Medio: La República.
Fecha: 31 de julio de 1966.
Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Sin Registro.
No me dejen morir, sáquenme, sáquenme. El agua del caño estaba enrojecida y llena de espumas revueltas con pedazos de ropas. Tuacha, el indiecito que nos acompañaba desde que salimos de Sabaloyacü tenía solo parte de la cabeza fuera del agua. Difícilmente hablaba. Las pirañas en una nube inmensa producían un sonido ensordecedor, parecido posiblemente al que hace una legión de chicharras.
No pudimos hacer nada pues nos dimos cuenta solo diez minutos después de que resbaló al fondo de la quebradita fangosa y profunda: el hombre se había retrasado agobiado por el ejercicio y creo que le llevábamos unos doscientos metros de ventaja, que en la selva son una inmensidad, dice Asuncao de Moraes «ciudadano colombiano y servidor «, nacido en la Amazonia hace setenta y ocho años en la Amazonía y quien no conoce ninguna de las ciudades del interior de Colombia.
Le hallé en Leticia cuando arribaba en una pequeña canoa y me llamó la atención su cara de veterano. Asuncao es hijo de portugueses, amable y fuerte como un muchacho de quince años. Una hora después de haberte saludado, tenía en mi cabeza tantas cosas, que recuerdo solo una pequeña parte de las aventuras que relató, mientras «desaparecía» casi todo un paquete de cigarrillos.
FIERITAS
– Las pirañas son unas verdaderas fieritas, dice el hombre. Las atrae la espuma y atacan cualquier objeto vivo o muerto. Son pequeños peces «que andan en grupos de dos mil para arriba» y son capaces de partir, de una tarascada, un sedal de cobre como si fuera queso.
– Mi perrito atravesó un charco y «las fieritas esas del infierno me lo dejaron colimocho mientras me limpié un ojo»… «Vi una vez cómo la cabeza de una que habíamos “partido” saltó sola y le dio un tajo a la mano de un amigo mío.
TRAGEDIA
El compatriota De Moraes se emociona relatando sus hazañas y vuelve a la tragedia del indio Tuacha, ocurrida hace más de 20 años:
“Al sacar el cadáver, recuerdo que a su cabeza venía pegada una piraña pequeñita y para separarla de allí fue necesario hacer uso del machete. Cuando están fuera del agua chillan y gruñen de rabia, atacando lo que tengan cerca, así sea palos o hierros”.
– ¿Cuánto demoran para devorar a un hombre?
“Quince minutos más o menos, y a una vaca… pues casi media hora.
LA VICTORIA REGIA
El día anterior a mi encuentro con Asuncao había conocido en la Isla de Ronda la “Victoria Regia”, una flor acuática de la selva, blanca y con hojas de un diámetro que varía entre uno y dos metros de tamaño; solamente nace en el Amazonas siendo desconocida en el resto del mundo.
Sus hojas son redondas y espinosas. Flotan y parecen una tapa de cerveza, pues sus bordes se doblan hacia arriba. Escuché que la flor tenía una leyenda indígena y el viejo, conocedor de la región como la palma de su mano, fue la clave para conocerla.
LOS TUCHUAUÁS
Cuando pregunté, Asuncao sonrió. Se había quitado el casco y sudaba copiosamente. Sonrió, miró hacia el techo e inició con pelos y señales el relato que es para los indios Tuchuauás una verdadera historia sagrada.
Según los indios, la flor es el alma de una nativa enferma de amor que murió por no haber logrado a su amado, la luna.
ASUNCAO DE MORAES
Dicen los indios que el astro es un dios hermafrodita que durante los últimos seis meses del año entra en su período masculino. Entonces desciende a la tierra y cohabita con las vírgenes indias de su predilección, con un placer tal “que el lenguaje humano no puede describir”.
NAYA
Sucedió que la moza Nayá, mujer olanca hija de un cacique se impresionó con aquellos amores sagrados. Por las noches, enloquecida, trepaba a lo más alto de las montañas “para ahogarse en la luna”, pero esta huía siempre. La diosa luna -prosiguió el anciano- convertía en luz los cuerpos de sus amadas, chupándoles la vida y apagándoles el color de la sangre. Las llevaba en sus brazos, convirtiéndolas en semidiosas que acostaba en las nubes: así nacían las estrellas.
DESILUSIÓN
Nayá quería ser semidiosa. Recorrió toda la tierra… y no pudo alcanzar la luna. Se comenzó a agotar y no valieron los “filtros” de los mejores hechiceros para curar sus anhelos. Vagaba en las noches de luna hasta que una vez, viendo sobre el río el reflejo del agua, se lanzó a cogerla.
La diosa, que era buena, rehúso llevarla al firmamento convirtiéndola en una estrella de las aguas, para lo cual desdobló su alma y la volvió flor con espinas para defenderla. Dicen los indios que en las noches, la flor abre más sus pétalos para recibir en ellos los besos luminosos de la diosa.
UAPÉ ACÚ
Mientras el anciano contaba la “historia” de Uapé Acú -flor pura- un remolino de gentes terminó por rodearnos, el calor arreciaba y nuestro amigo perdía tiempo para vender una gambitana que había pescado minutos antes.
– Les ha gustado la leyenda de Juruparí Teaña? Si tuviera tiempo les contaba muchas más… pero creo que será dentro de un mes, cuando vuelva a salir de la selva.