TENGO MIEDO A LA FAMA

TENGO MIEDO A LA FAMA

Medio: Deporte Gráfico.

Fecha: 15 de marzo de 1967.

Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Humberto González.

Todo comenzó con una gripe después de la carrera de San Silvestre, luego una lesión en la columna vertebral y finalmente el traumatismo de la pierna izquierda que mandó al cesto una gira por los Estados Unidos y varias presentaciones en Europa.

Alvaro Mejía se encuentra como un conejo, metido en la jaula de su mayor crisis sicológica en los varios años de atleta. Este ha sido para él un año fatal, en el cual las enfermedades han trastornado sus rutinas de entrenamiento. Los planes iniciales, que descartaban esta clase de contratiempos, medían los meses que lo separan de la olimpiada del 68 y contaban con varias carreras en su preparación.

Total, que para tratar de reponer el tiempo perdido vino un sobreentrenamiento, posiblemente no planificado, y con él la enfermedad muscular que, dos semanas después de su retorno de Nueva York, lo ha llevado nuevamente al hule del kinesiólogo. Quien ordena, como mínimo, quince días de reposo total.

Pero Mejía lucha contra la propia naturaleza y queriéndose anticipar al tiempo, pide al técnico sólo diez días de descanso. En términos generales, esa es la explicación escueta que el deportista da a los contratiempos sufridos. Pero en el fondo existe algo más poderoso que son el amor propio y el nombre de estrella mundial, cuyo peso se escapa de sus posibilidades actualmente.

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CRISIS PSICOLÓGICA

Mejía vive un momento de crisis psíquica, precipitado por unos laureles que la prensa ha enmarcado con tono exagerado. Las gentes solamente esperan que triunfe y él, ante el tremendo compromiso, quiere convertirse en el superhombre que concibe la opinión.

Posiblemente eso explica a las claras el porqué de ese viaje a los Estados Unidos en momentos en que la actual lesión ya se manifestaba levemente.

”Creí que fuera sólo un cansancio muscular-dice- mas sin embargo al culminar la primera vuelta a la pista del Madison comenzó a dolerme la pierna. Faltando 200 metros para abandonar la sentía dormida… parecía que caminara sobre púas … Pero tenía que estar allá a como diera lugar, pues necesitaba medir mis capacidades y, ante todo, “calibrar” las de los rivales.

La frase abrió un interrogante que a través de la conversación fue hallando respuesta:

Su mayor anhelo es la olimpiada de México, que para él se avecina a pasos agigantados en medio de un temor que lo aterra: el pasado. La Olimpiada de Tokio, donde por otra lesión, clasificó en el último lugar. ¿Se repetirá la historia? Mejía entonces ha redoblado sus esfuerzos para vencer el complejo que ha sido constante tortura mental.

Al culminar el año 66 la olimpiada próxima se asomaba en medio de un panorama más satisfactorio ante la campaña lograda en los doce meses anteriores: Había logrado sobreponerse al pesimismo. Pero todo cayó nuevamente en un bache dos meses después, y Mejía desesperadamente quiere parar los calendarios.

La inserción de los músculos gemelos tomará un tiempo considerable en mejorar, entonces la quietud es su peor enemigo. Yo tengo muy buena voluntad, pero hay momentos en que el cuerpo trata de vencerme. No puedo aguantar las mañanas sin el entrenamiento diario… no sé qué hacer.

MIEDO A LA FAMA

En la conversación sólo una cosa ha confesado abiertamente Mejía: tengo miedo a la fama. Y con varias frases demostró el temor de salir a las pistas en medio de las miradas, de la crítica, del público, de los rivales. Todos los ojos se concentran en él. Luego, durante la competencia, todos “van por él”. Es el hombre clave al cual hay que derrotar… “Y eso pesa mucho”.

“No es lo mismo competir en mis condiciones actuales, que en la forma en que lo hacía en México antes de ganar. Hasta entonces era casi un incógnito. Hoy todos estan pendientes de mí”. La justificación a lo anterior quedó sentada por el mismo corredor unos segundos después: es una víctima de su propio nombre.

“Aquí… en esta parte sentí un dolor agudo. Faltando 200 metros para abandonar sentía la pierna dormida. Parecía que caminara sobre púas”. Pero Mejía compitió porque tenía que estar.

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LO DE ESTADOS UNIDOS

“La gira por los Estados Unidos sí me causó un golpe. Ante los planes que llevaba no puedo negar que sufrí una frustración, pero… ¿Qué puedo hacer? Yo sé que mi lesión se curará, eso no me preocupa. Lo que me aterra es no poder entrenar. Tengo que correr y ya el año se esfuma”.

“Yo se que mi lesión se curará, eso no me preocupa. Lo que me aterra es no poder entrenar. Tengo que correr y ya el año se esfuma”.

“No creo que pueda ir a los Juegos Panamericanos, ni a Europa donde me hubiera podido presentar en Francia, Alemania y España. ¿Sabe usted lo que eso significa?”.

“Ya el año entrante no podré hacerlo, pues tengo que abstenerme de correr en todo lo que programen, pues la olimpiada espera… Será un año de mayor método… De entrenamiento más tecnificado”.

La charla desde luego tuvo marco que ya ustedes han adivinado: el temor. Pero hubo un momento en que volvimos a lo de los Estados Unidos. Mejía no supo contestar si en otras condiciones físicas hubiera podido ganar la primera competencia:

“Lo que puedo decir es que, desde la salida, todos estaban temerosos de mí. Ninguno quiso llevar la ofensiva en las cuatro vueltas que logré dar. Se quedaban atrás, andaban lentamente y dejaban que yo pusiera la iniciativa”.

“No sé si hubiera triunfado, pues era la primera vez que competía bajo techo, donde la calefacción, el ruido, el humo de miles de espectadores que fumaban y la pista de madera, trataron de descontrolarme inicialmente. Yo estoy acostumbrado a correr al aire libre”.

– ¿Y la clase de los rivales?

– Eran buenos, pero no superiores a los que tuve en México.

UNA INTERROGACIÓN

La enfermedad salió de la boca del campeón y apareció una pregunta, que acaso sea otro factor del suspenso que antecede a la olimpiada: las marcas.

– ¿Qué piensa de sus marcas?

– Que hay que mejorarla, indudablemente. Dios quiera que esto se arregle y para fin de año pueda bajar los tiempos que actualmente tengo.

– ¿Los considera buenos?

– Pues, este… Sí. Han sido buenos ante las condiciones de altitud, clima y otros factores en que los he logra.

Mejía se refería a sus últimas victorias internacionales. Luego agregó: “Al paso que voy, sólo hasta agosto o septiembre podré volver a competir. Dentro de diez días iniciaré nuevamente entrenamientos en forma suave, de manera que para estar en forma necesitaré unos tres meses”.

¿QUEMADO?

La pregunta no encontró vacilación en el atleta: “Yo no estoy quemado, respondió. Sólo necesito tiempo para reponerme. Desde luego no le tengo miedo a la derrota. He pensado desde hace muchos años que a lo mejor nunca vuelva a ganar… siempre he salido a medir mis capacidades”.

Hablando de Tokio, Mejia aceptó que, “claro, eso me ha quitado confianza, pues no es lo mismo regresar a una olimpiada con un último lugar que con una buena colocación… Quien sabe si veinte días antes vuelva a lesionarme. Por eso nada puedo adelantar. No se que haré durante este tiempo que resta, ya que ante todo debo estar en buenas condiciones físicas. Después, sabré con certeza que debo hacer”.

Fin del diálogo. Allá en su fábrica de Bogotá, quedó Mejía, sólo con la incertidumbre, con el peso de su nombre, con una lesión que lo tortura y con el complejo de la máxima justa mundial. Lo demás lo dirá el tiempo.