En el libro “Democracia bloqueada”, la voz de Germán Castro Caycedo vuelve a tomar fuerza con una crónica que reconstruye el testimonio de Alfonso Gómez Méndez sobre la toma y retoma del Palacio de Justicia. No se trata de una entrevista en sentido estricto, es más bien una pieza literaria —narrada en tercera persona— que ausculta la verdad a partir de las palabras de quien fuera procurador general de la nación apenas unos años después de uno de los episodios más atroces de la historia reciente de Colombia.
En una compilación de textos de gran valor histórico, Gómez Méndez examina con agudeza la fragilidad de las instituciones colombianas. Sus columnas —escritas desde la experiencia de haber sido fiscal, procurador y ministro— denuncian la captura del Estado por intereses particulares, la politización de la justicia y el deterioro del debate público. El libro no busca un balance autobiográfico ni una reivindicación personal: es una lectura crítica del país desde adentro. Por eso, resulta coherente que el cierre lo constituya una crónica escrita por Germán Castro Caycedo, a partir de su testimonio, para dejar constancia de lo que no debe ser olvidado: el crimen de Estado que significó la toma y retoma del Palacio de Justicia.
Durante años, Germán Castro Caycedo llevó sobre los hombros el peso de una obsesión: buscar respuestas donde el Estado solo ofrecía silencio. La toma y retoma del Palacio de Justicia en noviembre de 1985 no solo dejó un saldo de víctimas incontables, sino que abrió una herida que el país aún se resiste a cerrar. En ese contexto, el nombre del magistrado Carlos Horacio Urán —amigo personal de Germán— se convirtió en símbolo de lo innombrable. Aunque el periodista ya había reconstruido su asesinato en El Palacio sin Máscara, esta crónica, incluida al final de Democracia bloqueada, retorna al mismo punto de dolor para insistir: sin verdad no hay justicia posible.
El texto no inicia con una pregunta ni con una fecha, arranca con una voz narrativa que revela de inmediato su pertenencia al estilo de Germán: directo, sobrio, sin concesiones. Alfonso Gómez Méndez aparece como un hombre obligado a responder. Germán lo presenta como exprocurador, exministro de Justicia y exfiscal general, pero ante todo como testigo. Testigo del horror y del intento institucional —a veces deliberado, a veces cobarde— de no mirar de frente los hechos.
La narración se construye a partir de fragmentos del testimonio de Gómez Méndez, entrelazados con reflexiones del propio Germán, que no se limita a consignar lo dicho, sino que indaga, desmonta, interpela. La figura del procurador que se atrevió a denunciar la desaparición de personas por parte del Ejército durante la retoma del Palacio se va perfilando como una rareza dentro del aparato estatal. Germán lo destaca sin adulación, pero con precisión: fue Gómez Méndez quien entregó al entonces presidente Belisario Betancur un informe con las pruebas de las detenciones ilegales, cuando muchos en el poder preferían mirar hacia otro lado.
La crónica detalla las presiones que enfrentó Gómez Méndez en su momento: desde las llamadas amenazantes hasta la soledad institucional. Relata cómo el procurador de entonces intentó que el general Arias Cabrales, comandante de la operación, entregara los videos que mostraban la salida de rehenes del Palacio, incluyendo a varias personas que luego aparecerían muertas o desaparecidas. El texto es preciso: fue a través del análisis de esos videos como se empezó a desmantelar la versión oficial de que nadie salió con vida del edificio. Germán no necesita levantar la voz. Le basta con mostrar lo evidente.
Uno de los momentos más desgarradores de la narración ocurre cuando se recuerda que, pese a las pruebas, las investigaciones no avanzaron. Que incluso cuando los cuerpos hablaban, cuando los rostros estaban en las grabaciones, cuando las torturas eran visibles, el Estado seguía negando. Gómez Méndez es citado diciendo que se llegó a un punto en que “la verdad parecía más peligrosa que la mentira”. Germán no lo comenta. Solo deja la frase ahí, como una estaca.
Pero la crónica no se queda en el pasado. Germán plantea una pregunta sin escribirla: ¿qué nos dice hoy el Palacio de Justicia? ¿Qué nos revela sobre la manera en que se ha administrado el país, sobre la forma en que el poder silencia, niega, aplaza? El tono se torna más sombrío cuando el autor recuerda que, décadas después, las decisiones judiciales siguen siendo esquivas, que las reparaciones han sido incompletas, que las familias de las víctimas aún exigen algo tan elemental como una respuesta clara.
El valor de esta crónica no radica solo en lo que revela, sino en cómo lo hace. Germán logra lo que pocos: que el testimonio de un alto funcionario no suene a defensa ni a protocolo, sino a confesión y a cierta insatisfacción de quien usó los recursos que tuvo en sus manos para buscar la justicia en contravía del Leviatán. No hay heroicidades. Hay miedo, incertidumbre, remordimientos. Y en medio de todo, la insistencia del periodista que no olvida. El que exige que se escuche lo que tantos quieren enterrar.
A diferencia de otros textos suyos, esta pieza no tiene un cierre abrupto ni una frase de impacto. Termina como empiezan las verdades incómodas: en el aire. Deja preguntas abiertas, responsabilidades flotando, nombres que no se borran. La crónica reconstruye hechos y transfigura en un acto de memoria activa.
En el contexto de Democracia bloqueada, este texto ocupa un lugar clave. No es una nota de cierre. Es una revelación. Y es, también, un testimonio del legado periodístico de Germán Castro Caycedo: un legado que entendió que el periodismo no es adorno ni espectáculo, sino deber. Que no basta con informar: hay que incomodar. Hay que decir lo que el poder no quiere oír.
Hoy, cuando los discursos de odio y los revisionismos buscan reescribir la historia al servicio de intereses mezquinos, esta crónica nos recuerda que hay verdades que no admiten eufemismos. Que la justicia no puede ser selectiva. Y que la paz, si ha de llegar algún día, solo será posible si se construye sobre cimientos de verdad.
Germán lo entendió. Y por eso escribió. Porque lo contrario al olvido no es la memoria: es la palabra dicha con valentía.
Alfonso-Gomez-Mendez_compressed-1