llevaba varios años esperando: Mi padre, Germán Castro Caycedo, de Catalina Castro Blanchet.
Gloria Moreno, su madre, me lo venía anunciando: “Catalina está escribiendo un libro sobre Germán… Si vieras la belleza. Estoy asombrada”.
No alcanzaba a imaginármela. La conocí cuando tenía 11 años. Era una niña inquieta y tímida, fascinada con la gimnasia, a la que recuerdo cuando iba de visita a la librería Enviado Especial Libros, y nos sentábamos, a veces, en el banco que nos servía de escalera, a leer cuentos o a contarnos historias. Después se fue transformando en una joven que decidió seguir su vocación desde muy rápido: la arquitectura. No creo, ahora que lo pienso, haberle oído hablar de otra profesión para su vida.
Cerré el libro y me quedé pensando sin salir de mi deslumbramiento: ¿cómo pudo escribir una historia tan vasta, entrañable y compleja como esta sin caer en el facilismo de la sensiblería o el afán de protagonismo? ¿Cómo contar la historia de su padre que es, al mismo tiempo, la historia de casi los últimos 60 años de este país? ¿Cómo no avasallarse ante el personaje, el cúmulo de información y descubrimientos que fueron llegando después de su partida?
En la página 607 encontré una de las claves: “(…) un triple desafío: primero, intentar entender y explicar con precisión episodios claves del conflicto armado colombiano, en aras de contextualizar las luchas de mi papá, que, como a pocos, le cabía todo el país en la cabeza. Segundo, escoger qué fragmentos de su trabajo abordar, pues dedicó toda su vida profesional a recorrerlo y entenderlo y, al mismo tiempo, darles una forma coherente que equilibrara sus experiencias personales con el contexto histórico, que me imponía una visión más cronológica. Pero quizá lo más desafiante fue entretejer esta tarea con la de narrar sus últimos días”.
La otra clave es la siguiente: solo una arquitecta podría armarla. Alguien capaz de mirar las partes y el todo, a través de las ventanas de lo público y lo privado. De la intimidad. De lo que “se preserva para uno mismo” y se decide gracias a una estructura dramática, dejar ver a los demás. Una “arquitectura textual” (como le gusta decir a Hernando Cabarcas).
No es posible escribir un libro como este, sino es acompañado por la capacidad que tiene un poeta de ordenar y construir el mundo a partir de las palabras que lo habitan y siguen todos los días.
Álvaro Castillo
Partiendo de la reconstrucción de los últimos días de su padre, se va adentrando en las habitaciones de su vida, para dejarnos ver el retrato de un hombre para el que “el mayor sentimiento de libertad no es poder recorrer parte del mundo ni intentar vivirlo intensamente cada vez que me asomo a culturas diferentes a la mía, sino tener la oportunidad de describirlo”.
Escrito con una sobriedad absoluta, y una capacidad de reflexión, sugerencia y síntesis que me hace pensar en una vena poética que debe habitarla. No es posible escribir un libro como este, sino es acompañado por la capacidad que tiene un poeta de ordenar y construir el mundo a partir de las palabras que lo habitan y siguen todos los días.
Es un libro hondo y hermoso. Contado desde una memoria que extraña y descubre para encontrar, a través de la escritura, la posibilidad de cerrar una historia que debe ser contada desde adentro. Desde las habitaciones por donde transcurren nuestros días y desde las que salimos para encontrarnos con la aventura de estar en el mundo con nuestras palabras. Contar la historia de Germán Castro Caycedo para, habitado por ella, seguir contando la de Catalina Castro Blanchet que, desde ya, los lectores estamos esperando.