Medio: EL RUEDO, semanario gráfico de los toros.
Fecha: 14 de junio de 1966.
Por: Germán Castro Caycedo / Fotos: Loayza.
La mañana estaba tan fría como la llovizna que habia puesto de blanco las copas de los árboles. Durante cuatro horas atravesamos el Valle del Cauca para internarnos, ahora sí, en los Andes. Tienta de guerrillas. A lo lejos, el cortijo. Más semeja el grupo el paso de un pelotón para la guerra que el viaje alegre de un ganadero con su equipo de tentadores.
ERASE…
La historia tiene cerca de dos años, pero aún está viva en el recuerdo. Antiperiodísticamente, guardé el tema durante todo este tiempo, pues una promesa de honor me obligaba a dejar que el país se normalizara.
Los secuestros de personalidades del país estaban por entonces en danza. Dos grandes hombres habían desaparecido y el Ejército patrullaba tenazmente por nuestros campos. Como consecuencia de esta ola, la situación económica sufrió serios trastornos: fuga de capitales, aumento en el precio del dólar… Las gentes se marchaban.
¡AL TORO…!
La pesadilla pasó, volvimos a la tranquilidad. Las gentes retornaron. Ya no es necesario “trancar” las puertas de las casas campesinas en la noche.
González Piedrahita estaba por entonces alejado de todo. Hasta que el gusanillo de la afición halló su escape. Y dijo: “¡Al diablo con los tales secuestros! ¡Yo, al toro!”
Y partimos del tentadero con una escolta de cerca de treinta hombres bien armados. El mayor Osorio se emocionaba con la lidia y al tercer día había asimilado algo… “Eh, Je rónimo; toréala por el blanco izquierdo…” Y cuando los machos arremetían contra el caballo:
¡Ese va como un blindado! ¿Qué calibre tiene esa vara?
UNA PROEZA
En las noches, pese al cansancio, la conciliación del sueño era prolongada: se escuchaban ruidos que el nerviosismo creaba. Salir al baño consistía una proeza. Había un “toque de queda” y los soldados dispararian a cualquier sombra. ¡Qué
falta hicieron entonces los castoreños…!
Durante el día, las jornadas nos olvidaban casi de todo. El ganadero, con sus muchachos a lado y lado, recorría la finca, sin permitírsele acercar demasiado su caballo a las matas de montes.
De regreso, nuevamente el polvo del largo camino en construcción. Varias notas agradables en la libreta del ganadero, tras la tienta y herranza de medio centenar de hembras y machos. Las corridas para Cali quedaron apartadas y, sobre los tres años, arrojan buen peso, brillan sus pieles y apaciblemente se acercan al abrevadero.
Saltillo y Santa Coloma en su reino americano recibirían tiempo después varias vueltas al ruedo. El ganadero nuevamente ha vuelto a tentar solo, sin verse influido por el argot del mayor al hacer anotaciones: «B», una bala para el caballo; «R», con retroceso; «A», agatillada; «C», de buen calibre…
Germán Castro Caycedo.