Los medios de prensa han vuelto a registrar en sus titulares, ‘Washington preocupado por aumento de los cultivos de coca’.
No obstante, en el año 2001, Thomas McLarthy, asesor del presidente Bill Clinton, aseguró en la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Lima: “Los Estados Unidos, con menos del cinco por ciento de la población mundial, consumen el cincuenta por ciento de la droga que produce el mundo”.
A pesar de esto, hoy para Washington la causa de que los cultivos se hayan duplicado entre los años 2014 y 2015 es la suspensión de las fumigaciones aéreas con glifosato, prohibido en los mismos Estados Unidos para ser aplicado mediante el sistema que ellos implantaron en Colombia.
Analizando los millones de dólares invertidos en la guerra contra las drogas en este país, los herbicidas de la firma estadounidense Monsanto son los únicos ganadores de una destrucción de treinta años.
Hoy, a pesar de que el Presidente de la República ha reiterado que el comienzo de la sustitución de cultivos ilícitos por otros medios está siendo exitoso, la insistencia de funcionarios menores ajenos al problema continúa siendo la devastación con herbicidas de sistemas vitales para la humanidad como la Amazonia, uno de los medios generadores de vida más importantes de la Tierra.
Sin embargo, a la vez que aquellas voces de segundo plano insisten en que Colombia debe regresar a las fumigaciones aéreas, omiten que Ecuador condenó a Colombia a suspenderlas a lo largo de su frontera.
En marzo del año 2008, Quito nos demandó ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya “por los graves daños genéticos causados a la población fronteriza expuesta por Colombia a los potentes herbicidas Paraquat y Glifosato”.
La base de la denuncia fueron estudios académicos realizados por cuatro universidades ecuatorianas, según los cuales “por la incidencia de herbicidas, un diez por ciento de la población afectada está en riesgo de daños genitales que pueden ser irreversibles (riesgo de contraer cáncer y procrear hijos con malformaciones congénitas)… Además de destruir el ambiente, el suelo, las plantas y los animales”.
Luego, en el año 2013, tras aceptar su culpabilidad, Colombia fue condenada a pagar una indemnización de quince millones de dólares y se le ordenó en forma perentoria “abstenerse de fumigar a menos de diez kilómetros de la línea fronteriza”.
Historia acallada
Para trabajar en este tema investigué en Vietnam –Hanoi, My Lai-4, Ciudad Ho–, posteriormente en Washington, Nueva York y Buenos Aires, donde el Centro de Militantes para la Democracia Argentina (Cemida) posee valiosa información sobre el agua dulce en Suramérica, la más abundante de la Tierra.
¿Por qué en Vietnam? Porque nosotros somos una víctima directa de la invasión a ese país.
Allí conté con la ayuda de estudiosos que hablan un español perfecto porque, siendo muy jóvenes, fueron traídos a Cuba.
La historia es que Vietnam respondió a la invasión estadounidense con dos estrategias de defensa: la guerra de guerrillas y el suministro de toneladas, inicialmente de marihuana, a los soldados estadounidenses –como dicen aquellos–, para enviciarlos “y minar el futuro del imperio”.
Y Vietnam significó matanzas impulsadas por una mezcla de racismo, miedo a las guerrillas y nubes de marihuana.
La más conocida en América fue la de My Lai-4, aldea de cultivadores de arroz en el poblado Song May. Allí los soldados estadounidenses asesinaron a 504 bebés, niños, mujeres embarazadas y ancianos. Desde luego, en My Lai-4 no quedó vivo un solo testigo.
Sin embargo, posteriormente Paul Meadlo, uno de los soldados, luego de enviar una confesión escrita a funcionarios del gobierno en Washington, a miembros claves en el Congreso y a diferentes medios de prensa, finalmente logró ser acogido por Walter Cronkite en su influyente programa de televisión de la CBS ‘Costa a costa’, ante lo cual el ejército ordenó una investigación exhaustiva –como las de Colombia– sobre lo que ya sabían.
El Comando de Investigación Criminal del Ejército llamó a declarar a los miembros de la Compañía Charlie, quienes confesaron sus crímenes, cometidos entre otros factores por el estímulo de la marihuana, cuyo humo aflora en cada testimonio.
Pero allí declararon soldados y suboficiales, y solamente un teniente y un capitán. Los oficiales de alta graduación no fueron siquiera mencionados.
La televisión emitió solo un par de las impresionantes gráficas de aquella matanza de marzo de 1968, tomadas por el fotógrafo militar Ronald L. Haeberle. Desde luego, fueron omitidas aquellas que, por ejemplo, muestran a un soldado con un bebé atravesado por la bayoneta de su fusil mientras aspira el porro de marihuana que sostiene en sus labios. Tras las confesiones, nadie fue sancionado.
Santa Marta Golden
Bien: la invasión empezaba y desde el regreso del primer contingente de relevo a los Estados Unidos, los excombatientes comenzaron a buscar marihuana y la encontraron “en un país llamado Columbia”.
Efectivamente, en la década de los años treinta fue importada para obtener cáñamo, pero aquello no prosperó y ahora existían algunas cantidades en la Sierra Nevada de Santa Marta, que pocos consumían.
Enterados de aquello, los viciosos en las universidades de los Estados Unidos lograron contactos con estudiantes del Caribe y les pidieron que la llevaran.
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Para los estadounidenses, la calidad resultó tan buena que la bautizaron Santa Marta Golden.
Para este trabajo hablé con tres de aquellos en el Club Santa Marta. Gente de clase económica alta muy conocida en esa región… Sí, el negocio era magnífico. Comenzaron por llevar dos maletas con yerba, cubierta con camisetas. Cero problemas en la aduana. Luego tres maletas. Más tarde cuatro…
Pronto los estadounidenses empezaron a comprar aviones Douglas DC-4 y DC-3, naves magníficas que comenzaban a ser retiradas de las aerolíneas comerciales, y se vinieron con sus aviones, sus pilotos y sus dólares.
Por cualquier falla, estos aviones –matrícula N, Estados Unidos– eran abandonados y la marihuana, rescatada y embarcada en otros similares.
Recuerdo haber visto dos en el aeropuerto de Valledupar, dos en el de Santa Marta, uno en el de Riohacha y otro despanzurrado en el desierto de La Guajira luego de un aterrizaje forzado.
Fueron los estadounidenses quienes estimularon el crecimiento de los cultivos y por su iniciativa surgieron el nacimiento, la organización y el florecimiento del tráfico de narcóticos en nuestro país.
Su contacto con trabajadores en aeropuertos y hoteles produjo el ingreso de esta clase social al narcotráfico: a partir de allí, los de arriba y los de abajo bailaron al son de los dólares que llegaban en grandes cantidades. ‘Remember’: Lucho Barranquilla, El Gavilán Mayor…
Luego, el primer parte de esta fase de la derrota en Vietnam fue declarado en 1969, a través de un festival de música rock en Woodstock.
Allí, el mundo presenció cómo alrededor de medio millón de jóvenes estadounidenses se retorcían bajo el toque de la marihuana mientras balbuceaban, “haga el amor y no la guerra”.
Este primer parte de la derrota fue registrado en el famoso documental ‘Tres días de paz & música’ que vio parte del mundo, tras el cual la crítica norteamericana conceptuó que gracias a la descomunal traba con marihuana que duró tres días y el amanecer del cuarto —15, 16, 17 y 18 de agosto—, “Woodstock ha sido uno de los mejores festivales de música y arte de la historia de los Estados Unidos”.
Luego en aquella Asamblea General de la OEA en Lima, en el año 2001, vino el parte definitivo de los vencidos.
La máscara
Transcurrió el tiempo. Los Estados Unidos diseñaron la Ofensiva al Sur o Estrategia Andina que nos vendieron con el nombre folclórico de ‘Plan Colombia’: el pretexto, la lucha antinarcóticos para establecer una cabeza de playa en nuestro país, mirando hacia el agua de Suramérica. Hoy quien controle el agua dulce controla la vida y controla el mundo.
Ofensiva al Sur: dieciséis compañías de mercenarios actuando en Colombia, sin visas, sin el control del Estado. Cinco potentes radares en la costa de la selva amazónica vigilando a Suramérica, pagados con dinero de los colombianos y operados por estadounidenses que les entregan solo algunas informaciones de segunda mano a las autoridades locales… Fumigaciones con veneno como están prohibidas en los Estados Unidos y destrucción de una parte de la reserva biológica más rica de la Tierra. Ochenta y cinco por ciento de los millones de dólares aportados por Colombia.
Hoy, nuevamente es necesario preguntar: ¿por qué quien insiste en la destrucción del país con fumigaciones aéreas oculta que, en el año 2013, la Corte Internacional de Justicia de La Haya nos condenó a alejarnos de las fronteras con Ecuador y a pagarle tres millones de dólares de indemnización, como culpables de que –según estudios científicos– la población ecuatoriana sometida a la agresión del Estado colombiano estuviera sufriendo “daños genéticos que pueden ser irreversibles (riesgo de contraer cáncer e hijos con malformaciones congénitas) en un diez por ciento de la población sometida a las fumigaciones con herbicidas… Además de la destrucción de los suelos, las plantas, las aguas y los animales, en el territorio fronterizo?”.
GERMÁN CASTRO CAYCEDO
Especial para EL TIEMPO