Germán Castro Caycedo era categórico al expresar que su obra no era, en esencia, literatura. Por el contrario, afirmaba con contundencia que sus textos eran crónicas producto de su ejercicio periodístico y se ocupaba en señalar cuidadosamente cómo su escritura consistía en describir los lugares con precisión, acudiendo incluso a expertos en el color, espeleólogos, biólogos, etc., así como explicaba cómo transcribía cuidadosamente los testimonios de sus entrevistas con una grabadora de pedal, buscando ser fiel al testimonio como recurso principal y guía de tantas historias que escribió con rigor.
Sin embargo, esta postura que buscaba evidenciar la naturaleza de su obra y que se resumía en la frase “Ante todo, soy un periodista”, no pretendía implantar un muro infranqueable entre la crónica periodística y la ficción; por el contrario, se refería en sus últimos años a la literatura no ficción, que es una aproximación a la crónica literaria en el sentido de los recursos que, de alguna manera, sirven para crear cierta armonía característica en el género novelesco y que permite al lector navegar en la historia y, de alguna manera, atraparlo para mantener su atención en el desarrollo de la misma.
Es justamente esa capacidad de aprovechar la infinidad de recursos presentes en la lengua lo que admiraba de escritores como Juan Gabriel Vásquez, quien recientemente presentó su libro ‘Los nombres de Feliza’, obra que en palabras de Alfonso Carvajal, es un texto que es sorprendentemente cercano al periodismo:
“Juan Gabriel Vásquez escribe una crónica de largo aliento en ‘Los nombres de Feliza’, y con experticia en la técnica narrativa logra un híbrido más próximo al trabajo periodístico”, afirmó el poeta y escritor en su columna habitual del periódico El Tiempo.
Carvajal inició su columna destacando la clarividencia con la que Castro Caycedo hacía referencia al género y continuó resaltando cómo, con gran habilidad y virtuosismo, Vásquez hace de esta novela un ejemplo claro de cómo el periodismo puede convertirse en una referencia para la literatura, logrando una combinación magistral que seguramente tendría a Germán obsesionado con sus páginas por unas cuantas noches; justamente con uno de los autores que dejó en su mesa de noche cuando partió de este mundo.