La Revista Semana publicó un especial haciendo un breve recorrido por la vida de Germán Castro Caycedo resaltando su estilo y su labor periodística:
Esta semana, el país despidió a uno de sus más excelsos cronistas: Germán Castro Caycedo. Reconocido nacional e internacionalmente por su amplia y admirable labor periodística, el zipaquireño dejó una obra que se metió en las entrañas de las problemáticas de Colombia.
Maestro del periodismo narrativo, varias veces confesó que casi todo lo que ganaba con sus libros lo utilizaba para seguir viajando y, así, continuar escribiendo.
En un presente de incertidumbre e inestabilidades económicas, políticas y sociales, la muerte de un gigante del periodismo nacional como Germán Castro Caycedo deja un vacío enorme. El país lo llora con razón y sus seres más queridos recuerdan sus últimos días, en los que ni un tumor de páncreas lo llevó al desespero. “El doctor le preguntó ‘¿don Germán, usted siente algo?, ¿le preocupa algo?’. Él contestó ‘no, a mí no me preocupa nada. Yo siento que he hecho las cosas bien’”, dijo a SEMANA su esposa, Gloria Moreno. Y las hizo tan bien que es obligación para los colombianos que quieren narrar su país y hablar con toda su gente, seguir sus pautas. Entre estas, de “conectarse y escribir con sencillez para poder llegar no a los eruditos, sino a muchos lectores”. Detestaba las palabras difíciles, rebuscadas o complicadas, “las consideraba impenetrables”.
Una de las muchas razones para admirar y aplaudir su vida (Zipaquirá, 1940-Bogotá, 2021) es su completa devoción y entrega al periodismo. Durante más de 50 años no fue más que eso: periodista, reportero, cronista e investigador. No coqueteó con ningún otro oficio ni puso en duda su método. Ya fuera en televisión, prensa o en los numerosos libros que escribió, Castro Caycedo afirmó en varias ocasiones, sin miedo a repetirse, que lo único que él hacía era ir al lugar de los hechos, escuchar, preguntar y escribir. Y eso hizo, con un arrojo y una curiosidad arrolladores, durante más de cinco décadas, hasta que falleció en Bogotá el 15 de julio en horas de la tarde.
Su dedicación al oficio periodístico le rindió varios frutos a lo largo de su amplia trayectoria. Ganó los máximos galardones del periodismo colombiano, recibió ocho premios internacionales y, en 2015, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar lo honró con el reconocimiento a su Vida y Obra. No es para menos. Sus escritos han desentrañado muchos de los temas o eventos más traumáticos de la historia nacional. Escribió sobre el Palacio de Justicia y sus víctimas; sobre el narcotráfico y la vida de Pablo Escobar; sobre el conflicto armado y su derramamiento de sangre. Con la misma facilidad que le permitía comenzar la investigación o escritura de una historia, asimismo terminaba un proyecto periodístico para darle paso al siguiente, lo que potenció su elogiada versatilidad temática y le permitió escribir más de 20 títulos a lo largo de su trayectoria.
En el tintero, como compartió su esposa, se quedó una investigación sobre el glifosato. “Fue una preocupación constante, el daño en la salud y en el ecosistema. Decía que si hay tantas soluciones por hacer, por qué hacíamos lo contrario, obviando lo que se tiene que hacer. ¿Por qué todo es tan errático?”, asegura Moreno.
¿Cómo empezó esa deslumbrante carrera? Nació en Zipaquirá en 1940 y pronto se fue a estudiar a Bogotá, donde más adelante cursó dos años de Antropología en la Universidad Nacional, experiencia que le demostró que ir y vivir en el territorio es la mejor manera de saber “qué pasa”. Luego trabajó en varios medios impresos: en la revista madrileña El Ruedo y en los diarios La República y El Tiempo de Bogotá. Pero fue en este diario capitalino donde forjó durante casi diez años (1967-1976) los comienzos de su carrera periodística y descubrió también el gran tesoro de las hemerotecas, espacios privilegiados de investigación a los que volvería una y otra vez por el resto de su vida. Tal como le contó a SEMANA Maryluz Vallejo, docente universitaria y periodista, Castro Caycedo “conoció a sus maestros en las hemerotecas. Fue allí donde leyó a uno de sus maestros más queridos del siglo XIX, Alberto Urdaneta, del Papel Periódico Ilustrado de Santafé, y donde también descubrió a otros periodistas del siglo pasado como Germán Pinzón, Marco Tulio Rodríguez o Camilo López”.
«Conoció a sus maestros en las hemerotecas. Fue allí donde leyó a uno de sus maestros más queridos del siglo XIX, Alberto Urdaneta, del Papel Periódico Ilustrado de Santafé, y donde también descubrió a otros periodistas del siglo pasado como Germán Pinzón, Marco Tulio Rodríguez o Camilo López»
Luego, después de haber recorrido buena parte del país y de haber publicado reportajes cada vez más largos en El Tiempo, su carrera alcanzó dos importantes hitos: pasó del papel a lo audiovisual con su programa de RTI Enviado especial y publicó su primer libro, producto de sus diez años de reportero, Colombia amarga, que rápidamente se convirtió en un best seller de no ficción, toda una rara avis para la industria editorial colombiana de los años setenta. De ahí, vinieron reportajes memorables en RTI durante varios años, libros icónicos como Perdido en el Amazonas (1978), Mi alma se la dejo al diablo (1982) o El secreto (1996), entre muchos otros, y una gran cantidad de viajes (Rusia, Ecuador, España, Estados Unidos), todos motivados por su incansable curiosidad de reportero.
Pero, y más allá de su perseverancia y constancia, ¿qué diferenciaba a Castro Caycedo de otros muy buenos reporteros colombianos? En pocas palabras, el zipaquireño fue uno de los periodistas más modernos de la segunda mitad del siglo XX en Colombia. Para Juan Miguel Álvarez, cronista y autor del libro periodístico Verde tierra calcinada, Castro Caycedo “fue un periodista de avanzada, un verdadero reportero moderno. No solamente usaba las técnicas de los periodistas estadounidenses del nuevo periodismo, sino que se esforzaba por traer a las ciudades la versión o la mirada del país más profundo. Eso no abundaba en los cronistas de la época”. Sumada a esta modernidad, un rasgo diferenciador de Castro Caycedo consistió en preguntarse, en muchos de sus libros, “cómo se estaba modernizando un país tan rural y, en ciertos sentidos, tan recóndito como era Colombia en los años sesenta, setenta y ochenta”, señala Álvarez.
Este método moderno que revolucionó el periodismo colombiano en los años setenta consiguió que con el tiempo se hablara en las facultades de Periodismo colombianas de la “caja de herramientas del narrador” de Castro Caycedo. Tal como recuerda Maryluz Vallejo, “uno de sus grandes legados es esa bella metáfora, esa caja que fue dotando de contenido durante medio siglo de reportería por el país, con sus experiencias, pero también con esas tuercas, tornillos y martillos que le servían para armar sus historias. Le gustaba hablar del periodismo como un oficio y quitarle ese halo de misterio que a veces tiene”.
Narrador directo y asertivo, en su faceta pública no edulcoraba sus variadas opiniones: desde su vieja pasión por la tauromaquia hasta su defensa por la autonomía de la crónica latinoamericana y sus diferencias con el nuevo periodismo estadounidense, aunque esto último entrara en contradicción con todas las similitudes y puntos de contacto que su escritura tiene con la escuela de Gay Talese o Tom Wolfe. Sin embargo, muchas de las personas que lo conocieron de cerca destacan su amabilidad y atenta escucha. Ricardo Silva Romero, novelista colombiano, señala que esa faceta combativa que expresaba en público también se podía percibir en sus libros, aunque lo que más le impresionó al conocerlo fue “su amabilidad y generosidad. Era un periodista y una persona de verdad”.
En lo anterior coincide Felipe Ossa, veterano y reconocido librero de la Librería Nacional, pues tal como le contó a SEMANA, “aunque en sus libros era audaz, temerario y un gran escéptico del futuro de Colombia, siempre que los presentaba en la librería tenía tiempo para hablar, firmarles los ejemplares a los lectores y conversar con mucha generosidad”.
Germán Castro Caycedo se comprometió con una de las maneras más exigentes, completas y entregadas de hacer periodismo, y así deja una huella profunda en periodistas, estudiantes y un amplio número de lectores. Para no ir más lejos, el escritor Pablo Montoya, ganador del Premio Rómulo Gallegos con Tríptico de la infamia, asegura que después de leer a Castro Caycedo en los años ochenta sintió algo parecido a como “si se me cayera un velo, me reveló un lado desconocidísimo del país”. Solo un periodista con su entrega, perseverancia y constancia construye una obra que corre velos en los lectores y que, además, deja una de las más completas cajas de herramientas narrativas del periodismo colombiano.